CAPÍTULO V. EN QUE SE NOS AMONESTA LA HUMILDAD

Bienaventurado es el que pone mucho estudio en humillarse por cualquier vía que pudiere, apocándose en sus ojos y en los ojos de todos lo que viven, ca si conociésemos el valor de la humildad, aunque esté sola, no cesaríamos de la buscar y vender todos los otros cuidados por buscar esta pequeñuela piedra preciosa que engrandece los que la hallan; empero no se halla de ligero, si no se aficiona enteramente a ella el corazón y la procura con tanto aviso que ninguna cosa haga sin que mezcle simple humildad en ella; y digo simple, porque la llaneza de esta virtud vale mucho, ca en tal manera lo debes procurar, que los otros no paren mientes en ello, porque como ella es virtud encubierta, así se quiere buscar por vías secretas, como quien disimula y no echa de ver las honras ni los favores, y no quieras que hagan caso de ti; porque de esto se ofende la humildad, que es muy callada y no hace ruido ninguno; y aunque ve serle hecho agravio, no se queja sino de sí porque lo sintió, y ya que lo siente, cállalo; y si otro se lo dice, niégale que no mire en ello, y en burlas o en veras siempre trabaja de manifestar de sí cosas de menosprecio, y desapropiarse de las habilidades y gracias que tiene: ensalza las cosas de los otros y abate las suyas; así trata con los otros como si fuesen sus mayores, porque contempla en ellos lo bueno y en sí lo defectuoso para los anteponer juntamente; a todos sirve y honra, manifestando las virtudes que de ellos conoce y dando la ventaja sin querer oír esto de sí, porque la afección con que hace esto se endereza a solo Dios, delante el cual anda siempre el ánima humilde como de rodillas, muy sujeta y solicita por se humillar a Él.

¡Oh humildad, virtud soberana, madre y minero de virtudes!, ¿quién tuviese vena para loarte y corazón suficiente para amarte sin fingimiento? Tú eres amable a Dios y a todos los hombres; sujetas los demonios con tu quieta sujeción; aun tu contraria la soberbia se precia de tu hábito, por le parecer más útil. Tú engrandeces el corazón y lo haces más profundo por descubrir con más abundancia el manantial de las gracias y lo hacer más capaz de Dios; tú sola estás segura de caída, porque siempre eliges lo más bajo, y aunque te derriben, nunca te hieres; tú engrandeciste al mayor de los hombres, Cristo, y por no te amar el mayor ángel pereció; tú animas los que pelean y eres como la Tierra, que daba, según dicen, fuerza a su hijo cada vez que adrede se derribaba; tú no tomas por injuria ser muchas veces desechada, y por eso nunca dejas de alcanzar lo que pides al que manda que le seamos importunos; tú sola eres infatigable, porque nunca te satisfaces con lo hecho, antes lo tienes por inútil; tú puedes trastornar la casa de Dios y hacer de los postreros primeros y de los primeros postreros; tú sola conoces cuánta necesidad tenga la criatura de Dios, y cómo los servicios que le hacemos son más de verdad nuevas mercedes que él secretamente nos hace; tú te precias de ser deudora al Señor que nunca se niega.

Cuando mucho recibes, miras la grandeza del que te hace las mercedes y la obligación que te carga, y cuando no recibes, miras tu poquedad para te juzgar indigna y decir que por ti se corta el hilo de las mercedes, y procuras de lo restaurar mostrando tu mengua; tú ganaste la bendición para Jacob, y lo hiciste señor de su hermano mayor, porque siete veces se le humilló; tú alcanzaste a Saúl el reino y diste la victoria de su enemigo a David; tú hiciste que no abajase fuego del cielo sobre el tercer príncipe que fue a llamar a Elías como sobre los otros, ca éste solo le habló humildemente; tú hiciste cesar la ira del muy alto en los días del rey Ezequías, porque se humilló al profeta; tú esforzaste el brazo de la hembra para cortar la cabeza del poderoso Holofernes, y diste la no esperada victoria a los que habían humillado sus ánimas a Dios; tú hiciste graciosa a Ester ante los ojos del rey Asuero, por ser ella tan humilde que aborrecía los atavíos de reina.

¿Para qué diré más? Hoy día no dejas de hacer en espíritu las mismas cosas, porque a los pecadores que se humillan alcanzas el reino del cielo y les das la victoria contra sus enemigos, y estorbas a muchos el fuego del infierno, y haces cesar en muchos tentados la ira de Dios que los castigaba, por humillarse ellos al buen consejero; tú al ánima que te ama haces tan fuerte que corte y derribe la cabeza del mundo soberbio que se esfuerza a impedirnos todo bien, y la haces muy agradable a los ojos de Dios, que están puestos sobre los humildes para los hacer crecer y ponerlos en sublime estado de aprovechamiento espiritual, y hacer que, si crecen aquí en humildad, crezcan acullá en gloria.




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