Octavio Nicolas Derisi

LA DOCTRINA DE LA INTELIGENCIA DE ARISTOTELES A S. TOMÁS


PROLOGO

Este libro no quiere ceñirse a una mera exposición histórica del pensamiento aristotélico-tomista sobre la inteligencia, como podría serlo de Platón, de Kant, de Heidegger o de cualquier otro filósofo o escuela filosófica, ni siquiera de su desarrollo orgánico desde el Filósofo griego al Filósofo medioeval. Sin dejar de ser una exposición histórica, fielmente elaborada sobre los textos de los dos autores mencionados, pretende desentrañar la verdadera naturaleza de la inteligencia.

La historia de la filosofía aristotélico-tomista sobre el tema permite y hasta entraña la comprehensión y fundamentación de la auténtica esencia de la inteligencia, precisamente porque el tomismo -y el aristotelismo en la medida de su perennidad y supervivencia incluida en el desarrollo de aquél- no es un sistema -uno de tantos- sino la sistematización de la verdad de las cosas -también de la inteligencia- la síntesis organizada sobre y de acuerdo a las exigencias de la realidad. Algunos filósofos parecen haberse propuesto como valor supremo de sus investigaciones la originalidad, otros la problematicidad, quienes la independencia e inmanencia de la inteligencia frente a su objeto o la autonomía moral de la voluntad, sin que pretendamos negar a estos filósofos -nos referimos naturalmente a los que merecen el nombre de tales- hayan buscado también la verdad. Sin embargo, la inquisición de la verdad no aparece como la preocupación sobresaliente de sus investigaciones y en todo caso nunca como la única. Pero hay un sistema distinto de todos los demás, que ha buscado únicamente la verdad y que ha logrado alcanzarla en una síntesis orgánica, en sus puntos fundamentales al menos: es el tomismo. De ahí su frescura y perennidad, como la verdad que encierra, llegada hasta él por la savia misma del ser del que se nutre e incorpora. Sus principios son eternos como la verdad del ser que los engendra. Porque el tomismo no es más que la comprehensión -no racionalista sino intelectualista-conceptual, en la medida que él mismo se encara de precisar, de acuerdo siempre a las exigencias del ser- de la realidad en toda su gama ontológica; una inteligencia vuelta y alimentada por el ser, por todo el ser, que logra de este modo la cohesión de un pensamiento orgánico como la realidad armónica y total que expresa y con la que está vital e intencionalmente identificada. El tomismo es el ser aprehendido en lo que es, en la medida abstractiva y analógica de los pobres conceptos humanos.

Por eso tampoco es un sistema acabado. Lo está en sus principios, en las líneas generales de su estructura, en una palabra, en lo que hemos dado en llamar su espíritu, en su posición fundamental realista e intelectualista de una inteligencia sostenida y sometida al ser, insertada en las entrañas mismas del ser, posición que no es sino la fundamentación filosófica, la justificación racional de las tendencias más profundas e incoercibles del espíritu humano y del hombre todo, de esta pre-filosofía o filosofía en germen que es el sentido común. Pero a la vez y en fuerza de esos mismos principios, permanece siempre abierto y anhelante del ser, en continuo desarrollo, aplicado a la solución de los nuevos problemas ontológicos y al esclarecimiento de los aspectos inexplorados del ser, para incorporarlos a su sistema. Y el ser presenta de continuo inagotables facetas que aprehender en extensión y en profundidad.

Esta singular situación del tomismo, de perennidad en su estructura y de progreso en su material asimilado, permite al investigador tomista contemporáneo, al par que la fidelidad a los principios del Doctor Angélico -invariables en su valor como la verdad inmutable del ser que expresan-, la originalidad y el esfuerzo personal, el avance en la verdad mediante una mayor penetración en las entrañas del ser, que ofrece para cada siglo y para cada época nuevos problemas y siempre en los problemas eternos de todos los tiempos, cada vez en más profundos planos que iluminar y aprehender. Mas al ahondar con aquellos principios los mismos problemas del Aquinate o adentrarse en los senderos todavía -en todo o en parte- inexplorados, las conquistas del ser que son las conquistas de la verdad- así logradas en hon dura o en extensión, vendrán a incorporarse a esta síntesis armónica y siempre abierta del tomismo, en donde encuentren su precisa ubicación, como si se la hubiese estado aguardando de antemano. Nada hay que venga del ser, y consiguientemente verdadero, que no sea incorporable al tomismo; más, que no lo reclame y exija él como suyo, como patrimonio de su herencia, desde que el tomismo no es sino la aprehensión inteligible y sistemática del ser en sus constitutivos intrínsecos y en sus causas extrínsecas. De ahí arranca, como de su raíz, su perennidad -como la verdad del ser- y por otra, su continuo crecimiento, no por un eclecticismo de yuxtaposición, muerto, sino por una asimilación orgánica. De ahí también esa facilidad connatural con que las conquistas de la realidad asimiladas por la inteligencia se ajustan e incorporan a la síntesis tomista y se avienen a las exigencias de sus principios, que a las veces y a primera vista semejantes desenvolvimientos y crecimientos doctrinales parecerían estar ya contenidos en las mismas fórmulas del Angélico Doctor, quien en ellas, en su universal justeza y en principio -ese es su mérito- las había alcanzado de-antemano como en germen. ¡Con tan gran fidelidad al ser y a sus exigencias han sido ellas expresadas por el Aquinate, que todo lo que es del ser, todo nuevo aspecto que se tiene de él o en que se ahonde, resulte encontrarse dentro de las exigencias de aquéllas y encuadrarse justamente en sus líneas!

