CAPÍTULO VII. DE SEIS BENEFICIOS SINGULARES POR QUE DEBEMOS HACER GRACIAS

La primera cosa por que el pecador y el justo deben bendecir al Señor es por la redención universal y copiosa que obra en querer poner su vida sagrada por la nuestra, siendo tan miserable, y compró cosa tan vil por tan caro precio; doliéndose de nuestra muerte y cautiverio, derramó su preciosa sangre por recrear al hombre terreno y por animarlo, para que diese fruto de vida el que estaba muerto en pecado; con el beso de falsa paz que de judas recibió nos hizo amigos de Dios. Fue atado y preso por que el ladrón y homicida de sí mismo, Adán, fuese suelto. Admitió contra sí falsos y mentirosos testigos, para después no recibir los que verdaderamente el demonio presentase contra nosotros, que ofendimos en muchas cosas. Fue escupido su santo rostro por que se lavase el de nuestra ánima, pues estaba más ennegrecido que carbones. Fue cubierta su preciosa cara porque de nos se quitase el velo de la ignorancia que por el pecado incurrimos y se descubriese la ceguedad de nuestra ánima. Fue presentado a los jueces por que nosotros parezcamos sin temor en aquel juicio universal; calló e hízose mudo para satisfacer la habla que tuvo Eva con la serpiente (Gen 3,1-5) y porque nuestro mucho y mal hablar fuese castigado en su divina persona. Fue despojado para nos desnudar el hombre viejo y adornarnos de hábito virtuoso y vestiduras de las bodas eternas. Fue azotado por apartar de nos el azote de la justicia que teníamos bien merecido. Fue falsamente honrado en la tierra porque nosotros de verdad lo fuésemos en el cielo. Fue coronado de espinas por nos coronar de gloria. Fue puesta caña en su mano porque a nos fuese dado el cetro del imperio. Fue crucificado entre ladrones por nos librar de la infernal compañía con que habíamos hecho amistad y nos acompañar en los santos ángeles.

Estas obras de la redención contemplaba David cuando, provocándose a hacer gracias, decía a su ánima (Sal 102,1-4): ¡Oh ánima mía!, bendice al Señor, que redimió tu vida de la muerte y te corona en misericordia; sana todas tus enfermedades.

Este nacimiento de gracias y estas bendiciones que por este beneficio general de la redención se debe hacer al Señor se figuran en Zacarías, el cual, cuando nació San Juan, compuso un cántico en bendiciones del Señor que comienza (Lc 1,68): Bendito sea el Señor Dios de Israel, porque visitó e hizo la redención de su pueblo. Juan quiere decir gracioso y tiene figura del pueblo cristiano, que participa de la gracia de Cristo; y Zacarías, que quiere decir hombre que hace memoria del Señor, es cada varón contemplativo que se acuerda de este beneficio, y se acuerda cómo el pueblo cristiano nació de Isabel, que tiene figura de la ley que se escondía en figuras, y nacido por la redención le ponen por nombre gracioso, porque participa de la gracia de Cristo Redentor nuestro, lleno de gracia, que visitó e hizo la redención de su pueblo.

El segundo beneficio es el sagrado bautismo, en el cual participaste el beneficio general de la pasión, porque todos somos bautizados en la pasión de Cristo como en mar bermejo de sangre. Por este segundo beneficio has de hacer singulares gracias a Dios, pues te lo dio sin tú lo procurar, trayéndote a oportunidad de lo recibir, no permitiendo que sin él murieses, como mueren otros muchos; mas quiso aplicar a ti antes que tú fueses el agua que de su costado salió, de la cual dice el profeta (Ez 47,1): Vi un agua que salla del lado derecho del templo, que es Cristo, y todos los que de ella recibieron fueron salvos.

