CAPÍTULO IV. DEL TRABAJO PEQUEÑO A QUE NOS LLAMA CRISTO

No solamente hallando el Señor a los que lo siguen, animándolos a mayores cosas, llamándolos de trabajo al descanso, mas a todos los que trabajan ha llamado para otro trabajo muy menor y de gran fruto. Llamó a los que trabajaban y estaban cargados para que tomasen su yugo, que era sin carga y trabajo, con el cual si araban la tierra del proprio cuerpo, haciéndole que siguiese a Jesucristo, hallarían mucho fruto. Pues los que trabajáis en los trabajos y fatigas de este siglo que vienen de parte del cuerpo mortal, y los que trabajáis debajo del yugo importable de la ley antigua (Hch 15,10), y los que trabajáis debajo de la carga de los pecados que está agravada sobre vuestros hombros (Sal 37,5), y los que trabajáis debajo de los cuidados del siglo, sujetándoos a las cosas temporales, poniendo ambición en las cosas terrenales, deteniendo las cosas que pasan como aire, los que queréis estar y permanecer en las cosas no estables desear lo que se resbala de entre las manos, todos éstos vayan al Señor, dejen estos grandes trabajos y sin fruto, y tomen el yugo fructífero y ligero del Señor; sigan siquiera sus cuerpos a Jesucristo, lo cual es a todo cristiano común para que sus ánimas se gocen.

Demanda un doctor sobre las palabras de la suavidad del yugo una duda, diciendo que cómo puede ser que el yugo del Señor sea suave, pues en otra parte se dice que es estrecha la vía que lleva al cielo y que pocos van por ella. A esto responde él mismo diciendo que lo que se comienza en estrechura con el proceso del tiempo y la inefable dulcedumbre del amor se dilata y ensancha. Así los que comienzan a seguir por aspereza a Cristo sienten al principio estrecho y dificultoso el camino, y la carga se les hace pesada; mas, perseverando, todo se vence, y los callos que se engendran quitan mucho del trabajo.

El último bien que se sigue a los que siguen a otro es que, cuando llegan, hallan aparejada la posada y guisado de comer sin lo haber ellos trabajado. Fue Cristo nuestro Redentor delante, no solamente por hacer más fácil el camino, mas por aparejar la posada a sus seguidores; de lo cual no había menos necesidad que de lo otro; y solamente la apareja para los que lo siguen, por lo cual dijo Él a solos los apóstoles (Jn 14,2-3): Voy a aparejar el lugar para vosotros, y si fuere y os aparejare el lugar, vendré otra vez y tomaros he para mí mismo, por que donde estuviere yo estéis vosotros.

Habla aquí nuestro Redentor como buen compañero, porque en cortesía del que se adelanta cabe que apareje el lugar y la comida; y si no vienen los traseros, sale a darles prisa y a ver si vienen, y no quiere comer sin verlos a la mesa.

Todo esto se incluye en las palabras del Señor; que, allende de decir que va a aparejar el lugar celestial, dice que vendrá otra vez y tomará a los que le siguen cuasi en sus hombros por que estén todos juntos a una mesa, de la cual dice el profeta (Sal 22,44-6): Vuestro bordón, Señor, me ha consolado; aparejastes mesa delante de mí; ungistes mi cabeza con óleo, y mi cáliz embriagador es muy preclaro y excelente, y vuestra misericordia me ha de seguir todos los días de mi vida, para que more en la casa del Señor en longura de días.

En estas palabras hace gracias David al Señor por el socorro que le dio para su camino y por lo que le aparejó para cuando llegase.

Los que son flacos y van por camino deleznable y húmedo han menester un bordón para no caer; al cual después del camino suelen hacer gracias, diciendo que por él han sido librados de muchas caídas, y que también con él han ojeado los perros; lo cual refiere David a Cristo diciendo (Sal 22,4): Vuestro bordón, Señor, me ha consolado. El bordón de Cristo es la cruz con que Él se libró de peligros y pasó el Jordán de este mundo (Gen 32,10); éste da El a todos los justos para ayuda a su camino; del cual a ejemplo de David le harán gracias acabado el camino y llegados a la posada del cielo que Él nos tiene aparejada, donde principalmente está la mesa de la gloria aparejada por Cristo (Lc 22,16), que se llama ministro de ella.

