SÉPTIMO TRATADO

NOS ENSEÑA COMO HEMOS DE LANZAR DE NOS LOS MALOS PENSAMIENTOS, DICIENDO: GUERRA DAN LOS PENSAMIENTOS; TÚ CON «NO» CIERRA LA PUERTA


CAPÍTULO I

Los que son astutos en el pelear siempre guardan gente de refresco, para que si los unos fueren vencidos, viniendo los otros tomen esfuerzo para hacer desmayar a los contrarios, viendo el gozo que los favorecidos reciben y el esfuerzo que de nuevo cobran los que pensaban ser vencidos; lo cual parece, por ejemplo, en el esforzado y manso capitán Josué (Jos 8,1-8), que para pelear contra los de la ciudad de Ha¡ puso de la otra parte de la ciudad treinta mil hombres en celada y cinco mil al otro lado, y él con toda la otra gente estaban en descubierto y contra la ciudad; y fingiendo que huían de la gente que salió tras ellos, vinieron los treinta mil y tomaron la ciudad, y los cinco mil resistieron a los que volvían a la defender, y ayudándose unos a otros hubieron muy entera victoria.

Ésta es la manera que todos los guerreros sagaces tienen en pelear; la cual no menos conviene al demonio, pues que es muy ejercitado en batallar; ca de él se puede muy bien decir aquello de los Macabeos (1 Mac 1,2-5): Constituyó muchas batallas y alcanzó las fortalezas (le todos, y mató los reyes de la tierra; pasó hasta los fines de ella y tomó despojos de muchedumbre de gentes, y la tierra calló delante de él; y allegó gran poder y ejército fuerte además, y fue ensalzado y elevado su corazón, y tomó las regiones de las gentes y los tiranos se hicieron sus tributarios.

Esto se dice de aquel injusto y muy soberbio Alejandro, que por su mucha fuerza y sin alguna razón se hizo señor de lo que no era suyo; y no solamente en esto, mas en la declaración de su hombre tiene figura del demonio, ca quiere decir fortísimo; según lo cual se puede de él decir (Jue 11,1): Fue un varón fortísimo y peleador, hijo de una ramera. En su mala madre se denota su mala culpa y pecado; de la cual se hizo hijo cuando la obedeció y siguió las amonestaciones de la maldad.

Este endemoniado y fortísimo Lucifer, como otro Alejandro, constituyó y constituye cada día muchas batallas injustas; alcanzó las fortalezas de todos cuando, en vencer a nuestros padres primeros, quedamos en él todos vencidos, como siendo rey sujeto lo es también su reino; y, por tanto, dice que mató los reyes de la tierra, que eran los padres primeros, hechos por la mano de Dios reyes de todas las cosas inferiores; y éstos mató cuando los hizo caer en sentencia de muerte por ser la Majestad de Dios ofendida, amonestándolos que no habían de morir; de lo cual se les siguió la muerte; donde parece haberlos muerto (Gen 3,3). Y dice que pasó hasta los fines de la tierra, que es nuestra carne humana corrompida de la maldad, cuyo fin, dice Dios (Gen 6,5-7), haber llegado corrompida de él a dar queja de nos.

Este pasar es por el pecado original, que pasa de unos en otros como censo perpetuo, o como pasa el cautiverio de la madre a los hijos que pare, o como pasa la carga con la honra, o como pasa la propiedad de la raíz a la fruta, o como pasa la corrupción de la levadura a toda la masa, o como pasa el veneno de la salamandria a la fruta del árbol, de la cual dice Plinio que, si toca la raíz del árbol, inficiona toda la fruta y todo el árbol.

