CAPÍTULO VI. DE LA EDAD QUE HA DE TENER EL MAESTRO

Es también de notar que en aquella razón primera no se hace mención de la edad, aunque parezca muy bien en los que han de ser maestros de otros; porque lo primero que se debe mirar es la gracia, según dije; a la cual si se junta la edad, tanto mejor; empero, si faltan las canas, no por eso el tal debe ser desechado, pues no hay más venerables canas que las buenas costumbres; y la bondad deba suplir la edad, en cuyo ejemplo se dice el rey pacífico (1 Re 11,28): Viendo Salomón a un mancebo de buena crianza e industrioso, habíalo hecho presidente.

Aunque sean menester muchas condiciones para que el maestro de que hablamos fuese tal cual conviene, porque si todas juntas las pusiese parecería desechar casi a todos de este oficio, de lo cual vendría más daño, solamente quiero hacer aquí mención de una condición que debe tener, dejando las otras al juicio de los que tienen cargo de proveer esto, de que han de dar muy estrecha cuenta a Dios si no hacen lo que deben, y si lo hacen serles ha bien pagado, no solamente del Señor, mas de los que fueren bien enseñados, que cada día los bendicirán.

Si buscases maestro, ten todas las maneras que lícitamente pudieres para saber si es experimentado, si han pasado por él las cosas que te ha de enseñar; y si no, que sepa todas las otras cosas y se haya dado a todos los otros ejercicios; déjalo en este caso y no le des parte de este negocio, porque mal dirá el cantar que no sabe; porque así como el que no sabe pintar no te podrá sacar pintor, así el que nunca fue recogido no te podrá dar consejo en el recogimiento, antes me puedes creer que te dañará mucho y te dirá una cosa por otra. Y aunque hable mucho de esto, en no hablar la boca de la abundancia del corazón no puede hablar a tu corazón, al cual es menester que hable; y si preguntas cómo, debes saber que en este camino el que más ha de hablar es el discípulo, preguntando las dudas que mucho juntas le ocurren y diciendo lo que siente para saber qué cosa es; y el maestro le ha de responder más al corazón que a las palabras, más a lo que quiere decir que a lo que dice, porque estas cosas no las puede el que pregunta del todo explicar. Empero, el que ha pasado por ellas puédelas del todo entender; y aun en comenzando a hablar el que pregunta, en tres palabras que diga, aunque mal dichas, le dice que no sabe declararse, y él le dice cómo ha de preguntar aquello, y la manera como se suele sentir, y la diferente manera con que suele venir.

Y acontece otras veces que el discípulo quiere preguntar y no sabe la manera como comience a decir lo que siente; y entonces el avisado y ejercitado maestro le comienza a contar algunas cosas que los de su manera suelen sentir. Si es principiante o mediado, dícele cosas que suelen venir a los que se han ejercitado como él en aquello; y mirando aún otras muchas circunstancias que se requieren considerar, así como la complexión de aquel que a las veces lo puede engañar, pensando que son de gracia las cosas que son naturales; y mirando la manera de la gracia que hasta entonces ha tenido, la cual puede estar más o menos intensa y parecer otra siendo la misma; y mirar el oficio o estado que aquél tiene, ca suele acaecer a los que se ejercitan en el recogimiento otras cosas que, aunque son buenas, no son de aquesta vía; empero sucedieron por otra razón o causa, y otras muchas cosas que el prudente y sabio maestro debe mirar para responder e informar a su discípulo; cuyas respuestas, cuando son según deben y que proceden de la experiencia, encájanse en el corazón del que pregunta y conoce que de las cosas que ha tenido le procede tan satisfactoria plática, y dice aquello de Salomón (Prov 16,21-22): El que es sabio de corazón será llamado prudente, y el que es de dulce palabra hallará mayores cosas; fuente es de vida la doctrina del que posee.

