|
Dejadas estas salidas, hay otras buenas, porque unos salen fuera, como San Pedro, en muy
amargas lágrimas llorando manifiestamente sus pecados (Mt 26,75). Otros salen fuera del
mundo a orar al Señor, a ejemplo de Moisés (Ex 10,6), que para orar con sosiego salió de la casa
del rey Faraón, y luego le fue otorgado lo que demandaba al Señor. Donde, si tú quieres ser más
perfecto y prestamente oído del Señor, debes salir de las cortes a orar, porque no son ellas casas
de oración, sino de hombres mundanos, por los cuales debes orar como el santo profeta, mas
saliendo de entre ellos.
Otros hay que, a ejemplo de Josué (Ex 17,10), salen a pelear contra Amalec, que es el demonio,
con el cual no hemos de pelear sino saliendo del pecado y de las ocasiones de él; lo cual se
figura en esta salida de Josué, que salió de Egipto al desierto, donde hubo más gloriosa la
victoria.
Otros salen, a ejemplo de Isaac (Gen 24,63), a meditar y pensar las cosas de Dios en el campo de
la universal criatura; viendo el cielo sembrado de estrellas, y la tierra de flores, y el agua de
peces, y el aire de aves, contemplan de esto el Criador de estas cosas por muchas vías.
Otros salen huyendo persecuciones y enojos y contenciones a ejemplo de David, que salió de la
ciudad huyendo de su hijo Absalón, que lo perseguía crudamente; y quiérense éstos conformar a
Cristo, que por condescender a nuestra flaqueza se salla de Jerusalén de entre los fariseos que le
querían beber la sangre y despedazaban su fama.
Otros salen de la alta contemplación a pensar en la hora y punto de su muerte, como Elías (1
Re 19,9-13), que, estando en el monte de Dios, se puso a la puerta de la cueva, que tenía figura
del sepulcro, desde la cual contempló el juicio de Dios que había de pasar delante de él y las
cosas que han de antevenir el juicio, que son muchas.
Dejadas estas salidas, más tocadas que declaradas, es también de notar que hay otras buenas más
espirituales que corporales, donde acontece a los que llevan la vía del recogimiento salir en
voces o en gestos exteriores. Las voces son una manera de gritos agudos muy sonables y
penetrativos, y que no se determinan a palabra alguna, porque no proceden de la voluntad del
hombre, tu se dan estos gritos adrede, ni vienen sobre pensado, sino por una manera de
sobresalto y un alarido que se levanta del corazón, que no le pueden los tales evitar ni aun
detener después de comenzado.
Hay, empero, dos maneras de estos gritos, que unos tienen principio en alguna ferviente
meditación con que los varones dados a Dios suelen mover su ánima; la cual siendo muy
movida y estimulada, sale algunas veces en aquellos gritos no pensados, como quebrando en
ellos todo su deseo.
Otra manera hay de gritos, o voces, o gemidos que se causan de un fuego que se enciende en el
corazón no por nuestra mano, y crece a las veces tanto, que, si no quebrase en gemidos o gritos,
reventarían los pechos; y aun a las veces sin nada de esto, andando el ánima olvidada de sí en
algunos negocios, cuando torna a se acordar da un grito muy alto y muy delgado que parece
ponerlo en el cielo. Generalmente acontece que después de estas salidas en gritos y voces queda
algún descontento en el ánima, el cual o puede venir por algún empacho de haber sido oído, o
porque de hecho se siente menos gracia después que antes, o por la flaqueza que el ánima
conoce en sí, pues no se pueden sufrir en cosas pequeñas.
Allende de conocer el varón recogido que estas voces son contra su voluntad, pues él no pensó
dar la voz antes que la diese, ni cayó en ella hasta que la oyó y la sintió, ve también que no
procede de su voluntad, porque acontécele muchas veces probar a dar otra voz semejante a la
pasada y no puede ni la acierta a dar hasta que de suyo sale del corazón no fingida ni pensada.
Pues que estas voces son tan fuera de la disposición del hombre exterior y que no forman
palabra alguna, no hay duda sino que el espíritu del hombre obra según sus espirituales
movimientos, principalmente y en la parte más alta del ánima, aunque en algo se sirve de lo
corporal. Onde conforme a esto conocí yo un varón recogido, que despertó de un sosegado
dormir oyendo cantar a su misma ánima, que de dentro de su pecho enviaba una voz que
parecía llegar al cielo con un tiple muy delgado; y la voz le pareció la mejor que jamás oyó ni
espera oír mientras viviere en la carne, y no la oyó con los oídos corporales, ni la cantaba con
los labios exteriores; del cual canto quedó tan consolado, que aun cada vez que se le acuerda y
mira en ello se goza mucho.
