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Domingo 23 de enero de 1977
Venerables Hermanos y amadísimos hijos,
Un gozo profundo embarga nuestro corazón y un canto de júbilo aflora
a nuestros labios en estos momentos que estamos viviendo. Sentimos que
en nuestra voz se condensa el himno de alabanza de toda la Iglesia,
exultante por los destellos de nuevo esplendor sobrenatural, alentada
por una renacida fecundidad de virtud, enriquecida con otro eximio
ejemplar de santidad. Son estos los sentimientos que acompañan el
acto litúrgico que celebramos: la exaltación al supremo honor de los
altares de un modelo singular de humildad, la Beata Rafaela Porras y
Ayllón, Madre Rafaela María del Sagrado Corazón.
Estamos ante una figura peculiar, cuyos ricos y múltiples matices
personales no dejan de causar impresión, como habéis podido
apreciar, a través del relato de la vida, leído hace unos momentos.
Nace en el pueblo español de Pedro Abad, cerca de Córdoba, el 1
de marzo de 1850. Perdidos muy pronto sus padres se dedica con su
germana Dolores a la oración y a la caridad.
Este género de vida, tan opuesto a las aparentes conveniencias de su
alta posición social, suscita el contraste con los deseos de la
familia; hasta tal punto que la presión familiar les hace sentir la
necesidad de abrazar la vida religiosa.
El 24 de enero de 1886, el Instituto recibe el Decretum
Laudis y un año después es aprobado definitivamente con el nombre de
Congregación de «Esclavas del Sagrado Corazón».
La Madre Rafaela María dirige el nuevo Instituto durante 16
años con gran dedicación y tacto. Demuestra también claramente su
extraordinaria profundidad espiritual y su virtud heroica, cuando por
motivos infundados ha de renunciar a la dirección de su obra. En esta
humillación aceptada, morirá en Roma, prácticamente olvidada, el
día 6 de enero de 1925.
La vida y la obra de la Santa, si las observamos por dentro, son una
apología excelente de la vida religiosa, basada en la práctica de los
consejos evangélicos, calcada en el esquema ascético-místico
tradicional, del que España ha sido maestra con figuras tan señeras
como Santa Teresa, San Juan de la Cruz, San Ignacio de
Loyola, Santo Domingo, San Juan de Ávila y otras.
Esta forma de vida consagrada queda como típica en la Iglesia
(aunque existen otras formas y van surgiendo otras más), en la que
Cristo es el único maestro, el inspirador, el modelo, el motivo de
las más generosas donaciones, de las más íntimas confidencias, del
más valiente esfuerzo de transformación de la humana existencia. Se
trata de la superación de la renuncia a tantas cosas humanas, para
sublimarlas en una entrega eclesial, en un vivir únicamente para el
Señor, asociándose con la plegaria y el apostolado a la obra de la
redención y a la dilatación del reino de Dios (Cfr. Perfectae
Caritatis, 5).
Este ha sido el objetivo, este ha sido el ideal egregiamente puesto en
práctica por las Esclavas del Sagrado Corazón, Instituto para el
que la fundadora quiso como carisma propio el culto público al
Santísimo Sacramento expuesto, en actitud de reparación por las
ofensas cometidas contra el amor de Cristo, el apostolado de
formación de las jóvenes, con preferencia por la educación de las
pobres, y el mantenimiento de centros de espiritualidad que faciliten a
las personas que así lo deseen un encuentro con Dios.
¡Cómo resulta difícil, cómo puede ser dramático a veces el
seguimiento generoso y sin reserva de estos ideales! La historia de la
nueva Santa es bien elocuente a este respecto. Pero precisamente en
esa dedicación total a una tarea superior en la que se esconde con
frecuencia la cruz de Cristo, se encuentra la garantía de fecundidad
ejemplar de una vida religiosa, camino siempre válido, siempre
actual, siempre digno de ser abrazado, en la fidelidad a las
exigencias que impone.
Por esto, a vosotras, Religiosas presentes y ausentes, vaya nuestro
saludo paterno y nuestra voz complacida, que hace eco a la de Cristo:
¡Dichosas vosotras, porque habéis elegido la mejor parte! (Cfr.
Luc. 10, 42) ¡Dichosas sobre todo vosotras, hijas de la nueva
Santa, si permanecéis fieles al rico y preciso legado que ella os
confió; si sabéis dar toda la fecundidad universal que Santa
Rafaela María soñó y que la Iglesia espera de vuestro Instituto;
si desde la fidelidad a vuestro carisma propio, sabéis mirar con
corazón abierto y actualizado el mundo que os rodea!
A este propósito no podemos menos de recordar dos aspectos
característicos del Instituto de las Esclavas del Sagrado
Corazón, que la nueva Santa pone magníficamente de relieve y que
son de palpitante actualidad: la adoración a la Eucaristía y el
apostolado pedagógico.
