CAPÍTULO II. DE CUÁN EXCELENTES SEAN LAS LÁGRIMAS DEL RECOGIMIENTO

Cuanto a lo primero, es de notar que, así como este santo ejercicio excede a otros en muchas cosas, así los excede en las lágrimas, ca tiene más que otro ninguno; porque a los seguidores del recogimiento es más fácil el llorar que no a otras personas; donde a cada uno de los varones recogidos se endereza aquello del profeta Isaías: Saldrá tu luz en las tinieblas, y tus tinieblas serán como medio día, y darte ha tu Dios holganza siempre, y henchirá tu ánima de resplandores, y librará tus huesos, y serás así como huerto de regadío; y así como fuente de aguas, cuyas aguas no fallecerán.

Cuando la persona devota cierra las ventanas de los sentidos, queda en tinieblas el entendimiento, porque ninguna lumbre puede subir a él sino por ellas; empero, si él se sujeta al yugo de la fe que le dice no poder ver los ojos corporales lo que Dios aparejó a los que lo aman, ni poderlo las orejas oír, ni subir en el corazón, esto es, en el pensamiento del hombre, entonces, si se recoge como debe, recibirá aquel buen dado y aquel don perfecto que es de arriba y desciende del Padre de las lumbres (Sant 1,17); y las tinieblas que antes tenía, negando el proprio entender, se le tornarán en medio día muy claro, donde el esposo apacienta; porque al entendimiento se comunica otra manera de conocimiento más alta, que es como una media lumbre entre los comunes viadores y los comprehensores; donde no dejan los varones recogidos la operación del entendimiento por no entender, sino por más altamente entender, para que su ánima sea llena de resplandores e ilustraciones divinas; donde se conocen cosas tan grandes y por tan alta manera, que ni las cosas conocidas ni la manera del conocimiento se pueden declarar, ni por palabra se puede dar a sentir lo que el hombre sintió y conoció.

En el recogimiento da siempre Dios al hombre descanso, aunque por nuestra negligencia muchas veces se pierde este descanso y esta holganza; empero, siempre queda en el ánima que verdaderamente ha gustado el recogimiento un deseo de tornar a él muy grande; porque en él ve el ánima sus huesos, que son sus fuerzas, libres de su propria flaqueza; y puede entonces muchas cosas en aquel que la conforta, pues ninguna cosa se niega, antes le da más de lo que ella le pide.

Lo que más dijo el profeta es de las lágrimas, y pone en ellas tres grados, uno más alto que otro. En lo primero dice que el varón recogido es como huerto de regadío, y porque le pareció al profeta haber dicho poco, añadió diciendo que era como fuente; y porque no pensásemos que en algún tiempo habían de faltar lágrimas al seguidor del recogimiento, añadió lo tercero, diciendo que las aguas de esta fuente no faltarían ni desfallecerían por sequedad, que a las fuentes de los ojos suele venir.

Por muchas vías y por muchos respectos lloran los que siguen el recogimiento. Los que son buenos principiantes lloran por recogerse enteramente con aquel que tanto se da más copioso cuanto más a solas; éstos trabajan de alcanzar por lágrimas lo que no creen merecer sus obras, e importunan a Dios, no por otra cosa sino por sí mismo, para el cual se aparejan. Bástales a los que verdaderamente y con entrañable corazón desean recogerse decir al Señor: ¿Por qué no te das al pobre? ¿Hinches el cielo y la tierra y a solo mi corazón dejas vacío?; pues vistes los lirios, y guisas de comer a las avecillas, y mantienes los gusanos, ¿por qué te olvidas de mí, pues a todos olvido por ti?

