|
Comienzo, fundamento y razón de todo quehacer luliano es, pues, el
objetivo misionero, es decir, la conversión del infiel. Un objetivo
que está fuera de las coordenadas en que se movían los intelectuales
cristianos de su tiempo. Todo lo que en Lulio tiene parecido con el
común discurso intelectual de la época tiene que ser interpretado
siempre desde esa determinante perspectiva, es decir, ha de tener su
explicación en las constantes apologéticas que determinan la obra de
Lulio en general, y su teología en particular. Estas constantes se
reducen a una doble finalidad: de un lado se persigue que el creyente
alcance una mayor comprensión y vivencia moral de su fe, mientras la
otra se propone proporcionar a ese creyente un instrumento para la
acción misionera. Por eso la acción misional, en el caso de
Lulio, no sólo se ocupa de los infieles, destinatarios naturales de
la acción misional, ni de los medios para realizarla, sino tambien
intensamente del actor, del misionero. Metodológicamente el
misionero es el primer destinatario de la incansable actividad luliana
como escritor y punto de referencia de su pensamiento.
Esta prioridad del misionero (por misionero entiende Lulio todo
cristiano obligado a conocer y propagar su fe) como destinatario
inmediato de sus escritos, sin embargo, no sólo obedece a la lógica
de su programa y metodología, sino que se convierte en condición de
producción del sistema. La labor persuasiva del misionero se
fundamenta y se realiza a través de los elementos que constituyen el
proceso de formación propio. Los argumentos que convencieron al
propio misionero son los mismos argumentos que convencerán al
destinatario final. El pensamiento luliano, su Ars como instrumento
apologético y argumentativo debe considerar y repetir el proceso
operado en el mismo sujeto que pretende convencer al infiel o
simplemente al 'artista' del Arte luliano.
El Ars de Lulio no se inscribe en la normal transmisión del saber,
sino que se presenta como obra de autor (Ars Raimundi), algo nuevo
en la cultura medieval y causa, sin duda, de la profunda
incomprensión del sistema. Lulio presenta el Ars como punto de
llegada de un proceso personal. El calificarla como don divino y la
constante referencia autobiográfica explican y definen
constitutivamente su estilo y pensamiento. La comprensión intelectual
de los artículos de la fe sirve tanto para describir el punto final del
esfuerzo personal del misionero y del artista como punto final de todo
esfuerzo de cara al infiel o al fiel cristiano como alumno del Ars,
para Lulio el método más eficaz y seguro para llegar a comprender
racionalmente la fe cristiana.
Las obras de Lulio se dirigen fundamentalmente al posible actor de la
acción misionera. En ellas se intenta simple y llanamente lograr que
el cristiano tome conciencia de su fe, es decir que la entienda. Pero
esto no sólo para satisfacción personal sino para hacerla entender a
los que no creen.
Lulio es uno de los pocos pensadores medievales que da cuenta de su
vida. En la Vita coaetanea, autobiografía escrita en Paris el año
1311, informa que tomó la decisión de entregarse al servicio de
Cristo y dedicarse a la conversión de los infieles hasta dar su propia
vida. Este propósito fundamental se completaba con otros dos
objetivos: escribir "el mejor libro del mundo" contra los errores de
los infieles y solicitar de "papas y reyes" el apoyo de un programa de
misión fundado en ese libro.
Estos tres propósitos fueron la pauta de su vida. Por encima de todo
quiere Lulio la conversión del infiel. Para ese objetivo se plantea
una primera reflexión surgida de la real experiencia de la convivencia
en Mallorca de cristianos, musulmanes y judíos. Lulio, como
ningún otro pensador medieval, había estudiado profundamente otras
religiones y se daba cuenta que también los judíos y los musulmanes
creen y, sin embargo, es aquello que creen una mentira. El verdadero
creyente tiene que estar convencido que aquello que cree es la verdad
absoluta. La misma experiencia le enseñó que los otros creyentes
están tanto o más firmes en su fe que los cristianos. Un método
para convertir infieles tiene que romper ese rígido círculo de
relaciones entre creyentes convencidos de poseer la única verdad. La
busqueda de un nuevo método parte, pues, de una simple advertencia:
en las discusiones entre creyentes la fe no es criterio de verdad, el
único criterio de verdad es la razón. De ahí y del hecho de que
Dios puede ser conocido, es más, quiere ser conocido (Desconhort
XXX, 349) se sigue una devaluación del creer, aunque no del
contenido de la fe: el creer es frente al conocer una forma deficiente
de acercarse a Dios.
