CAPÍTULO V. DE CÓMO HAS DE LLAMAR A DIOS

Para que puedas comenzar a usar este llamar a Dios con suspiros es menester que tengas alguna memoria de sus beneficios y excelencias, y que, cuando alguna cosa deseares luego te acuerdes que mejor lo hay aquello en Dios, y por tanto debe ser más deseado y amado; y debes acostumbrar a decir estas palabras o algunas semejantes: ¡Ay Dios mío de mi corazón y de mis entrañas!; las cuales si mucho usas, aunque al principio parezcan fingidas, después conocerás que se han plantado verdaderamente en el corazón.

Deben notar los que se dan al recogimiento que, si ordenadamente perseverando proceden, aunque ellos no paren mientes en este llamar a Dios con suspiros, vendráles el tiempo y verse han en un estado o edad espiritual de hombre interior, en el cual tiempo desearán sobremanera y con entrañables y profundos suspiros lo que no sabrán; porque acaece a los que siguen este ejercicio de recogimiento desear con gran ansia y no saber qué es aquello porque salen suspiros entrañables del corazón; mas está el ánima de ellos en aquel tiempo espantada con admiración y no sabe quién obre en ella tales y tan verdaderos deseos sin saber lo que desean.

Gloria y gozo grande es al ánima cuando ve que, habiendo tenido descuido un poco antes, la despierta y aviva un gemido y suspiro del profundo corazón que sale diciendo: Jesús santo de mis entrañas.

Estas o algunas palabras semejantes dicen los que tienen aquesta gracia de llamar a Dios con suspiros, aunque mejor diríamos que Dios los llama a ellos que lo sigan al desierto de la contemplación; porque muchas veces gime a deshora el corazón de ellos por solo Dios, y a las veces tan en público, que después de mirar en ello les pesa mucho y se trabajan de encubrir aquello; empero, el remedio verdadero de esto es continuar la oración; en la cual como el ánima halla a Dios, parece que se satisface algo, y vuélvese el gemir en una complacencia y contentamiento que no se puede explicar según se siente.

Estos deseos no hay duda sino que, aunque proceden del corazón, no los causa él principalmente, mas por entonces debe ser movido secretamente de quien lo puede mover, que es Dios, en cuya mano está. Él lo mueve a que tenga deseo, y el mismo corazón no sabe de qué es aquel deseo, según el talante y disposición que de tal deseo se causa: bien ve que el deseo es de bien, pero no sabe de qué bien, ni se determina ni acaba de entender a dónde se enderezan sus suspiros.

El corazón de aquéstos que así desea estar retraído y apartado de los cuidados mundanos por el recogimiento iba ya llegándose al Señor, que mueve en él aquellos deseos, tocándolo con su gracia; empero, como el hombre aún no conozca esto, dice con el mismo Señor, sentida la virtud del deseo que sale: ¿Quién me tocó?

No hay duda sino que desea entonces el corazón aquel que mueve en él aquellos deseos; y como no ha subido a él por los sentidos, solamente conoce, aunque no por entonces, que el deseo que tiene se endereza a Dios en ver que todas las cosas del mundo no bastarían para satisfacer aquel deseo que ellos entonces tienen.

Este deseo no debe parecer imposible al que no lo ha tenido; porque aun acontece haber el hombre hambre y no determinarse qué manjar comerá mejor, y las mujeres preñadas muchas veces tienen deseos o antojos sin saber de qué. Donde muy bien podríamos decir de estos tales lo que decimos de algunos que, teniendo poco saber, dicen alguna gran sentencia, y es: «Más dijo que quiso, o más dijo que supo». Así estos que tienen estos grandes deseos desean más que saben, porque el entendimiento de ellos no alcanza lo que sus corazones desean. Onde según esto dice el Apóstol (Rom 8, 26-27): El espíritu ayuda la enfermedad de nuestra operación, porque no sabemos lo que hemos de demandar en la oración, según conviene; mas el mismo espíritu demanda por nosotros con gemidos que no se pueden hablar. Empero, el que escudriña los corazones sabe lo que desea el espíritu; ca según Dios demanda por los santos, porque sabemos que todas las cosas se les vuelven en bien a los que aman a Dios.

En estas palabras ha declarado el Apóstol mucho este misterio de que hemos hablado; por lo cual debes saber que el deseo ya dicho excede nuestras fuerzas por su grandeza; y por esto dice San Pablo que el Espíritu Santo ayuda la enfermedad de nuestra entrañal operación, para que de ello con su favor proceda este deseo tan excesivo, el cual es verdadera oración; y porque no sabemos lo que en esta oración, que consiste en desear, hemos de demandar a Dios, el mismo Espíritu Santo demanda por nosotros mediante la caridad que en nosotros cría, de la cual dice la glosa: La caridad que es hecha en nosotros por el Espíritu Santo gime y ora contra aquésta; no supo cerrar los oídos el que la dio.

