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Esta nuestra letra, pues habla del corazón, cosa clara es que no será dirigida ni se dirá a los que
no tienen corazón. No se dice a los descorazonados que no tienen resabio ninguno de espíritu
en sí; mas viven como si no tuviesen corazón ni ánima, a los cuales dice Dios (Jer 17,5-6):
Maldito sea el hombre que confía en el hombre y pone su fortaleza en la carne y su corazón se
aparta de Dios, porque aquéste será así como retama en el desierto, y no verá cuando viniere el
bien; mas morará en el desierto en sequedad, en tierra salada y que no se puede habitar.
El que confía en el hombre y pone su fortaleza en la carne es el que solamente es solicito en las
cosas que tocan al cuerpo carnal, olvidando las que tocan a su ánima y no curando de ellas. Éste
es maldito de aquella maldición: Id, malditos de mi Padre, pues ninguna misericordia tuvistes
conmigo, sino con vuestra carne, confiando en el hombre exterior que de fuera parece y
olvidando el espíritu interior, que es invisible. El corazón de aquéstos se aparta de Dios por
seguir sus proprios intereses y los que a ellos les viene bien; y como Dios sea vía, verdad y vida,
no pueden ir sino descaminados sin el camino, y a parar al despeñadero del infierno; y sin la
verdad serán traídos a error y engañados del demonio, y sin la vida vendrán al poder de la
muerte.
En estas cosas ha de parar el corazón que se aparta de Dios, lo cual en equivalencia se declara
en las palabras siguientes, pues dice que ha de ser así como retama en el desierto que solamente
vale para el fuego; ca inútil y sin fruto es muy amarga.
Cuando viniere el bien de gracia o de gloria, no lo verá, porque tendrá con la que amó cubiertos
los ojos y ciegos de muy encarnizados en las cosas corporales.
Mora en el desierto, pues que se aparta del amparo de Dios; está plantado y ha echado ya raíces
en la sequedad de la devoción, y una sola lágrima nunca se ve en sus ojos, y más, que la tierra
donde mora es salada para lo provocar más a sed, aunque está seco (Lc 15,14).
Los que moran en la región desierta de Dios, que son los vicios y pecados, nunca dicen basta, ni
dan fin a sus maldades; mas antes en aquella región siempre hay hambre, y nunca se harta el mal
deseo del corazón humano; porque así como, echando en algún vaso esquinado cosa que sea
redonda y no esquinada, nunca el tal vaso se puede henchir, así el corazón del hombre, hecho al
molde triangulado y esquinado de la Santísima Trinidad, no puede ser harto con los vicios, que
son redondos, pues van rodando al infierno. Hasta que el Padre ocupe el rincón de nuestra
memoria, y el Hijo el de nuestro entendimiento, y el Espíritu Santo el de nuestra voluntad, no
estará nuestro corazón satisfecho ni harto, y para esto ha de morar nuestro corazón en tierra
habitable, que es el ánima; y de aquí es que el corazón del sabio se dice (Ecl 10,2) estar en la
parte diestra, y el del ignorante en la siniestra; y en otra parte se dice (Sal 108,31) que Dios está a
la diestra del pobre, no, sin duda, en otra parte sino en el corazón, que allí halla para lo
enriquecer con su gracia, la cual no puede recibir el siniestro corazón, puesto en las vanidades y
locuras desconcertadas; y por esto con este tal no habla nuestra letra, ni tampoco es dirigida a
los hombres que tienen dos corazones, porque no es menor mal tener dos corazones que
carecer de uno.
En las cosas que se impiden unas a otras, la pérdida es riqueza, porque más hace una que no
muchas, como parece en el que muda los dientes si no se sacan los primeros; y en la cepa que no
se poda, cuyos sarmientos, mientras más fueren, son de menos provecho. Si uno tuviese dos
lenguas, no hay duda sino que la una sería impedimento a la otra, y se estorbarían a hablar; así
los que tienen dos corazones son impedidos en sus obras, y el uno por el otro no hacen cosa
que buena sea, como dos negociaciones, que impidiéndose, ninguna cosa niegan y hacen menos,
siendo dos, que si una sola fuera.
Así acontece a los que moran en la religión y en el mundo: quieren usar de todo; con los
religiosos tienen una poca de apariencia a sus tiempos, y en otras cosas muestran tener en su
pecho muchas costumbres seglares en estima de honra, y de linaje, y de habilidad, y de oficio;
éstos, en la religión, mal de su grado, han de tener corazón, porque les han de hacer seguir las
cosas de ella; en el siglo ellos de su voluntad tienen puesto el corazón, según parece por sus
obras, y desde que juntan estas dos cosas, impídense las unas a las otras, que ni son bien frailes
ni bien seglares, y por esto más les valiera tener un corazón que no dos, pues con uno fueran lo
que habían de ser acá o allá, y así ni son acá lo que deben, ni allá lo que querrían.
Si un hombre tuviese dos cabezas y quisiese ser cristiano, para lo bautizar habían de ver si en
aquel hombre hay diversas voluntades; y si las hay, como se crea tener dos ánimas, habían de
bautizar cada cabeza por sí, poniéndole nombre diverso; y si después tuviese el uno perversa y
mala voluntad, dañarse había, y si el otro la tuviese buena, sería salvo. La mitad de su cuerpo
llevaría Dios, y la mitad el demonio.
