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La muchedumbre de las pasiones, que se figuran en el mar amargo, quiso Dios abreviar
sufriéndolas en sí mismo; y no dejó para los caminantes que lo habían de seguir sino obra de
una gota de ellas, muy pocas en comparación de las que él bebió y sufrió en su misma persona.
Quiero decir que Él sintió en sí los trabajos que los suyos habían de padecer; y en sentirlos y
gustarlos Él les quitó mucho del amargor y dificultad que tenían.
Si por echar Eliseo sal en el agua que era amarga la tornó dulce (2 Re 2,20-21), mucha más
razón había que echando y derribando Cristo a sí mismo, que es la verdadera sal de la sabiduría,
en las pasiones y angusticias, las dejase sabrosas y les quitase su dificultad; lo cual fue figurado
en el Exodo, donde se dice (Ex 15,23-25) que los hijos de Israel no podían beber las aguas de
Marad por ser muy amargas, hasta que fue lanzado un madero en ellas que las tornó dulces.
Antes que el madero se echase en las aguas no las podían beber, y después se hicieron dulces.
Cristo llama a sí mismo (Lc 23,31) madero verde: Él mismo tornó las aguas de las pasiones
dulces por nadar en ellas; echóse a nado para librar los que perecían; y desde entonces quedaron
dulces las tribulaciones, que eran a los de la ley antigua muy amargas y dificultosas; mas ya que
Cristo anduvo por ellas, a los de la ley evangélica no se les hacen amargas, sino dulces; y si
tienen algún amargor, es poco en comparación del que solían tener.
Estímanse por dulces las que antes se solían estimar por muy amargas; y la causa es que Cristo
nuestro Redentor anduvo por ellas; conforme a lo cual dice El a sus apóstoles después de les
haber profetizado los grandes trabajos que habían de padecer en el mundo (Jn 16,33): Tened
confianza, que yo vencí al mundo. Sobre lo cual dice la glosa: Vencílo en mí y en los míos: yo,
que soy vuestra cabeza, vencí; de lo cual no pequeña confianza se les debe seguir a los
miembros.
En aquellas pocas palabras, si bien se entienden, quiso Cristo mucho esforzar a los suyos; ca
quísoles decir: No tengáis temor, pues vuestro enemigo está vencido: con el vencido habéis de
pelear; yo vencí al mundo, vuestro enemigo; no temáis.
Esta victoria que Cristo hubo del mundo y del que se llamaba su príncipe, que es lo mismo,
pues que el mundo y el demonio están hechos a una, fue figurada en la victoria que hubo Jacob
del varón que luchaba con él, la cual se escribe en el Génesis, donde se dice (Gen 32,24-25):
Viérades un varón luchar con Jacob hasta la mañana; el cual, como viese que no lo podía
vencer, tocó un nervio de su pierna y secóse; donde los hijos de Israel no comen el nervio que
se secó en la pierna de Jacob para memoria de tal hazaña. Jacob, el gran luchador, tiene figura
de Cristo, con el cual el varón esforzado, que es el demonio y el mundo, lucharon siéndole en
todo contrarios, procurando de lo derribar y vencer; y esto por todo el espacio de su vida hasta
la mañana de la resurrección; empero no quedó vencido, aunque el nervio, que es su cuerpo,
quedó seco en la cruz.
En memoria de esta victoria, los hijos de Israel, que son los fieles cristianos, no comen nervio,
porque no aplican a sí victoria alguna, mas toda la atribuyen a Cristo, que es el que venció al
mundo en sí; y en nosotros ninguna victoria alcanzamos de nuevo, mas cuando vencemos
mostramos la victoria que Cristo hizo ser verdadera.
Pues que así es, hermano, pon espuelas a tu cuerpo harón y haz que siga a Jesucristo. Cata que
tu cuerpo es caballo espantadizo, que de una sombra y de un pájaro y del aire se espanta y da
con su señor en un hoyo, donde lo lastima; de manera que, si no paras mientes, será mayor el
daño que se te siga del rehusar y huir que el trabajo de lo seguir. ¡Oh a cuántos ha echado en el
hoyo de la mala costumbre, que ya por necesidad se cuenta sola la imaginación! Piensan que no
podrán lo que está podido y casi hecho. Cristo nuestro Redentor, yendo delante según viste,
abrió el camino; despuntó las zarzas y espinas para que no hieran tanto; quebró el hielo; venció
al salteador del camino de Dios, que es el demonio, y a las bestias fieras de los vicios que
también salían a saltear a los hombres. No sé de qué temes; creo dirás aquello que de ti escribe
el Sabio (Prov 26,13-16): Dice el perezoso que el león está en el camino, y la leona en las sendas;
esconde sus manos debajo de los sobacos, y esle trabajo aplicarlas a su boca, por que no muera
de hambre; tiénese por más sabio que siete varones que hablen sentencias.
