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Habiendo medianamente concluido las dos partes, es menester que para el tercer libro me sea
dado nuevo favor de la beatísima Trinidad, a quien todos tres se ofrecen; porque sin él no digo
escribir más, ni aun amar no se puede aqueste santo ejercicio que aquí se trata; de manera que
amar solamente aqueste ejercicio del recogimiento no es sino don de Dios; porque aun el deseo
de la sabiduría (Sab 6,21) se dice que lleva al reino perdurable, lo cual parece convenir a sólo
ella. Nunca creo que está solo el amor del recogimiento sin algún otro bien; ni parecer el menos
bueno está sin otros errores (Lc 10,20).
Aquesta vía en que ninguna criatura se ha de saludar admitiéndola en el corazón, bien
conocemos que no es para todos; mas pues que nuestro Señor Dios lleva algunos por ella, y
también otros con sólo desearla de todas entrañas se han hallado en ella, y otros que siempre se
esfuerzan a lo más escondido, la buscan menos discretamente que deben, y también que muchos
santos escribieron de ella para consuelo de los que la siguiesen; por estas causas y otras muchas
es muy loable traer esto a la memoria, y también porque aquí como en cosa más sutil suelen los
no avisados errar con más peligro, y de hecho han errado muchos, no por seguir el
recogimiento, sino porque, pensando que lo seguían, se apartaron de él a otras sendillas algo
deleitosas, no mirando los documentos que acerca de esto escribieron los santos para las evitar,
los más de los cuales se contienen en aqueste Abecedario, según en la glosa se verá.
Empero, porque algunas cosas de la mística teología puestas en plática común no encajan bien
ni caben en el entendimiento no ejercitado en ellas, notaremos que la sacratísima humanidad de
Cristo, nuestro Dios y Señor, cuanto es de su parte, no impide ni estorba el recogimiento por
apurado y alto que sea; porque si su propiedad fuera impedirlo, en toda parte lo impidiera, y
siempre fuera de ella estorbo, teniendo consigo su propiedad como cosa natural; mas como la
Virgen Nuestra Señora no haya sido impedida sirviendo al niño Jesús, ni su presencia le causaba
alguna distracción que derramase su memoria, apartándola de aquella muy recogida atención a
sólo Dios que ella tuvo siempre en perfecto grado más que otro santo alguno, síguese que la
sacratísima humanidad del Señor no impide el alto recogimiento de la ánima a sólo Dios; de
manera que imperfección nuestra es tener necesidad de nos apartar de los santos pensamientos
de cosas criadas, para nos levantar a sólo Dios más enteramente.
Es, empero, de notar que aquesta imperfección o falta que ponemos en los varones muy
allegados a Dios es mejor que nuestra común perfección, porque no se dice ser imperfección
sino en respecto de otro estado más perfecto; y así se podría decir en el caso presente que es
mejor la maldad del varón que la mujer que hace bien (Eclo 42,14).
Esta imperfección nunca la tuvo Cristo nuestro Redentor, ni se halló en su madre, y puede ser
que algunos santos no la tuviesen algún tiempo; empero, tanto podían en ellos crecer las gracias
y dones divinales, que fuese menester ajenarse de los sentidos y no usar de ellos, por ser mucha
la influencia que robó el ánima y la hace salir de sí; lo cual vemos cumplido en Adán (Gen 2,19),
el cual, sin distracción alguna que lo apartase de estar actualmente todo atento a Dios, puso
nombre a todas las especies de las cosas. Empero, como dice San Bernardo, desde que Dios lo
quiso levantar a cosas puramente espirituales, echóle una manera de sueño, arrobándolo y
sacando su ánima en sublimada operación fuera de las cosas sensibles, y esto no para que no
sintiese el dolor de la costilla, porque para esto, si no se hiciera por milagro, no bastara sueño;
mas echóle esta manera de sueño por que, cesando la imaginación y los sentidos, recibiese más
puramente las cosas espirituales de la divinidad.
Cuanto más creciere en alguno y se ampliare la capacidad de su ánima, dilatado el amor, tanto
será después menester mayor infusión de dones para lo privar de los sentidos; y de aquí es que,
como en los contemplativos acaezca el arrobamiento, por tener él pequeña capacidad o por ser
grande el don que recibe, mal hacen los que juzgan ser causa de tal privación lo primero y no lo
segundo, aunque sea muy seguro al que recibe echarlo a su pequeñez.
