TRATADO DIEZ Y OCHO

NOS AMONESTA BUSCAR A DIOS DENTRO EN NOSOTROS MISMOS, DICIENDO: TORNA MUCHO SOBRE TI EN SILENCIO Y ESPERANZA


CAPÍTULO I

Como la vida del hombre no se deba ordenar a otro fin sino a buscar a Dios, del cual salimos para tornar a Él, cosa necesaria es que paremos mientes y oigamos con atención aquel mandamiento que a todos los hombres impone Cristo, diciendo (Mt 6,33): Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todas las cosas os serán añadidas.

Cosa es de admiración pensar que tenemos necesidad de muchas cosas, como el mismo Señor dice en este capítulo, y que no nos mande buscar sino una; en lo cual nos da a entender que Él tendrá cargo de nos dar las otras si nosotros buscamos con estudio esta sola; y con esta condición, para nos provocar a lo principal, dice que todas las cosas nos serán añadidas como menos buenas que lo primero.

Mostró también aquí el Señor que ninguno, careciendo de Él, posee debidamente cosa alguna; porque como todas las cosas sean añadiduras de Dios, y lo sigan como a Señor y Criador suyo, claro está que faltando Él no deben quedar ellas; lo cual quiso el Señor ejemplificar en las abejas, que en faltando el rey desamparan la colmena y lo van a buscar para morar con él.

Gran utilidad sacarían de esta consideración los mundanos, si parasen mientes que no son merecedores de ninguna cosa estando en pecado mortal, ni de un jarro de agua, ni de un pedazo de pan, sino que en pecando había de ser echado con las bestias del campo, como Nabucodonosor. Y esto, aunque se hubiese de convertir mañana, se debía hacer hoy; ca no sería razón que entretanto se mantuviese de los bienes del Señor el que, no sólo cesa de lo servir, mas también lo ofende.

Si el que no trabaja no debe comer, según dice el Apóstol (2 Tes 3,10), menos debería comer el que deshace lo hecho o lo torna al revés de como debía estar, según lo hace el pecador, que no sólo peca por omisión, mas aun comete nuevas obras llenas de diformidad y a la voluntad de Dios contrarias.

Bienaventurado es el justo aunque sea señor del mundo y se vista de oro, que todo lo merece y no es todo sino una añadidura que le dan con Dios y los ángeles lo sirven y acatan viendo que Dios está en él; donde todas las cosas no las crió Dios sino para los escogidos, aunque por su gran largueza permite que también los otros gocen de ellas; y no quiere luego en pecado castigarlos, quitándoselas, aunque los descomulga y aparta de sí diciendo (Sal 140,4): No comunicaré con los hombres que obran maldad.

Tornando a lo primero, no te debes maravillar por que llame mandamiento aquel dicho del Señor, pues que no sólo nos lo manda el Hijo de Dios en la ley evangélica, mas el Padre Eterno en la ley de naturaleza imprimió también aquella razón en nuestra ánima, mediante la cual nuestra sindéresis y alta razón desea siempre las cosas mejores, aunque nuestra mala liberalidad contradiga; y también dice Salomón (Ecl 1,7) que los ríos tornan do salieron, para que se conjeture que los hombres deben hacer lo mismo, porque, según dice Boecio, todas las cosas se gozan en su vuelta; así que de ley natural está que nuestro espíritu torne al que lo dio, buscando el reino de los cielos; mas, empero, el mismo Rey de los cielos, que es Cristo, quiso explicar más esto en el Evangelio, diciendo que buscásemos con el reino su justicia, porque el reino sin la justicia no se halla, antes se pierde sin ella, aunque cada uno sea naturalmente el deseo del sumo bien.

