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Según dice el Apóstol (Sant 3,2), todos ofendimos en muchas cosas y aún ofendemos, y si las
cosas pasadas y presentes dan razón de las por venir, razón es que confesemos ser tanta nuestra
flaqueza, que también tememos ofender en muchas cosas, y no una vez, sino muchas; pues que
el justo cae siete veces al día. Y que ofendamos mucho, cosa es notoria a los que saben; pues no
deberíamos cometer un pecado, aunque fuese venial, por todo el mundo que nos diesen. Así
que, pues ofendemos en muchas cosas y mucho y muchas veces, menester es que seamos
siempre corregidos; conforme a lo cual dice nuestra letra: Por amor y sin enojo corrige siempre
tu ánima.
Dos maneras hay de corrección que el hombre debe tener consigo. La primera corrección y más
necesaria que el hombre debe hacer a su ánima es retraerla del mal al bien, según somos
obligados; porque si la corrección fraternal obliga al cristiano, mucho más lo obligará la
corrección de su misma ánima, por ser a él más conjunta. De esta corrección, que es del mal al
bien, dice el Sabio (Ecl 1,15): Los perversos con dificultad se corrigen.
El que tiene ya pervertidas las buenas costumbres y vueltas en malas, más tiempo ha menester
para tornar a ser bueno que al que es malo; porque si ha un año que sigue un vicio, es menester
que siga dos años la virtud contraria para que aparte de sí la mala costumbre y cobre hábito y
costumbre virtuosa; donde por esto dice el Sabio que los perversos con dificultad se corrigen;
ca no solamente deben para se corregir arrancar el vicio, mas plantar en su lugar la virtud y
esperar que florezca tanto como florecía el vicio.
Esta corrección primera pertenece a los pecadores, y la segunda, que es de bien en mejor,
pertenece a los justos, según aquello del Sabio (Prov 21,8): El que es recto corrige su camino.
Rectos en la Escritura son los justos que aman a Dios; y éstos corrigen su vía, no porque iban
errados, sino por correr y subir de virtud y de bien en mejor.
Hablando de esta corrección que toca a los justos, lo primero que los varones recogidos deben
corregir en sí es la negligencia; y no digo el pecado mortal, porque no ha de reinar en ellos
ningún vicio que sea, porque el ánima viciosa en ninguna manera tiene cara para llegarse al
recogimiento entrañal; empero, muchas veces los que ponen en obra menos males son
atormentados de pensamientos que los otros.
Porque, como sea cosa natural sentir los males, no pueden dejar de hacer en el hombre alguna
impresión; la cual si se reprime, para que no salga en obra, no deja de ejecutar su furia en el
corazón que se trabaja de vencer con apariencia; y la corrección que merece el culpado que hizo
la ofensa hala de dar en el varón justo a su mismo corazón, porque siente mucho y no se aplaca
presto, lo cual hacía el bienaventurado San Bernardo cuando de sí mismo se quejaba a nuestro
Señor diciendo:
Cría, ¡oh Dios mío!, en mí corazón limpio; porque no solamente lo ocupa la vana cogitación y la
torpe lo ensucia, mas aun la amarga lo disipa, porque muchas veces, conmovido por alguna
injuria, soy comprimido en el corazón con espesos bullicios de cogitaciones; de un cabo y de
otro solicito y ciego estoy imaginando la venganza de la injuria recibida y cómo podré tener
ocasión para me vengar.
Multiplico los consejos y no hago otra cosa en el corazón sino acabar las rencillas que faltan de
fuera; no veo los presentes, y contradigo los ausentes; dentro de mí pronuncio deshonras y
recíbolas, y a las recibidas más duramente respondo; y como no haya quien me contradiga, estoy
componiendo en el corazón barajas; estoy considerando las asechanzas de los envidiosos y
pienso qué podrán mover y busco qué pueda responder, y como no tenga cosa alguna, trabajo
como litigador vacío, y así paso el día en ociosidad y la noche en pensamiento; estoy torpe en la
obra provechosa, porque soy fatigado de la ¡licita cogitación; así peleo dentro en la memoria,
porque no hay de fuera repugnancia.
También algunas veces lo que hice en el cuerpo después con importuna cogitación lo revuelvo
en la memoria; y muchas veces soy más gravemente atormentado en la recordación que no en la
obra pasada, y algunas veces las cosas que nunca hice ni tuve en la voluntad, en tal manera las
pienso, que casi me pesa por no haberlas hecho.
Límpiame, Señor, de mis cosas ocultas, porque, cuando hago algo en lo de fuera, peco
gravemente en lo de dentro, ca en el corazón guardo las cosas pintadas que vi y las que hice; y
por tanto no ceso de revolver en el corazón tumultos de diversas cosas temporales, aun cuando
estoy en quietud; porque, en el pensamiento, como cuando ayuno, hablo cuando callo, tomo ira
cuando estoy sereno, huelga el cuerpo y anda el ánima discurriendo por una parte y por otra.
En estas palabras ha mostrado este santo cuánta necesidad tenga nuestra ánima de ser recogida,
pues que dentro en sí misma tiene tanto desatino y revuelta muy contraria al recogimiento.
Acontéceles a los varones recogidos con su ánima como al cazador con el ave que prende viva
para poner en alguna jaula, que fuera de aquel encerramiento estaba encima de los árboles
quieta, mas después de encerrada no tiene reposo alguno, sino saltar de una parte a otra y
herirse la cabeza por salir; y si sale, huye tanto, que el cazador pierde la esperanza de la ver más
en la jaula encerrada. Casi de esta forma, cuando la persona devota quiere poner su ánima en la
jaula del recogimiento, allí la siente más inquieta que antes, viendo que pierde todo el sosiego
pasado y siente grande agravio teniendo menos sosiego que antes que se diese al tal ejercicio; y
son tantas las vagueaciones que a las veces ocurren, que pierde la esperanza de poder seguir el
recogimiento; y queriendo algunos remediar esto, hácense tanta fuerza en desechar estas
vagueaciones y toman de ellas tanta pena, que les causa dolor de cabeza y flaqueza corporal y
otras fatigas no pequeñas, queriendo con enojo corregir las cosas que mejor se castigan con una
amorosa disimulación, conforme a lo cual dice nuestra letra: Por amor y sin enojo corrige
siempre tu alma.
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