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En las obras de los ciclos del Ars compendiosa inveniendi veritatem y
del Ars demonstrativa (ca. 1283), Llull no sólo se interesa
por este tipo de contradicciones aparentes en los que la apariencia de
contradicción surge del desconocimiento de las condiciones para que una
contradicción sea realmente tal o de la despreocupación por la
comprobación del cumplimiento de estas condiciones. También dedica
su atención a la resolución de las contradicciones aparentes que se
manifiestan a través de algunas antinomias inherentes a la razón. El
análisis de este tipo de contradicciones aparentes se introduce de
manera progresiva en el tratamiento de la figura X del Arte,
particularmente en la solución del principal de los problemas que
pueden plantearse a través de esta figura: el de la
predestinación[21].
En las obras del ciclo del Ars compendiosa inveniendi veritatem Llull
distingue en la figura X cuatro (sub)figuras, que constituyen lo que
anacrónicamente podríamos denominar cuatro momentos dialécticos:
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1) Afirmación (figura affirmationis)
2) Negación (figura negationis)
3) Duda (figura dubitationis)
4) Determinación (figura determinativa)[22]
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En su aplicación al problema de la predestinación estos cuatro
momentos, se desarrollan como sigue[23]:
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1) La sabiduría perfecta (BD) de Dios parece significar i) la
predestinación <del hombre> (C) y ii) la privación
(Q) del libre albedrío (L).
2) La justicia perfecta de Dios (KD) parece significar, por el
contrario, i) el libre albedrío (L) y ii) la privación (Q) de
la Predestinación (C)
3) La consideración conjunta de 1 y 2 por S (el alma racional)
hace patente una antinomia (Llull no usa el término), ya que, como
se puede leer en el Ars compendiosa inveniendi veritatem, "en la
primera (sub)figura se afirma lo que se niega en la segunda, y en la
segunda se afirma lo que se niega en la primera"[24]; lo que da
lugar, claro está, a dos pares de proposiciones formalmente
contradictorias: "Los hombres están predestinados" (primera
figura), "Los hombres no son libres" (falsa significación de lo
afirmado en la primera figura), "Los hombres son libres" (segunda
figura), "los hombres no están predestinados" (falsa
significación de lo afirmado en la segunda figura). (Agustín, en
el De civitate Dei, ya se refiere al carácter antitético de estas
dos realidades que la fe nos exige creer: "en alguna manera -afirma-
nos vemos constreñidos, o, admitida la presciencia de Dios, a
suprimir el libre albedrío de la voluntad, o, admitido el arbitrio de
la voluntad, a negar la presciencia de los futuros en
Dios"[25]). La constación de esta antinomia, por la que la
predestinación y el libre albedrío aparecen al entendimiento como
realidades incomposibles, hace -según Llull- caer en la duda (en
el cuadrado R de la figura S).
4) La consideración de la concordancia en Dios de la perfecta
sabiduría y de la perfecta justicia, concordancia que es significada
por la figura A del Ars y que es posible por la concordancia de la
voluntad (F) y el poder (O) divinos, también significada por
A, permite establecer la posibilidad y la conveniencia de afirmar a la
vez los dos hechos en apariencia incompatibles, es decir: la
predestinación y el libre albedrío, a pesar de que la comprensión de
la realidad contenida en esta afirmación sobrepase la capacidad de
nuestro entendimiento. Esta doble afirmación disuelve en el intelecto
los dos pares de contradicciones aparentes en los que se encontraba
atrapado.
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Al concluir el capítulo del Ars compendiosa inveniendi veritatem
sobre la aplicación de la figura X, Llull afirma que uno de los modi
que intervienen en la solución del principal de los problemas a los que
se aplica esta figura es el décimo, el de la contradicción
aparente[26]. Acabamos de ver los motivos que justifican esta
afirmación. Con todo, parece obvio que la solución de la cuestión
referente a la predestinación no parece tener mucho que ver con las
contradicciones aparentes que Llull había presentado en el Compendium
logicae Algazelis o con la pseudocontradicción, analizada en el mismo
Ars compendiosa inveniendi veritatem, a que podían llegar, por la
equivocidad del sujeto, un fiel y un infiel al disputar sobre la
Encarnación. Estos tipos de contradicciones aparentes podían
despejarse cuando la razón ejercía como ama y señora del lenguaje
controlando sus engaños. En la que ahora nos ocupa la razón, por
sí misma, es impotente. Es ella, a causa de sus limitaciones,
quien se engaña a sí misma. El entendimiento puede llegar, gracias
a la contemplación de Dios y a la pertinente ayuda divina, a entender
la necesidad de afirmar, al mismo tiempo, la predestinación y el
libre albedrío. Pero cuando lo hace, transciende su propia
naturaleza que le impulsa a ver estas dos presuntas realidades como
incompatibles. Esto nos lleva a otro de los modi que intervienen en
las argumentaciones que canaliza la figura X, el de la sabiduría y la
ignorancia, el octavo de los modos del Ars compendiosa inveniendi
veritatem.
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