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Difícil parece la sentencia de la presente letra que nos dice haber de apocarnos y decrecer por
humildad, aunque crezcamos por aprovechamiento espiritual; empero, para que esto sea fácil,
has de notar que, según dice Gersón, cuanto una criatura tiene de ser, tanto tiene de nonada. Y
cuanto el ser de ella es más excelente, tanto la nonada que tiene aneja es mayor. La mayor virtud
le da causa de mayor miedo, porque el más alto lugar está sujeto a mayor caída; ca cuanto uno
más alto sube, si mira abajo, se le desvanece más la cabeza. En lo cual se nos da ejemplo de nos
humillar más, mientras más crecemos en dones, pues mientras somos más, tenemos más
necesidad que Dios nos tenga de su mano, y debemos de más alto temer más el golpe; ca tanto
desciende más recia la saeta cuanto de más alto; y porque Lucifer bajó de más alta cumbre, fue
visto descender como rayo del cielo, y tanto dio mayor golpe en la culpa y descendió más
profundo en la pena cuanto era mayor; por que de allí tomes aviso para más te humillar,
mientras más crecieres.
Parece contrario a la razón que un hombre santo haya de tener más humildad que una piedra,
que siempre se inclina a lo más bajo. Empero, si miras bien en ello, no hay cosa más convenible;
y la causa es porque claro está que se debe humillar más el que tiene más necesidad. Y como
una ánima tenga más necesidad de Dios que no una piedra, cosa manifiesta es que se debe más
humillar, y más mientras más creciere; porque junto con esto crece la necesidad que de él tiene,
para se conservar en aquel mayor estado y poder subir a cosas mayores, lo cual no puede hacer
sin el favor divinal.
Para que veas cómo tú tienes más necesidad de Dios que no un grano de trigo, has de notar
que, si alguna cosa depende de otra en el ser, también depende en el obrar; porque dando el ser,
da el obrar. Y en Dios no es aquesto como en nosotros; ca suelen los artífices manuales hacer
alguna cosa y dejarla en la perfección que se requiere; en tal manera que, aunque ellos se
mueran, no pierde ella cosa alguna, como parece en una torre acabada.
Dios nuestro Señor no obra de esta manera, mas en dando ser a alguna cosa es menester,
aunque esté perfecta, que no aparte de ella su favor ni la deje, por lo cual dice David (Sal
138,5-6): Tú, Señor, me formaste y pusiste sobre mí tu mano, maravillosa es hecha por mí tu
ciencia. No bastó que Dios lo formase sino que pusiese sobre él su mano ayudadora, la cual
jamás quita el Señor mientras cualquier cosa permanece; antes en quitándola desfallece y no
puede obrar si Él juntamente no obra con ella.
Y porque David no podía comprehender esta manera secreta que tiene Dios de obrar con sus
criaturas, dice que es maravillosa por esto su ciencia, ca no es cosa fácil discutir las cuestiones
movidas sobre esto; empero cosa es averiguada que Dios obra con toda cosa; y en esto no
estorba Él, sino da favor a la cosa para que obre. Y por esto no se sigue que Dios haga menos
en cada obra que si la hiciese solo; antes hace más, porque no la admite a obrar con Él como
necesitado, sino por honrar su criatura, que sin Él no pudiera obrar; ni aun con Él, si Él no la
favorece para que obren juntos. Así que más hace Dios en concurrir con la criatura que si solo
obrase; ca en esto hace dos cosas: lo uno obrar Él, y lo otro dar facultad a su criatura para que
obre con Él. Y con todo esto es el Señor tan cortés y bien mirado, que, teniendo Él tanta parte
en toda obra, todo lo atribuye a las causas segundas, diciendo que las aguas o la tierra producen,
como Él también y más principalmente lo haya producido; en lo cual aun el divinísimo Dios
parece que nos da ejemplo de humildad si queremos parar mientes.
Si las obras naturales dicen con mucha razón que no a ellas, sino al nombre del Señor, se dé la
gloria, cuánto más deben decir esto los hombres de las obras de gracia que son más arduas. Si
Dios te hizo hombre y tú te hiciste santo, más hiciste que no Él, porque más es ser santo que
hombre solamente, pues lo segundo añade sobre lo primero. Hallamos que las cosas naturales
tienen dentro en sí el principio de su operación y para que obren no ha menester el Señor sino
despertarles aquella virtud seminal que en sí tienen, como parece en el grano de trigo, que tiene
dentro en sí virtud para producir y para brotar fuera, siendo favorecido de las otras causas
naturales. No es de esta manera en el hombre con las obras meritorias, en respecto de las cuales
ningún principio tiene propio dentro de sí; porque si tenemos dentro en nos principio
operativo, que es nuestra voluntad, no tenemos principio gratuito, que es lo principal que se
mira en las obras meritorias; las cuales ahora sean tales por la divina aceptación o por la gracia
que les da lustre; todo nos viene de acarreo; todo lo hemos de buscar y pedir al Señor, ca de él
solo procede que acepte y agracie nuestros pequeños y menos buenos servicios.
