CAPÍTULO III. EN QUE SE COMPARA EL AMOR AL PARAÍSO

En estas siete cosas dichas consiste la gloria de los santos, y en el amor las hallaremos comenzadas. Cuanto a lo primero, el amor ve hasta las partes escondidas y secretas, y aun escudriña, según dice San Pablo (1 Cor 2,10), hasta las cosas profundas de Dios. No hay vista más penetradora, según dice Gersón, que la del amor, ni más aguda para llegar hasta lo íntimo del corazón, con lo cual el esposo y la esposa se desean ver el uno al otro, como parece en los Cánticos (Cant 3,4).

De lo segundo, que es la atención, bien parece estar proveído el amor, pues con gran osadía dice: Túvelo y no lo dejaré. Sobre estas pocas palabras dice la glosa: Cuan presto alguno con verdadero miramiento busca a Dios, tan presto lo halla; y con cuanta más atención lo buscó, con tanto más ardor tuvo al hallado.

No hay brazos tan fuertes como los del amor, no solamente para abrazar y tener, sino para vencer; donde al amor mejor que a Israel se pueda decir (Gen 32,28): Si contra Dios has sido fuerte, cuánto más prevalecerás contra los hombres? El amor fue contra Dios fuerte, pues que lo derribó del cielo a la tierra, haciéndolo hombre, y lo tuvo en la pasión tan manso como un cordero; ca no bastaran los clavos para tenerlo si no lo tuviera el amor, que es fuerte así como la muerte y más, pues hizo morir al inmortal y mató la misma muerte nuestra.

Hay otrosí en este paraíso del amor fruición, que es allegarse el hombre alguna cosa por ella misma, arrimándose a ella como a fin último; lo cual hace nuestra voluntad mediante el amor libre con que goza de Dios nuestro Señor, donde sólo el amor, que sin medio se llega a Dios, puede decir muy propriamente (Sal 72,26-28): Dios de mi corazón, que eres mi parte para siempre; a mí es bueno llegarme a Dios, poner en mi Señor Dios mi esperanza.

Aquí dice el amor que pone en Dios su esperanza; porque, según dice el Apóstol, todas las cosas espera la caridad (1 Cor 13,7).

Lo que más hay en el paraíso del amor es ligereza de bien obrar en lo de dentro y en lo de fuera; porque como al que ama ninguna cosa se le haga grave ni pesada, va ligeramente corriendo por la vía de los mandamientos del Señor. Y la causa de esta ligereza es porque sigue al que ama con el ímpetu del vehemente deseo que en instante se produce en la voluntad, en el cual deseo obran primero los que aman todas las cosas que han de hacer; y así van después a ellas como a cosa hecha, lo cual nota Ricardo sobre aquella palabra (Cant 5,1): Comed, amigos, y bebed, amicísimos, diciendo: Los que comen disponen con alguna tardanza el manjar entre los dientes; mas los que beben muy presto tragan; y de esta forma los nuevos en el amor se convidan a comer, porque aman con alguna dificultad; empero los amicísimos, que son los ejercitados, se convidan a beber, que se hace más presto; porque éstos muy ligeros son en amar con delectación; y de esta manera, aunque sean muchos años los del servicio, se les antojan pocos días por la grandeza del amor (Gen 29,20), que es amor mayor para obrar que lo que se manda hacer.

Es tan ligero el amor, que se diga no estar los que aman debajo de la ley; no porque no los obliga, sino porque les es tan liviana la carga y tan suave el yugo del Señor, que no sienten pesadumbre alguna por ser tan ayudados del amor; en tal manera que casi digan con David (Sal 63,11): Que finge Dios trabajo en su mandamiento, diciendo que es trabajoso lo que es suave.

Y es de notar que el amor es tan buen obrero, que se aprovecha holgando de todos los trabajos ajenos con sólo amarlos, según aquello de Ricardo: ¡Oh gran virtud caridad, que nombras las cosas que no son como si fuesen! ¡Oh fuerte virtud, que, no despojando a nadie, todo lo arrebatas; todas las cosas haces tuyas, y a ninguno quitas lo que es suyo!; mientras amas el bien en el otro, lo ganas para ti amándolo; y aun puede ser que obres por demás algún bien, mas no puede ser que lo ames en balde; ninguno te puede resistir; de todo te sirves.

