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Una razón quiero traer para probar que el gusto de las cosas celestiales no se da por premio
temporal con despedimiento de los bienes eternos, y es que el tal premio temporal con
privación del premio eterno solamente se acostumbra en la Escritura dar a los malos que
dicen aquello (1 Re 12,16): ¿Qué parte tenemos en la casa de David, o qué heredad en el
hijo de Isay? En menospreciar éstos la parte de la casa de David menosprecian los bienes
eternos, y en menospreciar la heredad del hijo de Isay menosprecian los favores de Cristo,
mediante el cual se alcanzan, y a este tal dice la Santísima Trinidad aquello de Isaías (Is
26,10): Hayamos misericordia del malo, y no aprenderá a obrar justicia; en la tierra de los
santos hizo cosas malas, y no verá la gloria de Dios.
Dios ha misericordia del malo cuando le da algún premio, aunque sea temporal, el cual él
aún no merecía; y porque los premios terrenos atraen al hombre a la tierra de que fueron
tomados, dice Dios que el tal no aprenderá a hacer justicia; ca, como él sea malo, las cosas
que aún de sí son buenas convierte en mal; y porque en la tierra de los santos, que es la
Iglesia del Señor, obró maldades, no verá la gloria de Dios ni con el corazón sucio a este
fin, que con ella le paguen sus pocos y malos servicios; la cual ve en los justos por el gusto
sabroso de la contemplación, teniendo el corazón limpio de los terrenos cuidados.
Si Dios quisiese pagar a alguno con solamente darle a gustar las cosas celestiales, y darle el
espíritu y don de la devoción, de verdad que la tal paga sería ocasión que el mismo Señor
daba, para que el así pagado trabase pleito y se entremetiese en haber los bienes eternos;
porque, de tal gusto convidado, buscaría manera para lo haber, y dejando todas las otras
cosas, daría medio para ello, el cual como no sea otro sino guardar los mandamientos de
Dios, luego era con ellos y diría al Señor con David: Incliné mi corazón a obrar tus
justificaciones por la retribución. Así que de esta manera, como el reino de Dios sea
vendible, según dice, ya éste lo tendrá comprado.
Confieso y creo verdaderamente que mediante el deseo de la divina dulcedumbre se
convierten muchos pecadores a Dios, y cuán bueno sea este deseo, y cuánto de los santos
amonestado, decirlo hemos habida oportunidad; y creo también que Dios nunca lo da a este
fin que con él haga pago a los que han de ir al infierno, porque a éstos paga con los deleites
carnales y riquezas terrenas y honras mundanas. No, empero, niego Dios poderlo hacer, pues
que ninguna cosa es imposible a su Majestad; y también creo que están muchos en el infierno
que algún tiempo fueron amigos de Dios, mientras tuvieron su caridad y gracia; y estos tales
recibieron muchos y grandes gustos de Dios; empero no dados a fin que con ellos se
despidiese; lo cual no digo creer sin Escritura sagrada que lo afirme, mas aún pensarlo o
dudarlo no es bien dudado; y si tiene su Majestad determinado de me enviar al infierno, pues
lo merece la muchedumbre de mis pecados sin número, suplico a su Majestad, si con alguno
usó la tal manera de paga, la use también conmigo, para que mediante ella goce siquiera
algún tiempo de su santo amor, al cual ella mucho convida al humano corazón y devoto.
Decir también que el gusto de la contemplación puede tener uno que está en pecado mortal,
es decir nonada; pues que esto conviene a todos los otros dones, sacada la caridad que,
según dice San Pablo (1 Cor 13,1-3), sola salva, y sin ella todo lo demás es habido por
nada; así que esta razón no cause temor en el contemplativo más que en otro cualquier fiel
cristiano, antes debe responder el tal que la cosa con que menos se compadece el pecado
mortal, después de la caridad, es el gusto espiritual del Señor, muy dulce y suave a los que
lo temen.
Tornando a lo primero de la segunda palabra de aquesta letra, el que recibe del Señor el
espíritu doblado que demandaba Eliseo sin trabajo alguno (2 Re 2,9), conoce la gracia que
recibe, porque con la gracia que recibe en la voluntad le da lumbre en el entendimiento para
conocer la misma gracia, que es como espíritu doblado; mas si tú no recibes sino el espíritu
sencillo, que es la sola gracia, haste de hacer con mañosa industria experimentado en ella,
tomando aviso de la una para la otra por razonables conjeturas y avisos; los cuales deben ser
diversos, según las diversas gracias que el Señor Jesucristo te diere; y no te maravilles por
haber dicho gracias diversas, porque yo conocía hombre que por un año recibió de Dios
cada día nueva manera de gracia; el cual aunque no recibiera el conocimiento de la misma
gracia, sino que se la dieran cerrada como melón, y se la pusiera Dios muy secreta en el seno
de su corazón, y se la metiera Dios en la boca de su ánima sin le dar a sentir sino solamente
el gusto. Cosa clara está que, si él fuera avisado y mirara en ello, saliera naturalmente sin
nuevo don con mucha experiencia de cosas espirituales; la cual es de grandísimo provecho y
utilidad, no tan solamente al que la tiene, mas a toda la Iglesia, porque mediante ella remedia
y consuela a muchas ánimas que tienen espirituales tentaciones y dudas y fatigas interiores
causadas del demonio.
