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Este ejercicio del recogimiento aborrece toda salida, porque aun el mismo nombre nos enseña
que hemos de estar muy cogidos y muy plegados en nosotros mismos, en tal manera que cada
ánima que sigue el recogimiento sea como emparedada, cuya celda es el corazón, la puerta del
cual es el recogimiento por do hemos de entrar en nosotros mismos a manera de culebras que
se quieren remozar y dejar el cuero viejo; las cuales después de este remojar en algún río entran
por algún angosto y áspero lugar para dejar la vieja vestidura, a manera de las cuales, después de
nos haber bañado en el río de las lágrimas siete veces por los siete pecados mortales, como
Amán leproso, habemos de entrar por la puerta estrecha del recogimiento, según aquello que
dice el Señor: Entrad por la puerta angosta; porque ancha es la puerta y espaciosa la vía que
lleva a la perdición (Mt 7,13), y muchos son los que entran por ella; empero muy angosta es la
puerta y estrecha la vía que lleva a la vida, y pocos la hallan.
El recogimiento es puerta angosta, por la cual sólo Dios cabe, y nuestra ánima que se trabaja de
entrar con él sola, para poder así sola decir aquello de los Cánticos (Cant 2,16): Yo a mi amado,
y mi amado a mí. En estas muy breves palabras solos están el ánima y Dios, los cuales solos
entran por esta puerta angosta del recogimiento; y el Señor entra delante, para que diga el ánima
fiel haberla metido el rey a la celda del vino de la consolación interior, donde se ordena el amor
perfectamente.
La puerta y vía de la perdición es la contraria del recogimiento, y se llama distracción o
derramamiento, que es un mal tan grande que por maldición fue dado a Rubén por el pecado
que había cometido y por la traición que había hecho a su padre (Gen 49,3); donde es de notar
que, si profundamente se mira, el principio de todos los males es la distracción y derramamiento
del corazón; y todos los que van a la perdición entran por esta puerta muy ancha y por este
camino muy espacioso, dando los hombres licencia a sí mismos de imaginar y distraer sus
corazones por todas las anchuras del mundo, y que salgan de ellos, según dice el Señor (Mt
7,18), las blasfemias y los hurtos y todos los otros pecados que no saldrían a la boca ni a la obra
si no se desmandasen primero del corazón. Por esta puerta de la distracción entran muchos,
empero por la puerta estrecha del recogimiento muy pocos entran. Pocos hallan este camino,
según dice el Señor, aunque acaece buscarle muchos; empero la perseverancia lo muestra, y el
Señor toma de la mano a los que por esta puerta quieren entrar dentro de sí a hallar la vida de
la gracia que se aposenta en la silla del corazón.
Los que han entrado dentro en sí por esta puerta no deben salir del santuario de Dios, donde ya
entraron; mas emparedarse y encerrarse cuanto más pudiesen en sí mismos, que son templo de
Dios, según dice San Pablo (1 Cor 6,19), en el cual deben morar y no salir fuera, como si toda
esta presente vida les fuese un treintanario cerrado que en la muerte se había de abrir y desatar;
en la cual ha de ser nuestra ánima llevada de esta cárcel a confesar por entero el nombre del
Señor.
En la figura de este encerramiento espiritual que deberíamos tener dentro en nuestro corazón
se dice de aquel santo varón Josué (Ex 33,11): El mancebo Josué, hijo de Nun, criado de
Moisés, no se apartaba del tabernáculo de Dios. Este santo varón Josué subió con Moisés al
lado del monte, y sucedió a Moisés por mandato de Dios para que metiese los hijos de Israel en
la tierra de promisión, y por sus merecimientos hizo Dios muchas maravillas. Donde con
mucha razón tiene figura del varón recogido no menos en las otras cosas que en la significación
del vocablo, porque Josué quiere decir salvador, y es cada varón recogido que procura salvar su
ánima en este santo ejercicio del recogimiento; el cual ejercicio puede muy bien decir aquello de
San Lucas (Lc 9,24): El que perdiera su ánima por amor de mí, hacerla ha salva. Este Josué se
dice ser mancebo, para que denote ser su juventud como de águila, pues en breve tiempo llevó
los hijos de Israel a la tierra de promisión, que son los deseos del varón recogido, que del tal
son llevados a la dulcedumbre interior que les es prometido.
Dícese más, que era criado de Moisés para que se conozca en este ejercicio tuvo maestro; el cual
dije en la letra pasada ser necesario; y en el subir con él al lado del monte nos es mostrado que
el humilde discípulo, que trabajó en todo obedecer e imitar al maestro en algo, le suele después
parecer y aun en mucho; ca éste sucedió casi en todo a Moisés, y Eliseo a Elías.
