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Este libro no quiere ceñirse a una mera exposición histórica del
pensamiento aristotélico-tomista sobre la inteligencia, como podría
serlo de Platón, de Kant, de Heidegger o de cualquier otro
filósofo o escuela filosófica, ni siquiera de su desarrollo orgánico
desde el Filósofo griego al Filósofo medioeval. Sin dejar de ser
una exposición histórica, fielmente elaborada sobre los textos de los
dos autores mencionados, pretende desentrañar la verdadera naturaleza
de la inteligencia.
La historia de la filosofía aristotélico-tomista sobre el tema
permite y hasta entraña la comprehensión y fundamentación de la
auténtica esencia de la inteligencia, precisamente porque el tomismo
-y el aristotelismo en la medida de su perennidad y supervivencia
incluida en el desarrollo de aquél- no es un sistema -uno de tantos-
sino la sistematización de la verdad de las cosas -también de la
inteligencia- la síntesis organizada sobre y de acuerdo a las
exigencias de la realidad. Algunos filósofos parecen haberse
propuesto como valor supremo de sus investigaciones la originalidad,
otros la problematicidad, quienes la independencia e inmanencia de la
inteligencia frente a su objeto o la autonomía moral de la voluntad,
sin que pretendamos negar a estos filósofos -nos referimos
naturalmente a los que merecen el nombre de tales- hayan buscado
también la verdad. Sin embargo, la inquisición de la verdad no
aparece como la preocupación sobresaliente de sus investigaciones y en
todo caso nunca como la única. Pero hay un sistema distinto de todos
los demás, que ha buscado únicamente la verdad y que ha logrado
alcanzarla en una síntesis orgánica, en sus puntos fundamentales al
menos: es el tomismo. De ahí su frescura y perennidad, como la
verdad que encierra, llegada hasta él por la savia misma del ser del
que se nutre e incorpora. Sus principios son eternos como la verdad
del ser que los engendra. Porque el tomismo no es más que la
comprehensión -no racionalista sino intelectualista-conceptual, en
la medida que él mismo se encara de precisar, de acuerdo siempre a las
exigencias del ser- de la realidad en toda su gama ontológica; una
inteligencia vuelta y alimentada por el ser, por todo el ser, que
logra de este modo la cohesión de un pensamiento orgánico como la
realidad armónica y total que expresa y con la que está vital e
intencionalmente identificada. El tomismo es el ser aprehendido en lo
que es, en la medida abstractiva y analógica de los pobres conceptos
humanos.
Por eso tampoco es un sistema acabado. Lo está en sus principios,
en las líneas generales de su estructura, en una palabra, en lo que
hemos dado en llamar su espíritu, en su posición fundamental realista
e intelectualista de una inteligencia sostenida y sometida al ser,
insertada en las entrañas mismas del ser, posición que no es sino la
fundamentación filosófica, la justificación racional de las
tendencias más profundas e incoercibles del espíritu humano y del
hombre todo, de esta pre-filosofía o filosofía en germen que es el
sentido común. Pero a la vez y en fuerza de esos mismos principios,
permanece siempre abierto y anhelante del ser, en continuo desarrollo,
aplicado a la solución de los nuevos problemas ontológicos y al
esclarecimiento de los aspectos inexplorados del ser, para
incorporarlos a su sistema. Y el ser presenta de continuo inagotables
facetas que aprehender en extensión y en profundidad.
