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Volvamos ahora nuestra atención a la relación.
Llamamos relativa a una cosa cuando se dice que ella existe del modo que existe, porque
existe en dependencia de otra cosa, o bien, si no, porque su existencia está referida o
relacionada con algo de alguna otra manera. Así, lo «más grande» se dice ser mayor o
más grande por referencia a algo que está fuera de él. Porque, en verdad, cuando decimos
que una cosa es mayor, significamos con ello que es mayor que algo. Se llama «doble» lo
que por su existir es doble de algo. Doble, en efecto, significa dos veces algo. Y lo
mismo en todos los términos de cada clase análoga a esta. Existen también otros
relativos, como hábito, disposición, percepción, posición o actitud, conocimiento. Todos
ellos se explican por medio de una referencia a algo que ellos poseen y no de otra
cualquier manera. Un hábito es un hábito de algo; el conocimiento es conocimiento de
algo; posición es posición de algo. Hablamos, pues, de términos relativos cuando la
existencia de una cosa es de tal clase que se explica por medio de un genitivo
consecuente, o bien por alguna frase o expresión destinada a poner en evidencia la
relación. Por ejemplo, llamamos «grande» a una colina, significando grande en
comparación con otra. Solamente es por medio de esta comparación como una colina se
llama «grande». De esta manera llamaremos a una cosa «semejante» o «igual»; es decir,
semejante o igual a algo. Y lo mismo ocurre con todos los términos de este tipo. Eso
mismo significamos en el padecer: mientras que el estar echado, en pie o sentado,
considerados como posiciones o consecuencias estables de la acción
correspondiente, son realmente posiciones específicas, la posición misma es un relativo.
Echarse, ponerse en pie, sentarse, no son ellos mismos posiciones en realidad; sus
nombres, sin embargo, son derivados de las actitudes que hemos mencionado ahora
mismo.
Los relativos a veces tienen contrarios. La virtud es contraria al vicio, siendo cada uno
de los términos, en sí mismo, un relativo. También el conocimiento es contrario a la
ignorancia. Sin embargo, no se puede decir en manera alguna que todos los relativos
tengan contrarios. «Doble», «triple», no los tienen, ni los términos de esta misma clase
tampoco.
Por otra parte, los relativos, según parece, pueden en algunos casos admitir grados,
como, por ejemplo, igual-distinto, equivalente-desigual, todos los cuales pueden admitir
junto a si un más o un menos, siendo cada uno de ellos un término relativo. Pues por el
término «igual» significamos igual a algo, y por el término «distinto» significamos
distinto de algo. No obstante, no es posible admitir que todos los relativos tengan grados.
No podemos, en efecto, decir «más doble» o «menos doble», y análogamente en los
términos de este tipo.
Todos los relativos tienen sus correlativos. «Esclavo», por ejemplo, significa esclavo de
un señor, y «señor», a su vez, implica un esclavo. «Doble» significa el doble de su mitad,
igual que, a su vez, «medio» significa la mitad de su doble. Por el término «mayor»
significamos mayor que aquello que es menor, y por «menor», aquello que es menor que
lo que es mayor. Eso ocurre en todos los términos relativos. En ocasiones, con todo, el
caso o la inflexión gramatical serán distintos. El conocimiento es conocimiento de lo
cognoscible; y lo cognoscible lo es por el conocimiento. Hay percepción de lo
perceptible, lo cual es percibido por la percepción.
A veces, pese a todo, la correlación no aparecerá manifiestamente; es decir, cuando se ha
cometido un error y el mismo correlativo ha sido injustamente afirmado o establecido. Si
llamamos a un ala, ala de un ave, no aparecerá entonces la correlación: ala y ave no
serán correlativos. El término justo se usaba al principio significando ala de ave. Pues el
ala es el ala de un ave cuando consideramos esta como alada, no como ave. Muchas otras
cosas, además de las aves, son aladas. Sin embargo, cuando se utilizan los términos
adecuados, la correlación se hará inmediatamente evidente, como cuando, por ejemplo,
decimos que el ala es ala de un ser alado, y que una cosa alada lo es gracias al ala. El ala
pertenece necesariamente al ser alado.
