4. HABITUS REGENS: CONVENIENCIA Y NECESIDAD

Como lo hemos visto, el horror otiositatis y el horror vacui aparecen en las discusiones de los filósofos Llull y Leibniz alrededor de las posiciones que suscitan los siguientes puntos:

a) La identidad de los primeros principios. La multiplicidad no-contradictoria de las virtudes en la unidad de Dios. Las acciones de Dios en el mundo son virtuosas y comunican sus virtudes a las cosas.

b) la subordinación por esta relación de identidad de las causas segundas que operan en los fenóménos. Tal subordinación se demuestra en la necesidad con que las leyes del mundo ocurren en las cosas.

c) Establecer la Ciencia General –Ars o Mathesis– basada en a) y b) que contiene la necesidad formal de las razones segundas sostenida por la posibilidad de los primeros principios en la unidad del Ser supremo que los comunica al mundo y al conocimiento.

Sin a) o b) el punto c) no es factible. Pero si seleccionamos alguno de los puntos y lo eliminamos obtendremos interesantes consecuencias.

Si negamos a) tendremos un Dios limitado por sí mismo. Sus cualidades no serían positivas sino meros nombres, abstracciones o etiquetas que el hombre crea para la poca generalidad que alcanza su percepción de las cosas. El gobierno de las leyes de la naturaleza no tendrá comunicación con la divinidad y por ello es puramente nominal; sin principios primeros o evidentes por sí mismos la naturaleza tendrá un orden concebible pero no real, pues el arbitrio del conocimiento humano establece sólo probabilidades. Dios es pasivo y sus ideas descansan –literalmente– en su intelecto y no intervienen en el reino nominal de la naturaleza. Esta separación entre los reinos natural y divino alienta el debate político europeo del finales de la baja Edad Media. Precisando un poco, la necesidad es para las leyes de la naturaleza sólo probable y la conveniencia entre la naturaleza, el Creador y el conocimiento un sueño de la fe.

Si negamos b) los primeros principios no se articulan con las causas segundas: se consideran iguales a ellas y se confunden en la naturaleza. Es la solución panteísta que considera a Dios: L’Âme du Monde. Dios se identifica con la naturaleza. Para los newtonianos el creador interviene de forma directa en las leyes de la naturaleza cuando una suspensión de su eficacia lo requiere. Dios ayuda con su voluntad a que la naturaleza funcione según las leyes que los fenómenos ostentan. Es un Dios intramundano que aparece ocasionalmente para reparar lo que no funciona. Aquí el problema de la comunicación entre razones primeras y causas segundas se elimina al ser confundidas por el orden que supone el hombre en la naturaleza. La necesidad de las leyes resulta de la verificación que el intelecto humano hace de ellas y porque Dios ayuda a la naturaleza en los momentos en que la verificación lo requiere. La conveniencia entre primeros principios y causas mundanas, se convierte en la conveniencia entre leyes y constatación experimental de hechos según aquel ‘relojero’que da cuerda a la creación. Sin principios primeros a los cuales se remiten las dos anteriores.

Sólo con a) tenemos una Ciencia hecha por las facultades del entendimiento según los habitos del sentido común. Los intentos por generalizar son sólo una convención provisional a la que el hombre llega cuando concibe ciertas coincidencias entre lo intelectual y lo fenoménico. Sólo con b) tenemos una Ciencia de causas segundas identificadas como causas primeras. Lo general de los fenómenos se supone como una de las propiedades del Ser.

En estas dos ciencias tenemos el desarrollo de una hipótesis sobre la necesidad de las leyes de la naturaleza sin llegar a una conveniencia. Al no tener primeros principios, ni las causas segundas, ni el conocimiento poseen algo con lo cual convenir. Se debe advertir que tal conveniencia es un acto de comprensión limitado para el hombre e ilimitado para Dios. Como ya se dijo, es la base de una profesión de fe –filosófica–.

El mundo concebido bajo leyes necesarias es una especie de gobierno. El reino de un divino soberano o de sus pretensiosos subditos. Las posiciones, ya apreciadas, quieren sustentar la necesidad de este gobierno que confunde al soberano con las leyes en favor de los obedientes subditos o al soberano con su reino en perjuicio de las leyes.

Leibniz y Llull encuentran la conveniencia entre el Soberano y sus Virtudes[34] aplicada a las leyes del reino y al conocimiento que los subditos adquieren de ella. Por tanto es posible que las virtudes del soberano se comuniquen al reino y a sus gobernados. Lo anterior muestra y establece un Habitus regens[35] propio no sólo de la necesidad formal de las leyes sino de la conveniencia entre las virtudes del soberano comunicadas a los súbditos en su conocimiento y ejemplificadas en el reino por los acontecimientos que en él ocurren.

En ningún momento las leyes o el reino sustituyen la acción del soberano. Esta conveniencia entre virtudes, leyes y reino alude a la acción continua de Dios en la naturaleza. Los debates leibnizianos y lulianos quieren desmentir la supuesta holgazanería del soberano en su reino. La conveniencia abre camino a una ciencia general construída por nobles subditos que tienen como profesión de fe esta compatibilidad entre virtudes del soberano, leyes de gobierno y reino. Leibniz piensa la conveniencia como una república universal de las almas[36] .