CAPÍTULO VII. DE COMO LA EXPERIENCIA ES MÁS NECESARIA AL MAESTRO

Todas las condiciones del mundo que en uno se halla ser buenas apenas podían igualar a sola experiencia que se hallase en otro; según lo cual dice el Sabio (Eclo 26,20): Ninguna ponderación es digna del ánima que contiene, conviene a saber, la gracia del Señor en sí misma; porque sin duda parece que la misma gracia, que dentro tiene, echa fuera envuelta con las palabras, y que la tiene derramada en los labios de su boca, como dice el salmo (Sal 10): Cosa es de todos conocida que cuando alguno tiene en sí alguna pasión y la siente dentro, que sus palabras tienen en los otros mayor eficacia para mover en ellos la misma pasión; ca si alguno está muy triste sintiendo en sí causas de tristeza y hablase de cosas tristes, parece que da a sentir a los otros alguna de la tristeza y fatiga que él tiene, y así se duele con él; empero, si habla cosas de tristeza sin la tener en sí, no mueve tanto ni la mitad, según parece en los predicadores, que, cuando predican a la muerte de alguna persona que no tenían especial amor, no mueven tanto a tristeza como cuando les duele mucho la muerte del que predican. De manera que el sentir la cosa da gran fuerza a las palabras, lo cual tiene mucha más verdad en el recogimiento que en otro ejercicio, por lo cual dice Salomón (Ecl 12,11): Las palabras de los sabios son así como aguijones y así como clavos hincados en alto, los cuales por el consejo de los maestros son dadas de un pastor.

Aquellos se dicen en la Escritura más verdaderamente sabios que saben a qué sabe el espíritu de la devoción, y con el saber tienen también el sabor. Las palabras de aquéstos son como aguijones para hacer aguijar los perezosos y como clavos que se hincan en el alto corazón de los que sienten las cosas de Dios; y estas palabras vienen de un solo pastor y Señor nuestro, que nos quiere proveer mediante el consejo de los maestros que son tales cuales deben ser.

El que en esto quisiere ser buen maestro no debe olvidar a sí mismo, mas ser muy solicito en el proprio aprovechamiento; porque, como dijo un gran varón, tanto aprovechará el hombre en los otros cuanto aprovechare en sí mismo; y si deja a sí mismo por entender con los otros, todo se pierde y apenas sale cosa a luz. Lo que has de dar a los otros sea de las reliquias o relieves del hombre pacífico, que ha de ser tu ánimo interior; empero, si para ti no tienes abundancia, mejor te será callar, por que no se te vaya todo en palabras. Toma ejemplo de Rut, la cual, después de harta en el convite de Boz (Rut 2,18) llevó de los relieves a Noemí. Si Dios te convida, apacienta primero a tu ánima que proveas las ajenas; y lo que a ti te sobrare darlo has a los pobres, porque esta limosna debe ser de lo superfluo y no de lo necesario; como el ama, que cría el niño de lo que a ella es superfluo, que es la leche, y no de lo que a la sustentación y vida de ella es necesario.

En todas las otras ciencias y ejercicios, si alguno una poca cosa quiere aprovechar a otros, acaece crecer en él lo que tenía; mas en el recogimiento no es así, porque, según ha enseñado a muchos la experiencia, todos los que teniendo poco gusto de él se quisieron entremeter en aprovechar a los otros, dañaron a sí mismos; y la causa es que, como para conservar y acrecentar lo poco sea menester mucho cuidado y ellos repartieron su cuidado en la maestría y enseñamiento de otros, y así hicieron a sus corazones mucha falta, lo cual sintieron cuando se les fue en palabras aquella poca obra que sentían en sí.

No quieras, hermano, ser maestro antes que seas un buen discípulo y tengas, como conviene a maestro, copia y gran abundancia en la facultad que has de enseñar; porque si lo contrario haces, serás como los pájaros nuevos, que, sintiendo en sí alguna habilidad y deseo de volar, toman el vuelo antes de tiempo y sálense del nido volando; mas muy presto se cansan y caen, no pudiendo tornar a su nido y al reposo que dejaron por haber tomado el vuelo antes de tener las alas duras.

Pero decirme has que la obediencia te ha hecho maestro; ella te puede dar el oficio, mas no la suficiencia; ca ésta es de arriba y desciende del Padre de las lumbres; y creo que eres obligado a responder muy de corazón a los que te dan el nombre, cómo tú no tienes el hecho que se requiere para serlo de verdad; y si porfiaren debes obedecer como en las otras cosas, porque a ti no se te seguirá mal de ello con esta condición que te obliga muy estrechamente a decir de ti lo que sientes, según todo tu buen juicio; y después de dicho irá el cargo sobre los que te mandan y la pérdida sobre aquellos que has de doctrinar en lo que no sabes. De los cuales muchas veces he mancilla, no por el mal que les enseñan, que esto, gracias a nuestro Señor, nunca lo he visto ni lo espero ver; mas he mancilla por ver que no les imponen en las cosas grandes, lo cual desea el gran Señor y magnífico Rey nuestro Jesucristo, que da mayor gracia a los que más engrandecen su corazón para la recibir; y cuando, según dice el salmo, se llega el hombre al corazón alto por vía alta de muy espirituales ejercicios, es Dios en nosotros muy más ensalzado; donde así como más honra al rey y al reino un caballero que un escudero, así es más útil a sí y a los otros y más acepto a Dios uno que según debe sigue un gran ejercicio que no otro que sigue cosas pequeñas y de niños.