El que, no poseyendo el recogimiento, presume enseñarlo solamente porque lo ha leído, no es fuente la doctrina que enseña vida, pues no mana en él por operación lo que enseña por palabra; y este tal no es sabio de corazón, pues su corazón no sabe a qué sabe lo que está en la boca; y éste no es llamado prudente, sino atrevido, pues que se atreve a enseñar lo que no quiere obrar, lo cual es en este caso peor que en todas las otras cosas. Debería el tal tener en la memoria aquella sentencia del Apóstol que dice (Rom 15,18): No oso hablar cosa que Cristo no obra por mí.

Unos tienen gracia en una cosa, otros en otra; Cristo obra en unos una virtud y en otros otra. Hable cada uno en aquello que Cristo obra en él, y en lo demás debe dar la ventaja al otro, o confesar que de aquello que dice no sabe más de lo que habla por la boca. Donde yo conocí un gran maestro en santa teología, no menor en humildad que en ciencia, el cual hablando del recogimiento con un varón muy ejercitado en él, aunque era simple, después de le haber dicho muchas excelencias del recogimiento, decía: Esto mejor lo sabéis vos que no yo, pues que sabéis a qué sabe, y yo no he dicho esto sino porque lo hallé así escrito; empero, no hace mucha impresión en mí; más creo que hará en vos, moviéndoos el apetito de los gustos pasados.

En grandísima manera aprovecha al discípulo el crédito que tiene, si sabe que el maestro que le enseña ha gustado lo que le enseña; y más le mueve un ejemplo que de sí mismo fielmente dice que cuantos lee escritos, porque los ejemplos de los pasados casi más espantan a los simples que provocan, teniendo a los que pasaron por más que hombres, y a los que presente ven tiénenlos por hombres muy flacos; y viendo que aquéllos alcanzan algo de Dios, piensan que también ellos alcanzarán.

E también da mucha confianza al discípulo ser particularmente certificado de cuán bien le ha ido en haber él seguido ejercicio; y oyendo esto, se convida mucho a lo seguir él también, pensando que Dios también le hará a él mercedes. Según esto, conocí yo uno que, para provocar a un amigo a seguir el recogimiento, determinó de le decir cuán dichoso se había él hallado en haber topado con tal ejercicio; y certificóle que preciaba más este ejercicio que todo el mundo, aunque para siempre lo hubiese de poseer lícitamente, y que no creía los bienes que de este ejercicio le decían, porque ya en sí los conocía: donde acerca de ello no tenía fe, sino experiencia; lo cual oyendo el otro y teniendo crédito que le había dicho verdad, como de hecho era, comenzó con humildad a seguir esto, y antes de muchos días yo le oí decir al nuevo discípulo, después de haber estado una hora en oración: Aunque Dios nuestro Señor no me diese por lo que hasta ahora le he servido más de lo que me ha dado en una hora que he estado allí, me ha pagado muy bien; y si lo sirviese de aquí al día del juicio y me diese en pago otra tanta gracia, también sería bien pagado, aunque yo espero muchas cosas de Él. Después dijo éste a su maestro, estando yo presente, en respuesta de las promesas grandes que el otro le había hecho si perseveraba en se recoger: Padre, ya vos sois libre de todo lo que me prometistes; yo me doy por muy satisfecho; en ninguna cosa habéis salido falto; Dios ha cumplido en mí vuestras promesas; ya de aquí adelante por mí quedará si lo que el Señor me ha dado no se conserva.

Estos ejemplos te he puesto aquí para que conozcas cómo, si tu maestro fuere experimentado, él te animará y por diversos rodeos te provocará al negocio; y si desmayares, él te esforzará; y aun si muriera en ti la voluntad de perseverar, él la resucitará; y si estuvieres triste, él te dará el remedio y te dará ejemplo orando delante de ti, y orando por ti, y hablándote lo verás que ora y está recogido, y conocerás por las señas exteriores lo que dentro tiene; y así serás muy provocado, lo cual no podrá hacer el que no tiene experiencia, sino solas palabras.




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