CAPÍTULO VII. DE CUÁN DIFERENTE SEA NUESTRA PERFECCIÓN Y LA DE LOS ANTIGUOS PASADOS

Desde que yo pienso en la santidad de nuestros antecesores y en la de los presentes, paréceme que de todos los estados juntos se podría hacer otra estatua como la que vido Nabucodonosor (Dan 2,31-33), cuya cabeza era de oro, los pechos de plata, el vientre de cobre, las piernas de hierro, los pies de hierro y de barro.

La cabeza de oro fue el estado de la primitiva y nueva Iglesia, cuya santidad era perfectísima, así como el oro es perfecto metal. En los brazos y pechos de plata se da a entender el segundo estado, que fue después de los apóstoles, los cuales, siendo muy puros y limpios, sonaron por la predicación del Evangelio y abrazaron todo el mundo.

El tercero estado fue el de los mártires, figurado en el cobre, que es metal muy paciente y que sufre muchos golpes.

El cuarto estado de hierro fueron los doctores que con gran fortaleza y ligereza persiguieron a los herejes; ahora hay una manera de santidad que, allende de no hacer fruto en la Iglesia ni dar ejemplo de sí, junta el hierro de la fortaleza del espíritu y el barro de la flaqueza humana, siendo cosas muy contrarias la carne y el espíritu y dicen que la relajación y la devoción han de morar juntas, como sean más enemigas en toda buena costumbre, que no el hierro y el barro en el ser de naturaleza para se juntar.

Hay algunos que se dicen ser espirituales tan engañados en esto, que totalmente se apartan y huyen de los que les amonestan pobreza y aspereza; y lo peor es que ellos tienen a los otros por personas que no gustan las cosas del corazón, ni que han alcanzado la libertad del espíritu, mas que se detienen en las cosas que pertenecen a los principiantes.

A los que dicen esto, ruego que miren el nono capítulo de San Lucas, donde escribe de Cristo. Decía Jesús a todos (Lc 9,23): Si alguno quiere venir en pos de mí, niegue a sí mismo y tome su cruz cada día, y sígame. A todos decía el Señor, no solamente que negasen a sí mismos y a sus pareceres y a sus deseos y voluntades, mas que tomasen su cruz, y ésta cada día, y lo siguiesen.

En el negamiento incluye el Señor la penitencia y trabajo interior; en la cruz, el exterior; lo uno y lo otro es menester, no se contente nadie con la una cosa, pues Dios las manda entrambas, ni piense alguno que no decía a él, pues que, según dice San Lucas, con todos hablaba; ni señale nadie para esto tiempo, pues que el Señor dice que ha de ser cada día; no te dé nadie de cabeza, mas sujete a la Escritura y a los santos, conociéndose por menos virtuoso; no des lugar al regalo ni creas a quien te lo aconseja, sino esfuérzate a padecer algo por Dios; y aunque hayas volado en santidad, procura de hacer alguna penitencia más que tus hermanos en lo que pudieres, o en el vestido que sea vil o áspero, o en el comer que sea poco y grosero, o en la cama que sea pobre y dura; y esto de tal forma, que castigues tu cuerpo según dice San Pablo, y no lo mortifiques.

Y si por tu flaqueza ninguna cosa de éstas pudieres hacer, no las dejes de alabar en los otros; y tú toma el consejo de San Buenaventura, que te amonesta dejar las cosas deleitables que lícitamente pudieras usar, así como son las frutas y otras golosinas que comen los que viven a rienda suelta. So color de vivir sano, mira que no des crédito a todo físico, porque siempre verás que los que se dan mucho a los físicos tienen menos salud y menos penitencia; y tú no tengas por tema de nunca enfermar, mira que los reyes enferman; y pues los médicos y la cumplida provisión en ninguna manera bastan para defender a los grandes señores que no enfermen, tú no seas tan atrevido que pienses vivir siempre sano, porque ese intento te apartará de hartos bienes que dejas de hacer por miedo. Si enfermares, curarte han; y en la enfermedad aprenderás a te compadecer y ganarás los bienes que ganaron los santos estando enfermos.

