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Todas las condiciones del mundo que en uno se halla ser buenas apenas podían igualar a sola
experiencia que se hallase en otro; según lo cual dice el Sabio (Eclo 26,20): Ninguna
ponderación es digna del ánima que contiene, conviene a saber, la gracia del Señor en sí
misma; porque sin duda parece que la misma gracia, que dentro tiene, echa fuera envuelta
con las palabras, y que la tiene derramada en los labios de su boca, como dice el salmo (Sal
10): Cosa es de todos conocida que cuando alguno tiene en sí alguna pasión y la siente
dentro, que sus palabras tienen en los otros mayor eficacia para mover en ellos la misma
pasión; ca si alguno está muy triste sintiendo en sí causas de tristeza y hablase de cosas
tristes, parece que da a sentir a los otros alguna de la tristeza y fatiga que él tiene, y así se
duele con él; empero, si habla cosas de tristeza sin la tener en sí, no mueve tanto ni la mitad,
según parece en los predicadores, que, cuando predican a la muerte de alguna persona que
no tenían especial amor, no mueven tanto a tristeza como cuando les duele mucho la muerte
del que predican. De manera que el sentir la cosa da gran fuerza a las palabras, lo cual tiene
mucha más verdad en el recogimiento que en otro ejercicio, por lo cual dice Salomón (Ecl
12,11): Las palabras de los sabios son así como aguijones y así como clavos hincados en
alto, los cuales por el consejo de los maestros son dadas de un pastor.
Aquellos se dicen en la Escritura más verdaderamente sabios que saben a qué sabe el
espíritu de la devoción, y con el saber tienen también el sabor. Las palabras de aquéstos son
como aguijones para hacer aguijar los perezosos y como clavos que se hincan en el alto
corazón de los que sienten las cosas de Dios; y estas palabras vienen de un solo pastor y
Señor nuestro, que nos quiere proveer mediante el consejo de los maestros que son tales
cuales deben ser.
El que en esto quisiere ser buen maestro no debe olvidar a sí mismo, mas ser muy solicito en
el proprio aprovechamiento; porque, como dijo un gran varón, tanto aprovechará el hombre
en los otros cuanto aprovechare en sí mismo; y si deja a sí mismo por entender con los otros,
todo se pierde y apenas sale cosa a luz. Lo que has de dar a los otros sea de las reliquias o
relieves del hombre pacífico, que ha de ser tu ánimo interior; empero, si para ti no tienes
abundancia, mejor te será callar, por que no se te vaya todo en palabras. Toma ejemplo de
Rut, la cual, después de harta en el convite de Boz (Rut 2,18) llevó de los relieves a Noemí.
Si Dios te convida, apacienta primero a tu ánima que proveas las ajenas; y lo que a ti te
sobrare darlo has a los pobres, porque esta limosna debe ser de lo superfluo y no de lo
necesario; como el ama, que cría el niño de lo que a ella es superfluo, que es la leche, y no
de lo que a la sustentación y vida de ella es necesario.
En todas las otras ciencias y ejercicios, si alguno una poca cosa quiere aprovechar a otros,
acaece crecer en él lo que tenía; mas en el recogimiento no es así, porque, según ha enseñado
a muchos la experiencia, todos los que teniendo poco gusto de él se quisieron entremeter en
aprovechar a los otros, dañaron a sí mismos; y la causa es que, como para conservar y
acrecentar lo poco sea menester mucho cuidado y ellos repartieron su cuidado en la maestría
y enseñamiento de otros, y así hicieron a sus corazones mucha falta, lo cual sintieron cuando
se les fue en palabras aquella poca obra que sentían en sí.
No quieras, hermano, ser maestro antes que seas un buen discípulo y tengas, como conviene a
maestro, copia y gran abundancia en la facultad que has de enseñar; porque si lo contrario
haces, serás como los pájaros nuevos, que, sintiendo en sí alguna habilidad y deseo de volar,
toman el vuelo antes de tiempo y sálense del nido volando; mas muy presto se cansan y caen,
no pudiendo tornar a su nido y al reposo que dejaron por haber tomado el vuelo antes de
tener las alas duras.
Pero decirme has que la obediencia te ha hecho maestro; ella te puede dar el oficio, mas no
la suficiencia; ca ésta es de arriba y desciende del Padre de las lumbres; y creo que eres
obligado a responder muy de corazón a los que te dan el nombre, cómo tú no tienes el hecho
que se requiere para serlo de verdad; y si porfiaren debes obedecer como en las otras cosas,
porque a ti no se te seguirá mal de ello con esta condición que te obliga muy estrechamente a
decir de ti lo que sientes, según todo tu buen juicio; y después de dicho irá el cargo sobre los
que te mandan y la pérdida sobre aquellos que has de doctrinar en lo que no sabes. De los
cuales muchas veces he mancilla, no por el mal que les enseñan, que esto, gracias a nuestro
Señor, nunca lo he visto ni lo espero ver; mas he mancilla por ver que no les imponen en las
cosas grandes, lo cual desea el gran Señor y magnífico Rey nuestro Jesucristo, que da mayor
gracia a los que más engrandecen su corazón para la recibir; y cuando, según dice el salmo,
se llega el hombre al corazón alto por vía alta de muy espirituales ejercicios, es Dios en
nosotros muy más ensalzado; donde así como más honra al rey y al reino un caballero que un
escudero, así es más útil a sí y a los otros y más acepto a Dios uno que según debe sigue un
gran ejercicio que no otro que sigue cosas pequeñas y de niños.
