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Hemos ya hablado bastante de la cuestión propuesta de las categorías. Hemos de
relacionarlas ahora con los opuestos y con los varios sentidos de la palabra.
Efectivamente, llamamos opuestas a las cosas de cuatro maneras: primero, por ser
correlativos un término de cada par respecto del otro; en segundo lugar, por ser
contrarios; en tercer lugar, por ser unos privativos frente a otros que son positivos: en
último lugar, por ser unos afirmativos frente a otros que son negativos. Resumiendo, digo
que los correlativos que son opuestos vienen expresados por locuciones como «doble» y
«medio», mientras que como ejemplos de contrarios que son opuestos tomaremos
«bueno» y «malo». Como ejemplos de términos privativos y positivos, podemos
mencionar «ceguera» y «vista», y «está sentado» y «no está sentado» para el caso de
términos afirmativos y negativos.
Solemos explicar los opuestos, también cuando son relativos, refiriéndolos el uno al otro
y usando el genitivo u otra construcción gramatical. Así, «doble», un término relativo, se
explica como doble de algo. Y el conocimiento, un término relativo, es opuesto a la cosa
conocida y se explica por referencia a ella. La cosa conocida se explica o expresa por
una referencia a su opuesto, el conocimiento: ya que la cosa conocida será conocida por
medio de algo, más exactamente, por medio del conocimiento. Todos los opuestos son,
pues, expresados por referencia del uno al otro, y utilizando el genitivo o alguna otra
construcción gramatical, cuando son también correlativos.
Cuando los opuestos son contrarios, en manera alguna dependen uno de otro, sino son
solamente contrarios el uno al otro. El bien no se llama, por ejemplo, el bien del mal,
sino su contrario. Análogamente, no se conoce el blanco como el blanco del negro, sino
como su contrario. Así, pues, esas dos especies de oposición son enteramente distintas la
una de la otra. Pero los contrarios de una clase tal que los sujetos en que ellos se
encuentran naturalmente o de que ellos pueden ser predicados, deben contener de manera
necesaria el uno al otro, esos nunca pueden tener intermedios. Cuando no existe tal
necesidad, se da entonces el caso inverso, y ellos tendrán siempre un intermedio. Por
ejemplo, la salud y la enfermedad puede decirse que están naturalmente presentes en los
cuerpos de todas las cosas vivas, y en consecuencia, uno u otro debe de hallarse presente
en los cuerpos animales. De manera semejante predicamos del número los términos par e
impar; en consecuencia, uno de los dos debe de hallarse siempre en el número. Ahora
bien salud y enfermedad, pares y nones, no tienen entre sí ningún intermedio. Pero donde
no se da esta necesidad, entonces el caso es inverso. Por ejemplo, la negrura y la
blancura están naturalmente presentes en un cuerpo, pero ninguna de ellas está en un
cuerpo por necesidad. Porque no todo cuerpo que existe debe ser blanco o negro. Así,
predicamos la bondad y la maldad del hombre, igual que de muchas otras cosas. Sin
embargo, ni la bondad ni la maldad, aunque se prediquen de él, están presentes en él por
necesidad. No todas las cosas son buenas o malas. Ahora bien: estos contrarios tienen
intermedios. Entre el negro y el blanco, por ejemplo, están el amarillo, el gris, etc.;
mientras que entre lo bueno y lo malo está lo que no es ni una cosa ni otra. Algunas de las
cualidades intermedias tienen sus propios nombres reconocidos. Podemos aducir de
nuevo los ejemplos del amarillo, y el gris o pardo y los demás colores, intermedios entre
blanco y negro. En varios casos, sin embargo, no sería una cosa fácil nombrarlos.
Debemos, pues, definir el intermedio como lo que no es ninguno de los extremos; por
ejemplo, lo que no es ni bueno ni malo, lo que no es ni justo ni injusto, etc.
Los que llamamos privativos y positivos se refieren a sujetos idénticos, como, por
ejemplo, la ceguera y la vista se refieren igualmente al ojo. Es siempre en aquellos pares
de términos, de los que siempre predicamos el uno o el otro, donde el positivo particular
se halla o se produce naturalmente. Así, decimos que es lo que puede poseer una facultad
lo que está privado de ella, cuando está ella totalmente ausente, siendo así que debería
estar naturalmente presente y también en este momento. No llamamos, por tanto,
desdentado o ciego a lo que naturalmente carece de dientes o de vista. Sino que llamamos
de preferencia ciego o desdentado a lo que carece de ello; pero debería tener dientes o
vista, y debería tenerlos concretamente en el momento actual. Pues existen, en verdad,
seres naturales que desde su nacimiento carecen de dientes y de vista, pero no son
conocidos como ciegos o desdentados.
El poseer o el carecer de facultades no pueden considerarse lo mismo que sus
correspondientes «positivo» y «privativo». La vista es, por ejemplo, un positivo; la
ceguera, su opuesto, es un privativo. «Vista» y «poseer» vista no deben, sin embargo,
considerarse como lo mismo.
