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El Poder y la Sabiduría divinos no son contradictorios. Son
virtudes supuestas como compatibles. Enunciados del tipo: “La
sabiduría es poderosa”; “El poder es sabio” son tomadas como
afirmaciones positivas sobre la existencia divina por Llull y
Leibniz. Construir estos enunciados usando las demás virtudes
divinas demuestra formalmente que no existen limitaciones en Dios. No
puede suceder que las leyes de la naturaleza o el mismo Dios cree para
sí mismo límites como el vacío o la falta de actividad en su
creación. Por tanto será un error decir que Dios obedece a su
Sabiduría o que la Sabiduría obedece a la Voluntad. Una virtud
como la otra son planteadas como ilimitadas y no contradictorias[6] .
Desde el punto de vista luliano y leibniziano las Virtudes de Dios
satisfacen la posibilidad de la existencia del sujeto de máxima
perfección. Demostrada, para Llull, en los enunciados no
contradictorios sobre sus Virtudes[7] . En los enunciados las
virtudes se sustituyen unas a otras de la siguiente forma: La Bondad
es Grande, La Justicia es Poderosa, La Sabiduría es
Verdadera, La Grandeza es Buena, El Poder es Justo, La
Verdad es Sabia, La Justicia es Grande, El Poder es sabio, La
Bondad es Verdadera, La Justicia es Sabia... En estos
enunciados las virtudes están definidas como no contradictorias y por
ello unas se convierten con las otras, así como cada virtud y
enunciado se convierte con la esencia del Ser que es su identidad
ilimitada. La determinación no contradictoria de las Virtudes como
su conversión entre sí y con la esencia divina demuestran para el
intelecto la posibilidad de la existencia del Ser primero.
Las Virtudes en la naturaleza demuestran la existencia divina no sólo
como posibilidad, sino como la realidad ostensible de un orden, de
criaturas y acontecimientos, que se regula a sí mismo. Este juicio
que nos lleva de la Obra –la naturaleza– al Máximo Artífice
–Dios– hace parte del Ejemplarismo Medieval seguido por Llull y
que Leibniz apreciaba, por la riqueza de consecuencias que se siguen
de asumir la ostentación de la existencia divina en la participación
de las criaturas, y de nosotros mismos, en las Virtudes de Dios.
En medio de la ostentación de las Virtudes de Dios y la posibilidad
intelectual de su existencia encontramos la necesidad del orden
natural. Esto implica que las leyes que regulan la naturaleza deben
expresar la participación y la posibilidad de las virtudes de Dios en
los fenómenos del mundo. Lo que las Virtudes establecen es una
compatibilidad entre la posibilidad lógica y la realidad del ser que
pasa por la necesidad de las leyes naturales. Por ello los argumentos
de Llull y Leibniz contra la existencia del ocio o del vacío en la
naturaleza sostienen la compatibilidad de las Virtudes de Dios como
principios lógicos, naturales y metafísicos.
El conocimiento de Dios se obtiene através de los mismos principios
–las virtudes– que se utilizan en el conocimiento de la naturaleza y
del hombre. Esto crea una dependencia de orden ‘superior’ entre el
conjunto de virtudes –principios primeros y fundamentales– los
fenómenos naturales y el conocimiento humano. Cada vez que algún
hecho en particular quiera demostrarse la demostración debe hacerse
recurriendo a aquellos principios, si al explicar un fenómeno el
recurso a las virtudes crea contradicciones entre ellas, como sucede
para el vacío y el ocio en la naturaleza, la demostración es
inválida y no corresponde a la realidad de los hechos como a la
realidad del Ser divino.
Lo anterior, establece que un conocimiento general de Dios y la
naturaleza requiere un conjunto de principios simples y universales no
contradictorios. Sabemos que esto no sucede sólo en la metafísica
sino para los sistemas formales en general.
El conocimiento humano necesita de un conjunto de principios que
satisfagan su conocimiento del mundo y de Dios. Estos principios son
las virtudes, que al mismo tiempo son fundamento ontológico y
cognitivo: “Principios essendi[8] et cognoscendi”. Estas
virtudes demuestran la posibilidad real del sujeto de máxima
perfección y la existencia del primer Artifice. La Bondad, el
Poder, la Gloria, la Eternidad, la Justicia, la Sabiduría, la
Verdad, la Perfección, la Voluntad, forman un conjunto no
contradictorio de principios simples en sí mismos[9] , que reunen lo
que el hombre puede demostrar y conocer de Dios.
Para Llull estos principios cumplen diversas funciones de acuerdo a la
obra –lógica, apologética, didáctica– y al término que usa para
nombrar las virtudes divinas[10] . Estos principios simples y
generales se pueden concebir desde diversos puntos de vista.Tenemos
tres funciones para las virtudes de Dios, que son: Dignidad,
Atributo, Potestad.
