TRATADO VEINTE Y DOS

HABLA DEL CUIDADO QUE DEBE EL HOMBRE TENER DE SÍ SOLO, DICIENDO: CELA Y GUARDA TU PERSONA, Y MEZCLARÁS EN TODO A DIOS


CAPÍTULO I

Toda la llave del saber está en conocer para qué es cada cosa y en saberla aplicar a lo que conviene; conforme a lo cual decimos que es mejor físico el que mejor aplica las medicinas a las particulares enfermedades; y desta razón se sigue que toda la discreción del espíritu está en saber usar de los dones del Señor a la intención suya, aplicándolos a lo que él quiere con ellos remediar, el cual suele dar a los nuevos oradores un celo y deseo de mayor aprovechamiento, que es una fuerza con que el ánima comienza a seguir en tal manera la virtud, que aborrezca todo lo contrario a ella, y lo sufra con tan inquieto desabrimiento, que trabaje con todas sus fuerzas por lo desechar, como cosa que impide y estorba su buen propósito. Del cual celo pienso que hablaba San Bernardo cuando dijo: Conviene que el ardor del santo deseo antevenga la cara de Dios en toda ánima que él ha de venir, el cual ardor consuma y gaste todo el orín de los vicios, y de esta manera apareje el lugar del Señor.

Según lo que este santo dice, bien podemos llamar a este celo de que hablamos aposentador de Dios, que, como otro San Juan, da voces en nuestra desierta ánima, amonestándonos que enderecemos nuestro corazón, que es vía del Señor, y que hagamos rectas las sendas de sus deseos, y que hagamos penitencia y nos bauticemos en lágrimas para que se nos acerque y manifieste el reino de los cielos, que estaba en nosotros escondido, para lo cual renueva este celo de Dios las fuerzas del ánima y gasta en ella las cosas carnales, según aquello que dice el mismo Señor (Sof 3,8-9): En el fuego de mi celo será comida toda la tierra, porque entonces tomaré a los pueblos el labio escogido, para que invoquen todos el nombre del Señor y lo sirvan con un hombro.

Bien muestra aquí nuestro Señor Dios que el ferviente celo que Él enciende en sus siervos es para destruir en ellos las cosas terrenas, por que así lo puedan espiritual y perfectamente alabar y servir de todo corazón, tomándolo sobre el hombro derecho del ánima, que es el amor en que se asienta Él como principado nuestro, aunque, según he dicho, envíe nuestro Señor al hombre aqueste celo para que en sí mismo lo ejercite.

Suelen algunos quitar este don de sí mismos y darlo a otros, ejecutando en ellos el celo que para sí recibieron: hácense jueces en causa ajena, no mirando que tienen tanto que ver en sus conciencias que, como dijeron las vírgenes sabias, no basta su cuidado para lo proveer todo. Y si los tales piensan que se puede tener de todo solicitud celando su vida y la ajena, crean de verdad que ha de faltar en la una parte lo que ponen en la otra, y muchas veces perderán todo el cuidado proprio por celar a los otros; lo cual es un mal mucho de huir y que nos trae a gran confusión; empero para lo evitar tomemos el consejo de nuestra letra, que dice: Cela y guarda tu persona, y mezclarás en todo a Dios.

Los soberbios no hay, duda sino que celan mucho y guardan sus personas, como aquel malvado Amán, que de todos quería ser muy reverenciado y acatado; mas porque hacen aquesto por amor de su presunción, decimos que no mezclan en todo a Dios, sino a sí mismos, que en todo se buscan, lo cual debe mucho huir el siervo de Dios diciendo aquello del profeta (Sal 68,10): El celo de tu casa te comió.

Nosotros somos a veces casa de Dios y nuestra y del demonio, y de todos los que moran en nuestro corazón, que son los vicios; empero, no nos hemos de celar ni estimar ni guardar de todos a otro fin sino a ser casa sólo de Dios, llorando en nosotros más la ofensa de Dios que la pena a que somos obligados; porque si a otro fin celamos nuestras personas, erraremos mucho aplicando el don del Señor a lo que no conviene y mereceremos la ejecución de aquella amenaza en que dice Dios (Ez 16,42): Será quitado de ti mi celo; y no me airaré más, sino holgaré. El celo remediador de cosas mejores que Dios nos ha dado quítalo de nosotros cuando ve que no las buscamos por Él, sino por nosotros, a nuestro proprio interés y utilidad, y no a su servicio.

