CAPÍTULO VI. DE COMO LOS JUSTOS SACAN AUN DE LAS VIRTUDES EL AMOR

Poca cosa es a los que quieren ser perfectos sacar de las cosas ya dichas el amor, pues que no alcanzarán la cumbre de la perfección hasta que saquen el amor de las mismas virtudes que obran y lo pongan en Dios para que vivan en solo amor, como la palomita que sale del gusano de la seda al fin de su obra, la cual se mantiene de solo amor, no se curando de otra cosa alguna.

Apenas se puede en muchas palabras entender este punto, y aun los obradores de él apenas miran en ello cuando lo obran; ca por la atención grande que al airar ponen no paran mientes a las otras virtudes que hacen, porque todo les parece poco sin amor.

Los principiantes ponen gran vehemencia en callar y ayunar y rezar y andar mal vestidos; mas los perfectos en tal manera obran esto, que no ponen en ello su afección, ni lo echan de ver, por mirar a sólo el amor, que es más alto, según lo cual decía una persona espiritual que era pequeña parte de la perfección ver el hombre que obraba obras de virtud.

Si fuesen dos hombres que volasen, y el uno, sin se detener ni mirar a lo bajo, volase en alto, y el otro, alzándose de tierra, abajase los ojos parando mucho mientes en el espacio que había volado, y tanteándolo en su memoria se ocupase algo en lo de dentro, claro está que sería en esto menos perfecto que no el otro, que mirando adelante solamente echa de ver lo que le queda por volar y no cura de lo que ha volado.

El que quisiere pensar bien en este ejemplo verá cómo ha de sacar el amor de las virtudes y ponerlo en el alto Dios, al cual volamos; porque el Filósofo tomaba por fin suyo la misma virtud; mas el cristiano solamente lo toma por instrumento para venir al perfecto amor de Dios, y no busca las virtudes por el placer que hay en solas ellas, sino porque sin ellas no puede alcanzar el perfecto amor de Dios, que es nuestro fin.

Estas cosas que hemos dicho quiso sentir el bienaventurado San Jerónimo cuando sobre Ezequiel dice (Ez 28,13), hablando de las piedras preciosas con que estaba adornado el rey de Tiro, que, según la glosa ordinaria, son virtudes entendidas en espíritu, de las cuales dice este doctor: Aquéstas son las margaritas de los profetas y de los apóstoles, que todas se venden para que se compre la preciosa margarita que tiene siete ojos; esto es, las siete gracias del Espíritu Santo. No dice aquí este doctor que se han de vender las virtudes porque las hemos de lanzar de nosotros, como decían los begardos; sino que para alcanzar la perfecta caridad hemos de quitar de ellas el amor y ponerlo en Dios, que es más precioso que toda virtud; así que poseyéndolas a ellas pongamos los ojos del corazón en el solo amor de su Majestad.

Hay algunos que se paran a contar por menudo las fatigas y trabajos que padecen en la religión, y aun a mí me han dicho que no es posible que Dios dé dos infiernos a los frailes: uno en este mundo por la áspera vida que sufren, así en el comer como en el vestir y calzar y dormir y hacer siempre voluntad ajena, y no tener día a su entera voluntad, trayendo, mientras viven, a cuestas el yugo áspero de la obediencia, que pesa mucho si lo pone algún malmirado.

A estas cosas que uno me relató respondí: Muy bien decís si Dios nuestro Señor comenzase por ahí, tomando primero en cuenta eso que vos habéis contado primero; mas no comienza Él por lo de fuera, sino por lo de dentro, y aun en lo interior primero habla con el corazón, y en el corazón lo primero que mira de las cuatro pasiones de él es el amor, ca según está escrito (Ez 8,16), Él manda que comiencen desde su santuario, que es el corazón, en el cual mora El por amor, donde así se toma la cuenta como se dieron los mandamientos; lo que Dios primero nos manda es amor; y por allí comienza a juzgarnos, tomando después en cuenta todo eso que habéis dicho si del tal amor procede, el cual si falta, todo es perdido; ca, según dice San Gregorio, ninguna verdura tiene ni frescor, el ramo de la buena obra si no se enjere en la raíz de la caridad.

