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Otra salida hay muy más sin provecho que las ya dichas; la cual suele amonestar el demonio a
algún religioso debajo de alguna buena razón, porque a los buenos nunca él los engaña sino
debajo de algún buen parecer, para después traerlos poco a poco, si pudiera, a que den algún
desmán, como hace el que pesca con anzuelo cubierto con cebo engañoso, y espera que pique
recio; y si ve que es pez grande, no tira luego con fuerza para lo echar fuera, sino con alguna
maña lo atrae a la orilla, y de allí fácilmente lo hace salir. Así hace el demonio, cauteloso, con
algunos religiosos, cubriéndoles el anzuelo de su engaño con una blanda y falsa razón que les
representa, para que salgan de su religión; la cual delante de los ojos del hombre humano tiene
alguna apariencia, aunque sea verdad esté otra cosa debajo. Desde que ve el demonio que
comienzas a picar, deseando tibiamente la exención y el salir, espera para te prender cuando
piques recio determinándote a ello; y no te echa luego fuera, sino búscate por algunos rodeos
oportunidad de haber el breve que abrevia tu perfección; y en viniendo hácete salir fuera del
agua a lo seco, donde mueras presto sin zumo de devoción; y después de salido te hace conocer
los males grandes que estaban o están debajo del breve escondidos, para que ames abiertamente
lo menos bueno y sin engaño te engañes ya a la clara, por que no tengas excusa.
Y por que no me tengas por atrevido en haber dicho que hay no breves males encubiertos en el
breve y corte que tú buscas, oye a San Bernardo, que dice a un pariente suyo que se había
pasado a otra religión más abierta: ¡Oh mancebo sin seso!, ¿quién te engañó para que no pagases
los votos tuyos que tus labios pronunciaron? O ¿no sabes que por tu boca has de ser condenado
o justificado? ¿Para qué te halagan vanamente con la relajación apostólica, pues que la divina
sentencia tiene tu conciencia atada? La sentencia de Dios dice (Lc 9,62): El que pone la mano en
el arado y mira atrás no es convenible para el reino de los cielos. ¿Por ventura hacerte han creer
que esto no es mirar atrás los que te dicen: habe placer, habe placer?
Hijuelo, si te dieren leche, halagándote, los pecadores, no consientas con ellos; no quieras creer
a todo espíritu (1 Jn 4,1); ten muchos amigos, y de mil sea uno el consejero (Eclo 6,6); quita las
ocasiones; desecha las blanduras; cierra las orejas a las lisonjas; pregunta a ti, pues tú te conoces
mejor que otro te pueda conocer. Mira tu corazón; examina tu intención; aconséjate con la
verdad; respóndate tu conciencia: ¿Por qué te fuiste? ¿Por qué dejaste tu orden y tus hermanos y
tu lugar, y a mí, que era cercano a ti en la carne y más en el espíritu?
Si por vivir más estrechamente y con más rectitud y más perfectamente lo hiciste, está seguro,
pues no miraste atrás; mas gloríate con el Apóstol, diciendo (Flp 3,13): Olvidando las cosas que
están atrás, me extiendo a las que están delante y sigo la palma de la gloria; empero, si de otra
manera va el negocio, no quieras saber, altivo, mas habe temor; y perdonándome tú, digo que
cualquier cosa que das a ti mismo de más en el comer y en el vestido superfluo, en las palabras
ociosas y en el discurso curioso y atrevido, todo lo que añades a ti más de lo que acerca de nos
prometiste y guardaste, es sin duda mirar atrás y pecar y apostatar.
En breve ha tocado muy bien San Bernardo cuán dañosa sea la salida de la orden al religioso,
aunque para ello tenga dispensación; y la razón es porque casi siempre acaece la dispensación
ser disipación por la falsa relación hecha al que la concede.
Pues que así es, no esperes a castigar esta salida tan dañosa después; mas antes que sea debes
proveer en el daño que hará cuando viniere, el cual se figura en el libro de los Reyes, do se pone
la salida y el castigo grande que hizo Salomón en el que no guardó el juramento, de los cuales se
dice (1 Re 2,36-37): Envió el rey Salomón a llamar a Semeí y díjole: Edifica para ti una casa en
Jerusalén, y mora allí, y no salgas desde a un cabo ni a otro, porque sábete que cualquier día que
salieres y pasares el arroyo de Cedrón has de ser muerto. Esto, según se dice en el mismo
capítulo, aprobó Semeí, y dijo ser cosa buena, y que él la guardaría; mas después, vencido por
pequeña ocasión, quebrantó el juramento y cayó en la pena que le impusieron, de la cual no se
puede excusar.
El verdadero rey Jesucristo, Redentor nuestro, envía llamar a Semeí cuando envía su santa
inspiración y ángel que mueva el corazón de alguno para que en la pacífica Jerusalén, que es la
religión, haga para sí morada votando de permanecer en ella; y el que, como Semeí, oye la
inspiración y la aprueba y vota con promesa de juramento solemne, hace mandamiento para sí
lo que antes le era consejo; y por tanto no ha de tomar Dios menor cuenta a los tales de los
consejos que de los mandamientos, según lo hizo Salomón a Semeí, al cual reprehendió
gravemente porque había quebrantado el juramento de Dios, que es el voto, el cual, aunque es
más que juramento, harto se declara en llamarse juramento de Dios y mandamiento de rey.
Y porque los votos esenciales de las religiones son tres, se dice que después de tres años salió
Semeí de Jerusalén, y fue castigado por haber menospreciado el juramento de Dios y preciado
mucho a sus siervos, que por los tener él mal vezados y no tan domésticos como debiera se le
habían ido, y para ir luego tras ellos aparejó su asno, en el cual lo llevaron después a la muerte.
Si tienes tus siervos, que son tus deseos, mal regidos, y se te van a cosas no licitas, no aparejes tu
asno, que es tu cuerpo, para ir tras tus malas codicias, por que no te venga un mal tras otro y se
pierda todo: no se enseñoreen de ti los de tu casa, y serás sin mancilla.
Si salieren tus malos deseosa vaguear, no sean tus pies ligeros para seguirlos, si no quieres de
Semeí, que quiere decir obediente, ser hecho varón de muerte y que venga sobre ti, a lo menos
en género de circunstancia agravante, todos tus males pasados, como sobre el otro, al cual
reprehendió Salomón los males que había hecho contra David, su padre.
De estas y de otras salidas malas y que tienen sabor de mal te has de guardar; porque el
recogimiento del corazón presupone el recogimiento del cuerpo, el cual si tú menosprecias serás
menospreciado.
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