En lo que dice que le ungió su cabeza, denota la buena cama que tiene Cristo aparejada para los que le siguen, en que descansen, olvidando los trabajos pasados; allí por cierto nunca faltará para nuestra cabeza, que es la parte superior y más alta del ánima, óleo de gozo espiritual.

Dice más, que el cáliz es embriagador, donde se nota la abundancia de vino de la fruición de Dios. Lo que más desea el caminante es hallar buen vino, ca siempre llega muerto de sed. Los que siguen a Cristo tienen gran sed y deseo de gustar cuán suave sea el Señor, lo cual hallarán allá muy abundosamente; y llámase también preclaro este cáliz por el conocimiento y lumbre de gran claridad que causa en el ánima de los santos que conocen a Dios.

Y por que no pensásemos que esto había de durar a una noche o poco espacio, como en las posadas terrenas, dice David que la misericordia del Señor lo seguirá todos los días de su vida. La vida de los bienaventurados es perpetua y no se pueden contar sus días; pero en decir todos incluye la eternidad, según dice la glosa. Y nota que la perfecta misericordia de Dios se halla en el cielo, donde aunque podría pagar a los que lo han seguido mostrándoles por breve espacio su gloria, quiere, empero, que dure para siempre, y en largura eterna de días que todos serán un día de gloria en la casa de Dios, al cual ni antecederá ni seguirá noche que aparte de ellos la claridad de Dios.

Allí entera y perfectamente conseguirán los que siguieren a Cristo misericordia de él, no solamente en les dar el premio más de lo que ellos merecieron en intención de gloria, mas que también por su gran misericordia les será su galardón extendido, aunque no haya caído esto debajo del merecimiento de ellos; y será este premio tan extendido que carezca de término.

Pues que, según has visto, tanto bien se sigue de seguir a Cristo, con mucha razón te amonesta nuestra letra que siga tu cuerpo a Jesús; no pienses que basta seguirlo en la imaginación, meditando su vida y misterios, porque aquello no es seguirlo si falta la correspondencia en la obra; por lo cual dice San Juan (1 Jn 2,6): El que dice que permanece en Cristo debe andar como El anduvo. No dice el apóstol debe pensar como él anduvo, aunque sea bueno, sino que debe andar como Cristo anduvo; porque el meditar no es otra cosa, moralmente hablando, sino un pensar cómo seguirás a Cristo; lo cual si no lo pones por obra, mejor te fuera no pensarlo, pues que, según dice Santiago (Sant 4,17), por pecado se le cuenta al que sabe el bien y no lo obra.

No te digo esto por apartarte de la meditación, mas por amonestarte que a la meditación suceda la operación, haciendo que siga tu cuerpo a Jesús; no digo que piense tu corporal imaginación a Jesús, sino que lo siga tu corporal operación porque ya sabes aquel refrán evangélico que dice: Operibus credite. No dice que creamos a los pensamientos, sino a las obras. ¡Oh cuántos hay que creen a sus pensamientos, contentándose en pensar la sacra pasión y no la obran!

Créeme, hermano, y no creas a tus pensamientos por devotos que sean: si cuando viene la ocasión de obrar lo que pensaste no lo haces, tus pensamientos te engañan entonces; por eso para mientes que no seas como Mifiboset, que se asentaba a comer con David a su mesa (2 Sam 16,3), y desde que vino la persecución de Absalón, que el rey fue huyendo, quedóse en Jerusalén, no queriendo ser compañero del trabajo como lo era del descanso y dulce convite. Muchas aves siguen al águila cuando ha de repartir lo que le sobra de su caza, mas al trabajo de la caza sola se halla; así hay muchos que siguen a Cristo en la consolación interior, mas rehúyen padecer con él no queriéndolo seguir.




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