Algunos piensan que satisfacen a Dios y a sus conciencias en leer a los que han de instruir alguna buena doctrina cada día un rato, para que de allí aprendan, no de ellos, sino de un santo glorioso y aprobado, cuya doctrina es muy espiritual y santa. A esto dicen algunos que, bien mirando en ello, que aquesto no es nada ni vale cosa; porque para sólo esto no había menester maestro, pues que él por sí se la pudiera pasar dándole el libro. Este tal maestro, si alguno hay, sería como el físico que pensase curar y proveer al enfermo con solamente leerle un libro de medicina y no hacer otra cosa; lo cual sería cosa muy ajena de razón, porque los físicos antiguos no escribieron medicinas ni maneras de física para cada hombre por sí, ni Pedro para Juan, sino todos en común, dejando al buen saber del físico el aplicar lo que ellos escribieron según viesen convenir a tal o tal persona; y saber aplicar esto es ser buen físico; de esta manera puedes tú conjeturar de ti mismo.

CANTULO VIII

DE UNA RAZÓN EN QUE LOS MAESTROS DEBEN SER AVISADOS

En una cosa querría avisar a los maestros presentes de que hablo, para que los discípulos de ellos recibiesen la doctrina del espiritual magisterio más por entero y más de verdad en lo que desean, que es hallar a Dios y ser mudados en espirituales varones de carnales que eran en el mundo. Para lo cual deben tener aviso los que han de enseñar en esto, que pongan mucha atención al espíritu del discípulo, y enderecen a él toda la solicitud que pudieren, no haciendo tanto caso de las cosas exteriores, pues que sin las otras son nada; las cuales aunque no se deban olvidar, debe mostrar a su discípulo que las tiene en tan poco que no hace caso de ellas, para que, viendo esto el discípulo, ponga todo su estudio en las cosas interiores del corazón; de las cuales el maestro ha de demandar muy estrecha cuenta y mostrarse en ello muy solicito, no dejando pasar tiempo alguno, por breve que sea, de que no demande amorosamente cuenta.

No te cures de preguntarle que qué hizo en tal o en tal hora, sino qué pensó y qué piensa todas las horas del día: cuando va a la huerta, qué va pensando; cuando trabaja allá, qué es lo que piensa; cuando va algún camino, en qué fue imaginando, y también que te diga cuáles son sus pensamientos aun cuando está delante de ti; y según su respuesta has de proveer su corazón de las cosas que le convienen según su manera, así que nunca le falte que hacer en lo interior por una vía o por otra; y el defecto en esto ha de ser más reprehendido que no en las otras cosas acá exteriores y corporales; y cada vez que vieres al que así enseñas le debes preguntar qué es lo que hace su corazón y amonestarle que se guarde de vanos e inútiles pensamientos y cosas semejantes.

Si de esta manera lo haces, serás como aquel buen pastor, del cual se dice (Ex 3,1) que guiaba a su ganado a lo interior del desierto, y así, de ser pastor de ovejas, lo mereció ser de hombres, ca el pueblo de Dios apacentó en el desierto cerca de cuarenta años así como ovejas.

Según lo ya dicho, es de notar que lo primero que se ha de remediar en el discípulo de la vida espiritual ha de ser el corazón, como cosa que tiene más necesidad de ser socorrida; porque así como lo que primero forma en nosotros la naturaleza es el corazón, así él debe ser el primero que nosotros debemos reformar; ca, según dice San Buenaventura, el derramamiento de fuera procede de la disolución de dentro; y, por tanto, la raíz se debe comenzar primero a remediar para que cese lo que de allí procede.

Y no te cures mucho de las manos o de la cabeza, ni de los ojos, ni de los pies; porque si miras en ello, la hora que le mandas andar atento sobre las cosas interiores luego se componen los miembros exteriores y siguen al principal de ellos, que es el corazón; si le mandas que ande siempre pensando en Dios o guardando el corazón, para hacer esto ha de poner su ánima alguna fuerza y va pensativo y no se derraman sus miembros exteriores, ni se cura de hablar si está poniendo en recato el corazón; lo cual debe ser la cosa que primero le encomiendes en vertiendo a la orden, y de lo otro no hagas mucho caso, que tras lo primero se viene sin trabajo; y si de lo exterior haces mucho caso, piensa el otro que allí va toda la importancia y no se cura de lo que más es, sino trae mucho estudio en lo que solo no vale nada, y deja lo que de sí es bueno y da bondad a lo demás.