Estas bendiciones del bautismo fueron figuradas en Moisés, el cual, después de haber pasado el mar, viéndose perfectamente libre, compuso en hacimiento de gracias un cántico al Señor, el cual comienza (Ex 15,1): Cantemos al Señor porque gloriosamente fue magnificado; al caballo y al caballero echó en la mar. Moisés quiere decir tomado de las aguas, y tiene figura de cualquier bautizado que fue tomado de las aguas del bautismo, y hace por ello gracias al Señor en canto espiritual de alegría, relatando cómo el Señor echó en la mar de su pasión, do el bautismo se funda, al caballo y al caballero, esto es, al pecado y al demonio, que allí perecieron y se ahogaron.

El tercero beneficio por que has de bendecir al Señor es por haberte apartado del mundo y haberte sacado de tan gran peligro como en él tenías. ¡Oh cuántos hay que desean dejar el mundo y salir de él y nunca ven manera para ello!; y a ti llamó el Señor y hízote dejar las redes y negocios del mundo; sacóte cuasi de la jurisdicción del demonio para que libremente lo sirvieses, por lo cual lo debes alabar y bendecir, según se figura en Débora, que después de se ver libre, compuso en alabanzas de Dios un cántico diciendo (Jue 5,2): Vosotros que de vuestra voluntad ofrecistes vuestras ánimas al peligro, bendecid al Señor; yo soy la que cantaré al Señor Dios de Israel.

Los que ofrecen sus ánimas a los peligros de su voluntad son los pecadores que moran en el mundo, que se ofrecen a pecar sin rienda, y después de ser libres del tal peligro, deben bendecir al Señor que los libró de él. A esto nos provoca Débora, que quiere decir sujeción, y es la voluntaria sujeción con que nos humillamos a traer el yugo del Señor y dejar el del demonio. Esta sujeción es la que canta y bendice al Dios de Israel Cristo.

El cuarto beneficio por que has de bendecir al Señor es por te dar fruto de buenas obras del árbol malo que solías ser, lleno de mal fruto de pecados, digno de ser cortado para el fuego del infierno. Ya tuvo el Señor por bien de trasponerte en su huerto y curar de ti en tal manera, que lleves fruto de buenas obras, que se pueda guardar sano para la vida eterna. Era tu ánima estéril y como tierra sin agua de gracia, y el Señor ha proveído tu falta para que no sea maldita en Israel, según la ley que maldecía a la que fuese estéril. Haz, pues, gracias al Señor por haber quitado de ti la deshonra y maldición; antes ha querido bendecirte para que lleves fruto.

Muchos dejan el mundo y viven después con tanta relajación y flojedad en las cosas de Dios, que apenas se puede conocer de ellos que han dejado el mal fruto de los pecados, y en lo demás parecen estériles e infructuosos; por eso, el que lleva fruto de buenos ejercicios y buenas obras, no sin gran fervor debe hacer gracias y bendecir al Señor por ello, en figura de lo cual se lee que Ana, después que parió a Samuel, compuso un cántico en alabanzas del Señor que le había dado fruto de bendición y comienza (1 Sam 2,1): Gozóse mi corazón en el Señor y fue ensalzada mi virtud en mi Dios.

Ana quiere decir misericordia, y es el ánima que se ejercita en las obras de misericordia. Ésta debe bendecir al Señor porque le dio gracia que engendrase y pariese a Samuel, que quiere decir nombrado del Señor, y es todo buen propósito puesto en obra; el cual nombra el Señor aceptándolo y recibiéndolo por suyo e informándolo con la señal de su gracia; por lo cual se goza el corazón de la persona devota recibiendo de esto su conciencia testimonio de la amistad de Dios, porque en su fruto y obra se conoce cada uno. Y dice que fue ensalzada su virtud para mostrar que Dios es el que da facultad y poder para hacer obras meritorias, ensalzando la virtud del hombre a más de lo que ella de por sí sola puede.

El quinto beneficio por que debes hacer gracias a Dios es por te dar favor para que tú conviertas a otros a El, o por que Él por tu medio convierte a otros, que es hablar más propiamente; para convertir los pecadores no ha menester el Señor sino tocar con su gracia sus corazones; empero, quiere que también los pecadores sean tocados y provocados de los ejemplos y palabras de los justos; y quiere usar Dios nuestro Señor de tanta cortesía, que apropia a los justos la conversión de los pecadores que Él verdaderamente obra; y esto hace el Señor viendo que ya el justo en la tal obra hace todo lo que puede, que es mover lo de fuera e invocar Su Majestad para que mueva el corazón, pues a Él pertenece obra tan secreta.