Así, «ser ciego» no es «ceguera». Porque ceguera es un privativo, mientras que «estar
ciego» significa una condición de carencia o privación. «Ser ciego» no es en sí mismo un
privativo. Puede hacerse notar, además, que si «ser ciego» puede considerarse lo mismo
que «ceguera», entonces, sin duda, se podrán predicar ambas cosas de objetos idénticos.
Sin embargo, la realidad no corresponde a esto. Se dice que un hombre es ciego; pero no
se dice que un hombre es ceguera.
Igual que los positivos y privativos son opuestos, así lo son también el estar en posesión
de una facultad y el estar en carencia de la misma. Tenemos la misma clase de antítesis.
Pues el ser ciego y el tener vista son opuestos de la misma manera que la ceguera y la
vista.
Lo que se afirma en una proposición no es en sí mismo una afirmación, ni lo que se niega
es una negación por si mismo. Afirmación significa proposición afirmativa, y negación
significa proposición negativa. Pero lo que se afirma o niega en un juicio es la materia
del hecho, no el juicio, la proposición o la aserción. No obstante, las cosas que
afirmamos o negamos se llaman opuestas en el mismo sentido, ya que tenemos en ellas la
misma clase de antítesis. Igual que el juicio afirmativo y el negativo son opuestos en sí
mismos-tomemos como ejemplo las dos proposiciones « él está sentado» y «él no está
sentado», así también lo son los hechos expresados por ellas; es decir, su estar sentado o
su no estar sentado.
Evidentemente, los positivos y los privativos no son opuestos en el mismo sentido que lo
son los relativos, uno respecto del otro. Es decir, no los explicamos por una referencia.
mutua del uno al otro. No llamamos a la vista, vista de la ceguera, ni utilizamos ninguna
otra forma de juicio que ponga a la vista nexo de relación. La ceguera, análogamente, no
se llama ceguera de la vista, sino que la llamamos privación de la vista. En cambio, los
términos relativos son recíprocos. Por ello, si la ceguera fuera un relativo, ceguera y
vista serían recíprocos. Sin embargo, ello no es así. Ya que no llamamos a la vista, vista
de la ceguera.
Además, que los positivos y privativos no son opuestos en el mismo sentido que lo son
los contrarios, parece perfectamente claro por lo que sigue. Cuando los contrarios no
tienen intermedios, hemos visto que uno u otro deben estar presentes en el sujeto, en que
se hallan naturalmente o de quien ellos se predican. Y donde se da esta necesidad, los
términos no pueden tener allí intermedios. Hemos mencionado antes, como ejemplos de
ello, la salud y la enfermedad, los pares y los nones. Pero donde los contrarios no tienen
este intermedio, allí se da esta necesidad. No había ningún sujeto que pudiera ser
receptivo del blanco o del negro, que debiera por ello mismo ser blanco o negro. Y lo
mismo ocurre también con el frío y el calor. Es decir, entre lo blanco y lo negro, lo frío y
lo caliente, etc., puede darse algo intermedio. Además, ahora mismo hemos visto que
tienen un intermedio aquellos contrarios en que no había ninguna necesidad de que uno de
los dos estuviera inherente en el sujeto capaz de recibirlos. Sin embargo, debe hacerse
una excepción donde un contrario inhiere de una manera natural. Ser caliente es la
naturaleza del fuego, y la naturaleza de la nieve es ser blanca. En tales casos, pues, uno
de los contrarios debe estar presente de una manera definida en las cosas, no uno o el
otro de los contrarios. Está fuera de cuestión que el fuego pueda ser frío o que la nieve
pueda ser negra. De aquí se sigue que uno de los contrarios no debe estar necesariamente
presente en todas las cosas que puedan ser receptivas del mismo. Está necesariamente
presente solo en los sujetos en que inhiere. Y además, en casos como este, es uno u otro
de ellos, de una manera definida y determinada, el que está necesariamente presente, no
uno cualquiera de los dos.
Ninguno de los juicios precedentes se acomoda bien a nuestros positivos o privativos.
Los sujetos receptivos de esta clase no se ven forzados a tener uno u otro dé los
contrarios. Porque lo que aún no ha llegado al estado en que naturalmente deba tener
vista no se denomina aún vidente o privado de vista.. Los positivos y privativos, por
tanto, no pueden ser clasificados entre los contrarios que no tienen intermedio. Y
tampoco nadie los puede clasificar entre los contrarios que tienen un intermedio. Porque
uno u otro de ellos, a veces, deben formar parte de cada sujeto posible.
