2. La conversión de los infieles como punto de partida de su ideario

Comienzo, fundamento y razón de todo quehacer luliano es, pues, el objetivo misionero, es decir, la conversión del infiel. Un objetivo que está fuera de las coordenadas en que se movían los intelectuales cristianos de su tiempo. Todo lo que en Lulio tiene parecido con el común discurso intelectual de la época tiene que ser interpretado siempre desde esa determinante perspectiva, es decir, ha de tener su explicación en las constantes apologéticas que determinan la obra de Lulio en general, y su teología en particular. Estas constantes se reducen a una doble finalidad: de un lado se persigue que el creyente alcance una mayor comprensión y vivencia moral de su fe, mientras la otra se propone proporcionar a ese creyente un instrumento para la acción misionera. Por eso la acción misional, en el caso de Lulio, no sólo se ocupa de los infieles, destinatarios naturales de la acción misional, ni de los medios para realizarla, sino tambien intensamente del actor, del misionero. Metodológicamente el misionero es el primer destinatario de la incansable actividad luliana como escritor y punto de referencia de su pensamiento.

Esta prioridad del misionero (por misionero entiende Lulio todo cristiano obligado a conocer y propagar su fe) como destinatario inmediato de sus escritos, sin embargo, no sólo obedece a la lógica de su programa y metodología, sino que se convierte en condición de producción del sistema. La labor persuasiva del misionero se fundamenta y se realiza a través de los elementos que constituyen el proceso de formación propio. Los argumentos que convencieron al propio misionero son los mismos argumentos que convencerán al destinatario final. El pensamiento luliano, su Ars como instrumento apologético y argumentativo debe considerar y repetir el proceso operado en el mismo sujeto que pretende convencer al infiel o simplemente al 'artista' del Arte luliano.

El Ars de Lulio no se inscribe en la normal transmisión del saber, sino que se presenta como obra de autor (Ars Raimundi), algo nuevo en la cultura medieval y causa, sin duda, de la profunda incomprensión del sistema. Lulio presenta el Ars como punto de llegada de un proceso personal. El calificarla como don divino y la constante referencia autobiográfica explican y definen constitutivamente su estilo y pensamiento. La comprensión intelectual de los artículos de la fe sirve tanto para describir el punto final del esfuerzo personal del misionero y del artista como punto final de todo esfuerzo de cara al infiel o al fiel cristiano como alumno del Ars, para Lulio el método más eficaz y seguro para llegar a comprender racionalmente la fe cristiana.

Las obras de Lulio se dirigen fundamentalmente al posible actor de la acción misionera. En ellas se intenta simple y llanamente lograr que el cristiano tome conciencia de su fe, es decir que la entienda. Pero esto no sólo para satisfacción personal sino para hacerla entender a los que no creen.

Lulio es uno de los pocos pensadores medievales que da cuenta de su vida. En la Vita coaetanea, autobiografía escrita en Paris el año 1311, informa que tomó la decisión de entregarse al servicio de Cristo y dedicarse a la conversión de los infieles hasta dar su propia vida. Este propósito fundamental se completaba con otros dos objetivos: escribir "el mejor libro del mundo" contra los errores de los infieles y solicitar de "papas y reyes" el apoyo de un programa de misión fundado en ese libro.

Estos tres propósitos fueron la pauta de su vida. Por encima de todo quiere Lulio la conversión del infiel. Para ese objetivo se plantea una primera reflexión surgida de la real experiencia de la convivencia en Mallorca de cristianos, musulmanes y judíos. Lulio, como ningún otro pensador medieval, había estudiado profundamente otras religiones y se daba cuenta que también los judíos y los musulmanes creen y, sin embargo, es aquello que creen una mentira. El verdadero creyente tiene que estar convencido que aquello que cree es la verdad absoluta. La misma experiencia le enseñó que los otros creyentes están tanto o más firmes en su fe que los cristianos. Un método para convertir infieles tiene que romper ese rígido círculo de relaciones entre creyentes convencidos de poseer la única verdad. La busqueda de un nuevo método parte, pues, de una simple advertencia: en las discusiones entre creyentes la fe no es criterio de verdad, el único criterio de verdad es la razón. De ahí y del hecho de que Dios puede ser conocido, es más, quiere ser conocido (Desconhort XXX, 349) se sigue una devaluación del creer, aunque no del contenido de la fe: el creer es frente al conocer una forma deficiente de acercarse a Dios.

