|
25 maggio 1975
Gode oggi la Chiesa, lieta di registrare nell'albo dei Santi due
nuovi nomi, che ella è ormai sicura di dichiarare, secondo la
espressione di Gesù, «scritti in cielo» (Luc. 10, 20):
sono quelli ora «canonizzati» del Beato Giovanni Battista della
Concezione, Riformatore dell'ordine della Santissima Trinità,
vissuto dal 1561 al 1613, e della Beata Vincenza Maria
Lopez y Vicuña, Fondatrice delle Figlie di Maria Immacolata,
vissuta nel secolo scorso dal 1847 al 1890. Noi tutti abbiamo
gioito ascoltando poco fa la lettura dei due rispettivi Decreti, che
motivando con sommarie ma decisive notizie, le ragioni del giudizio
della Chiesa circa le prove ed i meriti dell'a santità rispettiva
della prima e dell'altra figura di queste persone, già onorate dalla
beatificazione loro riconosciuta, hanno dato a noi la felicissima
occasione di proclamare la loro canonizzazione.
La schiera dei Santi si accresce. Noi tutti dobbiamo goderne per la
gloria di Dio, per l'onore del Signore nostro Gesù Cristo, per
il gaudio che ne deriva alla Madre dei Santi, la Chiesa cattolica,
ed in particolare alle rispettive Famiglie Religiose illustrate
dall'opera e dalla virtù di questi loro Santi Patroni; e poi per
l'edificazione di tutto il Popolo di Dio, che sa di poter venerare
in questi suoi membri benedetti due fratelli esemplari, degni
d'ammirazione e di devozione, e che confida inoltre di averli solidali
ed efficaci intercessori presso l'unica fonte della nostra salvezza in
virtù della comunione dei Santi, Cristo Signore.
La schiera dei Santi, tali ufficialmente dichiarati, si accresce;
e, a Dio piacendo, ancora, durante quest'Anno Santo, e poi negli
anni successivi, si accrescerà. Non sorga in alcuno il dubbio che
questo progressivo aumento di figli eletti dell'a Chiesa sia frutto
d'una facile inflazione devozionale. Chi conosce la complessità e il
rigore dei processi, che precedono tanto le Beatificazioni quanto le
Canonizzazioni sa bene quanto la Chiesa sia cauta ed esigente
nell'esigere le prove delle virtù di grado «eroico», o possiamo
dire superlativo, eminente, comprovato da inconfutabili
testimonianze, analizzato con rigore critico e con metodo
obiettivamente storico, anzi convalidato da due verifiche, una
negativa, quella così detta del «non culto», la quale assicura i
giudici del processo non esservi l'influsso di qualche eventuale
mistificazione popolare; e quella positiva dei miracoli, quasi come
attestato trascendente d'un divino beneplacito all'eccezionale
riconoscimento della santità, che la Chiesa intende venerare nei
singoli e singolari candidati agli onori degli altari. La legislazione
canonica è molto grave e prudente in questa materia, e tale rimane,
anche se alcune forme procedurali d'altri tempi, non poco ritualizzate
e complicate, dei processi in questione, dovranno essere alquanto
semplificate, pur conservando la dovuta, essenziale e inequivocabile
verifica dei titoli eccezionali reclamati per l'esito positivo di
ognuno di tali processi.
Ma che la schiera dei Santi si arricchisca di nuovi nomi col procedere
del cammino della Chiesa nel tempo, e che noi ne siamo i fortunati
testimoni deve essere motivo di gaudio e di speranza: la Chiesa vive;
non invecchia, ma fiorisce; e mentre le vicende della storia spesso ne
turbano il pacifico svolgimento, anzi talora ne sconvolgono e ne
affliggono il suo normale cammino terreno, ella reagisce in santità,
offrendo a se stessa e al mondo il conforto e l'esempio di alcuni
imprevisti e tipici suoi figli, che con mirabili carismi di carità e
d'altre virtù evangeliche, e doni e frutti propri del Paraclito,
sostengono la fede minacciata dei popoli, e offrono al loro secolo e a
quelli successivi l'inestinguibile presenza dello Spirito vivificante
in seno alla santa Chiesa di Cristo. E questa semplice riflessione,
che potrebbe svolgersi in filosofia della storia ed in teologia della
Chiesa pellegrina e militante, deve aprire oggi all'esultanza per le
due Canonizzazioni ora felicemente celebrate; e le dia alimento e
conferma qualche breve accenno biografico, anzi agiografico dei nuovi
due eletti al titolo ufficiale di santità.
