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Puesto que no haya cosa de menos certidumbre que los sueños, ni haya cosa que más presto
deba el hombre lanzar de sí que las imaginaciones que soñó, por ser inciertas, empero también
acaece durmiendo a los varones recogidos muchas cosas y muy buenas.
Que lo primero de la falsedad de los sueños sea verdad, el mismo desvarío de ellos lo muestra
muchas veces, para que así cualquier hombre, por simple que sea, conozca que en despertando
los ha de apartar de sí, desechándolos del corazón, porque, según dice el Sabio (Ecl 5,6), donde
hay muchos sueños hay muchas vanidades.
Es, empero, tan astuto el demonio, que, como sepa lo que soñamos, y muchas veces nos cause él
los sueños, hace que nos acaezca entre día parte de lo que soñamos de noche, para que así
demos algún crédito a los sueños; donde si soñaste que caía sobre ti una casa, acaece que
pasando por alguna calle derriba el viento una teja, y dices ser aquello que soñaste; y si sueñas
que hablas con alguna persona que está muy apartada de ti, otro día te traen alguna carta suya o
te hablan de ella dándote nuevas de su salud, dices que se cumplió tu sueño. Por evitar estas
vanidades y otras infinitas, que ocioso o malicioso demonio enreda, nos avisó el Sabio diciendo
(Eclo 34,7): A muchos hicieron errar los sueños y cayeron los que en ellos esperaron.
Para que conozcas cuán vanos son los sueños, debes saber que es cosa a todos muy común
soñar lo que desean o temen, o lo que mucho han pasado; y según la diversidad de las
enfermedades y disposiciones de las personas son los sueños diversos, y aunque estén los
hombres sanos, tienen dentro de sí ocasión de soñar más unas cosas que otras; porque los
sanguíneos sueñan cosas alegres y placenteras, y los melancólicos sueñan cosas tristes y llorosas;
los flemáticos sueñan cosas de aguas y fuentes y ríos y nieves y peces; los coléricos sueñan cosas
amargas y desabridas; de manera que según la complexión que cada uno tiene le suceden
naturalmente los sueños; aunque otras veces se puedan recrecer de otro accidente alguno que de
otra parte sobreviene, porque claro está que los enojados sueñan que riñen y los enemistados
que se acuchillan con sus enemigos.
Esto he dicho por amonestar a todo cristiano que dé tan presto a olvido lo que soñare como el
mismo sueño que durmió; y que después entre día no se lo traiga a la memoria, ni mire en él; y
aunque lo vea cumplido, debe disimular y no hacer caso de ello; porque, como dije, no anda el
demonio sino por ponernos en falsa admiración y en cuidado vano y lleno de curiosidad.
Tú, hermano, que sigues el recogimiento, guarda mucho el tiempo después de maitines, porque
aquel sueño es más para el ánima que para el cuerpo; y nunca te acuestes en la cama soñoliento,
sino muy despierto en el deseo del Señor; y, a ejemplo de la esposa, busca a Dios de noche en tu
cama; y cuando te viniere el sueño antes que te acuestes, despiértate con santas palabras. No te
digo que no duermas, sino que no te acuestes dormido, porque así no podrás guardar el consejo
de nuestra letra, que te amonesta tener oración aun en la cama antes del sueño; y en cualquier
hora que despertares torna presto a guardar el corazón; y antes de maitines duerme bien, por
que no te duermas en ellos y por que puedas mejor recogerte y orar antes y después de ellos; y
en tal manera te acuesta después de maitines como si no hicieses caso del dormir, sino del orar.
La cabecera un poco alta, arrimado, puedes enderezar tu faz al cielo, mientras tu cabeza lo
pudiere sufrir; y no temas, que la gracia te confortará cuando venga y te pagará lo que por ella
trabajaste. Si te durmieres al tiempo que sueles orar, haz cuenta con tus ojos y mira lo que le
has dado; y si tienen su salario, conoce que es relajación y deséchala con una disciplina, o toma
un libro y lee y despiértate mientras te guerrea el sueño injusto, para que, cuando según justicia
durmieres, te despierte la gracia, que a muchos que velan por ella despierta cuando están más
descuidados. Si de esta manera lo haces, no menos servirás a Dios durmiendo que velando, pues
que por Él y para Él duermes y velas.