Por esta vía pasa el demonio enseñoreándose de los mortales, y roba muchas riquezas cuando hace pecar a muchos que eran en gracia muy ricos, y calla la tierra delante de él cuando no le resisten, lo cual basta para se dar por suyos. Éste allega muchedumbre de ejército, porque a todos los que vence hace pelear de su parte contra el resto de los que aún no son vencidos; a los cuales él da favor y astucia endiablándolos, según vemos en muchos pecadores, que saben aun más que el mismo demonio, cuyo corazón en esto se ensalza; y también porque, según dice Job (Job 41,24), no hay poder en la tierra que se compare al suyo. Tomó las regiones de las gentes, especialmente porque se hacía adorar de los gentiles, como lo presumió Alejandro y los tiranos se hicieron sus tributarios cuando él se intitulaba príncipe de este mundo, según dice Cristo (Jn 12,31), y también los tiranos, que son los otros demonios menores, le dan de continuo servicio, aunque contra su voluntad; porque si en el cielo no quisieron ser sujetos a Dios, menos querrían en la tierra ser sujetos a Lucifer.

Este fortísimo batallador, que, como otro Goliat, es desde su juventud ejercitado en batalla (1 Sam 17,33), tiene en pelear la manera que comencé a decir, que es guardar gente para de refresco acometer; donde todo su ejército divide en tres partes para mañosamente pelear y hace de él tres escuadrones, que envía uno tras otro, para que los que vencieren el uno sean vencidos del otro, y si algunos escaparen no puedan huir del tercero, según se figura en el libro de los Reyes, do se dice (1 Sam 13,17): Salieron de los reales de los filisteos tres batallones a pelear. Estos filisteos, que son los demonios, asientan sus tiendas en el campo de su malicia y ordenan su hueste en tres batallas.

La primera es de lujuria, que va bien guarnecida y proveída de todo lo necesario para vencer; la cual, según dice San Bernardo, acomete a todos los estados y géneros de personas y a todas las edades, a los feos y a los hermosos, a los grandes y a los pequeños, a los sanos y a los enfermos, y finalmente a toda carne.

Muchos, empero, aunque son muy combatidos, salen vencedores; y contra éstos viene la segunda batalla de la soberbia con todas las dignidades y riquezas, honras y todo aparejo de semejante negocio, para que los que no se quisieron ensuciar en el vicio primero, o por ser torpe, sean vencidos del segundo, que parece limpio y no así vituperable, pues que tan en manifiesto se usa.

Y para los que de este segundo se escapan viene la tercera batalla, muy más feroz y más artera; en la cual vienen los mismos demonios a pelear con los hombres, trayéndoles a la imaginación todo el tropel de los vicios espiritualmente, según se figura Senaquerib, el cual envió contra Jerusalén todo su ejército y poder. Así hace Lucifer, enviando el espíritu maligno contra el ánima que desea y procura de ser verdadera y pacífica Jerusalén todo su poder y artes. De lo cual avisando San Pablo a los fieles, dice (Ef 6,10-12): Confortaos, hermanos, en el Señor y la potencia de su virtud; vestíos las armas de Dios, por que podáis estar contra las asechanzas del demonio; porque ya no tenemos lucha contra la carne y contra la sangre, sino contra los príncipes y potestades, contra los rectores del mundo de aquestas tinieblas, contra espíritus malignos en las cosas celestiales. En estas palabras ha mostrado el Apóstol cuán recia sea esta batalla; lo uno, porque para vencerla, como más ardua, son menester las armas de Dios, que es su divino favor e industria, porque lo humano falta en tanta afrenta; y muestra también recia esta batalla, pues la llama asechanzas, donde allende del poder se denota mucha malicia.

Lo tercero muestra ser grave en decir que no es contra la carne y sangre; lo cual es poco en comparación de esto otro, y los nombres grandes con que nombra los demonios muestra que ponen ellos todo su poder contra aquellos que espiritualmente combaten en las cosas espirituales que el Apóstol dice; las cuales son las virtudes, según dice la glosa, y son también las ánimas de los fieles, a las cuales principalmente se endereza esta tercera batalla, porque las dos primeras más parecen corporales y manifiestas y contra las cosas corporales, y en lo corporal que no en lo espiritual, como esta tercera que consiste en variedad de malos pensamientos que enojosamente fatigan al hombre, de los cuales dice nuestra letra: Guerra dan los pensamientos, tú con «no» cierra la puerta.




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