CAPÍTULO V. DE LA CONCORDIA QUE HA DE HABER DENTRO EN TI

La concordia de estos dos hermanos es a Dios muy apacible, y aun también a los hombres, según dice el Sabio; empero, la concordia ha de ser de esta manera: que el menor sirva al mayor y esté a él obediente, y consienta ser castigado y reprehendido si errare. Cosa notoria es que la sensualidad, que es el menor hermano, aunque tenga en algunos varones perfectos mucha sujeción y conformidad con la razón, empero, nunca del todo se acaba de conformar y sujetar, por lo cual comúnmente dicen los doctores que los primeros movimientos no están en las manos del hombre, aunque esto sea verdad; empero, la razón no había de dejar de mostrar siquiera mal rostro en el primer movimiento a este su hermano menor, por que no se desmandase; mas viniendo del primer mal movimiento al segundo, que ya es pecado venial, atribuido a la razón porque se descuidó en corregir a quien debiera.

¿Qué diremos de los hombres depravados brutales, que David compara a las bestias por haber perdido el dominio y la honra en ellos este hermano mayor, haciéndose menor y dando la jurisdicción y mando a la sensualidad, que es el hermano menor, y que ya casi del todo ha renunciado su derecho? No sé qué diga de la razón y sensualidad de los tales, sino que sean peor que Jacob y Esaú, de los cuales se dijo: El mayor servirá al menor. En los semejantes ya la razón sirve a la sensualidad, porque nunca piensa sino cómo podrá haber mundano placer y buscar las cosas que a la carne corruptible pertenecen; y más que defiende ya esto con muchas razones, como cosa necesaria a la vida y salud suya; y nunca acude sino quejándose y diciendo que las cosas groseras le hacen mal. Todo su cuidado echa en comer, como aquel Esaú mal mirado, que vendió su legítima al hermano menor por una breve comida (Gen 25,29-34) y después no tuvo en nada haberla vendido, aunque no la pudo más cobrar.

Así acaece en estos que su legítima herencia celestial, que por ley divina se les promete, venden porque la sensualidad les busque manjar y les dé sus vanos y falsos deleites, figurados en la escudilla de lentejas por la cual vendió Esaú su legítima; y lo peor es que no tienen en nada las cosas celestiales, según parece, pues no se trabajan de las haber; mas creo que piensan o muestran pensar que el cielo, como cosa vil, les ha de ser ofrecido, o que Dios les rogará con él, como si lo tuviese aburrido y no tuviese a quien darlo.

Así que has de notar que no place a Dios la concordia de los hermanos, esto es, de la razón y sensualidad tal cual fue entre Esaú y Jacob en aquella vendida cautelosa, sino tal cual fue entre Abrahán y Lot, que eran hermanos; y el mayor, que era Abrahán, libró al menor de las manos de los cinco reyes que lo llevaban preso (Gen 14,9-16); y así el hermano mayor, que es la razón, ha de librar a la sensualidad, como a hermano menor, de los cinco sentidos corporales que la prenden y cautivan. O la concordia entre los tales hermanos ha de ser como la que fue entre San Pedro y San Andrés, que eran hermanos, que fueron entrambos discípulos de Cristo, y por Él murieron entrambos en cruz; así la razón y sensualidad, por seguir a Cristo, han de ser crucificadas en cruz de penitencia, para que de ellas se diga: Ésta es verdadera hermandad, que siguió a Cristo y tiene por premio ínclito los reinos celestiales.

En lo segundo que dice el Sabio del amor de los prójimos, también se figura, por otro respecto, el amor que ha de haber entre la sensualidad y la razón. Para lo cual es de saber que prójimo nuestro es todo pariente, y amigo, y cercano y vecino, y todo aquel que es de nuestra naturaleza humana; y como no haya cosa más vecina y cercana a la razón que la sensualidad, en cuanto al lugar do se crían, que es en el hombre, en el cual juntas nacen y viven, síguese que, en alguna manera, se pueden llamar prójimos la una de la otra. Y según este nombre se queja la razón de la sensualidad en el salmo diciendo (Sal 37,12): Mis prójimos se llegaron y estuvieron contra mí. Llama aquí prójimos estos sentidos del cuerpo, que son morada y fortaleza de la sensualidad.

El amor que razón tiene con estos prójimos, dice el Sabio que se agrada Dios y aprueba el tal amor con tal que sea bueno; porque así como entre los prójimos acá corporales y exteriores hay amor bueno y malo, así entre estos prójimos espirituales de que hablamos.

