3. LA NATURALEZA

Una contradicción entre los puntos de vista sobre las virtudes de Dios genera una incompatibilidad de Dios con su creación. Esta contradicción es solo aparente, pues no se encuentra en la realidad, ni en la realidad de la naturaleza ni en la de Dios. Tanto Llull como Leibniz recurren a esta apariencia contradictoria para construir sus argumentos contra el vacío y el ocio que modifican la concepción de la naturaleza y de la acción de Dios en el mundo.

Platzeck en su artículo sobre estos filósofos alude al conocimiento que tenía la filosofía natural[22] sobre el horror que tiene la naturaleza por el ocio y el vacío. Leibniz escribió para la princesa Sofia que el vacío aceptado por la física de Newton y los cartesianos contradice a las virtudes divinas. Para Llull, desde la naturaleza divina es imposible pensar que los actos propios de las virtudes de Dios hayan dejado de suceder, antes, en el momento y después de la creación.

La naturaleza no tiene instantes de absoluta pasividad ni contiene una relación absoluta entre vacío y materia. Es el intelecto quién desea limitar tanto a la naturaleza como a Dios. Desde el pensamiento luliano y leibniziano defender el ocio o el vacío genera una contradicción entre las virtudes de Dios porque se pretende inferir de una forma particular de conocimiento una ley de la naturaleza. Por ello se genera una paradoja en los principios que rigen el conocimiento y el ser.

Decimos que la contradicción es aparente por la inherente limitación del conocimiento humano. Como lo dice Leibniz, queremos que el mundo y hasta Dios se comporte como nuestro fragmentario conocimiento lo dicta. Llull diría que las concepciones humanas no pueden determinar lo que ellas mismas no pueden concebir, las virtudes divinas. Cuando el intelecto humano se depara con una contradicción es por sus propias limitaciones y no porque la naturaleza carezca de razón.

Siguiendo el camino de la contradicción aparente Llull y Leibniz reducen al absurdo tanto el vacío como el ocio en la naturaleza. Las virtudes de Dios como principios primeros no pueden generar contradicción.

El libro de la posibilidad

En las innúmeras discusiones de Llull con los musulmanes y los maestros de Artes de la Universidad de París se trataron las siguientes cuestiones:

a) La acción conjunta de las virtudes de Dios.

b) La imposibilidad que tiene el hombre de percibir y conocer las virtudes de Dios.

En el primer caso, la acción conjunta de la Bondad, la Sabiduría, el Poder, la Justicia, la Perfección... debía ser mostrada tanto para el origen del mundo como para los estados subsecuentes de la naturaleza. La pregunta a la que debía responder Llull es como un mismo Dios actua y crea el mundo a partir de sus virtudes sin que ellas sustituyan al mismo Dios o que Dios actue independiente de ellas. En este caso Llull enfrenta argumentos del tipo: la Bondad no es una virtud divina. O este otro: Dios no puede tener virtudes que nos hagan pensar en una acción múltiple cuando se le concibe como la unidad. Este último es un típico argumento islámico. Llull podía responder según los diferentes puntos de vista que tiene sobre las virtudes de Dios. En este caso utiliza la perspectiva del Atributo y la Potestad.

Como ya vimos, las virtudes como Atributos son la causa de la cualificación de las cosas y la Potestad la via que determina Dios para la realización de esas cualidades.

La Bondad es Atributo en tanto las cosas poseen esa cualidad y tienden hacia ella, perfeccionándose cada día. Como Potestad, la Bondad es el fin de perfeccionamiento que las cosas tienen en sí mismas y a donde conducen sus actos particulares. Si se negara la Bondad en estos dos aspectos se negaría la acción de Dios en las cosas.

La Bondad como atributo nos recuerda el ejemplarismo luliano, recurso que nos ayuda a encontrar los trazos del creador en las criaturas. O como dice Goethe preguntándose respecto de la luz: acaso sin su presencia en nuestros ojos podríamos percibirla? Lo mismo sucede con la Bondad: sin la definición de este Atributo, como demostraríamos su presencia en las cosas. Podríamos conocerla?

