CAPITULO II. PRINCIPIOS GENERALES DE LA PSICOLOGIA ARISTOTÉLICO-TOMISTA RELACIONADOS CON NUESTRO TEMA.

Siguiendo el mismo orden de Aristóteles y de S. Tomás, vamos a comenzar por trazar las líneas fundamentales tan sólo de su psicología. No podemos detenernos mucho en ella, porque otro es el tema de nuestro trabajo; pero es cierto que sin una noción general de esta psicología, éste nos resultaría ininteligible. Una vez expuesta la doctrina de la inteligencia -tema central de nuestra monografíapodremos extender las líneas del panorama, que ahora sólo esbozamos en lo que necesitamos, de una doctrina general de psicología y hasta de una antropología .estrictamente tal (Cfr. c. IX).

1 . Todos los seres materiales constan de dos principios esenciales, potencial el uno, y actual el otro, material y formal [32]. El primero es enteramente pasivo, pura capacidad o sujeto de recepción sin determinación alguna [33] al. par que el segundo es el principio de la constitución determinante y actual, aquél que constituye al primero tal o cual cosa [34]. De ahí que la forma sea el elemento o esencia inteligible del ser, al par que la materia sólo sea directamente perceptible por la intuición sensible, como se verá cuando determinemos el objeto de la inteligencia. De ahí también, enseña S. Tomás, que la forma sea el principio de la actividad específica propia de un ser, y el que cada uno obre según su forma [35]. Principio de individuación la materia y de unidad específica la forma [36]. Tal la constitución esencial hilemórfica de todo ser material sobre la que se superestructuras todos los accidentes o modificaciones posteriores: la cantidad, las cualidades, relacione, etc., que no cambian la esencia o substancia estrictamente tal del ser.

Según ya lo adelantamos en la introducción, en la doctrina aristotélico-tomista la supremacía e independencia del acto sobre la potencia es lo que determina la perfección de un ser. En los seres materiales, su perfección estará también en dependencia directa de la perfección y superioridad de la forma sobre la materia. (Ya veremos luego, en el capítulo siguiente, cómo toda la doctrina del conocimiento -tal como solamente lo vislumbra Aristóteles- se erige y estructura en S. Tomás sobre este principio primero de la constitución de los seres en función de su inmaterialidad o independencia de la forma o acto esencial sobre la materia o potencia esencial). En los seres inorgánicos, la forma o acto esencial está como embebida toda ella en la materia, desprovista enteramente de toda actividad que no sea puramente material (la que se manifiesta en los fenómenos físico-químicos y transeunte, es decir, que semejante ser nada puede obrar o hacer sobre sí mismo y nada de su actividad puede reservarse para sí sino que ha de desplegarla toda ella hacia otros seres exteriores a él. Pero en los vivientes, la forma alcanza ya una actividad esencialmente superior que la independiza más de la pasividad o potencia de la materia, un modo de obrar que cede en favor de su propia perfección, logra, en una palabra, un movimiento inmanente. La vida, defínenla Aristóteles y S. Tomás, es la actividad de un ser que se mueve a sí mismo [37].

2. Ahora bien, esta forma, principio de una tal actividad superior que es la vida, es el principio vital esencial o substancial, que Aristóteles y S. Tomás llaman el alma. El alma es, pues, según Aristóteles, "el acto primero [o forma substancial] del cuerpo físico que tiene en potencia la vida... el acto primero del cuerpo físico orgánico" [38]. Y atendiendo a las diferentes manifestaciones de la vida, la define también: "El alma es aquel principio primero, por el que vivimos, sentimos, nos movemos en el lugar, y entendemos" [39]. Tantas serán las especies de almas o principios vitales, cuantas sean las manifestaciones específicamente diferentes de la vida, según el principio cien veces repetido por Sto. Tomás y tomado de Aristóteles, de que "agere sequitur esse, el operar sigue al ser", el cual a su vez no es sino una aplicación determinada del principio universal de causalidad "todo lo que comienza a existir o existe contingentemente, debe tener una causa". Ahora bien, tres son los tipos específicos de vida, y con ellos de alma, que ambos filósofos distinguen: vegetativo, sensitivo e intelectivo [40]. Porque, en efecto, tres son las especies de movimiento inmanente en que se realiza la definición de la vida, cada vez con mayor perfección. Pues de los seres vitales, los unos se mueven tan sólo en cuanto a la ejecución del movimiento, determinados por su misma naturaleza o forma en cuanto al modo y fin de su obrar específico, y posesionándose materialmente de otras formas vida vegetativa; otros, en cambio, se mueven a sí mismos mediante la posesión intencional o cognoscitiva de las formas de los demás seres que especifican su movimiento de un modo individual y concreto, aunque están determinados por su propia naturaleza en cuanto al fin (vida sensitiva consciente). Finalmente, otros llegan a moverse a sí mismos no sólo en cuanto a la ejecución sino también en cuanto a la forma intencional, poseída de un modo inmaterial y universalmente, y en cuanto al fin que consciente y libremente se proponen a sí mismos (vida consciente intelectiva [41].

3. No vamos a entrar en pormenores de la vida -y alma correspondiente- vegetativa y sensitiva. Bástenos recordar la doctrina aristotélico-tomista de que tales fenómenos vitales son inexplicables con sola la materia o con sola el alma y de que provienen del organismo animado como de un solo principio [42]. Consiguientemente, la forma de tales seres vivientes, aunque inmaterial en sí misma, como acto que es, no ha llegado a independizarse plenamente de la materia en su operar ni en su ser, como veremos más adelante acontece en el hombre (Cfr. c. IV y IX). De ahí que sean producidas ex potencia materiae [43] y que no pueden subsistir al separarse de la materia y perezcan, aunque per accidens, en razón de la corrupción del cuerpo del que intrínsecamente dependen [44].