Dignidad es principio lógico: la forma en que Dios se muestra al
intelecto según principios generales. En términos escolásticos,
Dignidad es la palabra latina para el griego axioma[11] . Estos
principios no dependen de otros[12] . Son el punto más alto de la
cadena analítica y el primer recurso para el conocimiento. En
diversos contextos Llull muestra el uso lógico de Dignidad. Un
principio que reune en sí lo más general del conocimiento.
Por Atributos se entienden aquellas perfecciones divinas que pueden
ser participadas por las criaturas[13] . Desde este punto de vista
los Atributos son causa de la forma de ser de las cosas. El atributo
es la referencia a un sujeto que tiene una cualidad o que la incluye
porque actua según ella. Podría pensarse que equivale a la esencia
en tanto que nos muestra lo que la cosa es en medio de sus actos.
Vemos porque es tan importante para Llull conservar la forma
sujeto-predicado de los entinemas clásicos. En ellos se enuncian las
relaciones de atribucion, de cualidad y esencia propia de las cosas.
Desde el punto de vista de la Potestad, los principios revelan la
finalidad de toda la creación. Las cosas son y perseveran en su ser
gracias a ellos. Constituyen la propiedad de las personas de la
Trinidad y su acción en el mundo al transmitir su fuerza
perfeccionadora a la creación. La potestad tiene un cáracter
meramente metafísico.
Los tres puntos de vista sobre las virtudes divinas son el fundamento
para la construcción de un modo universal del saber. De este
fundamento provienen el Ars Magna de Llull y posteriormente la
Mathesis Universalis de Leibniz. Porque las Dignidades son los
principios generales del conocimiento, los Atributos las causas de las
cosas en su forma de ser y las Potestades la acción continua en la
naturaleza de la perfección divina.
Las virtudes ‘gobiernan’ todos los planos del universo. Son los
universales ante rem, in re y post rem. Universales anteriores a las
cosas debido a su identificación con el ser de Dios antes de su
existencia. Universales en las cosas, porque ellas constituyen las
cualidades y las operaciones de las criaturas. Universales
posteriores, porque el hombre conoce por ellas las criaturas y con su
conocimento las orienta hacia la perfección de Dios.
Al conocer, el hombre explica el perfeccionamiento del mundo y su
forma de ser con las Virtudes del creador. El principio demostrativo
–dignidad– es al mismo tiempo la finalidad –potestad– de las cosas y
la razón de su forma de ser –atributo–. Esta cadena deductiva que
va de los primeros principios, más simples, a razones más complejas
y que regresa nuevamente a los primeros principios, puede encontrarse
también en la demostración geómetrica. El procedimiento es similar
porque el punto de partida es un conjunto de definiciones, con ellas se
explica un problema cuya resolución es admitida porque usa las
definiciones propuestas. En estas demostraciones encontramos un
círculo que parte de las definiciones y pasa por el problema, que para
ser solucionado indica las definiciones del principio. Por circulares
a este tipo de demostraciones se les denomina: autoreferenciales.
Lo anterior nos ayuda a iluminar la posición de Leibniz frente a las
virtudes divinas.
En un fragmento de 1679[14] Leibniz reúne lo que para él son
los principios más generales del conocimiento y los principios de
algunas ciencias particulares. En los principios más generales toma
las virtudes divinas y escoge algunos términos que pueden relacionarse
con ellas. En el fragmento no queda claro, ni está explicado el
porqué de esta búsqueda por sinonimias para los nombres de las
virtudes de Dios:
Bonitas (Honestas, decus, commoditas, salus, benignitas,
utilitas...)
Duratio (Constantia, stabilitas, perseverantia, firmitudo...)
Cabe preguntarse si Leibniz establecía ciertas precisiones en los
principios para encontrar su generalidad en ciertos rasgos o
cualidades. Podría compararse este fragmento con el Discurso de
Metafísica donde en númerosos apartes encontramos que la naturaleza y
sus criaturas poseen em diversos grados las Virtudes o como las llama
Leibniz las Perfecciones de Dios. Acaso esta búsqueda de
significados para las Virtudes no trata de presisar la participación
de diversos estados del mundo en las Perfecciones divinas?
En el fragmento de 1676 –Si el ser perfectísimo existe[15] –
Leibniz deja las sinonimias para establecer una definición de los
principios. Define ‘perfección’ como un principio simple o no
complejo. Para demostrar esta determinación de los principios
presenta el siguiente problema: No se puede establecer la falsedad de
la afirmación: A se contradice con B, porque ni A, ni B –al ser
perefecciones– pueden descomponerse para hallar una contradicción.