La figura de San Juan Bautista de la Concepción, lejos de haberse
desgastado con el paso de los siglos, sigue inalterable ofreciendo la
entereza y frescura de su testimonio de hijo de la Iglesia. Nació
Juan Bautista el año 1561, en un hogar profundamente cristiano
de Almodóvar del Campo. Allí había nacido un insigne maestro del
espíritu, también canonizado por Nos, San Juan de Avila.
Parece como si estas dos existencias, plasmadas en el mismo ambiente,
hubiesen sido, por designio divino, una prolongación ininterrumpida
no tanto en el tiempo cuanto en un común empeño reformador: el
Maestro Avila murió precisamente cuando Juan Bautista iba a cumplir
ocho años. Hay otro dato significativo y curioso. Tiene Juan
Bautista quince años cuando una gran Santa reformadora, Teresa de
Jesús -a quien Nos hemos proclamado Doctora de la Iglesia-, va a
Almodóvar y se hospeda en la casa del futuro Santo trinitario. Este
florecimiento de Santos con temple renovador al comienzo de una etapa
postconciliar, la de Trento, ¿no resulta aleccionadora para nuestros
tiempos de resurgimiento y creciente desarrollo eclesial? Porque es
claro que un determinado período de la Iglesia no puede caracterizarse
como época de reforma auténtica y fructuosa si no produce una
constelación de Santos.
Con ocasión de estas canonizaciones del Año Jubilar, ¿no es
oportuno recordar el capítulo V de la Constitución dogmática Lumen
Gentium, que nos habla de la vocación universal a la santidad en la
Iglesia? Sí, nos parece un momento propicio para lanzar a todos
nuestros colaboradores en la evangelización, obispos, sacerdotes,
diáconos, religiosos y seglares el reto de la santidad, sabiendo bien
que sin ella la renovación quedaría comprometida y se perdería el
fruto primero y fundamental, tanto del Jubileo como del Concilio
(Cfr. etiam Christus Dominus, 15). No es mera coincidencia,
carente de sentido, el hecho de que Juan Bautista de la Concepción
sea canonizado, casi cuatro siglos después de su muerte, en este
Año Santo y en el X aniversario de la clausura del Concilio
Vaticano II. Este Concilio ha puesto a la Iglesia al ritmo de la
renovacion. Pero, ¿de qué renovación se trata? Evidentemente no
puede ser una renovación sin discernimiento. Son los Pastores de la
Iglesia los que, reunidos en Concilio, bajo la presidencia del
sucesor de Pedro, han señalado el sentido de la renovación que
necesita nuestro tiempo. Los actuales problemas eclesiales
encontrarán solución, en la fidelidad a las enseñanzas del
Concilio, siguiendo las sabias directrices de la jerarquía.
De una manera concreta, San Juan Bautista de la Concepción nos
enseña con su vida cuáles han de ser las disposiciones y actitudes de
los auténticos renovadores. Y particularmente en lo que se refiere a
las familias religiosas, ya que él ha pasado a la historia como el
reformador de la Orden de la Santísima Trinidad. Nuestro Santo,
que viste el hábito de la Orden a los diecinueve años, se prepara a
su misión, entregándose con generosidad al Señor, cultivando en su
alma la piedad eucarística y mariana, con un deseo grande de imitar
las austeridades de los Santos reseñadas en el Flos Sanctorum que
.lee con fruición. Se afana en el estudio para obtener una sólida
formación teológica, a base sobre todo de la Sagrada Escritura y de
los Santos Padres, que le servirán en su ministerio de predicador
incansable. Se propone ser un religioso observante que quiere abrazar
la regla primitiva, austera y pobre de la Orden y, para ello, rompe
decididamente con la «tiranía de los cumplimientos del mundo»
(Obras, VIII, 29). ¿No es ése el camino de los Santos?
