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De esta batalla de los pensamientos se desechan por mandado de Dios cuatro maneras de
hombres (Dt 20,2-9) que son inútiles para el recogimiento donde peleamos, por que Dios posea
nuestra ánima en paz.
La primera manera de hombres son los que han edificado casa y no la han estrenado. Éstos son
los que han entrado en la casa de la religión que más les agradó, la cual casi edificaron para sí en
la elegir; empero no la han estrenado los que no guardan las cosas menores que en ella
pertenecen a los principiantes; y éstos no son idóneos para la batalla del recogimiento, porque,
como un santo dice, no debe preguntar por la perfección mayor el que desprecia la menor.
La segunda manera de hombres que se desechan de la batalla del recogimiento son los que han
plantado majuelos que aún no llevan uvas de que todos puedan comer, en lo cual se desechan
de aqueste ejercicio los clérigos codiciosos que se ejercitan en la viña de la Iglesia cuyos frutos
enduran no partiendo con los pobres, según son obligados, y, siendo notados de codiciosos, no
se admiten a esta batalla; y señálase más en éstos la codicia que otro vicio, porque comúnmente
reina más en ellos y son las personas de menos caridad del mundo, aunque sean más que nadie
obligados partir con los pobres.
La tercera manera de hombres que de esta batalla se desechan son los desposados, en lo cual se
desechan de aqueste ejercicio los seglares que viven en el mundo, si aman malamente las cosas
carnales, ca éstos se entienden en los desposados, que suelen con demasiada afición amar.
La cuarta manera que se reprueba es de los hombres medrosos, que de temor no osan comenzar
el recogimiento donde les mandan vencer la guerra de los pensamientos, lo cual tienen por
imposible, atándose a un ejemplo que leen en la vida de San Bernardo, del cual se dice que
prometió su mula a un labrador por que le dijese una muy breve oración sin pensar cosa alguna
que fuese, y él al medio de la oración comenzó a pensar si se la habían de dar ensillada y
enfrenada.
Este ejemplo en cosa que iba sobre apuesta no vale nada; ca el negocio de que hablamos no ha
de ir sobre apuesta, sino sobre fe y esperanza del Señor; del cual se dice que ha de tornar en
nada nuestros enemigos para que podamos hacer algo nosotros; y según esto dice San Gregorio:
Ninguno atribuya a sí mismo si venciere las cogitaciones, porque el mal de la corrupción que
cada uno trae desde principio de sus carnales deseos ha de ejercitar en el curso de su edad; y si
este mal no lo reprimiere de presto la mano de la divina fortaleza, todo el bien de la naturaleza
traga la culpa hasta el profundo, porque ni el que planta ni el que riega es algo, sino Dios que
da el crecimiento. No dice aquí este santo que desesperes, mas que, si vencieres, atribuyas a
Dios la victoria, que tanto será más gloriosa cuanto de más poderosa mano fuere alcanzada.
Lo que algunos acerca de esto desean saber es la causa de que proceden los pensamientos que
les dan fatiga; si vienen de parte del demonio, o de parte del mal deseo proprio de que cada uno
es tentado, o de parte de alguna mala ocasión o peligro a que se han puesto, o de cualquier de
las causas que arriba se pusieron, proceden los malos pensamientos.
A esta duda respondió San Bernardo diciendo: ¿Quién es tan velador y tan diligente guarda de
sus movimientos interiores, o hechos en sí o de sí procedentes, que claramente entre cualesquier
cosas ¡licitas sepa discernir con el sentido de su corazón la enfermedad del ánima y el bocado de
la serpiente? Yo no pienso ser esto posible a alguno de los mortales, sino aquel que, alumbrado
del Espíritu Santo, recibió el don especial que el Apóstol (1 Cor 12,10) cuenta entre las otras
gracias suyas, y lo nombra discreción de espíritu.
Donde cuanto quier que alguno, según Salomón (Prov 4,23), guarde su corazón con toda
guarda, y todas las cosas que dentro de él se mueven conserve con vigilantísima intención; y
aunque contino ejercicio haya tenido en estas cosas a frecuente experiencia, no podría
apuradamente conocer y discernir en sí ni apartar el mal que dentro nace y que de otro se
siembra, para que también nazca; porque ¿quién entenderá las maldades? (Sal 18,13) Ni nos va
mucho en saber de dónde nos viene el mal, con tanto que sepamos que lo tenemos; mas antes
debemos velar y orar por no consentir a él de cualquier parte que sea; acá ora el profeta contra
el un mal y el otro, diciendo (Sal 18,14): Líbrame, Señor, de mis males ocultos, y de los ajenos
perdona a tu siervo. Yo no puedo datos lo que no recebí, ca confieso que no recibí de donde
señale cierto conocimiento entre el parto del corazón y seminario del enemigo. Ciertamente lo
uno y lo otro es malo, y lo uno y lo otro es de mal; lo uno y lo otro es en el corazón, mas no del
corazón; esto todo, cierto, es en mí, aunque sea incierto de lo que deba atribuir al enemigo y de
lo que deba atribuir al corazón, y esto, según dije, sin peligro.
Esto ha dicho San Bernardo, en lo cual nos muestra cómo no es cosa peligrosa ignorar de
dónde proceda la guerra de los malos pensamientos; basta que sepamos que es guerra hacedora
de dos males principales, según aquello de los Macabeos (2 Mac 14,6): Las guerras crían las
disensiones y revueltas, y no dejan estar el reino quieto. En el cuerpo cría esta guerra de los
malos pensamientos la disensión y el desconcierto, en que no se conforma la sensualidad con la
razón; y en el ánima hace otro gran mal, no dejándola estar quieta y sosegada, para que así sea
en paz del Señor poseída.
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