CAPÍTULO V. EN QUE SE PROSIGUE LA DECLARACIÓN DE ESTA LETRA

Aquel cumpliría bien esta letra que amase todas las cosas que ama por más amar al Señor de ellas, enderezándolas a este fin y huyendo de amar cosas que a esto no puedan ser reducidas. Aquel saca de todas las cosas el amor de Dios que compara el amor a todas las cosas criadas que ve, contemplando cómo el amor es tierra espiritual y bendita que nos sustenta, de cuyo fruto vivimos, y es el agua que nos refresca y mata la sed de nuestro deseo, criando como pececicos santos pensamientos. Es también aire que nos da resuello de vida y nos ayuda para que volemos a Dios. Es también el amor fuego donde se cría la salamandria de la caridad, que fuera de él muere.

¡Oh amor dichoso!, que tú eres áncora de nuestra esperanza, que nos afirmas en Dios como en puerto seguro, aunque andamos en el mar tempestuoso de esta vida. Tú eres báculo pastoral con que nos defendemos de los lobos infernales, y pasamos a los pasos peligrosos de esta vida, y sustentamos nuestra vejez y flaqueza. Tú eres comunicación del Espíritu Santo, con la cual da cuanto tiene, y hace que asimismo se traspase en nuestras ánimas. Tú eres un don entregerido en los otros dones, ca primero eres dado de Dios que otra cosa alguna. Tú eres estrella de la mañana en medio de la niebla de nuestra carne mortal, que primero eres tomado en cuenta que otros ningunos servicios. Tú eres fuego enviado del cielo para inflamar los corazones sacrificados a Dios. Tú eres gusto con que gozosamente se comienzan a sentir las cosas celestiales. Tú eres henchimiento de la ley que hartas a Dios y a los hombres. Tú eres yugo muy suave del Señor y carga que más alivias que reprimes. Tú eres sólo el que a Dios nos haces carísimos, aunque sin ti seamos nada. Tú eres lavatorio de Siloé, donde se han de lavar todas nuestras ofrendas para que pierdan las manchas nuestras justicias. Tú eres muerte preciosa de los santos, que haces morir en el Señor, que es vida perdurable, para que resucitemos otros de los que antes éramos, como el ave fénix, que para renacer muere con fuego. Tú eres nieve muy blanca que cae del cielo sobre los montes altos, que son los contemplativos, para refriar en ellos todas las pasiones carnales que los oscurecen. Tú eres óleo de alegría con que se han de ungir los cristianos de Dios, mitigador de las llagas que reciben. Tú eres perdón general que plenariamente absuelves todos los pecadores donde moras, y a los apóstoles perdonaste hecho y por hacer, preservándolos con gracia de no poder más pecar mortalmente. Tú eres quietud que aplacas las querellas de los hijos de Israel y de Dios. Tú eres raíz de Jesé, de donde brotan todos los bienes que prendes en la tierra del buen corazón; y eres redención del género humano, porque escrito está (Is 63, 9) que en su amor nos redimió el Hijo de Dios. Tú eres sueño de maravillosa contemplación, que das por almohada el pecho de Dios, y tanto más haces velar lo de dentro cuanto más duerme lo de fuera, causando gran asosiego, como dice Job (Job 38,41) en los cánticos del cielo, que son los santos pensamientos, para que sin ruido venga Dios. Tú eres túnica de hermosura hasta en pies que abrigas nuestro frío, cubres nuestra desnudez y nos adornas maravillosamente sin te dejar partir, ca no se pierde poco a poco la caridad, sino toda junta. Tú eres vía del Señor, que has de ser enderezada a Él, según dice San Juan (Jn 1,23), para que venga a nos por ti como por escalera. Tú eres celo que para nos hacer casa de Dios comes primero y gastas en nosotros todo lo contrario, tomando tú solo la posada en que Dios ha de morar, la cual tú hinchendo, vacías, pues no ocupas lugar, antes cabe más Dios dondequiera que tú moras: más eres ensanchador que ocupador.

Esta declaración de esta letra se concluye en que contemples todas las cosas criadas, a fin de sacar de ellas amor, pues que el amor que cada cosa tiene a sí misma la conserva; empero, porque el hombre tiene más noble ser que todas las cosas inferiores, ha menester más noble amor para lo conservar que el proprio; y por esto debe buscar el de Dios, que conserva hasta hoy y para siempre la orden del cielo, cuya razón se pone en la tierra (Job 38,33) cuando somos del mismo amor regidos.

Ítem, debes sacar amor de todas las cosas que Dios obró contigo, y ha de obrar desde la predestinación hasta te poner en su gloria, pensando que sólo el amor de Dios movió a su Majestad a te elegir antes de los siglos, más a ti que a otros muchos que están condenados.

Y que tú estés predestinado de la voluntad de Dios, que determina los qué han de ir a la gloria, bien lo puedes ver, pues que te ha llamado; ca, según dice San Pablo (Rom 8,30), Dios llamó a los que predestinó, por lo cual lo debes singularmente amar y dejarlo hacer; y esto digo por que no te metas en cuestiones que no te conviene; ya que bastar debe a ti gran señal como tienes de su predestinación, pues te ha llamado a su religión cristiana, donde ningún otro cargo has de tener sino solicitar, como dice San Pedro (2 Pe 1,10), por buenas obras que hagas cierta tu vocación, porque ninguna cosa aprovecha llamarte si tú no quieres ir con pasos de buenas obras.

