CAPÍTULO VI. DE LA TRISTEZA

En te haber dicho que conserves la alegría del espíritu te ha sido amonestado en equivalencia que te apartes de la tristeza mundana; y si eres avisado, nunca jamás te has de entristecer sino por haber ofendido a Dios y por carecer de su gracia; mas de todas las otras cosas te has de alegrar conformándote con la voluntad de Dios muy alegremente, sin la cual no se mueve una hoja de un árbol.

Onde lo primero que has de hacer en los desastres que acaecen es desechar de ti la tristeza, según lo aconseja el Sabio diciendo (Eclo 30,22): No des a tu ánima tristeza, ni te debes afligir en tu consejo, porque la vida del hombre es el alegría del corazón; alanza lejos de ti la tristeza, porque a muchos ha muerto y no hay utilidad en ella.

Lo que he conocido en esta vía del recogimiento es que aprovechan poco en ella los hombres que son naturalmente tristes; y los que de sí mismos son alegres y ordenan su alegría a Dios aprovechan mucho, y en el ejercicio de la sacra pasión es al revés.

Y que la alegría del hombre sea favorable a este ejercicio del recogimiento parece por aquello del Sabio (Eclo 30,27): El corazón alegre es bueno en los manjares, porque los manjares de él se hacen con diligencia. La glosa dice sobre esto que el corazón es el de los justos, y que los manjares son las virtudes que nunca faltan, a las cuales se juntan los manjares interiores del ánima que con el alegría se conservan; y si faltan, con gran diligencia se buscan y se hallan mediante el gozo del corazón, ca cuando nace la gracia en el ánima es menester que se gocen mucho, como en la natividad del verdadero precursor de Dios.

Tornando a las dos cosas de que has de tener tristeza, la primera tristeza es del pecado, la cual comúnmente suele ser en desplacer de haber ofendido a Dios; empero, si esta tristeza es la verdadera contrición que Dios infunde y causa en el ánima, es un dolor muy grande que quiere romper el corazón, y revienta o resulta en lágrimas de mucha amargura, con tanta ansia y fatiga, que a las veces está el que esto tiene medio pasmado, que no puede mandar sus miembros como quiere; mas la lengua se queda muy despierta, con la cual dice mil lástimas contra sí mismo, conociendo su pecado; y no tiene entonces en su corazón sino la memoria de su culpa y la de Dios, a quien ofendió sin otro respeto alguno; y es tan verdadero y tan intenso y grande este dolor que aquí se siente, que ninguno otro de los desastres que nos suelen acaecer se puede a él comparar. El cual, por estar en vivo en el corazón, se suele mover muy de presto y con muy pequeña ocasión, mas luego retrae el corazón a las dos consideraciones primeras, que son la culpa propria y Dios, contra el cual fue hecha.

Y este dolor de contrición, cuando es dado de Dios al corazón, por ser tan arraigado en el ánima, no se cura de agravar el pecado para más dolerse de él, sino ruega a Dios que haga justicia de la maldad contra él cometida, y conoce el hombre entonces que ninguna pena que le diese bastaría según su culpa. Y de todas estas cosas engéndrase en las entrañas del ánima un contentamiento que procede del dolor, el cual es causa que nunca en ella desee dejar de se doler; y mientras más se duele, crece más aquel contentamiento y quédale aún hambre y deseo de más aflicción por su pecado. La cual aflicción y dolor voluntario ha crecido tanto en alguna persona, que le hizo decir a voces sus pecados y quejarse a grandes gritos del gran dolor que sentía de ellos.

Ésta es la verdaderísima contrición; la cual se dice en la Escritura grande así como la mar, porque en ella peligran y se ahogan todos los pecados en cuanto a la culpa y a la pena, y porque, no quedando alguno de ellos, salen a la ribera de la boca por la confesión ya muertos.

