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Cuanto a lo primero, que es del seguimiento exterior, es de notar que, aunque en él entendemos
toda manera de imitación en que podemos en lo de fuera remedar a Cristo, no se debe esta
imitación entender que no sea voluntaria ni salga del corazón; mas decimos que este seguir a
Cristo es muy voluntario y perfecto, del cual dice el Apóstol conforme a nuestra letra, hablando
de sí mismo (Gal 6,17): De lo demás ninguno me sea enojoso, porque yo traigo en mi cuerpo las
señales de Jesucristo. Y a otros de esta misma materia escribe diciendo (1 Cor 6,20): Pues que
sois comprados por gran precio, glorificad y traed a Dios en vuestro cuerpo.
Lo que en esto entiende el Apóstol, entiendo yo en la mitad de esta letra, que es una perfecta
imitación de Cristo exterior. Y por que no se contente alguno con ésta solamente, mire que dice
San Bernardo a los frailes del Monte de Dios: No queráis ser negligentes, no queráis ser tardíos;
grande camino os queda, porque altísima es nuestra profesión; penetra los cielos; igual es a los
ángeles; semejante a la pureza angélica, porque no solamente votastes toda santidad, mas la
perfección de toda santidad, y el fin de toda consumación; no conviene a vosotros ser
negligentes en los mandamientos comunes, ni solamente mirar qué es lo que manda Dios, mas
qué es lo que quiere, probando [qué] voluntad de Dios sea buena y qué apacible y qué perfecta.
A los otros conviene servir a Dios y a vosotros juntaros a Él; a los otros conviene creer,
conocer y amar y hacer reverencia; y a vosotros saber, entender, conocer y tener de Él fruición y
gozo.
Esto dice aquel santo, y no debe parecer dificultoso al varón perfecto; pues que Cristo nuestro
Redentor va delante, el cual dice hablando de sí mismo como de tercera persona (1 Jn 10,4):
Cuando sacare sus ovejas va delante de ellas, y las ovejas síguenlo. Sacó Cristo sus ovejas, que
estaban detenidas en la pequeña perfección de la ley antigua, sacólas a la anchura de la
perfección evangélica; y porque añadiéndoles perfección les añadía trabajo, quiso ir Él mismo
delante por que lo siguiesen y no le pudiesen decir aquello que Él dijo a los fariseos (Mt 23,4):
Ponen cargas importables en los hombros ajenos, y ellos aun no las quieren tocar con el dedo.
Cristo, no solamente su carga y trabajos, empero también los nuestros llevó a cuestas delante de
todos.
Muchos provechos suelen venir cuando alguno va delante de los otros: El primero, que, si no
saben el camino, se lo muestra, lo cual no es pequeño descanso a los caminantes, pues solamente
para esto se suelen alquilar los hombres, según hizo Tobías (Tob 5,3). El camino que más
ignoraban los hombres era el del cielo, que era el lugar donde todos en gran manera deseaban ir,
pues tanto les iba en ello, por lo cual dice David de su imposibilidad para andar este camino
(Sal 59,11): Quién me llevará hasta la ciudad cercada? Y una de las señaladas peticiones que el
sabio Salomón demandó a Dios en la primera oración que hizo en el templo nuevamente
edificado, fue (2 Par 6,27): Enseña, Señor, a tu pueblo un buen camino por el cual entren.
Aunque antiguamente había muchos caminos de virtud por do andaban los fieles, empero,
porque ninguno de ellos entraba en el cielo, por eso se puede decir que ninguno era
enteramente bueno como lo pide Salomón.
La soberbia que en la tierra había, del cielo trajo su principio; allá nació, de allá vino; empero,
no por su pie, mas por subir resbaló y cayó abajo y perdió el tino para tornar a subir; y fue
necesario que Cristo viniese del cielo para guía y adalid de los que hubiesen de subir allá y los
mostrase el mejor camino para ir allá; de lo cual haciendo David gracias al Señor, dice (Sal
67,25): Vieron, Señor Dios, tus pasos: los pasos de mi Dios, de mi Rey que está en el santo.
En este verso quiere decir David que, si algunos no fueren al cielo, esto no será porque ignoran
el camino, pues ya vieron los pasos de Cristo, al cual pudieran seguir si quisieran. Llama David
Dios y Rey a Cristo, para nos declarar que es Dios y hombre; y en lo que dice estar Cristo en el
santo, nos muestra que estos pasos o este camino que nos enseñó fue mientras vivió de vida
mortal en su santo cuerpo, para que, pues Él nos dio noticia del camino del cielo viviendo en el
cuerpo, así nuestro cuerpo lo siga.
Para mientes, pues, hermano, en este seguimiento: lo uno, porque Él nuevamente hizo caminos
de virtud para ir al cielo; empero, si no se andan, tórnanse a cerrar por no ser seguidos, de lo
cual se duele el profeta Jeremías diciendo (Lam 1,4): Los caminos de Sión lloran porque no hay
quien venga a la solemnidad. Es tan grande aquella solemnidad de la gloria celestial, que se
deben los santos mucho doler viendo cuán pocos van, y cómo siquiera la codicia nos había de
llevar allá.
Lo otro por que has de tener aviso en seguir a Cristo es porque ha nevado sobre sus pisadas;
está tan resfriada la caridad hoy día, que no dirás sino que ha nevado y cubierto la nieve el
camino del cielo que Cristo había hecho. No puede, empero, tanto la malicia del mundo que del
todo ciegue el camino de Cristo, aunque es menester ahora más aviso para ir por él que jamás
fue menester, por no estar usado el camino y estar nevado; mas no está del todo ciego, que el
mismo Señor tiene cargo de lo descubrir, por que no tengan excusa los hombres.
El segundo bien que principalmente se sigue yendo alguno delante es que hace el camino ligero
y fácil: quítale mucha de la dificultad que tenía, si está el camino helado, el que va delante
quiebra el hielo; si tiene muchas espinas, despúntalas; si es muy estrecho el camino, hácelo algo
más ancho. Cuando Cristo nuestro Redentor vino al mundo, estaba muy más que no ahora
helado el camino de la virtud, por lo cual dice el profeta (Zac 14,7): Vendrá mi Señor Dios y no
habrá en aquel día luz sino frío y hielo. No había luz en el mundo cuando vino la luz verdadera,
Cristo, que se llama luz del mundo; y Él yendo delante, pues que es luz, aclaró el camino de la
virtud; conforme a lo cual dice el mismo Señor (Jn 8,12): El que me sigue no anda en tinieblas,
mas tendrá luz de vida.
De manera que Cristo también es antorcha para alumbrar el camino del cielo. Padeció el Señor
el frío y el hielo de las grandes persecuciones por guardar la justicia y virtud; y por no torcer el
camino y por llevarlo muy derecho para que fuese más breve fueron tantas las espinas que lo
enojaron y dieron pena, que aun hasta la cabeza escapó lleno de ellas, padeciéndolas todas de
buena voluntad por que sus seguidores no sufriesen tanto trabajo en lo seguir, según aquello del
salmo (Sal 32,7): Allega el Señor el agua del mar como en una botella.
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