En el cielo no habrá privación de sentidos ni arrobamientos; y aun ahora hay muchas personas
muy allegadas a Dios que no los tienen; y la causa de esto es porque en los santos cada cosa
ejercita lo que le conviene, sin estorbarse una a otra ni disminuir su fuerza; de forma que así
como, estando Cristo en el huerto, su divina voluntad mandaba que muriese, y la voluntad del
ánima racional obedecía, y la voluntad sensual de la carne rehuía morir sin impedir las dos
primeras voluntades en sus enteras operaciones.
Esto digo, porque, en los varones imperfectos, cuando crece la voluntad de la carne, suele
aflojar la razón, y cuando se fortalece la razón, se suele también disminuir el sentimiento de la
carne; lo cual por entonces no fue en Cristo; y así de esta forma decimos que en los
bienaventurados y en los varones perfectos no se impedirán las unas cosas a las otras, sino que
cada potencia seguirá, sin perjuicio de la otra, lo que le conviene: la potencia corpórea seguirá la
corporal, y la espiritual seguirá las cosas espirituales, porque la gracia no desordena ni destruye
la naturaleza, antes la perfecciona en sus operaciones, como la medicina sanando al hombre
enfermo.
De lo ya dicho se sigue que ni la sacra humanidad ni otra cosa criada impide, cuanto es de su
parte, la contemplación por alta que sea. Y si queremos decir que las criaturas visibles impiden,
porque nuestra poquedad no puede juntamente a todos, verdad es; empero, hase de conocer el
defecto en nosotros y no en las cosas criadas; así como cuando Cristo se dice escándalo a los
judíos y locura a los gentiles (1 Cor 1,23), que por ser todos perversos convertían el bien en mal,
aunque ellos no podían dejar de pecar haciendo aquello; y en esto otro de que hablamos no
haya pecado, sino menos bien, pues que somos impedidos de lo que de sí no impide; ca si
impidiesen las criaturas la contemplación, no se diría que han de pelear el día del juicio contra
los malos, poniéndose de la parte del Señor que las crió (Sab 5,20-23), no para que nos
impidiesen, sino para que nos ayudasen; porque así como la mujer fue criada para que ayudase
al varón, así lo corporal fue criado para que ayudase a lo espiritual, en especial a nuestra ánima,
que de otra manera no puede comenzar a elevarse a las cosas invisibles de Dios.
Y no sólo ayudan a los hombres, mas también a los ángeles; los cuales, según San Agustín,
cuando fueron criados, subieron al conocimiento del Criador, contemplando ordenadamente las
obras de los seis días. Así que todos subimos y abajamos, cada uno en su manera, por la
escalera, que es la orden de las cosas criadas. Suben al conocimiento del Criador y abajan al
conocimiento de sí mismos; sólo Dios está inmutable a lo más alto del escalera, porque Él solo
necesariamente resplandece a sí mismo: en sí mismo no desciende, porque en sí conoce todas las
cosas; ni sube, porque no se favorece de ellas para se conocer.
Si todas las cosas criadas son escalera para que los pies de los sabios suban a Dios, mucho más
lo será la sacra humanidad de Cristo, que es vía, verdad y vida, el cual vino por que tuviésemos
vida en más abundancia (Jn 10,10), para que así, entrando a su divinidad y saliendo a su sacra
humanidad, hallásemos pastos.
No sin misterio canta la Iglesia que conocemos a Dios visiblemente para ser arrebatados en
amor de las cosas invisibles; porque si las otras cosas visibles nos provocan al amor y
contemplación de Dios, su sagrada humanidad nos arrebata y casi nos fuerza a ello. Y por esto
se dice Cristo en el profeta Ezequiel (Ez 3,9) tener la faz como diamante, que es muy atractivo,
y como pedernal, que a pequeño golpe de meditación da fuego de amor, con que se enciendan
los corazones enjutos y aparejados para lo recebir.
De esto que hemos dicho dará testimonio Santo Tomás, apóstol, que, en tocando las llagas del
Señor, recibió sanidad de las que tenía en el ánima, y vino en conocimiento de la divinidad, que
entonces confesó, y así mereció ser bendito como fiel católico.