Dice el Señor que no se airará más, ni trabajará contra los que celan su propria fama y santidad, como Josué la de Moisés (Num 11,28-29), y como los discípulos la de Cristo cuando defendían que los niños no llegasen a Él, pensando que sería algún menosprecio, a los cuales reprehendió el Señor (Mt 19,13-15), recibiendo con brazos abiertos a los niños, a confusión de los que se tienen en tanto que no sufren ser comparados a otros menores que ellos, cuasi alzándose a mayores en el cielo de la santidad como otro Lucifer, de los cuales aparta Dios en alguna manera el cuidado que tenía de castigar sus pequeñas culpas; porque ésta es muy grande, y tal que no merece pequeño castigo, y dice que holgara mostrando que más trabaja, o con más dificultad nos castiga, que nos hace mercedes, porque nosotros lo despertamos a lo primero y no a lo segundo; antes El de suyo nos las da sin las merecer; y el no tomar ira contra nosotros es dejarnos a nuestra voluntad, lo cual es cumplimiento de ira; porque si el Señor cesa de nos celar y corregir de dentro, ninguno de fuera nos podrá convertir; según aquello del Sabio(Ecl 7,13): Considera las obras de Dios, ca ninguno puede corregir al que Él menospreciare. No menosprecies tú de celar tu ánima corrigiéndola y constriñéndola a cosas mejores, si no quieres que el Señor deje de te castigar celándote como padre que mucho te ama, ca Él es Dios celador.

Lo que primeramente queremos amonestar en este capítulo a los varones recogidos, como cosa muy necesaria a ellos, es que de sí solos sean celosos y tengan en su memoria para tener de sí solos cuidado [según] aquella breve y grande sentencia del Sabio que dice (Eclo 11,8): No tengas contienda sobre lo que no te molesta.

Hay algunos que debajo de buena intención tienen tanto celo en cada cosilla que les parezca no ir según Dios, que en ninguna manera la pueden sufrir, sino que saltan tan prestos a lo remediar como si luego en llegando ellos hubiese de cesar todo mal, y aquel yerro estuviese esperando que ellos echasen el bastón; y van con tanto ánimo a entender en cada defecto como si sus palabras pudiesen tanto contra él como el agua bendita contra el fuego. De aquestos tales dice Gersón: Suele el celo de la casa de Dios, especialmente cuando es nuevo, comer a los hombres de buena voluntad; esto es, constreñirlos a que todos los escándalos de los vicios que ven procuren o de quitarlos o reprehenderlos, o animar reciamente a los otros para que los quiten; y afirman que no ha de ser disimulado, ni perdonado, ni por esto ha de ser temido el escándalo que se podrá seguir; mas que han de pasar varonilmente por las armas de la justicia a la diestra y a la siniestra, por infamia y buena fama, y si necesario fuere, por azotes y sangre y muerte.

Estos tales no solamente suelen hacer lo que este doctor dice, mas culpan y murmuran de los varones que se ponen en su paz, para más quietamente llegarse a Dios, y dícenles que no son celosos de la virtud y que buscan su propria consolación; en lo cual no hay mucha seguridad, ca los santos enemistados fueron y malquistos con los viciosos, y de ellos sufrieron muerte, porque contradecían a sus malas costumbres y transgresiones; y, finalmente, dicen aquestos celosos contar los que se ponen en paz aquello de San Cipriano: Raro es hoy Finees que traspase con puñal los desvergonzados; raro Moisés que mate los idólatras; raro Samuel que llore los inobedientes; raro es Job que ofrezca sacrificio por la negligencia de los hijos; raro es Aarón que pronuncie amenazas divinas delante de Faraón; raro es Noé que apareje arca guarnecida para los que han de peligrar. Llorando lo digo con el Apóstol: Enemigos de la cruz de Cristo son los prelados que saben las cosas terrenas, cuyo Dios es el vientre; venido han los tiempos peligrosos en que los amadores de los deleites más que de Dios, teniendo parecer de piedad, niegan la virtud; hállanse innumerables regidores que no quieren ni mover con el dedo los ayunos y las oraciones.

