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16. No es solamente el contenido evangélico de la
doctrina anunciada por los santos Cirilo y Metodio lo que
merece un particular relieve. Para la Iglesia de hoy es
también muy expresivo e instructivo el método
catequético y pastoral que ellos aplicaron en su actividad
apostólica entre pueblos que todavía no habían visto
celebrar los divinos Misterios en su lengua nativa, ni
habían oído todavía anunciar la Palabra de Dios de una
manera plenamente afín a su mentalidad y en el respeto de
sus propias condiciones de vida.
Sabemos que el Concilio Vaticano II, hace veinte
años, tuvo como objetivo principal el de despertar la
autoconciencia de la Iglesia y, mediante su renovación
interior, darle un nuevo impulso misionero en el anuncio
del eterno mensaje de salvación, de paz y de reciproca
concordia entre los pueblos y naciones, por encima de
todas las fronteras que todavía dividen nuestro planeta
destinado por voluntad de Dios creador y redentor, a ser
morada común para toda la humanidad. Las amenazas, que
en nuestros días se ciernen sobre el mundo, no pueden
hacer olvidar la profética intuición del papa Juan
XXIII, que convocó el Concilio con la intención y
convicción de que con él se podría preparar e iniciar un
período de primavera y resurgimiento en la vida de la
IgIesia.
Y, en tema de universalidad, el mismo Concilio, entre
otras cosas, se expresó así: «Todos los hombres
están llamados a formar parte del nuevo Pueblo de Dios.
Por lo cual, este pueblo, sin dejar de ser uno y
único, debe extenderse a todo el mundo y en todos los
tiempos, para así cumplir el designio de la voluntad de
Dios, quien en un principio creó una sola naturaleza
humana, y a sus hijos, que estaban dispersos, determinó
luego congregarlos (cf. Jn 11, 52)... La
Iglesia o el Pueblo de Dios, introduciendo este reino,
no disminuye el bien temporal de ningún pueblo; antes,
al contrario, fomenta y asume, y al asumirlas, las
purifica, fortalece y eleva todas las capacidades y
riquezas y costumbres de los pueblos en lo que tienen de
bueno ... Este carácter de universalidad que distingue
al Pueblo de Dios, es un don del mismo Señor ...
En virtud de esta catolicidad, cada una de las partes
colabora con sus dones propios con las restantes partes y
con toda la Iglesia, de tal modo que el todo y cada una
de las partes aumenten a causa de todos los que mutuamente
se comunican y tienden a la plenitud en la unidad»
.[28]
17. Podemos afirmar con toda tranquilidad que una
visión así, tradicional y a la vez muy actual, de la
catolicidad de la Iglesia —sentida como una sinfonía de
las diversas liturgias en todas las lenguas del mundo,
unidas a una única liturgia, o como un coro armonioso
que, sostenido por las voces de inmensas multitudes de
hombres, se eleva según innumerables modulaciones,
timbres y acordes para la alabanza de Dios, desde
cualquier punto de nuestro globo, en cada momento de la
historia—, corresponde de modo particular a la visión
teológico y pastoral que inspiró la obra apostólica y
misionera de Constantino Filósofo y de Metodio, y
favoreció su misión entre las naciones eslavas.
En Venecia, ante los representantes de la cultura
eclesiástica que, apegados a un concepto más bien
angosto de la realidad eclesial, eran contrarios a esta
visión, san Cirilo la defendió con valentía,
indicando el hecho de que muchos pueblos habían
introducido ya en el pasado y poseían una liturgia escrita
y celebrada en su propia lengua, como «los Armenios,
Persas, Abasgos, Georgianos, Sugdos, Godos,
Avares, Tirsos, Jázaros, Arabes, Coptos,
Sirianos y otros muchos».[29]
Recordando que Dios hace salir el sol y hace caer la
lluvia sobre todos los hombres sin excepción,[30] él
decía: «¿no respiramos acaso todos el aire del mismo
modo? Y vosotros no os avergonzáis de establecer sólo
tres lenguas (hebreo, griego y latín) decidiendo que
todos los demás pueblos y razas queden ciegos y sordos.
Decidme: ¿defendéis esto, porque consideráis a Dios
tan débil que no pueda concederlo, o tan envidioso, que
no lo quiera?».[31] A las argumentaciones
históricas y dialécticas que se le presentaban, el
Santo respondía recurriendo al fundamento inspirado por
la Sagrada Escritura: «Toda lengua confiese que
Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre»
;[32] «póstrese toda la tierra ante ti y entone
salmos a tu nombre»;[33] «alabad a Yavé las
gentes todas, alabadle todos los pueblos».[34]
18. La Iglesia es también católica porque sabe
presentar en cada contexto humano la verdad revelada,
custodiada intacta por ella en su contenido divino, de
manera que se haga accesible a los modos de pensar elevados
y a las justas aspiraciones de cada hombre y de cada
pueblo. Por otra parte, todo el patrimonio de bien, que
cada generación trasmite a la posteridad junto con el don
inestimable de la vida, constituye como una variopinta e
inmensa cantidad de teselas que componen el vivo mosaico
del Pantocrátor, el cual se manifestará en su total
esplendor sólo en la parusía.
