CAPÍTULO IV. DE CÓMO LA SENTENCIA DE ESTA LETRA ES CONTRARIA A LOS MALOS

Habiendo mostrado cómo han de guardar esta letra los buenos, fácil cosa es mostrar cómo no la guardan los malos, que también son en tres diferencias: Unos tornan sobre sí, mas no en silencio; otros están a la puerta, que no han entrado en sí y también carecen de silencio; otros están lejos de sí dando voces, por lo cual has de saber que por tres maneras suelen algunos errar en las cosas espirituales.

Lo primero, no siguiéndolas como deben; otros piensan que las tienen, y carecen de ellas; otros las fingen con hipocresía, y éstos son los que están lejos de sí; mas los primeros, que están dentro de sí y no callan, son los que sienten de Dios muchas cosas, y luego las quieren publicar y decir, dando parte de su santidad aun a los que no la querrían saber; y hacen como la gallina, que con un huevo que pone atruena la casa para que lo sepan todos.

Sabemos que el santo profeta de hablar con Dios se tornó más mudo de lo que era (Ex 7,1-2), y no quiso hablar cosas altas hasta que le dieron faraute que hablase por él; dando en esto ejemplo a los varones espirituales, que deben hablar muy poco de las cosas que gustan de Dios; y aun cuando las hubieren de manifestar, díganlas como de otro, y traigan otras semejantes de la Escritura, por que no caigan los otros en él, pues que el santo niño Samuel no manifestó a Heli, sacerdote, lo que Dios le había dicho hasta ser de él muy importunado con halagos y suplicado y conjurado (1 Sam 3,15-18). Muy culpado fue el rey Ezequías porque mostró a los extranjeros los tesoros de su casa y los de la casa de Dios, para que tú tomes aviso prudente de callar así las gracias naturales que tuvieres como las que por contemplación ganares.

Los segundos que dije estar a la puerta y no haber entrado bien en sí son los que creen ser de Dios las cosas que tienen y son de su proprio espíritu, que como se retrae en sí cobra fuerzas; y con un poco de buen deseo que tienen comienzan a dar voces y dicen que no se pueden contener sin hacer esto, y que con esto descansan. Otros lloran muy recio; otros dan grandes gemidos; otros caen en tierra como muertos; otros tiemblan y hacen otros gestos diversos. Por la mayor parte son estas cosas causadas del proprio espíritu, aunque sin pecado, porque el buen deseo y fervor las mueve dentro en el corazón, que se mueve con mucho bullicio de dentro del pecho.

Empero lo más seguro es guardar silencio sin salir en voz ni gritos, ni en cosa que notablemente parezca de fuera, ca todo lo otro es sospechoso de mal, y por esto hay algunos devotos que se hacen tanta fuerza por encubrir lo que dentro sienten, que acaece echar sangre por la boca y por las narices y sufrir grandes dolores en las espaldas y en la cabeza por reprimir el espíritu que con gran vehemencia sienten moverse en el pecho.

Para remediar esto debes acostumbrarte a orar con mucha quietud, y en sintiendo en ti algo de lo susodicho, trabaja de lo templar al principio, ca si lo dejas crecer después no podrás.

Los terceros, que fingen cosas de santidad, están fuera de Dios y de sí mismos y muy metidos en el demonio, como una mujer que yo conocí del estado seglar, que le tomó deseo de ser santa muy presto para que la pregonasen por tal, y ayunaba miércoles y viernes y sábado sin comer bocado, y fingidamente hacía que se arrobaba y que estando así hablaba con los santos, y fingía adivinaciones, que muchas se cumplían; y echándose agua en los lugares do Cristo fue llagado, decía que sudaban, y con unas tijeras se comenzó a hacer la llaga del costado; y vino a tanto el negocio, que en estos arrobamientos hacía cosas que excedían las fuerzas humanas; y la causa de esto era, según ella dijo, que sentía serle dado de otro favor para esto cada vez que lo quería hacer; y el mayor mal de esto fue que después de haber usado esto muchos días, hallándose en ello muy consolada, vino a creer que todo lo que tenía era de Dios y que El había condescendido a su deseo; y en esto estaba muy firme que ya no tenía engaño alguno. Mas Dios, que no quiere la muerte del pecador, hizo con ella misericordia, y un día estando sola envióle de arriba un rayo de claridad que le traspasó las entrañas, y dentro en él venía una voz que dolorosamente le dijo: Haz penitencia, miserable. A la hora conoció que todo lo pasado había sido engaño, y fue de ello muy libre sin más tornar a ninguna cosa de ello. Desde entonces propuso de se confesar, y buscó un clérigo extranjero que pasaba de camino, al cual descubrió todas sus locuras; y tornóse a dar con instancia verdaderamente a la oración mental; y fue cosa maravillosa que a pocos años vino a gran perfección por los grandes gustos que de Dios sentía, en tal manera que halló a Dios más favorable para el bien que antes había hallado al demonio para el mal.

