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El punto de partida del pensamiento luliano parece estar fuera de los
intereses intelectuales de hoy día. La actualidad de Lulio es, a
pesar de las apariencias y de los siglos que nos separan, mucho mayor
de lo que a primera vista pudiera parecer.
Lulio era un laico. Un laico comprometido que planteó la reflexión
de su fe partiendo de la realidad circundante para adaptarla a las
necesidades fundamentales de la Iglesia a la que él en todo momento se
somete y quiere servir. Ante el letargo de los detentadores de poder
en la cristiandad frente a la masa de infieles se autoproclama Lulio
"procurator infidelium" exigiendo para ellos una atención mayor al
mandamiento de Cristo: "Id por todo el mundo y predicad el evangelio
a todas las naciones..." (Mt. 28,19). Su vida y su obra,
lo que hizo y escribió estuvo en función del ideal que aglutinó toda
su existencia y que formuló con toda claridad en la primera de sus
obras, el Libre del gentil e los tres savis: "Así como tenemos un
Dios, un creador, un señor, hemos de tener una fe, una ley, una
secta y una manera de amar y honrar a Dios, y hemos de ser amadores e
ayudadores los unos de los otros y entre nosotros no ha de haber ninguna
diferencia y contrariedad de fe ni de costumbres".
Esta visión utópica de la humanidad es para Lulio una realidad
alcanzable por la sencilla razón de tal unidad es la declarada voluntad
divina. Si no se ha alcanzado y si parece tan lejana su consecución
se debe a que aquellos que tienen en sus manos el llevarla a cabo no
quieren poner los medios para realizarla.
Esta humanidad unida bajo una sola fe puede ser realida por medio de la
conversión. La finalidad primaria de la obra luliana es convertir.
Convertir, primero, a los infieles y, segundo, a los cristianos.
La conversión de los infieles se ha de hacer a través de la
consecuente labor misional que exige una exposición de la fe cristiana
a través de argumentos "razonables" y no sólo "creíbles". No se
puede dejar una fe por otra fe, sólo se puede abandonar la propia fe
porque uno se ha convencido de la verdad de la otra. Pero convencerse
de la verdad de algo es una operación que pertenece al entendimiento.
Por eso Lulio se había propuesto, y creyó haberlo logrado, el
método infalible para convencer a los infieles de la verdad de los
artículos de la fe cristiana. La conversión de los infieles es,
según Lulio, cosa fácil, si se logra convencer o, lo que viene a
ser lo mismo, convertir a los cristianos de la importancia y viabilidad
de la empresa de conversión de infieles. Su Ars es, por ello, un
instrumento inutil si los detentadores del poder en la sociedad
cristiana no ayudan a propagarla. La increible actividad de Lulio,
sus viajes, súplicas y audiencias ante papas, reyes y ricos
prohombres de las repúblicas marineras no tuvo otro fin que lograr la
conversión de la cristiandad hacia su programa de misión. Lulio
quiere una cristiandad abierta hacia el mundo y no aquella cristiandad
dividida por contiendas entre reyes y señores.
Es evidente que la lucha más dura de Ramón Lulio fue, la que
pudieramos llamar, lucha por conseguir la conversión del cristiano a
los ideales de conversión del infiel. Esta conversión del infiel
sería tarea sencilla una vez conseguido el apoyo y entusiasmo de los
cristianos.
Esta conversión del cristiano exige, en el más profundo sentido
bíblico, un cambio total de la escala de valores en la cristiandad,
desde la cabeza a los pies. Si los cristianos cumplieran con su
obligación de ser "amadores, servidores y loadores" de Dios harían
todo lo posible para seguir el fin primario del mundo, es decir, "que
Dios sea conocido, amado y servido". El constante lamento luliano
que "apenas hay hombre alguno que haga aquello para lo que ha sido
creado" es la causa del fracaso de su Ars, de cuya eficacia Lulio
jamás dudó. Nunca se apunta una duda a la posibilidad de que todos
los hombres se hagan cristianos. La culpa es de los mismos
cristianos, a quienes los ideales de Ramon les parecieron siempre
locura. El mismo tuvo conciencia de la extrañeza y radicalidad de su
proceder presentándose en sus obras como Ramón, el loco: "Quiero
ser loco para dar a Dios gloria y honra y no quiero tener medida en mis
palabras por fuerza de gran amor".
Mucho más que la inutilidad de sus esfuerzos le duele pensar que
"Dios en el mundo sea tan poco honrado". El ideario luliano está
comprometido y subordinado a la acción. Su pensamiento está de tal
manera dirigido a una finalidad de acción apostólica y proselitista
que se pude afirmar sin cortapisas que Lulio más que un pensador es un
propagandista que pasó su vida en la tensión continua de un agente
publicitario organizando campañas y buscando el apoyo de personas y
grupos influyentes para hacer llegar su doctrina a un público poco
propenso a aceptar su extrema contundencia. Esta larga e incansable
acción sujeta a los vaivenes periódicos de alegría o tristeza,
entusiasmo y decaimiento, condicionada también por el diferente marco
geográfico y los distintos destinatarios, marca la pauta de su vida y
de su obra.
