CAPÍTULO IX. DE LOS CARNALES PENSAMIENTOS

Allende de esto, has de saber que hay una manera de tentaciones carnales que vienen con torpes imaginaciones, y otras vienen sin ellas. Las primeras bien conocidas son, pues cada día atormentan a muchos; ca el oficio del demonio es traerte a la memoria todos los males pasados, para te dar a entender que cuando hacías aquello eras su especial amigo, y que ya no lo quieres ver; empero pide que a lo menos le pagues con algún aplacimiento y buen gesto el favor que entonces te dio; y cuando teme que abiertamente no le darás audiencia, inspírate que te acuerdes dónde estará el ánima de fulana; y de uno en otro te hace pensar el placer que con ella hubiste, y cómo se pasaron en breve aquellos tiempos sin que gozases de ellos por entero; y en todo esto tiene ojo el demonio a ver si te ríes o suspiras o haces algún gesto en que pueda conocer la conclusión y determinación tuya.

Otras veces trae tan apeñuscadas y juntas las cosas, tan hecho el discurso y concluido lo que él quiere para nos lo presentar como cosa que habemos ya determinado, y tan sutilmente lo lanza en nuestra imaginación, que parece que juntamente sentimos y consentimos; y entonces nos espantamos de nosotros mismos; ¿quién nos cegó, cómo pudo ser cosa tan arrebatada, cómo nos pudo tomar a manos tan a deshora?

Esta manera de tentar más resolutoria usa él con los que sabe que no admiten sus discursos, sino que luego sienten al principio su malicia y lo envían con una higa en los ojos; y por esto busca manera más breve para herir antes que sea sentido, haciendo como argumentador importuno que propone la razón y él mismo dice respondiendo por el otro antes que hable. Decís que si todo esto suele formar el demonio en nuestra memoria muy brevemente, y en tanto tiénenos enfuscados y embarazados con la imagen de lo que representa, haciendo a manera de lobo, que luego que es visto embaraza y torna como atónito al que lo ve, y por algún espacio tiene suspenso al que lo ve súbitamente.

El remedio de todas estas cosas es dejar llegar la razón, y que luego comience a detestar y tener en abominación toda deshonestidad, mirando hombre que es amigo y siervo leal de la Virgen sin mancilla, Señora de todos los castos, y que su bendito Hijo, Dios nuestro, vivió en la carne con limpieza para nos dar ejemplo; el cual aborrece más que el infierno todo deshonesto pensamiento y nos está mirando al corazón para ver si lo desechamos luego.

Si los torpes pensamientos y arte endiablado nos hacen creer que ya consentimos, bien es preguntarse hombre si cometería los tales delitos; y si ve que no, según el testimonio de su conciencia, señal es harto clara que no fue nada lo pasado, sino escarnio que nos quiso hacer el demonio; el cual irá más confundido si le certificamos que hemos de ganar, aunque le pese, la silla que perdió, y que lloverán sobre él todas sus arterías. Si permitiéndolo la justicia de Dios, y mereciéndolo el poco amor que le tienes, no rehúye luego tu voluntad, ni se aparta del pecado que se le representa, paréceme que debes ponerte a razón contigo mismo y decir: ¿Por ventura, hombre bestial, mejor para cieno y gusanos que para venir a Dios, dudas aún de lo que muchos años antes habías de tener determinado?, ¿quiéreste tornar a las cebollas y ajos de Egipto, que no se comen sin lágrimas de remordimiento?, ¿tan poco amor tienes a Dios y a la limpieza, que lo dejarías todo por este manjar de puercos?, ¿qué es de tus buenos propósitos pasados, con que decías nunca jamás haber de tornar al vómito?, ¿quieres perder tus trabajos, dejando de estar bienquisto con Dios por el amor presente?, ¿qué más de verdad es aborrecimiento que tienes a tu ánima? Si bien miras en ello, ¿con qué cara osarás volverte a Dios ni parecer delante su bendita Madre, si una vez te apartas de ellos?, ¿no sabes que el demonio, deseoso de tu perdición, está esperando el fin de tu daño?, ¿qué es de la pasión de Jesucristo?, ¿qué es de la compañía de los siervos de Dios?, ¿qué es de la gloria del cielo?, ¿qué es de los santos a que te has encomendado?, ¿qué son de tus devociones y servicios que has hecho a Dios?, ¿qué es del consejo de tus mayores?, ¿qué es de los votos que hiciste y juraste?, ¿qué es de la guarda de los mandamientos del Señor?, ¿qué es de los buenos deseos con que viniste a servir a Dios?, ¿qué es del perdón de los pecados pasados?, ¿qué es de lo que hasta ahora has padecido?, ¿qué es de la resistencia pasada con que has vencido semejantes encuentros?, ¿quieres por ventura dar ahora con todo en un pozo y perderlo en un punto? Si te hubiesen de cortar un solo dedo del pie, ¿osarías pecar?; si te hubiesen de cortar la mano, ¿menospreciarías el dolor que de cierto esperabas por el falso deleite que te es ofrecido? Pues que esto no escogerías, ¿por qué quieres ser tan loco que des contigo en el infierno para siempre? Deja, deja tu bestialidad; mira que has de ser compañero de los ángeles, hijo de Dios, amigo de vírgenes, particionero de los mártires, ciudadano del cielo, donde no acogen sino a personas señaladas; toma corazón de hombre; desecha las cosas de niño; no te dejes caer, pues has de subir; ten vergüenza de ser vencido donde hay tantos vencedores; obra virtud en Dios, que Él tornará a nada tus enemigos.

Estas y otras preguntas se puede hacer el que no está tan firme en el amor que claramente conozca el aborrecimiento del pecado; y créeme que si las usas, aunque el demonio te lleve de vencida, cobrarás tanto ánimo que vuelvas sobre él, como hizo Abner sobre aquel muy ligero Asabel que porfiosamente lo perseguía (2 Sam 2,18-23).




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