CAPÍTULO IX. QUÉ TAL DEBE SER ESTE AMOR DE DIOS

Visto, según nuestra poquedad, cómo de todas las cosas debemos sacar amor, podría alguno demandar qué tal debe ser este amor. A lo cual el gran mandamiento del amor responde.

Pónense, empero, muchas maneras de amor, de las cuales se podría hacer un libro por sí; ca un amor hay que se dice libre, otro natural, otro gratuito, otro seráfico, otro purgativo, otro iluminativo, perfectivo, habitual, sobrenatural extático, fuerte, sabio dulce, memorativo, discreto, solicito, varonil, inseparable, insuperable, insaciable, singular, movible, incesable, cálido, ferviente, penetrativo, agudo, inflexible, recto, intenso, íntimo, franco, unitivo, afectuoso, tierno, espiritual, comunicativo, irremisible, indeclinable, total, infinito.

Estas y otras maneras ponen algunos de amor, las cuales reducidas por las letras del A B C, serán fáciles de aprender y dulces de meditar al que amare; y muy provechosas para más crecer en perfecto amor, mayormente si piensas para te inclinar al amor de Dios las muchas razones que hay de amar a Su Majestad; las cuales por ser tantas no pongo aquí, mas avísote conforme a nuestra letra, que traigas costumbre de referir al amor de Dios todas las razones y causas que hallares en las criaturas para ser amadas, sacándolas de ellas todas y poniéndolas y contemplándolas en solo Dios, donde más perfectamente las hallarás unidas; ca de Él como de fuente manaron las causas del amar, quedándose en Él con alto quilate de perfección.

Ninguna cosa hay en que se juntasen todas en una que sea toda deseable y amable; porque esto se guardó para Cristo nuestro Redentor, en el cual se juntaron las causas divinas y humanas para ser amado; y, por tanto, debes tener gran aviso, si quieres aprovechar con esta letra, que, inclinándose tu amor por alguna razón a alguna cosa, luego la debes reducir a Cristo, contemplando en Él más perfectamente lo que te agrada en la criatura.

Y si no te pareciere que has de dejar de amar a la tal criatura, porque es tu hermano o padre, contempla eso mismo en Cristo para que crezca en Él también tu amor empero, si la cosa a que te inclinares es torpe, dirás a tu sensualidad: No ames esto, por que no pierdas el amor de Cristo, donde está sin tacha lo que aquí te agrada con fealdad.

Los que siguen el recogimiento diránlo a solo Dios, al cual levantan su amor puro, sin que obre la imaginación, sino sola la inteligencia, que vuela sobre todo lo imaginable, hasta el mismo Dios, donde el amor sube. Lo cual se paraba a mirar San Agustín cuando decía: Dios mío, qué amo cuando te amo? No gentileza de cuerpo, no hermosura corporal ni resplandor de luz, no dulces melodías de cantares, ni suave olor de flores, ni ungüentos aromáticos, no maná ni miel, no miembros de carnes aceptables para ser abrazados. No amo estas cosas cuando amo a mi Dios; empero amo una luz y una voz, un olor y un manjar, un abrazo de mi hombre interior, adonde resplandece a mi ánima lo que no cabe en lugar, adonde suena lo que no apaña el tiempo, adonde huele lo que no esparce el viento, adonde tiene sabor lo que no disminuye el comer y adonde se junta lo que no aparta la hartura.

Conforme a lo que ha dicho este doctor, el más alto sentido que damos a nuestra letra es que saquen el amor de toda cosa criada y toda cosa que se pueda pensar, y lo pongan en aquel sumo bien que nos crió y es el último fin nuestro.

A este sumo bien has de enviar tu amor; la fe sea el mensajero; no te pares en cosa que pueda caber en tu juicio, engrandece el corazón, ca no te has de retraer a cosa pequeña; toma osadía para enamorar tu voluntad y corazón del hacedor tuyo; despiértate a esto; aviva en ti lo que crees; no te decimos sino que, como fiel cristiano, aprendas a orar en espíritu y verdad, y ames aquel bien inmenso muy apartado de todas las cosas que crió.

Cata que este amor que de todo lo criado has de sacar y poner en Dios no consiste en sólo palabras, sino en muy verdaderas operaciones del corazón; y si te usas a él, vendrás a amar más tiernamente a Dios que a tu padre ni a tu madre, y vendrás a tanto que con solamente acordarte de aquel sumo bien te deshagas de amor suyo.

Despierta en ti el amor natural que tienes a tu Dios, para que después ames sin trabajo y se te vaya el ánima tras Él con mayor deseo que el niño tras su madre, lo cual podrás alcanzar si te acostumbras a sacar de toda cosa el amor y ponerlo en aquel no pensable Dios que está más presente a ti que tú mismo, y aunque no lo ves, Él te administra y te conserva la vida con que vives; y lo que quiere y desea y te manda y te ruega solamente es que lo ames, con promesa que se te manifestará en señales grandísimas de amor si lo hicieres.