No sé qué me juzgue de aquellos que, según dije, tienen dos corazones, sino lo que juzgaría de
este ejemplo que puse, porque a este tal deberíamos poner dos nombres y llamarle fray Seglar
juntamente: primero fray, porque primero se ofrece a nuestros ojos el hábito de la santa religión
que trae. Mas desde que conozcamos sus costumbres, bauticémoslo otra vez, formando de él
otra opinión, y añadamos el segundo nombre al primero, y digámosle fray Seglar. De la
partición de aquéste a respecto del otro no quiero hablar, pues lo ha con quien no querrá
perder su parte; la justicia de Dios llevará el ánima a la pena del daño, y el demonio su cuerpo a
la pena del sentido.
Pluguiese a Dios que este tal, mientras vive en la religión (a la cual fuera mejor no haber
venido), tuviese aquellos dos nombres escritos en la frente, para que así fuese conocido judas
entre los apóstoles y Caín entre los hijos de Adán señalado, y Satanás entre los hijos de Dios no
se trasfigurase en ángel de luz. Si así fuese, los que vienen a la religión verían que no han de
seguir ni remediar aquél, pues él no sigue lo que debe, y cuando de él viesen proceder cosas
contrarias a su hábito, no se escandalizarían; ni tomarían mal ejemplo, ni se maravillarían, pues
tiene dos corazones, el uno contrario del otro, que es mayor mal que tener dos narices o dos
lenguas; donde el Sabio se compadece de los tales diciendo (Eclo 2,14): ¡Ay del hombre que
tiene doblado corazón, y del pecador que entra a la tierra por dos caminos!
Sobre lo segundo dice la glosa: Por dos caminos entra a la tierra el que hace mal y espera bien, y
el que sigue las obras de la carne y piensa obrar en temor de santificación del espíritu, y el que
las cosas de Dios muestra en la obra y las del mundo busca en el pensamiento. De estos tales
dice el profeta (Os 10,2): Diviso está el corazón (le ellos; ahora morirán; Dios quebrantará las
estatuas de ellos y destruirá sus altares.
Ni se dice tampoco nuestra letra a los que tienen el corazón duro en sus malas costumbres,
endurecido en sus pareceres, hechos ya faraones, que por más que les digáis no dejarán la
dureza de su corazón, que está obstinado en sequedad, apartado más de las lágrimas que la
piedra seca del desierto; porque ella con dos golpes dio agua, mas éstos ni con el golpe del
temor ni con el del amor serán más blandos que hasta aquí. Tienen hechos callos duros en sus
corazones, y tan duros, según dice Jeremías (Jer 17,1), como diamantes, que ningún golpe los
quebranta. Éstos, según dice Job (Job 24,13), son rebeldes a la lumbre, y por su rebeldía y
dureza merecen ser dejados aparte (Jer 13,9-10), pues será más fácil tornar blanco a un negro de
Guinea que a éstos tornarlos devotos.
Ni se amonesta la sentencia de nuestra letra a los que no tienen domado su corazón, cuya
natural condición es querer volar a todo lo que ve, como el gavilán que es traído en la mano, los
ojos descubiertos, el cual nunca tiene reposo, sino a todo quiere volar; y por eso débenle cubrir
los ojos, para que aprenda a volar solamente a la presa que le conviene con más ímpetu y deseo
desde que se la muestran. A esto nos amonesta el Sabio cuando dice (Ecl 7,21): No des tu
corazón a todas las cosas que se dicen. Dichoso se puede llamar el que con tanta astucia guarda
el corazón para la caza espiritual, donde Dios es la presa, como es guardado un gavilán para
tomar pájaros. A este tal dice nuestra letra que desembarace su corazón para recibir a Dios, y
aparte de él todos los impedimentos que pueden ser causa que su corazón desmerezca de tal
morador y huésped.
Y porque los que han sido reprehendidos no se quejen ni piensen que les falta Dios si ellos
primero no faltan a Él, tampoco dejan de hacer su posibilidad, porque donde no pensamos se
van muchos a posar el Señor; Él fue a buscar al publicano Zaqueo y al otro cambiador; y Elías
se convidó y hizo huésped de la pobre vieja que andaba a coger serojas; y Cristo, dejada la
ciudad de Nazaret, se fue lejos de allí a nacer en un diversorio de Belén, donde ninguno pensaba
que había de morar tan gran Señor.
Lo que éstos deben hacer escribe el profeta Jeremías, el cual, según la traslación de los Setenta,
dice (Jer 31,33): Pon tu corazón sobre tus hombros. Acontece a muchos que o por descuido o
por ser el corazón en sí de poco reposo lo pierden, de lo cual se queja David cuando dice (Sal
39,13): Mi corazón me ha dejado. Estos tales débenlo ir buscar como el buen pastor que buscó
la oveja perdida y la trajo en sus hombros. De esta manera cumplirán lo que Jeremías decía, y
pondrán su corazón sobre sus hombros. No lo deben traer a pie por tierra, sino levantarlo en
alto sobre los hombros, que son los grandes ejercicios y altos deseos, para que así pongan su
principado sobre sus hombros. De esta manera lo hacía David, cuando decía a Dios: Tu siervo,
Señor, ha hallado su corazón para orar a ti en esta oración. Sobre esto dice la glosa (2 Sam
7,27): Ninguna cosa hay más huidora que el corazón, el cual por la discreción se detiene. Señala
David que halló su corazón para orar en esta oración, especialmente porque para darse el
hombre a la oración, de que este tercero alfabeto trata, es cosa muy esencial ceñir y apretar y
encarcelar el corazón y hacerle una jaula de perpetuo silencio, donde lo encerremos para evitar
vagueaciones suyas, según aquello del Sabio (Prov 4,23): Guarda tu corazón con toda guarda,
porque de él procede la vida.
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