Por tanto la acción de la Bondad es un acto propio de Dios y de sus virtudes. De ahí los enunciados: La Bondad es Grande, la Justicia es Buena, la Verdad es Buena.

En el segundo caso Llull tiene que enfrentar el intelectualismo de la ciencia lógica que elimina la posibilidad de concebir lo múltiple como no contradictorio. Es decir que si Dios posee virtudes el hombre debe explicar satisfactoriamente por qué Él es Bueno y Magnifico, Justo y Verdadero, sin dejar de ser Dios; o como entender lo Justo y lo Magnifico en las cosas cuando de ellas sólo conocemos estados cambiantes y contradictorios. Es decir, que un A no puede ser al mismo tiempo Justo y Magnifico por principio lógico.

Llull recurre a las Virtudes tomadas desde el punto de vista lógico como Dignidades, o sea, los principios más generales y simples del conocimiento. El argumento luliano explica que los carácteres más universales no son contradictorios en sí mismos y por tanto explican la existencia de su unidad en Dios. De la misma forma los conocemos en las cosas. Por tanto, un A que es bondadoso puede ser justo porque según la definición de Dignidad, no son contradictorios. El argumento luliano posee una estructura sutilmente analítica pues debemos aceptar ciertas definiciones para confirmar el resultado del argumento.

La natural limitación del intelecto humano impide percibir en un solo acto de conocimiento los actos del creador en sus diferentes puntos de vista. Por ello para cada acto ilimitado del Ser existen otras posibles acciones discretas del intelecto. Así, el Ars Magna es un método de conocimiento en que el intelecto recoge y demuestra los actos de las virtudes de Dios en las diversas formas en que aparecen para el conocimiento.

El mundo deviene un libro de posibilidades, pues, la posibilidad pura para el intelecto esta en los principios activos del Ser: las Virtudes. Si Dios es la acción axiomática, cualitativa y perfeccionadora, el hombre argumenta según estos puntos de vista sobre los actos de Dios y demuestra que la posibilidad de estos actos es ilimitada para el conocimiento y para la naturaleza.

Los argumentos lulianos disuelven el “horror al ocio” al ser virtualmente activos. Cada argumento demuestra un punto de vista sobre los actos del Ser y deja otros por demostrar, ya que cada acto del Ser contiene diversos puntos de vista sobre la acción de las virtudes.

Con un uso similar de las virtudes de Dios Leibniz enfrentará la física de su tiempo en contradicción con su ciencia general del ser y el plan divino de la Théodicée.

Máquina dentro de máquinas

Leibniz no se convencía de la existencia de una ley natural de movimiento –la gravedad– que podría actuar a distancia entre los cuerpos. La mecánica newtoniana funcionaba, como un conjunto de leyes sobre el movimiento, porque existen en el espacio vacíos que permiten la acción de las fuerzas en los fenómenos físicos.

El espacio, aunque absoluto y real para los cuerpos, es discontinuo para los fenómenos del movimiento. Leibniz pensaba que si el espacio es una realidad para los cuerpos y el movimiento un accidente de los mismos, desde el punto de vista de Newton no tendríamos como distinguir sustancias de accidentes. El vacío seria una propiedad del espacio sin ser propia de los cuerpos, a pesar de permitir que ellos se muevan en el espacio. Las cosas y sus afecciones tendrían una relación como la que tiene un grupo de personas con un solo abrigo; lo intercambian entre sí e ignoran a quíen pertenece[23] .

Esta indefinición de los accidentes respecto de las sustancias crea otro problema. Mientras el abrigo es usado por una sola persona las otras deben aguardar por un turno para usarlo. Por este motivo en la física de Newton los accidentes ocurren porque una voluntad lo quiere así. Es necesario pensar en un agente mecánico –primero– que elige a quíen le corresponde el abrigo. En palabras de Leibniz el ‘reloj’ –la naturaleza– necesita del ‘relojero’[24] –Dios– porque la máquina necesita de vez en cuando cuerda –‘voluntad’[25] – para funcionar.