Y si dices que le has de enseñar las ceremonias, no lo niego; mas dígote que pienses que enseñarle eso, sin lo primero que tengo dicho, no es nada; y para eso un gato que supiera hablar y se hubiera criado en la orden bastaba. Ten especial cuidado de enseñarle las ceremonias espirituales del corazón a Dios, que estotras acá exteriores, viéndolas hacer a los otros, las aprenderá, y también que en ellas será presto maestro; empero las del corazón, que él no puede ver, te encomiendo que le enseñes en lo primero: cómo ha de levantar el corazón a las cosas celestiales, cómo lo ha siempre de tener aparejado al Señor, cómo lo ha de recoger.

Esta muy provechosa razón que te he comenzado a decir para el aviso de cómo has de enseñar quiso sentir el bienaventurado San Bernardo, cuando escribiendo una forma de vida honesta que le habían demandado comienza diciendo: Porque nuestra doctrina procede del hombre interior al exterior, en tal manera te conviene estudiar acerca de la pureza de tu corazón sin cesar, que el amador de toda pureza, Dios eterno, tenga por bien de sentarse en él, así como en el cielo, y guardarlo para sí, según aquello de Isaías (Is 66,1): El cielo es a mí silla, y el ánima del justo es silla de la sabiduría. Así que necesario es que con vigilancia procures enderezar tus cogitaciones a lo bueno siempre y honesto, para que temas de pensar o meditar delante de Dios lo que en la presencia de los hombres con razón temerías decir o hacer. Esto dice aquel glorioso santo para nos mostrar que seamos en esto semejantes a las arañas, según dice el salmo (Sal 89,12); las cuales viendo rota su tela comiénzanla a reparar desde el medio, que en nosotros es el corazón, y ha de ser principio de nuestro reparo, por que desde él, como desde punto de compás, traigamos las rayas de la virtud y buenas inclinaciones a la circunferencia exterior de la honesta conversación.

Y porque dije que habíamos de ser como las arañas, mira que también se dice de ellas que nunca duermen (Sal 120,4); porque, si fuese posible, no habíamos de dormitar, ni dormir, siendo negligentes, si queremos guardar bien a Israel, que es nuestro corazón, que también se dice santuario de Dios, del cual manda él que comencemos el castigo hasta venir a lo de fuera del templo.

No pienses contradecir a la razón ya dicha aquello que se suele traer de San Pablo, que dice ser primero lo animal que lo espiritual, porque allí no habla San Pablo de esta materia, sino del artículo de la resurrección; y si dices que moralmente se trae a este propósito, querrá decir, conforme a la declaración de San Bernardo, que primero se ha de reformar hombre en las costumbres animales y bestiales que tenía en el siglo que no reforme el espíritu en las cosas interiores; de tal manera, que antes que venga a la religión deje la vida bestial de pecador, y en viniendo, según te dije, lo impongas en vida espiritual de hombre muy razonable. Conforme a lo cual se dice que San Bernardo decía a los que venían a ser religiosos que dejasen el cuerpo fuera del monasterio y metiesen dentro el corazón, dándoles a entender que ya, a lo menos de entera voluntad, había de estar en ellos reformada la vida corporal y animal, que venían a la religión a reformar el corazón.

Conforme a esto, sería muy sano consejo, al que quisiese ser religioso, que estando en el siglo, cuando le comienza a venir en voluntad de lo ser, él mismo allá se probase en las cosas que acá piensa ser probado, así en el ejercicio de las virtudes como en los ayunos y cosas semejantes; y si allá en el mundo puede en alguna manera perseverar en algún bien, crea que en la religión podrá siempre perseverar, pues hallará mayor favor en muchas cosas para la virtud y menos ocasión para desfallecer.

Esto pongo aquí porque conocí una persona que lo hizo así y le fue muy bien de ello. Así que la conclusión de esta letra sea que ninguno ose ser maestro sin tener primero experiencia de la vida espiritual que ha de enseñar, por que él y su discípulo no caigan en hoyo de algún error; ni ose tampoco con alguno comenzar ejercicios espirituales sin buen consejero; ca es peligroso, según aquello que dice Gersón acotando a uno de los padres del yermo: Si vieres algún mancebo que quiere por sí solo entrar al paraíso sin tener doctor, aunque tenga ya allá el un pie, échale mano del otro y derríbalo, porque de aquella manera nunca podrá entrar.

Algunos suelen acotar este dicho absolutamente, diciendo que han de apartar a los mancebos de los ejercicios espirituales; y no es así, ca no los deben retraer sino cuando se rigen por su seso, ca entonces son mozos y muchachos; mas, cuando usa de consejo prudente de persona experimentada, se deben tener por viejos; pues que se dejan al parecer de los que lo son, haciendo maestros de sí mismos a todos los que resplandecen en alguna virtud, y comunicando el corazón al que conocen tener experiencia de las cosas espirituales que ellos quieren seguir.




[ Capitulo Anterior ]
[ Retorna al Indice ]
[ Capitulo Seguiente ]