Dice más: que era hijo de Nun, que quiere decir eterno o permaneciente, porque el seguidor del
recogimiento ha mucho de permanecer en él y tener de ello firme propósito y obras. Onde lo
último que se dice de Josué es que nunca se apartaba de la tienda o tabernáculo de Dios, porque
siempre ha hombre de trabajar cómo nunca salga de su corazón, teniendo la rienda a sus
pensamientos y quitando todas las ocasiones que lo hacen de sí salir. Empero, porque acaece
que mientras el hombre se quiere más recoger sale con mayor furia el pensamiento a cosas
diversas en que se distrae, es menester que hombre tenga aviso para que el corazón no siga al
pensamiento yéndose tras las cogitaciones, ca las suele muy de presto seguir, lo cual llora San
Bernardo diciendo: Ninguna cosa hay en mí más huidora que mi corazón; cuantas veces me deja
y corre por malas cogitaciones, tantas veces ofende a Dios; mi corazón es vano y vago e
inestable, que, cuando es llevado a su albedrío, carece del divino consejo; no puede consistir en
sí mismo, mas es más movible que toda cosa movible; por cosas infinitas se distrae, y acá y
acullá discurre por cosas innúmeras, y buscando holganza por cosas diversas, no la halla; mas
siendo miserable en el trabajo, remanece vacío de holganza; con sí mismo no está concorde, mas
de sí mismo discorde; rehúye de sí, trueca las voluntades, muda los consejos, edifica cosas
nuevas, destruye las viejas, las destruidas torna a edificar, las mismas cosas otra y otra vez por
otra y por otra orden muda y ordena, porque quiere y no quiere y nunca en un estado
permanece.
Porque así como un molino se vuelve de presto y ninguna cosa desecha, mas cualquiera cosa
que le echan muele, y si le echan algo gástase a sí mismo, así mi corazón siempre está en
movimiento y nunca huelga; o duerma o vele, sueña y piensa cualquier cosa que le ocurre; y así
como el molino, si le echan arena deshácelo, la pez lo ensucia, la paja lo ocupa, así a mi corazón
el amargo pensamiento lo turba, el no limpio lo ensucia, el vano lo inquieta y fatiga; mi corazón,
mientras no se cura del gozo advenidero ni busca el divino favor, se aparta del amor celestial y
se ocupa en el amor de las cosas terrenas; y cuando se escapa de aquéllas y se vuelve en éstas
recibe la vanidad, y curiosidad lo lleva, el deseo lo convida, el deleite lo engaña, la lujuria lo
ensucia, la envidia lo atormenta la ira lo turba, la tristeza le da fatiga, y así con miserables
desdichas se lanza en todos los vicios, porque dejó a un Dios que le pudiera bastar.
Derrámase por muchas cosas de esta parte y de la otra; busca do pueda holgar, y ninguna cosa
halla que le baste hasta que torne al mismo; es llevado de pensamiento en pensamiento, y es
variado por diversas ocupaciones y aficiones, porque a lo menos sea lleno con la variedad en las
mismas cosas con cuya calidad no se puede hartar; así se resbala la miseria del corazón, quitada
la divina gracia; y cuando torna a sí, mira lo que pensó y no halla cosa, porque no fue obra, sino
importuna cogitación, por la cual de no nada compone muchas cosas y así finalmente engaña la
imaginación formada por la burla de los demonios. Mándame Dios que le dé mi corazón, y
porque a Dios que manda no soy obediente y súbdito, a mí mismo soy rebelde y contrario;
donde a mí no podré ser sujeto hasta que a El no sujete, y serviré a mí no queriendo, pues a Él
no quise servir queriendo, y, por tanto, más cosas compone mi corazón en un momento que
todos los hombres puedan acabar en un año; no estoy unido con Dios, y por eso en mí mismo
soy diviso.
Bien nos ha declarado este santo la salida del corazón, según todas sus particularidades, y cuán
sin provecho sea, y aun cuán dañosa sea a los varones recogidos; lo cual quiso sentir el santo
Job cuando dijo (Job 21,11): Salen a manadas sus muchachos, y sus pequeñuelos se gozan en
juegos. A manadas salen nuestros pequeñuelos muchachos cuando sale de nuestro corazón el
tropel desconcertado de los pensamientos, que son llamados muchachos por no tener seso ni
orden ni concierto, y por esto para castigo suyo será bienaventurado el que les diere de
cabezadas a la piedra que es Cristo. La razón, según dice San Jerónimo: El que para castigo de
aquestos muchachos les diese de cabezadas a estas piedras, harálos asesar; lo cual hace el que
conforma, aunque forzosamente, sus pensamientos con Cristo y con la razón, que es lo mismo.
Puédese también decir que la piedra dura es la reprehensión que debe dar el hombre a sí mismo
cuando se halla vagueando fuera de sí en cuidados extraños, o se halla descuidado admitiendo
pensamientos inútiles al corazón, los cuales no se deben ir sin castigo, conforme a lo cual dice
Ricardo: Acontece que, puestos en oración, sufrimos fantasías de imaginaciones que con gran
importunidad se ofrecen al corazón, mas ¿por ventura debemos ser negligentes, dejándolas sin
nuestra reprehensión? No.
Es mejor reprehenderlas duramente, y con la representación de la pena reprimir la provocación
de la culpa, y castigar los pensamientos con otros pensamientos. No digo que castiguemos
nuestro corazón cuando se desmanda a pensar cosas torpes, porque esto ya está dicho; mas digo
que lo castiguemos aun cuando se desmanda por cosas inútiles, porque la Escritura dice que el
Espíritu Santo se aparta de los pensamientos que son sin entendimiento, desvariados, sin orden
ni provecho; y en esto debes mucho mirar, porque Ricardo hace esta diferencia entre el varón
bueno y el perfecto: que el primero castiga en sí todos los malos pensamientos, y el segundo
todos los inútiles.
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