Algunos piensan que satisfacen a Dios y a sus conciencias en leer a los que han de instruir
alguna buena doctrina cada día un rato, para que de allí aprendan, no de ellos, sino de un
santo glorioso y aprobado, cuya doctrina es muy espiritual y santa. A esto dicen algunos que,
bien mirando en ello, que aquesto no es nada ni vale cosa; porque para sólo esto no había
menester maestro, pues que él por sí se la pudiera pasar dándole el libro. Este tal maestro, si
alguno hay, sería como el físico que pensase curar y proveer al enfermo con solamente leerle
un libro de medicina y no hacer otra cosa; lo cual sería cosa muy ajena de razón, porque los
físicos antiguos no escribieron medicinas ni maneras de física para cada hombre por sí, ni
Pedro para Juan, sino todos en común, dejando al buen saber del físico el aplicar lo que
ellos escribieron según viesen convenir a tal o tal persona; y saber aplicar esto es ser buen
físico; de esta manera puedes tú conjeturar de ti mismo.
CANTULO VIII
DE UNA RAZÓN EN QUE LOS MAESTROS DEBEN SER AVISADOS
En una cosa querría avisar a los maestros presentes de que hablo, para que los discípulos de
ellos recibiesen la doctrina del espiritual magisterio más por entero y más de verdad en lo
que desean, que es hallar a Dios y ser mudados en espirituales varones de carnales que eran
en el mundo. Para lo cual deben tener aviso los que han de enseñar en esto, que pongan
mucha atención al espíritu del discípulo, y enderecen a él toda la solicitud que pudieren, no
haciendo tanto caso de las cosas exteriores, pues que sin las otras son nada; las cuales
aunque no se deban olvidar, debe mostrar a su discípulo que las tiene en tan poco que no
hace caso de ellas, para que, viendo esto el discípulo, ponga todo su estudio en las cosas
interiores del corazón; de las cuales el maestro ha de demandar muy estrecha cuenta y
mostrarse en ello muy solicito, no dejando pasar tiempo alguno, por breve que sea, de que no
demande amorosamente cuenta.
No te cures de preguntarle que qué hizo en tal o en tal hora, sino qué pensó y qué piensa
todas las horas del día: cuando va a la huerta, qué va pensando; cuando trabaja allá, qué es
lo que piensa; cuando va algún camino, en qué fue imaginando, y también que te diga cuáles
son sus pensamientos aun cuando está delante de ti; y según su respuesta has de proveer su
corazón de las cosas que le convienen según su manera, así que nunca le falte que hacer en lo
interior por una vía o por otra; y el defecto en esto ha de ser más reprehendido que no en las
otras cosas acá exteriores y corporales; y cada vez que vieres al que así enseñas le debes
preguntar qué es lo que hace su corazón y amonestarle que se guarde de vanos e inútiles
pensamientos y cosas semejantes.
Si de esta manera lo haces, serás como aquel buen pastor, del cual se dice (Ex 3,1) que
guiaba a su ganado a lo interior del desierto, y así, de ser pastor de ovejas, lo mereció ser de
hombres, ca el pueblo de Dios apacentó en el desierto cerca de cuarenta años así como
ovejas.
Según lo ya dicho, es de notar que lo primero que se ha de remediar en el discípulo de la
vida espiritual ha de ser el corazón, como cosa que tiene más necesidad de ser socorrida;
porque así como lo que primero forma en nosotros la naturaleza es el corazón, así él debe
ser el primero que nosotros debemos reformar; ca, según dice San Buenaventura, el
derramamiento de fuera procede de la disolución de dentro; y, por tanto, la raíz se debe
comenzar primero a remediar para que cese lo que de allí procede.
Y no te cures mucho de las manos o de la cabeza, ni de los ojos, ni de los pies; porque si miras
en ello, la hora que le mandas andar atento sobre las cosas interiores luego se componen los
miembros exteriores y siguen al principal de ellos, que es el corazón; si le mandas que ande
siempre pensando en Dios o guardando el corazón, para hacer esto ha de poner su ánima
alguna fuerza y va pensativo y no se derraman sus miembros exteriores, ni se cura de hablar si
está poniendo en recato el corazón; lo cual debe ser la cosa que primero le encomiendes en
vertiendo a la orden, y de lo otro no hagas mucho caso, que tras lo primero se viene sin trabajo;
y si de lo exterior haces mucho caso, piensa el otro que allí va toda la importancia y no se cura
de lo que más es, sino trae mucho estudio en lo que solo no vale nada, y deja lo que de sí es
bueno y da bondad a lo demás.
