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De los muchos bienes que brevemente hemos dicho carece el que no es tentado; por tanto,
debes decir con David: No temerá mi corazón si se levantase contra mí batalla: en esto esperaré;
yo una cosa pedí al Señor: ésta buscaré en la batalla no temida.
Dice que ha de esperar lo que pidió al Señor; esta esperanza, según dice San Agustín, es de
victoria de galardón eterno, lo cual había de ganar peleando como buen caballero de Cristo; así
que mientras más peleamos en la resistencia siendo tentados, se acrecienta más nuestra eterna
gloria. En figura de lo cual se dice (Ex 1,12) que cuanto más eran afligidos los hijos de Israel,
tanto más eran multiplicados y crecían. Los fieles hijos del luchador Cristo, siendo tentados, son
en gracias multiplicados y crecen en gloria, y afírmanse más en ellos las buenas costumbres;
porque, según dice Séneca, mucho crece la virtud ejercitada.
Bien se sigue de lo ya dicho de las tentaciones son mensajeros de gracia, según dice la letra
presente; y mientras son mayores, la anuncian mayor. Ca debes saber que así como en el infierno
los más poderosos serán más poderosamente atormentados, así en este mundo, que es como
infierno de los buenos, los que son más poderosos en gracias y virtudes suelen sufrir mayores
tentaciones, y tanto mayores cuanto mayor fuere su santidad. Lo cual da San Pablo a entender
diciendo que no nos permitirá Dios tentar más de lo que podemos sufrir, conformando el golpe
con el que lo recibe. Y por esto se dice que San Juan Bautista fue tentado de la misma tentación
de Lucifer, cuando enviaron embajadores a saber si él era Cristo. Así que como fue dicho a
Tobías (Tob 2,12), necesario es que te pruebe la tentación, pues que eres aceptado a Dios; y
mientras más acepto fueres será mayor la tentación que te ha de probar, mas tú por eso no
temas, sino oye al Sabio, que te dice (Eclo 2,2-6): Reprime tu corazón y sufre, y inclina tu oreja
y recibe las palabras del entendimiento, y no te apresures hasta ver el cabo; sufre las
sustentaciones de Dios; júntate mucho a Dios, y sostén para que crezca en lo postrero tu vida;
recibe todo lo que te fuere aplicado y súfrelo con dolor y ten paciencia en la humillación tuya,
porque en el fuego se prueba el oro y la plata, mas los hombres receptibles en el horno de la
humillación; cree a Dios y recuperarte ha; endereza tu camino y espera en Él.
Mucho debes notar estas palabras si eres tentado, y mira que te amonestan juntarte a Dios y
sufrir, ca si no hubiese más que hacer de juntarnos a Él, todos lo querríamos hacer. Empero, lo
que se ha de sufrir es lo que duele; porque en apartándote de la vida derramada para te juntar a
Dios, has de ser muy más tentado que antes para ver si perseveras. Donde sabemos que Faraón
hizo mayores agravios a los israelitas en siendo visitados de Dios (Ex 5,1-10). y el demonio,
cuando salió del hombre, tomó otros siete peores para tornar a él, como quien hace gente
contra quien se le alzó y lo va de nuevo a sujetar. Y Labán, viendo que Jacob se apartaba de él
(Gen 31,22-23), siguiólo con gente y con encendido furor. Aun Cristo, en comenzando obra de
mayor perfección en el desierto, fue más tentado. Y los cinco reyes comarcanos que reinaban en
la tierra de promisión, viendo que los gabaonitas se habían llegado a Josué (Jos 10,1-5), vinieron
luego a cercarles la ciudad y darles combate, en figura que aun nuestros cinco sentidos nos dan
más guerra con sus imaginaciones cuando determinamos de quitar la afección del mundo y
ponerla en Dios; y acaece que cuando cerramos la puerta de dentro sentimos más el ruido de los
que entran y salen que si la dejáramos abierta; de manera que cuando cerramos más lo de dentro
sentimos lo que antes no nos daba tanto enojo por que no lo resistamos.
Hay algunos que, sintiéndose menos guerreados en la poca perfección y en los ejercicios de poca
utilidad, dicen que es bien estarse allí donde no son tan molestados, y dicen que más les vale su
poca perfección que holgadamente poseen, que no ponerse a continuo trabajo de guardar con
aviso el corazón, porque acaece que por no admitir hombre un pensamiento indiferente se le
ofrecen enojosamente muchos que dan pena y son malos. Esta respuesta es de cobardes, y pues
fueron reprehendidos los que por huir el trabajo se excusaban de subir a la tierra de promisión
(Dt 1,20-36), claro está que no debe ser admitida.
Si todo lugar que pisare tu pie será tuyo y tanto tendrás más alta silla cuanto más alto fuere el
ángel malo que vencieres, la esperanza de la gran corona debe disminuir el trabajo, conociendo
que, si tienes osadía para resistir, el Señor te dará gracia para vencer. Si las pequeñas virtudes
careciesen de tentaciones, aún habría alguna más razón de contemplarse hombre con pocas
cosas por estar más seguro; empero aun en el ayuno se mezcla la vanagloria, que es un tan
grande mal que de ella diga San Cipriano: Ninguna cosa más engañosamente lisonjea el ejercicio
de la religión que la vanagloria; a ninguna cosa halaga tanto el favor como el ayuno a los
sudores de los ayunos; la importuna alabanza se ofrece, y penetrando el ánima con sutilísimos
aguijones, cuando ensalza emblandece, y punge cuando unge. La virtud torna en hipocresía, y
absolutamente destruye las cosas comenzadas; así como polilla roe lo que estaba entero; arranca
el fundamento de la santidad y disípalo; subtilísimo mal que con proprio cuchillo degüella al
hipócrita y con las proprias armas impugna la santidad; el castigo de la carne hincha el espíritu,
y la flaqueza del cuerpo empringa al presuntuoso y magro arrogante; el menosprecio caza
veneración, y la hambre y fatiga se harta de alabanzas; el ánima llena de este veneno se deleita en
miserias, y ocupada en esta caspa se gloría en llagas; la religión se torna falsa apariencia y sucede
la ambición adornada; muerto el espíritu en el cuerpo hambriento de cuatro días, solamente
quedan los despojos de la virtud, apariencia de cosa sin alma y fingimiento de santidad; tanta es
la locura de los hipócritas que usen de los hedores por olores y tengan por preciosas las cosas
viles y por suaves las cosas ásperas, y el sabor de los favores sobrepuje toda esta salsa, y toda
destemplada sensualidad se deleite en sus contrarios; y, por tanto, la soledumbre, que carece de
jueces, y el yermo, que carece de miradores, quiso Cristo elegir para su ayuno.
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