CAPÍTULO VII. DE CUÁN MEJOR SEA TENER CONSOLACIÓN ESPIRITUAL QUE CARECER DE ELLA

Hace un doctor una comparación, diciendo que, si estuviese aquí un varón seco sin devoción y allí un devoto, algunas veces el indevoto está en más seguro estado que no el otro; lo cual yo no creo, ca estando todas las otras cosas iguales, sino que sólo estén diferentes en la devoción que tenga el uno y falte al otro sin su culpa, digo que yo querría ser el devoto y pensaría ser mejor librado, porque tendría todo lo que él tiene y mucho más; ca no tiene poco quien tiene devoción o consolación espiritual, pues con tanto ahínco la demandaron los santos que alegamos; y uno de ellos dice que toda obra sin devoción es casi muerta, porque, según dice Hugo, la obra sin devoción es como cuerpo sin ánima.

Ítem, la devoción es como fuego que hace oler y subir en alto el incienso de la oración hasta Dios.

Ítem, porque la devoción es, como dice San Agustín, fiel mensajero que llega hasta hablar con Dios y darle la petición de nuestro corazón, y el seco tiene sin duda tierra seca, y conviénele suspirar; mas el devoto está plantado cerca del corrimiento de las aguas; el seco está hambriento, y el devoto tiene su pan cada día; el seco tiene lámpara, si tiene buena voluntad, mas el devoto, allende de esto, también óleo.

Ítem, el uno tiene templada su vihuela para tañer con los viejos del Apocalipsis, y el otro no la tiene tan dispuesta, porque su corazón está destemplado, sin devoción ni sabor dulce; el uno tiene redaño que ofrezca a Dios, mas el ánima del otro está muy flaca. Y porque conviene ya a decir bien de la devoción y gusto espiritual, mira que ella ilustra el entendimiento como unción que enseña; e inflama nuestra afición al bien, porque quien gusta a Dios ha hambre de él, y esfuerza nuestra flaqueza, ca mediante ella da Dios el querer y el acabar; y dirige nuestras obras, porque ordena la caridad; y adorna nuestras costumbres, porque ella hizo a Sara que no se mezclase con los que jugaban; y hace dulce nuestro sabor poniéndole el espiritual sabor para que no nos sean desabridas las alabanzas de Dios.

Ítem, danos testimonio que somos hijos de Dios (Tob 3,10), despierta nuestro amor, hácenos familiares de Dios más que los otros fieles; y es como aceite y grosura con que se encienden nuestros suspiros; y es suave olor en que se ofrece a Dios el digno incienso de la oración; y da fiducia de alcanzar lo que se demanda, y hace que no nos apartemos de la caridad actual de Cristo; y hácenos muy piadosos, ca el espíritu de la sabiduría, que es la devoción, se dice ser benigno; humilla el corazón, porque la vara húmeda fácil es de humillar; todas las cosas torna dulces, porque, como dice el Sabio, no tiene amargura su conversación; el humo y rastro de ella lanza todo género de demonios y tentaciones; menosprecia todo lo que está debajo del sol, conociendo que es vanidad todo; enriquece al hombre, ca ninguna cosa hay de mayor riqueza que la sabrosa sabiduría como dice Salomón, y convida los ángeles que se junten a los que espiritualmente cantan; y finalmente nos hace desear ser desatados y estar con Cristo.

Estas propiedades dicen los contemplativos que tiene la devoción y consolación espiritual. Por eso tú busca aquí tu reposo, según dice nuestra letra, y no pienses que para darse hombre a la devoción del recogimiento es menester lógica y metafísica, aunque lo diga persona de mucha autoridad; ca débelo decir por los que los escriben o enseñan, pues que él mismo dice en otra parte: La mística teología, pues no tiene conversación en conocimiento de letras, no tiene necesidad de la tal escuela que puede ser dicha de entendimiento, mas búscase en la escuela de la afección por vehemente ejercicio de virtudes; de lo cual concluimos esta diferencia: que la teología mística, aunque sea suprema y perfectísima noticia, puede, empero, ser habida de cualquier fiel, aunque sea mujercilla e idiota.

Si tú quieres haber este gusto, allégate afectuosamente a los pies del Señor, humillándote a ejemplo de la Magdalena, para que, según está escrito, recibas de su doctrina (Dt 33,4); no hayas envidia de los letrados, porque algunos, como Urías (2 Sam 11,14-15), llevan a cuestas las letras de su muerte; si el querubín, que es plenitud de ciencia, no lo cubren con el oro de la caridad, como estaba en el templo de Dios (1 Re 6,28), que tenía figura de la Iglesia, en la cual muchos sabios hay, según dice Job (Job 37,23-24), que no osan contemplar, o por mejor decir no quieren, viendo que, como dice San Pablo (Heb 5,11), aunque deberían ser maestros, por el tiempo del estudio y edad que tienen, tienen otra vez necesidad de ser enseñados en las primeras letras de las palabras de Dios, que son los ejercicios espirituales de la nueva devoción, porque han menester leche como novicios, a lo cual por no humillarse han tornado como los atenienses (Hch 17,21) y advenedizos a Cristo, que no vacaban a otra cosa sino a oír o aprender alguna nueva curiosidad. Lo cual veda San Pablo a Tito, diciendo (Tit 3,9): Mira que evites y deseches las locas cuestiones y linajes y contenciones y peleas de la ley, porque son inútiles y vanas; pero no queremos aquí decir que no sea todo bueno, sino decimos ser uno mejor que otro, anteponiendo a María, que tiene la mejor parte, aunque muy más dichoso es quien lo tiene todo, si procura de gustar todo lo que entiende. No te satisfagas con mucho saber, que solamente puede perfeccionar tu entendimiento, sino que también busques en ello mucho sabor, en que repose tu voluntad, que busca y huelga en lo deleitable, así como el entendimiento en lo verdadero; y pues no hay cosa de más deleite que la espiritual consolación, llégate a ella con todas entrañas y alcanzarás reposo en toda tu ánima.




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