CAPÍTULO IV. EN QUE SE COMIENZA A DECLARAR LA PRESENTE LETRA

Como el fundamento de este ejercicio sea el amor de Dios, sin el cual no nos podemos enteramente recoger a él, cosa necesaria es que pongamos todo nuestro estudio en acrecentar este amor, para que así nos podamos fácilmente, no sólo recoger, mas encerrar en Dios; contemplando la universidad de las criaturas para amar en todas ellas a Dios, no se distrae hombre, porque más de verdad contempla en ellas a Dios que a ellas mismas; y esta contemplación no se hace con muchos pensamientos, sino con muchas afecciones y con un querer bien a Dios por cualquiera cosita que crió, pues que la hizo para ser en ella honrado y glorificado; la cual honra y glorificación no es otra cosa sino amor.

Entonces adoras y bendices, confiesas y sobreensalzas, glorificas y honras, alabas y engrandeces, subes y acatas, obedeces y magnificas, ánima mía, a tu Dios y Señor, cuando lo amas y quieres bien por ser tan bueno y dignísimo como es; lo cual debes hacer por todas las cosas que crió y por cada una de ellas, reduciéndolas a Él más con las entrañas y con la amorosa voluntad que con el entendimiento; y de esta manera, cumpliendo el consejo de nuestra letra, volverás todo lo que vieres al principio do salió, y por la manera que salió, que fue poderoso amor.

No se te haga de mal amar en cada cosa a Dios, mirándola como don enviado a ti de su mano; pues que si tuvieses un amigo que te hubiese dado muchos dones, por cada uno de ellos, cuando lo vieses, lo amarías singularmente, refiriendo cada cosa por sí al que te la dio, y sacando de ella amor para la pagar; lo cual aun no basta para con los hombres, porque nuestros bienhechores tienen también necesidad de nosotros para que los socorramos en otra cosa; y así se va disminuyendo la primera obligación de amarlos que primero teníamos, satisfaciendo en otras dádivas o servicios o pagas, según que cada día acaece.

No es de esta manera en respecto de nuestro Dios; porque en ninguna cosa tiene de nosotros necesidad, ni le podemos dar cosa que primero no hayamos de él recibido, y por esto nunca se desminuye en nosotros la obligación de lo amar, antes crece más de cada día; donde, pues que en solo amor y no sin él podemos pagar las continuas mercedes que nunca cesamos de recibir, necesario es buscar forma cómo lo multipliquemos.

Ninguna cosa nos da nuestro Señor Dios sin que con ella venga algún amor, que se da con cada cosa y es principio de todos los dones; donde no sólo somos obligados a las cosas que recibimos, sino también al amor que con ellas nos es dado; el cual es de más estima que todas ellas; y por tanto, según nuestra letra dice, debes referir y sacar de toda cosa el amor, parando mientes al amor como a merced por sí, a la cual singularmente debemos corresponder con especial amor.

Si yendo a la plaza no te dan muchas cosas por un precio, mas cada cual te hace pagar por sí, cuánto más debes dar a tu Señor Dios siquiera singular amor por cada una de las mercedes que te hace? Si tuvieses mucho amor, podrías olvidar en alguna manera

las cosas y amar solamente el amor de Dios con que te son dadas, pues que es tan precioso que debería bastar para nos forzar para que siempre lo amásemos; empero, pues está amortiguado en nos el amor, añadamos en él la leña de sus dones para que arda, considerándolos como medios congruentísimos para amar por ellos al dador de ellos; porque de esta manera, según dice San Bernardo, todavía sale perfecto el amor cuando amamos por el don al dador, no parando en el mismo don.

Digo que en cada misterio y obra de Dios te vayas luego al amor, no pensando tanto la obra cuanto el amor de que procede; lo cual entenderás mejor si miras cómo solemos notar la malicia que nuestros enemigos tienen haciéndonos mal, a la cual paramos mientes más que a la obra, y, por el contrario, solemos tener en mucho los servicios de los pobres que nos aman, mirando la afición de ellos, la cual debes mirar y notar en Dios como aquel que decía (1 Jn 3,1): Mirad qué tal caridad nos dio el Padre, que nos digan hijos de Dios, y lo seamos.

