IV. Las contradicciones aparentes y el octavo de los modi del Ars compendiosa inveniendi veritatem

La toma en consideración del octavo de los modi del Ars compendiosa inveniendi veritatem es muy útil para contextualizar el presunto ultrarracionalismo luliano. Al presentar este modus en el Ars compendiosa inveniendi veritatem[27], Llull parte del análisis de la manera en que el entendimiento se enfrenta a su limitación al intentar entender por razones necesarias que Dios es infinito o cómo Dios puede crear algo de la nada. Como en el caso de la predestinación y el libre albedrío, Llull apunta que el entendimiento ha de afirmar la posibilidad, la conveniencia y, por tanto, la necesidad de la infinidad divina o de la creación ex nihilo porque negarlas sería contrario a las condiciones de la figura A. Pero, a la vez, constata que la afirmación de esta posibilidad y la conveniencia por parte del intelecto no va acompañada de la comprensión por parte de éste de la manera en que esta posibilidad es, de hecho, posible. El alma es incapaz de comprender realidades finitas como qué es el alma o de qué manera la forma y la materia se componen para formar un cuerpo y, por tanto, aún lo es más de recibir en ella las cosas referentes a Dios, que es infinito[28]. Por ello, cuando el entendimiento (para decirlo en unas palabras que Llull utilizará en obras posteriores) entiende pero no comprende, se encuentra en una situación paradójica. Llull la describe así: "sapienter scit, quòd ignorat"[29]. Conoce sabiamente lo que ignora.

Llull remite de esta manera al tema de la docta ignorantia. Un tema que pone en relación con las inadecuaciones entre el sujeto cognoscente y el objeto a conocer y que está en la base de las posteriores consideraciones lulianas sobre la pertinencia del conocimiento supraintelectivo[30].

El ámbito de esta docta ignorancia no se limita al conocimiento que el intelecto alcanza cuando contemplando a Dios entiende más allá de su propia naturaleza. Llull da otros ejemplos en el que aquello que se transciende son potencias inferiores al intelecto. El primero de ellos es el conocimiento que los sentidos espirituales permiten de la presencia de la carne y la sangre de Cristo en la hostia consagrada por el presbítero, un conocimiento que los sentidos corporales inducen a ignorar. El segundo tiene una larga tradición en la historia de la filosofía (Aristóteles alude repetidamente a él en el libro IV de la Metaphysica en su crítica a quienes, confundiendo el pensamiento con la sensación, afirman que algunos contrarios y algunas contradicciones se dan simultáneamente): es el del enfermo cuyo sentido del gusto encuentra amargo lo que, en realidad, es dulce[31]. Los dos ejemplos pueden traducirse en parejas de proposiciones aparentemente contradictorias:

- 1: "La hostia consagrada es el cuerpo y la sangre de Cristo" y "La hostia consagrada no es el cuerpo y la sangre de Cristo".

- 2: "La miel es dulce" y la "miel no es dulce".

Dos pares de proposiciones que sólo son aparentemente contradictorias porque lo que se afirma en la primera proposición de cada una de ellas se afirma quantum ad subjectum y lo que se niega en la segunda se niega quantum ad objectum[32]. Con todo, el interés de Llull se centra no tanto en mostrar con qué distinciones se puede salvar el principio de no contradicción (tal como había hecho en el Compendium logicae Algazelis) como en analizar las relaciones entre las potencias cognoscitivas y la realidad a través de los ejemplos que ofrecen las contradicciones aparentes. Esta tendencia es característica del tratamiento que las obras del ciclo del Ars compendiosa inveniendi veritatem y el Ars demonstrativa realizan del tema.

Llull insiste una y otra vez en que las contradicciones aparentes que presenta, que responden a inadecuaciones entre los enunciados y la realidad, derivan de una inadecuación anterior entre una determinada potencia cognoscitiva y el objeto a conocer, y llegados al extremo, que, de hecho, es lo que más le importa, entre la razón y la realidad. El estudio de estas inadecuaciones, a las que Llull concede una gran importancia ya desde el Libre de contemplació (1273-4 (?)), encontrará su lugar natural en la puesta en juego de dos pares de principios (realidad-razón, potencia-objeto) que, a partir del Ars demonstrativa, pasan a formar parte de la figura X del Arte[33].