CAPÍTULO III. DE LA SEGUNDA MANERA DE ORAR

La segunda manera de orar es cuando dentro en nuestro corazón, sin pronunciar por la boca las palabras vocalmente, sólo nuestro corazón habla con el Señor, y dentro en nosotros le demanda mos todo lo que hemos menester. Entonces como en escondido, sin que nadie nos oiga, hablamos con el Señor a solas cuando se suelen hacer mayores las mercedes, lo cual es como hablar al oído de Dios. De esta manera oraba David, el cual decía a Dios (2 Sam 7,27): Tu siervo ha hallado su corazón para orar a ti.

Para que esta oración sea más larga que la primera, pues que es muy más excelente, se requiere que halle el hombre su corazón, esto es, que lo aparte de otros cuidados, cualesquier que sean si son empecibles y superfluos. De esta manera oraba el santo profeta que sacó el pueblo de Egipto (Ex 14,15), al cual callando su boca y hablando su corazón, dijo Dios que para qué le daba voces, mostrando en esto que más suenan delante de El los buenos pensamientos que las buenas palabras, y aun valen mucho más; porque los buenos pensamientos solos son muy preciosos, y las buenas palabras sin ellos valen poco; ca primero echa Dios los ojos al corazón que no a la lengua, la cual recibe la bondad del corazón, y el corazón ninguna recibe de la lengua, salvo en la confesión de la fe, que es menester pronunciarla con la lengua en ciertos casos.

A esta manera de oración que el corazón hace a Dios, callando la lengua, se reducen todos los santos y devotos pensamientos, así de la pasión del Señor como de la Iglesia y del juicio y de cualquiera cosa otra devota; porque claro está que decimos estar orando los que están meditando y pensando en la sacra pasión, y aun los que según deben piensan sus pecados, pues no los piensan sino para demandar misericordia de ellos.

Para esta manera de oración, que consiste en santos pensamientos, es menester que el hombre encomiende a la memoria las historias devotas y misterios del Señor y muchas cosas buenas de las que oyere y leyere, las cuales han de ser como leña que sustenta el fuego en el altar del Señor. Es, empero, de saber que los más fructuosos pensamientos que el hombre puede tener son los de la sagrada pasión, según se dijo en la B del primer alfabeto, aunque, según las festividades diversas, sea muchas veces bien mudar el manjar. Aunque esta segunda manera de orar, que es tener y usar el hombre de santos pensamientos, no parezca convenir a los principiantes ni a los idiotas, no les es del todo ajena, porque algunas veces son obligados a tener santos pensamientos, pues son obligados a desear la bienaventuranza y a otras cosas muchas soberanas; así como amar a Dios sobre todas las cosas, lo cual no pueden hacer sin pensar en Él, porque condición es del amor pensar algún tiempo en el amado; y son también obligados a la recepción de los santos sacramentos, que presupone alguna meditación y santos pensamientos, donde el hombre se apareja para tan grandes cosas.

Y dije el deseo de la felicidad, porque nunca lo tendremos si en ella nunca pensamos; mas, empero, son obligados a esta manera de oración los religiosos y personas retraídas que han dejado el mundo para vacar a la contemplación, y tienen o deben tener muy mayor oportunidad por el lugar santo de la religión, que está dedicado y constituido para más perfectamente orar; que así como es cosa común a los buenos seglares en el mundo orar vocalmente, así debe ser común esta segunda manera de oración a los buenos religiosos en su monasterio, que debe ser casa de oración y no cueva de ladrones; lo cual será si comen las limosnas ajenas no para orar, sino para murmurar y vaguear, que es contra la voluntad del que las dio; lo cual se reduce a rapiña o hurto. Donde todo aquel que usa de la cosa ajena no a la voluntad e intención buena de su dueño, cierto es que usurpa lo que no es suyo y que se pueda decir ladrón; y cosa clara es que la voluntad de los que nos dan limosna es por que tengamos oportunidad de orar sin derramamiento al Señor; lo cual si no hacemos vamos contra la primera intención del bienhechor, al cual quedamos, según veo, deudores; ca puesto que nos da por amor de Dios su limosna, dánosla con tal condición que mediante ella sirvamos mejor al mismo Señor Dios; y si así no fuese, no nos la daría sino en caso de extrema necesidad, donde se tiene objeto a conservar la vida del prójimo.