Cuando una cosa puede tener vista por su naturaleza, diremos que ve o que es ciega de
una manera indeterminada y no por necesidad, sino cualquiera que sea la cosa que
suceda. Aquello no tiene vista por necesidad; tampoco es ciego por necesidad; debe estar
en un estado o en otro. Pero ¿no hemos visto ahora mismo que de los contrarios que
tienen intermedios ni el uno ni el otro deben necesariamente hallarse en todo sujeto
posible, sino que de una manera definida uno de los dos debe hallarse presente en
algunos de tales sujetos? Así, pues, de lo precedente resulta con evidencia que los
positivos y los privativos no son opuestos el uno al otro de las mismas maneras que los
contrarios.
Es también recto decir de los contrarios que, permaneciendo idéntico el sujeto, el uno
puede cambiar en el otro, a menos que en verdad uno de esos contrarios constituya una
parte del sujeto, como el calor, constituye una parte del fuego. Lo que está sanó puede
muy bien ponerse enfermo, lo que es blanco puede volverse negro con el tiempo, lo que
está frío puede a su vez ponerse caliente. Y lo bueno se vuelve malo, y lo malo, bueno.
Pues un hombre malo, una vez ha sido iniciado en nuevos modos de vivir y de pensar,
puede mejorarse y ser menos malo. Y si ese hombre mejora una vez, aunque sea
solamente un poco, es evidente que puede realizar un gran progreso o incluso, en verdad,
cambiar por completo. Pues siempre está más fácilmente inclinado el hombre hacia la
virtud, aunque en el primer momento o con el primer ejemplo consiga solo una mejora
pequeña. Así, pues, concluimos naturalmente de ello que él realizará siempre un progreso
mayor. Y si ello es así, con tal que el proceso continúe, le cambiará al fin por entero,
siempre que el tiempo le permita.
En cuanto a los positivos y privativos, sin embargo, no puede verificarse el cambio de
ambas maneras. De la posesión se puede pasar a la privación; pero no de la privación a
la posesión. Nunca ocurrió que un hombre que se haya vuelto ciego, haya recobrado
luego la vista, como tampoco un hombre que se haya quedado calvo, ha recobrado luego
su cabello, ni un hombre que ha perdido sus dientes los ve crecer de nuevo en su boca.
Las afirmaciones y negaciones, evidentemente, no se oponen de ninguna de las maneras
de que hemos tratado ahora mismo. Ocurre aquí, y solamente aquí, que un opuesto debe
por necesidad ser verdadero, mientras que el otro debe ser siempre falso. En el caso de
los demás opuestos, contrarios, correlativos, positivos y privativos, ello no es en
manera alguna así. De la salud y la enfermedad, que son contrarios, ninguno de los dos es
verdadero, ninguno de los dos es falso. Tomemos los correlativos «doblen y «medio».
Ninguno es verdadero, ninguno es falso. Lo mismo ocurre con los positivos y privativos,
como son la ceguera y la vista. Resumiendo, a no ser que las palabras se hallen
combinadas entre si, los términos verdadero y falso no tienen aplicación. Y todos los
opuestos predichos son simplemente palabras sin combinar.
Sin embargo, cuando las palabras que son contrarias son partes de estos juicios opuestos,
como son los afirmativa y negativos, parecen entender de una manera especial esta
característica. El juicio «Sócrates está enfermo» es contrario al juicio «Sócrates está
bueno». Ahora bien: no podemos sostener aquí que un juicio debe ser siempre verdadero
y el otro debe ser siempre falso. Porque si Sócrates realmente existe, uno es verdadero y
el otro es falso. Pero si Sócrates no existe, ambos, el uno y el otro, con falsos. Será falso
decir que «él está. enfermo», y también lo será decir que «él está bueno», si ni tan
siquiera existe ningún Sócrates.
Por otra parte, en cuanto a los positivos y privativos, sí el sujeto no existe, ninguna
proposición es verdadera. Si el sujeto existe, aun entonces no siempre será uno
verdadero y el otro falso. Que «Sócrates tiene vista» es opuesto de «Sócrates es ciego»,
en el sentido en que se utiliza «opuesto», aplicado a la posesión y a. la privación. Ahora
bien: si Sócrates realmente existe, no debe darse necesariamente el caso de que uno de
los juicios sea verdadero y el otro sea falso: Pues él puede no haber llegado aún al
estadio en que el hombre adquiere la vista, de modo que los dos juicios resultan falsos,
como tos serían, si él aún no existiera.
Volvamos a la afirmación y a la negación. Podemos decir de ellas, en todos los casos,
que una debe ser falsa y la otra debe ser verdadera, tanto si el sujeto existe como si no.
Pues si Sócrates realmente existe debe ser verdadero que «él está enfermo» o que «no
está enfermo»; «que él está enfermo» o «que no lo está», debe ser falso. Y lo mismo, si
él no existe. Porque, supuesto que él no existe, es falso decir que «él está enfermo»; sin
embargo, decir que «no está enfermo» es verdadero. Así, pues, que en todos los casos
uno de los dos debe ser verdadero y el otro debe ser falso, tendrá valor solamente para
aquellos opuestos que son opuestos en el mismo sentido que los juicios afirmativos y
negativos.
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