CAPÍTULO V. DE COMO DEBEMOS DESEAR A DIOS CON TODAS SUS EXCELENCIAS

Falta es grande de amor andar haciendo estas distinciones, porque, si Él estuviese muy ferviente, no se detendría en esto, sino con todas entrañas amaría a todo su Señor Dios, sin andar haciendo distinciones que distraen la fuerza del amor y lo atibian con estos respetos no necesarios a los verdaderos amadores, que con vehemente ímpetu de amor van a Dios y a todo lo que está en él juntamente; conforme a lo cual dice San Gregorio: El ánima que se junta al invisible esposo por amor, ninguna consolación recibe del presente siglo, mas de todas entrañas suspira a aquella que ama, hierve, tiene ansia fatígase y hácese vil la salud del cuerpo por estar traspasada con la llaga del amor.

Aquí no anda San Gregorio poniendo respetos que turben al ánima simple y devota, sino dice que está por amor junto con el esposo y suspira por amor a la dulcedumbre de él; porque, como dice San Buenaventura, la refección del consuelo apacienta a los que el amor hace aficionados.

Así como ninguno se deleita en lo que no ama, es imposible, se-ún curso natural, que no se deleite en lo que ama; y esta tal delectación da fe que el hombre ha alcanzado lo que amaba o algo de ello; porque hasta que lo alcanza padece, y después goza gustando la suavidad, que es como fruto de lo pasado; de causa que la consolación espiritual es fruto de las penitencias y asperezas de fuera, y según esto dice San Bernardo que ven los hombres nuestras cruces atormentadoras y no nuestras consolaciones que nos alegren.

No piense alguno que ama a Dios si no lo quiere gustar, porque el fruto del amor es el gusto de lo que es amado, y mientras más se ama, mejor se gusta; conforme a lo cual dice Ricardo, hablando del gozoso amor: El amor es una dulcedumbre de sabor íntimo, y cuanto con más ardor ama, tanto más suavemente gusta, y el amor es gozo de la esperanza.

De las cosas ya dichas puedes concluir el consejo de nuestra letra, que te dice ser poco el reposo y contentamiento que se halla en la agudeza del ingenio, por muy afilado que esté el entendimiento humano; y por tanto no pienses alcanzar reposo sino gustando lo que entiendes, como lo deseaba hacer San Agustín cuando decía al Señor: Ruégote, Señor, que me hagas gustar por amor lo que gusto por entendimiento, sienta por afección lo que siento por entendimiento.

San Bernardo muestra en sí mismo cuánto hayamos de reposar en el gusto espiritual, cuando dice: Deseaba yo ser infundido un zumo vital en todas las venas de mi ánima, y en todos los tuétanos de ella, por que se desasiese de todas las otras afecciones y supiese sólo aquello.

Este mismo santo nos muestra con cuánta solicitud hayamos de buscar este gusto de Dios, diciendo: Piensa cuál fue la cosa que en tu vida amaste con más ardor y deseaste con más congoja, y qué es lo que con más alegría te aficionaba y más profundamente que todas las otras cosas te deleitaba; así que considera si la misma violencia de afección y la misma abundancia de delectación sientes cuando te enmiendas en el deseo del sumo Amador y cuando reposas en su amor. Empero, si la espuela del íntimo amor penetra menos tu ánima en las divinas afecciones, y más tibiamente la mueve que solía en las otras afecciones despertarla, dudar debes que aun no tiene el sumo Amador aquel íntimo seno de tu afección.

De aqueste dicho debes temer que, cuando no sientes aquel gusto y ternura de corazón que solías, es por tu culpa; y debes pensar que amas menos a Dios, o que en alguna cosa de su servicio has tenido negligencia, y dátelo a conocer en quitarte el gusto que solías tener. Y aunque Gersón dé quince razones por qué el Señor aparta de nos el gusto de la devoción, la más principal me parece a mí que es nuestra culpa y tibieza; conforme a esto de San Bernardo: Séate cierta señal, ¡oh ánima!, cualquier que seas, que menos amas a tu amado, o menos eres amada de él, si aún no eres llamada a aquellos altos excesos, o aún no mereces seguir al que te llama. Desecha, pues, de ti la negligencia y busca la espiritual consolación, ca te será una señal muy cierta para conocer si eres digno de odio o de amor de Dios; porque San Bernardo dice que conoció la presencia del Verbo eterno por el movimiento del corazón, que le hizo barruntar haber Dios venido a su ánima.