Ítem, debemos sacar amor de los pecados que hemos hecho, pesándonos de ellos por el amor de Dios que allí se quebró, y porque pasó aquel tiempo sin amor al Señor que tanto nos ama, el cual para que le amemos nos espera a penitencia.

Aun del infierno podemos sacar amor, pesándonos más de la falta del amor de Dios que tienen los que están allá que de las penas que sufren, y por esto principalmente lo huyamos.

Podemos también sacar de toda cosa el amor, si tanto más la amamos cuanto más se compadece el amor de Dios con su amor, teniendo objeto a no admitir cosa alguna que nos impida el amor, y darnos más a lo que más induce al puro amor del Señor, obrando siempre por más amar y ser más agradables a su Majestad.

Los que bien miran en ello dicen que el amor es como fiel o lengüeta del peso, que es nuestro corazón; y este fiel, que es el amor, si es verdadero, no se debe inclinar más a las tribulaciones que a las consolaciones, mas hacer a todas buen rostro y a todas llamarlas mercedes del Señor; aunque de verdad, si el amor es verdadero, de mejor voluntad se ha de inclinar a las tribulaciones que a las consolaciones, porque es cosa más segura en este mundo padecer que gozar; y el amor más fiel se muestra padeciendo que gozando, como el caballero, que en la pelea muestra quién es y no paseándose entre las damas.

Cuando Dios nos da consolaciones muestra que nos ama, y cuando nos da tribulaciones quiere ver si lo amamos; y por esto es sano consejo recibir todas las cosas de Dios para sacar de ellas el amor, esto es, pensar que son pruebas en que el Señor quiere que se pruebe nuestro amor; y de esta manera, cuando nos consuela pensemos que nos da el gusto para ver si nos aproximaremos más al don que al dador, y que su intención es para que más lo amemos.

Y no sólo debes de tus obras sacar amor, mas también de las ajenas, amando al Señor en los bienes de los otros; ca el amor es como abeja, que de toda flor saca miel para su colmena; y así el amor, con sólo agradarse y tomar complacencia en el bien ajeno lo hace suyo, y como proprio sacrificio lo ofrece al Señor. Donde San Gregorio dice: Nuestros son aún los bienes que no podemos imitar, mas amárnoslos en los otros; y también son hechos de los amadores los bienes que en nosotros son amados; y de aquí deben los envidiosos pensar de cuánta virtud es la caridad, que hace nuestros sin nuestro trabajo los trabajos ajenos. Sin trabajo y sin temor nos hace el amor poseer los bienes ajenos, porque en nuestros bienes siempre tenemos la vanagloria, lo cual no acaece en los ajenos; y no debe alguno dejar de creer que el amar las buenas obras en los otros nos hace señores de ellos, pues que el amar los pecados ajenos nos constituye pecadores.

También es cosa de mucha utilidad pensar que todas las cosas que los otros hacen, si no son manifiestamente malas, proceden de amor de Dios, para que así de toda cosa saquemos amor, porque, según dice San Dionisio, todas las cosas que hace nuestro Señor Dios, así con los buenos como con los malos, las convierte al amor de su Majestad; y nosotros hemos de hacer lo mismo en cuanto fuere posible, contemplando en todas las cosas, como nuestra letra dice, el amor.

Puedes también sacar el amor de Dios de todo parentesco y de todo oficio; ca si bien miras en ello, el amor de Dios es tu padre y tu madre y tu hermano y tu pariente y tu perfecto amigo, pues te hace mejores obras que todos éstos, y Él guarda los hombres, y anuncia cosas grandes, y tiene cuidado de los príncipes, y reprime las potestades de los demonios mejor que cualquiera de los ángeles, cuyos oficios ejercita.

Ítem, puedes sacar por otra vía de todas las virtudes el amor si lo contemplas en ellas, ca Él ayuna con la abstinencia, y es casto con la virginidad, y dadivoso con la largueza, y así ejercita por una manera espiritual lo que las otras virtudes.