Con palabras semejantes lloran de corazón los que con toda su ánima desean recogerse a Dios y apartarse de todos los negocios que de Él los apartan. Este tal busca lugar secreto para que llore su ánima la ausencia de su amado, el cual sobre mar viene más presto que por tierra; y si sobre la mar de las lágrimas le enviamos el navío del corazón aparejado en que venga, luego es con nosotros, si no cesamos para que creciendo el agua se levante el navío del corazón, para que no tocando en la tierra vaya más seguro y venga, y juntamente con esto se refresquen y alimpien nuestros ojos con el colirio de las lágrimas para verlo desde lejos venir al puerto del recogimiento donde lo esperamos. Conforme a lo cual dice San Bernardo: Llore con abundancia quien halle tiempo de llorar; llore no sin afección de piedad ni sin alcance de consolación; piense que en sí mismo no puede hallar holganza, sino todas las cosas llenas de miseria y soledad; considere no tener bien en su carne, ni en el siglo malo haber otra cosa sino vanidad y aflicción de espíritu; piense que ni dentro de sí, ni debajo de sí, ni tampoco al derredor de sí, poderle ocurrir algún consuelo, para que de esta manera aprenda a buscarlo arriba y esperarlo de lo alto; llore entretanto plañendo su dolor; sus ojos derramen arroyos de lágrimas; sus párpados no tengan reposo, porque de verdad con lágrimas se purgan los ojos antes ciegos y se afila la vista para que pueda mirar la claridad de la serenísima lumbre.

Esto ha dicho este santo, y conviene muy bien al varón recogido que a sola la divina consolación se trabaja llegar, conociendo, según este santo ha dicho, que para la ver es menester lavarse primero los ojos del ánima con lágrimas, que son como aguas de nieve que descienden de lo alto, las cuales tienen tanta eficacia en este ejercicio del recogimiento, que bastan por maestro muy enseñado; en tal manera, que muchas personas con solamente llorar por hallar el tesoro que está en el recogimiento escondido han hallado muchas riquezas, y sin tener otra persona que les enseñe el camino por el mar de las lágrimas, han conocido que el Espíritu Santo las ha guiado por vía más derecha que nunca pensaron; porque cuando el ánima descansa de llorar es con ella lo que llorando buscaba, y se halla tan contenta, que claramente conoce haber cesado las lágrimas, porque cesó la ausencia del que las causaba; y conocen por experiencia aquello que el Señor dice (Lc 6,21): Benditos los que ahora lloráis, porque reíros habéis.

Acontéceles a éstos como al cielo, que antes que llueva está turbio y oscuro, todo amarañado y ciego; mas después que echa de sí el agua queda claro y descubierto, alegre y sereno, que parece reírse mostrando su hermosura, quitado todo impedimento. Así de esta manera los que lloran, según hemos dicho, por lavar sus ojos para ver espiritualmente a Dios, después de las lágrimas que han manado y descendido de las nubes de sus ojos que se abrieron, apártase del cielo de sus ánimas toda oscuridad y niebla de tristeza, quedando con tanta claridad interior, que les parece tener ánimas cristalinas y muy claras todas, penetradas con la divina claridad y llenas de aquel gozo de que dice Tobías hablando con Dios (Tob 13,16): Después de la tempestad haces, Señor, tranquilidad, y después de las lágrimas y lloro infundes gozo.

La tranquilidad y quietud del recogimiento causa el Señor y hácela de su mano en muchas personas que, considerando serles imposible por sus pocas fuerzas, causan en sí tempestad de fatiga y tristeza interior, por no poder alcanzar lo que desean, y por dar señal de este deseo lloran y derraman lágrimas, después de las cuales infunde el Señor gozo. Y llámase este gozo infuso, porque es de arriba, de donde se esperaba el favor, porque no tiene los sabores ni condiciones del gozo de la tierra, el cual se compara al punto por no tener profundidad con que entre en la conciencia del justo; ni altura, pues que en ninguna cosa es conforme al gozo celestial; ni tiene anchura, pues con nosotros no nace ni fenece, ca nos deja entrar y salir del mundo llorando, y solamente nos acompaña algún tanto de nuestra vida para que no seamos rectos; pues nuestro medio no conforma con los extremos, que son nacer llorando y morir llorando.




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