CAPÍTULO III. DE COMO EL HOMBRE DEBE TOMAR EXPERIENCIA DE UNAS COSAS PARA OTRAS

La segunda palabra de nuestra letra dice que te hagas experto; esto es, que tomes experiencia; y mira que, pues cada uno es obligado a saber las cosas que pertenecen a su oficio, debe buscar quien se las enseñe o el libro donde están escritas, para que leyendo y preguntándolas sepa.

El maestro de esta sabiduría del corazón, que por sola devoción se alcanza, es sola la experiencia, según aquello de San Bernardo: ¿Para qué estas secretas palabras manifestamos en público? ¿Por qué las inefables aficiones nos trabajamos declarar con palabras comunes? Los no experimentados no entienden las tales cosas si no las leen más expresamente en el libro de la experiencia, a las cuales esta unción enseña; porque de otra manera la letra exterior no aprovecha cosa alguna al que las lee; muy poco sabrosa es la lección de la letra exterior si no tomare del corazón la glosa y el sentido interior.

Lo de suso es de San Bernardo, de lo cual se sigue que debes tener mucho aviso en estas cosas de la devoción interior, para que de unas tomes industria para otras, y por unas saques otras, aunque en esto unos no se trabajan tanto como otros; porque un don es dar Dios alguna gracia, y otro don es dar el conocimiento de ella; y a muchos da lo primero, que es hacer las mercedes, y no les da lo segundo, que es el conocimiento de ella; lo cual no es poco deseado de los que reciben lo primero, según vemos, por ejemplo, entre los amigos, que se suelen dar algunas cosas que vienen de lejos, y el que la recibe no la conociendo, luego con instancia inquiere y pregunta qué cosa sea aquélla, y no se satisface hasta que lo sabe.

De esta manera acaece en lo espiritual, dando el Señor algunas cosas a sus amigos de tan lejos traídas, que ellos no pueden caer qué cosas sean aquéllas, ni para qué se las han dado; y deseando saber el secreto, lloran con San Juan (Ap 5,1-4), viendo cerrado el libro con siete sellos porque barruntan que aquella gracia es alguna de las que suele dar el dador de las siete, que es el Espíritu Santo; empero no sabiendo qué cosa sea, dicen aquello de Job (Job 19,27): Escondida está y guardada esta esperanza mía en mi seno.

Puédese llamar cada gracia espiritual que en el ánima se recibe, esperanza del que la recibe, porque mucho levantan nuestra esperanza las mercedes que el Señor nos hace; y es conjetura de mucha certidumbre que dará el Señor a comer en el cielo el panal de su gloria al que estando en este destierro da a gustar alguna gota de él. Conforme a lo cual dice San Bernardo 35: Cuanto creces en gracia, tanto eres dilatado en fiucia, y de allí proceda que ames con más ardor y llames con más esperanza por aquello que sientes faltarte.

Según lo que este santo ha dicho y según lo que la misma razón nos declara, bien parece ser atrevimiento decir que la gracia de la devoción pueda ser señal ni causa de reprobación, como de verdad no tengamos cosa que mejor testimonio dé a nuestra conciencia del amor que Dios nos tiene que ver por experiencia cómo nos comunica sus espirituales y santos dones, de los cuales conjeturamos que nos ama, pues que la más principal propriedad del amor es hacer comunes los bienes de los que se aman según toda voz pública.

Dicen, empero, éstos que la tal gracia de sí misma no es causa ni señal de reprobación si usamos bien della; a lo cual se puede responder que aquella condición en todas las cosas temporales y naturales y celestiales se guarda; ca si no usamos bien de cualquiera de estas cosas, nos darán mayor tormento, no por la haber recibido, ca esto virtud es, sino por haber usado mal del tal don, lo cual es vicio.

Y aun hay en esto algunos tan resabiados que dicen dar Dios algunas veces la gracia de la devoción por galardón temporal de algunos servicios pequeños a personas que después ha de condenar, como da las riquezas mundanas y honras, según parece en los romanos, que por ser tan virtuosos, atribuyendo a sí mismos las virtudes, no merecieron el cielo, y por que la virtud no quedase sin galardón, hízolos quinientos años señores del mundo dándoles el señorío por paga temporal de sus trabajos; lo cual aun hoy día guarda con muchos, haciéndoles pago con deleites y placeres mundanos, en que les da paraíso terrenal, del cual han de ser lanzados en el infierno, según se figura en judas, que después de recibidos los treinta dineros se ahorcó (Mt 27,5); y en el hijo gastador, tomada su parte, se fue a la región extraña, en la cual, si le tomara la muerte, para siempre se perdiera; y en los hijos bastardos de Abrahán, a los cuales dio dones por cumplir con ellos y después no les mandó cosa en el testamento (Gen 25,6). Para estos tales tiene el Padre Eterno una sola bendición (Gen 27,38), porque de aquélla: Venid, benditos de mi Padre, no les dará parte.

De la manera que viste dicen algunos atrevidos que hace Dios con el gusto interior del ánima, que también lo da a los malos algunas veces en galardón de sus pocos trabajos, como da las honras y riqueza temporales, que son asimismo suyas. Esto yo no lo osaría decir ni aprobar ni dejar escrito, aunque fuese por vía de amenaza, ca más deben ser los hombres convidados que amenazados a la tal cosa.

