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Escrito está (Prov 13,8) que las riquezas del varón son la redención de su ánima, y la redención
de nuestra ánima es el amor, porque con ella puedes redemir de todos los males en que había
sido cautiva, según lo hizo la Magdalena, que amó mucho en redención de sus muchos pecados
(Lc 7,47-48); y fueron tan poderosas las riquezas del amor, que redimieron su ánima en mayor
libertad que había sido antes el cautiverio de los vicios; porque desde allí adelante no se cree
haber tornado a alguno de los pecados pasados; y así como la mala vida pasada bastó para le dar
nombre especial de pecadora en la ciudad malvada, porque no conoció el tiempo de su
visitación, así el amor mucho que tuvo al Señor le da nombre de especial amadora en la Iglesia,
ciudad de Dios, dando de esto testimonio aquel que de ella fue amado. Y de esto la quiso más
alabar que a otra criatura, porque apenas se hallará en la Escritura persona que de mucho amor
fuese alabada por boca de aquel que dio el gran mandamiento del amor, sino la Magdalena, que
redimió sus pecados con amor.
Aquel que por la redención no recibirá muchos dones se contenta con el don del amor libre
(Prov 6,35), porque solo él vale más que todos los otros dones juntos; en tal manera que si el
hombre quisiere ofrecer a Dios las penitencias de los confesores, y la pureza de las vírgenes, y
los tormentos de los mártires, y las oraciones de los ángeles, y los grandes merecimientos de la
Virgen, y toda la sagrada pasión de Jesucristo, aunque todo esto diese a Dios por la redención
de su ánima, no lo recibiría si faltase el amor; y si él viniese, la menor gota de sangre que Cristo
derramó bastaba para redemir la más pecadora ánima que pueda ser pensada.
Donde conforme a esto se escribe en los Cánticos (Cant 8,7): Si el hombre diere toda la
sustancia de su casa por el amor, así como si nada fuese la despreciará. La casa del cristiano es la
Iglesia, donde están depositados los merecimientos de los santos y de Cristo, así como sustancia
y riqueza de la casa misma; y si todos los bienes diese el hombre a Dios, en recompensación del
amor que faltase, ninguna cosa aprovecharía acerca de Dios, el cual demanda a los hombres que
usan de razón el amor como redención que deben dar por su ánima, junta con la redención
principal que dio Cristo, la cual fue también amor, y más crecido que pensar se puede; y aunque
el mismo hombre diese muchos haberes a pobres e hiciese todas las ásperas penitencias que
puedan ser pensadas, si falta el amor, tenga por nada todo lo que ha hecho, pues Dios así como
nada lo despreciará.
Y es tan valeroso el solo amor de Dios, que basta para alcanzar perdón de los pecados, aunque
de ellos entonces no piense el que ama, porque se conoce que, si se acordase de ellos, se dolería
y haría penitencia; la cual virtualmente está incluida en el amor verdadero de Dios, que es
penitencia dulce; y tal que los que dicen poder permanecer el estado de la inocencia y justicia
original, aunque pecaran nuestros padres venialmente, dicen que por el ferviente amor se
purgaran los tales pecados veniales; y que ahora se puedan purgar y perdonar los pecados,
aunque sean mortales, por el gran amor de Dios, cosa averiguada es entre los que saben; ca no
solamente disimula Dios los pecados de los hombres por la penitencia, mas también por el
amor. Donde, según dice Isaías (Is 4,4), en espíritu de juicio y en espíritu de ardor, lavará Dios
las mancillas de las hijas de Sión, que son las ánimas que incurrieron mácula de pecado. El
espíritu del juicio es la penitencia, y el espíritu de ardor es el gran fervor de la caridad, que
también basta para alcanzar perdón de los pecados.
El amor es tesoro muy precioso del ánima fiel, con que se puede rescatar de su mala
conversación pasada y enriquecerse en tanta manera que pueda comprar, no solamente el reino
de los cielos, mas al mismo rey del cielo, que por amor se da. Donde los que ponen que el
hombre por sus fuerzas naturales puede amar a Dios sobre todas las cosas, dicen que este amor
es última disposición para haber su gracia, que inmediatamente se sigue y luego se infunde en el
ánima donde está el tal amor, y con la gracia se da el mismo Señor del amor.
