CAPÍTULO II. EN QUE SE DECLARAN LAS PALABRAS QUE DIJO EL SABIO

Para que podamos barruntar la profundidad de aquestas palabras, es menester que notemos la ponderación y preámbulo que hace Salomón antes que las diga; cómo las vende, cómo las alaba, cómo avisa al que las ha de oír, cómo torna benévolo al discípulo que las dice, cómo despierta su deseo para las saber y lo provoca a tener atención, y parar mientes en ellas diciéndole antes que le dijese esta sentencia breve que viste: Hijo, escucha mis palabras con los oídos de tu ánima, y a mis razones inclina tus orejas, y no se aparten de tus ojos; guárdalas en medio de tu corazón, porque vida son a los que las hallan, y a toda carne son sanidad. Todo aquesto dice Salomón encareciendo lo que luego tras ello escribió como sustancia abreviada de toda la perfección del hombre, y fue aquesto: Guarda tu corazón con toda guarda, porque de él procede la vida.

¡Oh breve sentencia!, ¡oh grande doctrina!, ¡oh dicho digno de ser siempre hallado!, ¡oh palabra que siempre se había de oír!, ¡oh consejo que siempre se había de obrar!, ¡oh sustancia de la vida espiritual!, ¡oh razón de la cual están pendientes la ley y los profetas, y en el cual se resuelve toda la ley de Dios! Oíd todos los que tenéis oídos este dicho tan profundo, tan alto, tan ancho, tan necesario de ser sabido, tan provechoso y digno de ser esculpido al derredor del corazón, señaladas las letras y entretalladas con piedras preciosas: Guarda tu corazón con toda guarda, porque de él procede la vida.

No hay ponderación ni precio con que esta sentencia se pueda bien vender. No lo alcanzaron los filósofos ni sabios del mundo; los médicos todos juntos con sus libros y experiencias no dan tal remedio para la vida del cuerpo, en todo cuanto escriben y hablan, como estas pocas palabras lo dan para la vida del ánima, que es más de desear. Y esto no es maravilla, porque no se trajo a la tierra por espíritu humano, sino el más sabio de los que moraban en la tierra, inspirado y entonado por el Espíritu Santo, después de haber él en sí experimentado su misma razón, dice por mandato de Dios (Prov 4,23): Guarda tu corazón con toda guarda, porque de él procede la vida.

Bienaventurado es el varón que oye y guarda esta revelación celestial (Ap 22,7), pues tiene en ella la más firme y breve y compendiosa y provechosa doctrina que puede ser pensada, y es como candela que en lugar obscuro resplandece hasta que aclare el día de la gloria, y el lucero de la vida, Cristo, resplandezca en nuestros corazones, guardándolos con toda guarda, y el que es vida procediendo de ellas (2 Pe 1,19).

Entre cuantas cosas yo he leído y oído y pensado que me hayan parecido bien, ninguna más altamente se me asentó, ni con más apretado nudo se ató conmigo, ni más veces se me ofrece que esta dichosa sentencia, para cuya alabanza quisiera tener lengua, y para entender la lumbre, y para declarar la elocuencia, y con todas estas cosas no pensara igualar a lo que en ella se encierra.

Mostró el Sabio, antes que dijese esta sentencia, el amor y caridad con que tal secreto descubría; y por eso al que la decía llamó hijo, dando también a entender ser ésta la mejor heredad que como padre nos podía dejar, donde propria cosa es al padre enseñar al hijo la mejor manera y modo que sabe para que venga en prosperidad; lo cual hizo el Sabio en nos manifestar tan gananciosa y provechosa sentencia; y por esto llama hijo a aquel a quien la dice, haciéndolo de ella heredero y cumpliendo lo que el padre es más obligado a cumplir, que es dar doctrina a su hijo; y, por tanto, le dice que escuche; como si dijese: Pues yo como padre tuyo te enseño; tú como hijo humilde debes escuchar, inclinando humildemente los oídos del ánima como vasos para recibir la doctrina de tanta necesidad.

