|
Si queremos aprender de las cosas que son hechas en este mundo mayor, que nos es dado por
libro y ejemplo de las cosas que dentro en nosotros hemos de tener, que somos mundo menor,
hallaremos que todo movimiento natural se ordena a quietud, y por ella trabajan todas las cosas;
pues que ninguna se mueve sino a fin de hallar reposo, el cual buscan todas las cosas como
último fin de ella; donde, según esto, no debe el hombre ser menos solicito en buscar la quietud
de su ánima, pues que, sin la inclinación natural que a esto lo convida, tiene también la razón,
que da voces a lo mejor y desea tener reposo y descanso, a lo cual también nos provoca la
Escritura diciendo (Prov 15,15): El ánima segura es como perpetuo convite.
Esta seguridad y reposo de corazón no se acaba de hallar tan perfectamente por meditación
escudriñando como por recogimiento, quietando el corazón, ca, según dice el Sabio (Ecl 12,12),
la frecuente meditación es aflicción de la carne. Y la glosa añade que también es aflicción del
espíritu; y esto porque mediante nuestros bajos pensamientos no se puede el hombre llegar
tanto a Dios como si, cesando las razones, se contenta con la simple fe que basta para lo guiar a
grandes misterios, según dice San Agustín, procurando de ser solícito, no en mucho entender,
sino en mucho se inflamar en divino amor de aquel sumo bien que la fe nos predica, que es vida
de nuestra ánima. Y porque, según dice San Buenaventura, suele acontecer que el árbol de la
ciencia es causa que no comamos del árbol de la vida, dice la presente letra: Íntimamente
asosiega y acalla tu entendimiento.
Dos cosas dice que debemos hacer: la primera, asosegar el entendimiento; la segunda, acallarlo.
En dos maneras podemos hablar del entendimiento: la primera, en cuanto nos dirige y nos guía
en lo que habemos de hacer o no hacer, huir o seguir; la segunda, en cuanto con él
escudriñamos cosas secretas y escondidas; así que por estas dos razones y oficios que le damos
se divide nuestro entendimiento en práctico y especulativo.
Hablando del primer oficio suyo práctico se dirá cuándo nos dicta y nos endereza en lo que
hemos de hacer; y desta manera sabemos que su conciencia dice a cada uno lo que debe hacer,
porque el entendimiento del hombre, señalado naturalmente con la lumbre de Dios, muestra lo
que debemos seguir y lo que debemos evitar; en él está la centella de la razón, que aun en el
infierno vive y no deja de ladrar y gruñir contra el mal.
Y digo que está en el entendimiento este remurmurar contra el mal y amonestarnos bien;
porque, como esto sea cosa natural y necesaria en el hombre, no se dice pertenecer a la
voluntad, que por ser libre no tiene obra determinada ni objeto a que necesariamente nos
incline; de manera que la razón y el estímulo de la conciencia y el acusar y remorder y
reprehender, o el buen testimonio, y el excusarnos disculpándonos de dentro cuando no erró
nuestra intención, y la sindéresis alta, parte de la razón todo pertenece al entendimiento radical
y principalmente, el cual desde lo más alto de nuestra ánima está como atalaya para nos anunciar
lo que debamos hacer. Y es tan cierto su parecer y amonestación, que aun en medio del pecado
no deja de pecilgar y morder el corazón, dándonos a entender nuestro yerro, lo cual se figura en
Ezequiel (Ez 1,10), do se dice que vio el profeta unos animales que cada uno tenía cuatro caras:
de águila y de hombre, de león y de becerro, en lo cual se muestran cuatro cosas que hay en cada
uno de nosotros.
En la faz del hombre se nota la razón que cada uno tiene. En la faz del león se nota la ira o
ferocidad que tenemos para proseguir las cosas arduas. En la faz del becerro se nota la fuerza
del desear lo que queremos. Lo primero, como dice un doctor, se coloca en el alcázar del
cerebro; lo segundo en la hiel, y lo tercero, en el hígado; empero, la faz del águila, que tiene
figura de la sindéresis, está sobre todo, y se dice centella de la conciencia, que aun en Caín no se
muere; y no se mezcla con las tres primeras, porque, vencidos con los deleites o con la ira, y a
las veces engañados con semejanza de razón, sentimos que pecamos; y esto porque la sindéresis
da voces contra nos y no se mezcla con las tres cosas primeras, sino sobre todo como atalaya
nos amonesta y castiga los yerros; y esta sindéresis es el espíritu que interviene por nosotros con
gemidos no decibles.