Tiene también el amor impasibilidad, porque la paciente caridad todo lo sufre callando; en tal manera que, si el amor es verdadero, con igual balanza ha de pesar lo dulce y lo agrio, teniendo por singulares mercedes así las adversidades como las prosperidades. Porque si amamos, no hemos de mirar lo que nos da el Señor, sino el amor con que nos lo da, que es invariable; y de esta manera no sentiremos en todas las cosas sino amor, que es la cosa que a los amadores más alegra. Así que podemos decir que si nuestro amor padece sin quejarse (aunque no sin lo sentir), será en alguna manera impasible, aunque el sentir se templa mucho con el amor; en tanta manera, que tanto podrá crecer el amor de Dios en nos, según dice un doctor, que la muerte no sintiésemos; lo cual se cree de nuestra Señora y de San Juan.

Entonces será el amor impasible cuando amare el padecer, porque cosa clara es que no tenemos por cosa grave lo que amamos; donde este amor impasible que ama el padecer puede decir aquello del Sabio (Prov 23,35): Azotáronme, mas no me dolió. Arrastráronme y no sentí.

Dícese también el amor impasible, porque él deshace todas las pasiones y agravios que de los otros recibimos, tomando a su costa lo que podemos, y saliendo por pagador de todo lo que nos es debido; porque como la caridad, según se dijo, espere todas las cosas, piensa de satisfacer de allí lo que ahora padecemos, como de hecho será. Y así, según dice el Apóstol (Rom 8,28), se les obran todas las cosas en bien a los que aman a Dios, aportando todas al amor, que las mitiga y amansa si son ásperas.

Podemos también decir que el amor es impasible, porque, según dice San Bernardo, donde hay amor no se halla trabajo.

Lo que más hay en este paraíso del amor es claridad, porque su candela es el cordero, de cuya grosura, que es la interior divinidad, se hace una vela muy relumbrante en el paraíso del amor. El amor del mundo es ciego; empero el amor de nuestro Señor Dios tiene mucha claridad; porque como él sea verdadero amigo, luego nos dice lo malo que en nosotros ve, para que no nos veamos en confusión dejándolo por enmendar, ca el Sabio dice (Eclo 2,20): Amad a Dios y serán ilustrados vuestros corazones.

Como el amor de Dios tenga principio en el corazón, aquél ha de ser primero ilustrado que no lo de fuera; ca los hipócritas se esmeran en lo de fuera primero, y los siervos de Dios en lo de dentro; y esto es porque los hipócritas en lo de fuera aman a Dios y en lo de dentro a sí mismos. Empero, el amor verdadero toda la fuerza pone en el corazón como en casa donde Dios ha de morar, el cual tiene su habitación en una luz inaccesible que ninguno puede saber sino el que ama; y por tanto se dice de los que aman al Señor (Jue 5,31): Los que te aman, resplandezcan así como resplandece el sol en su salida. Porque la claridad de Dios que cerca (Lc 2,9) a los que aman les hace lo primero conocer a sí mismos, se dice ser que es como la del sol en su salida clara; y no se contenta el amor con tener solamente la claridad interior, mas todo lo aclara para que así sea hermosa la generación casta con claridad, donde San Crisóstomo dice: Ninguna cosa hace así clara la vida como el amor.

Lo último que comenzamos a decir que hay en este paraíso del amor es el don de la sutileza, para penetrar sin empedimento de cosa que lo estorbe; porque como el amor tenga por oficio juntar los que se aman, unas veces nos lleva al amado y otras nos lo trae ligeramente, sirviéndose para esto del dote de la sutileza que tiene, con el cual no teme a los porteros ni ha miedo de padecer desecho; ca sabe que no puede ser detenido de cosa alguna que lo impida, porque, según dice San Jerónimo, el amor no toma por remedio para cesar la dificultad que halla, ca siempre cree hallar lo que busca dondequiera que esté, y esto por la sutileza suya; ca, según se dice (Sab 7,22), el espíritu de la inteligencia, que es el amor, es sutil y tanto como la glosa declara, que ninguna cosa hay más sutil que él; en tal manera que, según otra glosa dice, penetre todas las cosas con su virtud; traspase todos los dones hasta venir al dador de ellos, que es Dios, entre cuyos abrazos reposa.

Pues tanta es la excelencia del amor, con mucha razón dice de él nuestra letra: Referir y sacar debes de toda cosa el amor.




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