Hay algunos que son como el enfermo, que deja lo que le aprovecha y busca lo que le daña por la mala disposición que le ha sobrevenido; y de esta manera los mundanos buscan honras y valer, posesiones y riquezas, deleites y bienandanzas, dejando a Dios su salud. A éstos acontece lo que a Saúl cuando buscaba las asnas de su padre (1 Sam 9,3-8), que trabajó mucho y gastó lo que llevaba y no halló ninguna después de buscarlas por cinco regiones, antes él temió perderse buscando lo que no hallaba.

Y si algunos de los mundanos cumplen sus deseos hallando lo que deseaban, acontéceles como a los muchachos con las mariposas que van siguiendo, y en tomándolas se les deshacen entre las manos; y si algunos permanecen en el cumplimiento de sus voluntades, suele ser muy poco tiempo, a ejemplo de Jonás, que no duró sino un día en su placer, ca luego se comenzó a carcomer la yedra verde que le hacía sombra (Jon 4,6-8), y quedóse al resistero del sol, que lo asaba vivo; y de esta manera los malos vivos son atormentados del fuego del mal deseo que encendió el vicio con que se pensaron satisfacer; porque el apetito no se harta, sino despiértase y provócase a más mal siendo puesto por obra el mal deseo; así que ahora arde en sus cuerpos el fuego maligno, y después de muertos arderán en él sus ánimas hasta el día del juicio, donde tornando a tomar sus cuerpos, comenzarán de refresco a emprenderse como yesca enjuta.

Pues que así es, busquemos a Dios mientras puede ser hallado, ca no trabajaremos en vano ni mucho, según la excelencia del reino que hemos de hallar; la cual será tanta que en su presencia seamos constreñidos a decir con la reina de Saba (1 Re 10,6-8): No creía por entero lo que me decían hasta que vine yo misma y vi por mis ojos y probé que la mitad no me había sido dicha.

En este buscar del Señor a que somos obligados hay gran diferencia entre los que lo buscan, por ser la manera de lo buscar diversa, aunque no lo sea la del hallar ni lo que hallan; ca unos buscan al Señor con los pastores en el pesebre por humildad y pobreza, otros con los reyes preguntan a los letrados siguiendo el estudio de la Sagrada Escritura, otros con nuestra Señora van al templo a lo buscar por oraciones y ofrendas; otros lo buscan en la cruz de la penitencia, con el buen ladrón; otros lo buscan peregrinando en romerías, como los dos discípulos a quien se mostró en forma de peregrino.

Estas y otras maneras suelen tener de buscar a Dios los que lo desean el cual es tan cortés y benigno, que por quitar de trabajo a quien lo busca sale a recibirlo a todos por doquier que vayan a El, consolando a cada uno en la virtud a que por El se aficiona, y dale allí recreación espiritual y contentamiento que satisfaga el deseo del que lo buscaba, aunque no sea sino en hacer un pequeño bien por su amor, el cual sale nuestro Señor a recibir los brazos abiertos, como si de él tuviese mucha necesidad, y por esto se dice de la sabiduría increada (Sab 6,12-13): Fácilmente es vista de los que la aman y es hallada de los que la buscan; anteviene a los que la desean para que se les muestre primero.

Dícese que Dios anteviene a los que lo desean, porque les da la gracia primera, que se llama preveniente, con la cual lo buscan, y muéstrase primero porque la da más por su misericordia y divina predestinación que no por la merecer ellos.

Aunque todas las maneras ya dichas y otras semejables de buscar a Dios sean muy buenas, empero la que me parece mejor es buscarlo hombre en su corazón dentro de sí, porque escrito está (Eclo 51,22): En mí mismo hallé mucha sabiduría, y mucho aproveché en ella. Y el Señor dice (Lc 17,21): Mirad que el reino de Dios está dentro de nosotros.

