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Para declaración de esta letra has de saber que uno es el estado del hacimiento de gracias en que
Dios pone el ánima, y otro el que se alcanza por solicita industria. De este segundo hacimiento
de gracias habla nuestra letra, aunque yo la escribí y compuse para en ella hablar del primer
hacimiento de gracias, que es el que Dios infunde en el ánima, y casi la pone en aquel estado
como de su mano; y si en la breve letra no declaré esta mejor manera de hacer gracias, fue
porque no supe ni pude decir en breves palabras, ni pienso poder decir en muchas, lo que en
este caso siento. Empero, comenzaré a decir algo, dejando lo demás para los que tienen por
entero la experiencia, y pueden decir con David (Sal 30,9) en aquel salmo que hizo en
hacimiento de gracias por las mercedes que había recibido y esperaba de recibir: Estableciste y
pusiste mis pies en lugar espacioso. Los pies del ánima son sus deseos, con los cuales va ligera y
prestamente donde quiere.
Estos deseos son puestos y establecidos en lugar ancho y muy espacioso cuando el ánima es
colocada en el estado del hacimiento de las gracias, el cual es más amplísimo; no solamente
porque su materia y aquello de que ha de tratar es mayor, mas porque en él se recibe la libertad
de los hijos de Dios y mucha más gracia y sentimiento del Señor que no en otro cualquier
estado del ánima.
Para alguna declaración de aqueste estado en que pluguiese a Dios que estuviésemos, has de
saber que, cuando el devoto ejecutor, que con solicitud prosigue y se ejercita en la oración
mental y recogimiento del ánima, va su camino sin tornar atrás ni pesarle de lo comenzado,
suélelo poner nuestro Señor después de mucha oración en una alabanza suya que sale de lo
interior del ánima; que de muy llena de la gracia del Señor prorrumpe la gracia y se le derrama
por los labios y sale en aquel hacimiento de gracias en que toda se querría deshacer, viéndose
tan dichosa acerca del Señor, y barruntándose tan amada de Él, según el gran testimonio de su
muy pacífica conciencia.
Olvídase el ánima entonces de todas las cosas y del gran reposo en aquello que siente, y
solamente piensa el entendimiento en la fuente de donde aquello pudo manar; y la voluntad con
gran amor se agrada tanto de Dios, que dice por obra aquello del salmo (Sal 85,8) : Ninguno en
los dioses es semejante a ti, Señor, ni puede hacer las obras que tú haces.
A este hacimiento de gracias, que a las veces se hace en reposo, a las veces en fervor del espíritu,
no viene el hombre por haber antes pensado en él procurándolo, porque algunos devotos que
jamás supieron ni oyeron qué cosa era, ni lo desearon, cayeron en él y lo hallaron, o, por mejor
decir, fueron puestos en él, prosiguiendo, según dije, en su ejercicio de oración, vienen a pasar
por este dichoso paso, y llegan a este lugar, y están en él cuanto el Señor permite. Y es tan alto
hacimiento de gracias éste, que parece que todos los miembros y huesos y entrañas del hombre
hacen gracias y bendicen al Señor; en el cual estado estaba David cuando dijo (Sal 102, 1-2): ¡Oh
ánima mía!, bendice al Señor, y todas las cosas que están dentro en mí bendigan su santo
nombre, y no te quieras, ánima mía, olvidar de las mercedes que te ha hecho.
Este hacimiento de gracias no está en el hombre por entonces secreto; mas está con tanto gozo
y conocimiento exterior, que casi piensa a todos ser notorio lo que él tiene, y no se le haría de
mal por entonces decirlo a las otras personas devotas que lo quisiesen oír, según aquello del
salmo (Sal 65,16): Venid y oíd todos los que teméis a Dios, y contaros he cuántas cosas ha
hecho con mi ánima. El principal intento y la causa por que daría él tal parte a otro de lo que
siente es para lo provocar a que le ayudase a hacer gracias al mismo Señor por el mismo caso.
Por este estado del hacimiento de gracias pasan algunos y duran poco en él, y después llévalos el
Señor a cosas que no alcanzan a saber si son mejores o peores, salvo que este hacimiento de
gracias es muy apacible al ánimo.
Otros perseveran mucho en aqueste estado trabajando cuanto pueden por lo conservar; empero,
por la mayor parte a ninguno se da sin que primero se haya ejercitado largo tiempo en la
oración; por lo cual San Pablo (Flp 4,6) primero amonesta la oración que el hacimiento de
gracias, diciendo: Sed constantes y solícitos en la oración y velad en ella con hacimiento de
gracias. Y en otra parte dice (1 Tes 5,18): Gozaos siempre, orad sin intervalo; en todas las cosas
haced gracias al Señor. El hacimiento de gracias pone como cosa última y fruto de la oración, y
conforme a San Pablo dice Isaías (Is 51,3): Gozo y alegría será hallada en ella; hacimiento de
gracias y voz de alabanza.
Para que en el ánima se halle hacimiento de gracias y voz de alabanza, que es lo mismo, primero
ha de haber en ella gozo y alegría en el Señor que la crió, del cual gozo y alegría resulta el
hacimiento de gracias de que hablamos, el cual es tan perfecto que no sin gran misterio se dice
haber nuestra Señora inventado esta común manera de hablar que tienen todas religiones en
decir muy a menudo: Deo gratias, que quiere decir: demos gracias a Dios.
Aquella que más perfectamente alcanzó el estado del nacimiento de gracias que ninguno de los
santos, según parece en su canto de Magnificat, hubo de ser causa que tantas gracias se le diesen
a Dios como se le dan cada día en la palabra que ella muchas veces pronunciaba, que es
Deogratias; sobre la cual dice San Agustín: ¿Qué otra cosa mejor podemos traer en el corazón?
¿Qué mejor cosa podemos pronunciar por la boca? ¿Qué otra cosa mejor podemos escribir que
Deo gratias?
En este mundo no se puede decir cosa más breve ni más fácil de oír, ni puede ser mayor cosa
entendida, ni hay cosa que después de hecha sea más fructuosa, cuya sola pronunciación trae
fruto. Y también se ordenó que, por reverencia de la Señora que inventó esta palabra y la puso
en común uso, se repita muchas veces en el oficio divino y cánticos eclesiásticos.
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