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8. Los hermanos Cirilo y Metodio, bizantinos de
cultura, supieron hacerse apóstoles de los eslavos en el
pleno sentido de la palabra. La separación de la patria
que Dios exige a veces a los hombres elegidos, aceptada
por la fe en su promesa, es siempre una misteriosa y
fecunda condición para el desarrollo y el crecimiento del
Pueblo de Dios en la tierra. El Señor dijo a
Abrahán: «Salte de tu tierra, de tu parentela, de
la casa de tu padre, para la tierra que yo te indicaré;
yo te haré un gran pueblo, te bendeciré y engrandeceré
tu nombre, que será una bendición».
[13]
Durante la visión nocturna que san Pablo tuvo en
Tróade en el Asia Menor, un varón macedonio, por lo
tanto un habitante del continente europeo, se presentó
ante él y le suplicó que se dirigiera a su país para
anunciarles la Palabra de Dios: «Pasa a Macedonia y
ayúdanos».
[14]
La divina Providencia, que en el caso de los dos santos
hermanos se manifestó a través de la voz y la autoridad
del Emperador de Bizancio y del Patriarca de la Iglesia
de Constantinopla, les exhortó de una manera semejante,
cuando les pidió que se dirigieran en misión a los
pueblos eslavos. Este encargo significaba para ellos
abandonar no sólo un puesto de honor, sino también la
vida contemplativa; significaba salir del ámbito del
Imperio bizantino y emprender una larga peregrinación al
servicio del Evangelio, entre unos pueblos que, bajo
muchos aspectos, estaban lejos del sistema de convivencia
civil basado en una organización avanzada del Estado y la
cultura refinada de Bizancio, imbuida por principios
cristianos. Análoga pregunta hizo por tres veces el
Pontífice Romano a Metodio, cuando le envió como
obispo entre los eslavos de la Gran Moravia, en las
regiones eclesiásticas de la antigua diócesis de
Panonia.
9. La Vida eslava de Metodio recoge con estas palabras
la petición, hecha por el príncipe Rastislao al
Emperador Miguel III a través de sus enviados:
«Han llegado hasta nosotros numerosos maestros cristianos
de Italia, de Grecia y de Alemania, que nos instruyen
de diversas maneras. Pero nosotros los eslavos... no
tenemos a nadie que nos guíe a la verdad y nos instruya de
un modo comprensible».
[15] Entonces es cuando
Constantino y Metodio fueron invitados a partir. Su
respuesta profundamente cristiana a la invitación, en
esta circunstancia y en todas las demás ocasiones, está
expresada admirablemente en las palabras dirigidas por
Constantino al Emperador: «A pesar de estar cansado y
físicamente débil, iré con alegría a aquel país»;
[16] «Yo marcho con alegría por la fe cristiana»
,
[17]
La verdad y la fuerza de su mandato misional nacían del
interior del misterio de la Redención, y su obra
evangelizadora entre los pueblos eslavos debía constituir
un eslabón importante en la misión confiada por el
Salvador a la Iglesia Universal hasta el fin del mundo.
Fue una realidad —en el tiempo y en las circunstancias
concretas— de las palabras de Cristo, que mediante el
poder de su Cruz y de su Resurrección mandó a los
Apóstoles: «Predicad el Evangelio a toda creatura»
;
[18] «id pues; enseñad a todas las gentes»
.
[19] Actuando así, los evangelizadores y
maestros de los pueblos eslavos se dejaron guiar por el
ideal apostólico de san Pablo: «Todos pues, sois
hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. Porque
cuantos en Cristo habéis sido bautizados, os habéis
vestido de Cristo. No hay ya judío o griego, no hay
siervo o libre, no hay varón o hembra, porque todos sois
uno en Cristo Jesús».
[20]
Junto a un gran respeto por las personas y a la
desinteresada solicitud por su verdadero bien, los dos
santos hermanos tuvieron adecuados recursos de energía,
de prudencia, de celo y de caridad, indispensables para
llevar a los futuros creyentes la luz, y para indicarles,
al mismo tiempo, el bien, ofreciendo una ayuda concreta
para conseguirlo. Para tal fin quisieron hacerse
semejantes en todo a los que llevaban el evangelio;
quisieron ser parte de aquellos pueblos y compartir en todo
su suerte.