A veces no existe en griego una palabra adecuada para hacer resaltar a primera vista la
correlación. En ese caso, creo yo, debemos acuñar un vocablo nuevo. Tomemos, por
ejemplo, el término «timón». Hemos de decir que el timón es algo propio de una barca.
Sin embargo, «propio de una barca» es inapropiado y no cumple su misión de hacer
evidente la correlación. En verdad, a la barca, vista como barca, no le corresponde de
necesidad el timón. ¿No existen acaso barcas sin timón? Así, pues, el timón y la barca no
son recíprocos. La «barca» no es la «barca del timón», de la misma manera que un timón
es siempre el timón de una barca. Es decir, no existe un término propio en la actualidad;
luego debemos acuñar nosotros una palabra aprovechando la ocasión y hablar con mayor
exactitud o precisión, a saber: el timón es timón de un ser «timoneado». Si nos
expresamos así, los términos serán recíprocos. Es decir, lo timoneado es timoneado por
medio del timón. Lo mismo vale para todos los demás casos. La cabeza se definirá mejor
como correlativo de lo que posee cabeza, y no como cabeza de un animal. Los animales,
simplemente como animales, no poseen necesariamente cabeza. Muchos, en verdad,
carecen de cabeza. Creo que debemos entender mejor aquello a que esta o aquella cosa
se refiere, donde actualmente no existe un nombre, si nosotros tomamos una cosa que
tiene un nombre, y entonces, acuñando un nuevo nombre, a partir de él, aplicarlo al
correlativo del primero, de la misma manera exactamente que hemos formado antes el
nombre «alado» y «timoneado» , partiendo de los nombres «ala» y «timón».
Así, pues, todos los relativos se refieren a sus correlativos, supuesto que estos hayan
sido debidamente definidos. Debo añadir esta cláusula o condición, porque si ocurre que
el correlativo ha sido determinado de una manera casual y descuidada, los términos no
podrán ser recíprocos tan fácilmente. Quiero decir esto. Aun allí donde hay nombres
adecuados y donde se admite que las cosas son correlativas no aparece ninguna
correlación, cuando nosotros damos uno de los dos nombres, que de ninguna manera haga
evidente la correlación y posee un significado un tanto oscuro. Supongamos que
definimos un «esclavo» en relación al «hombre» o al «bípedo», en lugar de definirlo por
su referencia a un «amo»; entonces no aparece ninguna correlación, porque la referencia
no es exacta. Por otra parte, concedamos que dos cosas son correlativas entre sí y que el
término correcto se ha utilizado con el fin de determinar la segunda. Aunque nosotros
omitamos todos los demás atributos, es decir, los que no nos dan a conocer la relación,
dejando tan solo aquel en virtud del cual ello recibe el nombre de correlativo, entonces
hallaremos que existe la correlación dicha. El correlativo de «esclavo», por ejemplo
hemos dicho que era propiamente «amo». Omitamos todos los demás atributos, los que
no nos revelan la relación, tales como que es un «bípedo», que es «receptor de
conocimiento» o que es «humano», y dejemos con todo su existencia como «amo»:
entonces «esclavo» será clara y fuertemente correlativo, al significar «esclavo» esclavo
de un amo.
Por otra parte, supongamos un correlativo al que se ha dado un nombre inadecuado. Si
nosotros lo despojamos de todos sus atributos, dejando tan solo aquel en cuya virtud se
llama correlativo, toda correlación se desvanacerá. Definamos un «esclavo» como lo que
es «de un hombre», y un ala como lo que es de «un ave». Elimina el atributo «amo» de
«hombre»: en ese caso, en verdad, la correlación subsistente entre «hombre» y «esclavo»
se desvanecerá. Brevemente, no hay amo, no hay esclavo. Elimina el atributo «alado» de
«ave». Ala no será más un correlativo: nada será ya un ala, y el ave dejará de ser alada.