Esta sindéresis, que es la más alta parte de nuestra razón, se figura también en el águila que vio
San Juan (Ap 8,13) dar voces contra los que moran en la tierra, que son los hombres situados en
cuerpos terrenos. Y pertenece más principalmente al entendimiento, si la queremos reducir a su
radical principio, cuyo oficio es remurmurar contra el mal y convidarnos al bien, en las cuales
dos cosas consiste la ley natural dada a nuestro entendimiento como en dos tablas escritas con
el dedo de Dios vivo; y estas tablas se dicen ser de piedra, porque esta escritura no se puede
borrar, sino como esculpida en cosa durable permanece.
Para que asoseguemos nuestro entendimiento habémonos de apartar de todo mal, porque
contra el mal, según vimos, se suele él alborotar reclamando y diciendo que no va como debe;
así que para lo tener asosegado no hay otro remedio sino consentir con este nuestro adversario,
como nos es mandado en el Evangelio (Mt 5,39); y de esta manera viviremos en sosiego, como
aquel que decía: Nunca en toda mi vida me reprehendió mi corazón (Job 27,6). Este, sin duda,
tenía bien asosegado su entendimiento, pues que nunca lo reprehendía, do se manifiesta su gran
virtud, porque, si ésta no tuviera todavía, fuera reprehendido según aquello de San Gregorio: Si
alguno discorda en obra de los mandamientos de Dios, cada vez que los oye es reprehendido de
su corazón, y se confunde, porque dicen lo que no ha hecho, de forma que secretamente se
acusa la conciencia de aquello en que se conoce haber errado.
Dentro de sí tiene el hombre testigo de todos sus males contra los cuales aquí o en el juicio de
Dios ha de reclamar, porque, según dice el Sabio (Ecl 7,22), nuestra conciencia sabe que
nosotros expresamente decimos y aun hacemos mal a otros; y si lo sabe, no es para lo encubrir,
sino para dar de ello testimonio contra nos.
Empero, aun con todo esto hay algunos que atan la palabra de Dios y ahogan la razón que
pronuncia nuestra conciencia y no la dejan hablar, o, por mejor decir, menosprécianla tanto, que
está ya ronca de dar voces; y ellos, como molineros, ya no oyen, antes viven en mucha paz y
sosiego, no porque su entendimiento tenga sosiego ni deje de conservar aquella centella que
suele quemar nuestra conciencia cuando erramos, sino porque ellos la tienen muy soterrada y
metida en aquel pozo de mala costumbre donde escondieron el fuego, y allí la cubren añadiendo
pecados con gran libertad de corazón; lo cual como el Sabio considerase, dijo (Ecl 8,14): Hay
algunos malos que tan seguros están como si tuviesen obras de justos.
Éste es un mal sosiego de perversos que, no por ignorancia, sino por malicia, dejan de
considerar su mal estado; y cuando su conciencia los reprehende, hácenla resurtir como el suelo
duro a la pelota, sin le dar audiencia grande ni pequeña; en tal manera que los tales se tornan
como hombres tomados del vino que están ajenos de razón, ni oyen a Dios, ni a su conciencia,
ni al buen ángel, ni al predicador, ni al buen consejero; mas dice (Dt 29,18): Yo tendré paz y
andaré en la sinjusticia de mi corazón, tome la embriaga al sediento.
En tiempo de guerra suelen estar los embriagados tan seguros como si todo estuviese pacífico,
aunque suenen las armas y todo el ejército haga estruendo, porque los tales piensan que aquello
es juego de cañas y cosa de gran deporte; y de esta manera cree que entonces es tiempo de tomar
placer, porque lo echa todo en burla, y el estruendo de la guerra que le había de poner le da más
soltura; lo cual acaece muy de verdad al pecador endurecido, porque su ánima está embriagada
de los vicios, cuyo vino hace muy alegres beodos para que echen en burla aun las penas del
infierno, si le hablas de él y de los juicios de Dios; y de hecho se tornan peores mientras más les
amonestan; y la causa de esto es porque, como arriba se dijo, su ánima está embriagada con el
deleite y ha tomado a pechos su mal deseo; el cual entiende cumplir ejecutando la sed de su
codicia, que siempre crece mientras más se usa, porque se provoca el apetito como en los
tomados del vino, que lo mucho que beben les acrecienta la sed.
