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Una contradicción entre los puntos de vista sobre las virtudes de
Dios genera una incompatibilidad de Dios con su creación. Esta
contradicción es solo aparente, pues no se encuentra en la realidad,
ni en la realidad de la naturaleza ni en la de Dios. Tanto Llull
como Leibniz recurren a esta apariencia contradictoria para construir
sus argumentos contra el vacío y el ocio que modifican la concepción
de la naturaleza y de la acción de Dios en el mundo.
Platzeck en su artículo sobre estos filósofos alude al conocimiento
que tenía la filosofía natural[22] sobre el horror que tiene la
naturaleza por el ocio y el vacío. Leibniz escribió para la princesa
Sofia que el vacío aceptado por la física de Newton y los
cartesianos contradice a las virtudes divinas. Para Llull, desde la
naturaleza divina es imposible pensar que los actos propios de las
virtudes de Dios hayan dejado de suceder, antes, en el momento y
después de la creación.
La naturaleza no tiene instantes de absoluta pasividad ni contiene una
relación absoluta entre vacío y materia. Es el intelecto quién
desea limitar tanto a la naturaleza como a Dios. Desde el pensamiento
luliano y leibniziano defender el ocio o el vacío genera una
contradicción entre las virtudes de Dios porque se pretende inferir de
una forma particular de conocimiento una ley de la naturaleza. Por
ello se genera una paradoja en los principios que rigen el conocimiento
y el ser.
Decimos que la contradicción es aparente por la inherente limitación
del conocimiento humano. Como lo dice Leibniz, queremos que el mundo
y hasta Dios se comporte como nuestro fragmentario conocimiento lo
dicta. Llull diría que las concepciones humanas no pueden determinar
lo que ellas mismas no pueden concebir, las virtudes divinas. Cuando
el intelecto humano se depara con una contradicción es por sus propias
limitaciones y no porque la naturaleza carezca de razón.
Siguiendo el camino de la contradicción aparente Llull y Leibniz
reducen al absurdo tanto el vacío como el ocio en la naturaleza. Las
virtudes de Dios como principios primeros no pueden generar
contradicción.
El libro de la posibilidad
En las innúmeras discusiones de Llull con los musulmanes y los
maestros de Artes de la Universidad de París se trataron las
siguientes cuestiones:
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a) La acción conjunta de las virtudes de Dios.
b) La imposibilidad que tiene el hombre de percibir y conocer las
virtudes de Dios.
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En el primer caso, la acción conjunta de la Bondad, la
Sabiduría, el Poder, la Justicia, la Perfección... debía
ser mostrada tanto para el origen del mundo como para los estados
subsecuentes de la naturaleza. La pregunta a la que debía responder
Llull es como un mismo Dios actua y crea el mundo a partir de sus
virtudes sin que ellas sustituyan al mismo Dios o que Dios actue
independiente de ellas. En este caso Llull enfrenta argumentos del
tipo: la Bondad no es una virtud divina. O este otro: Dios no
puede tener virtudes que nos hagan pensar en una acción múltiple
cuando se le concibe como la unidad. Este último es un típico
argumento islámico. Llull podía responder según los diferentes
puntos de vista que tiene sobre las virtudes de Dios. En este caso
utiliza la perspectiva del Atributo y la Potestad.
Como ya vimos, las virtudes como Atributos son la causa de la
cualificación de las cosas y la Potestad la via que determina Dios
para la realización de esas cualidades.
La Bondad es Atributo en tanto las cosas poseen esa cualidad y
tienden hacia ella, perfeccionándose cada día. Como Potestad, la
Bondad es el fin de perfeccionamiento que las cosas tienen en sí
mismas y a donde conducen sus actos particulares. Si se negara la
Bondad en estos dos aspectos se negaría la acción de Dios en las
cosas.
La Bondad como atributo nos recuerda el ejemplarismo luliano, recurso
que nos ayuda a encontrar los trazos del creador en las criaturas. O
como dice Goethe preguntándose respecto de la luz: acaso sin su
presencia en nuestros ojos podríamos percibirla? Lo mismo sucede con
la Bondad: sin la definición de este Atributo, como demostraríamos
su presencia en las cosas. Podríamos conocerla?
