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Cuanto a la manera de hacer gracias que es más común, has de notar bien esta letra; porque si la
ejercitas podrás merecer la primera manera de que hemos hablado, la cual más es premio que
mérito. Nunca pase día sin que pienses los beneficios que Dios te ha hecho, y por ellos alaba y
loa su largueza, mayormente a respecto tuyo comparada a ti, que ninguna cosa mereces sino ser
privado de lo ya recibido. No pienses que hay en ti causa de merecimiento, porque si alguna
hallas, también es don de Dios; tú no eres sino materia desnuda de todo bien, y si algo tienes,
toda es ropa prestada que Dios te quiere dar.
Haz diligente memoria de los dones recibidos, así de naturaleza, como de fortuna, como de
gracia, como de gloria prometida, la cual tienes tan cierta como lo demás si por tu culpa no la
pierdes. Piensa sutilmente las gracias especiales y generales que el Señor te dio, y confiesa
fielmente haberlas recibido de su mano; guárdalas con estudio en la mayor pureza que tú
pudieres; ámalas mucho y mucho más al que te las dio; apártate y guárdate de ofender a la gracia
o al Señor de ella.
Este hacimiento de gracias puede ser en tres maneras: o por obra, según dice San Jerónimo, y es
cuando correspondes a Dios según todo tu poder en el beneficio recibido, lo cual mejor
hicieron los mártires que todos los otros santos cuando con sangre correspondieron a Cristo,
que por ellos había derramado la suya. Y también se podría decir que hacer gracias a Dios por
obra es trabajar en su servicio con el mismo talento que nos dio; de manera que emplear bien y
ejercitar la misma gracia que el Señor te ha dado es excelente manera de gratitud.
La segunda manera es en el corazón, cuando por menudo y afectuosamente piensas las mercedes
recibidas y las prometidas y las por tu culpa perdidas, de las cuales no debes ser menos grato
que de las que no perdiste. Donde conforme a esto dice San Crisóstomo que la meditación y
memoria de los beneficios es muy buena guarda de ellos mismos, y esto en el que los recibió,
porque, según dice este santo, el que da el beneficio se debe luego olvidar haberlo dado, y el que
lo recibe se debe siempre acordar en su corazón de lo que es en cargo; y pues Dios guarda
también la condición que a él toca, que es olvidarse de las mercedes que hizo, guarda tú la que
es de tu parte, que es acordarse de ellas; y que Dios guarde lo primero, muy bien lo podrás
conocer si paras mientes a las nuevas mercedes que cada día te hace, las cuales, si bien las
cuentas, son tantas, que parece haberse olvidado de las pasadas.
La tercera manera de hacer gracias es por palabra, pronunciando con gozo los mismos
beneficios; porque en decir a alguno: esto me distes, o en decir de él: esto me dio fulano, parece
que le hacemos gracias. Según esta manera, conocí yo dos personas que, estando fuera de su
casa, acertaron a dormir una noche en tal posada, que no tuvieron oportunidad para se levantar
a la media noche, según tenían de costumbre, a hacer gracias a Dios; y como fuesen de un
corazón y parecer y voluntad amándose en Jesucristo, dijo la una persona a la otra: Ya es venida
la hora de las alabanzas de Dios; no es razón de la dormir, pues es suya; si os parece, diga y
cuente cada uno de nosotros los beneficios que de Dios ha recibido.
Agradando esta razón, comenzó el uno a decir todos los bienes que dende niño había hecho, no
contándolos por bienes propios, sino por beneficios dados de la mano de Dios. Diciendo que a
él, siendo niño, le dio el Señor tal gracia, que las blancas que su madre le daba para que
comprase fruta que almorzase para ir a leer con los otros niños a la escuela, él las daba a los
pobres, y también el pan, y se quedaba sin almuerzo por dar de almorzar al pobre, y que el
Señor le daba gracia que hiciese esto casi cada día que estuvo en la escuela. Donde prosiguiendo
de esta manera por las otras cosas que se le acordaba ser de alguna virtud y gracia, el que lo
escuchaba comenzó tan fuertemente a llorar, que con gran espanto cesó él de decir y rogóle que
le dijese la causa de su lloro, y respondióle: No hallo en mí cosa que pueda decir que buena sea;
desde que vos acabéis de decir, yo no sé qué diga, sabe Dios que ningún bien tengo de mío que
pueda contar delante de Su Majestad. No se me ofrece a la memoria sino mis grandes pecados,
con los cuales contradije muchas veces a los beneficios que Dios me quería hacer, de los cuales
carece mi ánima, por no ver Dios en ella disposición para los recebir.
En este ejemplo puedes ver cuánto aprovecha hablar de los beneficios de Dios, y pues el pensar
que carece el hombre de ellos mueve el corazón a tantas lágrimas, el conocer que los tiene lo
moverá a gozo no menor. El uno de aquéstos contaba muy fielmente los beneficios a él hechos
de Dios, y digo fielmente, porque, según verdad, toda buena obra que hacemos aún es beneficio
de Dios, pues nos da gracia para la hacer. El otro pensaba en los beneficios de Dios que había
perdido, y por el pesar que de ello recibió mereció después cobrar otros mayores para con ellos
servir al muy alto. Donde conforme a esto dice un doctor: ¡Ay de aquellos que callan y no
hablan de ti, Señor, que eres dador de todos los bienes!, porque los tales, aunque mucho hablen,
son mudos. Bienaventurada es la lengua que te hace gracias, pues ejercita aquello para que
principalmente fue criada. Desde ahora comienza el oficio en que ha de permanecer haciendo
gracias a su Hacedor.
Este tercero modo de hacimiento de gracias, que es pronunciarlas por la boca, ejercitaba San
Agustín cuando decía sobre aquella palabra de David: Sea llena mi boca de alabanza: Loarte
debo, Dios mío, en las cosas prósperas, porque me consolaste; en las contrarias, porque me
castigaste; débote loar antes que fuese, porque me hiciste; y después que soy debo loar, porque
me diste salud; y cuando pequé te debo loar, porque me perdonaste; y cuando estaba en las
fatigas te debía loar, porque me ayudaste; y en la perseverancia te debo loar, porque me
coronaste. A ejemplo de este santo debemos hacer gracias al Señor en las adversidades y
prosperidades, siendo semejantes al ruiseñor, ave que canta de día y de noche.
Muchos hay que cantan en el día de la alegre prosperidad, y con prosperidad y con gozo hacen
gracias a Dios, de los cuales dice David (Sal 48,19): Confesarán tu santo nombre cuando les
hicieres bien; mas desde que viene la noche de la adversidad, pocos hay que canten y hagan
gracias a Dios, teniendo en esto muy mejor propriedad aquel pequeño pajarito que no los
hombres. Y del cisne también se dice que al tiempo de su muerte canta mejor que en la vida.
Hagamos, hermanos, gracias al Señor y bendigámoslo en todas nuestras obras, según dice
nuestra letra, porque si, en las adversidades y azotes, lo bendecimos, cesa de nos herir, y si lo
bendecimos cuando nos da bienes, persevera en más hacer mercedes.
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