10. Precisamente por tal motivo consideraron una cosa
normal tomar una posición clara en todos los conflictos,
que entonces perturbaban las sociedades eslavas en vías de
organización, asumiendo como suyas las dificultades y los
problemas, inevitables en unos pueblos que defendían la
propia identidad bajo la presión militar y cultural del
nuevo Imperio romanogermánico, e intentaban rechazar
aquellas formas de vida que consideraban extrañas. Era a
la vez el comienzo de unas divergencias más profundas,
destinadas desgraciadamente a acrecentarse, entre la
cristiandad oriental y la occidental, y los dos santos
misioneros se encontraron personalmente implicados en
ellas; pero supieron mantener siempre una recta ortodoxia
y una atención coherente, tanto al depósito de la
tradición como a las novedades del estilo de vida,
propias de los pueblos evangelizados. A menudo las
situaciones de contraste se impusieron con toda su ambigua
y dolorosa complejidad; pero no por esto Constantino y
Metodio intentaron apartarse de la prueba: la
incomprensión, la manifiesta mala fe y, en el caso de
Metodio, incluso las cadenas, aceptadas por amor de
Cristo, no consiguieron hacer desistir a ninguno de los
dos del tenaz propósito de ayudar y de servir a la justa
causa de los pueblos eslavos y a la unidad de la Iglesia
universal. Este fue el precio que debieron pagar por la
causa de la difusión del Evangelio, por la empresa
misionera, por la búsqueda esforzada de nuevas formas de
vida y de vías eficaces con el fin de hacer llegar la
Buena Nueva a las naciones eslavas que se estaban
formando.
En la perspectiva de la evangelización —como indican sus
biografías— los dos santos hermanos se dedicaron a la
difícil tarea de traducir los textos de la Sagrada
Escritura, conocidos por ellos en griego, a la lengua de
aquella estirpe eslava que se había establecido hasta los
confines de su región y de su ciudad natal. Sirviéndose
del conocimiento de la propia lengua griega y de la propia
cultura para esta obra ardua y singular, se prefijaron el
cometido de comprender y penetrar la lengua, las
costumbres y tradiciones propias de los pueblos eslavos,
interpretando fielmente las aspiraciones y valores humanos
que en ellos subsistían y se expresaban.
11. Para traducir las verdades evangélicas a una nueva
lengua, ellos se preocuparon por conocer bien el mundo
interior de aquellos a los que tenían intención de
anunciar la Palabra de Dios con imágenes y conceptos que
les resultaran familiares. Injertar correctamente las
nociones de la Biblia y los conceptos de la teología
griega en un con texto de experiencias históricas y de
formas de pensar muy distintas, les pareció una
condición indispensable para el éxito de su actividad
misionera. Se trataba de un nuevo método de catequesis.
Para defender su legitimidad y demostrar su bondad, san
Metodio no dudó, primero con su hermano y luego solo,
en acoger dócilmente las invitaciones a ir a Roma,
recibidas tanto en el 867 del papa Nicolás I, como
en el año 879 del papa Juan VIII, los cuales
quisieron confrontar la doctrina que enseñaban en la Gran
Moravia con la que los santos Apóstoles Pedro y Pablo
habían dejado en la primera Cátedra episcopal de la
Iglesia, junto con el trofeo glorioso de sus reliquias.
Anteriormente, Constantino y sus colaboradores se
habían preocupado en crear un nuevo alfabeto, para que
las verdades que había que anunciar y explicar pudieran
ser escritas en la lengua eslava y resultaran de ese modo
plenamente comprensibles y asimilables por sus
destinatarios. Fue un esfuerzo verdaderamente digno de su
espíritu misionero el de aprender la lengua y la
mentalidad de los pueblos nuevos, a los que debían llevar
la fe, como fue también ejemplar la determinación de
asimilar y hacer propias todas las exigencias y
aspiraciones de los pueblos eslavos. La opción generosa
de identificarse con su misma vida y tradición, después
de haberlas purificado e iluminado con la Revelación,
hace de Cirilo y Metodio verdaderos modelos para todos
los misioneros que en las diversas épocas han acogido la
invitación de san Pablo de hacerse todo a todos para
rescatar a todos y, en particular, para los misioneros
que, desde la antigüedad hasta los tiempos modernos
—desde Europa a Asia y hoy en todos los continentes—
han trabajado para traducir a las lenguas vivas de los
diversos pueblos la Biblia y los textos litúrgicos, a
fin de reflejar en ellas la única Palabra de Dios,
hecha accesible de este modo según las formas expresivas
propias de cada civilización.
La perfecta comunión en el amor preserva a la Iglesia de
cualquier forma de particularismo o de exclusivismo étnico
o de prejuicio racial, así como de cualquier orgullo
nacionalista. Tal comunión debe elevar y sublimar todo
legítimo sentimiento puramente natural del corazón
humano.
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