CAPÍTULO III. DE LOS QUE LLORAN POR EL ESPOSO

De los que lloran por la ausencia del esposo se dice aquello de los Cánticos (Cant 5,12): Tus ojos son así como de paloma sobre los arroyos de las aguas que están lavadas con leche y sentadas cerca de las corrientes plenísimas. Los ojos de las palomas son de sí mismos llorosos, y ellos casi nunca cesan de gemir por el mucho amor que en si tienen, porque no hay ave tan amorosa como la paloma y porque el amor de aquéstos es lleno de limpieza y no contaminado con las cosas terrenas, se comparan los ojos de ellos a los de las palomas blancas, que parecen estar lavadas con leche por ser tan blancas como ella. Onde así como las palomas blancas son más agradables y comunicables que las otras, así los que, encendidos por amor, lloran por haber la gracia del Señor, son a Él más agradables que todos los otros hombres y se les comunica; y los ojos de éstos se dicen estar sobre los arroyos de las lágrimas que derraman, porque no esperan ser en sólo llorar consolados, sino en cl gozo espiritual que después Dios les infunde como cosa que sobrepuja y vale más que las lágrimas; y dijo el Sabio que estas ¡alomas blancas estaban sentadas cerca de las corrientes plenísimas, denotando en el asiento la voluntad que los tales tienen de permanecer llorando hasta que el Señor los visite, y en las corrientes plenísimas nos da a entender las muchas lágrimas que derraman.

Según estas cosas, si tú, hermano, que comienzas a te dar al recogimiento, quieres aprovechar en el ánima el llorar, porque así como por mar de viento próspero favorecido irás más derechamente y más presto a Dios, como aquellos de que dice el profeta Jeremías (Jer 50,4-5): Andando y llorando se darán prisa y buscarán a su Señor Dios; preguntarán por el camino para Sión y aquí vendrán las caras de ellos y juntarse han al Señor con amistad sempiterna, que no se podrá olvidar. Sión quiere decir atalaya, y es la gracia del corazón que en su recogimiento se recibe, desde la cual podemos atalayar mucho conocimiento de Dios. A ésta hemos de ir con los pies del deseo y llorando como aquellos de los cuales se dice (Sal 125,6): Yendo iban y lloraban.

Los que van con solos los pies corporales van con el cuerpo, no yendo con el corazón; mas los que van con el deseo yendo por voluntad van también por obra; y porque estos pies del deseo son muy ligeros, dice Jeremías que los que así van se darán prisa a buscar a Dios, y por tanto van llorando para lo buscar, como la Magdalena, que llorando decía: Tomaron a mi Señor y no sé dónde lo pusieron.

El camino más derecho para Sión, que es la gracia de que nuestra letra habla, es el recogimiento; por esto los nuevos en él preguntan llorando; y a este negocio vienen las caras de ellos, que son los conocimientos, no entremetiéndose en las cosas mundanas ni curando de los conocer; antes aman la soledad para mejor y más sosegadamente llorar, y dicen a todas las cosas aquello del profeta Isaías (Is 22,4): Apartaos de mí, y lloraré amargamente; no curéis de me consolar.

El que busca la gracia celestial para curar su ánima, que sin ella esa Dios así como tierra sin agua, no ha de admitir cosa humana para que lo consuele, por que no pierda por lo poco lo mucho; y por esto dice el profeta que se aparten de él y no curen de lo consolar; y dice más: que sus lágrimas serán amargas, porque estas de los principios no se derraman sin trabajo, ni se derraman sin dolor de se ver hombre privado de lo que desea, que es juntarse al Señor con la amistad del recogimiento supremo, el cual, si verdadero es, apenas lo puede olvidar el que una vez lo gustó, y si después se condena, aun en el infierno tendrá gran lástima por lo haber perdido.

De estas lágrimas que habemos hablado dice el Señor (Mt 9,15): No pueden los hijos del esposo llorar mientras con ellos está el esposo. Aquí muestra el Señor que la presencia espiritual suya en el ánima hace que cesen las lágrimas; y podríamos volver casi al revés esta sentencia y decir: No pueden los hijos del esposo dejar de llorar, mientras no está el esposo con ellos; porque propriedad es de los buenos hijos desear con lágrimas la venida de su padre, como la deseaba José estando en Egipto (Gen 43,7), y el Señor enseñó a sus hijos la oración que comienza: Padre nuestro que eres, etc., cuya segunda petición es: venga, Señor, el tu reino, que es su bendita presencia por gracia recibida en nuestros corazones, la cual debemos con gran ansia desear y demandar cada día y cada hora.




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