El amor bueno es aquel que se incluye en el mandamiento del amor del prójimo cuando dice Dios: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Aquí no se pone por mandamiento que hombre ame a sí mismo, mas presupónese como cosa que se está de suyo, porque natural cosa es al hombre amarse para la bienaventuranza; y como este tal amor ha de ser el que hemos de tener a nuestros prójimos, que así como amamos a nosotros mismos para la bienaventuranza que naturalmente deseamos, así esto es para que a aquel fin los amemos a ellos.

Tornando al propósito, la razón se ama a sí misma para la bienaventuranza; y si quiere agradar a Dios ha de amar también a la sensualidad y a todos sus movimientos para la bienaventuranza; lo cual hace cuando lo sufre en paciencia, sufriendo los insultos carnales como quien sufre martirio, y con tanto amor y fortaleza como sufre el caballero mártir los golpes que le han de causar victoria, porque, según dice un santo, la castidad en la juventud tanto es mayor martirio que el del cuchillo, cuanto es más continuo y prolijo y peligroso. Ama, pues, hermano mío, estos sayones y atormentadores y malos prójimos tuyos, que son los apetitos y tentaciones carnales, por terribles que sean, así como amaba San Esteban a los que le apedreaban, y haz por ellos la oración que él hacía por los otros, diciendo: ¡Oh Señor Dios mío!, no les cuentes esto a pecado, porque no saben lo que hacen careciendo de razón, la cual a ti sólo busca y desea.

Estos dos prójimos, que son la sensualidad y la razón, se figuran en el hombre que descendió de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones que lo llagaron hasta lo dejar casi muerto; y pasó por ahí un samaritano que, según dice el Señor, fue su verdadero prójimo; el cual lo puso en una bestia que llevaba, atadas sus llagas y echado en ellas vino y aceite, y lo encomendó a un mesonero que lo acabase de curar (Lc 10,30 ss).

Este hombre tiene figura de la sensualidad, que, dejando la paz y sosiego que algunas veces tiene, desciende de aquella perfección y reposo donde estaba hecha casi espiritual, y desciende a Jericó; esto es a la mutabilidad del estado, porque Jericó quiere decir luna mudable. Y no basta descender, mas cae en las manos de los demonios que más la incitan y provocan a mal, hinchiéndola de malos hábitos y cualidades pésimas, como de llagas que le imponen, y déjanla casi muerta y vanse; porque los demonios no tientan más al hombre de hasta que ven que su misma mala costumbre basta para le quitar la esperanza de tornar a vivir en estado seguro; por que así sea el hombre más culpable siguiendo ya por sí solo los males.

Y dice estar casi muerto o medio vivo, que es lo mismo, porque no pueden quitar los demonios del todo al hombre la libertad para salir del pecado cuando quisiere, mientras está en el camino de esta vida presente: entonces ha de venir el samaritano, que se dice haber sido prójimo de aquéste, el cual tiene figura de la razón, que no ha de faltar ni en las mayores angustias de tentaciones. Y que el samaritano la figure, parece por su declaración; ca quiere decir guarda, y es la razón que ha de guardar solícitamente a la sensualidad; y dícese que pasó por allí, porque no estando presente la razón, esto es, no consintiendo, se causan muchas veces a la sensualidad muchos insultos; o dícese pasar por allí cuando para mientes las fatigas y tentaciones causadas en su sensualidad; pónelas sobre su bestia cuando las atribuye a su cuerpo carnal, que lleva consigo por el camino de esta vida; y echa aceite de misericordia compadeciéndose de los males y vino que escuece en las llagas cuando les pone penitencia, y viendo que esto no basta, porque, según dice el Sabio (Sab 8,21), ninguno puede ser casto si no le da Dios la continencia y castidad, encomiéndalo al mesonero, que es Cristo, ofreciéndole su entendimiento y voluntad por meditación y amor, prometiéndole que si lo sana de los males en que ha incurrido, poniendo de la botica de sus llagas la medicina, él se lo satisfará con muy mayores servicios que antes de la tentación.

