CAPÍTULO VII. EN QUE OTROS FAMOSOS DOCTORES ALABAN EL RECOGIMIENTO

Dice Gregorio Nacianceno, dando la causa por que desechaba el cargo de su obispado: Acordábame yo de mi quietud y silencio; y como viese serme impedido lo que desde el principio de mi vida amé y en grandes peligros lo prometí a Dios, dejélo todo y apartéme. Que aqueste silencio y quietud suya fuese el recogimiento de que hablamos, muéstralo el mismo doctor cuando dice: En verdad, ninguna cosa me parece más excelente al hombre para la vida bienaventurada que, cerrados los sentidos carnales, puesto hombre fuera del mundo y de la carne, convertirse a sí mismo ajeno de los mortales cuidados, hablar a sí solo y a Dios; en tal manera que, puesto más alto que todas las cosas visibles, hincha su ánima de los divinos sentidos y de las formas celestiales sin mixtura terrena; hecho verdaderamente espejo sin mancilla de la imagen de Dios, y puesto aun en la tierra ser en alguna manera hecho compañero de los ángeles; despreciada y dejada la fragilidad terrena, ser transportado a las cosas soberanas con la sobrevenida del Espíritu Santo. Y si por ventura alguno de vosotros sintió este ardor, sabe lo que digo y conoce lo que hablo; mas a algunos ha impedido el sentido del bien juzgar la envidia, y a la mejor obra ponen nombre vicioso, llamando a la limpia sabiduría filosofía de Zenón, infamando los estudios devotos con apelaciones de jactancia, porque la compaña de los necios más aparejada está para menoscabar los buenos estudios que para los imitar.

Y San Dionisio dice: Deja con fuerte lucha los sentidos y las intelectivas operaciones y todas las cosas sensibles y inteligibles, y todas las cosas que permanecen y no permanecen; y así como fuere posible, levántate, no sabiendo, a la unión de aquel que es sobre toda sustancia y conocimiento.

Declarando esto, dice San Buenaventura: Esta elevación que se hace por ignorancia no es otra cosa sino ser movido inmediatamente por ardor de amor sin algún espejo de criatura y sin delantero pensamiento y sin movimiento de la inteligencia que acompañe para que solamente la afección toque y en el actual ejercicio ninguna cosa conozca escudriñando.

El bienaventurado San Agustín dice hablando con los tres estados de los hombres espirituales: Necesaria cosa es llegarse los nuevos a las formas corporales por amor, y a los más aprovechados es casi necesario; empero, procediendo en éstos la edad, no es necesario. Y llamó formas o imágenes corporales a las que pueden ser sentidas por los cinco sentidos.

Y San Bernardo, mostrando cómo en el recogimiento del ánima está la perfecta oración, dice: Muera mi ánima muerte, aun si puede ser dicha de ángeles, para que trascendiendo en la memoria de las cosas presentes se desnude, no solamente los deseos de las cosas inferiores y corporales, mas también las semejanzas de ellas; y de esta manera tenga con aquéllos conversación con quien tiene semejanza de pureza; porque tal exceso, según pienso, se llama tan solamente o mayormente contemplación, ca no ser tenido viviendo con los deseos de las cosas es de la humana virtud; mas no ser envuelto contemplando a Dios en las imaginaciones de los cuerpos es de pureza angélica, aunque lo uno y lo otro sea por gracia divinal, entrambas cosas es trascender, y lo uno y lo otro es pasar adelante de ti; empero, lo uno lejos y lo otro no lejos. Bienaventurado es el que puede decir: Mirad que me alongué huyendo y quedé en la soledumbre (Sal 54,8).

No se contentó en salir, sino también en alongarse para poderse quietar; pasaste los deleites de la carne en tal manera que ya no obedezcas a sus deseos, ni seas tenido con sus halagos; aprovechaste, apartádote has, mas aún no te alongaste si no puedes volar de la otra parte con la pureza de la memoria y traspasar las fantasías de las corporales semejanzas que de toda parte sobrevienen; hasta aquí no prometas a ti holganza; yerras si antes piensas que hallas el lugar de la quietud y el secreto de la soledumbre, y el sereno claro y la morada de la paz. Lo de suso es de San Bernardo.

Empero, San Gregorio habla de esto más claramente diciendo: El ánima en ninguna manera puede recogerse en sí misma, si primero no aprendiere a lanzar de los ojos interiores las de las terrenales y celestiales imaginaciones, fantasías y desechar cualquier cosa que le ocurriere a la cogitación, ahora pertenezca a la vista, o al oír, o al gusto, o al oler, o al tocar; ca cuando estas cosas piensa, cuasi unas sombras corporales revuelve dentro de sí, pues de apartar son todas estas cosas con la mano de la discreción de los ojos del ánima; y en otra parte dice, abreviando lo que en todas sus obras dilata: En la cama sin duda se busca de noche el amado (Cant 3,1), porque la hermosura del invisible Hacedor, reprimiendo toda imagen de cosas corporales, se halla en el secreto del corazón.

De innumerables testimonios muy creíbles que ha de santos y aprobados doctores en favor de la presente letra, no he querido traer sino los menos; y creo que bastan para los no ejercitados, que los otros en cada parte de la Escritura leen espiritualmente aqueste ejercicio; y más de verdad en sus corazones, donde Dios con su gracia se lo escribe tan de verdad, que, aunque lo tengan muchos por loco, no deja él, como dice San Dionisio, de estar muy seguro con el testimonio de su conciencia.