En la primera cuestión de la Disputatio eremitae et Raymundi super aliquibus dubiis quaestionibus (MOG IV, 226) manifiesta Lulio sin ambages que la fe sola tiene su importancia, pero sólo para aquellas personas que intelectualmente no les es posible subir por encima de la fe simple. Lo que le falta a la fe es que ella, como tal, no puede ser criterio de verdad. En el Libre de desmostraciós, cuya primera parte trata de las posibilidades de la razón para comprender los artículos de la fe a través de razones necesarias, dice que razón y sabiduría concuerdan en el conocer, mientras fe e ignorancia en la fe sola. Para Lulio está claro que la fe se puede equivocarse pero la razón jamás: "Creencia puede estar en verdad o en falsedad, es por eso que fe no hace distinción entre verdadero y falso, por eso como la razón hace distinción entre verdadero y falso conviene que todo lo que es razonable sea verdadero" (OE II, 144). El fundamento de esta simple constatación está en el hecho de que la fe cree sin dudar y la razón examina entre lo verdadero y lo falso.

Esta simple idea que la fe sola no es garantía de verdad no quedó en frase hueca, sino que todo el pensamiento luliano está empapado de ella. Esta idea es inseparable de la convicción que el Cristianismo es verdadero por discurso racional. La seguridad subjetiva que da la fe es tan poco garante de la verdad como la apelación a autoridades. Según Lulio puede un misionero referirse a todas las autoridades y milagros de santos para convencer a una persona sencilla, ante una persona inteligente sería éste un método falso (Libre de contemplació, 167, 10-11). Si con los judíos sería posible encontrar una autoridad común, con los musulmanes la "disputatio per auctoritates" estaría totalmente fuera de lugar. En el Libre del gentil ya deja bien claro que a los representantes de las religiones no les queda otra solución que dejar a un lado sus libros sagrados y buscar un consenso a través de la razón. De ahí la necesidad de su "mejor libro del mundo" pues "los infieles no aceptan las autoridades de los fieles, sólo aceptan los argumentos de la razón" (ROL IX, 221). Santo Tomás afirma lo contrario: "Argumentar por autoridades es lo especifico de la ciencia teológica" (S.Th. I, q. 1, a. 9). Lulio en toda su obra apenas cita un texto bíblico o patrístico, y cuando lo cita es para demostrar la superioridad del entender sobre el creer. Consecuentemente no se cansa Lulio de criticar los daños que causa una práctica misional que parte de la idea de que la fe católica está por encima de nuestro entendimiento y que no necesita ser demostrada. Lulio considera un deber cristiano el intentar demostrar las verdades de la fe. Si el cristianismo fuera una fe como otra cualquiera el infiel no podría hacer nada por su conversión.

Esta convicción luliana no lleva consigo un rechazo de la teología cristiana tal y como se enseñaba en las escuelas. Lulio en un sermón pronunciado en una plaza de Túnez en 1292 (pieza central de su autobiografía) pone su fe a disposición si alguien le demuestra que lo que él cree no es verdad. Esto lo exige de sí mismo porque se lo exige también a sus interlocutores. Ya que él está convencido de poseer un saber filosófico que está por encima de la fe, aunque la presuponga, podrá convencer a los demás de esa única verdad. El argumento escolástico que la demostrabilidad de los artículos de la fe destruiría el "meritum fidei" lo rechaza Lulio afirmando que bien puede ser así pero el cristiano no ha de pensar sólo en sus méritos sino en el fin fundamental para que fue creado: "Nosotros no fuimos creados para alcanzar méritos, sino para conocer, amar y alabar a Dios".

En su radicalidad e intensa reflexión es la postura de Lulio sumamente original, al menos, si se considera en la época que le tocó vivir. No es exagerado hablar en Lulio de una confianza absoluta en la razón y es, por ello, explicable por qué la Iglesia oficial guardó siempre cierto recelo a ese, en apariencia, exagerado racionalismo luliano. Lulio, sobre todo en los primeros años de su labor apostólica, está, en efecto, poseído de una confianza absoluta en la fuerza de la razón. Su programa es ambicioso. Pretende probar todos y cada uno de los artículos de la fe, incluso la concepción virginal de María, pero por razones apologéticas se concentró en los dogmas de la Trinidad e Encarnación. La base de su argumentación es el Ars, que es un método independiente del contenido cristiano y no pretende ser otra cosa que la combinatoria de una serie de conceptos aceptados por toda persona razonable.

