CAPÍTULO VI. DE CUÁN EXCELENTE SEA EL GUSTO ESPIRITUAL.

Es de tanta excelencia el gusto espiritual, que pienso ser casi imposible que no lo alabe el que lo ha tenido; y conoce tener este gusto una contraria condición a los manjares de la tierra; ca si alguno ha comido en cantidad de los terrenos manjares, luego juzgamos que no habrá hambre; mas habiendo gustado las cosas de Dios, es al revés; ca por el mismo caso hemos de pensar que está hambriento de saber y gustar más, y abre más los ojos del ánima para ver, y el corazón para recibir; y afila más el entendimiento para conocer; y mientras más agua halla, se mete en el mar; según lo cual dice San Bernardo: Cuanto más te deleitas en la contemplación de las cosas celestiales y deleitando te espantas, tanto de mejor gana te detienes y con más diligencia escudriñas y con más profundidad eres ilustrado: siempre hallarás en estas cosas admiración de que te deleites, ca en ninguna parte hay más copia de admiración ni más útil causa de delectación.

No he querido hacer distinciones de gustos, pues los que los reprueban tampoco los quieren distinguir, y porque en otra parte hallarás esta distinción; empero, ahora no decimos al de contrario parecer sino aquello de San Bernardo: Quien ignora ser consolación necesaria, no le está sino que le falte la gracia de Dios.

Algunos libros he leído que ponen menos bien esto de la consolación espiritual con algunos espantos demasiados y que no tienen mucha verdad, reprehendiendo los sentimientos de la devoción que alabaron los santos; y esto pienso que vino de no haber gustado cuán suave es el Señor, porque estos sentimientos, como dice Gersón, no se dejan entender sino de los que los sienten; ca sintiendo de Dios en bondad, y buscándolo en simplicidad de corazón (Sab 1,1), luego sentiríamos las cosas del espíritu (Rom 8,5), y sentiríamos en nosotros lo que sentimos en Jesucristo (Flp 2,5), y se deleitaría en grosura de consolación nuestra ánima (Is 56,7), y deleitándonos en Dios (Prov 5, 19), nos daría las peticiones de nuestro corazón (Sal 103,27), porque sus deleites dicen que son morar con los hijos de los hombres, para hacer que se deleiten en Él (Prov 8,31).

Dicen los indevotos que hacen los recogidos más caso que deberían de las consolaciones que sienten; mas no prueban esto, sino levántanlo de su cabeza, creyendo que, pues ellos hacen mucho caso de un día que ayunan, así lo deben hacer estos otros, teniendo en mucho la devoción que sienten; y en esto más razón tienen que no ellos, porque, según dice Gersón, gran señal es del amor de Dios sentir consolación, y mayor que no el ayuno, aunque sea bueno; empero, ni una señal ni otra es evidente por que, permaneciendo esto en secreta celada, sintamos de Dios en bondad confiando de él solo, y sintamos de nosotros en humildad teniéndonos por siervos inútiles siempre.

Si gustas en Dios, en tu ánima tienes la mayor señal que pueda ser del supremo amor de Dios, y por eso no te espante nadie diciéndote que es amor propio; y aunque te digan que allí se puede esconder el demonio, diles tú que también se puede esconder tras la puerta de la iglesia, mas por eso tú no has de dejar entrar allá; ca signándote puedes ir seguro, y con la debida examinación que hagas en esto puedes también estar seguro; ca, según se dice, a los limpios todas las cosas son limpias; de manera que, aunque viniese el demonio a fingir en ti todas las consolaciones que pudiese, no te ensoberbeciendo tú, ni te apartando de los mandamientos de Dios, él hace de su daño y tú siempre sales con ganancia.




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