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La biotecnología y en especial sus animados mecenas dicen haber
descubierto el ‘lenguaje de Dios’ representado en el genoma. De
cualquier forma el ‘texto divino’ carece para nosotros de un sentido
integral. Esperamos, optimistas, el avance en la investigación que
descifra los familiares términos del lenguaje de la vida. Con ello el
conocimiento sobre el desarrollo y las funciones de cualquier criatura
estarán disponibles para el hombre.
En este hecho científico encontramos el eco de una antigua relación
entre el conocimiento de la naturaleza y el conocimiento de Dios.
Cada vez que un saber cambia de forma drástica el panorama del
conocimiento la humanidad dice haber ganado algo de las virtudes de
Dios. En el caso del descubrimiento del genoma la capacidad para
recrear seres vivos más allá del plan natural –eugenía–.
En filosofía este affaire podría empezar con Platón. Cuando
propone que los elementos utillizados por el demiurgo para crear el
orden del cosmos son los cinco sólidos regulares. Kepler sigue esta
idea y su cosmógrafo representa el orden de las órbitas del sistema
solar según los sólidos platónicos.
Fue Galileo quién decía leer en la naturaleza los carácteres de la
matemática puestos por Dios en ella. Lectura que mejoraría después
Newton. La escuela de Chartres y Roger Bacon consideraban a la
naturaleza el gran taller del máximo Artífice. El universo por el
orden y la variedad de sus hechos fue considerado una noble máquina.
Siguiendo a Dios el hombre crea máquinas que le ayudan a superar sus
límites.
Estas ideas descansan sobre las atribuciones o virtudes que concebimos
de Dios. Cuando el hombre cree rozar alguna de estas atribuciones el
conocimiento y la naturaleza parecen revelarse como un libro escrito por
Dios al que tenemos, por fin, acceso. La realidad del conocimiento
parece depender aquí de la realidad máxima de Dios representada en
sus atributos –Poder, Sabiduría, Voluntad, Justicia,
Eternidad, Gloria, Bondad, Verdad, Perfección, Grandeza–.
Las páginas de la ciencia escritas por el creador actuan en la
eternidad, aunque nos importan más las páginas escritas en nombre de
Dios por matemáticos, físicos, biólogos, astrónomos sin dejar de
lado a los teólogos. Que versados en el conocimiento universal veían
crecer la Gloria de Dios en las experiencias y conclusiones de la
ciencia. En esos célebres libelos, impulsados por la inspiración de
la providencia, encontramos la presencia de los atributos de Dios.
Guiando al conocimiento hacia la participación que las criaturas y los
fenómenos tienen en las potestades divinas.
Leibniz y Llull tenían como proyecto construir un modelo de
conocimiento general basado en principios fundamentales, los atributos
de Dios. El Ars Magna y la Mathesis Universalis subordinan los
principios de las ciencias particulares y las causas que operan en el
mundo a un conocimento global de la realidad construido por razones
primeras.
La discusión entre Llull y los Maestros de artes, en París,
llamados ‘averroístas’; la disputa entre Samuel Clarke y
Leibniz, aparecen porque aquellos oponentes interpretaban a los
atributos divinos de una forma que confundía los primeros principios
con la acción de las causas en la naturaleza generando contradicciones
en la concepción humana de la divinidad y en el conocimiento de la
realidad.
El resultado podría verse en la concepción de una naturaleza
imperfecta en sus procesos, insuficiente de razones para ser explicada
y lejana de la realidad máxima del Ser primero. Estas limitaciones
crean una incompatibilidad entre los atributos divinos y las causas que
operan en el mundo, frustrando el proyecto de una ciencia general que
estudie lo real.
Las discusiones en torno a la existencia del vacío en el espacio
–Leibniz– y el ocio en la naturaleza –Llull– son los casos más
prominentes en el siguiente estudio sobre las relaciones entre los
atributos de Dios, el orden de la naturaleza y el conocimiento
humano.
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