Lulio cree, pues, en la posibilidad de demostrar la fe cristiana a los infieles. La concreta argumentación luliana es digna de tener en cuenta dentro de una historia de la teología. La pretensión luliana de integrar totalmente la fe en un discurso racional, desde la perspectiva de un escolasticismo rígido, hace de Lulio un racionalista. Pero éste que es un eterno reproche a la doctrina luliana no tiene fundamento alguno después de un análisis interno de su obra. Porque Lulio, además de sus pretendidos recelos racionalistas, estaba convencido convencido de la coincidencia de fe y razón, lo cual podría aportarle también el contrario reproche de fideista. Lulio, sin embargo, no es ni una cosa ni la otra, sino un pensador del siglo XIII que se mantuvo fiel a una tradición doctrinal proveniente del siglo XII -aquella representada por San Anselmo, Ricardo de San Victor y otros- que planteaba el problema complejo de la relación fe y razón de una manera diferente a como lo hará casi contemporáneamente Santo Tomás de Aquino. La originalidad de Lulio radica en el hecho que él expresó radicalmente aquella corriente anselmiana justo cuando aquella comenzaba a declinar.

Visto desde esta perspectiva se puede definir la posición luliana no como heterodoxa sino, más bien, como obsoleta y anacrónica. Se trata, sin embargo, de una anacronismo consciente e intelectualmente fecundo, que sería paradójicamente el punto decisivo de su sorprendente originalidad y modernidad.

Efectivamente, Lulio desecha tácitamente la cuidada delimitación de los campos de la fe y de la razón llevada a cabo por Santo Tomás. Fe y razón son para él dos momentos estrictamente solidarios de un único proceso de conocimiento que parte de la fe, pasa por la razón y vuelve enriquecido a la fe. Su concepción de la relación razón y fe es concreta y circular: la razón busca su objeto por dictados de la fe y la fe cabalga sobre la razón si quiere ser verdadera y expansiva. El esfuerzo dialéctico y especulativo del pensamiento luliano no tiende a abolir la fe y a sustituirla por la razón sino a buscar la inteligencia de la fe o, como él formuló de una forma osada, a lograr que "la luz de la fe se pueda convertir en entender". Hacer que los contenidos de la fe participen de aquel, para él fundamental y decisivo, "placer intelectual de entender". Lulio explica la relación ferazón con aquella imagen tan casera del aceite que flota sobre un vaso de agua. Asi como el nivel del aceite sube cuando sube el nivel del agua, así crece la fe con el crecimiento de la inteligencia. Aquel que mejor entiende hace crecer su fe y una fe que no se quiere entender no puede crecer. La razón y la filosofía no enriquecen la fe con nuevos conocimientos, sino con más conocimiento. Quien es filósofo y cree en el Dios uno y trino, al hacerse filósofo no deja por ello de creer ni comienza a conocer cosas que antes no conocía, pero pasa a entender mejor lo que antes creía y, en este sentido, es mejor filósofo porque cree y mejor creyente porque entiende lo que cree. Lulio puede parecer racionalista y, en cierta manera, lo es pues cree en la eficacia de la razón aunque en el ámbito del conocimiento religioso. Pero no es racionalista en cuanto defiende una autonomía de la razón, la razón está comprometida con la fe cristiana y a su servicio, ayuda a la fe y es ayudada por ella.

Hemos expuesto brevemente la posición luliana que más lo separa de sus contemporáneos y también la más controvertida en la historia del lulismo. La necesidad y obligación de convertir al infiel dictan sus posiciones teológicas, pero no hay que olvidar que hay más coincidencias que divergencias. En primer lugar Lulio busca la armonía y no la contraposición de fe y razón. Siguiendo el símil del aceite también para Lulio el entendimiento tanto más se eleva a conocer a Dios, cuanto más cree. En segundo lugar, jamás afirmó Lulio que se pueda conocer a Dios totalmente, aunque admite un conocimiento que pudiera llamarse estructural, como alguien que prueba el agua del mar y reconoce que está salada sin haber probado el agua de todos los mares, así puede conocerse que en Dios hay Trinidad (Disputatio eremitae et Raymundi, MOG IV, 228). El conocer a Dios no es un conocer exhaustivo sino un conocer reducido a la mínima capacidad del hombre, como tal, para conocer. En tercer lugar afirma Lulio que la fe es necesaria para la razón, donde parece indicar que la fe es el postulado sicológico para todo conocer, no, por supuesto una condición lógica, pues en este caso sería imposible la conversión del infiel por razones necesarias. Por último Lulio, buen conocedor de la condición humana, sabía perfectamente que una decisión como la conversión que exige el abandono de una fe no es una mera decisión racional sino una cosa que cambia la vida de una persona y exige, por eso, unas cualidades personales específicas como, por ejemplo, poner en duda las propias convicciones. Las razones necesarias sólo tienen éxito tratándose de una persona de particulares dotes intelectuales y comprometido en la búsqueda de la verdad a costa de cualquier riesgo.