CAPÍTULO X. DE LA TENTACIÓN SIN PENSAMIENTO

Otra manera hay de tentación carnal, que es sin algún pensamiento, aunque aquésta a pocos acomete, porque el demonio no usa de ella sino cuando ve que ninguna de las otras le aprovecha, ni creo que se la consiente nuestro Señor usar sino con personas que Él tiene ordenadas para mayor bien, porque la mayor batalla siempre se ordena a mayor victoria.

Apenas creerás lo que sufren con gran pasión algunas personas, y es cuando más trabajan de se aparejar y llegar más puramente y con más fervor a Dios; entonces son más tentados en las mayores fiestas cuando ellos se guardan más, y cuando reciben al Señor con más deseo, entonces son más agraviados; y lo que induce admiración es que estas tentaciones no vienen con tropel de pensamientos, ni se acuerdan entonces de mujeres, ni de cosa de lujuria, antes está toda el ánima de éstos puesta en las cosas de Dios; y acaece que, derramándose la memoria a cualquier vanidad que sea, se amansa la pasión, y en olvidando a Dios, no tiene tanta fatiga.

De éstos han venido a mí algunos, y después de muchas preguntas, y examinando bien el negocio, y después de lo haber comunicado con personas sabias que habían pasado por muchas artes del demonio y conocían muchas de sus mañas, vine a conocer por muy ciertas conjeturas que las tales personas tenían tan vehementes operaciones de dentro, estando la voluntad y el entendimiento muy ocupados y atentos a Dios con todo el hombre interior; en tanta manera que el demonio no podía turbar la fantasía de ellos, hallándolos tan ocupados, según el consejo de San Jerónimo, que no podía tener lugar en ellos; empero lo que no podía causar en lo de dentro obraba en lo de fuera, moviendo gran tentación en la carne, para que así por remediar esto cesase el ánima de lo primero, aflojando el primer intento que tenía a Dios, por se ocupar en la defensión del combate que por otra parte recibe del demonio, que como otro Benadab, cuando ve que no puede vencer en los montes, que son los altos ejercicios del ánima, acuerda de dar batalla en el valle (1 Re 20,23), que es la parte inferior del hombre; mas creciendo la confianza en el Señor, su poderosa mano lo remedia todo; y si los hijos del gran luchador Israel demandan con ahínco bendición al Señor, serles ha dado para que se enjugue en ellos todo feo deleznamiento.

El que deja de se llegar a Dios por miedo de cualesquier tentaciones no crea que lo ama verdaderamente; ca el amor nunca es impedimento ni la dificultad puede desechar, como dice San Jerónimo; mas antes, vista la dificultad, se fortalece y pone más fuerzas para salir con lo que quiere, a ejemplo de la santa mujer cananea, que con importuna oración alcanzó salud para su hija que era mal atormentada del demonio; y de esta manera, cuando tú sintieres que tu carne padece lo que no debe, nunca te apartes de Dios; antes entonces has de llamar con más ahínco tras los apóstoles, tras los santos, tras Cristo todo poderoso, que Él alabará tu esfuerzo importuno, aunque luego no te responda según tu deseo.

Para asegurar tu conciencia debes notar que hay mucha diferencia del sentimiento al consentimiento; lo cual si claramente conociésemos, tendríamos gran seguridad, y ningún escrúpulo nos quedaría de cosa que por nosotros pasase, ca conoceríamos que ningún pecado hay en sentir cualquiera de las cosas del mundo por malas que sean, sino en consentir a ellas aceptándolas y agradándose en ellas. Empero, como no podamos enteramente a la clara hacer esta distinción, queda temor de culpa donde muchas veces hay merecimiento, y la causa por que no sabemos distinguir esto es por la conveniencia que hay entre los deleites y nuestra carne; empero, si el libre juicio del hombre no junta los deleites con la carne y les toma las manos determinando de se agradar en esto y dándolo por bueno, si este libre albedrío no tercia, ningún pecado hay; porque el pecado no está en lo primero, sino en esto segundo, en que la razón se aparta de Dios por se deleitar en el estiércol; empero, como no bastemos en algunos pasos estrechos que presto pasan, ni podamos discernir las cosas como acaecieron, quedamos temblando sin haber que temer.

Lo que muchos dicen en este caso es que, pues el hombre no sabe determinadamente si consintió al sentimiento corporal o espiritual que pasó por él, determínase que no consintió, empleando los favores del culpado. Bien parece que no consintió el que lo duda; porque, si consintiera, ninguno lo supiera mejor que él; y pues él no lo sabe, señal es que no hubo nada, sino que el sentimiento piensa que fue consentimiento.

