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La cuarta tentación es áspide sedienta, y tiene figura de la tentación carnal, porque, según dice la
glosa, es un linaje de áspide tan pequeño que no lo ven cuando la pisan, y si muerde, mata de
sed. El mal deseo carnal, que nunca dice basta, sino siempre daca, daca, se puede llamar
serpiente, que todos pisamos cuando entramos en el mundo, pues que fuimos en él concebidos;
y es tal esta serpiente, que no la vemos ni sabemos cómo nos muerde cuando sentimos sus
rabiosos y sedientos bocados y sus aguijones de mala codicia; y por que nuestra mortal sed se
remediase y no muriésemos de ella ordenó Dios el agua del bautismo, que reprime algo y
tiempla esta sed del mal deleite que tenemos, y hace que lo que antes era culpa ya no lo sea, sino
ocasión de más merecer.
Por dos vías puede ser un hombre tentado de lujuria: o por partes de fuera o por partes de
dentro. De la primera baste lo que se dijo que hacía el demonio, y también se reduce a ésta la
provocación de otras muchas cosas que nos despiertan a mal deseo; empero muchas veces es
hombre tentado sin nada de esto, sino que la sola sed que nos queda del bocado de la dicha
serpiente nos despierta a mal, porque cada uno es tentado de su mala codicia y atraído y
convidado (Sant 1,14).
Pues por dos vías puedes ser tentado, debes parar mientes de dó procede el principio de tu
tentación: si se provocó por alguna causa de fuera, o si de sí mismo se mueve naturalmente tu
mal deseo sin ocasión alguna, como se suelen mover todos los otros apetitos del hombre
mísero; y que debas parar mientes en esto para estorbar la causa, muéstralo el Sabio diciendo
(Prov 27,23-24): Conoce con diligencia el gesto de tu ganado y considera tus greyes, porque no
tendrás siempre poder, mas dársete ha corona.
Muchas son las reses y animales menudos y muy brutales que tenemos en la tierra de nuestro
cuerpo maldita, que son los deshonestos movimientos; empero hemos de considerar quién son y
de dó toman principio para les cortar la pasión, aunque, según dijo el Sabio, no tendremos
siempre poder, porque veces hay que no basta industria humana para poner en razón estos
animales; y también porque dentro en nosotros está nuestro enemigo, y aunque hombre sea muy
solícito pastor, no puede reprimir estas bestias de tal forma que totalmente callen y olviden su
perverso natural.
Lo peor que hay en este negocio es, como dice San Bernardo, que el hombre por fuerza ha de
mantener enemigo con quien pelee; empero esto ordena nuestro Señor por nos dar corona de
victoria, según dijo el Sabio. Y San Agustín, hablando a este propósito, dice: Dios conoció tu
esfuerzo y mira tu voluntad, y está considerando la lucha que tienes con la carne, y te amonesta
que pelees, y te ayuda para vencer, y mira la batalla, y levanta al que desfallece y corona al que
vence.
Desde que las adversidades que de fuera nos vienen no nos fuerzan a ir a Dios, permite Él que
salga de dentro de nosotros cosa que nos constriña a ir a Él, que es amparo de los justos; según
aquello de San Gregorio: Mirad que Dios mezcla algunos azotes con sus dones para que nos sea
amargo todo lo que nos deleitaba en el siglo, y se levante aquel encendimiento que nos inquieta
siempre al celestial deseo y nos despierte.
En esto muestra este santo que aun las carnales tentaciones nos deben ser mensajeros para ir a
Dios, que siendo tribulados viene y mora en nosotros, según lo prometió si por su amor
contradecimos, en cuya figura se dice que vio el profeta la zarza que ardía y no se quemaba y
que Dios estaba en ella, el cual sin duda la conservaba y detenía al fuego estorbando su
operación.
Zarza muy espinosa es nuestro cuerpo, lleno de espinas pungitivas, que son las tentaciones que
llagan el ánima; y aunque el fuego de la mala codicia que tienta esté en él ardiendo, no por eso
se quema la voluntad, si no consiente ni huye de allí Dios, ca no aborrece la naturaleza, sino la
culpa, y mora en el cuerpo sujeto a tentaciones, aunque huye del sujeto a pecados.