Para realizar la reforma de su Orden, peregrina a Roma; y su obra,
tanto en España como fuera, se ve sometida a graves pruebas. Pero
no le importa: «Claro está -dice- que si yo te amo, Señor, no
tengo de querer en esta vida honra, ni gloria, sino padecer por tu
amor» (Obras, VIII, 128). Cuando el Papa Clemente
VIII aprueba la reforma de la Orden Trinitaria, nuestro Santo
vuelve a España para aplicar con total fidelidad las normas que le ha
dado la Santa Sede. Exige a los frailes que abrazan la vida
reformada la exacta observancia de la regla, profunda vida de
oración, de penitencia y de pobreza, siempre en un clima de alegría
que no está reñida con la austeridad. El se muestra siempre humano y
delicado en sus intervenciones; pero al mismo tiempo firme, recto y
obediente a sus superiores. Y he aquí los frutos: su obra tiene
éxito y las vocaciones se multiplican.
Cuando su vida declina, vuelven las pruebas y contradicciones;
¿cómo reaccionar? Como lo hacen los Santos. Sí, con la
caridad; así, su alma se purifica en la renovación personal y
asciende a mayor santidad. Cuando muere en Córdoba, a los cincuenta
y un anos de edad, deja en su obra y en sus escritos una lección
perenne: ¡No hay auténtica reforma eclesial sin la renovación
interior, sin obediencia, sin cruz. Sólo la santidad produce frutos
de renovación! Que el Señor siga bendiciendo a la Orden de San
Juan de Mata y de San Juan Bautista de la Concepción que tiene
precisamente como finalidad el culto a la Santísima Trinidad y el
apostolado liberador entre los cristianos que por sus circunstancias
sociales especiales se encuentran en mayor peligro de perder la fe.
Este apostolado caracteriza también en cierto sentido la obra de la
nueva Santa.
Vicenta María López y Vicuña está más cerca de nosotros en el
tiempo. Nació en las nobles y cristianas tierras de Navarra, el
día 24 de marzo de 1847, para morir en los umbrales de este
siglo. Trascurrió una juventud serena, durante la cual fueron
madurando en ella los frutos de una esmerada educación cristiana, en
la que dejó huellas inconfundibles el ambiente familiar: la madre, un
tío sacerdote, una tía religiosa. ¡Oh! Nunca ponderaremos
bastante la importancia formativa del núcleo familiar; esa labor
ejemplar, insustituible, de siembra y cultivo de conocimientos y
virtudes. Y Dios bendice con predilección (a las familias
auténticamente cristianas; son ellas, por su parte, la mejor cantera
de vocaciones para el servicio de la Iglesia. En España tenéis, a
este respecto, una tradición espléndida, gloriosa, fecunda. Os
recordamos esto ahora, amadísimos hijos, porque abrigamos la
esperanza de que el Año Santo se distinga también por un despertar
de las vocaciones, por «un incremento numérico de aquellos que sirven
a la Iglesia con particular dedicación de su vida, es decir, de los
sacerdotes y religiosos» (Apostolorum Limina, IV).
Nuestra Santa es muy joven aún, cuando oye en sus adentros la
llamada divina. No fue una decisión fácil de realizar. Con
sencillez v dulzura, con sacrificio y caridad logra verse liberada de
la perspectiva que le ofrece una vida en el mundo tranquila,
acomodada, halagadora. En la fiesta de la Santísima Trinidad de
1876 recibe el hábito religioso junto con dos compañeras; nace
así la congregación de las Religiosas de María Inmaculada; una
familia que tiene por misión la santificación personal de sus miembros
y la ayuda a las jóvenes que trabajan fuera de sus propios hogares. A
esas jóvenes, rodeadas con frecuencia de no pequeñas dificultades y
peligros, Vicenta María entrega su vida entera. Al poner en ia
balanza el futuro de su vocación, podrá decir: «¡Las chicas han
vencido!». Y a ellas se dará sin reservas, para hacerles encontrar
un hogar acogedor, donde hallen una voz amiga, la palabra alentadora v
desinteresada, el calor de un corazón, donde descubran la riqueza
inmensa humano-divina de sus vidas, el secreto de los valores
perennes, de la paz interior y donde, a la vez, aprendan a promoverse
integralmente, para hacerse cada vez más dignas ante Dios y
realizarse mejor como jóvenes.
