2. LAS VIRTUDES DIVINAS

El Poder y la Sabiduría divinos no son contradictorios. Son virtudes supuestas como compatibles. Enunciados del tipo: “La sabiduría es poderosa”; “El poder es sabio” son tomadas como afirmaciones positivas sobre la existencia divina por Llull y Leibniz. Construir estos enunciados usando las demás virtudes divinas demuestra formalmente que no existen limitaciones en Dios. No puede suceder que las leyes de la naturaleza o el mismo Dios cree para sí mismo límites como el vacío o la falta de actividad en su creación. Por tanto será un error decir que Dios obedece a su Sabiduría o que la Sabiduría obedece a la Voluntad. Una virtud como la otra son planteadas como ilimitadas y no contradictorias[6] .

Desde el punto de vista luliano y leibniziano las Virtudes de Dios satisfacen la posibilidad de la existencia del sujeto de máxima perfección. Demostrada, para Llull, en los enunciados no contradictorios sobre sus Virtudes[7] . En los enunciados las virtudes se sustituyen unas a otras de la siguiente forma: La Bondad es Grande, La Justicia es Poderosa, La Sabiduría es Verdadera, La Grandeza es Buena, El Poder es Justo, La Verdad es Sabia, La Justicia es Grande, El Poder es sabio, La Bondad es Verdadera, La Justicia es Sabia... En estos enunciados las virtudes están definidas como no contradictorias y por ello unas se convierten con las otras, así como cada virtud y enunciado se convierte con la esencia del Ser que es su identidad ilimitada. La determinación no contradictoria de las Virtudes como su conversión entre sí y con la esencia divina demuestran para el intelecto la posibilidad de la existencia del Ser primero.

Las Virtudes en la naturaleza demuestran la existencia divina no sólo como posibilidad, sino como la realidad ostensible de un orden, de criaturas y acontecimientos, que se regula a sí mismo. Este juicio que nos lleva de la Obra –la naturaleza– al Máximo Artífice –Dios– hace parte del Ejemplarismo Medieval seguido por Llull y que Leibniz apreciaba, por la riqueza de consecuencias que se siguen de asumir la ostentación de la existencia divina en la participación de las criaturas, y de nosotros mismos, en las Virtudes de Dios.

En medio de la ostentación de las Virtudes de Dios y la posibilidad intelectual de su existencia encontramos la necesidad del orden natural. Esto implica que las leyes que regulan la naturaleza deben expresar la participación y la posibilidad de las virtudes de Dios en los fenómenos del mundo. Lo que las Virtudes establecen es una compatibilidad entre la posibilidad lógica y la realidad del ser que pasa por la necesidad de las leyes naturales. Por ello los argumentos de Llull y Leibniz contra la existencia del ocio o del vacío en la naturaleza sostienen la compatibilidad de las Virtudes de Dios como principios lógicos, naturales y metafísicos.

El conocimiento de Dios se obtiene através de los mismos principios –las virtudes– que se utilizan en el conocimiento de la naturaleza y del hombre. Esto crea una dependencia de orden ‘superior’ entre el conjunto de virtudes –principios primeros y fundamentales– los fenómenos naturales y el conocimiento humano. Cada vez que algún hecho en particular quiera demostrarse la demostración debe hacerse recurriendo a aquellos principios, si al explicar un fenómeno el recurso a las virtudes crea contradicciones entre ellas, como sucede para el vacío y el ocio en la naturaleza, la demostración es inválida y no corresponde a la realidad de los hechos como a la realidad del Ser divino.

Lo anterior, establece que un conocimiento general de Dios y la naturaleza requiere un conjunto de principios simples y universales no contradictorios. Sabemos que esto no sucede sólo en la metafísica sino para los sistemas formales en general.

El conocimiento humano necesita de un conjunto de principios que satisfagan su conocimiento del mundo y de Dios. Estos principios son las virtudes, que al mismo tiempo son fundamento ontológico y cognitivo: “Principios essendi[8] et cognoscendi”. Estas virtudes demuestran la posibilidad real del sujeto de máxima perfección y la existencia del primer Artifice. La Bondad, el Poder, la Gloria, la Eternidad, la Justicia, la Sabiduría, la Verdad, la Perfección, la Voluntad, forman un conjunto no contradictorio de principios simples en sí mismos[9] , que reunen lo que el hombre puede demostrar y conocer de Dios.

