CAPÍTULO VI. EN QUE SE PROSIGUE LO DE SAN PABLO

En la segunda razón dice San Pablo que no piensa él haber comprehendido una cosa; y esta cosa es aquella mayor que todas las otras, de la cual dice David (Sal 26,4): Una cosa pedí a Dios; ésta buscaré. Parecióle a San Pablo que había dicho de sí mucho, según su humildad, en decir que seguía a Dios por la manera ya dicha; y en esta razón segunda casi se quiere reducir a estado de principiante en la tal manera de seguir.

Y que este seguir a Dios sea cosa grande parece por aquello que dice el Sabio (Ecl 2,12): Qué cosa es el hombre para que pueda seguir al rey hacedor suyo? Sin duda es gran cosa seguir a Dios; por lo cual templa el Apóstol su decir y danos forma para lo imitar, diciendo: Que olvida las cosas que están atrás (Fil 3,13), que son, según San Ambrosio, los primeros merecimientos; y las cosas que llaman primeras son las cosas celestiales, a las cuales se extendía con gran deseo.

Para entender bien esto es de saber que los que caen en esta segunda y perfecta manera de seguir a Dios hallan en ella tan buen camino, tan fresco y deleitable de divinas consolaciones, que luego juzgan por nada todo lo pasado, y tiénenlo cuasi por un trabajo perdido; y dejándolo todo, danse a aquello en que mejor se hallan. Para que éstos acierten han de mirar bien las palabras de San Pablo, el cual no dice que dejó las cosas pasadas, sino que las olvidó; esto es, según dice la glosa, que no las tuvo por tan meritorias; porque, generalmente hablando, los ejercicios corporales no son meritorios como los espirituales, mas no son por esto de dejar, si juntos se compadecen para que en ellos se humille más el ánima.

En lo que más añade el Apóstol, nos muestra cómo de cada día extendía su deseo al mismo bien que le estaba aparejado, sobre lo cual dice San Agustín: La vida del buen cristiano no es sino un santo deseo; y lo que deseas, aún no lo ves; mas deseando, eres hecho capaz para que, cuando viniere lo que has de ver, seas lleno; porque dilatando Dios la cosa extiende nuestro deseo, y deseando, extiende el corazón; y extendiendo, hácelo suficiente. Deseemos, pues, que hemos de ser llenos: ésta es nuestra vida; que deseando, seamos ejercitados; y tanto nos ejercitará el santo deseo cuanto cortáremos nuestros deseos del amor del siglo.

En la postrera razón amonesta el Apóstol a todos los que siguen la vía de la perfección sentir este negocio; en la cual palabra muestra que es cosa que pertenece a perfectos, no a imperfectos, y que se ha de sentir esto más que no hablarse, porque puédese bien sentir, y no se puede bien hablar.

Dos causas me movieron a poner esta letra en este Tercero Alfabeto. La primera fue porque he conocido a muchos que seguían la vía de la sacra pasión conforme al Primero Alfabeto; y dejándola, comenzáronse a ejercitar en este otro negocio, en el cual si no les iba tan bien como ellos querían o pensaban, luego lloraban lo pasado y se llamaban errados por haber dejado la sagrada pasión y haberse metido en cosas que no se entienden.

De esta mudanza y del gran miramiento con que se ha de hacer se dirá en otra parte; ahora solamente se da remedio a la ya hecha, y el remedio se incluye en la presente letra, que da por consejo a los tales que, en recompensación de haber dejado de seguir con el pensamiento la santa pasión, la sigan con el cuerpo aplicándose más que solían en lo exterior a la sacra pasión, sufriendo por honra suya todo el mal que se le ofreciere y conformándose con ella lo más que pudiere; y en lo de la oración mental siga el ejercicio que ya ha comenzado; y si de esta manera lo hace, sepa que no ha perdido nada, sino que antes le irá mejor que solía si en esto para mientes.

La otra causa y más principal al que me provocó a poner aquí esta letra es porque muchos hay que, en hallando gusto de las cosas espirituales, luego dejan las penitencias y asperezas que antes hacían. Creo que lo hacen pensando que no podrán a todo, o que todo no se podrá compadecer, o porque piensan ser lo primero de poco merecimiento, o porque dicen que les basta el meollo o tuétano sin tener la cáscara, o por evitar la vanagloria que de las obras exteriores se suele seguir, o porque quieren guardar sus fuerzas para las ejercitar en lo que más les aplace, y porque del todo es su voluntad dejar lo primero y tomar lo segundo.

