III

La osadía de Llull consistió en hacer de este método de contemplación, un Arte universal.

Interpretando figuradamente la historia, su traslado a Montpellier hacia el año 1275, vino a ser, en sus consecuencias, el intentado viaje a París nueve años antes. Por lo menos en su adaptación al rigor y al lenguaje más académico, pues que las ideas fundamentales no cambian.

No es mi propósito extenderme en recordar las figuras del Arte y su evolución. Me gustaría, sin embargo, retomar un tema ya sugerido, para hacer algunas observaciones sobre una de las figuras del Ars de historia más apasionante.

He recordado que el objetivo de Llull, el primero y el permanente, era conseguir la integridad de la fe, ante todo en tanto que comprensión. He insistido en la fundamentalidad del decir la fe. Pues bien, pienso que la sistematización del Ars devuelve al ver parte de su relevancia tradicional -y se adapta así Llull a la cultura de su tiempo.

En la cultura finisecular, y en Montpellier muy particularmente, la comprensión de la realidad toma el camino de la visión y del experimento. Cualidades y propiedades pierden su "espiritualidad". (Recordemos que en la explicación convencional de la visión, como, por ejemplo, hace Enrique Bate, se habla de las formas espirituales de los objetos percibidos y que son transmitidas en el aire o en el espejo). Cualidades y propiedades pierden su "espiritualidad" en aras de la cuantificación. La realidad se vuelve mucho más elementada, topográfica.

Desde otras latitudes, Alberto Magno hablará del lugar como aquello que determina la forma elemental[4]. El lugar, pudo percibir Llull, es el fragmento concreto del ordonament en que un ser se halla situado. Y este lugar se define por proprietats e qualitats.

Para hacerlo visible Llull accede a traducirlo en términos de la teoría elemental y coloca en el Arte la figura elementalis con una fuerza y una omnipresencia sorprendentes.

Las setze figures de los elementos son ya mencionadas, sin más aclaraciones, en el Libre de contemplació (304, 3). En la figura elementalis las dieciséis combinaciones determinan de una manera teórica cuatro lugares diferentes en cada esfera elemental. Según una relación teórica con su lugar propio, el elemento puede situarse en una escala de 4 a 1. Llull los llamará "grados". Así el cuarto grado coincidiría con el lugar propio del elemento.

Según la teoría aceptada -y exagerada por Llull- hay que considerar siempre la presencia de los cuatro elementos, de sus proprietats e qualitats. La gradación establecida conduce así a fórmulas en las que el grado correspondiente determina, digamos, cualitativamente la presencia de los otros tres elementos. Así, si es el caso de la fórmula del cuarto grado de calor, a la tierra le corresponde un 3, al aire un 2 y al agua un 1 (cf. Liber principiorum medicinae).

El desarrollo y detalles de esta teoría de la gradación elemental no interesa exponerla ahora aquí. Su campo de aplicación es la medicina y la astronomía. Lo que sí interesa es comprender un poco más el papel artístico de la figura elementalis.

Para decirlo con pocas palabras: la figura elementalis releva de la construcción de figuras específicas para cada tema (como sucedía al final del Libre de contemplació). La figura elementalis es una figura universal no sólo porque sirve para comprender toda la realidad elementada, sino porque, construída sobre proprietats e qualitats visibles, es el mejor paradigma de cualquier demostración por proprietats e qualitats.

Pudiera ser que las dieciséis complexiones de la figura elemental de Llull derivaran de una indicación de al-Gazålî (Philosophia, l. I, t. III, c. 2). Al-Gazålî, al hablar de la primera commixtio de los elementos, indica expresamente que las esferas de la tierra y del aire se subdividen en cuatro tunicae cada una. El texto parece suponerlo también del agua, mientras lo niega en el caso del fuego.

Bien es verdad que la explicación de al-Gazålî se hace en términos descriptivos tomados de la realidad empírica. Llull, en cambio, procede a una esquematización completamente teórica. Sin embargo, la aplicación de la tesis de que los elementos sólo existen realmente en la mixtio, en ningún otro sitio, que yo haya visto, aparecen en una formulación tan parecida.

Podrían añadirse muchas más cosas sobre la figura elementalis, como su desaparición en la revisión del Arte, su importancia decisiva para la formulación de la teoría de los correlativos, etc. En todo caso, su papel entre los fundamentos filosóficos del pensamiento luliano resulta incuestionable.

En una cosa parece haber influido de forma decisiva: en la universalización del Arte y en la definición de la inventio. Recordémoslo, el Libre de contemplació enseñaba a multiplicar las figuras. La figura elemental, por el contrario, señala todos los lugares posibles en que situar los elementos, o, lo que es lo mismo, todas las complexiones posibles que se puedan hallar en las cosas elementadas. Por eso Llull no dudará en declarar que va contra la verdad el mismo Avicena, cuando siguiendo la tradición y la experiencia, atribuye a una planta una complexio que no se incluye en las dieciséis teóricas de la figura elemental.

Parece suponer Llull que, con la figura elemental en la mano, se pueden hallar, invenire, todas las plantas posibles. Supongo que habría que decir: no que se puedan "inventar" plantas, sino que la explicación o demostración es previa al hallazgo empírico de una planta concreta.

Aplicándolo a la universalidad del Arte, podemos decir que ésta nos ayuda a encontrar la explicación/demostración de todo lo real antes de su aparición empírica, porque se funda no en la figura que de la cosa percibimos, sino en las proprietats e qualitats que necesariamente esta figura deberá incorporar. Lo primero es ciencia, lo segundo es Arte.

Pero bueno, ¿de qué proprietats e qualitats hemos venido hablando con tamaña insistencia? Evidentemente se trata de los principios absolutos -dignidades en Dios- que constituyen todo lo real. De ellos se trata, en definitiva, en todas las figuras, incluída la figura elemental.

Con ellos -principios y dignidades- puede hallarse toda figura posible, más por reconstrucción que por invento. Pues, las figuras que con ellos -principios y dignidades- se forman, son reconstrucción del ars aeterna, del Ars Dei.

*

La tarea filosófica, el ponerse el hombre en claro, fue siempre cuestión acerca del decir, del logos. Antes que la Modernidad, huérfana de una palabra pronunciada de antemano, acotara como tema principal el saber acerca del sujeto, la filosofía se preocupó de comprender lo que se afirmaba con la palabra prestada.

En este horizonte, la comprensión de la fe se convertía para Llull en sinónimo casi de su personal preocupación por restaurar la integridad de la fe. Para ello emprendió la búsqueda de un método y elaboró el recurso demostrativo de las figures.

La figura luliana se forma a partir de las proprietats e qualitats -en esto consiste la significació- según los principios que derivan del ordonament de la realidad/creación. Comprender la significació según estos principios constituye la demonstració.

Después de la etapa inicial del Libre de contemplació, la figura elemental apunta la universalización de esta comprensión y la define como inventio.

Definitivamente los principios absolutos/dignidades aparecen como las proprietats e qualitats de una figura universal.

Usar inventivamente esta figura universal es algo así como reconstruir el Ars Dei.

Indudablemente algo que tiene mucho que ver con la integridad de la fe. Es lo que marca el paso de la fe "a demostració de lurs pares", a la fe "per demostració de lur saviea e de lur enteniment" (LC 77, 1).