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Sábado 24 de agosto de 1968
Queridísimos enfermos aquí presentes, leprosos de Agua de Dios que
nos escucháis, enfermos de Colombia y del mundo:
NOS DISPONEMOS a celebrar, dentro de unos instantes, la
Santa Misa. Antes queremos deciros que os llevamos dentro del
corazón, que ocuparéis un puesto de predilección en nuestro recuerdo
de Altar porque en vosotros vemos a Cristo doliente, que vamos a
pedir intensamente por vuestra mejoría y a depositar en el Cáliz de
Redención vuestros sufrimientos y vuestras ansias para que en vosotros
tengan el valor de un mérito que contribuye, con vuestro generoso
ofrecimiento, a la santificación de la Iglesia y del mundo.
Cuando llegue el momento del Ofertorio, sabed que el Papa os
presenta a Cristo; en el silencio de la Elevación, sabed que pide
muchos destellos de fortaleza y de amor para vosotros y vuestros
familiares; en el momento de la Comunión, sabed que os desea que
Jesús, Huésped Divino, difunda para siempre su paz en vuestros
corazones.
Entretanto, y como prenda de esos dones, os anticipamos una
cordialísima Bendición.
* * *
Carísimos Hijos:
ANTE TODO, hagamos nuestras presentaciones. ¿Quiénes sois
vosotros? Vosotros sois cristianos, católicos, hijos de la
Iglesia; por tanto sois mis hijos, y como a tales yo os saludo.
Saludo al Clero presente y, en primer lugar, al Párroco. Veo en
él no sólo al hijo sino también al hermano, puesto que él es
sacerdote; él es el colaborador del ministerio pastoral; y yo quiero
honrar el grande y devoto servicio que él lleva a cabo en esta
Parroquia que es una porción de la Iglesia católica y quiero ver en
su persona a todos los Párrocos, a todos los Sacerdotes entregados a
la cura de almas; y deseo enviar desde aquí mi saludo y mi bendición
a todos los Sacerdotes que consagran su vida al culto de Dios y a la
asistencia religiosa y caritativa de la comunidad eclesial: les doy
gracias, los aliento y los bendigo.
Saludo también a vosotros, fieles de esta Parroquia; a vosotras,
familias cristianas; a vosotros, trabajadores y campesinos; a
vosotros, jóvenes; y especialmente a vosotros, niños que
recibiréis hoy la primera Comunión.
Y, ¿quién soy yo ? Bien lo sabéis: soy, como vosotros, un
hombre; un hombre modesto y necesitado; necesitado de la misericordia
de Dios y de vuestras oraciones. Porque he sido encargado, sin
mérito o elección por mi parte, de representar al Señor Jesús;
soy el sucesor de San Pedro, el apóstol a quien el Señor entregó
las llaves, esto es, los poderes para dirigir santificar la Iglesia y
para guiar a todos los fieles hacia su salvación en el paraíso. Soy
el Papa que quiere decir: padre de todos. Por ello llego a vosotros
en el nombre del Señor; y querría que vosotros, al mirarme,
pensaseis no en mi humilde persona sino en El, en Jesús, presente
en mi ministerio.
Una sola palabra tengo que deciros: que me siento, feliz de
encontrarme hoy entre vosotros! ¿Por qué me siento feliz? Porque
también Jesús, si estuviese aquí personal y visiblemente, como lo
estaba durante su vida temporal del Evangelio, se sentiría feliz.
El amaba a los niños; El amaba a la gente sencilla y pobre; El
amaba a quienes lo escuchaban. Vosotros, hijos queridísimos, sois
los preferidos del Señor y, por tanto, los preferidos míos, del
Papa, el cual tiene el gozo de hallarse entre vosotros, de
conoceros, de consolaros, de honraros, de bendeciros.
Más aún, os diré que mi alegría ha de ser la vuestra, porque
estáis los más cercanos a Cristo, precisamente por las condiciones
de vuestra vida, y sois los que mejor podéis entender que Cristo es
nuestro gozo, nuestra verdadera y suprema felicidad.
Yo querría que esta palabra quedase en vuestras almas, como recuerdo
de este encuentro: Cristo es el gozo y el consuelo de la vida. El es
el gozo porque da a nuestra vida su verdadero significado, su
dignidad, su seguridad. Es nuestro consuelo porque también El, el
Señor, ha sufrido, ha sido pobre, ha trabajado con fatiga, y hasta
fue puesto en la cruz. El nos entiende, El es nuestro compañero,
El es nuestro consolador. Jesús, hijos carísimos, es el defensor
de la gente pobre, Jesús es la esperanza de los míseros y de los
desvalidos! Es Jesús quien nos hace buenos, quien nos hermana,
quien nos da el sentido de la justicia, quien nos hace fuertes en el
sufrir y en el querer. Es Jesús quien perdona nuestros pecados. Es
El quien santifica nuestros dolores. Es El quien nos enseña a
amar. Es Jesús quien nos da la paz, la verdadera paz, con el pan
para esta vida y con el pan para la vida eterna, mejor que ésta. Es
Jesús el profeta de las bienaventuranzas.
Pues bien. Recordad este encuentro con Jesús y también estas
palabras para siempre: ¡Jesús es el gozo de nuestra vida!
Está para llegar El. Bajo las apariencias del Pan eucarístico,
Jesús, dentro de poco, se encontrará aquí.
¡Estará aquí para vosotros, niños!
¡para vosotros, enfermos!
¡para todos vosotros, fieles de Santa Cecilia!
¡Estará aquí para decir a cada uno de vosotros: Yo soy el pan de
la vida! Yo soy vuestro alimento, vuestro conforto, vuestra
esperanza, vuestra felicidad.
¡Jesús es el gozo de nuestra vida!
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