CAPÍTULO III. DE COMO CRECIENDO HEMOS DE DECRECER

Difícil parece la sentencia de la presente letra que nos dice haber de apocarnos y decrecer por humildad, aunque crezcamos por aprovechamiento espiritual; empero, para que esto sea fácil, has de notar que, según dice Gersón, cuanto una criatura tiene de ser, tanto tiene de nonada. Y cuanto el ser de ella es más excelente, tanto la nonada que tiene aneja es mayor. La mayor virtud le da causa de mayor miedo, porque el más alto lugar está sujeto a mayor caída; ca cuanto uno más alto sube, si mira abajo, se le desvanece más la cabeza. En lo cual se nos da ejemplo de nos humillar más, mientras más crecemos en dones, pues mientras somos más, tenemos más necesidad que Dios nos tenga de su mano, y debemos de más alto temer más el golpe; ca tanto desciende más recia la saeta cuanto de más alto; y porque Lucifer bajó de más alta cumbre, fue visto descender como rayo del cielo, y tanto dio mayor golpe en la culpa y descendió más profundo en la pena cuanto era mayor; por que de allí tomes aviso para más te humillar, mientras más crecieres.

Parece contrario a la razón que un hombre santo haya de tener más humildad que una piedra, que siempre se inclina a lo más bajo. Empero, si miras bien en ello, no hay cosa más convenible; y la causa es porque claro está que se debe humillar más el que tiene más necesidad. Y como una ánima tenga más necesidad de Dios que no una piedra, cosa manifiesta es que se debe más humillar, y más mientras más creciere; porque junto con esto crece la necesidad que de él tiene, para se conservar en aquel mayor estado y poder subir a cosas mayores, lo cual no puede hacer sin el favor divinal.

Para que veas cómo tú tienes más necesidad de Dios que no un grano de trigo, has de notar que, si alguna cosa depende de otra en el ser, también depende en el obrar; porque dando el ser, da el obrar. Y en Dios no es aquesto como en nosotros; ca suelen los artífices manuales hacer alguna cosa y dejarla en la perfección que se requiere; en tal manera que, aunque ellos se mueran, no pierde ella cosa alguna, como parece en una torre acabada.

Dios nuestro Señor no obra de esta manera, mas en dando ser a alguna cosa es menester, aunque esté perfecta, que no aparte de ella su favor ni la deje, por lo cual dice David (Sal 138,5-6): Tú, Señor, me formaste y pusiste sobre mí tu mano, maravillosa es hecha por mí tu ciencia. No bastó que Dios lo formase sino que pusiese sobre él su mano ayudadora, la cual jamás quita el Señor mientras cualquier cosa permanece; antes en quitándola desfallece y no puede obrar si Él juntamente no obra con ella.

Y porque David no podía comprehender esta manera secreta que tiene Dios de obrar con sus criaturas, dice que es maravillosa por esto su ciencia, ca no es cosa fácil discutir las cuestiones movidas sobre esto; empero cosa es averiguada que Dios obra con toda cosa; y en esto no estorba Él, sino da favor a la cosa para que obre. Y por esto no se sigue que Dios haga menos en cada obra que si la hiciese solo; antes hace más, porque no la admite a obrar con Él como necesitado, sino por honrar su criatura, que sin Él no pudiera obrar; ni aun con Él, si Él no la favorece para que obren juntos. Así que más hace Dios en concurrir con la criatura que si solo obrase; ca en esto hace dos cosas: lo uno obrar Él, y lo otro dar facultad a su criatura para que obre con Él. Y con todo esto es el Señor tan cortés y bien mirado, que, teniendo Él tanta parte en toda obra, todo lo atribuye a las causas segundas, diciendo que las aguas o la tierra producen, como Él también y más principalmente lo haya producido; en lo cual aun el divinísimo Dios parece que nos da ejemplo de humildad si queremos parar mientes.

Si las obras naturales dicen con mucha razón que no a ellas, sino al nombre del Señor, se dé la gloria, cuánto más deben decir esto los hombres de las obras de gracia que son más arduas. Si Dios te hizo hombre y tú te hiciste santo, más hiciste que no Él, porque más es ser santo que hombre solamente, pues lo segundo añade sobre lo primero. Hallamos que las cosas naturales tienen dentro en sí el principio de su operación y para que obren no ha menester el Señor sino despertarles aquella virtud seminal que en sí tienen, como parece en el grano de trigo, que tiene dentro en sí virtud para producir y para brotar fuera, siendo favorecido de las otras causas naturales. No es de esta manera en el hombre con las obras meritorias, en respecto de las cuales ningún principio tiene propio dentro de sí; porque si tenemos dentro en nos principio operativo, que es nuestra voluntad, no tenemos principio gratuito, que es lo principal que se mira en las obras meritorias; las cuales ahora sean tales por la divina aceptación o por la gracia que les da lustre; todo nos viene de acarreo; todo lo hemos de buscar y pedir al Señor, ca de él solo procede que acepte y agracie nuestros pequeños y menos buenos servicios.