De la causa primera con las segundas proceden las obras naturales; mas de sola esa primera
causa, que es Dios, procede la redención y las cosas tocantes a ella. Para criar el mundo y
sustentarlo quiere Dios compañía y permite que una criatura le ayude a producir otra; empero
para redemir el mundo no quiso que nadie le ayudase, porque era obra de más importancia, que
a Él solo convenía; y así para la justificación del pecador no es menester otra cosa sino que esté
aniquilado por humildad y no contradiga por pecado; y así de nonada será recreado y sacado al
ser de gracia el mundo menor, que es el hombre, como de nonada fue primero criado el mundo
mayor que vemos; y esta aniquilación ha de ser aun en las buenas obras morales que hiciere,
conociendo ser inútiles, según lo cual dice Beda: Ésta es la perfección de la fe en los hombres,
que, siendo cumplidas y obradas todas las cosas que les son mandadas, se conozcan ser
imperfectos; y la glosa dice sobre aquella palabra (Rom 8,35-39): No son condignas las pasiones
deste tiempo.
Lo que no pueden hacer muchos méritos hace el Espíritu Santo. Si nuestros méritos,
considerados en cuanto proceden (aun sin pecado) del libre albedrío, no nos pueden salvar, ni
son principios de merecimiento, claro está que es más poderoso un grano de trigo para venir a
su último fin que no un hombre para venir al suyo; pues que las causas naturales bastan estando
bien dispuestas para hacer al grano que dé fruto, y no bastan para que el hombre pueda hacer
dignos frutos según el último fin que espera.
Por que no digas que obramos por demás, pues que solas nuestras obras no bastan para nos
justificar, has de saber que las obras de virtud no justifican al hombre, mas aparéjanlo a la
justificación de Dios que ha de recibir para ser salvo; porque así como del sol viene lumbre y el
calor, así de Dios viene la justificación y gloria; empero para recibir la lumbre del sol menester
es abrir los ojos, y no por esto la recibimos, sino porque el sol la infunde; mas abriendo los ojos
los aparejamos para la recibir, y así por el bien obrar nos aparejamos a ser justificados.
Si alguno estando al sol no quiere abrir los ojos, suya es la culpa si no ve, y así será tuya si no te
aparejas humildemente con buenas obras para ser justificado del sol de justicia, Cristo, más
pronto para justificar los humildes que el sol para alumbrar; ca por eso se llama sol, no de calor
ni de lumbre, sino de justicia. Y porque de mucha voluntad nos infunde su justicia lo llama el
profeta justo nuestro.
Crezca, pues, contigo la humildad aparejándote bien a la justificación; sea tu ánima como espejo
de acero, que tanto mejor recibe el sol cuanto en sí está más acicalado, y conoce que si eres
diligente parecerá en ti aquel resplandor y gracia que obra en los humildes el Señor. El ánima es
como cera, que puesta al sol se derrite por amor del rayo que en ella infunde su majestad; y la
humildad pone fuerzas al ánima para perseverar en esto, haciéndose conocer que así como la
cera apartada del sol se torna a endurecer, así en apartándose ella de Dios caerá en su dureza y
perderá aquel regalamiento y blandura de amor que del Señor tenía.
Los que aprovechan creciendo en virtudes, aparéjanse a Dios; empero no se aparejan bien si con
las virtudes no tienen también la humildad, mirando que de sí mismas no son suficientes para
nuestra salud sin humillarnos con ellas aunque sean buenas, ca no sin misterio eran mandados
circuncidar los varones, sino para que conozcamos que aun nuestras obras varoniles y virtuosas
tienen defecto, y es menester circuncidarlas reconociéndolo y después purificarlas a la entrada
de la celestial Jerusalén.
No sólo son nuestras buenas obras de sí mismas insuficientes para alcanzar a Dios, mas faltando
la humildad lo desagradan y son ocasión de mal, según aquello de San Gregorio: La maravillosa
obra con presunción no ensalza, sino deprime; porque el que allega virtudes sin humildad lleva
polvo al viento, en manera que de donde le parece llevar algo se ciega peor.
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