¡De qué maravillosas intuiciones es capaz quien ama de veras!
¡Qué fina pedagogía sabe aplicar quien habla ese lenguaje sublime
que se aprende en el corazón de Cristo! Nuestra Santa tenía ya una
experiencia personal en este apostolado específico. Sus mismos
familiares de Madrid la habían puesto en contacto con esa clase
trabajadora, tan necesitada. El deseo de entregarse a Dios hace lo
demás. Ella misma siente en su alma la exigencia insaciable de
renuncia genuina, deliberada, amorosa, que se le pide al discípulo
de Cristo «para gloria de Dios más palpable. Más pobreza. Más
mortificación de mis naturales inclinaciones. Mucho peligro de sufrir
desprecios. ¡ Cuántos la vituperarán! Continuo esfuerzo,
continuo sacrificio. Necesidad de la época». Son éstos
precisamente los motivos que la impulsan a hacer la fundación, según
ella misma ha dejado escrito (Cfr. Escritos de la fundadora,
Cuaderno t. f. 80 r. O. c. 124-130). A pesar de su
muerte prematura, a los cuarenta y tres años, no sin sufrimientos
físicos y sobre todo morales -¡la cruz es la compañera inseparable
de los Santos!-, la madre Vicuña vio aprobada su Obra por la
Santa Sede; tenía ya casas repartidas por España y estaba
ilusionada con fundar en Buenos Aires. La congregación se abría
así a todos los horizontes de la Iglesia, como lo está hoy con
numerosas comunidades esparcidas por Europa, América, Africa y
Asia.
Recordamos bien cuando fue beatificada por nuestro venerable predecesor
Pío XII en el anterior Año Santo. Y en este Año Santo, que
coincide además con el Año Internacional de la Mujer, podríamos
preguntarnos: ¿qué mensaje trae Santa Vicenta María para la
Iglesia y para el mundo de nuestro tiempo? Al iniciar el ciclo de
beatificaciones de este Año Santo con María Eugenia Milleret
decíamos que «la santidad, buscada en todos los estados de vida, es
la promoción más origina1 y más llamativa a I'a que pueden aspirar
y acceder las mujeres». Santa Vicenta María ha sentido,
imperioso, el reclamo de la caridad hecha servicio, algo que le está
invitando a prodigar su atención hacia la mujer, sobre todo la joven,
necesitada de cuidadcs religiosos, de asistencia social, de la
auténtica sublimación cristiana, en una palabra, de promoción en el
sentido más completo y elevado del término. Una tarea que, con las
diversas modalidades que van presentando los tiempos, constituye
también una exigencia importante del mundo actual.
El carisma de la fundadora tiene así en nuestra época una vivencia
singular. Esto mismo os exige a vosotras, religiosas de María
Inmaculada, un empeño y un compromiso: un empeño de constante y
auténtica renovación (Cfr. Perfectae Caritatis, 2), fijando
la mirada en vuestra santa Madre, para imitar su ejemplo de
perfección evangélica (Cfr. Matth. 5, 48), centrada en la
caridad y alimentada con la adoración eucarística y la devecion a la
Santísima Virgen, características sobresalientes de la
espiritualidad de Vicenta María; así como su fidelidad y amor a la
Iglesia; en una palabra, para seguir sus pasos en la vida espiritual
y en la vida apostólica. Un compromiso también: el de la caridad
social que constituye la herencia principal de vuestra Fundadora. En
casi cien años de vida, ¡qué bien ha sabido emplear vuestra
congregación esta herencia en favor de la promoción de las jóvenes,
con residencias, escuelas profesionales, centros sociales y
misionales! Os lo decimos con gozosa complacencia a vosotras,
queridas religiosas de María Inmaculada aquí presentes y a todas las
que, no habiendo podido venir, tienen en estos momentos su mirada
puesta en esta asamblea eclesial. ¡ Animo! ¡Siempre adelante!
