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Si el cielo empíreo es muy ancho y espacioso, del amor se dice (Sal 118,32): Ancho es en gran
manera tu mandamiento. El cielo empíreo es de tanta grandeza que abraza en sí todos los
cuerpos, por cualesquier que sean, y a todos excede; lo cual conviene al amor, ca en él sí
concluye virtualmente todas las virtudes y vale más que todas ellas, excediéndolas además con el
valor de su excelencia admirable; donde San Cipriano dice: Verdaderamente que este
mandamiento del amor abraza la ley y los profetas; y en esta palabra se abrevian los volúmenes
de todas las Escrituras. Esto amonesta la razón; esto la naturaleza; esto, Señor, vocea la
autoridad de tu palabra; esto oímos de tu boca; aquí halla cumplimiento toda religión; este
mandamiento del amor es primero y postrero, que todo lo abraza. Está en el libro de la vida
escrito, a los ángeles y a los hombres da perpetua lección.
Lea aquí una palabra y en aqueste mandamiento piense la cristiana religión, y hallará que de esta
escritura manaron las reglas de todas las doctrinas, y nacer de aquí y tornar aquí cualquier cosa
que contiene la eclesiástica disciplina y en todas las cosas ser frívolo y ninguno todo lo que el
amor no confirma.
El cielo empíreo es el lugar de los bienaventurados, en que fueron los ángeles criados, y de él
fueron lanzados los demonios; y así es el amor singularmente guardado para los buenos y justos,
en el cual reciben nuevo ser de gracia, siéndoles criado por el amor nuevo corazón, en el cual
viven como ángeles en el cielo; ca el espíritu de éstos es flama de fuego encendido, que de su
naturaleza es inclinado a subir en alto para conservar en los cielos, donde está el que ellos aman.
Los demonios, que son los pecadores, caen como rayos muy de presto, siendo lanzados del
cielo, que es el amor de Dios, en pecado al infierno superior, esto es, a la condenación de la
pena perdurable en que caen como rayos hasta el profundo de la ira de Dios, de la cual, si el
mismo amor no los libra, vendrán a caer en el infierno inferior, donde no hay redención.
Dicen algunos del cielo empíreo que tiene influencia sobre los otros cielos; y el amor, sin duda,
tiene gran fuerza sobre todas las otras virtudes; y por una maravillosa manera envía su celestial
influencia sobre ellas, haciendo que todas las virtudes morales pertenecientes al amor de Dios y
del prójimo sean hechas teologales por la información caritativa que les infunde; así que las hace
de humanas divinas, y de imperfectas las perfecciona, y de muertas las torna vivas, y de morales
las hace meritorias, y de infructuosas les da tanto fruto que excedan la humana capacidad; y así
podemos bien decir que el amor caritativo hace las costumbres humanas ser angélicas, dándoles
una mayoridad y quilate maravilloso, conforme a lo que dice el Apóstol (1 Cor 13,4-8): La
caridad paciente es, benigna es, gózase con la verdad, todas las cosas sufre, todas las cosas cree,
todas las cosas espera. En esto muestra el Apóstol que el amor caritativo de que hablamos atrae
a sí todas las otras virtudes y las hace cuasi de su mismo linaje.
Donde aunque a la paciencia y fortaleza pertenezca sufrir todas las cosas, se dice aquí: el amor
es paciente y lo sufre todo. De esta manera hallaremos en la Escritura que el amor toma nombre
de otras virtudes, mostrando en esto que les ha dado una dignidad maravillosa, enjeriéndolas en
sí mismo para las hacer teologales; y así decimos que en el varón justo la limosna es caridad, y
que la castidad es amor limpio, y que la mansedumbre es amor benigno, y que la diligencia es
amor ferviente; y todo esto se dice porque el amor caritativo tiene por oficio ordenar todas las
virtudes al último fin, para que así sean teologales por una manera de participación que de la
caridad reciben.
Fundémonos, pues, hermanos, en el amor; radiquémonos en él; radicados a manera de árboles, y
fundados como cosas bien situadas; fundados por el amor de Dios, que nos hace morada de
Dios y templo suyo en que mora; radicados por el amor del prójimo, que nos hace árboles
fructuosos para que demos hojas de amparo y fruto de sustentación.
Los que son así fundados y arraigados podrán en algo comprehender qué tal sea el anchura,
longura y alteza y profundo del amor. Su anchura se extiende hasta los enemigos; su longura
persevera hasta la fin; su altura lo hace todo poderoso; su profundidad es no atribuir a sí alguna
cosa, sino referirlo todo al amor con que Dios nos ama; el cual es más excelente que el cielo
empíreo; porque si en el otro se dice, por ser muy claro, que está como en dechado comenzada
la gloria que han de tener los cuerpos santos, en el amor se comienza la gloria de las ánimas; y
no solamente la accidental, mas también la esencial; porque, si miramos en ello, hallaremos en el
amor, como en paraíso portátil, visión, atención y fruición, ligereza, impasibilidad, claridad y
sutileza.
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