IV

La tesis fue abriéndose paso y ganándose prosélitos.

La Teología Paulina sobre Jesucristo[13], tan manejada por los SS. PP. impugnadores de Arrio[14], ofrece los cimientos. Todo ha sido criado por y para Cristo; Adán en su estado de inocencia era imagen de Cristo, ya porque creado a semejanza de Él, ya porque lo prefiguraba; Adán, todavía en justicia original, había sido iluminado para conocer la futura encarnación del Verbo; ésta es la primera y más excelente de todas las obras divinas, la fuente de todas las gracias sobrenaturales para lo ángeles y para Adán en su estado de inocencia; la causa de nuestra predestinación es la predestinación de Cristo, el cual, como hombre, es el primogénito de la creación y la causa final de la misma.

Aunque no hay texto patrístico alguno que explícitamente diga que aun sin pecado de Adán el Verbo se habría encarnado, y aunque los textos escriturarios mezclan siempre con aquellos conceptos sobre Cristo el de la reconciliación por Él y redención por su sangre; una vez presentada así la encarnación como clave de toda la economía de la gracia, era lógico distinguir entre encarnación en carne pasible para redimir y encarnación no vinculada a la redención.

En el siglo XIII la doctrina común y corriente era la antigua tradicional, que consideraba esencialmente ligados ambos misterios[15]; pero los más afamados teólogos no dejan de proponerse la cuestión de si no habiendo pecado Adán se habría encarnado el Verbo divino.

Alejandro de Halles, partiendo de que el bien es difusivo de su ser, contempla la divina difusión ad intra, en la Trinidad, y puesta, por la creación, la difusión ad extra, que no sería la máxima posible si no hubiese encarnación, concluye: "ergo posito quod ipsa [creatura humana] non esset lapsa adhuc ei uniretur summum bonum"[16]. Lo mismo deduce de la consideración de que el hombre es beatificable en su conocimiento sensitivo, y esta beatificación no la alcanza el sentido humano en la naturaleza divina, y sí, según Agustín, cuyo texto aduce, en el cuerpo del Hombre-Dios. Hace suya, además, la opinión de San Bernardo, según la cual Luzbel cayó por envidia al prever la encarnación; de donde deduce Alejandro que Luzbel hizo caer a Adán para ver de impedirla.

San Alberto Magno tiene por más probable que sí[17].

San Buenaventura enseña que sólo Dios puede saberlo; que a juzgar por la razón parece más probable que sí; pero concuerda más con la piedad de la fe y con las autoridades de los Santos el negarlo[18].

Santo Tomás de Aquino, aunque en su juventud había atribuído igual probabilidad a ambas opiniones[19], en su obra definitiva, la Suma Teológica, tiene por más probable la negativa[20]. Es interesante seguir un poco su pensamiento; dice que no es creíble que el primer hombre antes de pecar ignorase el misterio de la encarnación, y asegura que tuvo fe explícita en ella, en cuanto se ordenaba a la consumación de la gloria, pero no en cuanto se ordenaba a la liberación del pecado por la pasión y la resurrección, porque no tenía presciencia del futuro pecado[21]. En el lugar en que se trata ex profeso la cuestión deduce la conveniencia de la encarnación no ya de la idea de la redención, sino de la propensión comunicativa del Sumo Bien[22], pero recorta el concepto diciendo: "conveniens fuit Deo secundum infinitam excellentiam bonitatis eius ut sibi eam (la naturaleza humana) uniret pro salute humana"[23]. A continuación afirma que por la encarnación "non minuitur ratio reverentiae ad Deum, quae augetur per augmentum cognitionis ipsius"[24]; pero contrapone que ese mayor conocimiento, que por la encarnación se obtiene, no hubiese sido necesario si el hombre se hubiese conservado en gracia, porque "habría sido llenado por Dios de luz de divina sabiduría y perfeccionado en la rectitud de la justicia para conocer y hacer todo lo necesario"[25]. Por tanto, sólo el argumento de la peculiar comunicabilidad del Sumo Bien queda a favor de la encarnación sin finalidad redentora, en la cuenta de Santo Tomás; y como esa comunicabilidad se traduce en realidades por sola Su libérrima voluntad, y de ésta no tenemos más noticia que lo que Él se ha dignado revelarnos, y en los datos de la revelación siempre aparece unida a la encarnación la finalidad reparadora, deduce Santo Tomás que es más probable que, de no haber pecado Adán, no se habría encarnado el Verbo.