Amadísímos hijos: La Iglesia rebosa hoy de gozo. Su vítalidad
perenne es fruto de la presencia divina. Se difunda el canto de
acción de gracias que la Iglesia dedica al Padre y al Hijo y al
Espíritu Santo que la guían y la embellecen constantemente,
sembrando de Santos los senderos del mundo. Sí, alegrémonos porque
Dios ha hecho maravillas en las almas de San Juan Bautista de la
Concepción y de Santa Vicenta María, cuyo paso por esta tierra
atraen nuestras miradas, nuestras aspiraciones de conquistas más
sublimes, nuestros anhelos más apremiantes de transformación terrena
y transcendente. Gracias sean dadas a la Trinidad Santa desde lo
más hondo de nuestros corazones. Nos quisiéramos que este canto de
alegría se tradujera ahora en un ferviente mensaje de felicitación a
España entera. Lo merece, porque en su secular trayectoria
eclesíal nos ofrece dos nuevos testimonios de su espiritual y religiosa
fecundidad, que deben servir de constante estímulo, de compromiso
perenne para las actuales y futuras generaciones.
A ejemplo de vuestros Santos, ¡manteneos siempre fieles a la
Iglesia ! Todos unidos, sacerdotes, religiosos y fieles de
España, continuad por el camino de la adhesión y fidelidad al
mensaje de Cristo, promoviendo con vuestra conducta obras generosas
que sirvan a la causa del bien espiritual y del progreso social de
vuestra patria. Est'a es nuestra esperanza, éstos son nuestros
deseos, que en este día luminoso encomendamos de manera particular a
San Juan Bautista de la Concepción y a Santa Vicenta María
López y Vicuña, para gloria de Dios, Padre, Hijo y Espíritu
Santo.
Chers fils et chères Filles, réjouissex-vous avec Nous, en ce
jour où 1'Eglise inscrit officiellement parmi les saints un prêtre
de I'Ordre des Trinitaires, le Père Jean Baptiste de la
Co8nception, et Sœur Vicenta María López y Vicuña,
fondatrice des Religieuses de Marie Immaculée. C'est grâce à
une telle sainteté que l'Eglise se réforme de l'intérieur et
rayonne la charité. Et cette sainteté est elle-même le reflet de
1'Amour qui vient du Père, par le Fils, dans 1'Esprit.
Oui, c'est à la très Sainte Trinité que va d'abord notre
louange. Que ce Dieu trois fois saint soit béni!
Today is the Solemnity of the Most Blessed Trinity and we have two
new Saints. Dear sons and daughters, this is a day of jubilation for
the entire Church of God. And as we propose these Saints to the
veneration of the faithful, we bless and glorify the merits of our
Lord Jesus Christ. For it is by his grate-and by his grate
alone-that they have attained sanctity. We adore and thank the Holy
Trinity, whose life is reflected in the lives of these Saints. May
our praise ring out today in the whole Church: Blessed be God: the
Father and the Son and the Holy Spirit! Blessed be God in his
Saints!
Wir feiern heute, liebe Söhne und Töchter, das Fest der
allerheiligsten Dreifaltigkeit und begehen gleichzeitig die
Heiligsprechung von zwei neuen Heiligen: des heiligen Johannes
Baptista von der Unbefleckten Empfängnis, des Reformators des
Ordens der Trinitarier, und der heiligen Ordensstifterin Vincenza
Maria López y Vicuña. Wir loben und preisen am heutigen Festtag
dankerfüllt den dreifaltigen Gott, dass sich seine Gnadenfülle im
Leben dieser beiden Heiligen so wunderbar entfaltete zum Segen ihrer
Mitmenschen und der ganzen Kirche. Möge auch unser Leben durch
ihre mächtige Fürbitte und nach ihrem Vorbild eine Verherrlichung
des Vaters und des Sohnes und des Heiligen Geistes sein!
Em Eucaristia, convidamos os presentes de língua portuguesa à
alegria: porque Deus, Trindade Santíssima nos chamou a
participar, pela santidade, à Sua vida divina; e, pelos Santos
canonizados agora, nos apela ao renovamento em Cristo, esclarecido e
fiel, mediante o amor generoso e abnegado, e fraternal. Ao saudar e
abencoar, cordialmente, todos os sedentos de ideal, jovens, donzelas
e adultos, famílias cristás, neste Ano Santo de reconciliação
o, diremos : vivei a mensagem deste dia luminoso!
|
|