Grandísima industria es y admirable documento saltar luego al amor, cuando quiera que pensamos algún beneficio que Dios nos ha hecho, pues que es manantial Él de todas las gracias que nos ha dado; y aun los azotes con que nos castiga no proceden de otra fuente sino de amor; lo cual, si pensásemos, sería causa que los recibiésemos con amor, pues ellos de amor proceden.

No duele tanto el cauterio de fuego al niño cuando ve que se lo da su padre, que mira bien lo que hace, con deseo de su salud y no con aborrecimiento vengativo. Con vara florida nos castiga Dios por que florezcamos en virtud, y que sale de la raíz de Jesé, que quiere decir entendimiento (Is 11,1), porque encendido está en amor y no en ira cuando castiga a los suyos; donde San Cipriano dice hablando de Cristo: Amado del Padre, nos amó sin razón; de su voluntad nos dio el beneficio de su visitación; graciosamente nos curó y sanó y nos galardonó con libertad; aun a los ingratos sigue este amor y tórnalos a llamar; ni aborrece cuando corrige y azota; hasta la muerte trajo el amor a Cristo, y, resucitando de entre los muertos, tiene amados a los que tanta afección de caridad muestra.

Bien sacaba de todas las cosas amor el bienaventurado San Augustín, pues decía al Señor: Heriste, Señor, con tu amor mi corazón, y améte yo; mas el cielo y la tierra y todas las cosas que están en ellos mira que de toda parte me dicen que te ame, ni lo cesan de decir a todos, por que sean inexcusables.

Pues que a todos nos dicen todas las cosas que amemos a Dios, con mucha razón debemos sacar de ellas amor para lo referir al que por amor nos las dio, creyendo que no son todas las cosas criadas sino dones que nos dio el Señor para encender en nosotros su santo amor.

Para sacar el hombre amor de todas las cosas criadas y oír la voz secreta con que nos dicen que amemos a Dios, habíamoslas de mirar con tan castos y piadosos ojos como son los de la esposa fiel, que mira las joyas que le son dadas para despertar en sí misma el amor del que se las dio, viendo en ellas más verdaderamente al dador que a las mismas joyas. Según lo cual me parece a mí que todas las cosas criadas son impresas de amor que da Dios a las ánimas devotas por que mediante ellas se acuerden de más lo amar. Y esto se le hacía tan claro y manifiesto a San Agustín, que dice ser todos los hombres inexcusables, pues que a todos dan todas las cosas voces que amen a Dios, aunque todos no tienen igualmente aparejados los oídos del corazón, que son el entendimiento y la voluntad: el primero es para referir, y el segundo para sacar amor de todas las cosas, como sustancia y virtud de ellas, para esfuerzo del corazón fiel.

Recoge, pues, tu amor como el mercader que, habiendo de ir a la feria, recoge su dinero para traer más mercaduría; pues tenemos poco amor, no lo tengamos repartido en cosas diversas; sino cada vez que lo sintiéremos inclinado a cosa que Dios no sea, hagamos fuerza para lo retraer y poner en Dios, si queremos cumplir el consejo del Apóstol, que dice (1 Cor 7,29-31) que usemos de este mundo como si no usásemos de él, y los que tienen mujeres sean como si no las tuviesen.

En gran manera debe el hombre ser solicito en desarraigar el amor de las cosas que posee para lo poner en Dios, aunque amarlas no sea contra el mandamiento de Dios ni amándolas deje de cumplir su santo mandamiento. Es, empero, consejo muy saludable cortar y desarraigar de todos el amor, para lo plantar y poner en el Señor, porque, aunque Él se pueda amar junto con otra cosa que se ame por Él, mejor sería que se amase El solo, echando totalmente en Él el amor que teníamos en lo que con Él amábamos; conforme a lo cual dejan muchos las cosas del mundo, no porque ellas de sí son malas, sino por que no impidan el amor de Dios, que es muy celoso y no quiere que amemos cosa mucho, y esto por que no nos detengamos en el camino con Marta.

El cómo se ha de quitar el amor de las cosas que el hombre tiene y ponerlo en Dios, confieso que no lo sé decir, porque entonces parece que está el corazón enajenado y como fuera de sí puesto en otra cosa que le tiene robado el sentido, y no para mientes cómo le vino aquel descuido de sí mismo y aquel trasportamiento tan secreto al principio cuando comenzó a sentirlo, ca parecía ser don infuso que prende más que no prepara fuerza, pues que no lo tiene siempre a la mano para cada vez que quieres gozar de ello.

No solamente el amor de Dios ordena todo el otro amor, mas también le apura y le quita mucha escoria y pasión de que se ha menester alimpiar; así que, creciendo el amor de Dios, todo el otro amor se amansa y calla, no dando la pena y fatiga que solía; y aunque parece estar tibio el amor natural, no por eso se pierde, aunque se templa y adormece para dar voces de que no prevalezca tanto el amor de Dios.

Ninguna cosa saben bien amar los que no aman a Dios ni han gustado qué cosa es amor que satisfaga el corazón; porque todo el otro amor es pasión y tormento, y el de Dios es refrigerio y descanso; el cual comenzamos a tener apuradamente cuando sentimos que no nos da pena otra cosa alguna, ca ninguna cosa que acaezca al justo lo debe contristar.




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