Y por que veas cuánto aprovecha esta experiencia, yo conocí una persona que, hablando con
un endemoniado, para lo consolar, cuando no tenía el demonio, le dijo, sin haber él mismo
sido endemoniado, todas las cosas que el demonio hacía con él, y las cosas que le inspiraba,
y cómo se había con su ánima, afirmando el endemoniado ser todo verdad; y esto no lo dijo
por alguna revelación de Dios ni del demonio, sino acordándose de las cosas espirituales
que obraba en él la gracia que muchas veces había sentido; y comparando y refiriendo y
diferenciando unas cosas de otras, por mera conjetura dijo los males que el otro recibía del
demonio.
La industria que yo te puedo dar para esto, por ser las cosas muy diversas, no es otra sino
decirte que pares mientes en las cosas y que examines con fidelidad las causas de ellas,
mirando lo que pasó y lo que después se sigue, y notando lo uno y lo otro.
Algunas veces temerás lo que es bueno, como Herodes temía a San Juan, que quiere decir
gracia; porque sin razón temerás alguna gracia que deberías amar, y esto por falta de
experiencia. Otras veces tendrás en más lo que es menos y en menos lo que es más. Otras
veces harás caso de lo que no es nada; empero no temas, ca en esto no hay pecado ninguno,
si tu intención no estuviere dañada; y como dijo una muy santa persona si el demonio te
hiciese creer que alguna cosa es buena no lo siendo, muy presto será deshecho el engaño,
porque Dios, que, según dice San Pablo (1 Cor 10,13), en esto es muy fiel, no consentirá que
sea durable el error, ni tampoco será de cosa que se aventure mucho, porque el ánima luego
poco más o menos barrunta las cosas, y tu buen consejero te aprovechará mucho, según te
diré.
Has, empero, de notar un aviso, y es que, cuando sintieres alguna gracia en tu ánima, por
entonces no seas curioso en saber qué cosa es, ni por entonces estés escudriñándola; mas
abre el corazón al don del Señor, alimpiándolo todo lo más que pudieras del polvo de la
vagueación, y consiente a la gracia interior con toda su afección y entrañas, como quien, si
menester fuere en ella, se echa a morir, sin temor de perder en ella la vida corporal; lo cual
será muchas veces menester, según nuestra poquedad y el gran poder de Dios, mas no dudes
de entrar en el profundo; aunque temas, no des lugar al temor, y si para pasar a la gracia
hubieres de pasar por fuego, tampoco temas; ni temas aunque te parezca que es menester
deshacerte del todo; cuanto más te murieres y perecieres es mejor, porque entonces te
hallarás mejorado en el ánima, aunque desmayado en el cuerpo, y ponte a todo lo que te
viniere en la oración interior, creyendo que no vendrá sino de la mano de Dios y por
entonces, como dije, no cures de saber qué cosas son aquellas que pasan por ti o que se
obran en ti, sino confía; porque si esto no haces y quieres mirar y remirar, perderás la gracia
que entonces obra, no queriendo, según se dice en los Cánticos (Cant 6,5), que pongas en
ella tus ojos para conocerla, sino tus manos para la abrazar, y tu corazón para la amar, y tus
oídos para obedecer, y tu boca para la gustar, y tu cuerpo y tu ánima para la recibir.
Ninguna de estas gracias que algo son viene al ánima sin dejar muy grandes rastros de quién
es, que permanecen en el ánima a lo menos un día; y aquellas reliquias del hombre pacífico
obran en el ánima cosas diversas: unas veces causan un gran descanso y amor de soledad;
otras alumbran el ingenio a entender y decir cosas grandes; otras veces causan tan gran
alegría de corazón, que nunca cesa en el corazón la risa del Señor; otras veces abren para
llorar las fuentes de los ojos que están proveídos de las fuentes del Salvador; otras veces
despiertan el ánima al hacimiento de las gracias; otras veces quitan la gana del comer e
imprimen en el corazón la memoria de Dios y el menosprecio de las cosas perecederas; otras
veces las reliquias de la gracia despiertan verdadero amor de los prójimos en el ánima, que
tan verdaderamente se goza el hombre de sus bienes como si proprios fuesen, y se duele
tanto de los males ajenos como si él los sufriese. ¿Para qué te diré más? Solamente sé decir
que las virtudes que la diversa gracia causa en el ánima cuando cesa de obrar tan
abundosamente son tan verdaderas, que, comparadas a las que en el otro tiempo sienten los
hombres, parecen estas otras fingidas o muertas o pintadas en traza de carbón.
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