Y si dices que le has de enseñar las ceremonias, no lo niego; mas dígote que pienses que
enseñarle eso, sin lo primero que tengo dicho, no es nada; y para eso un gato que supiera hablar
y se hubiera criado en la orden bastaba. Ten especial cuidado de enseñarle las ceremonias
espirituales del corazón a Dios, que estotras acá exteriores, viéndolas hacer a los otros, las
aprenderá, y también que en ellas será presto maestro; empero las del corazón, que él no puede
ver, te encomiendo que le enseñes en lo primero: cómo ha de levantar el corazón a las cosas
celestiales, cómo lo ha siempre de tener aparejado al Señor, cómo lo ha de recoger.
Esta muy provechosa razón que te he comenzado a decir para el aviso de cómo has de enseñar
quiso sentir el bienaventurado San Bernardo, cuando escribiendo una forma de vida honesta
que le habían demandado comienza diciendo: Porque nuestra doctrina procede del hombre
interior al exterior, en tal manera te conviene estudiar acerca de la pureza de tu corazón sin
cesar, que el amador de toda pureza, Dios eterno, tenga por bien de sentarse en él, así como en
el cielo, y guardarlo para sí, según aquello de Isaías (Is 66,1): El cielo es a mí silla, y el ánima del
justo es silla de la sabiduría. Así que necesario es que con vigilancia procures enderezar tus
cogitaciones a lo bueno siempre y honesto, para que temas de pensar o meditar delante de Dios
lo que en la presencia de los hombres con razón temerías decir o hacer. Esto dice aquel glorioso
santo para nos mostrar que seamos en esto semejantes a las arañas, según dice el salmo (Sal
89,12); las cuales viendo rota su tela comiénzanla a reparar desde el medio, que en nosotros es el
corazón, y ha de ser principio de nuestro reparo, por que desde él, como desde punto de
compás, traigamos las rayas de la virtud y buenas inclinaciones a la circunferencia exterior de la
honesta conversación.
Y porque dije que habíamos de ser como las arañas, mira que también se dice de ellas que
nunca duermen (Sal 120,4); porque, si fuese posible, no habíamos de dormitar, ni dormir,
siendo negligentes, si queremos guardar bien a Israel, que es nuestro corazón, que también se
dice santuario de Dios, del cual manda él que comencemos el castigo hasta venir a lo de fuera
del templo.
No pienses contradecir a la razón ya dicha aquello que se suele traer de San Pablo, que dice ser
primero lo animal que lo espiritual, porque allí no habla San Pablo de esta materia, sino del
artículo de la resurrección; y si dices que moralmente se trae a este propósito, querrá decir,
conforme a la declaración de San Bernardo, que primero se ha de reformar hombre en las
costumbres animales y bestiales que tenía en el siglo que no reforme el espíritu en las cosas
interiores; de tal manera, que antes que venga a la religión deje la vida bestial de pecador, y en
viniendo, según te dije, lo impongas en vida espiritual de hombre muy razonable. Conforme a
lo cual se dice que San Bernardo decía a los que venían a ser religiosos que dejasen el cuerpo
fuera del monasterio y metiesen dentro el corazón, dándoles a entender que ya, a lo menos de
entera voluntad, había de estar en ellos reformada la vida corporal y animal, que venían a la
religión a reformar el corazón.
Conforme a esto, sería muy sano consejo, al que quisiese ser religioso, que estando en el siglo,
cuando le comienza a venir en voluntad de lo ser, él mismo allá se probase en las cosas que acá
piensa ser probado, así en el ejercicio de las virtudes como en los ayunos y cosas semejantes; y si
allá en el mundo puede en alguna manera perseverar en algún bien, crea que en la religión podrá
siempre perseverar, pues hallará mayor favor en muchas cosas para la virtud y menos ocasión
para desfallecer.
Esto pongo aquí porque conocí una persona que lo hizo así y le fue muy bien de ello. Así que la
conclusión de esta letra sea que ninguno ose ser maestro sin tener primero experiencia de la
vida espiritual que ha de enseñar, por que él y su discípulo no caigan en hoyo de algún error;
ni ose tampoco con alguno comenzar ejercicios espirituales sin buen consejero; ca es
peligroso, según aquello que dice Gersón acotando a uno de los padres del yermo: Si vieres
algún mancebo que quiere por sí solo entrar al paraíso sin tener doctor, aunque tenga ya allá
el un pie, échale mano del otro y derríbalo, porque de aquella manera nunca podrá entrar.
Algunos suelen acotar este dicho absolutamente, diciendo que han de apartar a los mancebos
de los ejercicios espirituales; y no es así, ca no los deben retraer sino cuando se rigen por su
seso, ca entonces son mozos y muchachos; mas, cuando usa de consejo prudente de persona
experimentada, se deben tener por viejos; pues que se dejan al parecer de los que lo son,
haciendo maestros de sí mismos a todos los que resplandecen en alguna virtud, y
comunicando el corazón al que conocen tener experiencia de las cosas espirituales que ellos
quieren seguir.
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