Otras salidas exteriores hay en gestos que se conocen de fuera, y en unas bramuras que los no
experimentados piensan ser cosa mala, y aun los que padecen esto querrían a las veces carecer
de ello y no lo pueden evitar, porque no está en su mano; es alzada por fuerza la cabeza algunas
veces tan fuertemente, que no se puede excusar por industria humana; y si él mismo prueba a
alzar otra vez la cabeza por la forma y manera primera, no puede ni sabe.
Aunque estas salidas ya dichas sean buenas en la raíz de donde proceden, empero, sano y muy
bueno consejo es que ponga el hombre todo su estudio y saber para esconder estas cosas que de
fuera parecen cuanto en sí fuere; y puesto que a los medios o a los fines, cuando el espíritu del
que tiene poder se ha enseñoreado del nuestro, no podamos evitar estas cosas, según he dicho,
podrás a los principios, si miras en ello y estás sobre aviso para estorbar toda cosa que de fuera
parezca; y para esto guárdate mucho de suspiros y gemidos y meneos corporales en la oración, si
te sintieres sin ellos harto inflamado en el amor de Dios; y según este consejo del aviso, que
debes tener en los principios para evitar esto, acontecerte ha que dentro en tu ánima sentirás
espiritualmente algunos movimientos que te parecerán que son corporales y que los otros lo
han visto, y por la costumbre de reprimir los miembros exteriores verás que no han
correspondido las cosas de fuera con las de dentro, y tanto serán más perfectas las interiores
cuanto menos de estas otras estuvieren asidas.
De los que no pueden ya evitar estas salidas exteriores conocí yo un varón muy dado al
recogimiento que, cuando era levantada su cara hacia el cielo, por que los otros no cayesen en
ello comenzaba a hablar de las vigas de la casa y de la techumbre, como si adrede la estuviera
mirando.
Si las voces o gestos exteriores, cualesquiera que sean, tienen principio en alguna cosa que se
causa dentro en el pecho no se puede evitar de otra manera sino disimulando con lo de dentro,
como que no paras mientes en ello ni haces caso de ello, sino que quieres pensar en otras cosas;
y de esta manera aflojarán las cosas interiores, que más crecen mientras más te das a ellas.
Hablando en general, de esta manera podrás evitar las salidas del espíritu, por que no te hagas
ídolo y pierdas por una parte más que ganes por otra; y aun muchas veces, si procedes en el
negocio, te verás en vergüenza.
Otros remedios se podrían dar, vista la cualidad de la persona y otras circunstancias que
podrían hacer al caso presente; empero, porque habla hombre en general, no puede dar avisos
de cada persona por sí, ca sería imposible no vista la persona necesitada. Debes también notar
acerca de esto que cuando, por evitar que no se muestre de fuera alguna cosa, cesa también lo
de dentro, no solamente sería yerro estorbarlo, mas creo que sería pecado de repugnancia al
Espíritu Santo. Por tanto, más estudio debes tener en conservar lo de dentro que en evitar la
muestra de fuera; y si no sabes o no puedes tener tal manera que apartes lo uno de lo otro, sino
que a los grandes deseos de dentro correspondan grandes voces de fuera, no tomes pena por
ello ni tengas fatiga, porque, si de ello se escandalizaren algunos, serán los malos y no los
buenos; y el escándalo no es dado, sino recibido, como el de los fariseos.
Onde, según esto, yo conocí a un religioso que sentía muchas veces crecer en su pecho gran
devoción y cosas que lo convidaban mucho a que se llegase a Dios; y creciendo aquella gracia
que sentía, no la podía sufrir sin dar grandes gemidos; y como se afrentase por ser de todos oído
y no poder encubrir lo que sentía, fue a hablar a un santo varón y díjole: Si alguno sintiere
dentro en sí algunas cosas que le hacen dar voces y gemidos, ¿sería bien evitarlas al principio,
derramando el corazón para que no se mostrase de fuera? A esto le respondió: Dios se niega en
secreto a los que se le niegan en público, y por no perder su secreta comunicación, no debemos
estorbar lo que públicamente quisiere obrar en nosotros, para que en todo sea glorificado.
Esto dijo uno que, puesto que de fuera mostraba muchas de las cosas ya dichas y no las podía
evitar, mas también acontecía, según yo fui certificado, hallarlo en la cama arrobado, y
comenzáronlo a amortajar pensando que estaba muerto; y desde que tornó en sí y se halló
atados los muslos, dijo que así se los podían cortar sin que él sintiera alguna cosa.
En todas las cosas dichas hay haz y envés, y se suele mezclar mucha hipocresía.
|
|