CAPÍTULO VI. DEL ESFUERZO QUE ES MENESTER PARA LA BATALLA INTERIOR

De esta batalla de los pensamientos se desechan por mandado de Dios cuatro maneras de hombres (Dt 20,2-9) que son inútiles para el recogimiento donde peleamos, por que Dios posea nuestra ánima en paz.

La primera manera de hombres son los que han edificado casa y no la han estrenado. Éstos son los que han entrado en la casa de la religión que más les agradó, la cual casi edificaron para sí en la elegir; empero no la han estrenado los que no guardan las cosas menores que en ella pertenecen a los principiantes; y éstos no son idóneos para la batalla del recogimiento, porque, como un santo dice, no debe preguntar por la perfección mayor el que desprecia la menor.

La segunda manera de hombres que se desechan de la batalla del recogimiento son los que han plantado majuelos que aún no llevan uvas de que todos puedan comer, en lo cual se desechan de aqueste ejercicio los clérigos codiciosos que se ejercitan en la viña de la Iglesia cuyos frutos enduran no partiendo con los pobres, según son obligados, y, siendo notados de codiciosos, no se admiten a esta batalla; y señálase más en éstos la codicia que otro vicio, porque comúnmente reina más en ellos y son las personas de menos caridad del mundo, aunque sean más que nadie obligados partir con los pobres.

La tercera manera de hombres que de esta batalla se desechan son los desposados, en lo cual se desechan de aqueste ejercicio los seglares que viven en el mundo, si aman malamente las cosas carnales, ca éstos se entienden en los desposados, que suelen con demasiada afición amar.

La cuarta manera que se reprueba es de los hombres medrosos, que de temor no osan comenzar el recogimiento donde les mandan vencer la guerra de los pensamientos, lo cual tienen por imposible, atándose a un ejemplo que leen en la vida de San Bernardo, del cual se dice que prometió su mula a un labrador por que le dijese una muy breve oración sin pensar cosa alguna que fuese, y él al medio de la oración comenzó a pensar si se la habían de dar ensillada y enfrenada.

Este ejemplo en cosa que iba sobre apuesta no vale nada; ca el negocio de que hablamos no ha de ir sobre apuesta, sino sobre fe y esperanza del Señor; del cual se dice que ha de tornar en nada nuestros enemigos para que podamos hacer algo nosotros; y según esto dice San Gregorio: Ninguno atribuya a sí mismo si venciere las cogitaciones, porque el mal de la corrupción que cada uno trae desde principio de sus carnales deseos ha de ejercitar en el curso de su edad; y si este mal no lo reprimiere de presto la mano de la divina fortaleza, todo el bien de la naturaleza traga la culpa hasta el profundo, porque ni el que planta ni el que riega es algo, sino Dios que da el crecimiento. No dice aquí este santo que desesperes, mas que, si vencieres, atribuyas a Dios la victoria, que tanto será más gloriosa cuanto de más poderosa mano fuere alcanzada.

Lo que algunos acerca de esto desean saber es la causa de que proceden los pensamientos que les dan fatiga; si vienen de parte del demonio, o de parte del mal deseo proprio de que cada uno es tentado, o de parte de alguna mala ocasión o peligro a que se han puesto, o de cualquier de las causas que arriba se pusieron, proceden los malos pensamientos.

A esta duda respondió San Bernardo diciendo: ¿Quién es tan velador y tan diligente guarda de sus movimientos interiores, o hechos en sí o de sí procedentes, que claramente entre cualesquier cosas ¡licitas sepa discernir con el sentido de su corazón la enfermedad del ánima y el bocado de la serpiente? Yo no pienso ser esto posible a alguno de los mortales, sino aquel que, alumbrado del Espíritu Santo, recibió el don especial que el Apóstol (1 Cor 12,10) cuenta entre las otras gracias suyas, y lo nombra discreción de espíritu.

Donde cuanto quier que alguno, según Salomón (Prov 4,23), guarde su corazón con toda guarda, y todas las cosas que dentro de él se mueven conserve con vigilantísima intención; y aunque contino ejercicio haya tenido en estas cosas a frecuente experiencia, no podría apuradamente conocer y discernir en sí ni apartar el mal que dentro nace y que de otro se siembra, para que también nazca; porque ¿quién entenderá las maldades? (Sal 18,13) Ni nos va mucho en saber de dónde nos viene el mal, con tanto que sepamos que lo tenemos; mas antes debemos velar y orar por no consentir a él de cualquier parte que sea; acá ora el profeta contra el un mal y el otro, diciendo (Sal 18,14): Líbrame, Señor, de mis males ocultos, y de los ajenos perdona a tu siervo. Yo no puedo datos lo que no recebí, ca confieso que no recibí de donde señale cierto conocimiento entre el parto del corazón y seminario del enemigo. Ciertamente lo uno y lo otro es malo, y lo uno y lo otro es de mal; lo uno y lo otro es en el corazón, mas no del corazón; esto todo, cierto, es en mí, aunque sea incierto de lo que deba atribuir al enemigo y de lo que deba atribuir al corazón, y esto, según dije, sin peligro.

Esto ha dicho San Bernardo, en lo cual nos muestra cómo no es cosa peligrosa ignorar de dónde proceda la guerra de los malos pensamientos; basta que sepamos que es guerra hacedora de dos males principales, según aquello de los Macabeos (2 Mac 14,6): Las guerras crían las disensiones y revueltas, y no dejan estar el reino quieto. En el cuerpo cría esta guerra de los malos pensamientos la disensión y el desconcierto, en que no se conforma la sensualidad con la razón; y en el ánima hace otro gran mal, no dejándola estar quieta y sosegada, para que así sea en paz del Señor poseída.




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