Atrevimiento sería pensar que Dios tiene en tanto nuestro amor que se da a sí mismo por él, si
no lo afirmase su santa promesa, diciendo por San Juan (Jn 14,21): Si alguno me ama, guardará
mi palabra, y mi Padre lo amará, y a él vendremos, y con él haremos morada. Si bien miramos
estas palabras, parecernos ha que pensó el Señor que no nos teníamos por satisfechos en
decirnos que, si lo amábamos, nos amaría; y por tanto añadió que vendría a nosotros, no a otra
cosa sino hacer nuestra voluntad, ca escrito está (Sal 144,19) que El hará la voluntad de los que
lo temen y oirá su ruego. Y para nos enseñar que no sería esto por algún breve espacio, dice que
morará con nosotros, porque el amor es de tanto valor, que no compra a Dios por una hora ni
por un año, sino por todo el tiempo que le damos; empero, si lo dejamos de amar, tórnanse las
cosas como antes, y viéndonos el Señor arrepentidos de la compra, vase llevando consigo sus
bienes, haciendo que en respecto de la vida eterna perdamos por entonces todos los provechos
que de Él nos habían venido.
Vase el Señor cuando le quitamos el amor que le habíamos dado; vase con paso tardío y
perezoso, volviendo la cabeza de sus santas inspiraciones, para que tornes en ti y veas que tú
eres el perdidoso; y si se lleva los bienes que con él ganaste, hácelo por te poner codicia de lo
tornar a cobrar, a Él juntamente con ellos. Es el Señor muy ganancioso y trae mucho interese y
renta a aquellos con quien mora; nunca cesa de obrar obras de vida eterna en las ánimas que por
amor lo poseen, por que así crezca el amor y se vaya de cada día más asegurando su estancia, y
se posea con más seguridad mientras más fuere amado, y sea más amado mientras más se
sintiere su utilísima compañía.
La cosa que más debería desear y procurar el corcho vacío, si pudiese, es el enjambre de las
abejas, porque con él se haría colmena limpia y muy proveída de cosas tan excelentes como son
miel y cera, por tan linda arte compuesta en los panales que sea cosa de admiración; y todo esto
le viene de tener en sí el enjambre, que siempre debería en sí conservar, pues le es tan fructuosa
y la hinche de tanta hermosura y valor; lo cual más por entero se causa en el ánima, que de sí
misma es como corcho vacío de todo bien; mas si por amor se dispone para recibir a Dios como
enjambre, esto es, ayuntamiento de infinitas perfecciones, venirle ha mucha utilidad; porque Él
causará en la voluntad muchedumbre de miel de gracia, y en el entendimiento la cera
alumbradora, que es el alto conocimiento de las cosas espirituales, y en todo el hombre
maravillosa compostura de virtudes; y todo esto podremos alcanzar por amor, el cual podemos
tener a Dios, según aquello que dijo Cristo (Jn 16,27): Ese Padre os ama porque vosotros me
amasteis.
No es de menos admiración pensar que nos ama Dios que pensar que amamos a Dios, porque
nuestro amor es tan bajo y ratero, que parece dificultad pensar que tiene fuerzas para subir a
Dios, y el mismo Señor es tan alto en dignidad, que también parece inconveniente pensar que se
abaja a amar los gusanos terrenos, pues que tiene en el cielo multitud de ángeles que ame; mas
el Hijo de Dios, que está en el seno de su Padre y sabe todos los secretos suyos, nos dijo que el
Padre nos amaba porque nosotros lo habíamos amado; dando en esto a entender que al precio
de nuestro pequeño amor corresponde el soberano amor de Dios, en el cual se da el mismo
Señor, que en la Escritura se llama amor.
Es Dios tan lleno de justicia, que particularmente quiere corresponder en este maravilloso
cambio a lo que damos de nuestra parte; porque así como dando el hombre a Dios su amor da a
sí mismo también, así dando el Señor su amor se quiere dar también a sí mismo con él.
Sabemos sin duda que es tan poderoso el amor, que lleva tras sí al hombre casi sacando al
corazón fuera de sus términos y poniéndolo donde el mismo amor se pone; y como el amor de
Dios sea más poderoso, también trae al mismo Señor consigo; en tal maña que pueda decir el
mismo Señor: Donde estuviere mi amor estaré yo; y como Dios sea impartible e indivisible,
síguese que quien ama al Hijo tiene consigo al Padre y al Espíritu Santo, cuyas riquezas, como
no están fuera del mismo Dios, también las tiene consigo el que tiene a Dios, porque siempre se
trae consigo sus bienes; y como los ciudadanos celestiales más estén en Dios que en sí mismos,
no hay duda, sino que se van con el mismo Señor adonde el amor les lleva para tener compañía
a su Señor; de lo cual se sigue que donde está el amor de Dios está todo el paraíso, y aun que el
verdadero paraíso es el amor de Dios, porque ni el paraíso celestial sería paraíso sin amor, ni
donde está el verdadero amor de Dios falta por entonces todo lo que está en el cielo empíreo en
espiritual inteligencia; ca el mismo amor es el cielo empíreo, el cual se dice ser el mayor y
primero de los cielos, así como el amor es el mayor y primero de los mandamientos.
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