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Antes que comencemos a declarar este Abecedario, será bien poner tres razones que parecen
necesarias a toda persona que se quiere llegar a Dios, y a todo ejercicio espiritual comunes.
La primera es que la amistad y comunicación de Dios es posible en esta vida y destierro; no así
pequeña, sino más estrecha y segura que jamás fue entre hermanos ni entre madre e hijo. Esta
amistad o comunicación de Dios al hombre, no por llamarse espiritual deja de tener mucho
tomo y certidumbre, y no hablo de aquella divina aceptación, ni de aquella duda que tienen los
mortales ignorando si están en gracia o no, porque de ella hablaremos en otro lugar; mas hablo
de la comunicación que buscan y hallan las personas que trabajan de llegar a la oración y
devoción, la cual es tan cierta, que no hay cosa más cierta en el mundo, ni más gozosa, ni de
mayor valor ni precio.
No pienses que los que andan llorosos y tristes al mundo, hambrientos y mal vestidos y
alcanzados de sueño, menospreciados y perseguidos, los ojos sumidos y perdida la color, casi en
los huesos, enemistados con los disolutos, no pienses que se contentan con estas asperezas, pues
que a ti se te hace grave esta vida teniendo las cosas a tu voluntad; desfallecerían sin duda éstos
en breve si no saliese Dios nuestro Señor a los recibir, abiertos los brazos de su amistad, con
mayor alegría y consuelo verdadero que la madre recibe a su hijo chiquito que se viene a ella
huyendo de las cosas que le afligen. Abre la madre sus brazos al niño, y allende de lo abrazar,
ábrele sus pechos y mátale su hambre, y junta su rostro con el de su hijo, y cesa el gemir y
lágrimas, perdido el miedo.
Es Dios nuestro Señor tan deseoso de tener amigos, que lo mismo se lee haber hecho con el
pecador que vino de lejos tierra si su jornalero y aún más *; porque se dice que salió a recibir al
que venía, y la madre no se suele levantar sino a abrir solamente los brazos para recibir al niño;
empero, Dios, movido por misericordia, como escribe San Lucas (Lc 15,20), sale al camino del
que viene y, echando los brazos de su amistad sobre el cuello, dale beso santo de paz en el
rostro, y manda traer estola y ornamento nuevo, y ponerle un anillo en el dedo para
conservación de la amistad, y no olvida de le dar calzado; muerta una gruesa ternera, hace
convite y día festival con cantos de alegría.
Si estas cosas, en figura de las espirituales que hace con un gran pecador, se aplican a Dios, y de
Él nos dijo su mismo hijo natural, ¿qué piensas que hará el mismo Dios con un justo que con
estudio y continuación lo busca? Conozco, sin duda, que los justos tienen paraíso en esta vida y
en la otra así como los pecadores, si miras en ello, tienen infierno en esta vida y en la otra. Date
a ti el mundo lo que buscas, y tu vanidad te da el gozo que deseas, y ¿piensas que Dios duerme y
se hace el sordo? Como tú eres malo, piensas de Dios mal y reduces a pereza y flojedad el
cuidado que sus siervos ponen en buscarlo, dejado todo vano negocio, y crees que al presente
no hay más de lo que perece, y estas cosas comunes a todos.
Conoce, según dice San Agustín, que Dios no es burlador, y que si no tuviese voluntad de nos
sustentar, no nos amonestaría tantas veces que nos llegásemos a El. Las cosas comunes están en
la Iglesia para los comunes. Otras tiene Dios especiales para los especiales, y en estas comunes
están otras cosas, y de otra manera las sienten los que más aman que no las sienten los otros.
Finalmente, esta razón se concluye en que sepas ser posible y no muy dificultosa de haber en
esta vida mortal la comunicación de Dios inmortal, más estrecha y amigable entre Dios y el
ánima que no la hay entre un ángel y otro por altos que sean.
Esta comunicación de Dios no la puedes conocer, pues no la tienes sino mediante lo que acerca
de ella habla la Sagrada Escritura, y, por ende, para mientes lo que dice Dios nuestro Señor por
Isaías (Is 66,10): Holgaos con Jerusalén y saltad de gozo los que la amáis; gozaos con gozo
todos los que llorabais sobre ella, por que podáis atraer y ser llenos de los pechos de su
consolación, para que ordenéis y abundéis en deleites de toda manera de gloria que en ella hay,
porque Dios dice: Catad que yo me derramaré sobre ella como arroyo de paz; seréis traídos a
los pechos, y sobre las rodillas os harán regalos. Como la madre consuela a su hijo halagándolo,
así os consolaré yo; verlo habéis y gozarse ha vuestro corazón.
En estas palabras muestra Dios el tierno amor que tiene al ánima; la cual es pacífica Jerusalén,
donde Dios mora en paz de gran reposo; y es tanto el gozo de la tal amistad, que convida Dios
a él a cosa de notable festividad; porque las fiestas que Dios en este mundo tiene no son otras
sino gozarse con sus amigos.