Aunque las cosas que viste tengan muy entera verdad, hallamos escrito que conviene a los que
se quieren allegar a la alta y pura contemplación dejar las criaturas y la sacra humanidad para
subir más alto y recibir más por entero la comunicación de las cosas puramente espirituales,
conforme a lo que dice San Cipriano: La plenitud de la espiritual presencia no pudiera venir
mientras la corporal de Cristo estaba presente al acatamiento de la carne apostólica. San
Bernardo y San Gregorio y San Agustín y Gersón y todos los que han hablado sobre la ida del
Señor al cielo para que viniese el Espíritu Santo, se conforman a San Cipriano, diciendo que los
apóstoles estaban detenidos en el amor de la sacra humanidad, la cual era menester que les
quitasen para que así volasen a mayores cosas, deseando la venida del Espíritu Santo, que les
enseñase a conocer a Cristo, no según la carne, sino según el espíritu.
No impedía, por cierto, la humanidad de Cristo, formada por el Espíritu Santo, la venida del
mismo Espíritu Santo; ca pudieran caber en el mundo los que cupieron en el pequeño vientre
de la Virgen, donde sobrevino el Espíritu Santo a la formar, mas dícese que impedía, por la
imperfección que entonces tenían los apóstoles; y de aquí es que no les dijo el Señor
absolutamente que convenía que se partiese, sino que convenía a ellos, como a personas que aún
no tenían capacidad para gozar de todo junto enteramente.
Pues que a los apóstoles fue cosa conveniente dejar algún tiempo la contemplación de la
humanidad del Señor, para más libremente se ocupar por entero en la contemplación de la
divinidad, bien parece convenir también aquesto algún tiempo a los que quieren subir a mayor
estado; porque comúnmente no pasan los hombres del estado imperfecto al perfectísimo sin
pasar por el medio que es el estado perfecto.
Conviene, pues, dejar el bien para mejor y más perfectamente poseerlo, por dejar con él nuestra
imperfección; como el que deja las riquezas, que de sí no son malas, por dejar la avaricia y
cuidado que se mezcla entre ellas y nuestra imperfección.
Quítasela presa al gavilán por que no se harte y deje de más volar; y quitan al niño la leche por
que coma el manjar duro; empero, el varón discreto puédelo comer todo sin se aficionar a
alguna cosa más de lo que conviene. Y de esta manera los perfectísimos varones tienen en todo
ordenada la caridad, y lo que a ellos da favor impide a otros.
Conforme a estas cosas dice San Bernardo: Dos amores hay: el uno es carnal y el otro espiritual,
de los cuales se cogen cuatro maneras de amar, que son amar la carne carnalmente y el espíritu
carnalmente, la carne espiritualmente y el espíritu espiritualmente, y en estas cuatro maneras se
hace un aprovechamiento y subimiento de las cosas más bajas a las más altas, porque Dios se
hizo carne para que los hombres, que sólo solían amar la carne carnalmente, aprovechasen hasta
amar a Dios espiritualmente, y hablando y conversando con los hombres, primero fue de ellos
amado carnalmente (Mt 16,22), mas cuando por sus amigos quiso poner su ánima, ya amaban el
espíritu, mas aún carnalmente; donde San Pedro respondió al Señor, que hablaba de su pasión:
Apártese de ti, Señor, no venga sobre ti esto; empero, como conociesen ser hecho por la misma
pasión el misterio de la redención, en esta pasión amaban ya la carne espiritualmente; mas
resucitando Él y subiendo a los cielos, amaban al espíritu espiritualmente; y alegres cantan: si
conocimos a Cristo según la carne, ya ahora no lo conocemos según ella. Lo de suso es de San
Bernardo.
Debemos, empero, parar mientes que el amor que dice carnal no es malo, ni se toma en el mal
sentido que comúnmente lo solemos entender, porque en estas cuatro maneras de amar no ha
hecho sino distinguir entre más y más acendrado amor, para nos enseñar que amemos más
apuradamente a Cristo nuestro Señor, a ejemplo de los apóstoles.
En sólo este Abecedario sin glosa se abrevia la doctrina del recogimiento con mucho aviso,
según han dicho algunos varones muy ejercitados en él; empero, en la glosa se verán algunas
cosas que no se pudieron declarar en la brevedad del texto.
FIN DEL PRÓLOGO
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