Por tanto la acción de la Bondad es un acto propio de Dios y de sus
virtudes. De ahí los enunciados: La Bondad es Grande, la
Justicia es Buena, la Verdad es Buena.
En el segundo caso Llull tiene que enfrentar el intelectualismo de la
ciencia lógica que elimina la posibilidad de concebir lo múltiple como
no contradictorio. Es decir que si Dios posee virtudes el hombre debe
explicar satisfactoriamente por qué Él es Bueno y Magnifico, Justo
y Verdadero, sin dejar de ser Dios; o como entender lo Justo y lo
Magnifico en las cosas cuando de ellas sólo conocemos estados
cambiantes y contradictorios. Es decir, que un A no puede ser al
mismo tiempo Justo y Magnifico por principio lógico.
Llull recurre a las Virtudes tomadas desde el punto de vista lógico
como Dignidades, o sea, los principios más generales y simples del
conocimiento. El argumento luliano explica que los carácteres más
universales no son contradictorios en sí mismos y por tanto explican la
existencia de su unidad en Dios. De la misma forma los conocemos en
las cosas. Por tanto, un A que es bondadoso puede ser justo porque
según la definición de Dignidad, no son contradictorios. El
argumento luliano posee una estructura sutilmente analítica pues
debemos aceptar ciertas definiciones para confirmar el resultado del
argumento.
La natural limitación del intelecto humano impide percibir en un solo
acto de conocimiento los actos del creador en sus diferentes puntos de
vista. Por ello para cada acto ilimitado del Ser existen otras
posibles acciones discretas del intelecto. Así, el Ars Magna es un
método de conocimiento en que el intelecto recoge y demuestra los actos
de las virtudes de Dios en las diversas formas en que aparecen para el
conocimiento.
El mundo deviene un libro de posibilidades, pues, la posibilidad pura
para el intelecto esta en los principios activos del Ser: las
Virtudes. Si Dios es la acción axiomática, cualitativa y
perfeccionadora, el hombre argumenta según estos puntos de vista sobre
los actos de Dios y demuestra que la posibilidad de estos actos es
ilimitada para el conocimiento y para la naturaleza.
Los argumentos lulianos disuelven el “horror al ocio” al ser
virtualmente activos. Cada argumento demuestra un punto de vista sobre
los actos del Ser y deja otros por demostrar, ya que cada acto del
Ser contiene diversos puntos de vista sobre la acción de las
virtudes.
Con un uso similar de las virtudes de Dios Leibniz enfrentará la
física de su tiempo en contradicción con su ciencia general del ser y
el plan divino de la Théodicée.
Máquina dentro de máquinas
Leibniz no se convencía de la existencia de una ley natural de
movimiento –la gravedad– que podría actuar a distancia entre los
cuerpos. La mecánica newtoniana funcionaba, como un conjunto de
leyes sobre el movimiento, porque existen en el espacio vacíos que
permiten la acción de las fuerzas en los fenómenos físicos.
El espacio, aunque absoluto y real para los cuerpos, es discontinuo
para los fenómenos del movimiento. Leibniz pensaba que si el espacio
es una realidad para los cuerpos y el movimiento un accidente de los
mismos, desde el punto de vista de Newton no tendríamos como
distinguir sustancias de accidentes. El vacío seria una propiedad del
espacio sin ser propia de los cuerpos, a pesar de permitir que ellos se
muevan en el espacio. Las cosas y sus afecciones tendrían una
relación como la que tiene un grupo de personas con un solo abrigo; lo
intercambian entre sí e ignoran a quíen pertenece[23] .
Esta indefinición de los accidentes respecto de las sustancias crea
otro problema. Mientras el abrigo es usado por una sola persona las
otras deben aguardar por un turno para usarlo. Por este motivo en la
física de Newton los accidentes ocurren porque una voluntad lo quiere
así. Es necesario pensar en un agente mecánico –primero– que elige
a quíen le corresponde el abrigo. En palabras de Leibniz el
‘reloj’ –la naturaleza– necesita del ‘relojero’[24] –Dios–
porque la máquina necesita de vez en cuando cuerda
–‘voluntad’[25] – para funcionar.