El Evangelio no lleva al empobrecimiento o desaparición
de todo lo que cada hombre, pueblo y nación, y cada
cultura en la historia, reconocen y realizan como bien,
verdad y belleza. Es más, el Evangelio induce a
asimilar y desarrollar todos estos valores, a vivirlos con
magnanimidad y alegría y a completarlos con la misteriosa
y sublime luz de la Revelación.
La dimensión concreta de la catolicidad, inscrita por
Cristo el Señor en la constitución misma de la
Iglesia, no es algo estático, fuera del dato histórico
y de una uniformidad sin relieve, sino que surge y se
desarrolla, en un cierto sentido, cotidianamente como una
novedad a partir de la fe unánime de todos los que creen
en Dios uno y trino, revelado por Jesucristo y predicado
por la Iglesia con la fuerza del Espíritu Santo. Esta
dimensión brota espontáneamente del recíproco respeto
—propio de la caridad fraterna— hacia cada hombre y cada
Nación, grande o pequeña, y por el reconocimiento leal
de los atributos y derechos de los hermanos en la fe.
19. La catolicidad de la Iglesia se manifiesta
también en la corresponsabilidad activa y en la
colaboración generosa de todos en favor del bien común.
La Iglesia realiza en todas partes su propia
universalidad acogiendo, uniendo y elevando, en el modo
en que le es propio y con solicitud maternal, todo valor
humano auténtico. Al mismo tiempo, ella se afana, en
cualquier área geográfica y en cualquier situación
histórica, en ganar para Dios a cada hombre y a todos
los , hombres, para unirlos entre sí y con EL en su
verdad y en su amor.
Cada hombre, cada nación, cada cultura y civilización
tienen una función propia que desarrollar y un puesto
propio en el misterioso plan de Dios y en la historia
universal de la salvación. Este era el modo de pensar de
los dos santos hermanos: Dios «clemente y
compasivo,[35] esperando que todos los hombres se
arrepientan, para que todos sean salvos y vengan al
conocimiento de la verdad,[36] no permite que el
género humano sucumba a la debilidad y perezca, cayendo
en la tentación del enemigo, sino que en todos los años
y tiempos no cesa de concedernos una gracia múltiple,
desde el origen hasta hoy, del mismo modo: antes, por
medio de los patriarcas y de los padres y, después de
ellos, por medio de los profetas; y más tarde por medio
de los apóstoles y de los mártires, de los hombres
justos y de los doctores, que El escogió de en medio de
esta vida tempestuosa».[37]
20. EL mensaje evangélico, que los santos Cirilo y
Metodio tradujeron para los pueblos eslavos, recogiendo
sabiamente del tesoro de la Iglesia «cosas antiguas y
nuevas»,[38] fue transmitido mediante el anuncio y
la catequesis en conformidad con las verdades eternas y
adaptándolo, al mismo tiempo, a la situación histórica
concreta. Gracias a los esfuerzos misioneros de ambos
Santos, los pueblos eslavos pudieron, por primera vez,
tomar conciencia de su propia vocación y participar en el
designio eterno de salvación del mundo. Con esto
reconocían también el propio papel en favor de toda la
historia de la humanidad creada por Dios Padre, redimida
por el Hijo Salvador e iluminada por el Espíritu
Santo. Gracias a este anuncio, aprobado en su tiempo
por las autoridades de la Iglesia —los Obispos de Roma
y los Patriarcas de Constantinopla— los eslavos pudieron
sentirse, junto con las otras naciones de la tierra,
descendientes y herederos de la promesa hecha por Dios a
Abrahán.[39] De este modo, y gracias a la
organización eclesiástica creada por san Metodio y a la
conciencia de la propia identidad cristiana, ellos
ocuparon el lugar que les estaba destinado en la Iglesia
, establecida también ya en aquella parte de Europa.
Por ello, sus actuales descendientes conservan un
recuerdo grato e imperecedero de aquél que vino a ser el
eslabón que los une a la cadena de los grandes heraldos de
la divina Revelación del Antiguo y del Nuevo
Testamento: «Después de todos éstos, en nuestros
tiempos, Dios misericordioso suscitó para la buena
empresa en favor de nuestro pueblo —de quien antes nadie
se había preocupado—, a nuestro maestro el
bienaventurado Metodio, cuyas virtudes y luchas nosotros
las comparamos una por una y son sonrojarnos, a las de
tales hombres gratos a Dios».[40]
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