Dice más: que no se aparte lo que le ha de decir de sus ojos, dejando pasar esta sentencia como se suelen dejar otras muchas; no así, mas haz de aquestas pocas palabras un libro, y no leas en otro, sino en él, y tenlo siempre abierto delante de tus ojos. Y porque el libro podía perecer, y la vista se podía cansar, aconséjale otra cosa, y es que las guarde en medio de su corazón, pues son doctrina del corazón. Y porque el discípulo pudiera responder que el corazón es silla de la vida, adonde ningún otro se debe sentar, añade Salomón que las palabras que él ha de decir son vida a los que las hallan, esto es, a los que por experiencia hallan lo que ellas amonestan. Aquel halla verdaderamente y enteramente lo que quiere decir la sentencia que siente en sí el fruto de ella obrándola.

Dice más: que a toda carne son sanidad, porque no solamente causan vida espiritual en el ánima, mas aun en la misma carne pacifica las tentaciones y sana las llagas y malas inclinaciones que los pecados causaron, poniendo remedio a toda la vida carnal. Razón es que creamos al Sabio las propriedades de aquesta sentencia, en que nos amonesta que guardemos el corazón con toda guarda, pues no menos fue inspirado del Espíritu Santo para decir lo uno que para decir lo otro. Sobre estas palabras dice la glosa que quiso decir el Sabio que guardásemos el corazón con toda diligencia, como se guarda el castillo que está cercado, poniendo contra los tres cercadores tres amparos: contra la carne, que nos cerca con deleites, poner la castidad; contra el mundo, que nos rodea con riquezas, poner la liberalidad y limosna; contra el demonio, que nos persigue con rencores y envidia, poner la caridad.

Hemos de guardar el corazón con toda guarda, porque el examen suyo es el examen de toda nuestra vida; por la sentencia que se da sobre la guarda del corazón pasa toda la vida del hombre, del cual, según apunta otra glosa, si bien se guarda procede la vida, y si mal se guarda, procede la muerte. Y de aquí es lo que dice San Isidoro: Grande miramiento es de tener acerca de la guarda del corazón, porque allí consiste el principio del bien o del mal. Esto mismo quiso decir Cristo cuando dijo (Lc 6,43): No hay árbol bueno que haga mal fruto, ni árbol malo que lo haga bueno; cual es el árbol, tal fruto lleva; el buen hombre, del buen tesoro de su corazón saca buena cosa; el mal hombre, del mal tesoro de su corazón saca mala cosa, porque de la abundancia del corazón habla la boca.

En estas palabras quiso el Señor decir que el principio del mal o del bien estaba en el corazón, de cuya abundancia procedía lo demás en gran conformidad, como el fruto se conforma con su árbol en ser malo o bueno. De manera que así como todo movimiento exterior procede del primero movimiento que se causa en el corazón, así toda obra buena o mala se denomina y se llama tal cual fue la primera intención del corazón espiritual, que es la intención del hombre, y de allí toman principio las obras de los mortales.

El pensamiento es como raíz de la obra; si éste es bueno, procede buen fruto; si es malo, por consiguiente, procede mal fruto, donde San Isidoro dice: El pensamiento pare delectación; la delectación pare consentimiento; el consentimiento pare la obra; la obra pare la costumbre; la costumbre pare necesidad; la necesidad pare desesperación. Y por esto dice San Gregorio: Con toda la virtud ha de ser guarnecida la entrada del ánima, por que los enemigos asechadores no entren por el agujero de la disimulada y negligente cogitación. De toda parte, según este santo dice, ha de ser puesta guarda al corazón, extendiendo y abriendo bien los ojos, por que cada uno se mire de aquí y de allí con diligencia, y mientras permanece en la vida conózcase puesto en batalla contra espirituales enemigos, de los cuales se guarde por que no pierda en unas obras lo que ganó en otras, cerrando una puerta a los enemigos y abriéndoles otra. Donde si alguna ciudad estuviese guarnecida contra sus enemigos de grande baluarte y está cercada de grandes muros y fuertes, y encima de las torres tenga segura guarda, si a un solo portillo por negligencia falte defensión, por allí sin duda entrará el enemigo que parecía ser excluso y apartado por cualquier vía.




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