De esta tristeza se puede entender aquello que dice San Pablo a los corintios (2 Cor 7,9): Ahora me gozo, no porque fuisteis contristados, mas porque fuisteis contristados a penitencia, ca fuisteis contristados según Dios, para que en ninguna cosa padezcáis detrimento de nosotros. Donde la tristeza que es según Dios obra penitencia para salud estable; empero, la tristeza del siglo obra muerte, porque veis aquí lo mismo que os contristó según Dios cuánta solicitud obra en vosotros, y defensión e indignación contra los malos, y temor y deseo y remedamiento y venganza que tomáis de vosotros mismos. Y el profeta Baruc dice de esta tristeza a Dios (Bar 2,17-18): Abre, Señor, tus ojos y mira, ca los muertos que están en el infierno, cuyo espíritu es recibido de las entrañas de él, no te darán honra ni justificación, sino el ánima que está triste sobre la grandeza del mal y anda corva y enferma desfalleciendo sus ojos, y el ánima hambrienta de gloria a ti y justicia al Señor.

Mucho habría que decir sobre el Apóstol y el profeta; mas porque de principal intento no tratamos aquí de la contrición, pasaremos adelante, y decimos que, si fuese cosa posible a los hombres, sería mejor carecer de esta tristeza que tenerla, y esto cesando la causa de ella, que es el pecado; empero, quién hay que pueda decir con el santo Job (Job 27,3-6): Hasta que muera no me apartaré de mi inocencia; la justificación mía que comencé no dejaré de tener, porque ni mi corazón me reprehendió en toda mi vida. No creo que hay en el mundo quien no tenga necesidad de la tristeza sobredicha; empero, si a dicha hubiese alguno, podríamos decir de él (Eclo 14,1): Bienaventurado es el varón que no cayó con la palabra de su boca y no es estimulado en la tristeza del delito.

Señaló aquí el Sabio más el pecado de la lengua que otro alguno, porque muchos hay que vencen todas las otras cosas y son vencidos de su lengua, la cual vence a los vencedores de todos los otros vicios y da continuo ejercicio a los que se desembarazaron de todas las otras cosas para servir a Dios.

La segunda causa por que se deben entristecer los varones recogidos es por faltarles la devoción, y digo los varones recogidos, porque los disolutos no sienten la falta de ella; y la causa es porque nunca supieron entera ni aun medianamente a qué sabía. Lo que más fatiga a los justos es ver el poco deseo que tienen de Dios aquellos que se dan a los placeres terrenos; lo cual no procede sino de no haber gustado siquiera una gota de la divina dulcedumbre, y, por tanto, el deseo que los justos tienen y la voz que acerca de ésta da el ánima de ellos no es sino aquella del salmo (Sal 30,20): ¡Oh cuán grande es, Señor, la muchedumbre de tu dulzura, la cual escondiste a los que te temen! Y a los que son disolutos dice (Sal 33,9): Gustad y ved, ca suave es el Señor, al cual no menos desearíades si lo gustásedes que deseáis todos los otros deportes terrenos, antes mucho más.

Una de dos cosas ha de ocupar el corazón de los varones recogidos, o el placer y gozo por la presencia de la devoción, o la tristeza y sentimiento por la ausencia de ella. Del gozo ya comenzamos a decir algo. No queda ahora sino que digamos de la tristeza que se causa en el ánima devota cuando no siente la gracia y devoción que solía. Y aunque esta tristeza sea buena, porque es más según Dios que otra ninguna, empero, mejor sería carecer de ella que no tenerla con tal condición que cesase la ausencia del esposo que la causa; el cual aunque a todos los santos fue presente, no creo que hubo alguno del cual jamás no se apartase o escondiese, porque muchas veces acontece estar presente y encubrirse.

Que de los apóstoles se haya apartado, Él mismo da de ello testimonio diciéndoles (Jn 16,6): Porque os he hablado estas cosas, vuestro corazón está lleno de tristeza. Los que a uno solo amaban y en él a todas las cosas, no tenían más de un corazón, y lleno de alegría con su presencia; mas en faltando el mismo Señor, fueron llenos de tristeza; la cual aun las palabras de la partida causaba, porque mediante ellas pensaban en su ausencia; empero, si hubo alguno de los santos que no padeció ausencia del esposo, ni jamás se le escondió, podíamos decir de él (Eclo 14,1): Dichoso es el que no tuvo tristeza de su ánimo.

