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Para que puedas comenzar a usar este llamar a Dios con suspiros es menester que tengas alguna
memoria de sus beneficios y excelencias, y que, cuando alguna cosa deseares luego te acuerdes
que mejor lo hay aquello en Dios, y por tanto debe ser más deseado y amado; y debes
acostumbrar a decir estas palabras o algunas semejantes: ¡Ay Dios mío de mi corazón y de mis
entrañas!; las cuales si mucho usas, aunque al principio parezcan fingidas, después conocerás
que se han plantado verdaderamente en el corazón.
Deben notar los que se dan al recogimiento que, si ordenadamente perseverando proceden,
aunque ellos no paren mientes en este llamar a Dios con suspiros, vendráles el tiempo y verse
han en un estado o edad espiritual de hombre interior, en el cual tiempo desearán sobremanera
y con entrañables y profundos suspiros lo que no sabrán; porque acaece a los que siguen este
ejercicio de recogimiento desear con gran ansia y no saber qué es aquello porque salen suspiros
entrañables del corazón; mas está el ánima de ellos en aquel tiempo espantada con admiración y
no sabe quién obre en ella tales y tan verdaderos deseos sin saber lo que desean.
Gloria y gozo grande es al ánima cuando ve que, habiendo tenido descuido un poco antes, la
despierta y aviva un gemido y suspiro del profundo corazón que sale diciendo: Jesús santo de
mis entrañas.
Estas o algunas palabras semejantes dicen los que tienen aquesta gracia de llamar a Dios con
suspiros, aunque mejor diríamos que Dios los llama a ellos que lo sigan al desierto de la
contemplación; porque muchas veces gime a deshora el corazón de ellos por solo Dios, y a las
veces tan en público, que después de mirar en ello les pesa mucho y se trabajan de encubrir
aquello; empero, el remedio verdadero de esto es continuar la oración; en la cual como el ánima
halla a Dios, parece que se satisface algo, y vuélvese el gemir en una complacencia y
contentamiento que no se puede explicar según se siente.
Estos deseos no hay duda sino que, aunque proceden del corazón, no los causa él
principalmente, mas por entonces debe ser movido secretamente de quien lo puede mover, que
es Dios, en cuya mano está. Él lo mueve a que tenga deseo, y el mismo corazón no sabe de qué
es aquel deseo, según el talante y disposición que de tal deseo se causa: bien ve que el deseo es
de bien, pero no sabe de qué bien, ni se determina ni acaba de entender a dónde se enderezan
sus suspiros.
El corazón de aquéstos que así desea estar retraído y apartado de los cuidados mundanos por el
recogimiento iba ya llegándose al Señor, que mueve en él aquellos deseos, tocándolo con su
gracia; empero, como el hombre aún no conozca esto, dice con el mismo Señor, sentida la
virtud del deseo que sale: ¿Quién me tocó?
No hay duda sino que desea entonces el corazón aquel que mueve en él aquellos deseos; y como
no ha subido a él por los sentidos, solamente conoce, aunque no por entonces, que el deseo que
tiene se endereza a Dios en ver que todas las cosas del mundo no bastarían para satisfacer aquel
deseo que ellos entonces tienen.
Este deseo no debe parecer imposible al que no lo ha tenido; porque aun acontece haber el
hombre hambre y no determinarse qué manjar comerá mejor, y las mujeres preñadas muchas
veces tienen deseos o antojos sin saber de qué. Donde muy bien podríamos decir de estos tales
lo que decimos de algunos que, teniendo poco saber, dicen alguna gran sentencia, y es: «Más
dijo que quiso, o más dijo que supo». Así estos que tienen estos grandes deseos desean más que
saben, porque el entendimiento de ellos no alcanza lo que sus corazones desean. Onde según
esto dice el Apóstol (Rom 8, 26-27): El espíritu ayuda la enfermedad de nuestra operación,
porque no sabemos lo que hemos de demandar en la oración, según conviene; mas el mismo
espíritu demanda por nosotros con gemidos que no se pueden hablar. Empero, el que escudriña
los corazones sabe lo que desea el espíritu; ca según Dios demanda por los santos, porque
sabemos que todas las cosas se les vuelven en bien a los que aman a Dios.
En estas palabras ha declarado el Apóstol mucho este misterio de que hemos hablado; por lo
cual debes saber que el deseo ya dicho excede nuestras fuerzas por su grandeza; y por esto dice
San Pablo que el Espíritu Santo ayuda la enfermedad de nuestra entrañal operación, para que de
ello con su favor proceda este deseo tan excesivo, el cual es verdadera oración; y porque no
sabemos lo que en esta oración, que consiste en desear, hemos de demandar a Dios, el mismo
Espíritu Santo demanda por nosotros mediante la caridad que en nosotros cría, de la cual dice
la glosa: La caridad que es hecha en nosotros por el Espíritu Santo gime y ora contra aquésta;
no supo cerrar los oídos el que la dio.
