CAPÍTULO X. DE LO QUE DEBES HACER PARA BUSCAR ESTE AMOR

Pues que el demonio se trabaja de nos quitar este amor, que es fruto del espíritu y señal que mora Dios en nosotros, y superabundancia de gracia y ración que se da a este nuestro siervo, que es el cuerpo, para que sirva con alegría, razón es que nosotros trabajemos por conservar aqueste amor. Lo primero apartándonos de todo pecado, aunque sea venial; porque el amador verdadero estudia de huir toda ofensa, no mirando a la pena que le es debida, sino al amado, que en todo mal pequeño y grande se ofende. Lo segundo, trabajemos en toda virtud, no dejando perder todo bien que hacer pudiéremos, siendo muy solícitos en las cosas de piedad, que valen mucho. Lo tercero, guardemos nuestro amor de se enconar en cosa que sea, poseyendo las cosas como prestadas, para que no pongamos en ellas el amor, sino en Dios. Lo cuarto, usemos provocarnos desadormeciendo nuestro corazón para que a menudo pueda producir obras de amor entrañal.

La primera de estas cosas nos quitará el miedo de llegarnos a Dios. La segunda nos dará osadía para ir a El hasta lo abrazar. La tercera nos dará fuerzas para arrebatar el reino de los cielos con gran ímpetu y fuerza de amor. Lo cuarto nos hará ligeros y mañosos en esto para lo obrar fácilmente; y si lo queremos hacer muy alegremente, usemos entre nosotros pensamientos que despierten el amor, y así pronunciemos palabras amorosas a Dios, que sean como quien sopla el fuego con aire fresco de palabras deleitosas que aplacen y convidan nuestra voluntad, si son dichas con fe viva, apartada toda imaginación y pensamientos de cosas que hayamos visto y oído, sino que todo el negocio se trate de fuera de nuestros términos, pensando que en espíritu hablamos con el amantísimo

Dios; y no en cuerpo, ca nuestra ánima no es cuerpo, ni Dios es corporal en su deidad, al cual debemos hablar, diciendo con todas entrañas:

¡Oh amigo mío muy amable de mi ánima, bondad benignísima de los que te buscan, consuelo y confianza de mi corazón, Dios deificador de los que se dan a ti, esperanza entera de mis entrañas, fuente de fuego de amor mío gratísimo, gobernador y gloria mía,

hartura hambrienta de mis deseos, justicia justificadora de los tuyos, muy carísima caridad de los católicos, liberalísima largueza y lumbre de mis ojos, majestad misericordiosa de los menguados, nobleza natural y noticia que todo lo sabes, orden que dispones en mejor mis cosas, padre precioso y posesión de pobres, quietísimo descanso de los que de sí se quejan, refrigerio y refección de los que trabajan en amarte, sanidad de los santos enfermos de amor, tutor y tesorero de los que te temen como hijos, voluntad santificadora y victoria de todos los tentados, vida de la vida mía, cristianísimo conservador de los que tu amor conservan, información sabrosa que boca a boca dices grandes secretos, celador de mi ánima, Dios mío, ponme por guarda tu amor, pues te amo! ¡Oh quién nunca te hubiera ofendido!; nunca más te ofenderé; dame tu favor para ello, pues te quiero bien más que a todo lo criado.

Esta bendita oración es muy fácil de aprender, porque, si miras en ello, va por las letras del A B C, y es muy dulce y amoroso paladar y despierta mucho al amor. No hay fuelles que tanto lo hagan arder, si del todo no está muerto; y si lo está, ella, dicha con sano corazón, lo encenderá; y ella, si la dices con afección, te alcanzará perdón de los pecados veniales, y alcanzará remisión de la parte de la pena debida a los mortales; y ablandará tu corazón si la usas; cada vez que la dijeres en verdad, ten certidumbre que amas a Dios, si la conciencia no te remuerde de pecado mortal presente. Estas cosas he dicho de esta oración mirando bien lo que digo; no porque he tenido gana de hablar, sino de decir verdad y darte ocasión de merecer.

No me he querido detener en este capítulo poniendo las muchas señales de amor que en otros libros se ponen; ca tengo por averiguado que todo el bien que hay en los justos obra el amor, ca las obras de ellos no son sino señales de amor; y, por tanto, cuantos más bienes de gracia vieres en ti, ten por señales de más amor. Si vieres males, llora principalmente la falta del amor, y ésta debes remediar primero; pues que es raíz de todos los otros males, ca el buen hortelano la raíz del árbol es la que mejor cura.

Aunque se dice que proceden unos pecados de flaqueza y otros de ignorancia y otros de malicia, mejor se dirá que proceden de falta de amor de Dios, por estar resfriada la caridad; ca creciendo el amor decrece la malicia y se esfuerza nuestra virtud hasta no ser la cosa difícil, y se alumbra nuestra ignorancia donde el amor de Dios se llama honorable sabiduría (Eclo 1,11-14); ca por alumbrar el amor nuestro entendimiento se compara en la Escritura al fuego; y el Espíritu Santo vino en lenguas de fuego, dando a entender que inflamaba y enseñaba, según aquello que está escrito: Envió fuego en mis huesos y enseñóme. Y San Agustín dice que ninguna cosa se puede perfectamente conocer si perfectamente no se ama.