La adoración al Santísimo Sacramento, renovada, no desvirtuada,
con la reforma litúrgica, constituye una fisonomía típica de Santa
Rafaela María del Sagrado Corazón. En ella centra su
espiritualidad, en ella educa a sus hijas, de ahí espera la eficacia
del apostolado; por mantener ese punto de su regla, no dudará en
tomar decisiones urgentes, aunque muy dolorosas y arriesgadas. Y es
que «para ella era inconcebible una obra apostólica desvinculada del
deber sagrado de la adoración eucarística». En un momento como el
actual en que la vida de fe sufre no pocos quebrantos en medio de la
sociedad moderna, es un compromiso de perenne validez el que las
Esclavas del Sagrado Corazón, en consonancia con sus esencias
fundacionales, sepan dar pleno significado eclesial y modélico a la
adoración eucarística.
El apostolado, sobre todo pedagógico, en favor de la formación
completa de la joven, es otra característica de la vida y obra de la
nueva Santa. Ella lo vio bien claro desde el principio, partiendo de
la realidad que la circundaba y buscando con ello «no sólo el bien
espiritual de la Iglesia, sino la salvación y regeneración
social». Su fina intuición le indicaba cuánto puede esperarse de
una formación adecuada de la juventud femenina.
¡Qué maravillosas respuestas pueden venir de una educación en la
piedad, en la pureza, en la generosidad de espíritu, en la capacidad
de comprensión ! El campo de benéfica aplicación de esas grandes
potencialidades del alma femenina se amplía hoy y se hace más
expectante, ante el progresivo acceso de la mujer a las funciones
profesionales y públicas. Esto mismo nos hace entrever la importancia
grandísima de este apostolado para la vida social, en la que hay que
poner ideales nobles, esfuerzo generoso de verdadera dignificación
colectiva, clarividencia de orientaciones, honestidad de propósitos,
valentía en la corrección de criterios aceptados acríticamente,
respeto y ayuda efectiva para la completa realización personal de todo
ser humano, a comenzar por el menos favorecido; en una palabra,
poniendo la animación viva de una genuina caridad, que supera
cualquier motivación meramente humana, aun la más digna.
¡Loor y alabanza a vosotras, religiosas Esclavas del Sagrado
Corazón por tantos ejemplos y realizaciones también en este campo
social! ¡Alabanza y aliento en vuestra tarea, tan esperanzadora y
meritoria, para que sea cada vez de mayor contenido eclesial y social!
¡Complacencia por esa multitud de jóvenes, que sentimos presentes y
ausentes, y que en vuestro Instituto han hallado formación humana y
cristiana, para inserirse luego vitalmente en el contexto de la
sociedad. Son frutos y esperanzas, que comportan una obligación de
compromiso práctico, de los que Santa Rafaela María se complace,
inspirándolos y acompañándolos con su intercesión desde el cielo.
A esa patria feliz, definitiva, dirigimos ahora nuestra mirada, para
fundir nuestro júbilo de Iglesia que camina con la dicha perenne de
esos hermanos nuestros que, como Santa Rafaela María del Sagrado
Corazón, llegaron ya a la meta de la Iglesia triunfante, con
María la Madre de Jesús y Madre nuestra, con tantos otros hombres
y mujeres que preceden y guían nuestros pasos. Ante la visión
extasiante de esa Jerusalén celestial, prometida, abrimos nuestro
espíritu en un himno colectivo de fe, de serena y alentada espera, de
alegría que confía dilatarse, de inmensa esperanza eclesial.
Il Papa cosi prosegue in lingua italiana.
Non possiamo in questa entusiasmante assemblea non esprimere i voti che
spontaneamente salgono dall’intimo del Nostro animo in questo momento
solenne, che cioè la missione spirituale di Santa Raffaella Maria
del Sacro Cuore continui a lasciare un solco luminoso e fecondo nella
vita della Chiesa. In ciò, per prime, siete impegnate voi,
Ancelle del Sacratissimo Cuore di Gesù che avete ricevuto in
preziosa eredità il carisma della vostra venerata Fondatrice.
Vivetene fedelmente lo spirito, e si traduca in opere di carità
l’ardore del suo cuore assetato di Dio ed il suo amore spoglio di ogni
affetto terreno per potersi consacrare totalmente all’adorazione del
Signore e al servizio delle anime.
E in questo impegno desideriamo vedere associata la Spagna cattolica,
la quale con questa Santa ha saputo offrire alla Chiesa un nuovo fiore
di santità dal seno delle gloriose tradizioni morali e spirituali del
suo popolo. Oh! possa questa Santa, che noi siamo felici di
innalzare alla gloria degli Altari, esserle propizia interceditrice
delle grazie, di cui oggi sembra avere maggiore bisogno: la fermezza
nella vera fede, la fedeltà alla Chiesa, la santità del suo
Clero, la fratellanza sincera fra tutti i ceti sociali della
Nazione, così degnamente rappresentata in special modo dalla
Delegazione governativa presente a questo rito. E possa la sua
fulgida figura, coronata oggi dall’aureola della santità, effondere
sulla Chiesa intera e sul mondo la verità, la carità, la pace di
Cristo.
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