Si vieres que alguno no juzga bien del recogimiento, cree que es por falta de experiencia y por ignorancia, la cual a los mayores no excusa; ca ellos deberían ser experimentados en todas las cosas del espíritu para remediar muy cuerdamente las dudas que en esto tuviesen los súbditos, proveyéndolos de mejor consejo y no infamando los buenos ejercicios, ni amedrentando donde no hay que temer los seguidores de ellos; mayormente que el recogimiento, según dice Gersón hablando de verbo gloriae, es infalible y no puede tener mezclado error ni asechanzas del demonio, ca cierra las puertas falsas de los sentidos por do él comienza a combatir; así que él es altísimo refugio del espíritu a solo Dios.

En este recogimiento hay muchos grados y es de muchas maneras; ca uno hay que solamente tiene mortificación simple de todo pensamiento, como una manera de adormecimiento reposado y silencio quieto que no oye cosa alguna, ni lo desasosiega nadie; y acontece maravillosamente que viene algún pensamiento al corazón y se detiene, de forma que antes que el hombre conozca lo que era es alanzado, como si desde lejos dijésemos a alguno que no se acercase; mas antes que lo conociésemos pasa esto tan de cierto en el ánima, que el mismo hombre se maravilla de ello; y si después quiere ver qué era aquello que venía a su memoria, no puede saber qué era; empero, conoce que alguna cosa venía a lo desasosegar y fue detenida. Este recogimiento es de más que principiante, y no está sin gracia, porque el ánima se halla en él muy bien, aunque no tiene gusto ni sentimiento alguno, sino un aplacimiento en ello.

Otro recogimiento hay más vivo, donde la sola inteligencia se admite, con que el hombre cuidadosamente vela sobre su recogimiento, parando mientes en lo que hace y poniendo alguna fuerza en ello con industria que parece reveerse en estar recogido, y en éste suelen sentir los aprovechados grandes cosas.

Ítem, otras veces tienen algunos una manera de recogimiento que es como olvido de sí mismos, no sabiendo dónde están; y cuando tornan desde ha rato sobre sí, preguntan a su cuidado que de dónde viene, qué es lo que ha hecho, en qué ha entendido, mas no pueden caer en ello. Este recogimiento también es harto bueno y de aprovechados que se les convierte en hábito; deben, empero, mirar que no se vayan a cosa que tenga algún respecto a la terrena habitación ni a negocio alguno.

Ítem, hay otro en que el ánima está dentro en su cuerpo como en alguna caja muy cerrado, y allí se goza consigo misma con algún calor espiritual que siente, desasida de los cinco sentidos como si no los tuviese; y no entiende cosa decible, sino como niño pequeño se goza dentro en el pecho con algún placer; y querría no distraerse allí ni tener ojos, ni oídos, ni puerta por donde saliese.

En estos recogimientos no se acalla tanto el entendimiento que del todo esté privado; ca siempre queda una centella muy pequeña, bastante solamente para que conozcan los tales que tienen algo y que es de Dios; de manera que asosegada y calladamente parece que el entendimiento está acechando lo que pasa en estas cosas, como que no hace nada; y parece que el ánima no querría que hubiese ni aun aquello, sino morirse en el Señor y perderse allí por Él. Y allegan trances o puntos que totalmente cesa el entendimiento, como si el ánima no fuese intelectual; empero luego se torna a descubrir la centella viva del muy sencillo conocimiento, y es cosa de admiración, ca en aquel cesar de entender totalmente recibe más gracia. Y desde que torna a revivir y salir de la niebla se halla con ella sin saber por dónde ni cómo la hubo; y por haber más se querría tornar a mortificar, ninguna cosa entendiendo, y torna como quien se zambulle en el agua y sale de nuevo con lo que deseaba. En estas cosas pasa tiempo el ánima sin sentirlo, y apenas se le hace una hora un soplo y a las veces no sabiendo cómo ni cómo no se le escapa y resbala del corazón aquello que sintía, y el remedio para lo cobrar es comenzar de nuevo a se recoger muy íntimamente.

Acaece tener el varón aprovechado tanta gracia, que juntamente con ella piense algunas cosas; empero, si tantico se distrae más de lo que conviene, por allí se le va y le deshace entre sus pensamientos; y por esto es muy bien gozar en secreto de Dios y como a oscuras, ca es amador de soledad y se esconde en las tinieblas. De manera que debes asosegar íntimamente tu memoria y acallar tu entendimiento, no admitiendo a él cosa que sea, ni entonces cuando comienzas a sentir la comunicación del Señor debes hablar palabras amorosas, aunque te parezcan buenas y que se huelga tu ánima con ellas; ca mejor es poner todo el intento a te recoger y hacer más entero; ca el apretar el corazón es un abrazar a Dios, que con la sola afección se tiene mejor; y muchas veces quiere que lo dejemos obrar solo y que callemos del todo; empero, otras veces te hallarás tan tibio, que sea menester buscar todos los favores de fuera y de dentro que pudieres para encender la devoción, y aún no te podrás valer; empero, cuando con sólo cesar la sientes aquello es muy mejor; ca entonces obra Dios, y el humilde deseo receptivo hace más que parece, ca se ayunta más de cerca con Dios, salud suya.




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