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El otro deseo con que Dios nuestro Señor es llamado de algunas personas no es de esta
manera, ni para que aquí les dé consolación, sino para que las saque de esta vida y las lleve al
reino de los cielos, y estos gemidos de corazón dicen cada día: Venga, Señor, el tu reino; ven,
Señor, por mí o mándame llevar a ti. De esta manera de llamar a Dios está escrito (Prov 11, 23):
El deseo de los justos es todo bien.
El reino de Dios o el mismo Dios se llama todo bien, que es el premio de los bienaventurados,
porque a cada uno de los justos dice Dios (Ex 33,19): Yo te mostraré todo bien. Llámase todo
bien, porque en Él no hay mal alguno, y fuera de Él no hay algún bien. Así que hay algunos
justos que desean ser desatados y estar con Cristo; y el deseo de estos tales objetivamente se
llama todo bien, no porque este deseo en sí sea del todo mejor que los ya dichos, porque no es
cosa ligera juzgar cuál sea mejor, ca en cada uno puede haber haz y envés, mas todos son
buenos y tan buenos que apenas se puede llamar buen cristiano el que de todos careciere.
Este postrer deseo de que hablamos se engendra en el ánima de una de dos cosas: o de conocer
las maldades del mundo, o de haber comenzado a gustar la suavidad de Dios. El que tuviese
cualquier de estas cosas no creo que podría dejar de llamar a Dios con suspiros, o para que lo
librase de los males presentes, o para que le dé hartura de lo que ha comenzado a le dar a
gustar. Onde aquéste diría con el santo Job (Job 6, 8): ¡Quién me concediese que venga mi
petición, y me diese Dios lo que yo espero! Y en otra parte declara el mismo qué sea su petición
y lo que esperaba, diciendo (Job 23, 3): ¡Quién me diese tanto bien que yo conociese a Dios y lo
hallase y viniese hasta su silla real!
Conocen sin duda los justos ahora a Dios, pues adoran lo que saben, y también lo han hallado
por gracia; mas desde que lleguen a la silla real de su gloria tendrán otra manera de
conocimiento, en cuya comparación el que ahora tenemos es nada; y en tal manera será Dios
entonces hallado, que piensen hallarlo de nuevo, porque con hallarlo perderán el temor de
perderlo, y así llegarán hasta la silla real de su gloria, diciendo: Ya tengo lo que deseaba.
Los que por escaparse de los trabajos que aquí padecen desean ser con Cristo, dicen llorando
(Sal 119,5-6): ¡Ay de mí, que es prolongado mi destierro! Señor, delante de ti está todo mi deseo,
y mi gemido no es a ti escondido (Sal 37,10). El que tiene esta manera de deseo no se acaba de
satisfacer, porque ve que desea el cielo por no sufrir trabajo y no según debe; y por tanto dice
entre sí (Sal 83, 3): Desea y desfallece mi ánima: desea ir a Dios y llámalo con suspiros; empero
desfallece viendo que es por no padecer, y que los verdaderos amadores no han de desear menos
padecer que ir a Dios, como San Martín y San Pablo (Flp 1, 23-24), que se pusieron en el medio,
dejando y rogando a Dios que tuviese por bien de elegir lo que mandase para ellos, que estaban
para todo prestos.
También hay un deseo de ir el hombre a Dios, causado de la buena razón favorecida con la fe, y
otras causas comunes que ayudan a engendrar en el ánima este deseo de ir a Dios; empero, el
mismo Señor sin nada de esto lo imprime en algunos corazones por una manera de don celestial
permaneciente en el ánima entre todos los acaecimientos que vengan prósperos y contrarios.
Onde en esto se conoce ser este deseo perfecto e infundido más que buscado; porque los otros,
cesando la cosa que los causó, cesan, mas éste nunca cesa por cosas que vengan.
El que desea irse a Dios por gustarlo, en dándole el Señor acá algún pequeño gusto, cesa el
deseo; y si deseaba ir por escapar de las persecuciones, en careciendo de ellas cesa el deseo; mas
si el deseo es infundido o de puro amor causado, no cesa hasta que se cumple; y extiende el
Señor la vara de oro clementísima, que es el mandar que vayan a ver su cara llena de gracia.
Así que, tomando toda la letra junta, te aconseja un loable y muy meritorio ejercicio, que
consiste en traer viva memoria de Dios y despertar el deseo del ánima a suspirar y clamar a Él
de lo profundo del corazón, el cual el mismo Señor desee venir; y en viendo que su
aposentador, que es el santo deseo, es llegado a lo llamar, luego viene de grado.
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