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Según Llull, todo lo creado es principiado y hecho a partir de unos
principios universalísimos —bondad, grandeza, duración, poder,
sabiduría, voluntad, virtud, verdad y gloria— que en Dios se
encuentran con una modalidad divina, constituyendo su Acto puro de
Ser. De todas maneras, cabe distinguir diferencias, no sólo entre
cada uno de esos principios entre sí, sino también entre ellos y sus
actos intrínsecos y naturales.
Afirmando la diferencia entre el principio y su acto, Llull se separa
definitivamente, ya de entrada, de todas aquellas filosofías[14]
que, identificando ser y acción, conceden primacía a lo dinámico
sobre lo entitativo, de tal modo que de alguna manera el ente se
autorrealizaría mediante su propia actividad. Algunas de estas
posturas llegan al extremo de concebir lo absoluto como resultado del
devenir.
Muy lejos se sitúa de esta actitud el pensamiento luliano. Cuando
define los principios universales, Llull empieza por afirmar que lo
valioso en sí es la perfección propia de cada principio, y es
precisamente por la fecundidad de esta perfección actual que se explica
el dinamismo de su comunicación. Llull distingue, por tanto, entre
el principio y sus actos, y fundamenta estos últimos en el primero.
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