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Como la vida del hombre no se deba ordenar a otro fin sino a buscar a Dios, del cual salimos
para tornar a Él, cosa necesaria es que paremos mientes y oigamos con atención aquel
mandamiento que a todos los hombres impone Cristo, diciendo (Mt 6,33): Buscad primero el
reino de Dios y su justicia, y todas las cosas os serán añadidas.
Cosa es de admiración pensar que tenemos necesidad de muchas cosas, como el mismo Señor
dice en este capítulo, y que no nos mande buscar sino una; en lo cual nos da a entender que Él
tendrá cargo de nos dar las otras si nosotros buscamos con estudio esta sola; y con esta
condición, para nos provocar a lo principal, dice que todas las cosas nos serán añadidas como
menos buenas que lo primero.
Mostró también aquí el Señor que ninguno, careciendo de Él, posee debidamente cosa alguna;
porque como todas las cosas sean añadiduras de Dios, y lo sigan como a Señor y Criador suyo,
claro está que faltando Él no deben quedar ellas; lo cual quiso el Señor ejemplificar en las
abejas, que en faltando el rey desamparan la colmena y lo van a buscar para morar con él.
Gran utilidad sacarían de esta consideración los mundanos, si parasen mientes que no son
merecedores de ninguna cosa estando en pecado mortal, ni de un jarro de agua, ni de un pedazo
de pan, sino que en pecando había de ser echado con las bestias del campo, como
Nabucodonosor. Y esto, aunque se hubiese de convertir mañana, se debía hacer hoy; ca no sería
razón que entretanto se mantuviese de los bienes del Señor el que, no sólo cesa de lo servir, mas
también lo ofende.
Si el que no trabaja no debe comer, según dice el Apóstol (2 Tes 3,10), menos debería comer el
que deshace lo hecho o lo torna al revés de como debía estar, según lo hace el pecador, que no
sólo peca por omisión, mas aun comete nuevas obras llenas de diformidad y a la voluntad de
Dios contrarias.
Bienaventurado es el justo aunque sea señor del mundo y se vista de oro, que todo lo merece y
no es todo sino una añadidura que le dan con Dios y los ángeles lo sirven y acatan viendo que
Dios está en él; donde todas las cosas no las crió Dios sino para los escogidos, aunque por su
gran largueza permite que también los otros gocen de ellas; y no quiere luego en pecado
castigarlos, quitándoselas, aunque los descomulga y aparta de sí diciendo (Sal 140,4): No
comunicaré con los hombres que obran maldad.
Tornando a lo primero, no te debes maravillar por que llame mandamiento aquel dicho del
Señor, pues que no sólo nos lo manda el Hijo de Dios en la ley evangélica, mas el Padre Eterno
en la ley de naturaleza imprimió también aquella razón en nuestra ánima, mediante la cual
nuestra sindéresis y alta razón desea siempre las cosas mejores, aunque nuestra mala liberalidad
contradiga; y también dice Salomón (Ecl 1,7) que los ríos tornan do salieron, para que se
conjeture que los hombres deben hacer lo mismo, porque, según dice Boecio, todas las cosas se
gozan en su vuelta; así que de ley natural está que nuestro espíritu torne al que lo dio, buscando
el reino de los cielos; mas, empero, el mismo Rey de los cielos, que es Cristo, quiso explicar más
esto en el Evangelio, diciendo que buscásemos con el reino su justicia, porque el reino sin la
justicia no se halla, antes se pierde sin ella, aunque cada uno sea naturalmente el deseo del sumo
bien.
Hay algunos que son como el enfermo, que deja lo que le aprovecha y busca lo que le daña por
la mala disposición que le ha sobrevenido; y de esta manera los mundanos buscan honras y
valer, posesiones y riquezas, deleites y bienandanzas, dejando a Dios su salud. A éstos acontece
lo que a Saúl cuando buscaba las asnas de su padre (1 Sam 9,3-8), que trabajó mucho y gastó lo
que llevaba y no halló ninguna después de buscarlas por cinco regiones, antes él temió perderse
buscando lo que no hallaba.