Para contradecir todas estas razones hemos de presuponer que hablamos con personas que desean y quieren tener la mayor perfección que pudieren haber. Y más se ha de presuponer que ninguno en la vida presente de los puros viadores alcanzó tal grado de perfección que dijese no poderse alcanzar mayor. Quito a nuestra Señora, de la cual lo conceden muchos; mas todos los otros pueden de cada día más aprovechar en sí mismos, mientras en ellos durare el libre albedrío. Onde la glosa dice en este mismo capítulo de que hemos hablado, sobre aquella palabra de San Pablo: No que ya sea perfecto. Ninguno de los fieles, aunque haya mucho aprovechado, diga: Bástame lo que tengo; porque el que dice aquesto sale del camino antes del fin, por lo cual el Apóstol se excusa de la manera que tuvo en el hablar, y confiesa él aún no haber alcanzado la perfección, diciendo: No que ya haya recibido yo la perfección del merecimiento.

Tornando a hablar con los que se contentan en ejercitar la segunda mitad de nuestra letra, dejando lo primero que es seguir su cuerpo a Jesucristo, ellos se pueden excusar diciendo que la mucha carga los puede derribar; y que más vale un puñado con reposo, que llenas entrambas las manos con aflicción del ánimo. Esta respuesta se llama pusilanimidad de espíritu, de la cual desea ser librado David cuando ora al Señor, diciendo (Sal 54,7-8): ¿Quién me dará alas así como de paloma, y volaré y holgaré? Veis que me aparté huyendo y permanecí en la soledumbre, adonde esperaba a aquel que me hizo salvo de la pusilanimidad del espíritu y de la tempestad.

El temor donde no hay que temer y la poquedad y la flaqueza del corazón daña a muchos que para las cosas espirituales habían de ser muy magnánimos.

Deseaba David para seguir a Dios alas, no de otra ave sino de paloma, que es muy amorosa; y desde que a su ánima fueron dadas, desde que voló en perfección alta y halló alguna quietud dice: Veis que me aparté huyendo. Aquel verdaderamente sigue a Dios que huye del mundo, que huye de los hombres y de toda criatura y mora solo, el cual debe esperar que Dios le dé esfuerzo para no dejar lo uno por lo otro, sino ser como aquel esforzado capitán Ayot (Jue 3,15), cuyas manos entrambas eran derechas, ni tenía menos fuerza ni era menos osada la una que la otra.

Usa, según dice nuestra letra, a dos manos siguiendo el cuerpo a Jesucristo, y el ánima su divinidad; sean entrambas manos derechas, no menospreciando lo uno como cosa menos buena; pues que somos más obligados a lo primero que a lo segundo y cae más debajo de voto lo primero que lo segundo. A Dios debemos el corazón, y a los hombres el buen ejemplo; con todo tenemos de cumplir.

No admita ninguno tan gran error en sí que diga no poderse compadecer lo uno y lo otro, porque el reino de Dios que mora en nosotros no está en comer ni en beber, ni es comer ni beber; recrear el cuerpo pertenece a mundanos; castigarlo y reducirlo a que sirva al espíritu pertenece a los siervos de Dios; y cuanto más come el ánima, tiene menos necesidad el cuerpo, y si la tuviere, darle manjar como a siervo legumbres y cosas viles y que no cuesten dineros, según se lee en el primer capítulo de Daniel. Lo demás conozca ser vicio y falta de espíritu; y llamen a Dios con David, diciendo: Líbrame, Señor, de mis necesidades.

Si decís que tenéis el meollo y no queréis la cáscara, deberíades conocer que lo uno sin lo otro muy poco tiempo se puede conservar; y que, pues Dios nunca hizo fruta que no tuviese de lo uno y de lo otro, señal es que quiere que todo lo tengamos. Si evitáis lo exterior por excusar la vanagloria, carecéis de conocimiento; pues que aún no sabéis dar a Dios todo lo que es suyo, cuánto más que la vanagloria, que derriba, no se funda en lo público, sino en lo secreto, como en cosa de más importancia. Y finalmente, si no queréis seguir la penitencia, no mostréis fingido espíritu, el cual si verdaderamente gustásedes, os seria desabrida toda cosa carnal de blandas vestiduras y lechos y comeres y beberes delicados; los cuales si predicando el espíritu seguís, mostráis repugnancia en la obra y en la palabra, más ofendéis a Dios por una vía que lo servís por otra.




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