CAPÍTULO III. DE LA CORRECCIÓN FRATERNA

Cuanto a lo segundo, si consideramos que hoy día han caído casi todos en la gran enfermedad del noli me tangere, más debemos buscar razones para nos apartar de corregir a otro que no provocarnos a ello, pues que casi de todos podemos decir: Aborrecieron al que los corregía en la puerta, y tuvieron en abominación al que hablaba perfectamente (Am 5,10).

En la puerta es aborrecido el que corrige, cuando antes que entre en lo que quiere decir, en sintiendo a lo que viene le responden que se vaya con Dios, ahogándole la palabra luego al principio, y quedan diciendo de él: Mira con qué viene con su hipocresía, como si no tuviésemos acá tan buen celo como él cuando es menester. Profetas tenemos y prelados a quien oigamos; no es menester que se constituya juez sobre nosotros el que apenas, si mira en ello, lo puede ser de sí mismo.

La corrección fraterna ninguno duda sino que es de derecho divino y aun natural, porque, sin que el Señor nos la mandara en el Evangelio (Mt 18,15-17), enseña la buena razón que debemos avisar al prójimo y doctrinarlo en lo que vemos que desfallece, mostrándole que nos mueve el amor a desear su aprovechamiento y enmienda, lo cual no menos deseamos en nosotros mismos que en él.

En cosas hay que es virtud hacer hombre más de lo que debe, no contentándose con lo que es obligado, sino que quiere añadir más, así como cuando alguno, teniendo votado de vestirse de paño vil, se quiere vestir de sayal, o si habiendo de ayunar por obligación quiere ayunando dejar el pescado y pasar sin ello. En otras cosas se tiene por vicio añadir a lo que somos obligados, así como cuando si hubieses de dar por obligación a uno doce azotes y le dieses trece o más, claro está que sería mejor no añadir al número casi de esta forma podemos pensar que no será virtud añadir hombre algo a la corrección fraterna obligatoria; conforme a lo cual dice una glosa sobre el séptimo capítulo de San Mateo: Raro y no sin gran necesidad hemos de aplicar reprehensiones y no sin respecto de Dios, apartada de los ojos la viga; esto es, el odio.

Según este dicho, me parece a mí que el varón recogido, para más enteramente se aplicar a Dios, debe eximirse y excusarse de dar corrección fraterna por todas las formas y maneras que lícitamente pudiere, donde Gersón dice: Dejar debemos la corrección fraterna, cuando probablemente parece que sería por demás corregirlo, o que por la amonestación será peor, como en los que pecan por malicia o por mala costumbre que han cobrado; y cuando probablemente parece que el delincuente en otra manera por sí o por otro será corregido, porque si el hambriento no es de necesidad ser apacentado de Pedro, aunque sea rico, si con verdadera conjetura se presuma forma con que, sustentado por sí o por otro, no perecerá, así que ninguno debe fabricar para sí escrúpulos fácilmente, como si fuese de obligación; como ni en otras muchas cosas que pueden ser dejadas o no tan ejecutadas, sin que traspasemos el divino mandamiento; mirando allende de esto que muchas veces sería cosa loca y usurpado juicio corregir al hermano, como si pecase mortalmente; donde pueden ocurrir muchas razones para lo excusar, o por la propria flaqueza, o que de otra parte florecen en virtudes y doctrinas, de las cuales no es livianamente de presumir que se apartaran. Esto en equivalencia dice Gersón, según el cual se requieren seis condiciones para que seamos obligados a corregir nuestro hermano.

La primera es cierto conocimiento del pecado, ca por sola sospecha no debe ser corregido.

La segunda es mansedumbre en corregir, porque si alguno con ira quiere amonestar, más indigna que corrige, y aun provoca a más mal.

Ítem, la tercera condición es que en otro no haya tanta conveniencia para corregir al delincuente como en mí; porque si algunos tan buenos como yo ven al que peca, o mejores, y aun más familiares, o su prelado, probablemente puedo presumir y creer que alguno de éstos lo corregirá; empero, si fuese cierto que todos lo dejasen, sería yo tenido en cuanto a esta condición a lo corregir si las otras cinco juntas concurriesen.

La cuarta es que haya esperanza que siendo de mí amonestado se corregirá; ca si esto no se espera, no lo debo corregir.

La quinta condición es que el pecado que él hace sea mortal y no sólo venial.

La sexta, que no se crea haber después mayor oportunidad de tiempo o lugar que cuando lo veo pecar o lo quiero corregir.

Cuando no concurren estas seis condiciones, aunque seamos obligados por el mandamiento de Cristo, no somos tenidos a lo ejecutar por entonces hasta que todas concurran. Maravillosamente ha Gersón abreviado en lo susodicho y aclarado cuándo seamos obligados a corregir a nuestro prójimo, para que aseguremos en cuanto a esto los que no somos prelados nuestras conciencias y convirtamos todo nuestro estudio en corregir y celar a nosotros mismos, según dice nuestra letra; porque con alguna razón nos desechará el otro con vituperio si nos atrevemos a lo corregir sin las dichas condiciones, como cada día acaece; entre las cuales la más dificultosa me parece, aunque todas lo sean, conocer que es pecado mortal aquello que hace, ca de otra manera cada uno debe poner el dedo en su boca, apretando sus labios por que no reciba mal por bien y por edificar destruya.




[ Capitulo Anterior ]
[ Retorna al Indice ]
[ Capitulo Seguiente ]