Ítem, debes sacar amor de todas las cosas, refiriendo a ti las mercedes hechas, o a otras con las cuales te debes alegrar, pues son hechas por los que son miembros de Cristo, que también es cabeza tuya; ca como se alegran los ojos en su manera de ver calzados los pies y adornados los otros, y la boca hace por ello gracias, te debes gozar con el bien de todos, y pensar que lo recibes tú y que eres por Él deudor de amor a tu Señor Dios, que con sólo amor quiere ser pagado. Conforme a esto dice San Crisóstomo: Ésta es afición de siervo fiel, que los beneficios de su Señor, que comúnmente son dados a todos, los repute y tenga como si a él solo fuesen concedidos, y como si él fuese deudor de todos y por todos él solo fuese obligado.

Puédese también la presente letra ejercitar muy dulcemente si, cada vez que viéremos alguna falta en los terrenos amigos, volvemos a Dios nuestro pensamiento a considerar cómo en Él nunca hallamos la tal falta ni menoscabo de amor que hallamos en los hombres; y en el tal pensamiento debemos ablandar el corazón con hacimiento de gracias a nuestro muy fiel amigo y Señor, que jamás nos faltó ni faltará; en tal manera que pensar esto sea como una confirmación de nuestro amor a Dios, añadiendo como nuevo nudo a los lazos de la caridad que antes con Él teníamos; y como estas faltas que en el amor de los hombres hallamos sean muchas, también muchas veces nos podremos tornar mediante ellas a Dios, para de nuevo lo amar. Y de esta manera, por la frecuentación repetida del amor, se arraigará en nosotros y se hará más intenso el hábito y costumbre de amar al muy amable Dios nuestro, cuyo amor hallaremos incluido en todas las cosas; porque si en todas es de bendecir, también en todas es de amar.

Cada cosa que viésemos había de ser estrella que por amor guiase las tres potencias del ánima a Dios, y toda cosa se debe referir al amor de Dios, pues que el amor suyo les dio ser a todas; ca con sólo amar que fuesen, las crió para que lo amasen. Ningún sonido llegue a los oídos del amigo ferviente que no renueve en el amor, porque cada campana y cada instrumento y cada canto que oye piensa que le dice de parte de Dios: Yo amo los que me aman. No sólo de las criaturas, mas del amor que les tenemos podemos sacar amor; de esta manera: Viénete al pensamiento que fulano te ama y te hizo tal beneficio, y dice bien de ti, o te desea ver; entonces de suyo sale el amor a regradecer aquello y pagarlo mas si tú quieres ser avisado, vuelve la consideración a Cristo, aplicándole señaladamente aquella causa que movió tu amor y como Cristo sea a nosotros todas las cosas, imposible es no hallar en Él mejor que en otro lo que nos despierte el amor.

Esto que he dicho has de notar mucho si quieres aprovechar. Aun de los pecados ajenos podíamos sacar amor y causas de amar; porque si el mundano ama su amiga, ¿por qué no amaré yo la mía, que es la divina sabiduría? Si aquél, por el feo amor que lo convida, se deleita en cosas pésimas, ¿por qué no me alegraré yo en cosas santísimas?

Desde que miro a la diestra y a la siniestra, delante y atrás, lo alto y lo bajo, hallo ser muy verdadero aquello de Ricardo que dice: Sin duda que el entero amador de Dios dondequiera que se vuelve halla familiar amonestación de amor; de las cosas que ve hace espejos, y de todo le resulta la memoria de su amador; mira todo lo que crió, y a qué fin, y en todo no tan admirable cuan amable le ocurre Dios; y por las arras del amor que antes le dio juzga sabiamente cuán grandes sean las cosas que le guarda para dote principal.

De la diestra y de la siniestra sacaremos amor, si conocemos que la prosperidad y adversidad son espuelas que nos pone Dios para que corramos más de ligero la carrera de su amor. De lo trasero y delantero sacas amor cuando, por ver el tiempo pasado mal aprovechado, y el por venir incierto y breve, te esfuerzas a redimir lo que de la vida queda con más fervor. De lo bajo y de lo alto sacas amor cuanto te sirves de la vida activa y contemplativa para te probar si amas, y los pecadores te son cautela y los justos ejemplos.




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