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Dícese más: que en esta soledumbre hay serpiente que con su flato quema, y es el demonio, que,
como otro Abimelec, se llega a la puerta de la torre (Jue 9,48-49), que es el sentido del
tocamiento, a poner fuego de lujuria por prender a los que están subidos en lo alto de su ánima,
y de esta manera los ministros del rey detestable (Dan 3,46), que son nuestros miembros, de que
él se sirve contra nosotros, no cesan de encender el horno de la tentación con estopa y gavillas y
atocha, añadiendo mal a mal, por que los tres niños, que son nuestras tres potencias, perezcan;
empero remedia nuestro Señor enviando el rocío de su gracia para que no dañe el fuego a los
que por él padecen; antes se pueda de ellos decir con mucha verdad (Is 43,2): Cuando
anduvieres en el fuego no te quemarás, y la llama no arderá en ti, porque yo soy tu Señor santo
de Israel, Salvador tuyo.
Según dice la glosa, aunque se quema el cuerpo en que tiene poder el demonio, no se quema el
ánima que se aplica a Dios, lo cual es andar en el fuego, ca los lujuriosos no andan en el fuego,
porque los tiene el demonio atados para dar de allí con ellos en las tinieblas exteriores; empero
los siervos de Dios andan en el fuego cuando, aunque son tentados, no dejan de orar y llegarse
más al Señor en la mayor tempestad, conociendo que, según dice San Bernardo, el fuego de la
lujuria es martirio prolijo, y aun se puede decir infierno superior, donde no se quema la
voluntad, pues no consiente sino la carne, y por eso dice el profeta que no arde la llama en ellos,
sino en el demonio que se enciende en ella, como el rico avariento, que era en la llama
atormentado; de manera que la llama es la pena que de ver que no consentimos recibe el
demonio, conociendo que no nos daña el fuego, sino púrganos como vasos escogidos del
templo de Dios, que podemos pasar por llamas y ser purgados con fuego (Num 31,22-23) para
que así sean nuestras carnes, como de animales limpios, santificadas y sacrificadas a Dios.
No deben a nadie espantar los movimientos bestiales, pues que todo cristiano conoce que no
empece sino lo que aplace, y así como el aplacer lo hace malo, así el desplacer lo hace bueno; en
tal manera que estas bestias, que son los carnales movimientos, tanto son más mansas a Dios
cuanto son más bravas a nosotros porque si contra nuestra voluntad moran en nuestros
términos, Dios no se espanta de ellas si no ve que somos diversorio no tan limpio como
nosotros querríamos; y por eso no deja de se esconder en el pesebre de nuestro corazón, aunque
estén bestias al derredor; y no por eso se sigue que los que padecen esto son pequeños en
perfección, porque, siendo el Señor de treinta años, se lee haber estado en el desierto con las
bestias, al cual podemos bien decir aquello de Job (Job 5,23): Las bestias de la tierra serán
pacíficas a ti.
A nuestro Señor son pacíficos nuestros bestiales movimientos cuando no es por ellos ofendido;
antes acaece que en las tales bestias sube a Jerusalén, donde en soberana paz es alegremente
recibido; porque, como dice San Gregorio, cuanto más crecen las impugnaciones malas tanto
más humilmente nos sujetan a Dios. Y el mismo dice sobre Job: Muchas veces acontece que el
espíritu levanta al ánima a las cosas soberanas, empero con importunas tentaciones le da
combate la carne; y cuando el ánimo es llevado a contemplar las cosas celestiales, se le ponen
delante las imaginaciones de la obra deleznable, porque la carne de presto llaga al que fuera de
la carne arrebataba la santa contemplación; así que el cielo y el infierno son constreñidos a estar
juntos cuando una misma ánima alumbra la alteza de la contemplación, y la importunidad de la
tentación la oscurece para que mirando vea lo que desee y cayendo sufra en el pensamiento lo
que haya vergüenza; porque si San Pablo ve otra ley en sus miembros (Rom 7,23), ¿quién será
del todo libre?
Esto en sentencia dice este santo, dándonos a entender cómo acaece estar el espíritu subido,
según dice Ricardo, en el nombre de la contemplación y cometerse idolatría en el valle inferior
do el pueblo menudo mora. Si al demonio es dado poder sobre nuestra carne como sobre la de
Job, no lo podremos vencer en esta lucha sino con sola resistencia de voluntades y contrario
parecer, como fue vencido en el cielo de un espíritu a otro; lo cual podrás bien entender por un
ejemplo que pone Gersón hablando de tentaciones, el cual dice: Toma sobre esto un ejemplo de
cierta mala mujer, que su marido no la pudo constreñir a que callase, ca siendo lanzada en un
cieno, do estaba casi toda cubierta y sepultada, preguntóle su marido si aún no había de callar, y
ella, volviéndose a él, respondióle según pudo con voz atrevida: Aún no callaré. De esta manera,
cuando tú fueres todo envuelto en el lodo de las tentaciones, no des la ventaja ni te des por
vencido, mas clama con voz y corazón contra las tentaciones que te guerrean diciendo: Aún no
callo cesando de me llegar a mi Dios. De esta manera podrás retener la inocencia así como
aquella mala mujer retuvo su maldad.
Dice más también allí Gersón: que en esta batalla se acrecienta más gloriosamente la corona y el
que es tentado tendrá doblado premio.
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