CAPÍTULO IV. DE TRES MANERAS DE SILENCIO

Tres maneras de callar hay en el recogimiento, o tres maneras de silencio, dejando las otras que no hacen tanto al caso.

La primera es cuando cesan en el ánima todas las fantasías e imaginaciones y especies de las cosas visibles, y así calla a todas las cosas criadas; lo cual deseaba el santo Job cuando decía (Job 3,13-14): Ahora durmiendo callase; y en mi sueño holgaría con los reyes y cónsules de la tierra que edifican para sí soledumbres.

Dormimos a las cosas temporales y callamos dentro en nosotros, según dice San Gregorio, cuando dentro en el secreto de nuestra ánima nos retraemos a la contemplación del Criador; y los santos, que son llamados aquí reyes cónsules, edifican para sí soledumbres, cuando ninguna cosa de este mundo desean ni son apremiados en el corazón por algunos tumultos de deseos desordenados; mas desechan todos los ilícitos movimientos de la cama de su corazón con la diestra mano de la santa consideración, despreciando todas las cosas transitorias y las desmedidas cogitaciones que de ellas nacen; y como desean solamente la morada eterna y no aman cosa de este mundo, gozan de gran tranquilidad en su ánima.

El segundo callar que hay en el recogimiento es cuando el ánima, quietísima en sí misma, tiene una manera de ocio espiritual, sentándose con Mario a los pies del Señor y diciendo: Oiré lo que hablará en mí el Señor Dios. Y a ésta dice el Señor: Oye, hija, y mira e inclina tu oreja y olvida tu pueblo y la casa de tu padre.

Bien se compara al oír esta segunda manera de callar, porque el oyente no tan sólo calla a lo demás, empero quiere que todo le calle a él para que así más entero se convierta al que la habla, mayormente si no sabe dónde está, como en el caso presente; ca, según se dice en el Evangelio, oímos la voz de Dios, que es su inspiración, y no sabemos dónde va ni dónde viene, por lo cual nos conviene callar mucho y estar muy atentos a Él; así que tenemos dos maneras de callar: la una cesando en nosotros la imaginación y los pensamientos que voltean en nuestra memoria; la otra es un olvido aun de nosotros mismos, con una total conversación de nuestro hombre interior a solo Dios.

El primer callar es de las cosas a nosotros; el segundo, de un sosiego quietísimo en que nosotros callamos a nosotros mismos y nos ordenamos a Dios con una sujeción receptiva y muy aparejada; lo cual se figura en los santos animales de Ezequiel, de los cuales se dice (Ez 1,25): Como fuese hecha una voz sobre el firmamento, que estaba encima de la cabeza de ellos, deteníanse en pie, y sujetaban sus alas. La voz, según dije, es la divina inspiración que se recibe en el oído del ánima sin expresión de palabra, sino con sola la presencia de Dios, que se da a sentir; y por esto dice Job que furtiva y calladamente oyó la palabra escondida que le fue dicha y recibió las venas o rastros de su ruido pequeño.

Esta voz inspirada es hecha sobre el firmamento, que es la más alta parte de la razón, que se junta inmediatamente a Dios por amor. Los animales santos y alados, que son los contemplativos, se dice estar entonces en pie, porque, cuando esta voz se hace en el ánima, ella se levanta a cosas grandes y está suspensa cuasi transportada en Dios, como los apóstoles cuando lo vieron subir al cielo; y de esta manera fue mandado a Ezequiel que se levantase sobre sus pies para que Dios le hablase (Ez 2,1); así que el estar en pie es una admiración callada, según dice San Gregorio, que nos hace estar colgados de Dios como lo había Job escogido para su ánima, en la cual casi cesa toda operación de las potencias, para que disminuyéndose así el ánima reciba la sabiduría.

Sujetar las alas es aplicar las fuerzas más altas para recibir el influjo divino que se infunde en el ánima; en lo cual, según dice la glosa, tienen los contemplativos por ningunas sus fuerzas; aplícanlas, empero, a Dios callando, para que faltando en sí mismo se hallen en Él como aquel que decía (Sal 76,3-4): No quiso ser consolada mi ánima; acordéme de Dios y deleitéme, ejercitéme y faltó mi espíritu.

El tercer callar de nuestro entendimiento se hace en Dios, cuando se transforma en Él toda el ánima y gusta abundosamente la suavidad suya, en la cual se adormece como en celda vinaria, y calla, no deseando más, pues que se halla satisfecha, antes se duerme aun a sí misma, olvidándose de la flaqueza de su condición, por se ver tan endiosada y unida a su molde, y vestida de su claridad como otro Moisés después de haber entrado en la niebla que estaba encima del monte, lo cual más de verdad aconteció a San Juan cuando después de la cena se echó sobre el pecho del Señor, y por entonces calló todo lo que sintió.

Acontece en esto tercero estar tan callado el entendimiento y tan cerrado, o por mejor decir ocupado, que ninguna cosa entiende de cuantas le dicen, ni juzga cosa de las que pasan acerca de él, porque no las entiende aunque las oye; según lo cual me contó en gran secreto un viejo a quien yo confesaba, el cual había más de cincuenta años que se ejercitaba en estas cosas, y díjome, entre otros misterios, que le acontecía muchas veces oír algunos sermones y cosas de Dios de las cuales ninguna palabra entendía; tan acallado y ocupado estaba su entendimiento de dentro, que ninguna cosa criada podía formar en él; y decíale yo que entonces se debía ir a retraer, a lo cual respondía que las voces le eran como sonido de órganos, en las cuales había placer su ánima, aunque no las entendía, y como que contrapunteaba sobre ellas y alababa al Señor por una manera que se puede sentir, empero no se puede dar a sentir a otro.

No dice aquesta letra que acalles tu inteligencia, sino tu entendimiento; porque, según dice Ricardo, la comprehensión de las cosas invisibles pertenece a la inteligencia pura, e inteligencia pura dice que es cuando el entendimiento está afijado en una suma verdad sin mezcla de imaginación; empero para venir a esto es menester, según el mismo dice, que aprendas a congregar los derramamientos de Israel, que es tu entendimiento, acallándolo y estudies restriñir las vagueaciones de la memoria y te acostumbres morar íntimamente dentro en ti mismo y olvidar todas las cosas de fuera, si te trabajas por la contemplación de las cosas celestiales y suspiras por la noticia experimental de las cosas divinas.

Según este doctor, la inteligencia ve las cosas invisibles de Dios, no como las ve la razón, que investigando y discurriendo por los efectos y causas viene a conocer las cosas ocultas y ausentes como si las viese; no de esta manera, sino como solemos ver las cosas corporales con la vista corporal visible y corporal y presencialmente, así la inteligencia pura para mientes a las cosas invisibles invisiblemente, y acata presencial y esencialmente las cosas espirituales, conociendo que no están ligadas ni presas con apariencias de fuera; de manera que cuando el hombre no cura de la imaginación, que revuelve cosas corporales, ni de la razón, que suele andar discurriendo de unas cosas corporales a otras para investigar las espirituales, sino que representa delante de sí a Dios, purísimo espíritu desasido de todas estas cosas que aparecen, y se detiene en aquel apurado acatamiento sin discurrir a otra cosa, entonces se dirá que usa de la inteligencia.




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