CAPÍTULO III. DE CÓMO HAS DE GUARDAR EL CORAZÓN A MANERA DE CASTILLO

Tres potencias principales tiene nuestra ánima: la potencia rac ional y fuerza de la razón, con que se rige; la potencia irascible, con que se defiende, y la potencia que desea, con que se provee. Estas tres potencias han de ser guardas del corazón para estar seguro de toda parte. Donde has de notar que, según dice el Sabio (Eclo 26,5-9), tres cosas temió su corazón, y podíamos decir que son engaño y fuerza y hambre. Por estas tres vías puede ser preso el corazón y herido, según se figura en Joab (2 Sam 18,14), el cual hincó tres lanzas en el corazón de Absalón, y así lo mató. Joab quiere decir paternidad, y es el demonio, padre de los malos, con los cuales trae guerra, porque, aunque sus hijos, no los perdona; y de aquí es que Joab era capitán de David, el cual traía guerra con su hijo. Absalón quiere decir paz de su padre, y es el pecador hijo de demonio, que, cuando se da por vencido, hace paz con él. Entonces está el demonio en paz con el pecador cuando lo ha vencido, y entonces es propriamente hijo suyo, y no lo fatiga tanto con tentaciones, cuasi teniendo paz con él, pues sabe que no ha de hacer sino lo que él le pudiera amonestar.

Cosa es conocida que son más guerreador de los vicios los hijos de Dios que los hijos del demonio, porque los primeros los contradicen y los otros no. Este Joab que es el demonio, atraviesa el corazón de Absalón con las tres lanzas que dice, con engaño y con miedo y con hambre de mal deseo, con las cuales mató a Absalón, cuya muerte causaron tres males: el uno fue un malo y engañoso consejo a que él dio crédito; el otro, la hambre y codicia que tuvo de reinar; el tercero fue el miedo que llevaba cuando iba huyendo; el cual fue tanto que no supo guiar la bestia en que iba, ni poner cobro en evitar el daño que recibió, pues fácilmente lo pudiera hacer.

Con estas tres lanzas mató también el demonio a judas. Lo primero, cuando le hizo increyente que Cristo nuestro Redentor no alcanzara a conocer sus maldades. Lo segundo, púsole hambre de dinero, que por él le prometieron. Lo tercero, púsole miedo de venir a demandar misericordia, y así lo llevó a la horca y reventó por medio y derramáronse en tierra sus entrañas, no quedando su desguarnecido corazón en el cuerpo. De esta manera engañó también al primer hombre, ca le hizo creer que su pecado fuera venial y ligero de perdonar, y que Dios no se había de haber tan rigurosamente con él. Lo segundo, inspiróle hambre y deseo de complacer a su mujer y no enojarla. Lo tercero, que después le causó tanto temor que lo hizo huir de aquel a quien había de ir a buscar para, echado a sus pies, demandar misericordia como lo hizo la Magdalena.

Y finalmente, si bien miramos en ello, por la forma ya dicha prende y vence el corazón sin guarda de los pecadores, en parte o en todo; los cuales, si quieren seguir el gran consejo del Sabio, deben a estos tres peligros poner por guardas los tres poderíos del ánimo que dije. Contra el engaño esté la razón examinadora, según tenemos ejemplo en la Virgen, que, viendo al ángel de la luz, comenzó a pensar, como dice San Lucas, la calidad de su hablar, parando mientes que no se escondiese el engaño debajo de la buena razón y las tinieblas debajo del resplandor que de fuera parecía, por que no entrase cosa sin mucho examen a su corazón.

A la segunda puerta por do suele entrar el miedo y padecer fuerza, se ponga la potencia irascible muy celadora que defiende y lanza los temores nocturnos, como lo hacían aquellos de los cuales se dice (Cant 3,8): Cada uno tenía su espada sobre el muslo por los temores nocturnos. En el muslo se nota la castidad que con rigor se guarda, ca así lo hacía San Pablo (1 Cor 9,27), que castigaba su cuerpo y lo reducía en servidumbre. Y el bienaventurado mártir San Vicente, estando delante del juez, que pensaba amedrentar los cristianos, para que así negasen, dijo a otro mártir que mansamente respondía: Por qué estás hablando entre dientes y con palabras mansas a aqueste soberbio? No cures sino con exclamación, para que con la misma autoridad de la voz su rabia, que ladra contra su señor, sea quebrantada.