Allende de los que hemos dicho hay otros que guardan vanamente el consejo de la presente letra, ca tornan mucho sobre sí en las cosas exteriores, guardando el recogimiento de fuera en traer juntas las manos y compuesto el hábito, puesta la capilla, abajada la cabeza, concertados los pasos debidamente, que no parece sino que viven por arte; nunca hablan ni preguntan ni responden, los ojos ordenados delante de sí, muy mortificados y serenos y esquivos. Con estas cosas piensan que son recogidos y que tornan harto sobre sí; pues hacen esto con estudio.

Si aquesto hacen por ser reputados religiosos, es obra del demonio, que torna mucho sobre sí, haciendo todas las cosas y ordenándolas a su misma alabanza y propria reputación. Si lo hacen por dar ejemplo a los otros, ya no tornan sobre sí, sino sobre los otros, cuyos ídolos se quieren hacer, olvidando el recogimiento de dentro que trae a sí todas las cosas del hombre y requiere todo el cuidado; el cual más vehemente pone en tornar a sí el ánima que no el cuerpo, según aquello de David (1 Sam 3,15-18): Mi ánima tuvo sed de Dios, fuente viva; cuándo vendré y apareceré ante la cara de Dios; mis lágrimas me fueron panes de día y de noche, mientras me decían: ¿Dónde está Dios?; acordéme de estas cosas y derramé sobre mí mi ánima, porque tengo de pasar al lugar de la morada admirable hasta la casa de Dios.

El deseo que tenía David del Hijo de Dios, que se llama fuente viva que mana del pecho paterno, este deseo dice que lo hacía llorar y beber entre tanto lágrimas, y habíalo enflaquecido y deshecho tanto este deseo que tenía de se mostrar presente a Dios, que le parecía a él que todas las cosas le preguntaban por su Dios; ca cosa notoria es que pensamos hablar los otros de lo que nosotros mucho pensamos y deseamos; empero, el remedio que halló para ir a Dios y a su admirable morada, que es el corazón humano, dice que fue derramar sobre sí su ánima, tornando mucho sobre sí, conforme a la presente letra.

Y que este tornar sobre sí si se fundase en el recogimiento del ánima parece a la clara por la traslación de San Jerónimo, que dice en el postrer verso: Acordéme de estas cosas y derramé sobre mí mi ánima, porque tengo de venir a la ramada; callaré hasta la casa de Dios.

Ramada que da algún refrigerio y guarda del ardor del sol que enciende es la conciencia del nuevo devoto, a la cual ha de venir de las distracciones negociadoras del mundo, para lo cual aprovecha mucho la memoria de las cosas sobremundanas; y tornando sobre sí, derramar sobre sí su ánima, reduciendo a lo interior; y si persevera callando de corazón, vendrá hasta la casa de Dios, que es la conciencia del varón aprovechado, la cual ha de ser casa de oración y no cueva de ladrones, que son los cuidados mundanos, que nos hurtan las riquezas espirituales y nos apartan de los santos ejercicios.

Así que los principiantes, conforme a esta letra, tornen mucho sobre sí, doliéndose de su mala vida pasada; y esto en silencio, que es la paciencia, según dije, y en esperanza de aprovechar, y los aprovechados tornen sobre sí de los derramamientos del corazón en silencio quietísimo y en esperanza de la actual gracia que piensen recibir luego del franco Señor; los perfectos tornen sobre sí velando sobre el recogimiento con vivez de corazón ordenada a Dios, y con profundo silencio a toda cosa criada, y con tan fuerte y firme esperanza que con el deseo lo transporte a las cosas celestiales.




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