No te acontezca incurrir en una enfermedad por guardarte de otra; ni se te haga de mal sufrir siempre alguna, pues te traerá muchos bienes si le haces buena compañía teniendo paciencia; empero debes huir mucho la enfermedad que no te dejare orar, porque ésta es la peor de todas. Y aun la misma salud, si te estorba de orar, es muy mala para ti, que debes amar todo lo favorable a la oración y aborrecer todo lo contrario. Empero, según dicen todos los médicos, no hay cosa que tanto conserve la salud como guardar la boca de toda demasía, ca por la mayor parte entran por allí todas las enfermedades su poco a poco; y el religioso debe tener por regla de medicina guardarse de comer ni beber fuera del refitorio a sus tiempos con la comunidad, y templarse mucho en las cenas si quiere vivir sano.

Tornando al principal intento de la presente letra, para mientes que no seas santo de pie quebrado, sino que te ordenes de tal manera que puedas seguir a Cristo en lo de dentro y en lo de fuera; y en tal manera debes mirar esto que, como dice Gersón, si para no poder las fuerzas fuere menester desechar algunas consolaciones interiores, lo debes hacer, conociendo que eres vaso enfermo y no puedes recebir tanto como querrías, ca la mucha miel te puede hacer mal; y conocerás esto que digo si miras cuán mal parece la relajación en los devotos que para de razón habían de dar ejemplo a los otros; y por un poco de gusto que han recibido de Dios dicen que no pueden estar en pie y piden regalos, lo cual viene de no se querer esforzar a todo.

Tú, si quieres ser el que debes, mira que has de llevar a Cristo, con las vírgenes prudentes, lámpara de perfección exterior y óleo de perfección interior; no seas como las locas, que se contentaron con lo uno solo. El que tiene vil vestido y manjar grosero, y falta en otras cosas, y la cama áspera, y mal calzado, y semejantes asperezas, piense que tiene lámpara y que le falta lo más necesario, que es el aceite, si no tiene en su ánima la devoción entrañal y que la torne blanda y benigna y dulce al Señor; y por eso en cada cosa de aspereza y penitencia que hiciere diga a sí mismo: Ya, hermano, da gracias al Señor que no te falta todo; lámpara tienes, sé solicito en buscar aceite de devoción para ella, por que merezcas entrar según conviene a las bodas celestiales.

Y si quieres hacer presto este aceite claro y dulce y blando de la devoción, debes seguir a aquel que está enjerido y supositado en la buena oliva de la divinidad (Rom 11,17), porque él te infundirá, como a otro Job (Job 29,6), arroyos de aceite, el cual, si tú perseveras en lo seguir, nunca faltará en el vaso de tu corazón mientras durare la esterilidad en Israel (1 Re 17,14), según la palabra de Dios; y más, que podrás tú por tu doctrina e industria henchir los vasos, que son los corazones vacíos de tus vecinos, como la huéspeda de Eliseo (2 Re 4,3-6), para que así crezcas y multipliques e hinchas, no la tierra, sino el cielo; ca propiedad es del aceite subir a lo alto, haciéndonos, para seguir al varón celestial Cristo, dejar las cosas terrenas, para mejor volar tras Él, que como águila muy ligera nos provoca con las obras de sus ejemplos y con el pico de su doctrina a en tal manera lo seguir, que todo nuestro hombre interior y exterior sea hecho sano en el sábado de la holganza, que es el recogimiento, en el cual así hemos de seguir con encendidos deseos y pasos del corazón su divinidad, que no dejemos por negligencia los pasos de su humanidad, que son las obras de penitencia y aspereza.




[ Capitulo Anterior ]
[ Retorna al Indice ]
[ Capitulo Seguiente ]