CAPÍTULO V. DE LAS LÁGRIMAS DE LOS PERFECTOS

Los perfectos tienen otras más perfectas lágrimas, que se causan del gozo que reciben viéndose amados de Dios, y que les da en abundancia su gracia; lo cual considerando ellos, reputándose indignos de tantas mercedes, deshácense de gozo en unas lágrimas que parecen agua de ángeles, y se reducen al hacimiento de las gracias que hace el corazón de los tales a Dios derritiéndose en su amor, como el agua helada se deshace cuando recibe el rayo del sol cuasi haciéndole gracias, porque viene a le quitar su frialdad. De estas lágrimas, que son todas gozosas, está escrito (Tob 11,9): Comenzaron a llorar de gozo.

Estas lágrimas, que es un excesivo gozo, aquí en este tercer estado y perfecto recogimiento se comienzan, para se acabar en el cielo, donde quedará muy lleno el gozo, y la mano del Señor limpiará nuestras lágrimas, para que ninguna tristeza, ni rastro, ni sabor de ella se mezcle con el entero gozo; empero, ahora, así como en la tierra no tenemos fuego sin algún humo, así no tenemos tan apurada la gracia que con ella no lloremos siquiera por la tener en tierra ajena, do la podemos perder; y por tanto, si en esta peregrinación abraza nuestro corazón a Dios, gózase de gozo grande, que pasa en lloro por ser excesivo, y no tiene aún del todo segura el alegría; de lo cual parecen ser testigos las lágrimas, según se figura en el Génesis, donde se dice (Gen 46,29): Juntó su carro José y subió para salir al recibimiento de su padre al mismo lugar; y viéndolo, derribóse sobre su cuello, y mientras se abrazaba lloró.

El lugar donde salió José a recibir a su padre se llamaba Gesén, que quiere decir propincuidad o allegamiento, porque los perfectos varones que vienen al estado tercero de que hablamos están cercanos y muy propincuos a la vida eterna; empero, para llegar aquí a recibir al Padre celestial que viene a ellos muy proveído han de juntar el carro del inflamado deseo, donde subió Elías, juntando la rueda del entendimiento con la de la voluntad, para subir a lo alto; donde por humildad se derriban sobre el cuello, no alcanzando aún enteramente el pacífico beso de la boca que se da en el cielo a los hijos que no están peregrinos. Empero, José, que es el que mora en el Egipto de esta carne, aunque esté muy ensalzado sobre sus hermanos, ha de llorar entre los abrazos cordiales de su padre, siquiera porque está peregrino; lo cual basta para que su gozo no sea del todo cumplido, aunque por todas las otras partes tenga todo lo que desea.

¡Oh, pues, tú, hermano, quienquiera que seas!, por mucho que hayas aprovechado, no dejes las lágrimas ni las desampares; mira que es propiedad de solo el hombre llorar, y cuanto uno fuere más hombre debe más llorar; y aun, según dice San Agustín, cuanto alguno fuere más santo y más lleno de santos deseos, tanto será más abundoso su lloro en la oración.

¡Oh dichosas lágrimas!, que en vosotras padecen naufragio nuestros enemigos, en vosotras se ahogan los malos pensamientos y con vosotras se mata el fuego de nuestras malas codicias, y se lavan las manchas de nuestros pecados, y se remoja la dureza de nuestro corazón para se ablandar a Dios. Por vosotras va el navío de nuestro deseo muy presto a Dios, porque a las lágrimas nunca falta el aire del Espíritu Santo para las purificar y mover. En las lágrimas el pecador como culebra se baña, para que el cuero viejo de la vida pasada pueda más fácilmente dejar pasando por la estrechura de la penitencia. Vosotras sois bautismo que se puede reiterar, y sois consolación de las ánimas y pan del corazón. Vosotras borráis la sentencia dada contra nosotros, que con sangre se debería borrar si vosotras faltásedes, que también sois colirio para untar los ojos enfermos de los pecadores, y agua bendita contra el demonio, al cual vencéis y alegráis a los ángeles e inclináis a Dios y a los hombres y matáis el fuego del infierno para que allá no se quemen los que aquí lloran.

Si quieres, ¡oh ánima mía!, que la tierra estéril de tu carne te dé fruto, riégala con lágrimas, porque escrito está (Sal 125,5) que los que siembran en lágrimas con gozo han de coger; y si quieres que el árbol de tu cuerpo fructifique, plántalo cerca del corrimiento de las aguas de tus ojos, y en su tiempo dará fruto (Sal 1,1), siendo prosperadas todas las cosas que hiciere; y si quieres tú ser morada de Dios, has de tener a la puerta de tus ojos el agua de las lágrimas, para que, lavándote allí, puedas entrar al altar del holocausto que es tu corazón; porque así como no pasaron los israelitas a la tierra de promisión sin pasar por el mar y por el Jordán (Ex 14,16; Jos 3,16), así no podrás tú llegar a la perfección sin primero tener lágrimas amargas por tus pecados y dulces por deseo del Señor; donde, como otra Axa (Jue), debes pedir con suspiros de corazón a tu Padre celestial el regadío inferior y superior.

Y si quieres ser elevado de la tierra en alteza de contemplación como arca de Noé (Gen 7,17), hanse de multiplicar en ti las aguas, rompiéndose en tu corazón las fuentes del mar, que son las llagas de tu esposo Jesucristo; y hanse de abrir en ti los caños del cielo de la divinidad, para que así tengas entera abundancia de santo diluvio en que te salves; porque así lo tenía la esposa, que se llama en los Cánticos (Cant 4,15) pozo de aguas vivas que corren con ímpetu del monte Líbano. Pozos de aguas vivas tienes cuando derramas lágrimas por la humanidad de tu esposo Cristo; empero, si quieres que este pozo de por cima se haga fuente que salte hasta la vida eterna (Jn 4,14), procura que venga a ti el ímpetu del monte Líbano, que son las lágrimas derramadas por su divinidad.

Si quieres que tu oración sea de Dios oída, haste bautizar primero, como otra Judit (Jdt 12,7), en la fuente de las lágrimas, y así podrás suplicar a Dios seguramente que enderece a sí mismo tu camino interior; y si quieres que tu conciencia, ¡oh ánima mía!, sea huerto del Señor, mira que no ha de ser seco; y por tanto te conviene tener en él la fuente abundosa de las lágrimas, para que esté más florido y fresco.

Acuérdate que, si tú has de ser paraíso abreviado del Señor (Gen 2,8-10), has menester que del lugar de tus deleites, que es Dios, salga el río de las lágrimas, no teniendo en deseo a otra cosa sino a solo Él; el cual debes comprar por lágrimas derramadas por sólo su amor, que es la verdadera gracia que nuestra letra te amonesta que demandes con las armas de las lágrimas. La ira arma las manos contra el enemigo, y la humildad arma los ojos de lágrimas contra Dios, que es tan tierno que se queja ser herido con el mirar de los ojos (Cant 4,9), mayormente si los ve todos bañados en lágrimas por solo Él.




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