Esta visión global de vida y obra en la tensión constante hacia la
conversión de los infieles es presupuesto indispensable para la
comprensión de todos sus escritos. Entre otras cosas logró Ramón
Lulio despertar el interés de los padres conciliares en Vienne hacia
sus planes de misión.
En su libros muestra Lulio la necesidad de reflexionar sobre las
propias creencias. El laico Lulio le exige a los cristianos y a los
no cristianos que piensen, que hagan ejercicio de su capacidad de
pensar para evitar la más moderna y peligrosa de las ideologías que
consiste en rechazar todo lo que ponga en entredicho la situación
actual y no pensar nada seriamente. En la escala de las criaturas la
capacidad de pensar separa al hombre del animal y le constituye en
hombre. Lulio criticó duramente a sus correligionarios proponiendo
nuevos caminos. Su crítica más profunda y decisiva fue hacer
hincapié en el hecho de que el hombre común piensa poco, con poca
personalidad, con escasa profundidad y con casi ningún método.
Todos los que creen, sean moros, judíos o cristianos, tienen una
común categoría que no los diferencia en nada: poder pensar, poder
entender, poder amar. Para Lulio es precisamente el no hacer uso de
esa posibilidad de pensar, entender y amar la causa de todas las
disidencias y discordias dentro de la cristiandad y dentro de la
humanidad en su conjunto. Lulio propone la solución de todos los
problemas a través de una acción pastoral destinada a lograr que la
gente haga uso de su capacidad de pensar y reflexionar. Su obra es
para él una nueva y fácil "sciencia universalis" a través de la
cual todo el mundo podrá aprender a hacer uso de su inteligencia.
La exigencia luliana se reduce a inculcar un espíritu curioso,
crítico y abierto. De ahí el oficio singular que Lulio encomienda
al joven protagonista de su Libro de maravillas: "Te conviene
maravillarte... ve por el mundo y maravíllate".
Por eso propone ir "por bosques y por montañas y llanos, por yermos
y poblados, por castillos y ciudades, por aguas dulces y saladas"
para maravillarse de las maravillas que hay en el mundo y preguntar lo
que no se entiende y aprender lo que no se sabe. De ahí su profunda
convicción de haber encontrado, al fin, el verdadero camino:
"Largo tiempo he trabajado en buscar la verdad por unas maneras o por
otras y por la gracia de Dios he llegado al fin al conocimiento de la
verdad que tanto he deseado saber, la que he puesto en mis libros".
Entender y no sólo creer es lo que llena el alma de gozo y
satisfacción. Entender es el verdadero camino de la felicidad y, por
tanto, el verdadero camino del amor. Entender nos hace semejantes a
Dios que entiende y no cree. Del afan de entender y de la reflexión
"sin otro compañía que la Dios y los árboles, hierbas, pájaros,
fieras, aguas, fuentes, prados y riberas, sol, luna y estrellas,
pues ninguna de estas cosas embarga el alma" se alimentó el
pensamiento de Lulio. De ahí le vino aquella riqueza y seguridad que
manifestó siempre en sus convicciones y que entusiasmó a tantos
pensadores.
Lulio quiere entender su fe y abrazar afectivamente todos los aspectos
de la realidad. Lulio sufría las fealdades de un paisaje yermo, la
destemplanza de un organismo averiado, las inconsecuencias de un
clérigo ignorante, las injusticias de un rey o los desatinos de un
obispo. Pero sobre todo no podía comprender por qué las personas no
ejercían como tales utilizando su inteligencia.
Todo esto no era más que la consecuencia de su concepción
metafísico-teológica del mundo que no era sostenida por un pensador
"racionalista" frio y distante, sino uno que amaba el objeto de sus
pensamientos y de su crítica que, de vez en cuando, se estremecía
ante la belleza de las teorías y misterios que contemplaba. Lo más
admirable de su acción es su ejemplar optimismo y su firme convicción
del triunfo final de la razón y de la verdad.
La predicación -Lulio es el único laico que en la Edad Media
formuló una teoría de la predicación cristiana- no ha de servir para
mover emociones sino para enseñar al cristiano a comprender su fe.
Lulio se percata -y esto es algo especificamente luliano- que la
creencia puede ser un obstáculo para hacer uso libre de la razón. El
fin de toda su larga e incansable labor era conseguir que el hombre
pudiese ejercer la capacidad de pensar aplicándola a objetos y
problemas que estuvieran por enciama de lo meramente sensible. Lulio
lamenta que "la mayoría de los hombres en este mundo no saben entender
y no saben amar". Comunicar una ciencia al pueblo para enseñar al
pueblo la verdad y el amor es la razón de ser del ideario luliano.
Convencer al hombre del "gran placer espiritual de entender" por
encima de las necesidades y placeres sensibles y también por encima de
la mera creencia sin reflexión era el fin primordial y la razón de ser
de su incansable y larga actividad.
Lulio no sólo ha luchado durante toda su vida por la extensión de la
fe de Cristo, sino que ha dejado un ejemplo a seguir y una densa
doctrina de gran utilidad para las necesidades del mundo de hoy.
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