Y si algunos de los mundanos cumplen sus deseos hallando lo que deseaban, acontéceles como
a los muchachos con las mariposas que van siguiendo, y en tomándolas se les deshacen entre las
manos; y si algunos permanecen en el cumplimiento de sus voluntades, suele ser muy poco
tiempo, a ejemplo de Jonás, que no duró sino un día en su placer, ca luego se comenzó a
carcomer la yedra verde que le hacía sombra (Jon 4,6-8), y quedóse al resistero del sol, que lo
asaba vivo; y de esta manera los malos vivos son atormentados del fuego del mal deseo que
encendió el vicio con que se pensaron satisfacer; porque el apetito no se harta, sino despiértase y
provócase a más mal siendo puesto por obra el mal deseo; así que ahora arde en sus cuerpos el
fuego maligno, y después de muertos arderán en él sus ánimas hasta el día del juicio, donde
tornando a tomar sus cuerpos, comenzarán de refresco a emprenderse como yesca enjuta.
Pues que así es, busquemos a Dios mientras puede ser hallado, ca no trabajaremos en vano ni
mucho, según la excelencia del reino que hemos de hallar; la cual será tanta que en su presencia
seamos constreñidos a decir con la reina de Saba (1 Re 10,6-8): No creía por entero lo que me
decían hasta que vine yo misma y vi por mis ojos y probé que la mitad no me había sido dicha.
En este buscar del Señor a que somos obligados hay gran diferencia entre los que lo buscan, por
ser la manera de lo buscar diversa, aunque no lo sea la del hallar ni lo que hallan; ca unos
buscan al Señor con los pastores en el pesebre por humildad y pobreza, otros con los reyes
preguntan a los letrados siguiendo el estudio de la Sagrada Escritura, otros con nuestra Señora
van al templo a lo buscar por oraciones y ofrendas; otros lo buscan en la cruz de la penitencia,
con el buen ladrón; otros lo buscan peregrinando en romerías, como los dos discípulos a quien
se mostró en forma de peregrino.
Estas y otras maneras suelen tener de buscar a Dios los que lo desean el cual es tan cortés y
benigno, que por quitar de trabajo a quien lo busca sale a recibirlo a todos por doquier que
vayan a El, consolando a cada uno en la virtud a que por El se aficiona, y dale allí recreación
espiritual y contentamiento que satisfaga el deseo del que lo buscaba, aunque no sea sino en
hacer un pequeño bien por su amor, el cual sale nuestro Señor a recibir los brazos abiertos,
como si de él tuviese mucha necesidad, y por esto se dice de la sabiduría increada (Sab 6,12-13):
Fácilmente es vista de los que la aman y es hallada de los que la buscan; anteviene a los que la
desean para que se les muestre primero.
Dícese que Dios anteviene a los que lo desean, porque les da la gracia primera, que se llama
preveniente, con la cual lo buscan, y muéstrase primero porque la da más por su misericordia y
divina predestinación que no por la merecer ellos.
Aunque todas las maneras ya dichas y otras semejables de buscar a Dios sean muy buenas,
empero la que me parece mejor es buscarlo hombre en su corazón dentro de sí, porque escrito
está (Eclo 51,22): En mí mismo hallé mucha sabiduría, y mucho aproveché en ella. Y el Señor
dice (Lc 17,21): Mirad que el reino de Dios está dentro de nosotros.