Aunque pueda nuestra industria con uso de avisado ejercicio amar y querer bien a Dios por cada una de las cosas que crió, usando de ella como de escalón para subir al amor del Señor, holgándonos y agradándonos por haber criado nuestro Señor cada yerbecica y dotándola de singular gracia; en la cual nos deleitamos consintiendo de corazón y deseo en la gloria infinita que de allí a Dios se le sigue, pues que se mostró en aquello infinitamente poderoso y sabio y bueno, de lo cual tomamos agradamiento, queriendo enteramente que sea así dado a Dios lo que es suyo, esto es, el amor y bien querer, que consiste en desearle todo el bien que tiene con tanta afección, que, si no lo tuviera, nosotros se lo diéramos pudiéndolo hacer, y teniéndolo amamos y queremos tanto que lo tenga, que no paramos mientes por entonces que lo tenía, sino que ahora lo tiene, en lo cual nos agradamos además.

Aunque de esta manera podamos amar a Dios casi cada momento, y merecer casi cada punto grande gloria, pues la voluntad bien dispuesta puede en instante producir amor muy merecedor de gracia y de gloria, según las leyes de Dios, otra manera, empero, hay de amar a Dios en toda cosa, la cual apenas se puede explicar por lengua humana, aunque se pueda sentir del regalado corazón, que con gran fervor y bullicio inquieto produce de sí ardentísimo amor con todas sus fuerzas, como fuente viva, que bulle y lanza en alto su agua.

Esto es una cosa soberana y celestial que no alcanzan sino aquellos que en todas las cosas oyen a Dios que les pregunta si lo aman y lo sienten, tan codicioso y deseoso de nuestro amor, que parece morir por ser amado y haber criado todas las cosas a este fin, y no demandar otra cosa por todo lo que hizo sino el amor, y no mantenerse de otra cosa sino de amor, perdonando, solamente por ser amado, todas las ofensas por grandes que hayan sido, con tanto olvido de ellas como si no hubieran pasado, y todo esto porque los que eran enemigos no tarden en amar, a los cuales Él ruega con el perdón si lo quieren recibir, por no carecer de ser amado, para lo cual nunca cesa de hacer mercedes, por que nunca cese de recibir amor, con solo el cual parece amansarse la llama infinita que continuamente arde en él, para que como de nuevo comience a nos amar, como si nuestro amor fuese agua bendita que enciende la fragua perdurable de su caridad.

Para que podamos haber algo de aqueste soberano amor que da Dios, con que lo amen sus muy estrechos amigos, es menester que todo ese poco amor que tenemos lo pongamos en solo Él, por que más presto nos trasformemos en su santo amor; a lo cual induce mucho esta letra; donde has de saber que, según dice el Filósofo, toda virtud unida y ayuntada es más fuerte que si estuviese desparcida y derramada; como parece en la fortaleza de los apóstoles, que, estando en la cena juntos, era tanta, que cada uno decía que había de morir con el Señor (Mt 26,35); mas de que cada uno se derramó por su cabo, no tuvo vigor la fortaleza de ellos.

La virtud o fuerza de la criatura racional es el amor; ca tanto tienes de virtud cuanto tienes de amor, y no más; en tal manera, que no te dará Dios tres blancas por todo cuanto tienes si falta el amor, aunque sea tuyo todo el mundo, ca escrito está (Eclo 16,1) que es mejor uno que teme a Dios que no mil hijos malos. Donde San Bernardo dice: La cantidad de cualquier ánima se estima por la medida de la caridad que tiene; en tal manera que la que tuviere mucho de caridad sea grande, y la que poco, pequeña, y la que no tiene nada no sea nada; ca dice el Apóstol: Si no tuviere caridad, no soy nada. Pues que este amor caritativo es la virtud que algo vale en nosotros y seamos por mandamiento obligados de amar a Dios con toda nuestra virtud, razón es que, pues tenemos derramado el amor por todas las cosas humanas, lo retraigamos y recabemos, juntándolo todo para que paguemos con él a Dios.




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