Pues has visto lo ya dicho, no te espantes si fueres tentado, ni creas a los que te dicen que por
esto te has de apartar de Dios; pues que la pelea que dice San Pablo haber entre el espíritu y la
carne no es en ti solo; ni digas que para qué concebiste tu buen ejercicio y devoción, aunque
sientas dentro en ti la pelea de Jacob y Esaú, que son la sensualidad y la razón, ca poderoso es
Dios para sacar la cosa a luz; y tras esos tiempos vendrán otros, como viene tras el invierno el
verano, y entonces dirá el esposo a tu ánima que se levante y se dé prisa; mas entretanto no cese
de levantarse, aunque no se pueda dar prisa como querría por ser agraviada de la carne
corruptible que pelea contra el ánima (Sal 6,3). La carne atrae a la tierra de do fue tomada, y el
espíritu torna al Señor que lo dio; lo cual si sabes sufrir en paciencia, pasarás por fuego y por
agua hasta venir al refrigerio, y según la muchedumbre de los dolores que recibes en tu corazón,
serán después las consolaciones que alegren tu ánima (Sal 93,17-19).
Acuérdate que, según dice el Sabio (Prov 17,3), nuestro Señor prueba los corazones con fuego,
como se suele probar y apurar el oro y la plata en el horno, que es tu mísero cuerpo, donde el
ánima se renueva de día en día.
Acuérdate del casto José, que, no pudiendo hacer más, dejó la capa en las manos de la mala
mujer y salióse afuera (Gen 39,12). Si tu sensualidad ruega al espíritu, que es José, mira que él
no consienta, para que así venga a ser señor de Egipto, y aun apellide y trabaje de lo derribar y
decir que él tiene la culpa. Si él fuere cuerdo dejando la capa, que es la carne, a la sensualidad,
apártese afuera desatando el lazo del consentimiento, como dice la glosa, y quedará sin culpa,
aunque todavía se trabajará de lo inflamar con probables conjeturas, según otra glosa dice,
aunque de verdad no lo haya podido vencer.
De todas partes cercaron los viejos a Susana para la deshonestas, y desde que no pudieron
buscaron tal forma que todavía pareciese culpada, aunque en la verdad no lo era. Susana quiere
decir lirio, y es el ánima afligida como lirio entre espinas, a la cual tientan los viejos
movimientos cuando la ven entremetida en las cosas que tocan al amor de Dios, varón suyo; y
desde que no consiente a los viejos, ellos todavía se trabajan de mostrar que es adúltera,
formando escrúpulo donde no lo hay; y así la cercan de angustias y no le queda sino clamar a
Dios, el cual no deja de la socorrer por Daniel, que quiere decir juicio de Dios, y es la razón que
con su alto conocimiento se allega a Dios y se aparta de estos viejos perversos, y los condena.
Muévese a las veces tan gran tempestad en la mar muy amarga de este cuerpo, que parece
sumirse debajo de las ondas del mal deseo nuestra ánima, navío de Dios; y esta tempestad no se
levanta porque falta Dios, sino porque duerme disimulando y permitiendo la tormenta
sobredicha para que nuestros gemidos vayan a Él, que puede con su palabra hacer seguridad y
amansar aqueste nuestro mar bermejo, y darnos por el camino sin que sea de él contaminada
nuestra voluntad, sino que pase por seco en medio de él para venir más presto a la tierra
prometida, que es la pureza del corazón.
No me querría menos reveer en declarar estas miserias humanas que en dar a entender lo más
delgado de la contemplación según mi posibilidad, porque no llegaremos a lo otro si
aconteciere errar en esto; y porque el pequeño error en el principio no se nos haga muy grande
al fin, conviene parar mientes y andar con cautela entre los lazos. Llama lazos nuestra mala
inclinación y las ocasiones de fuera que el demonio procura, aunque sea dificultoso de conocer
cuándo procede del demonio o cuándo de parte nuestra la pena que sentimos; y la dificultad es
porque el demonio y la carne las más veces se conciertan contra nuestro buen deseo, como Eva
y la serpiente contra Adán, y como Acab y Jezabel contra Elías, y como Herodes y Herodías
contra San Juan; y entonces lo más seguro es tomar espada de a dos manos, para que ni por mal
ni por bien nos engañen.
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