¿Por ventura se te hará de mal amar lo que nunca viste ni aun lo puedes imaginar, que es Dios? Pues lo crees y lo esperas, por qué no lo amas? La dificultad no me parece a mí, si miras en ello, que ha de estar ahora en amarlo, sino antes en creerlo, y pues ya pudiste creer lo que nunca viste ni podrás ver mientras vivieres, por qué no amas lo que creíste?

Cata que has hecho mucho en creer, y todo se pierde si no amas lo que creíste, que es un Padre todopoderoso, criador del cielo y de la tierra, invisible, insensible, que por ninguno de los sentidos cabe, sino por la voluntad, que lo puede todo amar. No es figurable ni numerable, sino interminable; inmudable, sino investigable; inestimable, infinito y todo amable.

Por ventura se te hace grave el desasir el amor de estas cosas palpables y groseras, que aman aun los animales brutos, y tú no has de subir más que ellos? Yo te probaré cómo tu voluntad ama lo que no ves, y tú no miras en ello, y así de falta de consideración dejas de amar a Dios, lo cual te sería fácil si parases mientes.

Amas a tu padre mientras vive, y después de muerto échaslo de ti. Lloras y estás triste aunque tienes delante todo lo que veías primero; no falta sino lo que no veías, porque lo otro allí queda. No veías la vida, ésta falta, ésta lloras, ésta sin duda amabas, pues que de su ausencia estás triste; cata, mira cómo amabas lo que no veías, que era la vida. Piensa en una vida eterna que está por sí no aposentada en cuerpo de tierra, como estaba la de tu padre, ni defectuosa, porque nunca fallecerá y es vida de tu ánima y de todos los ángeles; aquésta ama, saca de toda cosa el amor y ponlo en ésta.

Amas a un hombre sabio que te enseña; tórnase loco, pésate de ello ya no lo amas ni curas de él.

Amas un virtuoso aunque pobre; hócese vicioso, aborréceslo y huyes de él si te dicen que no es ya el que solía. Todo lo de antes ves en él; piensas que falta la virtud y sabiduría que antes no veías, a la cual amabas, según parece, y no al cuerpo, que allí lo tienes y lo desechas.

Piensa, pues, en aquella sabiduría que también es invisible y apartada; no junta a cabeza de hombre, sino que por sí permanece en un purísimo saber, que no puede faltar ni errar. Piensa en aquella virtud de infinita fortaleza que no puede desmayar, porque no tiene en sí flaqueza alguna para que desmaye; todo lo rige y ordena sin mudanza de sí, que mueve todas las cosas; a ésta endereza tu voluntad; en ésta pon tu amor, pues que es cosa tan preciosa que de todo el mundo no quiere este sumo Dios sino tu amor.

Sólo por la manera ya dicha puedes contemplar en Dios todas las perfecciones que hallares en cualquier de las criaturas, quitando, como dice San Agustín, la imperfección; ca ninguna hay en Dios, sino mondas y desnudas todas las perfecciones que se pueden pensar, sueltas y apartadas de toda cosa que sea menos buena, y tan conjuntas con Dios que sean el mismo Dios esencialmente.

Según esto, has de referir pura y desnudamente a Dios toda virtud y bondad que hallares en la criatura; y así sacarás de ella el amor para lo poner en la fuente de todas las perfecciones, que es el bien increado.

Aqueste amor consiste en un enderezamiento de la voluntad afectuosamente ordenada en aquel sumo bien, y tras esta voluntad, que es un acatamiento afeccionado a Dios, va todo el corazón y las entrañas del hombre más prestamente que la piedra cuando desciende al centro de la tierra, lo cual hacen los ya ejercitados a las veces sin mirar en ello, porque tienen en sí avivado el amor natural y ordenado a Dios, el cual ama sin deliberación, como vemos que sin pensar en ello nos inclinamos a amar una cosa linda y graciosa, y de esta manera la afección muy ejercitada se inclina a Dios y lo ama dulcemente, aun algunas veces antes que piense en Él; antes el mismo amor que ya por sí obra suele despertar al hombre habituado para que ame, y esto porque las cosas que de sí mismas inclinan a amor lo provocan al amor de Dios en que está ejercitado, así como los cantos y alegrías y cosas hermosas que ve, y los buenos olores y flores y la música; donde toda cosa que inclina los malos a su mal amor provoca también al varón recogido al amor de Dios, y muchas veces se hace esto sin él mirar en ello hasta que ya está amando; ca la costumbre y viven del corazón están así dispuestas y aparejadas, que fácilmente sale en obra sin esperar a después amar ni dilatar el amor un solo punto.