A la indiferencia entre accidentes y sustancias se suma la afirmación
de Newton que dice que el espacio es: ‘sensorium Dei’[26] .
Dios tiene como propiedad el espacio y por eso el espacio es absoluto.
En las criaturas, en cambio, el espacio es un accidente y por ello
Dios debe verificar que los accidentes de los cuerpos se realicen en
los fenómenos. Opera, de esta forma, como el primer mecánico de la
creación. También se cumple para Él la incapacidad de distinguir
qué es accidente y qué sustancia. Por ello la naturaleza se
lentifica o está ‘ociosa’ porque espera a que Dios redistribuya en
su ‘sensorium’ las fuerzas, los vacíos y los cuerpos para que los
fenómenos ocurran.
Estas paradojas las atribuye Leibniz a la elección de ‘causas
ociosas’[27] para explicar las operaciones de Dios y las
criaturas. Una de estas causas ociosas sería afirmar que el espacio
es absoluto porque es una propiedad divina[28] –el sensorium–.
Como bien lo demuestra Leibniz, bajo esta idea no se llega a explicar
una cantidad suficiente de fenómenos. Otro problema es que si el
espacio es una propiedad de Dios, implica que Dios actua sólo por
Voluntad en contradicción con su Sabiduría[29] y Perfección,
puesto que la máquina natural necesita de ‘cuerda’ para funcionar.
Finalmente la compatibilidad entre causa primera y causas secundarias
simplemente estaría confundida en la Voluntad del Creador sin ninguna
explicación o razón que demuestre esta misteriosa unión: la causa
primera mezclada con las causas segundas sin ninguna razón que las
explique ni las relacione.
Cuando este debate sucedió Leibniz estaba cerca de fallecer. La
última carta de Samuel Clarke esta fechada días antes de la muerte
del célebre bibliotecario. Entiendo que la madurez del pensamiento
leibniziano permite afirmar que en esta disputa con el traductor de los
Principia estan reflejadas las ideas matrices de Leibniz.
Desde su juventud a Leibniz le inquietaron las catégorias más
generales del conocimiento humano. En los géneros generalísimos
clásicos no encontró la universalidad que buscaba. En el Ars
combinatoria[30] plantea que es el orden relacional de estos
principios lo que modifica nuestra comprensión de ellos. El problema
no será hallarlos porque, como el mismo Leibniz dirá, es imposible
encontrarlos en el mundo pues en él son tan rudimentarios que
decepcionan nuestras búsquedas. El problema es demostrar que estos
principios simples y primitivos se encuentran relacionados e implicados
en razones más complejas y están presentes en los fenómenos del
mundo. El término clave es orden, porque se quiere demostrar que
principios más complejos se explican y se relacionan con otros no
complejos y más generales.
Una vez más, lo que contradice el orden de las causas secundarias
afecta a la causa primera por la forma en que se concibe la realidad de
esta relación dentro de lo que suponemos orden natural. La discusión
con los newtonianos es sobre el orden de lo que concebimos como realidad
y lo qué es.
Leibniz considera, como Llull, que el orden real y la realidad de
las cosas es superior a ellas mismas. Es el orden de Dios y sus
virtudes que son los principios simples y primitivos de todo saber.
También existen leyes naturales, demostrables por principios.
Leibniz da como ejemplo que un cuerpo que se mueve circularmente
alrededor de un centro terminará escapando de su trayectoria por la
tangente del circulo. Esta ley no la puede irrespetar Dios. Por
tanto, pregunta, cómo se puede pensar que Dios ordene su creación
para romper Él mismo con ese orden?
La coincidencia de nuestro pensamiento con la realidad de las cosas,
es decir, la demostración del orden de los primeros principios y de
las causas secundarias según lo que concebimos en el intelecto y
comprendemos en los fenómenos es lo que Leibniz muestra en los
principios de razón suficiente y de indiscernibles.
Desde los primeros principios y el orden complejo en el que se
encuentran, cada criatura o hecho tiene una razón para ser determinada
así y no de otra manera –principio de razón suficiente[31] –.