De la causa primera con las segundas proceden las obras naturales; mas de sola esa primera causa, que es Dios, procede la redención y las cosas tocantes a ella. Para criar el mundo y sustentarlo quiere Dios compañía y permite que una criatura le ayude a producir otra; empero para redemir el mundo no quiso que nadie le ayudase, porque era obra de más importancia, que a Él solo convenía; y así para la justificación del pecador no es menester otra cosa sino que esté aniquilado por humildad y no contradiga por pecado; y así de nonada será recreado y sacado al ser de gracia el mundo menor, que es el hombre, como de nonada fue primero criado el mundo mayor que vemos; y esta aniquilación ha de ser aun en las buenas obras morales que hiciere, conociendo ser inútiles, según lo cual dice Beda: Ésta es la perfección de la fe en los hombres, que, siendo cumplidas y obradas todas las cosas que les son mandadas, se conozcan ser imperfectos; y la glosa dice sobre aquella palabra (Rom 8,35-39): No son condignas las pasiones deste tiempo.

Lo que no pueden hacer muchos méritos hace el Espíritu Santo. Si nuestros méritos, considerados en cuanto proceden (aun sin pecado) del libre albedrío, no nos pueden salvar, ni son principios de merecimiento, claro está que es más poderoso un grano de trigo para venir a su último fin que no un hombre para venir al suyo; pues que las causas naturales bastan estando bien dispuestas para hacer al grano que dé fruto, y no bastan para que el hombre pueda hacer dignos frutos según el último fin que espera.

Por que no digas que obramos por demás, pues que solas nuestras obras no bastan para nos justificar, has de saber que las obras de virtud no justifican al hombre, mas aparéjanlo a la justificación de Dios que ha de recibir para ser salvo; porque así como del sol viene lumbre y el calor, así de Dios viene la justificación y gloria; empero para recibir la lumbre del sol menester es abrir los ojos, y no por esto la recibimos, sino porque el sol la infunde; mas abriendo los ojos los aparejamos para la recibir, y así por el bien obrar nos aparejamos a ser justificados.

Si alguno estando al sol no quiere abrir los ojos, suya es la culpa si no ve, y así será tuya si no te aparejas humildemente con buenas obras para ser justificado del sol de justicia, Cristo, más pronto para justificar los humildes que el sol para alumbrar; ca por eso se llama sol, no de calor ni de lumbre, sino de justicia. Y porque de mucha voluntad nos infunde su justicia lo llama el profeta justo nuestro.

Crezca, pues, contigo la humildad aparejándote bien a la justificación; sea tu ánima como espejo de acero, que tanto mejor recibe el sol cuanto en sí está más acicalado, y conoce que si eres diligente parecerá en ti aquel resplandor y gracia que obra en los humildes el Señor. El ánima es como cera, que puesta al sol se derrite por amor del rayo que en ella infunde su majestad; y la humildad pone fuerzas al ánima para perseverar en esto, haciéndose conocer que así como la cera apartada del sol se torna a endurecer, así en apartándose ella de Dios caerá en su dureza y perderá aquel regalamiento y blandura de amor que del Señor tenía.

Los que aprovechan creciendo en virtudes, aparéjanse a Dios; empero no se aparejan bien si con las virtudes no tienen también la humildad, mirando que de sí mismas no son suficientes para nuestra salud sin humillarnos con ellas aunque sean buenas, ca no sin misterio eran mandados circuncidar los varones, sino para que conozcamos que aun nuestras obras varoniles y virtuosas tienen defecto, y es menester circuncidarlas reconociéndolo y después purificarlas a la entrada de la celestial Jerusalén.

No sólo son nuestras buenas obras de sí mismas insuficientes para alcanzar a Dios, mas faltando la humildad lo desagradan y son ocasión de mal, según aquello de San Gregorio: La maravillosa obra con presunción no ensalza, sino deprime; porque el que allega virtudes sin humildad lleva polvo al viento, en manera que de donde le parece llevar algo se ciega peor.




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