La segunda razón es que, pues Dios no es aceptador de personas, esta comunicación no es a ti,
¡oh hombre quien quiera que seas!, menos posible que los otros; pues que no eres menos hecho
a imagen de Dios que todos los otros, ni creo que tienes menos deseo de ser bienaventurado
que los otros; empero, según te ha hecho, no Dios, sino tu libertad, pienso que dirás que la edad
y el oficio o la complexión o la enfermedad o el ingenio te excusan y apartan de esto. No sé qué
te responda, sino aquello que dice el Sabio (Prov 18,1): El que se quiere apartar del amigo,
achaques busca, y todo tiempo será reprehensible. Si a ti satisfacen tus excusas, no lo sé: a mí te
sé decir que escandalizan; y digo con San Agustín, que totalmente no te creo, porque no hay
causa que poder tan tuyo te quite. Si dijeses no poder ayunar, ni disciplinarte, ni traer áspera
vestidura, ni trabajar, ni caminar, creeríamoste; mas si dices que no puedes amar, no te creemos.
Si esto dice San Agustín del amor de los enemigos, con muy mucha más razón se podrá decir
del amor de Dios, para el cual hay muy muchos más motivos que no para el otro.
La tercera razón es que, para buscar esta comunicación por cualesquier medios que sean, es
menester un cuidado en el ánima que no la deje sosegar, el cual se endereza solamente a buscar
a Dios: este intento o cuidado no se puede bien entender sino por semejanzas de fuera.
Vemos que el que perdió alguna cosa anda congojoso buscándola, y mira una vez y otra cada
lugar; no ve cosa que no se le antoja ella. El que va camino, si es buen caminante, lleva en el
corazón un gran cuidado de acabar su jornada, todas las cosas ordena a este fin, por el camino
va en su corazón caminando más adelante; el cuidado lo hace madrugar y soñar de noche que ha
llegado donde iba; si se cansa, el pensar que lo ha de hacer, le da fuerzas. El que saca oro tiene
tanta codicia, que cada terroncico se le antoja tener oro y a cada golpe espera sacar algo, y por la
codicia no cesa hasta que de toda parte le falta el favor. El que pesca está muy atento al
corchuelo para ver si pican, y no piensa sino los que ha tomado y ha de tomar todavía con
cuidado de su negocio.
Sin este intento y cuidado solicito no creo que ninguno halló a Dios por cualquiera vía que
fuese; el cual no se ordena sino a buscar a Dios sin determinar el cómo ni en qué manera.
Y es de notar que este cuidado es en dos maneras: uno es el que Dios infunde, otro es el que
nuestra industria adquiere. El que es infundido por Dios no deja dormir, ni comer, ni vivir con
reposo; es al ánima un estímulo y aguijón que no la deja reposar, del cual dice el Sabio (Eclo
38,26): El que tiene el arado y se precia de él, dando con aguijón incita los bueyes, y anda en las
obras de ellos, y su habla es en los hijos de los toros. Cristo es el que tiene el arado, que es la
cruz con que aró los corazones de los suyos, y dícese tenerla Él aunque esté enclavado en ella,
porque en su mano estuvo ser enclavado en ella o no. Este Señor se precia del dardo, que es la
contrición y dolor de los pecados que causa en muchos que a Él le place; empero, a otros hiere
como de más cerca con este aguijón y estímulo que tenemos dicho, los cuales son bueyes
perezosos, y avívalos y dícese andar en las obras de ellos, porque todas las obras que éstos hacen
son por buscar a Dios, y a este fin especialmente las ordenan. Éstos son hijos de toros siendo de
Dios heridos, porque con la furia que les causa este don trabajan de imitar las obras de los
santos pasados y parecerles en algo. Con estos tales habla Dios según se dice en la autoridad,
porque les revela muchas cosas.
A los que este don tienen o están tocados con esta yerba, es de avisar que se aprovechen de lo
que les es dado, porque este fervor y deseo del Señor no suele durar mucho, y por eso debes
elegir los medios convenibles y darte prisa, porque con tal favor más aprovecharás en un año
que sin él tres. Si te prestasen un animal por ciertos días para alguna obra y lo tuvieses
holgando, vendría el tiempo y demandártelo había su dueño, quedándose tu obra por hacer.
No sea así, hermano; ca Dios usura quiere y que ganes con lo que Él te da, poniendo tú de tu
casa industria, y si no la tienes, búscala mediante otros; no dejes morir tus deseos; morírsete ha
la candela y quedarás a oscuras, y quitado el don quedarás más tibio que si no lo hubieras
tenido. Las obras que este don hace en el ánima son muchas, y la principal es una ansia y
congoja que fatiga el corazón y lo incita, despierta y constriñe a no tener reposo sin Dios.
A muchos he conocido de esta manera, y por dar vado a su pasión, descansaban saliéndose a los
campos para dar voces y llorar rogando a Dios que les enseñase a hacer su santa voluntad. Los
que teniendo este don inquieren y buscan provechosos y espirituales ejercicios aprovechan
siempre más.
Otros he yo conocido que no supieron qué responder según debieran, y teniendo este don se
dieron a los ejercicios corporales de penitencia, pensando que esto bastaba, como, según dice
San Pablo (1 Tim 4,8), sean de poca utilidad si el interior ejercicio cesa.
Otros responden con palabras y lición solamente, sin entrar dentro de sí, y todo se va en humo
como el azogue cuando lo sacan, si no lo cubre. Tú, hermano, si quieres mejor acertar, busca a
Dios en tu corazón, no salgas fuera de ti, porque más cerca está de ti y más dentro que tú
mismo, lo cual te amonesta nuestra letra diciendo: Anden siempre juntamente la persona y el
espíritu.
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