Los que con todo el corazón se quisiesen dar a este santo ejercicio no habían de salir fuera de la
celda después de completas sin manifiesta necesidad, porque aquel tiempo hasta dormir todo lo
había de gastar en oración, puesto de rodillas en medio de su celda, y si por ser mucho el
tiempo no lo pudiere todo estar de rodillas, siéntese en una silla muy compuesto, levantada la
cara al cielo y desechado todo cuidado; pues no es aquél tiempo de entender en cosas del
mundo, dése todo a las cosas del cielo, de donde le ha de venir el favor, hasta que le queden
cuatro horas de intervalo que pueda dormir antes de maitines, si es nuevo en el ejercicio de las
cosas espirituales; y ruegue con fe y pureza de corazón al ángel que lo guarda que antes un poco
de los maitines lo despierte, ca sin duda lo hará; y si despertare antes que conviene con algún
estruendo, piense que es el demonio que no lo quiere dejar dormir por que se duerma a
maitines; empero, si con quietud y devoción despertare cuando le parece que conviene, no sea
perezoso en se levantar, por que el ángel no se halle burlado en lo haber despertado a la hora
que conviene.
Después de haber estado en los maitines muy vigilante y con vivo corazón, ha de tornar a orar
más largo espacio, con aviso y cautela de se guardar del sueño, que a todos los tibios guerrea en
cualquier ejercicio que estén; aunque estén en el corazón delante de Dios y delante de sus
mayores cantando en pie, no dejan de estar cabeceando; y aunque dicen que van a pensar en la
pasión, los vence la pasión del sueño, como a los apóstoles en el huerto, y se duermen. Mas tú,
hermano, que eres nuevo en el recogimiento, si fueres con tu tibieza también del sueño
combatido, has de ser muy solicito en lo desechar, o pensando cosas devotas que te provoquen
al amor de Dios, o leyendo, o paseando, o rezando, o pellizcándote sin piedad, o lavándote bien
con agua fría, o rogando a tu maestro que te diga alguna palabra de Dios nuestro Señor, con
que huya el sueño, o poniéndote en alguna parte donde la vergüenza o el miedo te hagan velar,
o haciendo cualquier otro ejercicio corporal convenible; y si todo esto no bastare, toma una
disciplina para echarlo de ti por fuerza, diciendo aquello del salmo: Mi castigo es en las
mañanas, y esto por que no me duerma.
Por mañana debes tener todo el tiempo después de maitines, mayormente si a prima noche
tomaste bien tu necesidad; y así lo debes hacer, dando primero a César lo que es suyo, según
dice Cristo, porque de otra manera sería tu sacrificio de rapiña, lo cual aborrece el Señor (Is
61,8). Debes pensar que, cuando te duermes sin tener de ello manifiesta necesidad, se carga el
demonio sobre ti, echándote un monte muy pesado encima; y que para lo lanzar de ti has
menester velar y orar, por que no te tome debajo venciéndote; empero, cuando velas, se junta a
ti tu ángel, gozándose contigo, y entonces procura de purgar tu memoria y alumbrar tu
entendimiento y perfeccionar tu voluntad; lo cual tú pierdes si te duermes.
Los que son aprovechados en la vida del recogimiento, con sólo recogerse desechan el sueño; y
éstos han menester dormir menos; porque si un nuevo ha menester dormir seis horas, un
aprovechado se debe contentar con cinco; empero, los perfectos en este ejercicio suelen perder
el sueño, porque de dentro los despierta lo que sienten cuando se trabajan por dormir; y apenas
duermen entre día y noche tres horas, despertando al más pequeño ruido del mundo. Y este
dormir es como quien bebe a tragos, ca no toman de una vez todo el sueño, porque no pueden,
aunque nuestro Señor suple en ellos con la alegría la falta del dormir, librándolos por entonces
de sus necesidades, según lo pedía David (Sal 24,21), aunque todavía queda la sensualidad un
poco descontenta.
Yo he conocido muchos varones muy recogidos que pasaron muchos años con menos de tres
horas de sueño entre día y noche; y conocí otro que dijo en secreto a un su gran amigo que en
diez y siete años no había dormido lo que se suele dormir en cuatro meses; empero, aquéste
tenía otras cosas mayores y que se conocían de él sin poderlas encubrir, ca éstas ninguno se las
conoció, por esconderse él mucho en su celda, donde ni sabían si dormía ni si velaba.
Bienaventurados son los que oran mucho antes del sueño y en desertando tornan presto a orar;
porque éstos, a ejemplo de Ellas (1 Re 17,6), comen un poco y duermen, y tornan a comer otro
poquito y tornan a dormir, y de esta manera pasan su tiempo casi reclinándose después de la
cena sobre el pecho del Señor, como los niños sobre el pecho de su madre, donde recebida la
leche se duermen, y tornan a despertar y a tomar leche y tórnanse a dormir; y de esta manera
con estos gloriosos intervalos pasan el tiempo del dormir, que más se les cuenta por oración
que por sueño, pues que su principal intento fue de orar; y lo más del tiempo que los otros
duermen gastan ellos orando, y aun aquel mismo tiempo que duermen conocen, desde que
despiertan, que su ánima ha dormido en los brazos de su amado.
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