A la indiferencia entre accidentes y sustancias se suma la afirmación de Newton que dice que el espacio es: ‘sensorium Dei’[26] . Dios tiene como propiedad el espacio y por eso el espacio es absoluto. En las criaturas, en cambio, el espacio es un accidente y por ello Dios debe verificar que los accidentes de los cuerpos se realicen en los fenómenos. Opera, de esta forma, como el primer mecánico de la creación. También se cumple para Él la incapacidad de distinguir qué es accidente y qué sustancia. Por ello la naturaleza se lentifica o está ‘ociosa’ porque espera a que Dios redistribuya en su ‘sensorium’ las fuerzas, los vacíos y los cuerpos para que los fenómenos ocurran.

Estas paradojas las atribuye Leibniz a la elección de ‘causas ociosas’[27] para explicar las operaciones de Dios y las criaturas. Una de estas causas ociosas sería afirmar que el espacio es absoluto porque es una propiedad divina[28] –el sensorium–. Como bien lo demuestra Leibniz, bajo esta idea no se llega a explicar una cantidad suficiente de fenómenos. Otro problema es que si el espacio es una propiedad de Dios, implica que Dios actua sólo por Voluntad en contradicción con su Sabiduría[29] y Perfección, puesto que la máquina natural necesita de ‘cuerda’ para funcionar. Finalmente la compatibilidad entre causa primera y causas secundarias simplemente estaría confundida en la Voluntad del Creador sin ninguna explicación o razón que demuestre esta misteriosa unión: la causa primera mezclada con las causas segundas sin ninguna razón que las explique ni las relacione.

Cuando este debate sucedió Leibniz estaba cerca de fallecer. La última carta de Samuel Clarke esta fechada días antes de la muerte del célebre bibliotecario. Entiendo que la madurez del pensamiento leibniziano permite afirmar que en esta disputa con el traductor de los Principia estan reflejadas las ideas matrices de Leibniz.

Desde su juventud a Leibniz le inquietaron las catégorias más generales del conocimiento humano. En los géneros generalísimos clásicos no encontró la universalidad que buscaba. En el Ars combinatoria[30] plantea que es el orden relacional de estos principios lo que modifica nuestra comprensión de ellos. El problema no será hallarlos porque, como el mismo Leibniz dirá, es imposible encontrarlos en el mundo pues en él son tan rudimentarios que decepcionan nuestras búsquedas. El problema es demostrar que estos principios simples y primitivos se encuentran relacionados e implicados en razones más complejas y están presentes en los fenómenos del mundo. El término clave es orden, porque se quiere demostrar que principios más complejos se explican y se relacionan con otros no complejos y más generales.

Una vez más, lo que contradice el orden de las causas secundarias afecta a la causa primera por la forma en que se concibe la realidad de esta relación dentro de lo que suponemos orden natural. La discusión con los newtonianos es sobre el orden de lo que concebimos como realidad y lo qué es.

Leibniz considera, como Llull, que el orden real y la realidad de las cosas es superior a ellas mismas. Es el orden de Dios y sus virtudes que son los principios simples y primitivos de todo saber. También existen leyes naturales, demostrables por principios. Leibniz da como ejemplo que un cuerpo que se mueve circularmente alrededor de un centro terminará escapando de su trayectoria por la tangente del circulo. Esta ley no la puede irrespetar Dios. Por tanto, pregunta, cómo se puede pensar que Dios ordene su creación para romper Él mismo con ese orden?

La coincidencia de nuestro pensamiento con la realidad de las cosas, es decir, la demostración del orden de los primeros principios y de las causas secundarias según lo que concebimos en el intelecto y comprendemos en los fenómenos es lo que Leibniz muestra en los principios de razón suficiente y de indiscernibles.

Desde los primeros principios y el orden complejo en el que se encuentran, cada criatura o hecho tiene una razón para ser determinada así y no de otra manera –principio de razón suficiente[31] –. Por ello en el Arte Luliano cada Virtud opera como la posibilidad de concebir, de dar una razón para cada acontecimiento del mundo y del conocimiento.

