CAPÍTULO III. DE COMO HA DE CALLAR NUESTRO ENTENDIMIENTO

Lo segundo que la presente letra nos amonesta es que acallemos nuestro entendimiento; y esto, según comenzamos a decir, entiéndese del entendimiento especulativo, que anda revolviendo y escudriñando curiosamente los secretos de las cosas; lo cual le conviene dejar para conocer a Dios por la vía negativa de que hablamos, porque, según dice San Gregorio, cualquiera cosa que podemos ver en la contemplación no es Dios; mas entonces es verdadero lo que de él conocemos cuando plenariamente sentimos que no podemos conocer algo de él.

No solamente aprovecha a los varones recogidos que han elegido este camino estrecho que lleva a la vida; no solamente les aprovecha acallar su entendimiento para conocer a Dios más altamente y más propriamente; empero también les aprovecha para orar más puramente y para con más brevedad manifestar a Dios todo lo que quieren, el cual nos mandó que no hablásemos mucho en la oración, porque Él sabía lo que nos era menester antes que pidiésemos, pues que es Dios de las ciencias.

Por esta manera de acallar el entendimiento y hacer que llame la voluntad se hace la oración breve, que penetra los cielos sin tiempo; y no la llamo breve porque no haya de durar mucho, sino porque no usa de medio alguno para con Dios, sino sólo el del amor, que puede súbitamente juntarse con Él; evacuar se ha en el cielo la fe que pertenece al entendimiento, el cual ahora no se llega inmediatamente a Dios, según dice San Pablo, sino mediante las criaturas, que son razón de su conocimiento, pues por ellas se conoce que nos lo traen a noticia; mas no se ama por ellas, sino por sí solo; y de aquí es que la caridad que ahora tenemos permanecerá en el cielo, porque ahora inmediatamente nos junta a Dios, lo cual hará también allá, aunque nos juntará más por estar más crecida.

Nuestro entendimiento nos trae a Dios para que lo conozcamos; y como no nos lo puede traer desnudo, sino según nuestro flaco conocimiento y según la manera con que lo podemos recibir, claro está que mediante otra cosa lo hemos de conocer; empero, como el amor nos saca fuera de nos para ponernos y colocarnos en lo que amamos, va el amor y entra a lo más secreto, quedándose el conocimiento fuera en las criaturas, por lo cual dice San Cipriano: La afirmación de la esencia de Dios no puede ser habida en pronto, porque no es definible la divinidad, sino que más verdadera y llanamente el apartar muestra negando lo que no sea que no afirmando lo que sea; porque no puede ser cosa que esté sujeta al sentido, ca excede todo entendimiento, y cualquier cosa que puede ser oída, vista o sabida no conviene a la Majestad.

Ruda es en aquesta consideración toda vista de los sentidos, nuestro miramiento ciega aquesta invisible luz y naturaleza inaccesible que cercan los serafines con seis alas de una parte y de otra y con estado y vuelo la esconden; con el estado muestran la inmovilidad de la eternidad y con el vuelo su alteza, así elevada en las cosas superiores, que por mucho que el hombre suba el corazón alto, se ensalce Dios y se escape de la importunidad de la comprehensión; pues que, según dice este santo, Dios nuestro Señor se remonta y aun prevalece a la especulación de nuestro entendimiento, por muy afilada que sea.

Consejo es muy saludable y muy repetido en la Escritura esperar con silencio su salud, para que así, mientras todas las cosas interiores nuestras tuvieron un medio silencio que usaron los santos, aquí en este medio mundo venga de las sillas reales la poderosa palabra de Dios a nuestros corazones; y aunque no sea cosa fácil guardar este silencio, porque el dragón con su batalla de cogitaciones lo presume estorbar para que no tenga entera quietud en el cielo de nuestra ánima nuestro Señor Dios, al cual, según dice San Gregorio, hacemos este silencio, para que repose en nosotros, no por eso debemos cesar de lo guardar siquiera media hora, pues no faltará quien les diga que no inquieten a la querida y devota ánima hasta que ella quiera, para que de los amparados en este escondimiento y secreto de tu morada se pueda decir (Sal 106,30): Gozáronse porque callaron y trújoles el Señor al puerto de la voluntad dellos. Alaben al Señor sus misericordias y las maravillas que hace con los hijos de los hombres. Este puerto a que el Señor muy loable nos trae, según dice la glosa, es una quietud que desean los justos; la cual sin duda se alcanza callando el entendimiento con el sosiego interior; y porque no bastan nuestras industrias para lo acallar sin que se mezclen en infinitas cuestiones, dice David que Dios nos trujo a la deseada quietud, y para esto es menester que acallemos, según nuestra posibilidad, nuestro entendimiento; por que así sea silencio la guarda de la justicia, según dice Isaías (Is 32,18), aunque este silencio sea de nuestra parte imperfecto, no entero, sino como de media hora, según dice San Juan, y sea medio según dice el Sabio, no por esto hemos de cesar de lo inquirir; porque nuestro Señor lo puede perfeccionar, según lo promete por el profeta diciendo (Sof 3,14-18) : No quieras temer, Sión, ni se deshagan tus manos; porque tu Señor Dios está fuerte en medio de ti: El salvará y gozarse ha sobre ti en alegría, y callará en el amor tuyo; habrá placer sobre ti en alabanza.

Maravilloso callar y muy digno de loar con admiración es el del amor, en el cual íntimamente se acalla nuestro entendimiento habiendo hallado una noticia experimental que mucho lo satisface, porque según claramente vemos, cuando por experiencia se conocen presentes los que se aman, entrambos callan, y recompensa el amor que los junta la falta de las palabras.

Todas las ansias del niño cesan cuando lo abraza su madre: ya no cura más de hablar, y ella también calla en su amor. ¡Oh cuán indecible y no explicable es el silencio con que en el amor callan Dios y el ánima cuando él desciende sobre ella como río de paz y como arroyo de miel muy suave (Is 66,12); cuando del que es fuente viva corren a ella las aguas de Siloé en silencio (Is 8,6); cuando, cesando las palabras, vienen a las obras; cuando calla el ánima no sabiendo qué se demande, pues no le falta ningún cumplimiento de sus deseos; cuando calla el Señor, porque no halla qué reprehender a quien tantas señales muestra de amor; cuando el ánima se mira tan casta por el amor que sale de ella al que la crió; cuando se ve limpia por tener en sí al Señor suyo, que deshace todos sus pecados y la torna como paloma blanca lavada con leche purísima de gracia!; duerme ella porque ya no cura de alguna especulación; vela su corazón porque el amor no duerme en paz y en el que ama; duerme su entendimiento y reposa su voluntad porque está junta a Dios y hecha un espíritu con Él; hácese entonces sábado de sábado, porque de la holganza de la fantasía, que daba trabajo con su imaginación, se causa la quietud de la voluntad, que por estar muy encendida y emprendida en aquel que no se consume, ya no ha menester leña de consideración para que no se apague el fuego del amor que entonces arde.

La reina de Saba y el rey Salomón se corresponden con dones admirables, tornando a reciprocar el amor en la soledumbre del silencio; habla Dios (Os 2,14), no con palabras al corazón, sino con seráficas comunicaciones; háblanse por señas más declaradoras que jamás fueron palabras; y, finalmente, calla Dios y el ánima como amigos que duermen muy seguros en un estrado, a los cuales el amor ha hecho tan conformes, que no salgan de un parecer; en tal manera que lo que hace el uno se diga hacer el otro.




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