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Lo que hace San Agustín para animar los que edifican la ciudad de Dios es mostrar el fruto que
se sigue de las tentaciones que padecen los edificantes, y de esta forma la letra presente nos
provoca a sufrir las tentaciones que ocurren cuando nos trabajamos por reparar nuestra alma,
que es ciudad pequeña de Dios nuestro Señor.
En este destierro espiritual tampoco nos faltan tentaciones, como a los hijos de Israel, antes
nuestras jornadas son de una tentación en otra hasta venir a la tierra de promisión, que es el
gusto de la contemplación, donde aún quedan algunas para que nos ejercitemos y no demos a
olvido el uso de pelear; empero todo se sufre con igual corazón si miramos el glorioso fruto de
la pelea, diciendo al Señor aquello de Tobías (Tob 3,16): Esto tiene por cierto todo aquel que te
adora: que, si su vida estuviere en tentación, será librado, y si cayere, serle ha licito venir a tu
misericordia, porque no te deleitas en nuestras perdiciones, mas después de la tempestad haces
sosiego, y después del llanto y de las lágrimas infundes gran placer.
Ninguno de los que adoran a Dios piense pasar sin tentaciones, pues que Cristo no quiso por
otra vía ganar la corona sino sufriéndolas, según aquello del Sabio (Prov 11,31): Si el justo
recibe en la tierra, ¿cuánto más el pecador y el malo? A Cristo llama Isaías justo nuestro, porque
nos alcanzó toda justicia con Dios, haciendo que sea ya justicia de nuestra parte lo que antes era
pura merced; ca presupuestos los méritos de Cristo, dice San Pablo que el justo juez le guardará
su depósito para el día de la paga.
Este justo, que es Cristo, recibió de su voluntad muchas tentaciones y fatigas en la tierra, que. es
el lugar de ellas, ca en el cielo no las habrá, porque acá se labran las piedras vivas del templo, en
manera que allá no se oirá martillo ni sierra ni otra herramienta alguna de pasión que nos
desasosiegue (1 Re 6,7); empero nota que tanto más curiosamente se labra la piedra en la
cantería con más golpes cuanto es mejor y más alto el lugar do ha de ser colocada, y la piedra de
la portada suele ser más picada para que salga más linda, y porque Cristo se hacía nueva puerta
del cielo, que hasta Él estuvo cerrado, quiso ser muy golpeado y martillado viviendo en la tierra
de su santa humanidad, que recebía los golpes. Y si Él quiso padecer tantos ímpetus de
tentaciones, fue por que nosotros pecadores hubiésemos vergüenza de entrar por puerta tan
golpeada sin primero sufrir algunos golpes para nuestra hermosura; ca ninguna piedra será
asentada en el cuerpo del edificio celestial, que se hace de almas santas, si no tuviere alguna
conformidad con la piedra de la portada, que es Cristo; el cual es portada de la Iglesia militante
que sustenta el peso del edificio, ca El sufrió la carga del día y del calor y la cruz.
No le fueron a Cristo mensajeros de nueva gracia los jaropes desabridos de las tentaciones que
padeció, porque antes que padeciese cosa del mundo fue lleno de gracia. Empero a nosotros
acarrea nueva gracia todo lo que padecemos, por lo cual dice el Sabio (Prov 3,11-12): Hijo mío,
no deseches la doctrina del Señor, ni desfallezcas cuando fueres de él corregido; porque el
Señor corrige al que ama, y agrádase de él así como el padre del hijo.
La doctrina digna del Señor que Él más en las Escrituras nos amonesta es la oración, la cual por
toda manera de enseñamiento nos mostró; y esta doctrina dice el Sabio que no desechemos por
miedo de las tentaciones, y que no desfallezcamos cuando con ellas nos corrige; ca desfallecer
sería si por miedo de las tentaciones dejásemos de orar desconfiando de su favor, como no
permita Él que seamos tentados, sino por que oremos con más instancia y nos tornemos a Él
como el niño, que es de su madre espantado con palabras amedrentadoras para que corriendo
torne a ella, que abre los brazos para lo recibir (Am 4,6-11).
Los que miran bien las cosas dicen que las tentaciones son aposentadores de Dios, y a esta
intención las envía el que no dejaría venir sobre nos algún mal si no se nos hubiese de recrecer
de ello mucho bien; según lo cual dice el Señor habiendo mucho amenazado (Am 4,12):
Después que te hubiere hecho estas cosas que tengo dichas, aparéjate al recibimiento de tu
Dios, Israel. Desde que Dios nos aflige se llama nuestro, o porque lo compramos en alguna
manera por la aflicción bien padecida, o porque entonces nos muestra más su dulcedumbre y se
nos entrega con más seguridad; como parece en la Virgen y el santo José, que, después de la
gran aflicción que padecieron perdiendo al niño Jesús, se dice que era sujeto a ellos.
