III

Por los mismos años en que escribía estas dos últimas obras el Abad Ruperto, Honorio de Autún, en su Libellus octo quaestionum, después de sentar que la creación del primer hombre estuvo supeditada a la defección angélica, es decir, que la razón de crear el linaje humano no ha sido la de ocupar los puestos celestiales que quedaron vacíos, y que igualmente habría sido creado aunque no hubiesen pecado los ángeles rebeldes, propone la siguiente cuestión:

"Si Cristo se habría encarnado en caso de que el hombre hubiese perseverado en el Paraíso" [12];

porque - dice - como toda la Escritura clama que Cristo vino en carne para redención humana, se cree que nunca habría venido así si el hombre no hubiese pecado ni hiciese falta redimirlo; parece, pues, que la causa de la encarnación de Cristo fue el pecado del hombre."

A lo que contesta Honorio que el pecado no fue causa de la encarnación de Cristo, sino de su condena y muerte; la causa de la encarnación fue la predestinación de la deificación humana. El pecado no podía mudar el divino propósito de deificar el hombre. Por tanto la encarnación de Cristo fue la deificación de la naturaleza humana, y su muerte fue la destrucción de nuestra muerte. Dios habría tomado carne humana aunque el hombre nunca hubiese pecado.