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La perfecta memoria de Dios que yo aquí querría amonestar es un ejercicio de más importancia
y más alto que no el que hemos dicho; y conviene mucho a los que siguen el recogimiento,
porque lo presupone; y para que sea perfecta esta memoria de Dios es menester que caiga sobre
el recogimiento, la cual lo perfecciona y le da más viveza. Donde la memoria de Dios sobre el
recogimiento es una resurrección espiritual. Bienaventurados dice San Juan que son los muertos
que mueren en el Señor (Ap 14,13) por perfecto recogimiento, donde se ha el hombre a manera
de muerto no usando de los sentidos exteriores.
Aunque éstos son bienaventurados, más lo son los que resucitan en el Señor, y no es increíble a
los que algo sienten esta resurrección; porque muchos cuerpos de los santos que habían
dormido resucitan con el mismo Señor para entrar en la santa ciudad del ánima pacífica y
aparecer a muchos, esto es, a todas las cosas que antes en el hombre estaban por el recogimiento
amortiguadas; ca esta memoria de Dios hace que obren todas las cosas interiores y exteriores del
hombre, dándoles una operación sencilla que se compadece con el recogimiento; la cual no es
sino una representación de Dios en su desnudo ser. Si es acostumbrada sobre el recogimiento,
revístese en el hombre y parece que de muerto lo hace vivo, y le aviva las entrañas y el corazón y
los ojos; no a otra cosa sino a Dios, porque esta memoria es de solo Dios.
Esta memoria de Dios que hemos de tener no es sensitiva, quiero decir que más obra en este
negocio la memoria intelectiva que no la sensitiva; porque la sensitiva tiene en sí la
representación de la cosa particularmente con las especiales condiciones que conviene a la
misma cosa, mas la memoria intelectiva tiene en sí la representación de la cosa sin derramarse a
condiciones que particularizan la cosa, sino en universal y generalmente. Por una manera alta se
acuerda de Dios que es un ser no limitado, una bondad no medible, un principio que no se
comienza, un fin que no se acaba, un henchimiento que nada deja vacío, una fuerza invencible,
un saber que nada ignora; en tal manera que, cuando nos acordásemos de Dios y le pusiésemos
algún nombre, luego hemos de generalizar el tal nombre quitándole todo lo que pueda sonar
limitación o imperfección, así como si le dijéramos ser piélago, hemos de añadir sin suelo ni
ribera, y si lo llamáremos maestro, hemos de añadir universal, que no puede errar; si lo
llamáremos majestad hemos de añadir que no puede ser disminuida, y de esta manera siempre
obrará la memoria intelectiva sin que cese el recogimiento a un solo bien.
Si se te hace dificultosa la manera dicha para usar este ejercicio de la memoria de Dios, obra
siquiera esto, que es recoger tu corazón; y dejados los cuidados, ten este santo nombre de Dios
en tu memoria todo el más tiempo que pudieres, y suspira a Él, según dice toda nuestra letra; y
así podrás aprovechar mucho y venir a la verdadera memoria de Dios, la cual, según dice San
Jerónimo, excluye y lanza fuera todas las maldades. Y este ejercicio, si caes bien en él, podráslo
usar estando leyendo y escribiendo y haciendo otras cosas, a las cuales se requiera el
recogimiento del corazón. Empero, si mucho lo usas en estas cosas, vendrá a tiempo que no
puedas pasar adelante en lo que tienes entre manos, porque, cuando crece esta memoria de
Dios, ocupa todo el hombre y hácelo cesar de hacer otras cosas.
Este santo ejercicio tuvieron muchos santos varones de que la Sagrada Escritura hace mención.
Túvolo el santo viejo Tobías, el cual, como persona que había experimentado cuán bueno era,
dijo a su hijo, dejándoselo casi por espiritual heredad (Tob 4,5): Hijo, tendrás todos los días de
tu vida en tu memoria a Dios.
Los que se dan a este ejercicio son semejantes a los ángeles, porque se trabajan de tener consigo
siempre a Dios; y por eso dijo Tobías que lo tuviese en la memoria todos los días de su vida; lo
cual afirma David de sí mismo, diciendo (Sal 15,8): Representaba al Señor siempre en mi
acatamiento, porque a mis diestras está para que no sea yo comovido; y por esto se alegró mi
corazón y se gozará mi lengua, y, allende de esto, mi carne se holgará en mi esperanza.
