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Tornando al ejemplo que pusimos del ave puesta en la jaula, claro está que mejor podrá ser
amansada y hecha doméstica por amor que no por rigor, y mejor la podrán aplacar con palabras
blandas que no ásperas voces que la espanten; más vale para la hacer segura traerle blandamente
la mano por la pluma con Halago que no herirla ni amedrentarla; y así, cuando tú sintieras que
tu ánima se desmanda en diversos y desconcertados pensamientos, no la escandalices más ni le
des más aflicción, sino corrígela amorosamente con algunas breves palabras de amor, como si le
dijeses después que sientes la distracción de los pensamientos: ¿Dónde has ido volando, oh
ánima mía? ¿Qué traes de allá do fuiste, sino tibieza? ¿No sabes que el Señor visita a los que
están consigo mismos, y se aparta de los que se apartan de su corazón? No seas callejera; mas si
quieres ser esposa del muy alto, has de ser muy encerrada, para que de aquí se presuma tu
honestidad.
Con palabras semejantes que el hombre diga a su ánima le será suave según lo debe ser el
hombre enseñado (Eclo 37,20); y con una disimulación de las pasadas distracciones debe poner
remedio en lo que se podrá seguir, quitando toda cosa que le es causa de se derramar, y esto con
el mayor amor que pudiere, ca no hay cosa que más provoque a la cosa que buscamos que el
amor que le tenemos.
Este ejercicio no se alcanza por fuerza, sino por maña; no hay cosa más mañosa que el amor, el
cual debe ser como azote que hiere al trompo para que torne a avivar y no muera, sino que
siempre ande. Trompo es nuestra ánima, de sí misma inclinada a caer; mas el azote del amor la
puede hacer tomar nuevas fuerzas, si la corregimos siempre con él, según dice nuestra letra;
pues que siempre es defectuosa y se cansa presto de obrar en lo interior y secreto de su corazón,
donde no debe dormitar ni dormir el que guarda a Israel.
En lo que nuestra letra dice que corrijas siempre tu ánima, debes notar que la condición más
necesaria a todo espiritual ejercicio es la continuación de él; y la razón por que aprovechamos
poco en los ejercicios espirituales es porque los usamos poco, ca no hay alguno, por bajo que
sea, que si lo usásemos continuamente no nos aprovechase mucho en gran manera. Y según
esto, aquel ejercicio tengo yo por mejor a mí que más uso, y aquel será mejor a ti que más
usares; de manera que, si miras en ello, hallarás estar, por la mayor parte, la mejoría de los
ejercicios en el uso de ellos. Y porque a todos conviene usarse, puse en la letra primera de cada
Alfabeto esta palabra siempre, o otra que casi valiere tanto; porque en el primero hallarás esta
palabra mucho, y en el segundo esta palabra entre todas las potencias, y en el tercero esta
palabra siempre, en las cuales se toca la continuación que a cada ejercicio es necesaria.
Las obras que el hombre hace exteriormente fuera de sí permanecen en sí mismas; y muchas
veces sería defecto obrar siempre en ellas, porque pasaría hombre los términos que a ellas les
conviene; mas las obras de dentro de nos referidas a Dios, si son de amor, cuanto más
continuamente obramos en ellas son mejores; y aunque cesando quede engendrado hábito, no
por eso la continuada operación deja de ser mejor, porque no merecemos por los hábitos, sino
por los actos, ca sería posible tener uno hábito de virtud y obrar el vicio contrario a la virtud
que tenía, y entonces, aunque no perdiese el hábito y buena costumbre de obrar virtuosamente,
en no haber obrado según ella no le vale nada por entonces para con Dios. Así que, pues por
los actos merecemos y no por los hábitos, para más merecer y aprovechar es menester más usar
la cosa de virtud, porque no basta haber hecho bien, sino hacerlo; y así no basta que un tiempo
te des a la oración si otro cesas; ca cesando pierdes la costumbre que ganaste orando; y por
tanto nos amonesta mucho la Escritura orar siempre, y esto nos amonesta muchas veces, por
que de la repetición de la palabra conozcamos la necesidad de la obra que nos es amonestada.
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