La dulcedumbre y gusto de las cosas celestiales es uno de los dones del Espíritu Santo, y de los siete principales que guarda él para sus amigos, y de los siete el principal; porque así como entre las virtudes tiene la caridad el principado, así lo tiene la sabiduría entre los dones; la cual es, según dice San Gregorio, un don del Espíritu Santo que refecciona y da de comer a la ánima con esperanza y certidumbre de las cosas eternas. Donde la sabiduría, según su nombre, se dice del sabor que causa en el ánima, y este sabor y gracia del Espíritu Santo se llama prenda o arra o señal de la vida eterna, según dicen los santos.

Y la causa es, según dice San Gregorio, porque mediante esta sabiduría se esfuerza y conforta nuestra ánima a la certidumbre de la esperanza interior, así como el que recibe la señal de la paga mediante ella se certifica del todo que le ha de ser dado. Conforme a lo cual dice San Jerónimo: Aunque alguno sea santo y perfecto y por el juicio de todos sea habido por digno de la bienaventuranza, solamente ha alcanzado la señal o arra de la bienaventuranza, pues que el gusto de las cosas espirituales, que da el Espíritu Santo por señal de la vida eterna, no es bien atribuirlo a paga temporal; porque las pagas temporales no creo que descienden del cielo, de do viene todo don perfecto, mas acá se cogen en la tierra para pagar a los terrenales, y el gusto del cielo envía Dios como señal de su gloria, y también para que sea como almuerzo confortativo a los que trabajan en la obra del Señor, o como gota de miel alcanzada con la vara de la cruz de aquel panal de la bienaventuranza para algún refrigerio al que pelea y mantenimiento al que está entre los leones y bestiales movimientos, puesto contra su voluntad en el lago de este cuerpo.

Para que veas que el gusto espiritual del ánima, dado por Dios, es señal de la gloria, has de notar que los compradores suelen dar al que vende señal de la cosa que compran; lo cual no se hace en la compra espiritual, porque Dios no fía nada ni da luego enteramente la cosa que vende, que, según dice San Agustín, es el reino de los cielos; el cual tú has de comprar con buenas obras de presente, ca las de futuro valen poco si no las reduces a algunas de presente; y por eso, aunque se diga en la Escritura que Dios da de comer a los pollos del cuervo, el mismo cuervo es reprehendido, porque es una ave negra y muy prometedora, a la cual no oye Dios, y oye a sus hijuelos en plumas blancas, que son las obras del pecador que se ha alimpiado por penitencia ya reducida a efecto.

Y aunque a muchos que ahora están en pecado haya Dios después de dar la gloria, esto no es por las obras que han de hacer hasta que las hagan; así que de las obras de futuro Dios no se cura, y si las acepta no es por ellas, pues ninguna cosa son, sino por la buena voluntad de presente, en la cual son algo.

Has visto cómo vende Dios a luego pagar; también ya creo que sabrás, y aun por mucha experiencia, que no da luego lo que vende, que es la gloria del cielo; ca jamás te la dará hasta que acabes el curso de la vida mortal, y la causa es por darte más gloria, porque si luego te la diese, nunca darías más precio de obras premiables por más gloria; ca ella es tal, que viéndola se te acabaría el tiempo de merecer y estarías tan embebido y casi arrobado mirando a Dios, y no querrías más trabajar, ni buscar, ni merecer más, viendo que aquello te bastaba y era para ti más suficiente que todo el mundo para un hombre; y por tanto, aquel Señor, celoso de nuestro provecho, no quiere luego darnos su gloria, por que, sirviéndolo más, merezcamos delante los ojos de su misericordia más gloria; empero da señal de esta gloria del cielo a los muy amigos suyos, como el panal, que aunque no da toda la miel, da de sí alguna gota.

Dícese en la Escritura la gloria del cielo panal, porque cuasi así como ella tiene tres cosas, que son la cera con que nos alumbramos, que corresponde a la visión de Dios, y la miel con que nos mantenemos, que corresponde a la fruición y la morada y vasicos de la miel, los cuales, allende de figurar las diversas mansiones del cielo, figuran la permanencia de la bienaventuranza, porque en los vasicos del panal permanece y se detiene la miel, los cuales deshechos se va.

La gota deste panal dulcísimo, que es el gusto y suavidad de la devoción, da el Señor a quien le place, y a quien la merece, y a quien la demanda; porque Él dice que demandemos y nos darán, busquemos y hallaremos, llamemos y abrirnos han.

Es, empero, de notar que la señal de la vida eterna nos hace de parte de Dios más cierta la entera restitución de lo que Él se nos hizo deudor, vendiéndonos su impreciable gloria por casi ningún precio, mas acrecienta en nos la confianza del recebir, y despierta la codicia con que Él quiere que demandemos cosas tan altas, y refrigera esta dulcedumbre, y tiempla el gran fuego de amor y el deseo increíble que ella misma despierta, del cual dice San Ambrosio: Acometamos una sagrada ambición, para que, no contentos con las cosas medias, anhelemos y vamos carleando a las postreras y muy grandes.




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