Podríamos también decir al que duda si consintió que mire si consiente ahora, y si ahora no consiente, tampoco debiera consentir antes.

Ítem, puédesele preguntar si tenía entonces algún descontento en lo que sentía; y si dice que sí, bien parece que no consintió.

Ítem, [si] añadió adrede a la tentación alguna cosa de su parte, así como viniéndole sospecha de algún mal que otro hacía, después teme la conciencia si pecó en juzgar mal de su prójimo, porque claro está que si por una liviana sospecha se determinó a que el otro pecaba mortalmente, él mismo cayó en la pena de tal pecado que juzgó. Empero, si duda haber caído en este mal juicio, pregúntale si añadió algo a la primera sospecha, así como parando mientes en tal o en tal caso que tocaban al negocio, o haciendo de él inquisición sin le pertenecer; y de esta manera diríamos que pecó en mal juicio, así que, cuando hombre añade a cualquier tentación, parece consentir en ella.

Ítem, parece que por el intento principal que el hombre tuvo en aquella obra de que se teme se deben juzgar las otras cosas que se recrecen y deben tomar nombre del fin primero a que se ordenaron, si no se mudó el primer intento.

Ítem, si cuando se traviesa alguna tentación en la buena obra que hombre hace, dejaría la buena obra por huir la tal tentación que sobreviene, sino que teme y le parece que no es bien dejar el bien comenzado, señal es manifiesta que no consienta a ella cuando viene; pues si por la virtud no fuese, lo dejaría todo de buena voluntad.

Por estas y otras conjeturas puedes ver si consientes o no; empero, lo que has de tener acerca de esto es que confieses las cosas ciertas por ciertas y las dudosas por dudosas, a las cuales, como Gersón dice, se da cierta y no dudosa absolución cuando dice hombre la verdad de lo que siente, y no dejes por decir las circunstancias agraviantes, y no es menester que digas las que no agravian.

Para mejor entender las cosas dichas, nota esto de Gersón: Dos voluntades hay en el hombre o dos leyes, como dice el Apóstol: ley de la carne y ley del espíritu, donde el mismo Apóstol dice desear él según la ley de la carne y carnalmente deleitarse contra la voluntad del espíritu; mas porque no quería aquello que deseaba, y contra voluntad lo hacía, y aun para que más propiamente hable, no lo hacía, sino padecíalo, y por tanto decía: Yo no lo obro, sino el pecado que mora en mí. Así que cualquiera que eres, tentado carnalmente, o con desesperación, o ira, o rencor, o envidia, u otro cualquier pecado, mientras tu razón no quiere aquesto, sino que como puede repugna y libremente querría ser descargada de tan pestífera impugnación, tú no haces aquello, sino más eres visto padecerlo; de manera que no serás juzgado según el sentimiento de aqueste pecado, sino según el consentimiento de la razón y voluntad, el cual si llegare, sepas que has de ser juzgado.

Guardado aparte el consentimiento, dice que está el campo seguro en cualquier tentación que sea; y poco sería estar seguro el campo de la tentación si en él no se ganase corona de victoria, la cual es tan grande en los que resisten por entero al demonio que exceden en gloria a muchos mártires; porque éstos cada día reciben golpes, y algunos mártires hubo que con poco tormento pasaron de esta vida.

Así que no te espanten las tentaciones, sino convídete a resistir la gracia que se promete al que legítimamente peleare; y puesto que el mundo y la carne y el demonio y los que son de su parte nunca tienen a buen fin, sino a malo, pensando derribarte y vencerte, tú lo debes tomar todo de la mano de Dios, cuyo fin nunca es malo, ni permite que los suyos sean tentados sino por les dar ocasión de más merecer; ca si Él permite que seas tentado de lujuria, no es por que pierdas la limpieza, sino por que se te doble la castidad en el premio de doblada corona. Lo cual has de entender en toda tentación, porque, cuando uno es manso sin ser perseguido, una sola corona tiene; mas cuando lo es siendo de otros molestado y perseguido, piensa que tiene dos coronas. Y de esta suerte lo has de pensar de todas las otras virtudes, que son más gloriosas cuando del vicio contrario son aquejadas, como los que viven en frontera, donde con el uso del pelear se hacen mejores hombres; y según esto dice nuestra letra que las tentaciones son jaropes anunciadores de gracia.




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