Para Llull estos principios cumplen diversas funciones de acuerdo a la obra –lógica, apologética, didáctica– y al término que usa para nombrar las virtudes divinas[10] . Estos principios simples y generales se pueden concebir desde diversos puntos de vista.Tenemos tres funciones para las virtudes de Dios, que son: Dignidad, Atributo, Potestad.

Dignidad es principio lógico: la forma en que Dios se muestra al intelecto según principios generales. En términos escolásticos, Dignidad es la palabra latina para el griego axioma[11] . Estos principios no dependen de otros[12] . Son el punto más alto de la cadena analítica y el primer recurso para el conocimiento. En diversos contextos Llull muestra el uso lógico de Dignidad. Un principio que reune en sí lo más general del conocimiento.

Por Atributos se entienden aquellas perfecciones divinas que pueden ser participadas por las criaturas[13] . Desde este punto de vista los Atributos son causa de la forma de ser de las cosas. El atributo es la referencia a un sujeto que tiene una cualidad o que la incluye porque actua según ella. Podría pensarse que equivale a la esencia en tanto que nos muestra lo que la cosa es en medio de sus actos. Vemos porque es tan importante para Llull conservar la forma sujeto-predicado de los entinemas clásicos. En ellos se enuncian las relaciones de atribucion, de cualidad y esencia propia de las cosas.

Desde el punto de vista de la Potestad, los principios revelan la finalidad de toda la creación. Las cosas son y perseveran en su ser gracias a ellos. Constituyen la propiedad de las personas de la Trinidad y su acción en el mundo al transmitir su fuerza perfeccionadora a la creación. La potestad tiene un cáracter meramente metafísico.

Los tres puntos de vista sobre las virtudes divinas son el fundamento para la construcción de un modo universal del saber. De este fundamento provienen el Ars Magna de Llull y posteriormente la Mathesis Universalis de Leibniz. Porque las Dignidades son los principios generales del conocimiento, los Atributos las causas de las cosas en su forma de ser y las Potestades la acción continua en la naturaleza de la perfección divina.

Las virtudes ‘gobiernan’ todos los planos del universo. Son los universales ante rem, in re y post rem. Universales anteriores a las cosas debido a su identificación con el ser de Dios antes de su existencia. Universales en las cosas, porque ellas constituyen las cualidades y las operaciones de las criaturas. Universales posteriores, porque el hombre conoce por ellas las criaturas y con su conocimento las orienta hacia la perfección de Dios.

Al conocer, el hombre explica el perfeccionamiento del mundo y su forma de ser con las Virtudes del creador. El principio demostrativo –dignidad– es al mismo tiempo la finalidad –potestad– de las cosas y la razón de su forma de ser –atributo–. Esta cadena deductiva que va de los primeros principios, más simples, a razones más complejas y que regresa nuevamente a los primeros principios, puede encontrarse también en la demostración geómetrica. El procedimiento es similar porque el punto de partida es un conjunto de definiciones, con ellas se explica un problema cuya resolución es admitida porque usa las definiciones propuestas. En estas demostraciones encontramos un círculo que parte de las definiciones y pasa por el problema, que para ser solucionado indica las definiciones del principio. Por circulares a este tipo de demostraciones se les denomina: autoreferenciales.

Lo anterior nos ayuda a iluminar la posición de Leibniz frente a las virtudes divinas.

En un fragmento de 1679[14] Leibniz reúne lo que para él son los principios más generales del conocimiento y los principios de algunas ciencias particulares. En los principios más generales toma las virtudes divinas y escoge algunos términos que pueden relacionarse con ellas. En el fragmento no queda claro, ni está explicado el porqué de esta búsqueda por sinonimias para los nombres de las virtudes de Dios:

Bonitas (Honestas, decus, commoditas, salus, benignitas, utilitas...)

Duratio (Constantia, stabilitas, perseverantia, firmitudo...)

Cabe preguntarse si Leibniz establecía ciertas precisiones en los principios para encontrar su generalidad en ciertos rasgos o cualidades. Podría compararse este fragmento con el Discurso de Metafísica donde en númerosos apartes encontramos que la naturaleza y sus criaturas poseen em diversos grados las Virtudes o como las llama Leibniz las Perfecciones de Dios. Acaso esta búsqueda de significados para las Virtudes no trata de presisar la participación de diversos estados del mundo en las Perfecciones divinas?

En el fragmento de 1676 –Si el ser perfectísimo existe[15] – Leibniz deja las sinonimias para establecer una definición de los principios. Define ‘perfección’ como un principio simple o no complejo. Para demostrar esta determinación de los principios presenta el siguiente problema: No se puede establecer la falsedad de la afirmación: A se contradice con B, porque ni A, ni B –al ser perefecciones– pueden descomponerse para hallar una contradicción. Por tanto lo que se define como perfección no es contradictorio, y así podemos concebir un sujeto que reúna todas las perfecciones sin cualquier límite: Dios.

