CAPÍTULO IV. DE COMO DEBEMOS HACER GRACIAS EN LAS ADVERSIDADES

Hacer gracias en las adversidades no se nos debe hacer de mal, mayormente si consideramos no ser pequeña merced consentir el Señor que le ayudemos con Simón Cirineo a llevar su cruz, y que ningún mal padeceríamos si Él no lo permitiese y tuviese por bien de cuya voluntad ningún mal puede proceder, y por eso con igual amor nos premia y castiga; y así nosotros con igual amor le hagamos por todo gracias, según lo aconseja el Apóstol, diciendo (Ef 5,18-20): Sed llenos del Espíritu Santo, hablando a vosotros mismos en salmos e himnos y cantos espirituales, cantando y alabando a Dios en vuestros corazones, haciendo gracias siempre por todas las cosas en el nombre de nuestro Señor Jesucristo a Dios y al Padre.

Sobre estas palabras dice San Jerónimo: Este mandamiento aquel solo lo puede guardar que sabe ser regido por la providencia de Dios. Aun cinco pájaros que se venden por un maravedí, ninguno de los cuales cae en el lazo sin la voluntad del Eterno Padre (Lc 12,6).

Y lo que dice el Apóstol que hagamos gracias siempre y por todas las cosas, en dos maneras se ha de entender: que en todo tiempo y por todo lo que nos acaece hagamos gracias a Dios, y no solamente por las cosas que tenemos por buenas, mas también por las que nos fatigan y atormentan y vienen contra nuestra voluntad, por las cuales salga el ánima en alabanzas de Dios alegremente, y diga con el santo Job (Job 1,21): Desnudo salí del vientre de mi madre, desnudo tengo de tornar; hecho es así como plugo al Señor; sea su nombre bendito.

Este hacimiento de gracias acerca de los prudentes varones suele ser guardado y general y especialmente. Generalmente, cuando hacemos gracias al Señor porque sale a nosotros el sol, y pasa el día y la noche se muda en holganza; con el resplandor de la luna se templan las tinieblas, y con la salida de las estrellas y con ponerse son mudados y tornan los tiempos, y hacemos gracias porque nos sirven las lluvias la tierra pare, los elementos son nuestros siervos, y que tanta variedad de animales, o nos llevan a cuestas, o trabajamos con ellos, o los comemos, o nos cubrimos con sus pieles, o nos dan ejemplo, o son para que nos maravillemos, y, finalmente, hacemos gracias porque somos nacidos, porque permanecemos, porque en el mundo, así como en una casa de un poderoso padre de compañas, negociamos y traemos procuración, y todo lo que está en el mundo entendemos haber sido por nuestra causa criado.

Lo segundo, hacemos gracias especialmente cuando nos alegramos en los beneficios de Dios, que son dados a nosotros singularmente; mas esto el gentil y el judío lo hace, y el publicano y el extranjero de otra ley; empero, cosa propia es del cristiano, y virtud que a él solo conviene, hacer gracias a su Criador aun en las cosas que le son contrarias y desabridas: si la casa se cayere, si la aman~ tísima mujer y los hijos o fueren captivos, o muertos con veneno, o perecieren en el mar; si perdiéremos las riquezas para siempre; si la sanidad desfalleciere con la flaqueza y vinieren sin número las enfermedades.

Suelen los que se juzgan por más santos hacer gracias a Dios después de librados de los peligros, como las hicieron los Macabeos (2 Mac 1,11) porque los había guardado y restituido; mas, según la sentencia del Apóstol, ésta es la máxima virtud: que en los mismos peligros y miserias sean dadas a nuestro Señor Dios gracias, y siempre digamos: Bendito sea el Señor; menores males conozco padecer que merezco; estos males, según mis pecados, son pocos; ninguna cosa digna de mi culpa me es dada.

Este es el ánimo del buen cristiano; éste, tomando su cruz, sigue al Salvador, al cual no enflaquecen ni espantan los daños. El que, según hemos dicho, hace gracias a Dios y al Padre en el mediador de Dios y de los hombres, refiérelas a Cristo Jesús, pues no podemos sino por él llegar al Padre. Lo susodicho es de San Jerónimo.

Muchas cosas ha puesto este santo doctor y muy de notar; en especial te debes siempre acordar, como él dice, que la virtud del buen cristiano es hacer gracias en medio de las persecuciones, la cual si no tienes, menos te debes llamar buen religioso que buen cristiano. Para que no olvides tan maravillosa doctrina ni dejes de la obrar, piensa muy bien nuestra letra, porque todo lo que está dicho se incluye en ella, en decir que frecuentes y repliques muchas veces, no tibias bendiciones, como hacen aquellos que, cuando están fatigados y enfermos, responden a los que les dicen que tengan paciencia y se conformen con la voluntad de Dios, que dispone todas las cosas. A éstos responden muchos con flaco y tibio ánimo que lo harán, pues no puede más ser, cuasi diciendo, según el son y las palabras muestran, que a más no poder se conformarán con él aunque de mala gana. Tú no así, mas con fervor bendice al Señor en todas sus obras prósperas y contrarias, haciéndole de corazón gracias en todas ellas; cobra costumbre de decir a lo menos en el corazón: Bendito sea el Señor en sus dones (Apoc); y esto en todas sus obras lo di, para que así sean todas dignas y santas.

