CAPÍTULO III. DE OTROS ESTORBOS QUE NOS DISTRAEN

Con abajar los ojos e hincarlos en tierra no se quitan sino los estorbos que entre día suelen ocurrir; los cuales son muchos, y cada uno de ellos es como saeta (Sal 90,5) que vuela ligeramente para nos herir de presto; de la cual demandaba el profeta ser librado. Mas también hay otros estorbos innúmeros que nos impiden este paso del recogimiento, el cual es muy estrecho, y tanto que sola una cosa cabe por él, y ésta es a todos necesaria. Y por tanto debemos con más ahínco pelear por ganar el paso y pasar adelante, quitando los estorbos con aviso y discreción. Ca debes saber que para este ejercicio se requiere más discreción que para otro alguno; porque los discretos sábense haber en las cosas, y los necios son presto turbados como ebrios, y piérdese presto la poca sabiduría de ellos, y así lo dejan presto; mas tú mira bien los estorbos, que son muchos, y apartándolos, pasarás ligeramente el estorbo en que debes más mirar: es el comer y el dormir.

En lo primero debes, según tu complexión y necesidad, tomar lo que has menester y matar primero el deseo del comer; porque la gula más consiste en la afección que no en la operación, como parece en Esaú (Gen 25,34), que pecó en gula con vil manjar por hacer más caso de él de lo que debiera; y también el demonio quiso tentar al Señor en la gula, mas no le dijo que tornase de las piedras capones, sino pan, en el cual también se puede cometer gula si se come con demasiado deseo y con algún desorden, de lo cual te debes mucho guardar, no teniendo afección al comer, sino que siempre te lleve la necesidad y la razón, y no la gula ni el apetito; ca vendrá tiempo, si prosigues el recogimiento, que pierdas la gana del comer, y comiendo no tomes sabor en lo que comes; y esto no ha de ser por enfermedad, sino porque, gustado el espíritu, es desabrida toda carne.

Y entonces, si no pudiendo comer tuvieres necesidad de alguna cosa delicada o apetitosa para sustentar la naturaleza, no la busques con solicitud, sino encomiéndala al Señor; y créeme que ninguna cosa de lo que entonces deseares te faltará, si procede por la vía ya dicha el no poder comer, y si el deseo fuere moderado; y digo esto porque yo conocí una persona pobrecilla que tuvo de ello experiencia, y sé que a los tales provee Dios como a personas que El mismo tiene a especialísimo cargo.

En los manjares has de mirar dos cosas: la calidad de ellos, si son preciosos o viles, delicados o groseros. A los más viles y groseros te debes más llegar, si tu necesidad o tu estado no demandare otra cosa, y debes usar de los que son de más fácil digestión; y para vencer presto la gula piensa cuán poco dura el gusto de los manjares, y cómo después de entrados en el estómago tienen todos un sabor.

Haste de guardar que no comas, si ser pudiere, toda cosa que, comida, deja rastro y sabor en la boca por algún rato, así como son especias y ajos y cebollas crudas y cosas adobadas, porque bastarle debe a la hora del comer su malicia, sin que después en la oración te dé pena, donde no te debías acordar de cosa humana, sino ser como ángel de Dios.

A esto mismo toca que no traigas contigo olores, por que no sea de ellos despertado tu sentido; ca, si fuese posible, no debería el hombre conversar entre cosas que oliesen mal ni bien, por no provocar el sentido, sino que estuviese más mortificado; empero, habiendo de oler, sería mejor oler cosas buenas; no por el deleite que de ellas se ha de seguir, sino porque las malas con su mal olor provocan los hombres limpios a una manera de indignación, y así es más inquietado.

Debes comer las menos veces que pudieres día, con condición que no quede agraviado tu estómago en una vez por no comer dos veces; ca la tal abstinencia no es agradable a Dios, pues que es contra su consejo que dice (Lc 21,34): Parad mientes que no se agravien vuestros corazones en superfluidad de comer y beber. Has de lavarte la boca cada vez que sintieras en ella algún buen o mal sabor, y traer los dientes limpios, y no acordarte jamás del comer, si ser pudiere, hasta que seas llamado, y beber el vino muy aguado, porque, si va recio, es dañoso con su calor al ánima y al cuerpo; y para mientes que te guardes de las cosas que provocan a beber, ca hace[n] daño al estómago ellas y lo que con ellas se bebe, aunque sea solamente agua.

Las cosas frías, si por otra parte no te son contrarias, te pueden ser más favorables que no las cálidas, y cuando te baste un manjar no comas otro, ca en todas las cosas que a los sentidos tocan debes huir las diferencias de ellas.

De la cantidad en la vianda no hay quien ose hablar, porque en esto más sabemos nosotros mismos por la experiencia cotidiana que no cualquiera otra persona; y si en esto eres solicito, según se requiere a persona recogida, en pocos meses conocerás lo que te conviene comer, dos onzas más o dos onzas menos, porque con la demasía del comer se halla el hombre pesado, y con la falta se halla flaco, y con lo justo se halla pronto para todo bien.

Cuando después de comer no te sientes con habilidad para las cosas de Dios, razón es que sospeches que aquella comida no fue según Dios. Esto digo contra los que piensan ser mal orar después de comer; los cuales si dijesen que es malo orar después de mucho comer, en alguna manera acertarían; mas en decir que es malo después de comer van contra el ejemplo del Señor, que después de la cena se fue a orar muy prolijamente y amonestó a los discípulos que orasen, y reprehendiólos porque se dormían, lo cual aún es menos mal que no parlar y vaguear. Ellas y San Juan, después de haber comido, dormían, en figura de la contemplación, que a los bien recogidos no debe ser más ajena después de comer que antes, pues que para ella sola comen.

La conclusión, en cuanto a la cantidad, sea que tengas el medio en respecto de ti mismo, tanteada la necesidad de tu persona; y si de él hubiere discrepación, sea poca. Empero, preguntarme has que, habiendo de discrepar a una parte o a otra, cuál será menor daño: comer un poco de más o un poco de menos. Podríate responder que, como lo poco sea reputado por nada, no habría daño en la poca falta o exceso; y si todavía con ahínco quieres saber cuál será menos mal, no te quiero yo responder, sino el cristianísimo Gersón, que dice: Más empecería, según dicen los médicos y los teólogos, el ayuno indiscreto que no el comer menos templado.

En breves palabras te ha este sabio varón respondido con mucha autoridad a tu pregunta, y muy bien; porque el ayuno muchas veces estorba el trabajo espiritual, que es de más vitalidad y hace que la cabeza no tenga fuerza para orar; y si algo excedes en el comer, con añadir algún trabajo en las cosas de virtud ganarás por un cabo lo que pensabas haber perdido por otro.

Empero, apártate de aquellos que al mucho comer responden con mucho dormir y no con más trabajar, y de aquellos que tienen la abstinencia en la palabra, y alabándola mucho quieren ser tenidos por abstinentes, aunque su desenfrenado comer, cuando ven la suya, es en contrario, no teniendo más concierto en su estómago que si no fuesen hombres de razón.

Del sueño lo mismo me parece que debe ser dicho; ca conocida tu necesidad, has de tener tu tiempo concertado y tanteadas otras circunstancias que suelen acaecer. Si el sueño te agraviare, conoce que es relajación y no necesidad; empero algunas veces acaece que el hombre quebranta en un día la regla que en estas cosas ha guardado un año, y no es maravilla, pues un reloj de hierro se desconcierta y el arco no está siempre armado. Y este desconcierto, cuando acaeciere, hase de remediar muy presto, porque de otra manera haría mucho daño.




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