CAPÍTULO IV. DE CÓMO A LA MEMORIA SE HAN DE JUNTAR LOS SUSPIROS

La segunda parte de esta letra va muy conforme a la primera parte de ella misma, porque aquello de que mucho nos acordamos solemos mucho de desear si es bueno; de manera que muchas veces la recordación del bien mueve nuestra voluntad a desear el mismo bien; y, por tanto, después de te haber dicho nuestra letra que tengas memoria continua de Dios, ahora te dice que lo llames con suspiros, por que la memoria sirva a la voluntad, que es la que más de propincuo y más estrechamente se comunica con Dios.

No sería perfecta la memoria de Dios si no se enderezase a este fin, que es, después de nos acordar, de llamarlo con el suspiro de nuestro corazón. Los demonios tienen a Dios en la memoria; mas porque esta memoria que tienen a Dios no se dirige ni se ordena a que sea por la voluntad de ellos deseado decimos que es memoria diforme y peor que la memoria que de Dios tiene el muy abominable pecador, cuando se acuerda que ha de oír aquella espantosa sentencia que dice: Id, malditos. No es así la memoria que los varones recogidos tienen de Dios, mas es como soplo que enciende el fuego del amor que estaba amortiguado, y como gota de vinagre que cava la tierra del corazón, y como voz muy dulce de persona que mucho amamos, causadora de suave deleite en las entrañas del que la oye, y como olor que nos hace desear aquello de do procede, y como la recordación del pasado placer, que nos causa otra vez gozo.

Por lo primero se puede decir aquello de David (Sal 6,2): No está en la muerte el que se ha de acordar de ti. El que con esta memoria de que hablamos se ha de acordar de Dios no está en la muerte ni amortiguada caridad, sino en la vida ferviente del vivo amor. Por lo segundo dice Jeremías (Lam 3,57-58): Acordarme he con memoria, y deshacerse ha en mí mi ánima. Esto dice porque esta memoria es como rayo de sol que derrite el ánima, que es blanda como cera. Por el tercero dice el profeta real (Sal 76,12): Acordéme de Dios y deleitéme. Por lo cuarto dice el profeta Oseas (Os 14,8): La memoria de él es así como vino del monte Líbano, que era muy odorífero. Por lo quinto dice el Sabio (Eclo 49,2): En toda boca así como miel se hará dulce su memoria, y así como música en el convite del vino. Y conforme a las cosas dichas está de Tobías escrito (Tob 1,12-13): Porque se acordó de Dios en todo su corazón, le dio nuestro Señor Dios gracia.

Pues que tan útil es esta memoria de Dios, débesla siquiera desear de todo corazón, y llamar, a Dios con suspiros para que te la dé, según aquello que dice Isaías hablando con Dios (2s Is 29,8): Tu memorial, Señor, está en el deseo del ánima; mi ánima te deseó en la noche, y con mi espíritu en mis entrañas; de mañana velaré a ti. En esta noche del recogimiento, que es nuestro alumbramiento en los deleites, hemos de velar a Dios con el espíritu interior y con la memoria intelectual de que hablamos, para que así en nuestras entrañas comencemos a velar al Señor en la mañana, que es el principio del gozo que aquí se recibe; la cual mañana se ordena a aquel medio día que la esposa demanda serle enseñado, llamando a Dios con suspiros.

Y es de notar que en dos maneras, entre otras muchas, puede ser Dios llamado; o para dar al presente gracias de consolación espiritual o para darnos presto la gloria prometida. Entrambas maneras son muy buenas y agradables al mismo Señor que es llamado; porque cuanto a lo primero, manifiesta cosa es que vendrá de muy buena voluntad el justo Señor a consolar a los justos, pues que también llueve el agua de su consuelo sobre los injustos, y Él en persona vino a llamar los pecadores, para nos mostrar que viene muy presto siendo llamado de los que aborrecen los pecados; y si van a El hambrientos, les abre la puerta y les recrea con el convite de su gracia, para que del todo sean hartos los que por su amor dejaron los carnales deleites, que son manjar de puercos.

