CAPÍTULO VII. DE COMO TE HAS DE HABER EN LAS TENTACIONES SUSODICHAS

Si piensas bien y miras en ello, verás que más son tus adversidades en ti y en tu reputación que en sí mismas; y de hecho te acaece como al que pasa de noche por algún oscuro y le parece que ve fantasmas, como de verdad se le antoje; y si algo ve, solamente fue oscuridad y tinieblas, que en sí son ninguna cosa. Sentimos mucho lo que en sí no es mucho, y aun a las veces no es nada, sino que tú finges enemigos, aunque ninguno te quiere mal; tómaste tú contra ti la palabra que se dijo, sin parar mientes en ella; no se acordaba el otro de ti, y tú barruntas que contra ti lanzó aquella saeta; llágaste tú mismo con saetas de niño, que son palabras de poco peso; eres de tan nuevo y tierno espíritu, que no te han de osar hablar, temiendo que te has de llagar sin golpe y quejar sin porqué; no seas tan sensible, haz ancho el corazón, mira que Saúl oyó lo que se decía contra él (1 Sam 10,27), y no curó de ello, sino pasólo con disimulación (1 Sam 11,12-13), y desde que se pudo vengar despreció la venganza.

En las palabras desabridas que se dijeren contra ti no puedes tener mejor remedio que disimular. Bien sé yo persona que burlando y con risa, respondiendo alguna palabra de juego, pasa todo lo que se dice contra ella, y con decir una gracia delante de sus enemigos los hace callar a todos, y que luego pierdan el enojo y echen a burla lo que antes decían de veras. Todas estas mañas sabe la humildad; mas la soberbia, que se injuria de todo, jamás tendrá paz.

Podrás decir que cosas hay que se pueden pasar en juego; empero unos temas viejos de personas mucho tiempo antes conocidas por maliciosas no se pueden disimular, porque, si os reís delante de ellos, dicen que regañáis, y todo su estudio ponen en contaros los pasos y notar cuanto hacéis; los cuales fingen muy buen celo, y al cabo son como Decio, que por la codicia del tesoro hizo matar a San Lorenzo, fingiendo que lo hacía por celo de los dioses. Y así algunos te persiguen por te quitar tu oficio y disminuir tu fama, pensando que ha de crecer la suya, y con todo esto fingen religión.

Aunque esto fuese así, siendo tú bueno ningún mal se te puede seguir, porque ninguno te puede quitar a Dios, y quitarte todo lo otro es quitarte trabajo; empero conviénete andar sobre aviso, sin traer cosa descubierta, ya que una lanza de dura reprehensión te han de lanzar si te ven algo descubierto con falta de virtud, y por doquiera que te vieran falto te han de morder y corregir, por tal suerte que parezca más persecución que corrección; lo cual no debe temer el buen caballero, porque los acusadores que tú tienes por enemigos se llaman avisanecios, y hacen mucho provecho en la casa del Señor, y son como la lima en la casa del herrero, que gasta la superfluidad de las otras cosas, aunque con su daño de ella.

Pudieron los romanos destruir a Cartago, mas el parecer de los mejores fue que no la destruyesen, porque la guerra de ella fue ocasión de victoria y esfuerzo y fama a los romanos, y hacíalos ejercitar en la guerra. De esta manera es bien que tengas émulos y quien te mire, por que no te descuides en la virtud, lo cual había de elegir todo varón discreto si fuese admitido el parecer de la razón.

Dice San Agustín que la mayor persecución que hombre puede tener es estar sin ella, porque como ella sea puerta del cielo por do Cristo entró allá, parece que se nos cierra la puerta de la vida cuando no somos perseguidos.

No te apartes de la virtud aunque sobrevenga la persecución, porque tus mismos perseguidores te dirán que fuiste inconstante y ajeno de razón cuando el día del juicio vean tu error, si ahora no lo ven, y te dirán que, pues tú estabas certificado de tu justicia, no debieras dar lugar a la ignorancia de ellos, cuya intención a las veces no es menos buena que la tuya; y pues el mal que te causan es poco, y premio que esperas es mucho, tú eres el más culpado, que por huir el frío no quieres trabajar, y haces como caballo espantadizo, que, por huir de un pájaro que se levanta, junto con él da tal salto como si viera un león.

Si entre los hombres hubiera cumplida paz, no fuera menester la paciencia, que se puede llamar virtud a falta de otra, así como la penitencia es virtud a falta de la justicia original que se perdió; la cual si no se perdiera en todos, no fuera menester penitencia; y así la falta de aquella paz que había antes del pecado suple la paciencia que nos es necesaria, aunque mejor sería tener paz. Empero, por que no falte todo, necesario es buscar paciencia, lo cual por el defecto que presupone se llama nuestra en el Evangelio, y la paz por ser tan principalísima y gran virtud se llama de Cristo, que es príncipe de paz; en tal manera que nunca la perdió en ninguna de sus persecuciones, teniendo siempre su corazón muy quietísimo, sin se alterar por cosa que le acaeciese; porque primero estaba muy prontísima la razón a todo que la sensualidad suya hiciese algún movimiento sensible, la cual nunca salió un punto de la razón, ni la razón de la divinidad; mas nosotros, míseros, damos tanta cabida a la sensualidad, que apenas dejamos llegar la razón; y desde que llegó no la oímos, que, si la oyésemos y detuviésemos la sensualidad hasta que ella llegase, fácil sería de alcanzar la paciencia y la paz.




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