Esta determinación de las Perfecciones de Dios, independiente del número o de los nombres que ellas tengan, establece la prioridad lógica de las Virtudes de Dios como el primer conjunto no contradictorio de principios generales para el pensamiento. La tarea intelectual de Leibniz entre 1666 y 1686 se dedicó en gran parte a la definición de un conjunto de principios primitivos para el pensamiento que sirvieran de base para todo conocimiento. Los Speciminia o el Alfabeto de los Pensamientos Humanos representarían en complejas fórmulas o algoritmos cualquier conocimiento lo que llevaría a uma reforma de todas las ciencias a la luz de estos primeros fundamentos: Las perfecciones divinas[16] .

En El Discurso de Metafísica de 1686 vemos que las Virtudes de Dios se consideran en su relación con el mundo y la manera en que su máxima perfección guia el plan divino para el mundo y el hombre[17] . El Discurso es uma obra póstuma escrita para rebatir a los cartesianos en especial Arnauld.

Los cartesianos atribuyen, según Leibniz, el origen de las primeros principios a la voluntad divina y por tanto la existencia de ellos depende de este arbitrio supremo. Leibniz argumenta que los primeros principios no pueden ser más que originados por la máxima sabiduría del creador que escoge los principios más perfectos para obtener el mayor número de consecuencias de ellos. La riqueza del mundo y su variedad de fenómenos obedecen a esta simplicidad y perfección que reside en las Perfecciones divinas. Leibniz quiere demostrar que las causas finales y las causas eficientes no son contradictorias en la naturaleza.

Hemos reunido en Leibniz tres puntos de vista similares a los de Llull sobre las virtudes de Dios[18] . Son los axiomas o principios más simples. Los atributos que, como la Bondad, identifican diferentes cualidades en las cosas y las Potestades que actuan según un orden de máxima perfección.

La discusión de Leibniz con Llull sobre el número de las perfecciones o sí la virtud Gloria está primero que las demás, puede quedar de lado al limitarnos, en estas líneas, al examen del uso de estos tres puntos de vista: axiomático, cualitativo-causal y metafísico.

Es notorio el énfasis que tanto Llull como Leibniz[19] hacen en las causas finales –las Potestades–. El sentido teleológico de las Potestades subordina los actos de las criaturas –debidos a los Atributos– y los actos de conocimiento –debidos a las Dignidades–, ya que lo que sucede en el mundo y lo que conocemos sólo es posible por la existencia de una finalidad. La finalidad es un perfeccionamiento constante que reside en Dios y sus virtudes que principiaron a las criaturas y con ello al saber. Sorprende que un mismo conjunto de principios –en este caso las Virtudes– sean en sí mismas un ciclo de actos: de Dios, del mundo, del conocimiento. Actos cuya finalidad es su principio y su transcurso se da en razón de estos aparentes extremos, la naturaleza y el conocimiento, que son lo mismo em la unidad del Ser supremo.

Las llamadas causas eficientes –atributos de las cosas– no están subordinadas a las causas formales –principios del conocimiento– dado que son parte de las causas finales, como instancias de un acto que transcurre en el mundo según la finalidad[20] . Por ello las contradicciones aparentes del tipo: existe el ocio en la naturaleza. Donde una causa eficiente es identificada a una causa formal creando la incompatibilidad en las causas finales, se disuelven en las demostraciones elaboradas desde las Virtudes, que contienen –virtualmente– estos tres modos. Porque en Dios la contradicción esta disuelta en su ilimitada compatibilidad.

De estas tres perspectivas sobre las virtudes de Dios y su compatibilidad[21] ambos autores quieren construir una Ciencia General. En que la no contradicción de los puntos de vista sobre las virtudes y la continuidad de sus actos une el conocimiento de la naturaleza y los decretos de Dios.

Si Dios es la fuente de los principios rectores del conocimiento, como de las causas de las cualidades de las cosas y del perfeccionamiento de las almas, ningún acto de Dios tiene un termino o un momento pasivo. Esta concepción de las virtudes nos habla de una acción continua. Un constante actuar de las virtudes en sus diferentes puntos de vista. Por tanto cuando se encuentre una contradicción en el uso de alguna de ellas, se transmitirá a la forma de concebir los fenómenos y a los principios del conocimiento como se verá a continuación.