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Las ánimas que comienzan a gustar este ejercicio tiénenlo por tan averiguado y perfecto, que se
espantan si otros lo dudan; y aficiónanse los que lo gustan a él tan de corazón, que no les
satisface cosa más que este ejercicio; y esto no porque obre el ánima en ocio de pensamiento,
sino porque las cosas que en él se hallan son más espirituales y satisfacen mucho más mientras
más delgadas son y apartadas de lo corporal; y por esto dice Gersón que son más meritorias, ca,
según toda buena teología, aquella oración es más meritoria y más acepta a Dios que es más
espiritual, ca para ésta se requiere más fe y más esperanza.
Todas las cosas ya dichas te convidan a cumplir el consejo de nuestra letra, que no solamente es
necesario a los principiantes, mas aun a los muy aprovechados; ca suele el demonio
desasosegarles su entendimiento lanzándoles en el corazón algunas falsas inspiraciones, que son
unas palabras causadas de él acá dentro en el pensamiento, formando de ellas algunas razones
que parecen buenas, y a los no avisados piensan que habla en ellos el Señor Dios; y más, que por
los engañar del todo el demonio les hace creer que nunca tal tuvo hombre de los que viven, y
que no será creído si lo dice; por tanto, que será mejor callar las tales revelaciones. Todas estas
mañas y astucias del demonio has de vencer con la letra presente, que te amonesta a callar
íntimamente lo más que pudieres tu entendimiento, no dando lugar a los tales engaños que han
enlazado a muchos.
Podrás decir que si no has de pensar cosa criada ni admitir los pensamientos que parecen
buenos, y no los formas tú, ni los buscas, parece ser que te has de estar como ídolo sin alma.
No decimos que en la sola y pura privación haya algún bien, ni en el ejercicio ya dicho esta sola
y pura privación, porque en acallar el entendimiento por estar más atento a solo Dios, si
ordenas a él tu corazón, haces mucho; y entonces, si permaneces, recibirás a Dios, que presto
infunde su gracia, no por vía de fingidas revelaciones ni adivinaciones, que son como espíritus
de ranas parleras que nunca callan, sino por una operación íntima que toca el corazón, de la
cual dice San Cipriano: Gustamos y probamos y olemos y está cerca; empero, acercándote, vase
más lejos; y como con rayo que rasga la nube, y como con repentino relámpago que no tanto
alumbra cuanto embaraza la vista, eres algunas veces tocado no sé con qué movimiento, y
sientes que eres tocado, empero no ves al que te toca; son dichas a ti unas palabras secretas de
dentro que no bastas para las hablar, aunque no las puedes dudar, porque junto está contigo y
aun dentro está en ti el que te solicita.
Aquí ha declarado este santo algo de lo que suele acaecer en el recogimiento; y las palabras que
son dichas dice que son inefables, porque más son obras que palabras, en que, como dice San
Pablo, el Espíritu Santo da testimonio por obra a nuestro espíritu que somos hechos hijos de
Dios, causando en él una grandísima confianza que suelen tener los hijos en los padres, viendo
que los tratan bien y los proveen muy por entero.
En esto parece la excelencia de este ejercicio, ca no hace caso de cualquier revelación que sea ni
de cosa que se pueda declarar, sino de la real experiencia de las cosas espirituales, que, como
dice Gersón, se trae consigo tu conocimiento, no causado por discurso distractivo, sino por una
experimental noticia de las cosas presentes al ánima, la cual suele mucho quietar el
entendimiento y satisfacerlo para que no inquiera más en aquel caso.
Para entender más cumplidamente aquesto has de notar que, así como en las cosas de fuera hay
palabras y obras, así también las hay en las cosas de dentro; las palabras son los pensamientos o
razones que formamos en nuestro corazón; y las obras interiores decimos ser una intensísima
atención viva a solo Dios, y el amor que produce nuestra voluntad acerca de él y otros
movimientos y aficiones del ánima, en las cuales se funda este ejercicio; y por esto no responde
nuestro Señor en este negocio con palabras, sino con obras, viendo que de ellas solas hace caso
el varón recogido, las cuales acallan su entendimiento haciéndolo tartamudo como el profeta, y
tornándolo atónito por una manera de admiración, como la que tuvo la reina de Saba viendo la
magnificencia de Salomón.