Dice más el Apóstol: que demanda y ora el Espíritu Santo en nosotros mediante su gracia con
gemidos no decibles, porque, como viste arriba, este deseo que causa en los varones recogidos,
aun ellos no lo acaban de entender, ni saben enteramente a qué se endereza; conforme a lo cual
dice la glosa en este paso: ¿En qué manera se podrá decir lo que se desea cuando es deseado lo
que no se sabe? Empero no es del todo ignorado, porque si del todo se ignorase no se desearía,
y si fuese visto, no se buscaría con gemidos.
Dijo el Apóstol que Dios, escudriñador de los corazones, sabe lo que entonces desee nuestro
espíritu para cumplir su santo deseo, pues que es según Dios, y el fundamento principal de esto
dice ser el amor de Dios, que trae todas las cosas a bien; y dice esto porque algunos simples
piensan, cuando pasa por ellos aquel tan crecido deseo, que se quieren tornar locos y salir de
seso como entonces tengan el seso de Cristo.
Dice San Agustín que así como el cuerpo se mueve por algún espacio, se mueve el ánima por el
deseo; y como el movimiento se haya de juzgar según el término a que se ordena, bien parece
que el suspiro que va a Dios se dirá divino; el movimiento corporal, aunque tome
denominación del término que suele poner nombre a los medios, no por esto pierde la razón
del propio ser, según el cual puede ser también considerado, ca es sucesivo y llevó una parte
después de otra; empero, como el movimiento del ánima, que es el suspiro del corazón que
desea, se produzca en instantes y no una parte después de otra, porque es espiritual y no tiene
partes, síguese que en siendo producido debidamente del ánima, está con Dios la misma ánima;
pues que ella dijo San Agustín que se movía por los deseos, así como el cuerpo por los espacios.
Y de aquí es que el mismo doctor dice en otra parte que el ánima más está donde ama que
donde anima; porque a lo amado se va según lo mejor de ella, que es lo más puramente
espiritual, y donde anima queda según la menor operación suya, que es vivificar.
Dirá alguno que no puede suspirar a Dios nuestro Señor sin le tener grande amor, ca de la
abundancia del amor sale el tal suspirar, así como del mucho comer el regoldar a lo que
comimos; así que este suspirar a Dios presupone su amor; ca los que lo comen han hambre de
él, y apenas sin Dios se puede desear Dios; ca tiénelo sin duda el que lo desea, según dice San
Gregorio. Así que para suspirar a Dios es menester el amor de Dios; y si está en el corazón no
es menester que me digas que suspire a él, ca de suyo se moverá el corazón a ello, porque esta
diferencia hay de los viadores que gustan a Dios a los comprehensores: que los viadores siempre
lo gustan con deseo de más gusto y los comprehensores lo gustan sin fastidio, no, empero, con
deseo; ca cumplido de bienes tienen todo su deseo, y a los viadores se les da en partes lo que
ellos tienen junto y entero, y, por tanto, en gustando a Dios en este valle de lágrimas, luego
suspira el ánima a lo demás sin que tú le des el tal consejo.
Bien sé que no es menester decir a los que tienen a Dios que suspiren a él; empero es menester
avisarlos, para que conozcan cuán excelente es aqueste ejercicio que ejercita Dios en el ánima
con que mora; ca no hay fuego que más la purifique, ni lima que más la esmere, ni navaja que
más la afeite; ni hay navío que más presto la lleve al puerto de la perfección que desea; y por
esto no deben ser negligentes los que tienen a Dios de suspirar a Él para ser más santificados; y
aunque no tengas a Dios codicie siquiera tu ánima desear sus justificaciones, y atráelo con
suspiros siquiera rudos, ca debes saber que Dios sea como el pulido tornero, que no pone sus
sutiles herramientas sino en lo que primero está labrado de azuela; y por esto no infunde la fe,
que es virtud teológica, sino a los que tienen fe de suyo, aunque ésta, en comparación de la que
él infunde, valga muy poco; empero todavía se requiere, aun en los niños que son bautizados en
la fe de sus padres. Y de esta manera es menester que tú te ejercites en suspirar a Dios, aunque
tibiamente, para que él perfeccione lo que comenzares tú; y si esto no tienes, aun este comienzo
le debes demandar con suspiros.
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