Dice más el Apóstol: que demanda y ora el Espíritu Santo en nosotros mediante su gracia con gemidos no decibles, porque, como viste arriba, este deseo que causa en los varones recogidos, aun ellos no lo acaban de entender, ni saben enteramente a qué se endereza; conforme a lo cual dice la glosa en este paso: ¿En qué manera se podrá decir lo que se desea cuando es deseado lo que no se sabe? Empero no es del todo ignorado, porque si del todo se ignorase no se desearía, y si fuese visto, no se buscaría con gemidos.

Dijo el Apóstol que Dios, escudriñador de los corazones, sabe lo que entonces desee nuestro espíritu para cumplir su santo deseo, pues que es según Dios, y el fundamento principal de esto dice ser el amor de Dios, que trae todas las cosas a bien; y dice esto porque algunos simples piensan, cuando pasa por ellos aquel tan crecido deseo, que se quieren tornar locos y salir de seso como entonces tengan el seso de Cristo.

Dice San Agustín que así como el cuerpo se mueve por algún espacio, se mueve el ánima por el deseo; y como el movimiento se haya de juzgar según el término a que se ordena, bien parece que el suspiro que va a Dios se dirá divino; el movimiento corporal, aunque tome denominación del término que suele poner nombre a los medios, no por esto pierde la razón del propio ser, según el cual puede ser también considerado, ca es sucesivo y llevó una parte después de otra; empero, como el movimiento del ánima, que es el suspiro del corazón que desea, se produzca en instantes y no una parte después de otra, porque es espiritual y no tiene partes, síguese que en siendo producido debidamente del ánima, está con Dios la misma ánima; pues que ella dijo San Agustín que se movía por los deseos, así como el cuerpo por los espacios. Y de aquí es que el mismo doctor dice en otra parte que el ánima más está donde ama que donde anima; porque a lo amado se va según lo mejor de ella, que es lo más puramente espiritual, y donde anima queda según la menor operación suya, que es vivificar.

Dirá alguno que no puede suspirar a Dios nuestro Señor sin le tener grande amor, ca de la abundancia del amor sale el tal suspirar, así como del mucho comer el regoldar a lo que comimos; así que este suspirar a Dios presupone su amor; ca los que lo comen han hambre de él, y apenas sin Dios se puede desear Dios; ca tiénelo sin duda el que lo desea, según dice San Gregorio. Así que para suspirar a Dios es menester el amor de Dios; y si está en el corazón no es menester que me digas que suspire a él, ca de suyo se moverá el corazón a ello, porque esta diferencia hay de los viadores que gustan a Dios a los comprehensores: que los viadores siempre lo gustan con deseo de más gusto y los comprehensores lo gustan sin fastidio, no, empero, con deseo; ca cumplido de bienes tienen todo su deseo, y a los viadores se les da en partes lo que ellos tienen junto y entero, y, por tanto, en gustando a Dios en este valle de lágrimas, luego suspira el ánima a lo demás sin que tú le des el tal consejo.

Bien sé que no es menester decir a los que tienen a Dios que suspiren a él; empero es menester avisarlos, para que conozcan cuán excelente es aqueste ejercicio que ejercita Dios en el ánima con que mora; ca no hay fuego que más la purifique, ni lima que más la esmere, ni navaja que más la afeite; ni hay navío que más presto la lleve al puerto de la perfección que desea; y por esto no deben ser negligentes los que tienen a Dios de suspirar a Él para ser más santificados; y aunque no tengas a Dios codicie siquiera tu ánima desear sus justificaciones, y atráelo con suspiros siquiera rudos, ca debes saber que Dios sea como el pulido tornero, que no pone sus sutiles herramientas sino en lo que primero está labrado de azuela; y por esto no infunde la fe, que es virtud teológica, sino a los que tienen fe de suyo, aunque ésta, en comparación de la que él infunde, valga muy poco; empero todavía se requiere, aun en los niños que son bautizados en la fe de sus padres. Y de esta manera es menester que tú te ejercites en suspirar a Dios, aunque tibiamente, para que él perfeccione lo que comenzares tú; y si esto no tienes, aun este comienzo le debes demandar con suspiros.




[ Capitulo Anterior ]
[ Retorna al Indice ]
[ Capitulo Seguiente ]