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Aristóteles, en los Sophistici elenchi, sólo se refiere de pasada
a estas inadecuaciones entre la potencia y el objeto como causa de error
en un argumento. Lo hace cuando, al introducir el tema de los
tópicos sofísticos extra dictionem, habla brevemente sobre "los
errores que envuelven la opinión a partir de la sensación", unos
errores que ilustra a través de dos ejemplos: 1) el de aquellos que
toman la bilis por miel, a causa del color amarillento de las dos
("la miel es amarilla; la hiel es amarilla, entonces, la hiel es
miel"); 2) el de quienes, del hecho de que, al llover, la tierra
quede empapada, si ésta está empapada suponen que ha
llovido"[34]. (En ambos casos, se trata de falacias referentes
a la consecuencia, es decir, de sofismas que surgen al derivar el
antecedente del consecuente.) Llull, en cambio, ya desde el Libre
de contemplació, muestra un vivo interés en este tipo de errores que
parten de la sensación. En esta obra, se refiere, al menos en tres
ocasiones, a un ejemplo que también se encuentra utilizado en un
sentido análogo en el De natura locorum de Alberto el Grande[35]
y que seguirá retomando durante años: el de quienes contemplando una
figura que representa la esfera terrestre deducen que los habitantes de
las antípodas han de "caer" fuera del mundo. Una deducción que
podría formalizarse así: "Si algo se pone en contacto con una
superficie superior sin estar sujeto a ella, se cae; los objetos que
están en las antípodas están en contacto con una superficie superior
sin estar sujetos a ella; por tanto, estos objetos se caen". En el
Compendium seu comentum artis demonstrativae (1288-1289),
Llull afirmará que la causa del error de este argumento proviene del
hecho de que la imaginación confunde el situm con la
dispositio[36].
En el capítulo 173 del Libre de contemplació[37], Llull
utiliza esta figura de la esfera terrestre (la primera que aparece en
la obra) como una semejanza que muestra que la imaginación, demasiado
ligada a la sensualidad, puede ser una mala consejera para dirimir lo
que es posible y lo que es imposible. Y que, por tanto, es mejor
juzgar sobre la posibilidad o la imposibilidad de las cosas a partir de
si estas significan o son contrarias a los atributos divinos. En el
capítulo 236[38] retoma la misma figura para recordar que las
significaciones sensuales pueden inducir a error. Y en el capítulo
332[39], aún vuelve a ella para "esclarecer" analógicamente
la posibilidad de la predestinación. La imaginación de la "caída"
de los habitantes de las antípodas responde a una mala significación
de los sentidos; el establecimiento de una contradicción entre la
predestinación y el libre albedrío, a una significación errónea de
la razón.
De acuerdo con lo que acabamos de ver, en el Libre de contemplació,
Llull suele distinguir entre dos tipos de falsas significaciones que se
corresponden con sendas inadecuaciones de las potencias cognoscitivas.
En primer lugar, las falsas significaciones de los sentidos, que se
corresponden con la inadecuación entre lo que la imaginación imagina a
partir de los sentidos y lo que el entendimiento entiende. En segundo
lugar, las falsas significaciones del entendimiento, que se
corresponden con la inadecuación entre el entendimiento y la realidad.
Para explicar el segundo tipo de falsas significaciones, Llull, a
menudo, recurre, como en el caso de la predestinación, a la
analogía con las del primer tipo.
Una importante subdivisión del primer tipo de falsas significaciones
la constituyen las que se corresponden a una inadecuación entre las
palabras -que son consideradas como "sensualidades"- y el
entendimiento. Es en este contexto en el que Llull introduce, en
alguna ocasión, referencias muy generales a los argumentos
paralogísticos (en los que, a diferencia de los silogísticos, se da
esta inadecuación)[40]. Esta manera de enfocar las falsas
significaciones se halla en consonancia con el deslizamiento,
característico de las obras lulianas de los ciclos del Ars compendiosa
inveniendi veritatem y del Ars demonstrativa, del tema de las
contradicciones aparentes desde el ámbito lógico en el que surgen al
ámbito gnoseológico. Las falacias y, en última instancia, las
contradicciones aparentes que se derivan de algunas de ellas, no son,
para Llull, sino casos particulares de significaciones erróneas que
las potencias cognoscitivas dan de los objetos a conocer.
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