De manera que, resumiendo, debemos establecer con exactitud todos los términos
correlativos. Si tenemos el nombre a mano, la expresión o determinación será más fácil.
Si no existe ningún nombre apto, creo que es nuestro deber formar uno. Es evidente que
cuando los nombres son correctos, todos los términos relativos son correlativos.
Les correlativos, comúnmente, tienen que venir a la existencia juntos, y eso es verdadero
para la mayoría de los casos, como, por ejemplo, el doble x la mitad. Que existe un
medio significa que también existe el doble del cual él es la mitad. La existencia del amo
supone también la del esclavo. E igualmente en los demás casos semejantes. Además,
anular uno equivale a anular el otro. Por ejemplo, si no existe el doble, no existe la
mitad, y al contrario, al no existir el medio, no existe el doble y lo mismo ocurre en todos
los términos semejantes. No obstante, la idea de que los correlativos comienzan a existir
juntos no parece ser siempre verdadera, porque parece que el objeto del conocimiento es
anterior a él y existe antes que él. Comúnmente hablando, adquirimos conocimiento de
cosas que ya existen, pues en muy pocos casos o en ninguno puede nuestro conocimiento
comenzar a existir junto con su propio objeto.
Si eliminamos el objeto de nuestro conocimiento, entonces anulamos el conocimiento
mismo. Pero la inversa de esta proposición no es verdadera. Si el objeto no existe más,
no puede haber y a más conocimiento, pues su existencia es ahora no conocer nada. Sin
embargo, si no hemos adquirido conocimiento de este o aquel objeto, ese objeto puede
aún seguir existiendo. Tomemos, por ejemplo, la cuadratura del círculo, si es que esto
puede llamarse un objeto de esta clase. Aunque exista como un objeto, el conocimiento
no puede ya existir. Si todos los animales dejan de existir, no habría ya conocimiento en
absoluto, aunque en este caso, a pesar de todo, sigan existiendo objetos de conocimiento.
Lo mismo puede decirse de la percepción. Es decir, el objeto parece ser anterior al acto
de la percepción. Supongamos que eliminamos el perceptible. Anulamos juntamente la
percepción. Eliminemos la percepción: el ser perceptible puede existir aún. Pues el acto
de la percepción implica primero el cuerpo percibido, y luego el cuerpo en que la
percepción tiene lugar. Por consiguiente, si eliminamos el perceptible, el mismo cuerpo
queda eliminado, porque el cuerpo mismo es perceptible. Y al no existir el cuerpo, debe
dejar de existir la percepción. Eliminamos el ser perceptible y eliminamos al mismo
tiempo la percepción. Pero al eliminar la percepción, no eliminamos simultáneamente los
objetos de la misma. Si es destruido el animal mismo, es destruida la percepción
igualmente. Mas las cosas perceptible seguirán existiendo: cosas tales como el cuerpo, el
calor, la dulzura, la amargura y todo lo que sea sensible.
Además, la percepción comienza a existir junto con el sujeto que percibe; es decir, con la
misma cosa viva. El perceptible, sin embargo, es anterior al animal y a la percepción.
Porque cosas como el agua y el fuego, de las cuales se componen los seres vivos, existen
con anterioridad a tales seres y antes que todos los actos de percepción. Concluimos,
pues, que lo perceptible parece ser anterior a la percepción.