Esta singular situación del tomismo, de perennidad en su estructura y
de progreso en su material asimilado, permite al investigador tomista
contemporáneo, al par que la fidelidad a los principios del Doctor
Angélico -invariables en su valor como la verdad inmutable del ser
que expresan-, la originalidad y el esfuerzo personal, el avance en
la verdad mediante una mayor penetración en las entrañas del ser, que
ofrece para cada siglo y para cada época nuevos problemas y siempre en
los problemas eternos de todos los tiempos, cada vez en más profundos
planos que iluminar y aprehender. Mas al ahondar con aquellos
principios los mismos problemas del Aquinate o adentrarse en los
senderos todavía -en todo o en parte- inexplorados, las conquistas
del ser que son las conquistas de la verdad- así logradas en hon dura
o en extensión, vendrán a incorporarse a esta síntesis armónica y
siempre abierta del tomismo, en donde encuentren su precisa
ubicación, como si se la hubiese estado aguardando de antemano. Nada
hay que venga del ser, y consiguientemente verdadero, que no sea
incorporable al tomismo; más, que no lo reclame y exija él como
suyo, como patrimonio de su herencia, desde que el tomismo no es sino
la aprehensión inteligible y sistemática del ser en sus constitutivos
intrínsecos y en sus causas extrínsecas. De ahí arranca, como de
su raíz, su perennidad -como la verdad del ser- y por otra, su
continuo crecimiento, no por un eclecticismo de yuxtaposición,
muerto, sino por una asimilación orgánica. De ahí también esa
facilidad connatural con que las conquistas de la realidad asimiladas
por la inteligencia se ajustan e incorporan a la síntesis tomista y se
avienen a las exigencias de sus principios, que a las veces y a primera
vista semejantes desenvolvimientos y crecimientos doctrinales
parecerían estar ya contenidos en las mismas fórmulas del Angélico
Doctor, quien en ellas, en su universal justeza y en principio -ese
es su mérito- las había alcanzado de-antemano como en germen.
¡Con tan gran fidelidad al ser y a sus exigencias han sido ellas
expresadas por el Aquinate, que todo lo que es del ser, todo nuevo
aspecto que se tiene de él o en que se ahonde, resulte encontrarse
dentro de las exigencias de aquéllas y encuadrarse justamente en sus
líneas!
Todo esto nos lleva a encuadrarse conclusión de que el más auténtico
discípulo de Santo Tomás no es precisamente quien repita fielmente
sus principios con una intelección más o menos exacta de su
contenido; sino quien posesionándose y armándose de ellos,
asimilando en toda su comprehensión y en toda su fuerza su espíritu
-sin claudicaciones y desviaciones, por otra parte- ahonde en su
alcance -progreso en profundidad- y proyecte su luz sobre nuevos
problemas -progreso en extensión-; y también de que es
espiritualmente más tomista el filósofo, que sin conocer a Sto.
Tomás y sin deformar contra naturam el sentido esencialmente
trascendente y realista del espíritu -de la inteligencia y voluntad,
hechas para el ser, como verdad y bien, respectivamente trabaja por
penetrar más y más en las estructuras o esencias del ser, que el
tomista en posesión tranquila de una verdad que no alcanza a
profundizar y enriquecer. Aquél encontrará en su término como
connaturalmente, el tomismo; éste corre el riesgo de extraviarse y
perder el sentido y el alcance de la doctrina que profesa, reteniendo
tan sólo las fórmulas muertas -que repite sin comprender- de un
sistema vivo, y en continuo desarrollo vital, como que es la misma
inteligencia en posesión de su objeto, cual es el tomismo.
Aunque circunstancialmente escrito[1], con una preocupación
eminentemente histórica de traducir con fidelidad el pensamiento del
Estagirita sobre la inteligencia y de su desarrollo orgánico,
purificación y enriquecimiento alcanzado en Sto. Tomás, este
estudio pretende ofrecer una visión de síntesis psicológica del más
fiel y genuino cuño aristotélicotomista sobre el conocimiento en toda
su cohesión, a la vez que la profundización de sus nociones y
principios básicos -v. g., la inmaterialidad y el acto como
constitutivo y determinación del grado del conocimiento, la noción
pura del conocimiento en sí, etc.- y poner en relieve la
significación y trascendencia realmente extraordinaria de esta doctrina
tomista de. la inteligencia, punto de encuentro de todas las tesis
fundamentales del sistema -como que la inteligencia es "el lugar de
todas las formas o esencias" (Aristóteles)- en la cual está
contenida y reflejada íntegramente la psicología y la metafísica de
Sto. Tomás. Todas y cada una de nuestras afirmaciones así como
también nuestra síntesis total y aun las parciales -v. g. la
referente al acto como constitutivo del conocimientoson
aristotélico-tomistas, tomistas sobre todo; contenidas expresamente
en su acervo doctrinal o expresión de su desarrollo orgánico en la
línea de sus exigencias, impuestas como el desenvolvimiento natural de
sus principios profundizados y aplicados a nuevos aspectos de la
realidad. Tal es al menos nuestra intención. ¡Quiera Dios lo
hayamos alcanzado!