Sin embargo, no hay que creer que en el animal y en el hombre, dotado aquél de vida vegetativa y sensitiva, y éste, además de aquéllas, también de intelectiva, haya tres almas. Las dos o tres especies de vida, en efecto, manifiéstanse en el animal y en el hombre, respectivamente, íntima y jerárquicamente dependientes y subordinádas: la vegetativa a la sensitiva y ésta a la intelectiva, y ello no sólo en su ejercicio sino también en su origen, desarrollo y término. En una palabra, tales fenómenos vitales muéstranse como expresiones diferentes de un único ser viviente y llevan impresas y reflejan la unidad de su causa [45]. Ahora bien, siendo la forma (el alma en nuestro caso), como enseña expresamente S. Tomás comentando a Aristóteles [46], el principio por donde viene la existencia, es decir, el modo de actuación de la existencia, no puede haber en cada ser sino una forma, pues la multiplicidad de las formas implicaría la multiplicidad de las existencias y ésta la de los seres. Tal parece ser también el pensar de Aristóteles [47].

4. Lo que conviene tener presente es que el alma que como forma o acto esencial es la raíz de toda determinación y consiguientemente de todo el obrar del ser [48], aún en el caso de que necesite a la vez de la materia como coprincipio- no obra sino mediante sus potencias o facultades; principio de operación realmente distintos de ella [49]. Tales potencias o principios de operación son causados formal y no eficientemente por el alma, emanan como un verdadero efecto formal secundario de su causalidad formal intrínseca primaria con que ella constituye el compuesto [50]. Del alma brotan, consiguientemente, las potencias de un modo necesario y natural, como sus propiedades [51]. Sin embargo, metafísicamente considerados, tales principios inmediatos de operación no pertenecen ni son substancia (ens per se) sino accidentes (ens in alio) [52].

Que el principio inmediato de operación del ser viviente -la potencia o facultad- sea realmente distinto del alma, es doctrina sólo insinuada por Aristóteles y expresamente enseñada por S. Tomás, quien se ocupa precisamente de ellas y de su naturaleza [53]. La doctrina que a continuación exponemos es, por eso, de S. Tomás, aunque toda ella se encuentre, en germen al menos, en la de Aristóteles, y muchos de sus aspectos han sido también explicitados por él. En efecto, viene a decir en síntesis el Santo Doctor, la potencia siempre responde a su acto, no es causal o potencialmente sino lo que su efecto es en acto. Porque la acción y el efecto de tales potencias son su complemento natural, su perfección o acto que las colma [54]. Además las potencias son capacidades activas esencialmente ordenadas a tales actos (y éstos a su vez a tales objetos formales como especificativos o determinativos suyos [55]. Luego las potencias están complementadas y especificadas por sus actos y éstos a su vez por sus objetos formales. Deberán ser, pues, de su misma naturaleza. Pero es el caso que los actos de las potencias de los seres creados -y en nuestro caso, de los seres vivos- son siempre modificaciones accidentales de la substancia [56], dado su carácter transitorio en oposición al permanente de la substancia. Luego también las potencias serán modificaciones accidentales y, consiguientemente, realmente distintas de la substancia, y tantas serán las potencias o facultades cuantos sean los actos específicamente diversos entre sí, los cuales a su vez serán tales en virtud de la diversidad de sus objetos formales.

Mientras en Dios la substancia, la potencia, el acto y el objeto cuasi-formal son una misma cosa, el Acto Puro substancial de Dios, en la creatura son realmente distintos y nada puede hacer la creatura si no es pasando de la potencia al acto [57]. Este modo de obrar sigue al modo de ser (agere sequitur esse) de la substancia respectiva. Pero la razón de esa distinción real en la creatura entre la substancia -el alma, en nuestro caso- y sus facultades y sus actos, estriba en última instancia, en su composición real de potencia y acto esencia y existencia- así como la identidad del ser esencial y el de la potencia y del acto en Dios se sustentan en la identidad real y formal de esencia y existencia [58].

Guardémonos, sin embargo, de materializar esta concepción aristotélico-tomista de las potencias y creer que el alma no sea sino un substractum substancial, sobre el que se establecen y funcionan estas potencias. Tales facultades no son sino "poderes", virtualidades o capacidades activas de la misma alma, por las que ésta puede obrar y llegar a constituirse en el acto correspondiente (de sentir, entender, etc.). Es la misma alma substancial quien en realidad opera, por sus potencias (id quo anima operatur), las cuales no obran, por ende, con una actividad propia e independiente, sino "en virtud de la substancia" [59]. Un sentido, una inteligencia o una voluntad -aunque realmente distintas del alma y modificaciones accidentales de su ser substancial, al que actúan como capacidades activas suyas- no tienen ni siquiera sentido como algo absoluto y desvinculado de la substancia -del alma y del hombre- que opera por ellos; así como a su vez tampoco lo tienen, desvinculados de ella, sus actos correspondientes -sentir, entender, querer- que, en definitiva, no son actos o modificaciones accidentales sino de la substancia correspondiente, mediante las potencias que inmediatamente la informan y por las que ella actúa. No es la vista ni la inteligencia quien ve o entiende,-sino el hombre quien ve y entiende por sus potencias visiva e intelectiva.

La inteligencia -sobre la que recae nuestro estudio es, pues, una potencia del alma, realmente distinta de ella y por la que ella opera [60].




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