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Por los mismos años en que escribía estas dos últimas obras el Abad
Ruperto, Honorio de Autún, en su Libellus octo quaestionum,
después de sentar que la creación del primer hombre estuvo supeditada
a la defección angélica, es decir, que la razón de crear el linaje
humano no ha sido la de ocupar los puestos celestiales que quedaron
vacíos, y que igualmente habría sido creado aunque no hubiesen pecado
los ángeles rebeldes, propone la siguiente cuestión:
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"Si Cristo se habría encarnado en caso de que el hombre hubiese
perseverado en el Paraíso" [12];
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porque - dice - como toda la Escritura clama que Cristo vino en
carne para redención humana, se cree que nunca habría venido así si
el hombre no hubiese pecado ni hiciese falta redimirlo; parece, pues,
que la causa de la encarnación de Cristo fue el pecado del hombre."
A lo que contesta Honorio que el pecado no fue causa de la
encarnación de Cristo, sino de su condena y muerte; la causa de la
encarnación fue la predestinación de la deificación humana. El
pecado no podía mudar el divino propósito de deificar el hombre. Por
tanto la encarnación de Cristo fue la deificación de la naturaleza
humana, y su muerte fue la destrucción de nuestra muerte. Dios
habría tomado carne humana aunque el hombre nunca hubiese pecado.
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