Sobre las segundas palabras dice la glosa de Casiodoro: Los que siempre miran a Dios con la
agudeza de la vista del ánima no se inclinan a pecados. Casi esto mismo dijo San Jerónimo,
porque ambos sabían cuánto olvida el pecar el que se trabaja por tener continuo a Dios en la
memoria. En lo que más dijo David nos enseña todos los otros bienes que de aqueste ejercicio
se sigue.
Usaba también este ejercicio el profeta Elías, el cual decía por manera de juramento (1 Re 17,1):
Vive el Señor Dios de Israel, en cuya presencia estoy. Pensar el hombre o acordarse que está en
la presencia de Dios y representarlo delante de sí y tenerlo en la memoria, todo es una cosa.
Las mismas palabras dijo Elíseo, discípulo de Elías, en el cuarto libro de los Reyes (2 Re 3,14),
donde se conjetura con harta evidencia que el santo profeta Elías, su maestro, le había enseñado
este ejercicio, que es un pensar hombre que está delante de Dios y que siempre nos ve; delante
del cual debíamos estar tan quietos y compuestos de dentro y de fuera como los pajes, que están
delante de su señor suspensos en él y muy atentos para ver lo que manda.
Y porque esta representación de Dios debe ser continua, dice David (Sal 104,4-5): Buscad al
Señor y sed confirmados, y buscad siempre su cara de él; acordaos de las maravillas que hizo y
de sus milagros, y de los juicios de su boca.
Lo que más somos obligados a hacer es buscar a Dios; y lo que menos hacemos y más
dificultoso es de hacer, mayormente por la manera dicha, que consiste en una intención con que
el ánima está muy intenta al mismo Señor por continua memoria de él; para lo cual es menester
una confirmación de corazón, para que el hombre no se canse ni cese, creyendo no poder salir
con la cosa que ha comenzado, de manera que tengamos certidumbre de hallar al que sale a
recibir a los que lo desean y buscan, como parece en la Magdalena; según San Agustín dice
sobre lo que más se sigue en el verso: La cara, esto es, la presencia del Señor hemos de buscar, la
cual aunque se halla por fe, empero siempre en esta vida la hemos de inquirir para que después
sea habida por presencia.
En estas palabras parece poner este santo dos maneras de buscar la cara de Dios: la una es por
fe, que a todos conviene; la otra es por esta memoria de que hablamos, que añade algo sobre la
primera, y ésta es un inquirir con viva solicitud del corazón, que apenas se olvida de lo que
busca, antes por esto acontece olvidarse de todas las otras cosas y aun de las más necesarias,
como los discípulos, que yendo con el Señor se olvidaban del pan que habían de llevar para
comer (Mt 16,5). Y dice San Agustín sobre las dichas palabras: ¡Oh!, también entonces sin fin
será buscado, porque el que es amado siempre es deseado, siempre es buscado, por que no sea
ausente, mas siempre presente; el malo puede temer la presencia que el bueno ama.
En lo que más dice David en el verso ya dicho da manera a los menos perfectos cómo puedan
tener memoria de Dios; y esto es mediante sus maravillas y obras excelentes y juicios, que son
admirables, para que así mediante la memoria de las obras se acuerden del maravilloso obrador,
cuya sola memoria vale más que la memoria de todas las cosas que Él ha hecho; mayormente si
es tal como el Sabio nos la amonesta, diciendo (Eclo 37,6): No te olvides de tu amigo en tu
ánimo y no carezcas de su memoria en tus obras.
Esta memoria ha de estar dentro en el ánimo, asentada en el corazón; porque si de Dios hemos
de tener memoria, ha de ser como de amigo especialísimo, que nos es más amable que padre ni
hermano; y de esta manera será cosa fácil de tenerlo siempre en la memoria, porque la estrecha
amistad hará que su memoria se arraigue y prenda en nuestro corazón, para que, según se sigue,
también le ofrezcamos e intitulemos todas nuestras obras, teniendo en ellas de él memoria y
haciéndolas por su amor y ofreciéndoselas como fruta que de la raíz, que es su santa memoria,
procede.
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