Si tuviésemos desembarazado el corazón de cualquier otro amor y nos acostumbrásemos a movernos derechamente con una afección intensísima a la divinidad, y a sola ella atentísima y agudamente ordenásemos nuestra afección, penetraría nuestro amor todas las cosas hasta venir a Dios, no declinando a la diestra ni a la siniestra, porque para alcanzar esto hemos de apartarnos de todo otro amor malo y bueno, y, como quien va nadando, hender por medio hasta la deidad; lo cual es verdadero recogimiento, porque para esto se recogen las fuerzas del ánima y se ayuntan, para que sin cansarse den a esto infatigablemente; y avivando este amor setenta veces siete cada día, hasta que arda en el altar del corazón cuasi de suyo, en tal manera que él encienda todas las otras cosas, aplicándolas a este fin, que es amar a Dios. Lo cual acaece cada día innumerables veces a los que usan esto; ca ningún placer reciben de que no dan a Dios parte, reduciendo a Él por el amor que obra todos los gozos y prosperidades que reciben, y aun las que ven en los otros todo lo reducen a Dios, para se gozar en Él, sacando de todo el amor, aun de las criaturas que no usan de razón; según lo cual conocí yo uno que, viendo una vez un gallo que abría las alas y las sacudía para cantar, sintió verdaderamente que sus entrañas se movieron y se abrieron a Dios para lo amar dulcísimamente; y cosas semejables le acaecían muchas veces con otras criaturas, ca sacaba de toda cosa movimiento del amor a Dios; y por la costumbre y gracia del Señor, que por esto favorece mucho, hacía esto muchas veces sin mirar en ello hasta que se hallaba amando a Dios y se gozaba de esto en inmenso grado, viendo que la gracia del Señor y el amor natural que su ánima tenía a Dios despertaba en él amor libre que se sigue al conocimiento, para que así todo el hombre interior y exterior se gozasen en Dios a ejemplo de aquel que decía (Sal 83,3): Mi corazón y mi carne se gozaron en Dios vivo. El que siente esta vivez divina en el corazón, que es el amor vivo de su divinidad, dice que se goza en Dios vivo; y porque este gozo es corporal y espiritual, se atribuye al corazón y a la carne.

No sé en qué estima tienes esto tú que lo lees; mas sabríate decir que quien lo tenía lo preciaba más que si tuviera sin ello el regimiento de los cielos y de la tierra; y tenía razón, porque en esto está la bienandanza del hombre y no en lo otro, según lo cual dice Gersón: Bienaventurado es el que su libre amor conforma al amor natural, porque, si dos consintieren, ser les ha dado del Padre celestial todo lo que pidieren, ca no pedirán sino a Dios o conforme a Dios y a la naturaleza que fue primero instituida.

No quiero dejar de ponderar con San Agustín el verso que se sigue en el salino, junto con el que ahora se dijo, en el cual David pone la causa de su gozo, diciendo: Porque el pájaro halló casa para sí, y la tórtola nido donde torne a poner sus pollos. Este pájaro es el corazón que arriba dijo, y ha de ser solitario, según acota San Agustín, porque ha de buscar a Dios solo poniéndose en el tejado; esto es, levantándose por deseo sobre todas las cosas, porque la casa sobre cuyo tejado se ha de poner es aqueste mundo, que ha de ser dejado atrás, olvidándolo con el Apóstol para alcanzar la divina habitación y conversación celestial.

Tortolica se dice aquí nuestra carne si está domada como la glosa declara, porque la tortolica se contenta con un solo esposo; y así la carne de estos que tan altamente aman a Dios, no buscan sino sola su deidad, en la cual tornan a poner sus afecciones y deseos e inclinaciones, que son como pollos pequeños y flacos; y dicen que tornan, en lo cual apuntan lo que dijo Gersón, de reducirse los tales a la naturaleza primera bien instituida en esto, de la cual nos apartó el pecado y la mala costumbre; y hemos de esforzarnos a tornar allí con la gracia del Señor y el buen ejercicio de las cosas entrañables que obren en Dios.

Primero puso David el corazón que no la carne porque de lo interior y del ánima comienza este amor hasta salir algunas veces a los sentidos exteriores, como nota la glosa, y el pájaro, que es el ánima, dice que halló casa, y la tortolica nido, que es menos; ca, según dice San Agustín en el mismo lugar, la casa dura mucho y el nido es a tiempo; donde se figura que el amor tierno y gozoso, que es casi corporal, no permanece tanto como el hombre querría, porque muchas cosas lo apartan de nos y no lo alcanzamos cuando queremos; mas el amor del ánima espiritual no se aparta de nos sino por pecado mortal, y éste del cuerpo que se atribuye a la carne que ha tornado a florecer piérdese, o por enfermedades algunas veces, o por grandes negocios o trabajos, o porque el demonio busca manera para nos lo quitar, poniéndonos muchas dudas en él y moviendo por otra parte en nuestro corazón muchas pasiones que lo contradigan y procurándonos continuas ocupaciones y grandes cuidados, para que perdamos el uso de aqueste amor tan bueno a que deberían ordenar su vida todos los que aborrecen el mundo.




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