El concepto de que ninguna sustancia es relativa, idea comúnmente admitida, podría
parecer abierta a la discusión. Una excepción se daría quizá en el caso de algunas
sustancias secundarias. Sin duda, la idea a que hacemos referencia sería admisible
totalmente en el caso de las sustancias primeras, porque ni los todos ni las partes de las
sustancias primarias son nunca relativos. Este hombre o ese buey, por ejemplo, no se
definen nunca por una referencia a algo que esté fuera de ello. Y lo mismo hay que decir
de sus partes. Así, una determinada mano o una cabeza no se dice que es la mano de tal o
de cual, ni que es una cabeza de tal o de cual. Las llamamos la mano o la cabeza de tal
persona especifica o de tal otra. Así también con las sustancias secundarias o, a lo
menos, con la mayoría de ellas. La especie, como «hombre» o «buey», etc., nunca se
define por una referencia a algo que está fuera de ella. Nunca se define así la «madera»,
y si la madera, se considera como relativo, es entonces ello así como una propiedad,
propia de alguna otra cosa, y no en su propio carácter de madera. Es, pues, evidente que,
en algunos casos, la sustancia apenas puede ser relativa. Sin embargo, puede haber
diferentes opiniones en el caso de las sustancias secundarias. Así, definimos «cabeza» y
«mano» a la luz del todo a que pertenecen, y con ello esas cosas pueden parecer
relativas. En verdad, ello probaría muy difícilmente, para, no decir que sería una tarea
imposible, que ninguna sustancia es relativa, si definimos correctamente qué es lo que se
significa por la expresión «término relativo». Por otra parte, para ser inexactos, si solo
son verdaderamente relativas aquellas cosas cuya existencia consiste en ser, de una
manera o de otra, en referencia a algún otro objeto, creo que podría entonces decirse algo
de esto. La anterior definición se aplica, fuera de toda duda, a todos los relativos; pero el
hecho de que una cosa se explique por una referencia a alguna cosa que está fuera de
ella, no es lo mismo que decir que ella es por necesidad relativa.
De lo dicho queda esto en evidencia si un relativo es conocido de una manera definida,
aquello a lo que aquel hace referencia será, también algo conocido de una manera
definida. Y lo que es más, lo podemos llamar autoevidente. Es decir, supuesto que
conocemos que una cosa particular es relativa, siendo relativos aquellos objetos cuya
existencia verdadera consiste en ser, de una u otra manera, referidos a otra cosa,
entonces conocemos qué es esa otra cosa, a la que se refiere la cosa misma conocida.
Porque si no conociéramos en absoluto esa otra cosa a la que se refiere aquella, tampoco
podríamos conocer en manera alguna si esta cosa era o no relativa. Pongamos varios
ejemplos concretos, con que resulte más claro lo que decimos. Supongamos, en efecto,
que conocemos definidamente que una cosa es doble: al mismo tiempo conoceremos
nosotros aquella cosa de la cual es esta el doble. No podemos conocer que eso es el
doble sin conocer que ello es el doble de algo específico y definido. Por otra parte, si
conocemos de manera definida que una cosa concreta es más bella, debemos conocer, al
mismo tiempo, de manera definida, aquello respecto de lo cual esto es reconocido como
más bello. Así, no conoceremos de una forma, vaga que una cosa concreta posee más
belleza que algo que posee menos belleza. Pues eso sería una simple suposición, y no un
conocimiento; nosotros no conoceríamos con certeza que una cosa estaba en posesión de
una mayor belleza que otra que poseía una belleza menor. Por todo esto creo es evidente
que un conocimiento definido de los relativos significa un conocimiento igual de aquellas
cosas respecto de las cuales están ellos en relación.
Ahora bien: una cabeza o una mano son una sustancia, y los hombres pueden tener un
conocimiento definido de lo que son esencialmente tales cosas, aun sin conocer
necesariamente a qué cosa están ellas referidas. No pueden, en efecto, conocer de una
manera determinada de quién es esa mano o esa cabeza. Pero si eso es así, nos vemos
obligados a concluir que esas cosas y las análogas a ellas no son relativas, y al ser esto
así, seria verdadero afirmar que ninguna sustancia es relativa. Creo que no es tarea fácil
sentar una creencia firme sobre tales problemas sin una investigación más exhaustiva. Sin
embargo, poner en evidencia algunos pormenores de ello no es totalmente inútil.
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