En la primera cuestión de la Disputatio eremitae et Raymundi super
aliquibus dubiis quaestionibus (MOG IV, 226) manifiesta
Lulio sin ambages que la fe sola tiene su importancia, pero sólo para
aquellas personas que intelectualmente no les es posible subir por
encima de la fe simple. Lo que le falta a la fe es que ella, como
tal, no puede ser criterio de verdad. En el Libre de
desmostraciós, cuya primera parte trata de las posibilidades de la
razón para comprender los artículos de la fe a través de razones
necesarias, dice que razón y sabiduría concuerdan en el conocer,
mientras fe e ignorancia en la fe sola. Para Lulio está claro que la
fe se puede equivocarse pero la razón jamás: "Creencia puede estar
en verdad o en falsedad, es por eso que fe no hace distinción entre
verdadero y falso, por eso como la razón hace distinción entre
verdadero y falso conviene que todo lo que es razonable sea verdadero"
(OE II, 144). El fundamento de esta simple constatación
está en el hecho de que la fe cree sin dudar y la razón examina entre
lo verdadero y lo falso.
Esta simple idea que la fe sola no es garantía de verdad no quedó en
frase hueca, sino que todo el pensamiento luliano está empapado de
ella. Esta idea es inseparable de la convicción que el Cristianismo
es verdadero por discurso racional. La seguridad subjetiva que da la
fe es tan poco garante de la verdad como la apelación a autoridades.
Según Lulio puede un misionero referirse a todas las autoridades y
milagros de santos para convencer a una persona sencilla, ante una
persona inteligente sería éste un método falso (Libre de
contemplació, 167, 10-11). Si con los judíos sería
posible encontrar una autoridad común, con los musulmanes la
"disputatio per auctoritates" estaría totalmente fuera de lugar. En
el Libre del gentil ya deja bien claro que a los representantes de las
religiones no les queda otra solución que dejar a un lado sus libros
sagrados y buscar un consenso a través de la razón. De ahí la
necesidad de su "mejor libro del mundo" pues "los infieles no aceptan
las autoridades de los fieles, sólo aceptan los argumentos de la
razón" (ROL IX, 221). Santo Tomás afirma lo contrario:
"Argumentar por autoridades es lo especifico de la ciencia
teológica" (S.Th. I, q. 1, a. 9). Lulio en toda su obra
apenas cita un texto bíblico o patrístico, y cuando lo cita es para
demostrar la superioridad del entender sobre el creer.
Consecuentemente no se cansa Lulio de criticar los daños que causa
una práctica misional que parte de la idea de que la fe católica está
por encima de nuestro entendimiento y que no necesita ser demostrada.
Lulio considera un deber cristiano el intentar demostrar las verdades
de la fe. Si el cristianismo fuera una fe como otra cualquiera el
infiel no podría hacer nada por su conversión.
Esta convicción luliana no lleva consigo un rechazo de la teología
cristiana tal y como se enseñaba en las escuelas. Lulio en un sermón
pronunciado en una plaza de Túnez en 1292 (pieza central de su
autobiografía) pone su fe a disposición si alguien le demuestra que
lo que él cree no es verdad. Esto lo exige de sí mismo porque se lo
exige también a sus interlocutores. Ya que él está convencido de
poseer un saber filosófico que está por encima de la fe, aunque la
presuponga, podrá convencer a los demás de esa única verdad. El
argumento escolástico que la demostrabilidad de los artículos de la fe
destruiría el "meritum fidei" lo rechaza Lulio afirmando que bien
puede ser así pero el cristiano no ha de pensar sólo en sus méritos
sino en el fin fundamental para que fue creado: "Nosotros no fuimos
creados para alcanzar méritos, sino para conocer, amar y alabar a
Dios".
En su radicalidad e intensa reflexión es la postura de Lulio
sumamente original, al menos, si se considera en la época que le
tocó vivir. No es exagerado hablar en Lulio de una confianza
absoluta en la razón y es, por ello, explicable por qué la Iglesia
oficial guardó siempre cierto recelo a ese, en apariencia, exagerado
racionalismo luliano. Lulio, sobre todo en los primeros años de su
labor apostólica, está, en efecto, poseído de una confianza
absoluta en la fuerza de la razón. Su programa es ambicioso.
Pretende probar todos y cada uno de los artículos de la fe, incluso
la concepción virginal de María, pero por razones apologéticas se
concentró en los dogmas de la Trinidad e Encarnación. La base de
su argumentación es el Ars, que es un método independiente del
contenido cristiano y no pretende ser otra cosa que la combinatoria de
una serie de conceptos aceptados por toda persona razonable.