Por tanto lo que se define como perfección no es contradictorio, y
así podemos concebir un sujeto que reúna todas las perfecciones sin
cualquier límite: Dios.
Esta determinación de las Perfecciones de Dios, independiente del
número o de los nombres que ellas tengan, establece la prioridad
lógica de las Virtudes de Dios como el primer conjunto no
contradictorio de principios generales para el pensamiento. La tarea
intelectual de Leibniz entre 1666 y 1686 se dedicó en gran
parte a la definición de un conjunto de principios primitivos para el
pensamiento que sirvieran de base para todo conocimiento. Los
Speciminia o el Alfabeto de los Pensamientos Humanos representarían
en complejas fórmulas o algoritmos cualquier conocimiento lo que
llevaría a uma reforma de todas las ciencias a la luz de estos primeros
fundamentos: Las perfecciones divinas[16] .
En El Discurso de Metafísica de 1686 vemos que las Virtudes de
Dios se consideran en su relación con el mundo y la manera en que su
máxima perfección guia el plan divino para el mundo y el
hombre[17] . El Discurso es uma obra póstuma escrita para rebatir
a los cartesianos en especial Arnauld.
Los cartesianos atribuyen, según Leibniz, el origen de las primeros
principios a la voluntad divina y por tanto la existencia de ellos
depende de este arbitrio supremo. Leibniz argumenta que los primeros
principios no pueden ser más que originados por la máxima sabiduría
del creador que escoge los principios más perfectos para obtener el
mayor número de consecuencias de ellos. La riqueza del mundo y su
variedad de fenómenos obedecen a esta simplicidad y perfección que
reside en las Perfecciones divinas. Leibniz quiere demostrar que las
causas finales y las causas eficientes no son contradictorias en la
naturaleza.
Hemos reunido en Leibniz tres puntos de vista similares a los de
Llull sobre las virtudes de Dios[18] . Son los axiomas o
principios más simples. Los atributos que, como la Bondad,
identifican diferentes cualidades en las cosas y las Potestades que
actuan según un orden de máxima perfección.
La discusión de Leibniz con Llull sobre el número de las
perfecciones o sí la virtud Gloria está primero que las demás,
puede quedar de lado al limitarnos, en estas líneas, al examen del
uso de estos tres puntos de vista: axiomático, cualitativo-causal y
metafísico.
Es notorio el énfasis que tanto Llull como Leibniz[19] hacen en
las causas finales –las Potestades–. El sentido teleológico de las
Potestades subordina los actos de las criaturas –debidos a los
Atributos– y los actos de conocimiento –debidos a las Dignidades–,
ya que lo que sucede en el mundo y lo que conocemos sólo es posible por
la existencia de una finalidad. La finalidad es un perfeccionamiento
constante que reside en Dios y sus virtudes que principiaron a las
criaturas y con ello al saber. Sorprende que un mismo conjunto de
principios –en este caso las Virtudes– sean en sí mismas un ciclo de
actos: de Dios, del mundo, del conocimiento. Actos cuya finalidad
es su principio y su transcurso se da en razón de estos aparentes
extremos, la naturaleza y el conocimiento, que son lo mismo em la
unidad del Ser supremo.
Las llamadas causas eficientes –atributos de las cosas– no están
subordinadas a las causas formales –principios del conocimiento– dado
que son parte de las causas finales, como instancias de un acto que
transcurre en el mundo según la finalidad[20] . Por ello las
contradicciones aparentes del tipo: existe el ocio en la naturaleza.
Donde una causa eficiente es identificada a una causa formal creando la
incompatibilidad en las causas finales, se disuelven en las
demostraciones elaboradas desde las Virtudes, que contienen
–virtualmente– estos tres modos. Porque en Dios la contradicción
esta disuelta en su ilimitada compatibilidad.
De estas tres perspectivas sobre las virtudes de Dios y su
compatibilidad[21] ambos autores quieren construir una Ciencia
General. En que la no contradicción de los puntos de vista sobre las
virtudes y la continuidad de sus actos une el conocimiento de la
naturaleza y los decretos de Dios.
Si Dios es la fuente de los principios rectores del conocimiento,
como de las causas de las cualidades de las cosas y del
perfeccionamiento de las almas, ningún acto de Dios tiene un termino
o un momento pasivo. Esta concepción de las virtudes nos habla de una
acción continua. Un constante actuar de las virtudes en sus
diferentes puntos de vista. Por tanto cuando se encuentre una
contradicción en el uso de alguna de ellas, se transmitirá a la forma
de concebir los fenómenos y a los principios del conocimiento como se
verá a continuación.
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