De lo anterior se deriva que cada cosa o hecho es concebible según las razones que lo explican en su propio estado o circunstancia. Cada estado es indiscernible en sí mismo de otro que le siga porque se explica según sus propias razones que también son los primeros principios. Por tanto para cada principio o razón existe una serie posible de estados donde se muestra de forma diversa o bajo diversos puntos de vista. Esto nos recuerda que en el Ars luliano para cada acto de las virtudes divinas –razones primeras– hay diversos puntos de vista para el conocimiento. Ejemplo de ello es la Escala del Entendimento Humano en la cual se encuentran diversos grados de participación de las criaturas en las virtudes de Dios desde el fuego hasta el cielo. Cada grado de la escala expresa desde su punto de vista el orden de las razones primeras.

Sin estos principios: razón suficiente y de indiscernibles ignoramos cuál es el orden real y a la vez concebible de las cosas.

Estos dos principios tienen como supuesto la compatibilidad de las razones primeras: las virtudes de Dios. En la discusión con Clarke la contradicción entre Voluntad, Sabiduría y Perfección no permite distinguir en los hechos del mundo qué corresponde a los accidentes y qué es lo concebible de las sustancias.

La posición de Clarke excluye el principio de razón[32] porque con una contradicción –Voluntad contra Perfección– queremos explicar fenómenos concebidos como indiferenciados: el vacío, el espacio, el movimiento y los cuerpos.

He llamado a este capítulo ‘máquina dentro de máquinas’ porque los principios primeros –las virtudes– se comportan activamente sin ser ‘mecánicos’ es decir sin precisar de generadores de fuerza. En el Ars combinatoria Leibniz pensó un cálculo que permite determinar los diversos ordenes o complejizaciones en que los principios se disponen: un sistema de posibilidades donde podríamos encontrar tanto las razones como los estados complejos que ellas explican.

Tenemos así, en los primeros principios, una máquina que incluye virtualmente todas las máquinas posibles. El mundo natural es una máquina de máquinas. Al observar las criaturas y los fenómenos encontramos la inclusión continua de máquinas sin llegar a percibir un mecánico que las hace andar. Por ello diría Leibniz que Dios no es intramundano –no es el relojero de la creación– sino supramundano. Trasciende la cadena virtulamente ilimitada de sus máquinas.

Cada máquina de la naturaleza lleva en sí las razones suficientes que la explican en sus posibilidades y que en la naturaleza están determinadas necesariamente por las leyes que rigen los fenómenos. El conocimiento humano demuestra la necesidad de las leyes desde la posibilidad de sus razones primeras que trascienden a toda máquina natural y a todo acto de conocimiento. Por ello el intelecto se ocupa del trabajo de establecer, para las leyes, su conveniencia con los primeros principios y, respecto de los hechos del mundo, la necesidad de unas leyes que los expliquen. La conveniencia[33] es la relación compatible entre causa primera y causas secundarias en los fenómenos. La necesidad es la relación no contradictoria entre las leyes que rigen los hechos y el conocimiento que tenemos de ellas gracias a los primeros principios. La conveniencia es la profesión de fe del filósofo que observa las causas secundarias desde los primeros principios. La necesidad es la base de la ciencia general de las leyes de la naturaleza construida desde nuestro conocimiento del mundo y su relación con los primeros principios.

El principio de razón suficiente lleva en sí mismo la coincidencia entre los estados del mundo y las razones que los determinan. Porque cada posibilidad de hechos es demostrable y determinable por el principio de indiscernibles. Según esto es posible encontrar la razón de cada hecho y saber por qué se cumple necesariamente en la naturaleza. Las leyes naturales rigen en cada fenómeno de esta forma y por ello son necesarias. Lo que sigue entonces es un recuento del orden de las razones y los hechos para establecer las leyes que se cumplen necesariamente y la conveniencia que existe entre ellas y los primeros principios.