Cada vez que algo padecieres piensa que los aposentadores de Dios vienen a tu casa; el cual,
cuando hubo de venir a verse con Ellas y hablarle encima del monte, primero envió como
aposentadores fuego y tempestad, y después vino Él muy seguramente. Si la comparación que
arriba puso el Sabio del padre y del hijo queremos reducir al mismo Dios de quien hablaba,
conoceremos que entonces se agradó el Padre Eterno más de su Hijo cuando lo vido más
afligido y tentado; ca entonces, como dice el Apóstol, fue oído por su reverencia y alcanzó todo
lo que quiso. Agrádase Dios de ti como de su Hijo, Cristo, cuando te ve trabajado y tú estás mal
contento; piensa que con esta condición fuiste prohijado, ca no es razón que se guarden más
duras leyes con el único hijo natural que con los adoptivos.
Mirando el prudentísimo Padre la utilidad que a sus hijos viene de las tentaciones, y la intención
que Él tiene de los favorecer, los pone a grandes encuentros, y tráelos de lo alto a lo bajo,
dándoles del pan y del palo, por los avezar a negarse; visítalos, magnifícalos y pruébalos, y pone
en ellos su corazón para los guardar en la magnificación de la soberbia, y en la visitación del
engaño y en la probación de la caída. No temas, pues, hermano, ser tentado, teniendo tal
contrapeso contigo como es el corazón de Dios, que se sirve más de ti cuando eres tentado,
porque trabajas por Él, que cuando eres consolado, ca entonces haces tu hecho.
Ten aviso de te tornar luego al corazón a buscar a Dios cada vez que te acaeciere lo que no
querías, y haz como la paloma, que, en viendo el ave de caza que la viene a prender, se retrae y
encierra do no puede ser presa. Y de esta suerte deberías tú hacer entrando al refugio de tu
corazón, donde hallarás a Dios; y así cada cosa contraria te sería mensajero de gracia, según dice
la letra presente, y cumplirse ha en ti aquello de Isaías (Is 32,2): Será el varón así como el que se
esconde del viento y se ampara de la tempestad, y así como arroyos de agua en la sed, y como
sombra de alta piedra en la tierra desierta. Sobre ésta dice la glosa: Estará seguro en las
tribulaciones, así como el que, huyendo del viento y del torbellino, se esconde en lugar seguro, y
así como el que halló purísimas fuentes en el desierto, y como el que se guarda del ardor del sol
en el sombrío.
Escondámonos, pues, del viento de la imaginación, y entremos huyendo dentro en nosotros
mismos, porque, según dice San Agustín, allí está más seguro el amparo y más presto, porque de
lo interior, según se sigue, salen arroyos de agua viva hechos en nosotros, para el refrigerio de la
sed que nuestra ánima tiene de Dios.
Dícese también el que se esconde en sí estar a la sombra, porque la virtud del muy alto lo abriga
en el desierto interior, del cual sube el ánima como vara de humo bien oliente derecha, sin se
torcer a criatura alguna.
No quiero tratar aquí las muchas utilidades que de las tentaciones se siguen, porque todos
saben, según el Sabio dice (Eclo 34,10), que pocas cosas conoce el que no tiene experiencia en
las tentaciones (tentationum utilitar), ca no sabe aprender de lo que padece como aprendió
Cristo; ni se humilla tan profundamente a Dios, ni a los hombres, como persona que al presente
no tiene de ellos tanta necesidad; ni sabe lanzar la negligencia compelido por necesidad, la cual
suele despertar al hombre aun cuando ha menester dormir; ni sabe ser avisado, ni temer en todo
trayendo la barba sobre el hombro como quien tiene enemigos; ni se notifica por bueno, ca en
la piedra del toque se conocen los quilates del oro; ni da de sí aquel buen olor de Cristo, como
lo suele dar el incienso puesto en las brasas de la tribulación; ni el que no es tentado gana tanta
honra entre los caballeros del Señor como podría; ni se sabe compadecer de los afligidos que
padecen; ni se sabe también guardar de las pequeñas culpas; ni se acuerda tanto de Dios; ni ora
tan a menudo; ni se purga tanto su ánima; ni la fatiga le da entendimiento; ni aprende a pelear
estando en la guerra, que es este mundo; ni gana ni recoge méritos, siendo ahora el tiempo del
merecer, ca no extiende Dios contra él la vara de oro, que es la preciosa tentación, que en señal
de clemencia suele enviar de Sión para nos hacer crecer en gracia y en gloria y para sanar en
nosotros algunos vicios que si no fuésemos tentados podrían abundar; y porque Dios nos hiere
con intención de nos curar, se dice que la vara floreció y llevó almendras: las flores para letuario
y las almendras para almendrada fortificante que nos dé salud y sustancia.
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