Si tú quieres asosegar de buen sosiego tu entendimiento que no dé voces contra ti, no hagas
cosa reprehensible ni mala, y entonces su centella no quemará tu corazón, sino será lumbre
dulce a tu ánima, provocándola a cosas mejores, para le dar gozo y alegría en el bien que hiciere,
a lo cual te convida San Agustín diciendo: Tú que buscas el verdadero asosiego que se promete
a los cristianos después de aquesta vida, también lo gustarías aquí suavemente entre las
amarísimas fatigas de esta vida si amases los mandamientos del que prometió la dicha quietud,
porque presto sentirás ser más dulces los frutos de la justicia que no los de la maldad, y más
verdadera y alegremente te gozarás de la buena conciencia entre las fatigas que de la mala entre
las riquezas.
Por la guarda de los mandamientos de Dios dice aquí San Agustín que se alcanza el sosiego de
la buena conciencia, según lo había alcanzado aquel varón simple y recto y temeroso de Dios, al
cual nunca reprehendió su corazón en toda su vida, y que de esta manera ganase la tal
seguridad, muéstrase en esto que él dice hablando de nuestro Señor Dios (Job 9,28): Reveíame
en todas mis obras sabiendo que no perdonas al que peca.
Maravilloso intento era el de aqueste santo, pues todas sus obras examinaba, y no se curaba de
considerar antes que pecase la misericordia de Dios, como el que decía ser su misericordia
grande y que no se acordaría de los pecados. Cosa es muy avisada acordarse hombre siempre de
la justicia de Dios antes del pecado, para que no caiga en él, y si por ventura pecare, acuérdese
luego de la misericordia, aunque el demonio suele trocar esto por que los hombres caigan más
presto y se arrepientan menos después que hubieren pecado, como judas, que por temor de la
justicia no se convertió, pensando con Caín que era mayor su pecado que la misericordia de
Dios; lo cual si pensara antes que lo cometiera, no cayera en él tan de ligero.
No niega el santo Job la misericordia de Dios, porque él no dice: Dios no perdona al que pecó
en el tiempo pasado; mas dice que no perdona al que de presente peca, lo cual tiene mucha
verdad, porque Dios nunca perdona el pecado hasta que el hombre sale de él.
Y es de notar que Job no consideraba el pecado, por más lo temer, como si luego hubiera de
salir de él en acabándolo de hacer, o algo después; mas considerábalo en tal manera, que si
entraba en él no pudiera salir, porque más tememos de caer en un pozo do no podremos salir
que no en un hoyo que a un salto somos fuera. Y, según verdad, el pecador en un pozo se lanza
cuando comete la maldad, del cual por sus propias fuerzas no puede salir sin la mano poderosa
del Señor, que dando él voces lo sacará. Empero, como no sabe el hombre si tendrá lugar de
clamar y arrepentirse, para que más tema la caída piense dó se lanza, y cómo con sus solas
fuerzas no podrá salir del infierno superior, que es el pecado, y así contemplándose siempre en
el pecado, si pecare guardará con más aviso el pie de la profunda caída.
El que tal aviso tuviese en todas sus obras bien podría en breve asosegar íntimamente su
entendimiento, ca ninguna cosa habría de que lo reprehendiese su corazón; en tal manera que
de él se podría decir (Prov 11,15): El que se guarda de los lazos estará seguro. Lazos de muerte
se llaman en la Escritura los pecados; y si de éstos nos guardamos, tendremos entera seguridad y
asosiego con tranquilidad de buena conciencia; la cual, según dice Hugo, es a todos dulce y a
ninguno grave; usa del amigo para gracia y del enemigo para paciencia; a todos es benévola, y a
los que puede, bienhechora, y es de tanto precio, que de ella diga San Bernardo: La buena
conciencia es título de la religión, templo de Salomón, campo de bendición, huerto de deleites,
estrado de oro, gozo de ángeles, arca de amistad, tesoro del rey, sala de Dios, morada del
Espíritu Santo, libro sellado y cerrado que se ha de abrir el día del juicio; en la cual reposa
entretanto el varón devoto como en propia casa, según aquello que dice el Sabio (Sab 8,16):
Entrando en mi casa, holgaré con ella, porque no tiene amargura su conversación, ni enojo su
vivienda, sino gozo y alegría.
En la buena casa ha el hombre placer de morar, y mucho más en la buena conciencia, donde
entran los justos cuando se retraen a pensar lo que han hecho, y hallan en ella casa y compañía
muy amigable y dícese no tener amargura su conversación, porque no reprehende al hombre,
mas antes le da glorioso testimonio, según dice el Apóstol (2 Cor 1,12), y gózase el hombre con
ella por los frutos que se le han de seguir, que son como hijos de bendición.
|
|