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Como lo hemos visto, el horror otiositatis y el horror vacui aparecen
en las discusiones de los filósofos Llull y Leibniz alrededor de las
posiciones que suscitan los siguientes puntos:
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a) La identidad de los primeros principios. La multiplicidad
no-contradictoria de las virtudes en la unidad de Dios. Las acciones
de Dios en el mundo son virtuosas y comunican sus virtudes a las
cosas.
b) la subordinación por esta relación de identidad de las causas
segundas que operan en los fenóménos. Tal subordinación se
demuestra en la necesidad con que las leyes del mundo ocurren en las
cosas.
c) Establecer la Ciencia General –Ars o Mathesis– basada en a)
y b) que contiene la necesidad formal de las razones segundas sostenida
por la posibilidad de los primeros principios en la unidad del Ser
supremo que los comunica al mundo y al conocimiento.
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Sin a) o b) el punto c) no es factible. Pero si seleccionamos
alguno de los puntos y lo eliminamos obtendremos interesantes
consecuencias.
Si negamos a) tendremos un Dios limitado por sí mismo. Sus
cualidades no serían positivas sino meros nombres, abstracciones o
etiquetas que el hombre crea para la poca generalidad que alcanza su
percepción de las cosas. El gobierno de las leyes de la naturaleza no
tendrá comunicación con la divinidad y por ello es puramente nominal;
sin principios primeros o evidentes por sí mismos la naturaleza tendrá
un orden concebible pero no real, pues el arbitrio del conocimiento
humano establece sólo probabilidades. Dios es pasivo y sus ideas
descansan –literalmente– en su intelecto y no intervienen en el reino
nominal de la naturaleza. Esta separación entre los reinos natural y
divino alienta el debate político europeo del finales de la baja Edad
Media. Precisando un poco, la necesidad es para las leyes de la
naturaleza sólo probable y la conveniencia entre la naturaleza, el
Creador y el conocimiento un sueño de la fe.
Si negamos b) los primeros principios no se articulan con las causas
segundas: se consideran iguales a ellas y se confunden en la
naturaleza. Es la solución panteísta que considera a Dios:
L’Âme du Monde. Dios se identifica con la naturaleza. Para los
newtonianos el creador interviene de forma directa en las leyes de la
naturaleza cuando una suspensión de su eficacia lo requiere. Dios
ayuda con su voluntad a que la naturaleza funcione según las leyes que
los fenómenos ostentan. Es un Dios intramundano que aparece
ocasionalmente para reparar lo que no funciona. Aquí el problema de
la comunicación entre razones primeras y causas segundas se elimina al
ser confundidas por el orden que supone el hombre en la naturaleza. La
necesidad de las leyes resulta de la verificación que el intelecto
humano hace de ellas y porque Dios ayuda a la naturaleza en los
momentos en que la verificación lo requiere. La conveniencia entre
primeros principios y causas mundanas, se convierte en la conveniencia
entre leyes y constatación experimental de hechos según aquel
‘relojero’que da cuerda a la creación. Sin principios primeros a
los cuales se remiten las dos anteriores.
Sólo con a) tenemos una Ciencia hecha por las facultades del
entendimiento según los habitos del sentido común. Los intentos por
generalizar son sólo una convención provisional a la que el hombre
llega cuando concibe ciertas coincidencias entre lo intelectual y lo
fenoménico. Sólo con b) tenemos una Ciencia de causas segundas
identificadas como causas primeras. Lo general de los fenómenos se
supone como una de las propiedades del Ser.
En estas dos ciencias tenemos el desarrollo de una hipótesis sobre la
necesidad de las leyes de la naturaleza sin llegar a una conveniencia.
Al no tener primeros principios, ni las causas segundas, ni el
conocimiento poseen algo con lo cual convenir. Se debe advertir que
tal conveniencia es un acto de comprensión limitado para el hombre e
ilimitado para Dios. Como ya se dijo, es la base de una profesión
de fe –filosófica–.
El mundo concebido bajo leyes necesarias es una especie de gobierno.
El reino de un divino soberano o de sus pretensiosos subditos. Las
posiciones, ya apreciadas, quieren sustentar la necesidad de este
gobierno que confunde al soberano con las leyes en favor de los
obedientes subditos o al soberano con su reino en perjuicio de las
leyes.
Leibniz y Llull encuentran la conveniencia entre el Soberano y sus
Virtudes[34] aplicada a las leyes del reino y al conocimiento que
los subditos adquieren de ella. Por tanto es posible que las virtudes
del soberano se comuniquen al reino y a sus gobernados. Lo anterior
muestra y establece un Habitus regens[35] propio no sólo de la
necesidad formal de las leyes sino de la conveniencia entre las virtudes
del soberano comunicadas a los súbditos en su conocimiento y
ejemplificadas en el reino por los acontecimientos que en él ocurren.
En ningún momento las leyes o el reino sustituyen la acción del
soberano. Esta conveniencia entre virtudes, leyes y reino alude a la
acción continua de Dios en la naturaleza. Los debates leibnizianos y
lulianos quieren desmentir la supuesta holgazanería del soberano en su
reino. La conveniencia abre camino a una ciencia general construída
por nobles subditos que tienen como profesión de fe esta compatibilidad
entre virtudes del soberano, leyes de gobierno y reino. Leibniz
piensa la conveniencia como una república universal de las
almas[36] .
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