La razón de los contrarios que tiene más apariencia en este caso es decir que Dios les guarde esta gracia de consolación para el cielo, y que aquí, mientras viven, no quieren sino padecer fatigas. Éstos por ventura quieren servir a Dios a propia costa, pensando que podrán llevar los trabajos espirituales sin consolación alguna y que las ruedas de su carro podrán ir sin se untar con alguna gota de consolación.

Allende de se fundar el dicho de aquéstos en presunción, parece que sienten mal de nuestro Señor, que es Padre de las misericordias y Dios de toda consolación; porque presuponen, según. parece, que les ha Dios de quitar en el cielo lo que les da en la tierra; lo cual es contra aquello que Él dice (Mt 19,29): Recibirá ciento tanto, y poseerá vida eterna. Aquí habla el Señor con cada uno de los creyentes, prometiéndoles dos premios: en esta vida, ciento y tanto, y en la otra le da innumerable vida eterna.

Si el Señor muy franco te quiere dar en este mundo y en el otro cumplido galardón, ¿por qué es mezquina tu mano y la encoges, no queriendo recibir aquello en que tu Señor se muestra magnífico? ¿Quieres que te lo guarden para el cielo, como si allá te hubiesen de faltar mercedes? Incrédulo pareces si piensas que te han de descontar en el cielo las mercedes recibidas en la tierra, porque esa ley solamente se guarda con los malos que recibieron bienes en su vida y usaron mal de ellos, como el rico avariento; empero con los buenos será al revés, ca por haber recibido en este mundo mucha gracia y usado bien de ella, recibirán en el otro mucha gloria; y allá, para honra de ellos, les harán mención de la gracia que acá recibieron, diciéndoles a cada uno por sí (Mt 25,21): Gózate, siervo bueno y fiel; ca por haber sido fiel en pocas cosas te constituiré sobre muchas; entra en el gozo de tu Señor.

Pocas llama el Señor las mercedes que aquí nos hace, y sonlo si se comparan a las del cielo; y por tanto, hablando con los justos mientras están en este mundo, dice que el gozo divino ha de estar en ellos, y esto porque será poco; empero, ya que los lleva al cielo, les dice que entren en el gozo de su Señor inmenso como entran los peces en el mar. Y has de notar que tanto entrarás tú más profundamente, cuando estuvieres en el cielo, en el gozo de tu Señor, cuanto entró este gozo más en ti mientras estuviste en el mundo; porque al que tiene le darán, y tanto más gozo le darán cuanto más tuviere; según lo cual te conviene recibir aquí mucha consolación y usar bien de ella, porque allá, según dice San Juan (Jn 1,16), te den gracia por gracia.

Y así has parado mientras hemos vuelto al revés la razón que parecía tener alguna apariencia. Y no pienses que quita su fuerza a lo que tenemos dicho responder que la consolación espiritual más es premio que mérito; porque, aunque sea premio, en ser temporal puede ser favorable para más merecer el premio eterno.

A sus obreros da el Señor un real y mantenidos: el real digo ser la vida eterna, y el mantenimiento es el ciento tanto de la consolación espiritual que se nos da por los placeres del mundo que dejamos; porque sabe el Señor que es digno el obrero de su mantenimiento, que es pan de la consolación, que nos enseñó mandar cada día; y El después del ayuno hubo hambre por que nosotros la hubiésemos y no presumiésemos de pasar la vida sin este manjar de consolación que El multiplica sin alguna mezquindad, y le añade sabor; y el agua torna vino aun al fin de la comida, para provocar el apetito a más, y Él mismo se puso debajo de apariencias de pan y vino por nos enseñar cuánta voluntad tiene de nos inebriar a los pechos de su consolación.




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