Para favor de aquesta letra presente y de todo este tercer libro quiero poner aquí una autoridad
de cada uno de los doctores auténticos que hablaron de esta materia, dejando otros muchos
autores de aquesto, cuyas escrituras no son en poco tenidas de los que saben; y dejando también
los testimonios que dan cada día del recogimiento los que tienen de él experiencia y lo siguen
por el bien que conocen venir a sus ánimas con él; y estos testimonios, aunque los incrédulos no
hagan fe, ni se deban decir a ellos, como manda San Dionisio, no por eso pierden su vigor y
fuerza ni carecen de culpa los impugnadores; ca, como dice Gersón, la razón natural tiene esto:
que cada uno querría que diesen fe a lo que afirma con verdad, o a lo menos que no le
contradijesen con pertinacia; porque perecería toda la honesta conversación si no creyésemos a
cada uno; así que el principio de la ley natural confirmado por la divina dice: Lo que
aborrecieres serte hecho mira que tú no hagas en algún tiempo a otro.
Bien dicen algunos que darían fe a los ejercitados; mas porque temen ver la experiencia de ellos
imaginaria se detienen, contra los cuales traigamos la caridad perfecta de los santos que lance
fuera este temor, entre los cuales deben notar al santo abad Isaac, que hablando de la oración
pondera mucho, no sin gran misterio, aquella más que humana sentencia del santo y
perseverante orador Antonio, que decía: No es perfecta oración aquella en que el monje
entiende lo que ora.
Bien acallado ha de tener su entendimiento el que con tanta sublimidad orare que no entienda
lo que ora; y entonces sin duda recibirá cosas que no pueda entender, según lo cual dice Hugo
en persona del ánima desposada con Dios: ¿Qué es aquello que me suele tocar algunas veces y
con tanta vehemencia y suavidad me agrada, que ya todo en alguna manera me comienzo a
enajenar de mí mismo y no sé dónde soy llevada?
Alégrase mi conciencia, olvídome de mis males, alúmbrase mi corazón, hártanse mis deseos y
véome en otra parte, no sé dónde, y aprieto como con unos brazos de amor de dentro y no sé
qué es aquello; empero siempre trabajo con todo el corazón por lo retener y nunca lo perder;
lucha mi ánimo por que no se vaya lo que siempre querría abrazar. ¿Por ventura es aquél mi
amado? Ruégote que me lo digas para que lo sepa, y cuando de nuevo viniere le suplique no se
vaya, sino que permanezca siempre. Verdaderamente, ánima, aquél es tu amado que te visita,
viene invisible, viene oculto para te tocar.
En estas palabras de Hugo se ha mostrado cómo el entendimiento no puede poner los ojos de
sus noticias en Dios, por la claridad que sale de su cara cuando desciende del monte de la gloria
a se comunicar con los del valle de lágrimas en que vivimos; ni los podrá hincar en Él hasta que
se alce el velo de la fe que cubre a Dios y se descubra en la muerte la cara de nuestra ánima que
ahora ve no inmediatamente; empero, entretanto hácese algunas veces aquello que, conforme a
San Dionisio, dice Gersón: Juntarse el ánima a las cosas inefables y no conocidas inefable y no
conocidamente. Y en otra parte dice Gersón: Esto ciertamente es lo que decimos estar consigo
con silencio con tener en sí el espíritu; ésta es la obra, éste es el trabajo; amonestamos esforzarse
a esto con todos los nervios de las aficiones; siéntate solitario, levántate sobre ti si puedes, y si
gran tiempo esforzándote mucho no lo pudieres hacer, no quieras por esto huir presto al solaz
de la lección, o habla dejándolo; mas enójate de silencio y eres hecho grave a ti, y por esto
juzgas que inútilmente reposas; espera venza este enojo la tardanza porfiosa, ca ninguna
manera, según tú piensas, burlará Dios tu ánimo; no se olvidará de hacer misericordia si tú con
esperanza buscares y pidieres y llamares.
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