CAPÍTULO II. DE UNA DECLARACIÓN QUE HIZO SAN FRANCISCO SOBRE EL «PATER NOSTER»

Por ser esta oración del Señor mejor en mucho grado que todas las otras, han hecho los santos muy buenas exposiciones sobre ella, las cuales, por ser tantas, quiero dejar aparte y poner aquí la declaración que San Francisco hizo sobre ella, y que el mismo santo decía; y quien bien rnirare en ello, verá que no sin misterio la puse aquí, porque sin duda no he visto exposición de más utilidad para todos los fieles que ésta, ni que más inflame el corazón de las personas devotas. Y la exposición junta con la letra de la misma oración comienza de esta manera:

Beatísimo Padre nuestro, Criador, Redentor, Salvador y Consolador nuestro que estás en los cielos, en los ángeles y en los santos, alumbrándolos para conocer, porque tú, Señor, luz eres; inflamas a amor, porque tú, Señor, amor eres y moras en ellos; e híncheslos para que sean bienaventurados, porque tú, Señor, eres sumo bien y eterno, del cual viene todo bien, y sin el cual ninguna cosa es buena. Sea tu nombre santificado; sea clarificada en nosotros tu noticia, para que conozcamos qué tal sea la latitud de tus beneficios, la longura de tus promisiones, la alteza de tu majestad y el profundo de tus juicios. Venga a nos tu reino, para que tú reines en nosotros por gracia y nos hagas venir a tu reino, adonde tu visión está manifiesta, tu amor perfecto, tu hartura bienaventurada, tu fruición y gozo sempiterno. Sea hecha tu voluntad en la tierra así como en el cielo, para que te amemos de todo corazón, pensando siempre en ti, y de toda nuestra ánima deseándote siempre, y de toda la memoria enderezando en ti todas nuestras intenciones, y buscando en todas las cosas tu honra, y gastando de todo nuestro poder todas nuestras fuerzas y sentidos de ánima y cuerpo en el servicio de tu amor y no en otra parte, y amemos, Señor, a nuestros prójimos como a nos mismos, trayéndolos a todos a tu amor según nuestras fuerzas, y gozándonos de los bienes ajenos como de los nuestros, y compadeciéndonos de sus males, y no dando a nadie alguna ofensión.

Nuestro pan de cada día, que es tu amado Hijo, nuestro Señor Jesucristo, dánoslo hoy en memoria y en inteligencia y en reverencia del amor que nos tuvo, y de las cosas que por nosotros dijo e hizo y sufrió. Y perdónanos nuestras deudas por tu inefable misericordia y por la virtud de la pasión de tu amado Hijo, y por los merecimientos e intercesión de la beatísima Virgen María y de todos los escogidos, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores; y lo que enteramente no perdonamos, haz tú, Señor, que plenariamente lo perdonemos, para que verdaderamente amemos por amor de ti a nuestros enemigos y debidamente roguemos acerca de ti por ellos, no dando a ninguno mal por mal, y que estudiemos aprovechar a todos en ti. Y no nos traigas en tentación oculta o manifiesta o subitánea, ni que dure un momento; mas líbranos del mal presente, pasado y por venir. Amén.

Si quisiésemos mostrar cuán buena exposición es aquésta, sería necesario tornar a glosar la misma exposición y declarar cuán al propósito de Cristo, cuanto a su sentido, van añadidas las palabras a cada petición; empero, por resplandecer tanto en ellas el verdadero amor, no será menester decir más.

Aunque, según hemos dicho, esta oración del Señor tenga primado entre todas las otras oraciones vocales, no por eso debe el hombre dejar las otras, ca de otra manera engendrarse había fastidio; y más que hallamos haber hecho algunas santas personas otras oraciones aprobadas, y también que muchas veces es cosa muy buena orar el hombre vocalmente con palabras compuestas de propria afección y que pertenecen a su presente necesidad, como lo hizo el publicano, y Ana la madre de Samuel, y judas Macabeo, y otros muchos que con palabras breves, que ordenaban ellos, oraban vocalmente al Señor demandando lo que de él habían menester con gran afección; porque esta manera de oración que compone la persona necesitada provoca muchas lágrimas; y como son palabras nuevas las que así se dicen, y que declaran la propria fatiga, más particularmente dícelas el hombre de todo su corazón.

La oración vocal, según viste, es una petición que damos o enviamos a Dios, en la cual le demandamos lo que de Él hemos menester. Aunque sea bueno servirse hombre de las peticiones que los otros santos le dieron, empero muy buena cosa es y que place al Señor componga o escriba el hombre con la péndola de la lengua para cada cosa que hubiere de pedir nueva petición y breve; porque así como los grandes señores huelgan de oír a los hombres rústicos que hablan sin malicia groseramente delante de ellos, así el Señor ha mucho placer cuando con tanta priesa le rogamos que, por no detenernos en buscar palabras muy revistas y ordenadas, le decimos en breve nuestra necesidad, a ejemplo de la cananea que decía: Habe misericordia de mí, Señor, hijo de David, que mi hija está mal atormentada del demonio (Mt 15,22). Y el hijo gastador oraba diciendo al Padre celestial: Padre, pequé contra el cielo y delante de ti; ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme en tu casa como uno de los que tienes a soldada (Lc 15,18-19). La madre de Samuel, que no tenía hijos, oraba al Señor diciendo (1 Sam 1,11): ¡Oh Señor de las batallas!, si volviendo tus ojos vieres la aflicción de tu sierva, y te acordares de mí, y no olvidares tu esclava, y dieres a tu criada un hijo varón, ofrecerlo he yo al Señor todos los días de su vida.

La Escritura está llena de oraciones semejantes, compuestas por las mismas personas, con que brevemente demandaban al Señor lo que de él habían menester, según la presente necesidad en que se veían puestas; y esta manera de orar vocalmente es muy impetrativa, que alcanza del Señor presto lo que demanda, y por tanto la deberían usar mucho los fieles devotos en sus necesidades, declarándolas al Señor, con breves palabras compuestas por ellos mismos; y no solamente antes del sueño, mas antes de toda obra deberían todos orar de esta manera, encomendando al Señor particularmente cada cosa, familiarmente hablando con Él, formando palabras convenientes a la propia afección, mediante las cuales unas veces quejándose delante de él manifiesta sus necesidades, otras confiesa sus pecados, otras demanda misericordia y gracia y favor contra los peligros y fatigas del mundo que a sí o a los suyos empecen.




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