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Después de esta sucinta presentación del Ars, y antes de entrar en
la descripción de su funcionamiento, cabe hacer dos rápidas
observaciones.
En primer lugar, digamos que el Ars luliano no constituye una
lógica, sino el conjunto de todas las lógicas. De hecho, al
considerar todos los entes del punto de vista del acto de ser, Llull
consigue obtener su unidad. Solamente esta perspectiva, la
perspectiva del acto, torna posible una unidad trascendental.
Obsérvese que no sólo las formas físicas y metafísicas son actos;
los conceptos y las palabras también lo son. Ahora bien, cualquier
acto, en la medida en que lo es, es inteligible y por consiguiente
lógico. Por tanto, además de la lógica de los conceptos, habrá
una lógica de las palabras y una lógica para cada ente físico y
metafísico. Una es la lógica de Dios y otra la de los hombres;
otra la de los animales, etc. Esto se debe al hecho de que existen
diferentes niveles de actualidad en el universo de los entes.
Aristóteles, que atribuyó a la substancia una mayor actualidad que
al accidente, lo sabía, y por este motivo situaba la unidad de las
categorías[19] en otro acto exterior a ellas: el acto del juicio.
En el juicio pensamos simultáneamente el sujeto con el
predicado[20] . En el aristotelismo, por consiguiente, es el ser
del pensamiento el que en definitiva unifica.
Llull, al contrario, unifica todos los entes considerándolos bajo la
perspectiva del acto de ser, pues de hecho el sentido propio del ser
corresponde al acto. Aristóteles sabía perfectamente que el ser del
juicio se refiere a otro sentido del ser, un sentido incapaz de
“manifestar que cualquier naturaleza de ente se encuentra fuera de la
mente”[21] . Por este motivo el ser del juicio “no permite
considerar las causas y principios del ente en cuanto ente”[22] .
Este es precisamente el obstáculo que Llull supera al construir una
lógica del acto que considera el ente a partir de sus
principios[23] .
Al situar el conocer en la perspectiva del acto y no en la de la
operación, Llull se abre camino para la consecución de una completa
coordinación de los conocimientos, una integración, un pensar
unificador de la multiplicidad, que ha sido la nota que desde siempre
lo ha caracterizado.
Todas las regiones del ser caben en el Ars luliano: Dios, la vida,
el arte, el hombre, la técnica, la ciencia: todo[24] .
Al pretender unificar a partir del acto de ser, el Ars tendrá que
fundamentarse en las intentiones primae o signos mentales de las
realidades exteriores, y acabará siendo tanto una Lógica como una
Metafísica. En el primer capítulo de la Introductoria Artis
demonstrativae[25] Llull así lo confirma: “La metafísica
considera las cosas que están fuera del alma, en cuanto convienen en
la razón de ente. La lógica sin embargo las considera según el ser
que estas cosas tienen en el alma, pues trata de ciertas intenciones
que obtenemos de las cosas inteligibles, a saber, del género, de la
especie y otras semejantes, y también de aquellas otras que consisten
en actos de la razón, como el silogismo, la consecuencia y otras
tales. No obstante, esta Arte, como suprema de todas las ciencias
humanas, considera indiferentemente el ente según éste o aquel
modo.”[26] El Ars es pues una lógica de las lógicas, una
lógica primera de actos, un Logos, que abraza todo el Ser, porque
el Ser, siendo acto, es inteligible[27] .
En segundo lugar, cabe indicar que el mecanismo del Ars es al mismo
tiempo inventivo y demostrativo. Recuérdese que la primera
denominación que tuvo el Ars era Ars compendiosa inveniendi veritatem
(ca. 1274) y entonces se entendía por “inventiva” una lógica
calcada sobre los Tópicos de Aristóteles, esto es, una lógica de
lo verosímil, con argumentos probables y no demostrativos[28] .
El Logos de que hablábamos antes es pues la unificación de una
dialéctica. De hecho, el método de la Arte es dialéctico;
enseña a formular preguntas y a solucionarlas por medio del
descubrimiento de diversas proposiciones compuestas —las consequentiae
materiales bonae simpliciter— de diversos tipos, entre las cuales el
artista deberá optar por una de ellas, apoyándose en las reglas de
inferencia de la lógica proposicional. Sin embargo, el conjunto
argumentativo del Ars se fundamenta, como ya se indicó, sobre las
primeras intenciones, y ésta es la principal diferencia entre ella y
los Tópicos de Aristóteles.
El Ars permite analizar el ente a partir de sus principios. La
materia de sus argumentos son los principios en Dios, o los diversos
niveles de sus combinaciones en las criaturas, de tal modo que abraza
todos los contenidos del pensamiento, pudiendo incluir hasta una
temática de fe[29] . La forma mediante la cual esta materia se
trabaja viene dada por el segundo grupo de principios —diferencia,
concordancia, contrariedad, principio, medio y fin, e igualdad,
mayoridad y minoridad— actuando como condiciones de veracidad. El
método es pues dialéctico. Además, como todo el Arte converge en
el acto de ser de lo real, su aplicación no termina, como hacía
Aristóteles, en las relaciones entre los predicables —géneros,
especies, accidentes y propiedades—, sino que se prolonga hasta las
primeras intenciones.
Dos consecuencias importantes se derivan de esto: en primer lugar,
las proposiciones que el artista podrá extraer son infinitas. Así lo
recuerda el mallorquín: “Por tanto, mediante esta Arte podemos
encontrar infinitas relaciones, y de acuerdo con ellas formar diversas
proposiciones” [30] .
En segundo lugar, habrá que decir que las relaciones descubiertas con
la ayuda del Arte son relaciones reales entre cosas existentes y por
tanto pueden dar veracidad real a las inferencias, lo que no sucede con
los tópicos aristotélicos que, al ser procedimientos elaborados sobre
segundas intenciones, se aplican a cosas no necesarias, que pueden no
tener entre si ninguna relación real. La tópica luliana, por ser de
primeras intenciones, posee una dignidad epistemológica superior; sus
argumentos son necesarios, y por tanto demostrativos.
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