Si dentro de nos está, parece tardanza y rodeo salir fuera a buscar, apartándonos y distrayéndonos por las cosas de fuera, sino que, a ejemplo de la Magdalena, tornemos muchas veces al sepulcro del corazón, aunque se aparten los discípulos y las otras mujeres. Magdalena quiere decir magnífica, y es nuestra voluntad, que magnifica y engrandece a Dios. Ésta debe tornar muchas veces al sepulcro donde Cristo huelga después de los trabajos de la pasión, que es el corazón de aquel por quien murió. Los discípulos son nuestros cinco sentidos, que se apartan de este ejercicio, ca no lo alcanzan. Las mujeres son la imaginación y la fantasía y la memoria sensitiva, que no son menester. Quien más permanece es nuestra voluntad, que, como otra Magdalena, suspira y espera hallar lo que perdió, y torna otra y otra vez al mismo lugar, que es el corazón, lo cual amonesta nuestra letra diciendo: Torna mucho sobre ti en silencio y esperanza.

Pues que el Señor dice que llamemos y abrirnos han, y nos dice do hemos de llamar, bien será que llamemos en su casa más cercana, que es nosotros mismos; porque aunque su Majestad tenga muchas casas, en esta más cercana a nosotros lo podemos hallar más ligero sin andar cercando lugares ni casas devotas, ni provincias, pues que doquiera que el hombre esté debe tornar sobre sí para hallar a Dios; lo cual amonesta el Sabio diciendo: Bebe el agua de tu cisterna y los arroyos de tu pozo (Prov 5,15).

En estas pocas palabras ha hecho el Sabio mención de cisterna, pozo y fuente, y lo uno es más que lo otro, ca el pozo es más que la cisterna, y la corriente es más que el pozo; y según esto muestra tres estados de personas: los principiantes tienen cisterna, los aprovechados pozo que mana, los perfectos tienen corriente para comunicar a otros, y a estos tales pertenece lo que más dice el Sabio en el mismo lugar, y es derivar las fuentes fuera y dividir las aguas en las plazas.

Es también de notar que no sin misterio ordenó el Sabio de aquella manera las palabras dichas, aunque al parecer humano no parezcan bien ordenadas, ca nunca de la cisterna se suele hacer pozo ni corriente; porque la cisterna recoge el agua que llueve y de sí misma no suele tener agua; mas el corazón humano de sí mismo tiene natural inclinación a la gracia del Señor y a la devoción.

Es, empero, menester que llueva primero sobre él la gracia soberana, ca de otra manera es como tierra sin agua aparejada para ser cisterna y recoger el destello y rocío que le fuere enviado, el cual puede tan bien recibir y conservar que se haga pozo; porque así se despierta el apetito natural que el ánima tiene a Dios, y el aliento que tiene en sí de la devoción entrañal que antes estaba seca y amortiguada.

Ejemplo de esto se podía dar en el hielo, que, si no viene sol o agua sobre él, se suele tornar cristal tan duro que de él se pudiese labrar una cisterna. Empero, si no se tardase mucho el sol o la lluvia, deshelarse había y podríase hacer pozo y aun fuente en aquel lugar si fuese húmedo. Cuasi de esta manera el ánima que no está muy endurecida ni desesperada, aunque parezca cisterna seca y disipada, puede recibir el influjo y el agua limpia que el Señor la envía, si torna sobre sí, para que así se avive y despierte su natural deseo y se haga pozo que reciba, por ser el corazón profundo, mucha gracia, y que él pueda manar y producir de sí amor de Dios y devoción, y esto ha de crecer hasta que se haga en él una fuente de agua viva de devoción entrañal, que salte y suba hasta la vida eterna; de donde le vino el favor de la gracia, tornándose al principio de do salió, y esto se hace tornando el hombre sobre sí para desde sí mismo subir a Dios; ca ninguno puede subir a Él si primero no entrase dentro en sí; y con cuanta más fuerza o más profundamente entrare, tanto subirá más alto, porque el que se humilla de esta manera es ensalzado, y le acontece como a la pelota, que tanto sube más alto cuanto da mayor golpe consigo en tierra, y como el agua, que abajando toma fuerza para subir, y como a los que saltan en alto, que primero se abajan un poco reprimiéndose sobre sí para mejor subir en alto.




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