En todo caso este libro pretende contribuir a la restauración de la
cultura por la recuperación de la inteligencia, de su esencial sentido
trascendente y realista, de su naturaleza espiritual dependiente sin
embargo de los sentidos en cuanto a su objeto, de su valor, de su
supremacía espiritual, perdida en el hombre moderno. Todas las
desviaciones y claudicaciones de éste tienen su punto de partida, en
un orden puramente natural, en una desviación de su propio espíritu:
de una inteligencia - y voluntadesencialmente vuelta hacia la verdad
-y el bien- del ser trascendente, del Ser divino en definitiva, y
violentamente arrancada -de ,su objeto y encerrada en una subjetividad
estéril y contradictoria de su propia inmanencia anhelante de la
Infinitud y condenada a devorar sus propias y míseras entrañas.
Renunciando así -so pretexto de una exaltación divina- al humilde
sometimiento a su propio objeto, el ser, que la enriquece en su
último término con la Verdad y Ser divino, la inteligencia humana,
reducida así a su inmanencia vacía de objeto real. sin la guía firme
de la verdad del ser, ha sido arrastrada violentamente como mísera
esclava por todos los senderos del error, usada vilmente para
justificar todos los vicios y desconocida en su noble alcurnia y realeza
de rectora de los destinos del hombre y de su cultura y hasta negada en
su propia naturaleza espiritual. Reiteradamente -con una insistencia
que sólo la magnitud e importancia del tema justifican- nos heraos
ocupado, desde el ángulo gnoseológico, de defender el calor real,
ontológico, de la inteligencia, del sometimiento al ser, como el
cínico camino de su grandeza, como el único acodo de reconquistarla y
centrarla en su verdadero objeto y de devolverla así a su propia vida y
dignidad, y con ello de devolver al hombre entero a su auténtico ser y
recuperarlo para su plenitud trascendente divina [2]. Completando
esa contribución, desde el ángulo psicológico, en favor de la
inteligencia, que es en definitiva en favor del hombre y de su
cultura, queremos hoy esforzarnos por situarla en su debido trono de
honor dentro del hombre y frente a su objeto, reconquistándola para su
propia naturaleza de un alma espiritual unida sustancialmente al cuerpo
y, como tal, con un objeto que trasciende lo puramente sensible pero
que no llega a ella sino por el ministerio de los sentidos materiales.
Plegue a Dios bendecir nuestro trabajo y hacer que estas páginas,
brotadas de una inteligencia apasionadamente enamorada del tomismo
-porque enamorada de la verdad y nada más que de la verdadcontribuyan
a recuperar para la verdad la propia inteligencia del hombre moderno
N, darle con ella el instrumento para encauzar íntegramente stt ser y
su vida hacia la verdad, para enamorarse de la verdad -que es siempre
un comienzo del amor de la Verdad de Dios- y encaminarse de este modo
hacia la recuperación total de sí mismo y de su cultura, que sólo
encontrará cuando, olvidado un tanto más de sí, emprenda la marcha
por el sendero de la trascendencia de 'la verdad del ser, que conducen
y culminan en su término de la Verdad del Ser de Dios.
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Octavio Nicolás Derisi
La Plata, Seminario Metropolitano Mayor "S. José", en la
festividad de la Ascensión del Señor de 1945.
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