A la tercera parte donde se espera peligro, que es la hambre y mal deseo traído por el demonio, se ponga el apetito y codicia de las cosas celestiales, como lo hacía aquel al cual dice el ángel (Dan 9,23): Yo vengo a enseñarte, porque eres varón de deseos. No hay a quien menos puedan vencer las cosas terrenales que al que más desea las celestiales.

Y es de notar que, si el demonio solamente halla la una parte o camino de estos tres mal guardado, por allí se entra al castillo del corazón, y a unos prende por una manera y a otros por otra, sin ejercitar todas tres cosas en una persona; basta una para lo hacer de todas culpado; empero, si de él queremos estar seguros, debemos guardar el corazón con toda guarda, pues de él sale la vida, y la manera que hayamos de tener en lo guardar se figura en el paraíso terrenal, del cual se dice (Gen 3,24): Puso delante del paraíso del deleite querubines, y un cuchillo encendido de fuego, ligero de volver para guardar al camino del árbol de la vida.

El corazón del justo es paraíso terrenal, donde se viene el Señor a deleitar, porque El dice que sus deleites son morar con los hijos de los hombres. Y es también a nosotros paraíso del deleite, porque en el corazón comenzamos a gustar el deleite del paraíso, mayormente cuando mora Dios en él, y este deleite que en el corazón se gusta, como el Sabio dice (Eclo 30,16), es mayor que todo el mundano placer.

Costumbre es a los grandes señores tener en los campos casas de deporte donde se van a holgar muchas veces, según parece en la casa del bosque del rey Salomón y en el huerto del rey Asuero, donde se solían a haber placer; así nuestro Rey y Señor Dios, no contento con lo que en el paraíso celestial tenía, quiso hacer acá en la tierra una casa para su deporte, que es el corazón del hombre, y llámalo paraíso terrenal (Cor iusti est paradisus). Llámalo paraíso, porque dondequiera que él está y se da a gustar, es paraíso. Llámalo terrenal, porque está en la tierra de nuestro cuerpo situado. De este paraíso se escribe: La gracia es así como paraíso en bendiciones (Eclo 40,28), y la misericordia permanece en el siglo.

Hácese en esta razón del Sabio más mención de la gracia que no del corazón, porque si él es paraíso, es por la gracia del Señor que en él mora, la cual es como fuente que riega el paraíso del corazón; y dícese que la fuente principal del paraíso se divide en cuatro, porque fortalece en nuestro corazón las cuatro virtudes

cardinales, según pone la glosa, que son justicia y temperanza, fortaleza y prudencia, con que nuestra ánima se dispone para producir muchas obras buenas.

Y dice más el Sabio, que este paraíso está en bendiciones, porque el tal corazón nunca cesa de bendecir a Dios y porque esto todo es don de Dios y no fuerzas humanas. Dice que la misericordia permanece en el siglo, queriendo dar a entender que de esta manera hace Dios en este siglo permaneciente misericordia, mayormente si el tal corazón, de ser paraíso terrenal, es al fin de la vida llevado a la vida eterna, do será para siempre araíso celestial; lo cual promete el Señor por el profeta, diciendo (Is 60,13): Yo glorificaré la casa de mi Majestad.

Este paraíso, que es el corazón, se dice haber sido plantado por Dios desde el principio, porque en el principio de nuestra conversión, que fue en el bautismo, infundió en él la fe y la esperanza y la caridad para favorecer las tres fuerzas susodichas. A este paraíso viene Dios a reprehender a los que ama, cuando pecan, a lo cual viene muchas veces por nuestra flaqueza, ca no creo que vive en la tierra hombre semejante al que dijo (Job 27,6): Nunca en toda mi vida me reprehendió mi corazón.

Cuando te reprehendiere tu corazón, conoce que Dios ha venido a él a castigar tus excesos, y si no quieres ser lanzado fuera de tu corazón como Adán, has de conocer tu culpa, y no recorrer a las hojas de la excusa, haciendo leve y ligero tu pecado como una hoja que lleva el viento; mas di con el profeta David: Mis maldades han subido sobre mi cabeza, y así como carga pesada están sobre mí. Si de esta manera respondes, quitarte ha Dios la carga de tus pecados, y tomarla ha Él a sus cuestas, y si de otra manera, dejándotela a tus cuestas, te hará conocer cuánto pesa, como a los primeros pecadores, que con su carga, esto es, con su pena, echó fuera del paraíso.

En el paraíso terrenal había tres maneras de árboles: el árbol vedado, que se llamaba de la ciencia del bien y el mal, y el árbol de la vida y otros muchos que llevaban fruto y engendraban otros de su manera. Estos terceros significan muchas virtudes de que ha de estar plantado el corazón, y hagan fruto de buenas obras, y engendren en los prójimos por ejemplo otras así semejantes.