Acuérdate, pues, hermano, en todos tus defectos del principal, que es falta de amor, y duélete de aquél primero, como la esposa, que, perdiendo con su esposo todos sus bienes, a él lloró primero que no a ellos porque con él se le fueron todos; y así, faltando en ti el amor de Dios, falta todo bien; mas desde que vuelve, todos los trae consigo y recoge todo el ganado, como lo hizo Cristo en resucitando de los muertos.

Y que todo bien que viéremos en los siervos de Dios hayamos de presumir que procede del amor que tienen a su Majestad, muéstralo el Sabio diciendo (Sab 6,17-19): El cuidado de la disciplina es amor, y el amor es guarda de las leyes. No se contenta el amor con guardar la ley de amor que a solo él es puesta, mas en todo entiende y todo lo dispone y ordena hasta una tilde; porque si, según dice el Sabio, el que teme a Dios en nada es negligente, menos lo será el que lo ama; y por tanto se concluye que el amor es guarda de todas las leyes y mandamientos de Dios. ¿Por qué no te amamos, Señor Dios mío? ¿Qué es la causa que vamos tras la vanidad? En todas las cosas hallamos gusto, por pequeñas que sean, y tu dulzura sola, siendo fuente infinita, nos es desabrida, y lo peor es que no echamos menos aquesto ni nos solicitamos para te amar.

¿Quién nos ciega, quién nos embaraza, quién ha puesto entredicho a nuestro amor?

Tú, amantísimo Dios de mis ojos, eres bondad interminable, que de sí misma convida infinitamente a ser amada. Los ángeles en el cielo no hacen otra cosa sino amarte; toda ley y razón y escritura no amonesta ni ruega ni manda cosa más que tu amor; el mismo amor tuyo es más digno de ser amado que toda pura criatura; la obra de amor es la más convenible y deleitable a nosotros, y no nacimos ni hemos de permanecer sino para te amar; tú mismo te pusiste dentro en mí, porque hallándote cerca te amase más y no trabajase en ir a te buscar; porque te ame, nunca cesas de me hacer bien; perdónasmelo todo, súfresme, conviértesme, justifícasme, tráesme a ti para que te ame, azótasme, halágasme, mantiénesme con tu gracia, envíasme tu ángel que me guarde, y mi conciencia y el demonio me amenazan si no te amo; tú mismo me amas y te muestras cada día verdadero amigo mío, porque te ame; y por esto me prometes tu reino y a ti con él, sin querer en paga sino amor, hicísteme a tu semejanza por que más me moviese a te amar; a todas mis cosas amas, y tú eres el que más ha hecho por mí que hombre del mundo; en ti están todos los cumplimientos de mis deseos.

Si los reyes y los señores y maestros y padres suelen ser amados, quién me detiene que no te ame? Pues tú eres a mi modo esto, qué cosa me puede ser más honesta y deleitable ni útil que tu amor? Porque nuestra malicia fuese más provocada a lo amar, quiso añadir a las causas ya dichas otras no menores, y todo por amor, ca las obras de la encarnación y pasión, y todo lo que a esto toca, según dice Isaías (Is 9,7): El celo amoroso de Dios las obró; no se contentó para que lo ames en haberte hecho semejable a sí, sino que Él se hizo semejable a ti, cuasi haciéndote superior suyo; en tal manera que nunca padre hizo por el hijo lo que Dios hizo por ti, porque lo amases; y más, que este amor no te lo demanda porque El está necesitado de él, sino porque tú estás perdido sin él. No tiene Dios principal intento a que tú te des a Él, sino a darse Él a ti, porque tú sin El desfalleces; de manera que decirte que lo ames es decirte que lo recibas para te henchir de bienes; y aun todavía queda más amor en él para contigo, y es desear que tú pudieses recibir mayores dones.

Visto cómo Dios hace todas las cosas a fin de ser amado y amar, con razón dice nuestra letra que de todo saquemos amor para lo tornar a la fuente donde salió, por que así seamos en algo semejantes a los ciudadanos celestiales, cuyo oficio es amar, y aun esperan que de acá les suba favor de más amadores, que los ayuden a más amar a Dios; ca como es infinito el amor a Dios, no pueden tanto amar como son amados; y como el amor espere todas las cosas, desean igualar con el amor que reciben, y hacen a manera de ribera grande de mar, que recibiendo las ondas del amor las tornan con fuerza a la fuente donde salieron. Y de esta manera amando y siendo amados permanecerán para siempre; y dichoso será aquel cuya participación fuere con Dios en el mismo amor que los hace uno para más poder amar.

Lo dicho me parece que no he comenzado a lo declarar según merece; y por esto determino de fundar sobre ella otro tratado muy mayor, y hallarlo has al fin de este libro, cuyo nombre será: Ley de amor de Dios y del primo. Allí verás cómo has de sacar amor de toda obra divina y de cuanto Dios ha hecho con el mundo, así celestial como terreno.




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