Lulio cree, pues, en la posibilidad de demostrar la fe cristiana a
los infieles. La concreta argumentación luliana es digna de tener en
cuenta dentro de una historia de la teología. La pretensión luliana
de integrar totalmente la fe en un discurso racional, desde la
perspectiva de un escolasticismo rígido, hace de Lulio un
racionalista. Pero éste que es un eterno reproche a la doctrina
luliana no tiene fundamento alguno después de un análisis interno de
su obra. Porque Lulio, además de sus pretendidos recelos
racionalistas, estaba convencido convencido de la coincidencia de fe y
razón, lo cual podría aportarle también el contrario reproche de
fideista. Lulio, sin embargo, no es ni una cosa ni la otra, sino un
pensador del siglo XIII que se mantuvo fiel a una tradición
doctrinal proveniente del siglo XII -aquella representada por San
Anselmo, Ricardo de San Victor y otros- que planteaba el problema
complejo de la relación fe y razón de una manera diferente a como lo
hará casi contemporáneamente Santo Tomás de Aquino. La
originalidad de Lulio radica en el hecho que él expresó radicalmente
aquella corriente anselmiana justo cuando aquella comenzaba a declinar.
Visto desde esta perspectiva se puede definir la posición luliana no
como heterodoxa sino, más bien, como obsoleta y anacrónica. Se
trata, sin embargo, de una anacronismo consciente e intelectualmente
fecundo, que sería paradójicamente el punto decisivo de su
sorprendente originalidad y modernidad.
Efectivamente, Lulio desecha tácitamente la cuidada delimitación de
los campos de la fe y de la razón llevada a cabo por Santo Tomás.
Fe y razón son para él dos momentos estrictamente solidarios de un
único proceso de conocimiento que parte de la fe, pasa por la razón y
vuelve enriquecido a la fe. Su concepción de la relación razón y fe
es concreta y circular: la razón busca su objeto por dictados de la fe
y la fe cabalga sobre la razón si quiere ser verdadera y expansiva.
El esfuerzo dialéctico y especulativo del pensamiento luliano no
tiende a abolir la fe y a sustituirla por la razón sino a buscar la
inteligencia de la fe o, como él formuló de una forma osada, a
lograr que "la luz de la fe se pueda convertir en entender". Hacer
que los contenidos de la fe participen de aquel, para él fundamental y
decisivo, "placer intelectual de entender". Lulio explica la
relación ferazón con aquella imagen tan casera del aceite que flota
sobre un vaso de agua. Asi como el nivel del aceite sube cuando sube
el nivel del agua, así crece la fe con el crecimiento de la
inteligencia. Aquel que mejor entiende hace crecer su fe y una fe que
no se quiere entender no puede crecer. La razón y la filosofía no
enriquecen la fe con nuevos conocimientos, sino con más conocimiento.
Quien es filósofo y cree en el Dios uno y trino, al hacerse
filósofo no deja por ello de creer ni comienza a conocer cosas que
antes no conocía, pero pasa a entender mejor lo que antes creía y,
en este sentido, es mejor filósofo porque cree y mejor creyente porque
entiende lo que cree. Lulio puede parecer racionalista y, en cierta
manera, lo es pues cree en la eficacia de la razón aunque en el
ámbito del conocimiento religioso. Pero no es racionalista en cuanto
defiende una autonomía de la razón, la razón está comprometida con
la fe cristiana y a su servicio, ayuda a la fe y es ayudada por ella.
Hemos expuesto brevemente la posición luliana que más lo separa de
sus contemporáneos y también la más controvertida en la historia del
lulismo. La necesidad y obligación de convertir al infiel dictan sus
posiciones teológicas, pero no hay que olvidar que hay más
coincidencias que divergencias. En primer lugar Lulio busca la
armonía y no la contraposición de fe y razón. Siguiendo el símil
del aceite también para Lulio el entendimiento tanto más se eleva a
conocer a Dios, cuanto más cree. En segundo lugar, jamás afirmó
Lulio que se pueda conocer a Dios totalmente, aunque admite un
conocimiento que pudiera llamarse estructural, como alguien que prueba
el agua del mar y reconoce que está salada sin haber probado el agua de
todos los mares, así puede conocerse que en Dios hay Trinidad
(Disputatio eremitae et Raymundi, MOG IV, 228). El
conocer a Dios no es un conocer exhaustivo sino un conocer reducido a
la mínima capacidad del hombre, como tal, para conocer. En tercer
lugar afirma Lulio que la fe es necesaria para la razón, donde parece
indicar que la fe es el postulado sicológico para todo conocer, no,
por supuesto una condición lógica, pues en este caso sería imposible
la conversión del infiel por razones necesarias. Por último Lulio,
buen conocedor de la condición humana, sabía perfectamente que una
decisión como la conversión que exige el abandono de una fe no es una
mera decisión racional sino una cosa que cambia la vida de una persona
y exige, por eso, unas cualidades personales específicas como, por
ejemplo, poner en duda las propias convicciones. Las razones
necesarias sólo tienen éxito tratándose de una persona de
particulares dotes intelectuales y comprometido en la búsqueda de la
verdad a costa de cualquier riesgo.
|
|