Acostúmbrate, pues, ánima mía, a tener siempre memoria del que nunca se olvida de ti; deséalo con suspiros íntimos de tus entrañas muy amorosos, y no los dejes de usar entre ti mismo, ni aun los dejes de pronunciar muy quebrantados cuando estuvieres solo; y para sólo esto te aconsejo que ames la soledad, que es a esto muy favorable y agrada mucho al tu amado, aunque en público no debas tampoco cesar de suspirar a Él, deseándolo simplemente, de forma que no lo sientan los que no saben amar, ca pensarán que tienes alguna pena o descontento que te fatiga, y no sentirán que el mayor descontento y penitencia que tienen los siervos de Dios verdaderos es la ausencia de Él y el no sentir su gracia íntimamente en el corazón. Para lo cual tienen por muy saludable remedio gemir y suspirar al Señor como palomas amorosas de él, sabiendo que no hay voz que tanto penetre sus divinos oídos como el deseoso suspiro, al cual no tan solamente oye, mas esle como saeta que lleva yerba de amor, que luego hace sangre y prende al que no puede ser preso sino por amor; el cual por solo aquesto hinche, como dice David (Sal 102,5), de bienes tu deseo; porque, según en otra parte se escribe, a los justos será dado su deseo (Prov 10,3); ca debes saber que el suspiro que sale del corazón es flecha muy ligera enviada con el arco dei deseo al Señor que está en las alturas, y no torna sin el mismo Señor, según aquello del salmo (Sal 77,29): Lo que deseaban les trajo, y no fueron defraudados de su deseo. Por gran cosa fue dicho a Daniel (Dan 9,23) que era varón de deseos, como si acá dijésemos a uno que era varón de grandes fuerzas, y que, por tanto, estuviese seguro de la victoria; así el que fuere de fervientes deseos y suspiros al Señor, crea que alcanzará presto lo que demandare, y podráse decir de él aquello de Jeremías (Jer 2,24): En el deseo de su ánima trujo el viento de su amor. David dice (Sal) que abrió su boca y atrajo el espíritu; empero, cosa más ligera es atraerlo con sólo el deseo interior del ánima, y aun más cierta, porque la raíz del deseo es la que Dios más mira, y no mira tanto el abrir de la boca.

Si quieres, ¡oh ánima devota!, llamar al Señor, que está presto para venir, no te falta ligero mensajero con que lo envíes a llamar. Contigo tienes el suspiro, casi tan presto y aparejado para todo lo que tú quieres como lo estaba el ángel Rafael para hacer todo lo que Tobías le rogaba.

Ángel es tu suspiro, y no de pequeño consejo, si lo envías a Dios, porque sabrá negociar de callado todo lo que te cumple con secreto y muy avisado consejo y prudencia, alegando de tu parte todo lo que hace en tu caso y amansando a Dios para que haga toda tu voluntad, y disponiéndote a ti para lo recibir purgándote con su amorosa pena, y alumbrándote con su entendimiento, y perfeccionándote con el cumplimiento de su mensaje; en tal manera que del suspiro se pueda decir aquello de San Bernardo: ¡Oh cómo se goza el ángel y cómo se alegra y deleita, y convertido al Señor dice: Gracias te hago, Señor de majestad, porque le diste el deseo de su corazón y no le privaste de la voluntad de sus labios! (Sal 20,3).

El mismo ángel es el que en todo lugar, como solícito seguidor del ánima, no cesa de la mover a menudo y amonestarle con continuas inspiraciones, diciendo: Deléitate en el Señor y darte ha las peticiones de tu corazón (Sal 36,4). Y otra vez le dice: Espera en el Señor y guarda su camino (Sal 36,5). Ítem, otras veces, si se tardare, espéralo, porque viniendo vendrá y no tardará (Hab 2, 3); mas al Señor dice (Sal 41,2): Así como el ciervo desea ir a las fuentes de las aguas, así esta ánima desea ir a ti, Dios. De noche tuve de ti deseo, mas su espíritu en sus engaños de mañana velará a ti (Sal 87,2). Y también dice a Dios: Todo el día extiende a ti sus manos, dale lo que demanda, pues tras ti da voces; conviértete algún tanto y hazte rogable para con ella; mira y vete de tu santo cielo y visítala desacompañada.

¡Oh fiel padrino!, que es sabedor del amor que entrambos se tienen, mas no envidioso: no busca su gracia, sino la de su Señor; discurre hecho medianero entre el amado y la que es amada, ofreciendo los ruegos y trayendo los dones; a ésta despierta y a la otra aplaca, y algunas veces, aunque de raro, los representa el uno al otro juntamente, o arrebatando al ánima o trayendo a Dios, porque de casa es y conocido en el palacio real y no teme ser desechado.

Esto ha dicho este santo del ángel que nos guarda; y si bien y sutilmente miras en ello, verás que se puede todo muy bien decir del inflamado suspiro que más por obras que por palabras hace todo lo ya dicho.




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