Por ello en el Arte Luliano cada Virtud opera como la posibilidad de
concebir, de dar una razón para cada acontecimiento del mundo y del
conocimiento.
De lo anterior se deriva que cada cosa o hecho es concebible según las
razones que lo explican en su propio estado o circunstancia. Cada
estado es indiscernible en sí mismo de otro que le siga porque se
explica según sus propias razones que también son los primeros
principios. Por tanto para cada principio o razón existe una serie
posible de estados donde se muestra de forma diversa o bajo diversos
puntos de vista. Esto nos recuerda que en el Ars luliano para cada
acto de las virtudes divinas –razones primeras– hay diversos puntos de
vista para el conocimiento. Ejemplo de ello es la Escala del
Entendimento Humano en la cual se encuentran diversos grados de
participación de las criaturas en las virtudes de Dios desde el fuego
hasta el cielo. Cada grado de la escala expresa desde su punto de
vista el orden de las razones primeras.
Sin estos principios: razón suficiente y de indiscernibles ignoramos
cuál es el orden real y a la vez concebible de las cosas.
Estos dos principios tienen como supuesto la compatibilidad de las
razones primeras: las virtudes de Dios. En la discusión con Clarke
la contradicción entre Voluntad, Sabiduría y Perfección no
permite distinguir en los hechos del mundo qué corresponde a los
accidentes y qué es lo concebible de las sustancias.
La posición de Clarke excluye el principio de razón[32] porque
con una contradicción –Voluntad contra Perfección– queremos
explicar fenómenos concebidos como indiferenciados: el vacío, el
espacio, el movimiento y los cuerpos.
He llamado a este capítulo ‘máquina dentro de máquinas’ porque los
principios primeros –las virtudes– se comportan activamente sin ser
‘mecánicos’ es decir sin precisar de generadores de fuerza. En el
Ars combinatoria Leibniz pensó un cálculo que permite determinar los
diversos ordenes o complejizaciones en que los principios se disponen:
un sistema de posibilidades donde podríamos encontrar tanto las razones
como los estados complejos que ellas explican.
Tenemos así, en los primeros principios, una máquina que incluye
virtualmente todas las máquinas posibles. El mundo natural es una
máquina de máquinas. Al observar las criaturas y los fenómenos
encontramos la inclusión continua de máquinas sin llegar a percibir un
mecánico que las hace andar. Por ello diría Leibniz que Dios no es
intramundano –no es el relojero de la creación– sino supramundano.
Trasciende la cadena virtulamente ilimitada de sus máquinas.
Cada máquina de la naturaleza lleva en sí las razones suficientes que
la explican en sus posibilidades y que en la naturaleza están
determinadas necesariamente por las leyes que rigen los fenómenos. El
conocimiento humano demuestra la necesidad de las leyes desde la
posibilidad de sus razones primeras que trascienden a toda máquina
natural y a todo acto de conocimiento. Por ello el intelecto se ocupa
del trabajo de establecer, para las leyes, su conveniencia con los
primeros principios y, respecto de los hechos del mundo, la necesidad
de unas leyes que los expliquen. La conveniencia[33] es la
relación compatible entre causa primera y causas secundarias en los
fenómenos. La necesidad es la relación no contradictoria entre las
leyes que rigen los hechos y el conocimiento que tenemos de ellas
gracias a los primeros principios. La conveniencia es la profesión de
fe del filósofo que observa las causas secundarias desde los primeros
principios. La necesidad es la base de la ciencia general de las leyes
de la naturaleza construida desde nuestro conocimiento del mundo y su
relación con los primeros principios.
El principio de razón suficiente lleva en sí mismo la coincidencia
entre los estados del mundo y las razones que los determinan. Porque
cada posibilidad de hechos es demostrable y determinable por el
principio de indiscernibles. Según esto es posible encontrar la
razón de cada hecho y saber por qué se cumple necesariamente en la
naturaleza. Las leyes naturales rigen en cada fenómeno de esta forma
y por ello son necesarias. Lo que sigue entonces es un recuento del
orden de las razones y los hechos para establecer las leyes que se
cumplen necesariamente y la conveniencia que existe entre ellas y los
primeros principios.
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