Que esta tristeza sea más según Dios que otra alguna, parece claramente; porque es por la ausencia de aquel cuya presencia causa el mejor gozo que los justos pueden tener, del cual dice el salmo (Sal 4,7-8): Señalada está sobre nosotros la lumbre de tu vulto: diste alegría en mi corazón. El vulto humano nuestro, por ser corporal, causa sombra, y la sombra suele causar algún temor, mayormente cuando no conocemos el vulto, según aconteció al santo Job (Job 4,14-16). Mas como Dios sea incorpóreo y fuente de luz, de la presencia de Él no se causa sombra que espanta, sino lumbre deleitable, de la cual se sigue alegría en nuestro corazón, empero en faltando Él en el ánima devota o escondiéndosele, luego se entristece el ánima y recibe muy grande descontento de sí misma y de todos los placeres mundanos, teniendo en sí misma una ansia y fatiga muy grande que no la deja reposar en ninguna parte ni puede mostrar claro semblante; mas acordándose de lo que solía sentir y viéndose ajena de ello, no halla reposo, ca tiene dentro de sí un desabrimiento que no la deja tomar placer en cosa del mundo.

Es, empero, de notar que según la diversidad de los aprovechantes se suele sentir esta tristeza; los más aprovechados la tienen más, y los que no lo son la sienten menos, y los que ninguna cosa han aprovechado en ningún grado la sienten, porque no echan menos lo que nunca tuvieron.

Debería, empero, ser en las cosas espirituales como en las corporales en cuanto a esto: que así como en la naturaleza de las cosas corporales no se da cosa vacía, así en lo espiritual no se debería dar ánima que estuviese vacía de cualquiera de las dos cosas dichas.

Cosa es averiguada entre los que saben que la naturaleza proveedora, aunque vaya contra sí misma en particular, no deja cosa vacía ni por un momento, por evitar el daño que en toda ella se podría seguir; donde si el aire se destruyese, luego subiría la tierra y el agua a ocupar aquel lugar, por que no se diese cosa vacía ni se desencuadernasen las cosas que están enlazadas y participan unas con otras, y la cual participación se guarda también en lo espiritual. Y por eso manda Dios (Dt 16,16) que no aparezcamos delante de Él vacíos en cuanto en nosotros fuere; empero, entendiéndolo mal, los hombres vanos hínchense de cosas terrenas, y cada uno en su manera multiplica sus cosas, no acordándose de que la tierra y todas sus cosas se llaman vacías y vanas (Gen 1,2), de las cuales ellos se quieren henchir pensando suplir con una vana otra vacía, lo cual es imposible si bien miran en ello. Y, por tanto, no puede todo el mundo henchir un pequeño corazón de un hombre, como parece en Alejandro, al cual se le hacía el mundo pequeño para henchir el corazón de un hombre; y la causa es porque el mundo está vacuo de los verdaderos bienes, y, por tanto, en respecto de ellos no puede henchir el corazón, el cual o ha de estar lleno de la alegría causada por la presencia gratífica de Dios, o de la tristeza causada por su ausencia, para que así no parezca vacío delante del Señor, el cual se agrada tanto de lo ver lleno de tristeza como de alegría, y vuelve, según lo prometió (Jn 16,22), la tristeza en alegría, y aun puede ser que le plega más la tristeza que por Él se causó que no la alegría; porque en la tristeza que tenemos por la ausencia de la cosa se muestra el amor que le teníamos; ca si tan fácilmente nos consolamos de la haber perdido, señal era que era poco el amor que le teníamos; y la mucha tristeza da señas de mucho amor, como parece en la Magdalena, que llorando decía muchas veces: Tomaron a mi Señor, y no sé dónde le pusieron. Y de esta tristeza no la pudieron consolar los ángeles, porque no estaba triste por ellos. Y cuando la tristeza de alguna cosa es verdadera y posible de suplir, no cesa hasta que se ha la presencia de aquello cuya ausencia la causaba, como parece en la misma santa, que no pudo dejar la tristeza hasta que delante de sí conoció al que la había causado; y de esta manera, si es verdadera la tristeza que sientes por haber perdido la gracia que tenías, no te alegrarás hasta que el Señor, que da a todos en abundancia, te la torne a dar, a lo menos en equivalencia.




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