Lo tercero que dice el Sabio aprobar Dios es el varón y la mujer que se bien consienten, los cuales se consienten bien cuando están ayuntados por legítimo matrimonio, y no de otra manera sino muy mal. Espiritualmente hablando, mejor se figura en el consentimiento de éstos el de la razón y sensualidad que no en las otras dos cosas, porque, según dicen las glosas, sobre el pecado del primer marido y mujer, que fueron Adán y Eva, la mujer tiene figura del carnal deseo, que es la sensualidad, y el varón Adán tiene figura de la razón; de manera que la razón y la sensualidad son como marido y mujer. Éstos engendran hijos, que son las buenas obras, cuando la sensualidad o el reino do ella tiene el poder, que son todos los miembros del hombre, sufrieran ser regidos y ayuntados a la razón, para que juntamente hagan alguna buena obra mediante la gracia del Señor, que como matrimonio los ayunta en muy buen consentimiento y conveniencia. Del cual consentimiento dice Cristo (Mt 18,19): Si dos de vosotros consintieren sobre la tierra, cualquier cosa que pidieren les dará mi Padre. Y de esta tal mujer se dice aquello del salmo: Tu mujer será en los rincones de tu casa como parra abundosa.

La casa es el cuerpo en cuyos rincones y partes mora la sensualidad; la cual, siendo sujeta a la razón y ayuntada a ella, según es dicho, es parra como abundosa en fruto, y de los hijos, que son las buenas obras, se sigue (Sal 127,3): Tus hijos estarán al derredor de tu mesa como pimpollos que nacen al derredor de las olivas.

Al derredor de la mesa celestial estarán nuestras buenas obras, porque mediante ellas será concedido sentarnos a la mesa que Cristo nos prometió, y compáranse a las olivas por el óleo de la misericordia de Dios que nos traen.

En otra manera se pueden juntar este varón y esta mujer fuera de la gracia del Señor, como fuera de los limites del matrimonio, y entonces los hijos que se engendran son grandes pecados, de los cuales dice nuestro Señor (Ex 20,5): Yo soy Dios celador para vengar la maldad de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación. Y cuando dice el profeta que el hijo no pagará la maldad del padre ni se la demandarán, entiéndese cuando las personas son diversas, y esto que hablamos se entiende cuando en una acaece espiritualmente según viste; y también el profeta habla cuando el hijo no imita la maldad de su padre, y en lo que Dios dice se entiende cuando la imita; o lo uno se entiende de pena eternal en el otro mundo, y lo otro de pena temporal en éste.

Para que se entienda lo que nuestro Señor dijo de la venganza en los hijos, notarás que el varón y la mujer, ya dichos, cuatro generaciones tienen. La primera es una mala inclinación o obra producida dentro en nos, y ésta sola la sensualidad la produce, y llámase primer movimiento primero producido.

La segunda generación es cuando la tal obra se ayunta con la sensualidad algún tanto la razón, y ésta se llama también obra o acto primero segundamente producido.

La tercera consiente cuando totalmente es la razón con la sensualidad en el mal, y determina de lo poner en obra teniendo ya ojo a buscar el cómo lo podrá ejecutar, a lo menos deseándolo ejecutar si pudiese.

La cuarta generación es cuando les place de haber hecho el pecado, del cual les debería pesar.

Dice, pues, el Señor que ha de vengar con celo de justicia la maldad y pecado de los padres, sensualidad y razón, hasta la tercera y cuarta generación, no haciendo tanta mención de la primera y segunda, porque la primera no es pecado; la segunda es pecado venial, que ligeramente se perdona; y hace expresa mención de la tercera y cuarta, porque son pecados mortales, que serán a grandes tormentos demandados al hombre en la cárcel del infierno, do nunca podrán ser pagados y siempre se demandarán; en figura de lo cual se dice que el rey que quiso estar a cuenta con los suyos, mandó que uno muy deudor suyo fuese vendido, y sus hijos y mujer N todo lo que tenía con él; y, finalmente, fue lanzado en la cárcel y traído en las manos de los atormentadores (Mt 18,23-34), a que le den tal trato que ninguna cosa le perdonen, mas que siempre le demanden la deuda, aunque no la pueda pagar; pues siempre quiso pecar, aunque no pudo para siempre vivir, y no pueda pagar en el tiempo que le demandan con grandes penas el que pudiera en el tiempo que no le demandaban pagar con sola la voluntad; así que el refrán común se cumpla que dice: El que cuando puede no quiere, cuando quiere no puede.

Según las dos declaraciones que has visto de la presente letra, (ornarás en ella dos fundamentos para el recogimiento. El primero, que andes siempre sobre el aviso, deteniendo los derramamientos del corazón; y el segundo, que sigas presto el amonestamiento de tu buena conciencia con ligereza de bien obrar, a lo menos en lo de dentro.




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