El que ora por los otros y les da buen ejemplo y buenas amonestaciones, tiene oficio de convertir pecadores y es pescador para la mesa del Señor, de lo cual, pues que es oficio tan excelente, debe hacer muchas gracias al Señor que se lo dio, en cuya figura dice San Lucas que estaba en Jerusalén un hombre llamado Simeón, varón justo y temeroso, que esperaba la redención de Israel y moraba el Espíritu Santo en él. Este Simeón hizo un cántico en alabanza del Señor que comienza: Ahora, Señor, dejas a tu siervo en paz según tu promesa.

Simeón, que quiere decir el que oye la tristeza, y es cada justo y temeroso en que mora la gracia del Espíritu Santo. Este tal justo oye la tristeza de los pecadores que temen los tormentos que Dios les tiene aparejados si no se convierten a Él, y de esto provocado hace todo lo que es en sí. Para los convertir ora por ellos, y tiene esperanza de su redención y espiritual consolación; dales buen ejemplo en ser temerosos de Dios; amonéstalos estando en Jerusalén, que es la Iglesia después de lo cual debe bendecir y hacer gracias al Señor que le da favor para tanto y decir: Ahora, Señor, dejas a tu siervo en paz según tu palabra. La palabra de Dios y promesa dice que los justos tendrán entera paz y sosiego; y puesto que le alcance por la gracia y perdón de los pecados, empero, hay muchos que, cuando piensan haber, por su mal ejemplo y consejo, apartado a muchos de Dios, temen en gran manera viendo que la sangre de aquéllos da voces y demanda justicia contra ellos; y cuando ven que ya tienen oficio en la Iglesia de Dios de convertir y apartar a los hombres de pecar, reciben entera paz, pues comienzan a restituir a Dios las ánimas que le robaron, y los deja la pena y fatiga que antes en la conciencia tenían.

El sexto beneficio por que debemos hacer gracias y bendecir al Señor es la contemplación en que nos ejercitamos; en la cual comunica el Señor su gracia y consolación con más abundancia que en otro ejercicio alguno. Aquí se hace y muestra amigo verdaderamente; en muchas otras obras se hace amigo nuestro; empero, en esta de la contemplación se hace amigo y se muestra amigo y muestra al hombre cuánto sea el amor que le tiene.

Por ende, en este negocio se le debe hacer muy entrañables gracias, y de todo corazón debe ser bendecido; lo cual se figura en la Virgen gloriosa Nuestra Señora, que después de haber subido en la montaña y haber oído a sus orejas cuánta cabida tenía con el Señor, haciéndole por ello gracias inmensas, compuso un maravilloso cántico en alabanza de Dios, el cual comienza: Engrandece mi ánima al Señor, y gozóse mi espíritu en Dios, mi salud (Lc 1,47-48).

Después que el ánima en los ejercicios de la vida activa concibe a Dios, sube a la montaña de la contemplación, levantándose a gran priesa, esto es, con gran fervor, a cosas altas y grandes, promovida y esforzada de aquel que concibió, y allí, en los altos ejercicios de la contemplación, oye a Elisabet, que le da fe haber concebido a Dios.

Elisabet quiere decir septenario de Dios, y significa los siete dones del Espíritu Santo que en la contemplación se reciben; los cuales dan testimonio a nuestro espíritu de la familiaridad que con Dios tenemos, que es verdadera y no fingida ni engañosa; lo cual, cuando el ánima oye con los oídos espirituales debe con hacimiento de gracias engrandecer al Señor, que así la ha querido engrandecer y subirla por la escalera de su gracia a tan alto grado; de las cuales gracias y bendiciones se goza el corazón en Dios, que es verdadera salud y sanidad de las potencias interiores del ánima.




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