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En sus primeras Artes, Llull reforzaba sus argumentos dialécticos
con analogías sacadas sobre todo de la física de su tiempo —los
ejemplos, semblances o exemplis—, pero, a medida que se percató del
poder demostrativo de su dialéctica, abandonó esa práctica,
consciente de que los actos a nivel corporal son sólo figura de los
actos metafísicos. La analogía no produce certeza. Su Arte sí,
pues examina los actos a nivel de sus principios. Por eso mantendrá
las demostraciones clásicas, la propter quid y la quia y además
desarrollará su conocida demostración per aequiparantiam, en su
opinión la más demostrativa de todas ellas, por fundamentarse en
argumentos de congruencia a partir de los principios constitutivos de lo
real, mientras que los principios de donde parten las otras dos
demostraciones aristotélicas son las nociones universales de lo que es
conocido como causa, en el primer caso, y como efecto, en el
segundo.
Le Myésier ya afirmaba que en toda demostración tiene que haber un
medio demostrativo y lo demostrable. Ambos podrán tener las mismas o
diferentes condiciones de conocimiento, esto es, la misma o diferente
actualidad. Si tienen diferente actualidad, se podrá conocer lo
superior por lo inferior, o lo inferior por lo superior. En el primer
caso, se tiene la demostración quia, en el segundo la propter quid.
Cuando el medio demostrativo y lo demostrable tienen la misma
actualidad, entonces estamos ante la demostración per aequiparantiam.
Desde Aristóteles se sabe que nuestro entendimiento entiende
formando, y formando entiende; pues bien, cuando la forma viene
conmensurada con el acto que la alcanza, no puede haber error. Si hay
exceso de forma, por deficiencia del acto, aparece la
incongruencia[31] , el error. Esto es la demostración per
aequiparantiam de Llull, que tiene un rango superior a las
aristotélicas al ser éstas casos especiales, o desvíos de la
demostración luliana[32] .
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