Estas palabras, o a lo menos otras equivalentes, suelen decir los atrevidos y entremetidos, que luego se igualan con los santos en este caso; no mirando que primero fueron ellos celosísimos de sí mismos, que ni aun hablasen en cosa que a otros tocase; ca, según dice San Bernardo, cosa torpe es a la mujer que se está en su casa reprehender a los que vienen huyendo de la batalla.

Son tantos los que he visto perdidos por ser indiscretamente celosos, que no querría pasar de ligero aquesta letra en que se nos amonesta que celemos a nosotros mismos, dejando todos los otros, y aun que nos celemos, no por fantasía y presunción, como los fariseos, muy compuestos en lo de fuera, que parecían imágenes doradas, y dentro llenos de vanidad, que ninguna cosa halla hombre de qué echar mano, sino que lo hace por dar buen ejemplo y porque no lo tengan por derramado ni se vea en lenguas de hombres peores que saetas. De esta manera no mezclas a Dios en tu recogimiento, sino un poco de levadura que corrompe toda la masa de tus obras.

Si mirásemos los males en que los celosos de los otros tropiezan y se quiebran los ojos, bastaría para que volviésemos sobre nosotros mismos y aplicásemos todo nuestro cuidado a la salud de sola nuestra ánima, mirando que no padeciese algún detrimento; pues, como dice el Señor, nos va más en esto que en ganar las ánimas de todos los del mundo.

El menor mal en que incurren los que se tienen por celosos es la murmuración y juzgar vidas ajenas, en lo cual hay algunos tan engañosos que no creo que jamás satisfarán sus personas el mal que han hecho sus lenguas; no hago mención del bullicio e inquietud que sienten en sus conciencias estos celosos, aunque también es gran mal, pues que deshace toda la devoción del corazón y la pone en los pies y en la lengua. Quién hubiese de contar cuántos agujeros hacen por atapar uno, como los caldereros, y cómo pensando de evitar un peligro pequeño caen en otro mayor, y enconan más la llaga queriéndola curar antes de tiempo, y muchas veces hacen llaga donde no había ni aun pensamiento de ella; por hacer que otros suban a mayor perfección les hacen perder la que fácilmente habían conservado, y ponen muchas veces escándalo entre los pequeñuelos de Cristo, sin mirar que los fariseos no fueron bien recibidos de Cristo cuando vinieron a decir que ellos ayunaban y no los apóstoles. Piensan estos celosos que hacen servicio a Dios y caridad a sus hermanos cuando les amonestan que enmienden algunas cosillas que ven en ellos menos buenas, y desde entonces son tenidas sobre ojos, ca piensa el que es corregido que le andas contando los pasos y juzgando su vida; y por esto propone de guardarse de ti, y queda secretamente diciendo entre sí: Tu ojo es malvado, que yo bueno soy, pues que es buena mi intención y mi obra no contradice a lo que tengo prometido, si bien miras en ello.

Para que yo pudiese acabar de persuadir y provocar a estos indiscretos celadores, que les sería muy mejor recogerse y dejarlo todo encomendándolo a Dios, que no hablar en cosa que a otros tocase, menester era declarar muchas cosas tocantes al mandamiento de la corrección fraterna, y cómo de una manera deben haber en esto los súbditos y de otra los prelados, y mostrar cuántas maneras hay de celo, por las cuales cosas no pasan fácilmente los que saben.

Tres puntos veremos al presente para que nos provoquemos a celar solas nuestras personas. El primero, cuánto mal sea decir males ajenos. El segundo, cómo somos obligados a los corregir. El tercero, cómo conviene al religioso que no tiene cargo dejarlo todo y ponerse en su paz.




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