La oportunidad del tiempo, y la santidad del lugar, y la alteza de la religión, y la buena compañía, y la provisión alcanzada sin trabajo, y la gran obligación de los votos, y los continuos ejercicios de virtud y buenos ejemplos, y la mucha y muy santa doctrina, y el concierto del tiempo, y la disminución de los cuidados, y la frecuentación de los sacramentos del altar, y otras cosas muchas semejantes a éstas, obligan y provocan a los religiosos a se dar con todo estudio a la meditación y pensamientos de los santos misterios del Señor, porque de cada una de estas cosas que he dicho y de las semejantes que no se me ofrecen demandará Dios estrecha cuenta, sin los dones particulares que a cada uno ha dado ca los ya dichos generales son a todos y a todas las personas religiosas; darán de ellos cuenta primero (Sof 3,8), y después dice Dios que ha de escudriñar nuestra conciencia y nuestra ánima con candelas, porque buscará los dones particulares que nos dio, y no permitirá que se olvide ni se esconda alguno de ellos, por pequeño que sea, sin demandar cuenta de él, y de lo que pudiéramos con ella aprovechar a nos y a los otros si lo ejercitáramos y pusiéramos en ejecución.

Si quisiere el religioso saber cuán dañosa sea la oración vocal a los que se quieren dar a la contemplación, lea el primer tratado del Roseto, que habla de oración, y verá de cuán poca utilidad y cuán dañosa sea la oración vocal en las personas aprovechadas, por ser en ellas estorbo de mucha más perfección; empero has de entender esto de las oraciones vocales que no traen consigo obligación, porque lo que es de obligación en ninguna manera se debe dejar, aunque venga el hombre a cosas muy grandes. Puedes, empero, aguardar a tiempo que tu espíritu esté desocupado de cosas entrañables para lo rezar; y cuando lo rezares ten más intento al gusto de las palabras que no a la pronunciación, porque a Dios hablas, que no a los hombres. Y apártate de aquellos que, si les confiesas haberte dormido en el oficio, te dan una avemaría en penitencia; y si les dices que no tuviste entera atención a la letra por tenerla al corazón, se escandalizan y traen ejemplos y razones para mostrar que estás engañado, diciéndote que yerras en lo que ellos no saben.

Acaece muchas veces que se muestran muy celosos de las palabras los que nunca alcanzaron el fin de ellas, que, según San Agustín dice, es la devoción; la cual alcanzada deben las palabras cesar; empero, si son de obligación, por reverencia del voto se deben decir, por que Dios no salga perdidoso en las mercedes que nos ha hecho, ni nosotros nos apartemos de la humildad haciéndonos singulares y pensando que las grandes contemplaciones nos quiten las menores obligaciones. Puesto que los religiosos que tienen deseo de más aprovechar no deberían de rezar más del oficio divino y alguna oración de nuestra Señora, porque todos no son de iguales deseos, ni son de una manera estudiosos ni fervientes; más vale muchas veces rezar con devoción que contemplar con tibieza, y los que no hacen lo uno débense dar a lo otro; y faltando la oración del corazón obra su boca para atraer el Espíritu Santo y para desechar la tibieza y para edificar los oyentes que no ven lo interior, y para que el demonio huya de las santas palabras y para que la lengua a ratos haga su oficio, que es loar a su Hacedor.

Las cosas espirituales, mientras son más excelentes traen consigo más dificultad, y, por tanto, los santos pensamientos no se deben luego dejar, aunque el hombre no halle en ellos devoción y la halle en la oración vocal, porque esto puede ser engaño, y muy grande, que causa el demonio por nos apartar de cosas mayores; ca debes saber que el primer año apenas se halla devoción en los santos pensamientos, mas después da nuestro Señor tanta, que apenas se pierde, sino que dura lo más del día en el corazón, y conócese claramente que vale más un día de aquéllos que no si un año entero rezases. Por ende has de perseverar en los santos pensamientos, si quieres venir a tanto que tus pensamientos sean de tanta eficacia que te parezca ver con los ojos lo que piensas en el corazón, y que al pensamiento interior y secreto del ánima correspondan las afecciones tan enteramente como tú quisieres; en tal manera que, pensando alguna cosa triste, luego sean contigo las lágrimas, y si piensas alguna cosa alegre, luego seas lleno de gozo; y si piensas cosa de espanto y grandeza, seas lleno de una soberana admiración que te haga salir de ti.




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