No hay cosa en que los hombres sean comúnmente más semejantes a los ángeles que en hacer gracias y bendecir al Señor en todas las cosas; porque a los ángeles propriamente conviene bendecir en todo al Señor; bendícenlo en las cosas celestiales, donde San Juan dice de ellos (Ap 7,11-12): Todos los ángeles estaban alrededor del trono, y derribáronse de él y adoraron a Dios diciendo: Amén. Bendición, y claridad, y sabiduría, y hacimiento de gracias, y honra, y virtud, y fortaleza sea a nuestro Dios en los siglos de los siglos. Amén.

Bendicen también a Dios los ángeles en las cosas que él hace en la tierra, y convidando a los hombres a lo mismo, como parece en la natividad de Cristo, donde cantaron bendiciendo a Dios aquel cántico de alabanza que la Iglesia, de ellos provocada, usa cantar en las misas, que comienza: Gloria in excelsis Deo. Ellos provocaron a los pastores a lo cantar; el cual cántico en bendiciones del Señor es tan excelente, que no merecieron los hombres saber de él sino el principio que oyeron cantar a los ángeles, que volando por el aire lo cantaban loando a Dios; empero, los santos acabaron aquel cántico según que, por el Espíritu Santo enseñados, les pareció que lo debían proseguir; y así, acabado por algunos santos sobre el principio que los ángeles a Dios hicieron, se canta en la misa.

Bendicen también los ángeles a Dios por las cosas que hace en el infierno, condenando y castigando a los malos, según aquello que está escrito (2 Mac 1,17): Por todas las cosas sea bendito nuestro Señor Dios, que trajo los malos a la pena que merecían.

En esta tercera manera de obrar que el Señor hace condenando a los malos tornan a replicar los ángeles las bendiciones pasadas, hacer de ellas memoria, diciendo que por todas las cosas sea bendito el Señor, que castiga los malos, y la causa de esto es por nos mostrar que en todas las cosas debemos alabar al Señor, el cual no es menos de loar en el cielo que en la tierra, que en el infierno; con una misma voluntad y aun con un mismo acto y operación obra todas las cosas, y por esto no debe ser menos bendito en las obras de justicia que de misericordia.

Cosa es muy notoria a los mortales que Dios debe ser bendito por las obras de gloria que hace en el cielo y por las de gracia que hace en la tierra; mas los que no tienen conocimiento, dudan si debe ser tan loado cuando condena al pecador para siempre en las penas intolerables del infierno como cuando lo salva; y por quitarles esta duda repiten y hacen memoria los ángeles en esta obra de la condenación de todas las otras, diciendo que por todas las cosas sea bendito el Señor, que condena los malos así para castigo de ellos como para escarmiento de los que aún no están condenados.

Y para que veas cómo los ángeles de igual corazón bendicen al Señor cuando salva y cuando condena al hombre, debes saber que por dos causas debe Dios especialmente ser bendito, a las cuales todas las otras se pueden reducir. La primera, por ser misericordioso; la segunda, por ser justo. Si salva al hombre, bendicen los ángeles al Señor porque, según su misericordia, lo hace salvo; si lo condena, bendicen al Señor porque, según su justicia, lo condena, y de esta manera bendicen con fervor e igual corazón a Dios en todas sus obras, aunque por diversos respetos.

Si tú, hermano, quieres, viviendo en la tierra, tener mucha conformidad con los ángeles del cielo, has de bendecir al Señor en todas sus obras y en todas tus obras, según nuestra letra te amonesta, multiplicando con mucho fervor bendiciones al mismo Señor. Cuyas obras, si bien las quieres contemplar, hallarás que son todas mercedes suyas y beneficios a ti hechos; y si te parece que acerca de otros obra muchas cosas que a ti no tocan, debes tú extender tu caridad y, a ejemplo del santo Apóstol, hacer gracias y bendecir a Dios por las mercedes que a los otros hace. El cual dice escribiendo a un amigo suyo: Gracias hago a Dios, haciendo siempre de ti memoria en mis oraciones, porque grande gozo y consolación tuve oyendo la caridad y fe que tienes con los santos.

No tan solamente en esta epístola, mas en todas es cosa común a San Pablo gozarse y hacer al Señor gracias por las mercedes que a otro hacía; lo cual si tú quisieres imitar, serte ha bien pagado, porque serás participante con el otro en la tal gracia que Dios le dio; y solamente bendecir al Señor por ella sería gran aparejo para que también a ti fuese dada por la mano larga del Señor.




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