Si dices que el león está en el camino de la perfección para te impedir, verdad es; empero está
muerto, que ya nuestro Sansón pasando por el camino lo mató (Jue 14,6); solamente hallarás en
él abejas que te pueden picar y dar algún enojo, el cual cuán poco sea, tú lo puedes ver, pues
también te causarán miel de consolación si sufres un poco y te haces fuerza a seguir a Cristo en
las cosas de aspereza.
Lo que más importa y se halla por verdad en el dicho del Sabio es que un relajado piensa que
acierta mejor que otros siete, por muchas sentencias que traigan contra él, creyendo que los
tales no gustan las cosas del espíritu; que si las gustasen, no harían caso de las exteriores, y por
esto se tiene él por más sabio en gustarlas que los otros siete, y aún que todos, porque el
número septenario en la Escritura es número universal que a todos incluye. Esta sentencia en
que algunos se fundan impugnaremos en la segunda mitad de nuestra letra, porque allí viene
propria y tiene necesidad de ser impugnada, porque muchos restriban en ellas y se esfuerzan
defendiéndose con ella, como de verdad sea bordón quebrado.
Tornando a lo que comenzamos, el tercero bien que hallan los caminantes en ir alguna persona
idónea delante es que de ella son provocados a más andar; anima a los que vienen atrás el que va
delante, mayormente si les lleva la provisión. Cristo nuestro Redentor va delante en el camino
de la perfección; a todos anima verlo ir delante y ponerse el primero al trabajo; según se figura
en Abimelec (Jue 9,48-49), el cual, echándose un gran ramo a cuestas, dijo a sus compañeros:
Haced presto lo que me vistes hacer, y ellos por el semejante cuasi a porfía cortaban también
ramos y seguían a su capitán.
Vimos a Cristo cargado del gran ramo de la cruz, y que nos dice que nosotros tomemos
también nuestras cruces de aspereza y lo sigamos hasta la muerte; ¿qué resta sino que a porfía
quien más pudiere correr, quien mejor cruz pudiere llevar, lo siga presto? De otra manera,
según dice El, no seremos dignos de tenerlo por Señor (Lc 14,27).
Él, yendo delante, también nos provoca a lo seguir, prometiéndonos refrigerio y recreación de
nuestros trabajos, y dice (Mt 11,28-29): Venid a mí todos los que trabajáis y estáis cargados y yo
os daré refección; tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de
corazón, y hallaréis holganza para vuestras ánimas, porque mi yugo suave es y mi carga liviana.
Llama el Señor mismo por dar confianza y provocar a lo seguir, diciendo: Venid a mí todos. No
señala personas particulares El, que no es aceptador de ellos, sino a todos en general. Y de esta
manera llamó otra vez en público y decía (Jn 7,37): El que tiene sed venga a mí, que yo apagaré
su sed. Ahora llama a los que se sienten trabajados en lo seguir, y se sienten cargados con la
enfermedad de la carne que llevan a cuestas; a éstos recrea el Señor con muchas consolaciones, y
dice que tomemos el yugo de la sujeción sobre nosotros como cosa preciosa; no lo traigamos
debajo de los pies en poca estima, sino sobre nuestros hombros y sobre nuestra cabeza.
Dice que lo tomemos de nuestra voluntad; no nos lo quiere Él poner por fuerza, por no ser Él
notado de tirano; mas amonéstanos que lo tomemos sobre nos, y que luego por experiencia
sabremos cuán manso y blando es de corazón el que tan suave yugo tiene y tan untado, por que
no lastime al que lo lleva; de la cual untura y unción de gracia dice el profeta Isaías (Is 10,27):
Pudrirse ha el yugo por el mucho aceite.
Es tanto el consuelo que sienten los que en las penitencias y aspereza exterior siguen a Cristo,
que son constreñidos a decir con David (Sal.): Fingís, Señor, trabajo en vuestro mandamiento;
como si dijese burlando: Señor, lo decís, pues que yo no hallo este trabajo ni lo siento. ¿Qué
mayor humildad y blandura de corazón que ordenar en tal manera la carga que el mismo Señor
lleve la mayor parte? El yugo dos lo han de llevar, y el que tiene más alto cuello lleva la mejor
parte y el mayor peso. Cristo toma primero su parte, el cual, según se figura en Saul tiene muy
altos hombros (1 Sam 10,23); de lo cual se sigue que Él se lleva lo más, lo cual es de muy gran
mansedumbre y humildad.
En lo que se sigue dice que hallaremos en el cielo holganza para nuestras ánimas, si aquí
trabajaren los cuerpos. Primero prometió recreación, en la cual se entiende la gracia; ahora
promete holganza, en la cual se entiende la gloria; y porque de estas muchas promesas podía
alguno conjeturar que los trabajos también habían de ser grandes, por eso, quitando esta
sospecha, concluye diciendo que su yugo es suave; y para nos certificar más, repite la misma
sentencia diciendo que su carga es liviana.
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