El árbol vedado es la proprio voluntad, de la cual no hemos de comer, pues no la hemos de hacer; ca, según dice el Sabio (Eclo 18,27), hémonos de apartar della. Donde el Señor se queja de los que hacen el contrario, diciendo por el profeta Isaías (Is 58,5): Veis ahí que en el día de vuestro ayuno es fallada vuestra voluntad. Día de nuestro ayuno es toda obligación que tenemos a alguna cosa, la cual nos veda lo que de otra manera nos fuera licito; y de aquí es que todo mandamiento nos obliga a ayunar y apartar nuestra voluntad de lo que nos es vedado, si es negativo, y si es afirmativo, nos veda lo contrario; de manera que todo mandamiento es día de ayuno; en el cual, so pena de muerte, no hemos de comer del árbol vedado, que es nuestra proprio voluntad, que allí ha de cesar; lo cual si hacemos, seguírsenos ha mucho bien, y si no, mucho mal; por lo cual con justa causa se llamará árbol del bien y mal.

El árbol de la vida es la sabiduría espiritual y gusto sabroso de la contemplación; de la cual dice el Sabio (Prov 3,18): Árbol de vida es a los que la tomaren y el que la tuviere es bienaventurado. Muchos toman la contemplación, empero con pocos reposa y pocos la tienen en costumbre y perseverante ejercicio. Aquel es y será dichoso que la tomare comenzando y la tuviere perseverando.

El corazón que estuviere tan bien poblado y tan hecho paraíso, con mucha razón debe ser guardado con toda guarda, según nos aconsejó el Sabio. Y la manera con que se ha de guardar se figura en la guarda del paraíso terrenal, de que hemos venido hablando, porque juntamente con figurarlo figura la guarda de él.

Tres cosas se pusieron delante del paraíso para impedir que ninguno entrase al árbol de la vida. Lo primero, es compañía de ángeles, y no de cualquiera, sino de los querubines. Lo segundo, era fuego muy ardiente que no se apagaba. Lo tercero, era una espada ligera de volver, que en sí tenía el fuego, aunque sin él pudiera herir y aunque el fuego sin ella pudiera quemar. Los ángeles eran de los querubines, cuya principal eminencia y propriedad es ser muy alumbrados en el saber y ciencia de Dios; por que así no pudiesen recibir engaño y perdiesen los hombres esperanza de los vencer por palabras, para les hacer abrir la puerta o darles entrada. Al fuego se juntó la espada, por que los hombres conociesen que, aunque con agua de lágrimas lo matasen, no quedaba segura la defensión de la espada, la cual se dice ligera de volver por nos enseñar que no bastaba astucia humana para huir su golpe; y esto se dice estar delante del paraíso, para que ni aun a la puerta pudiesen llegar.

Los que en lo exterior se muestran ser ángel por la vida angelical que en la tierra hacen, bien dan fe y muestran que en sus corazones como en paraíso mora Dios; empero, cuanto a lo interior, es menester que tengan en sí querubines, que son altos conocimientos de las cosas espirituales, para que, como dice el Sabio (Sab 4,11), la malicia no mude su entendimiento, ni por engaño sea tomada la una puerta del corazón y entren por ella ladrones a quitar el fruto del árbol de la vida, que con engaños se hurta y roba.

Dícese en Ezequiel (Ez 10,16) que los querubines alzaban sus alas y volaban para que las ruedas se levantasen de la tierra; ruedas son nuestros corazones, que apenas se pueden sosegar, los cuales, si en alto quieren subir, para estar más seguros los querubines, que son los altos pensamientos de Dios, se han de levantar de la tierra a ponerse en lo más alto por poder mejor atalayar, como viñadero que se pone en lo alto por poder bien guardar su viña.

La segunda puerta del corazón es la voluntad, que ha de tener en sí, para estar segura, el fuego del divino amor que mucho le conviene, por que así, a ejemplo de las zorras de Sansón (Jue 15, 5), queme y destruya las cosas del mundo, teniéndolas por ningunas o por muy flacas y desabridas como estopa, que no satisfacen en su deseo, y el fervor aparte las moscas de las mundanas tentaciones, así como lo hace el vapor cálido de la olla, no las dejando acercarse. El fuego tiene esta propiedad: que aparta las cosas diferentes y junta las semejantes, y así el amor encendido de Dios admite y da lugar a lo bueno y ahuyenta y lanza lo malo y contrario a la santidad.




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