Todo esto nos lleva a encuadrarse conclusión de que el más auténtico discípulo de Santo Tomás no es precisamente quien repita fielmente sus principios con una intelección más o menos exacta de su contenido; sino quien posesionándose y armándose de ellos, asimilando en toda su comprehensión y en toda su fuerza su espíritu -sin claudicaciones y desviaciones, por otra parte- ahonde en su alcance -progreso en profundidad- y proyecte su luz sobre nuevos problemas -progreso en extensión-; y también de que es espiritualmente más tomista el filósofo, que sin conocer a Sto. Tomás y sin deformar contra naturam el sentido esencialmente trascendente y realista del espíritu -de la inteligencia y voluntad, hechas para el ser, como verdad y bien, respectivamente trabaja por penetrar más y más en las estructuras o esencias del ser, que el tomista en posesión tranquila de una verdad que no alcanza a profundizar y enriquecer. Aquél encontrará en su término como connaturalmente, el tomismo; éste corre el riesgo de extraviarse y perder el sentido y el alcance de la doctrina que profesa, reteniendo tan sólo las fórmulas muertas -que repite sin comprender- de un sistema vivo, y en continuo desarrollo vital, como que es la misma inteligencia en posesión de su objeto, cual es el tomismo.

Aunque circunstancialmente escrito[1], con una preocupación eminentemente histórica de traducir con fidelidad el pensamiento del Estagirita sobre la inteligencia y de su desarrollo orgánico, purificación y enriquecimiento alcanzado en Sto. Tomás, este estudio pretende ofrecer una visión de síntesis psicológica del más fiel y genuino cuño aristotélicotomista sobre el conocimiento en toda su cohesión, a la vez que la profundización de sus nociones y principios básicos -v. g., la inmaterialidad y el acto como constitutivo y determinación del grado del conocimiento, la noción pura del conocimiento en sí, etc.- y poner en relieve la significación y trascendencia realmente extraordinaria de esta doctrina tomista de. la inteligencia, punto de encuentro de todas las tesis fundamentales del sistema -como que la inteligencia es "el lugar de todas las formas o esencias" (Aristóteles)- en la cual está contenida y reflejada íntegramente la psicología y la metafísica de Sto. Tomás. Todas y cada una de nuestras afirmaciones así como también nuestra síntesis total y aun las parciales -v. g. la referente al acto como constitutivo del conocimientoson aristotélico-tomistas, tomistas sobre todo; contenidas expresamente en su acervo doctrinal o expresión de su desarrollo orgánico en la línea de sus exigencias, impuestas como el desenvolvimiento natural de sus principios profundizados y aplicados a nuevos aspectos de la realidad. Tal es al menos nuestra intención. ¡Quiera Dios lo hayamos alcanzado!

En todo caso este libro pretende contribuir a la restauración de la cultura por la recuperación de la inteligencia, de su esencial sentido trascendente y realista, de su naturaleza espiritual dependiente sin embargo de los sentidos en cuanto a su objeto, de su valor, de su supremacía espiritual, perdida en el hombre moderno. Todas las desviaciones y claudicaciones de éste tienen su punto de partida, en un orden puramente natural, en una desviación de su propio espíritu: de una inteligencia - y voluntadesencialmente vuelta hacia la verdad -y el bien- del ser trascendente, del Ser divino en definitiva, y violentamente arrancada -de ,su objeto y encerrada en una subjetividad estéril y contradictoria de su propia inmanencia anhelante de la Infinitud y condenada a devorar sus propias y míseras entrañas. Renunciando así -so pretexto de una exaltación divina- al humilde sometimiento a su propio objeto, el ser, que la enriquece en su último término con la Verdad y Ser divino, la inteligencia humana, reducida así a su inmanencia vacía de objeto real. sin la guía firme de la verdad del ser, ha sido arrastrada violentamente como mísera esclava por todos los senderos del error, usada vilmente para justificar todos los vicios y desconocida en su noble alcurnia y realeza de rectora de los destinos del hombre y de su cultura y hasta negada en su propia naturaleza espiritual. Reiteradamente -con una insistencia que sólo la magnitud e importancia del tema justifican- nos heraos ocupado, desde el ángulo gnoseológico, de defender el calor real, ontológico, de la inteligencia, del sometimiento al ser, como el cínico camino de su grandeza, como el único acodo de reconquistarla y centrarla en su verdadero objeto y de devolverla así a su propia vida y dignidad, y con ello de devolver al hombre entero a su auténtico ser y recuperarlo para su plenitud trascendente divina [2]. Completando esa contribución, desde el ángulo psicológico, en favor de la inteligencia, que es en definitiva en favor del hombre y de su cultura, queremos hoy esforzarnos por situarla en su debido trono de honor dentro del hombre y frente a su objeto, reconquistándola para su propia naturaleza de un alma espiritual unida sustancialmente al cuerpo y, como tal, con un objeto que trasciende lo puramente sensible pero que no llega a ella sino por el ministerio de los sentidos materiales.

Plegue a Dios bendecir nuestro trabajo y hacer que estas páginas, brotadas de una inteligencia apasionadamente enamorada del tomismo -porque enamorada de la verdad y nada más que de la verdadcontribuyan a recuperar para la verdad la propia inteligencia del hombre moderno N, darle con ella el instrumento para encauzar íntegramente stt ser y su vida hacia la verdad, para enamorarse de la verdad -que es siempre un comienzo del amor de la Verdad de Dios- y encaminarse de este modo hacia la recuperación total de sí mismo y de su cultura, que sólo encontrará cuando, olvidado un tanto más de sí, emprenda la marcha por el sendero de la trascendencia de 'la verdad del ser, que conducen y culminan en su término de la Verdad del Ser de Dios.

Octavio Nicolás Derisi

La Plata, Seminario Metropolitano Mayor "S. José", en la festividad de la Ascensión del Señor de 1945.




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