Si dentro de nos está, parece tardanza y rodeo salir fuera a buscar, apartándonos y
distrayéndonos por las cosas de fuera, sino que, a ejemplo de la Magdalena, tornemos muchas
veces al sepulcro del corazón, aunque se aparten los discípulos y las otras mujeres. Magdalena
quiere decir magnífica, y es nuestra voluntad, que magnifica y engrandece a Dios. Ésta debe
tornar muchas veces al sepulcro donde Cristo huelga después de los trabajos de la pasión, que
es el corazón de aquel por quien murió. Los discípulos son nuestros cinco sentidos, que se
apartan de este ejercicio, ca no lo alcanzan. Las mujeres son la imaginación y la fantasía y la
memoria sensitiva, que no son menester. Quien más permanece es nuestra voluntad, que, como
otra Magdalena, suspira y espera hallar lo que perdió, y torna otra y otra vez al mismo lugar,
que es el corazón, lo cual amonesta nuestra letra diciendo: Torna mucho sobre ti en silencio y
esperanza.
Pues que el Señor dice que llamemos y abrirnos han, y nos dice do hemos de llamar, bien será
que llamemos en su casa más cercana, que es nosotros mismos; porque aunque su Majestad
tenga muchas casas, en esta más cercana a nosotros lo podemos hallar más ligero sin andar
cercando lugares ni casas devotas, ni provincias, pues que doquiera que el hombre esté debe
tornar sobre sí para hallar a Dios; lo cual amonesta el Sabio diciendo: Bebe el agua de tu
cisterna y los arroyos de tu pozo (Prov 5,15).
En estas pocas palabras ha hecho el Sabio mención de cisterna, pozo y fuente, y lo uno es más
que lo otro, ca el pozo es más que la cisterna, y la corriente es más que el pozo; y según esto
muestra tres estados de personas: los principiantes tienen cisterna, los aprovechados pozo que
mana, los perfectos tienen corriente para comunicar a otros, y a estos tales pertenece lo que más
dice el Sabio en el mismo lugar, y es derivar las fuentes fuera y dividir las aguas en las plazas.
Es también de notar que no sin misterio ordenó el Sabio de aquella manera las palabras dichas,
aunque al parecer humano no parezcan bien ordenadas, ca nunca de la cisterna se suele hacer
pozo ni corriente; porque la cisterna recoge el agua que llueve y de sí misma no suele tener
agua; mas el corazón humano de sí mismo tiene natural inclinación a la gracia del Señor y a la
devoción.
Es, empero, menester que llueva primero sobre él la gracia soberana, ca de otra manera es como
tierra sin agua aparejada para ser cisterna y recoger el destello y rocío que le fuere enviado, el
cual puede tan bien recibir y conservar que se haga pozo; porque así se despierta el apetito
natural que el ánima tiene a Dios, y el aliento que tiene en sí de la devoción entrañal que antes
estaba seca y amortiguada.
Ejemplo de esto se podía dar en el hielo, que, si no viene sol o agua sobre él, se suele tornar
cristal tan duro que de él se pudiese labrar una cisterna. Empero, si no se tardase mucho el sol o
la lluvia, deshelarse había y podríase hacer pozo y aun fuente en aquel lugar si fuese húmedo.
Cuasi de esta manera el ánima que no está muy endurecida ni desesperada, aunque parezca
cisterna seca y disipada, puede recibir el influjo y el agua limpia que el Señor la envía, si torna
sobre sí, para que así se avive y despierte su natural deseo y se haga pozo que reciba, por ser el
corazón profundo, mucha gracia, y que él pueda manar y producir de sí amor de Dios y
devoción, y esto ha de crecer hasta que se haga en él una fuente de agua viva de devoción
entrañal, que salte y suba hasta la vida eterna; de donde le vino el favor de la gracia, tornándose
al principio de do salió, y esto se hace tornando el hombre sobre sí para desde sí mismo subir a
Dios; ca ninguno puede subir a Él si primero no entrase dentro en sí; y con cuanta más fuerza o
más profundamente entrare, tanto subirá más alto, porque el que se humilla de esta manera es
ensalzado, y le acontece como a la pelota, que tanto sube más alto cuanto da mayor golpe
consigo en tierra, y como el agua, que abajando toma fuerza para subir, y como a los que saltan
en alto, que primero se abajan un poco reprimiéndose sobre sí para mejor subir en alto.
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