CAPÍTULO III. DE CÓMO LA EJERCITAN LOS PERFECTOS

Los perfectos más altamente tornan sobre sí; su silencio es de otra manera más perfecta y eficaz; la esperanza de éstos más fuerza tiene y dura más en el ánima, pensando hallar tras cada paso lo que desea.

Cosa dificultosa es dar a entender la diferencia en que estos terceros exceden a los segundos. A los segundos se dijo que tornasen sobre sí al corazón de los descuidos y vagueaciones, para que pudiesen tener silencio espiritual en que esperasen la gracia del Señor; y a estos terceros decimos que tornen sobre sí mismos de sí mismos; ca uno es tornar hombre a sí mismo, otro es tornar sobre sí mismo.

Para que uno torne sobre sí menester es que primero esté consigo, pues que se ha de hollar y hacer de sí escalón para tornar sobre sí; de manera que este tornar sobre sí añade sobre el recogimiento una operación redoblada del ánima, que allende de se recoger junta al recogimiento un mirar en ello, como quien está sobre el aviso y para mientes a lo que hace, no con distracción, sino con sola reflexión, porque en esta operación segunda no se quita el silencio, mas añádese un ver el hombre que calla, como quien calla adrede y con una forzosa porfía; ca esto quiere fuerza que se ha el hombre de hacer para arrebatar el reino de los cielos; y a las veces se hacen algunos tanta que les duele en gran manera la cabeza, y desciende entonces una humedad a los ojos, o de la fatiga que la cabeza siente o de la represión de los espíritus vitales que de esto se debe causar.

Esto que hemos dicho no se puede sufrir largo tiempo sobre el recogimiento, y quiérese usar con discreción, porque en sintiendo crecer el dolor de cabeza debe hombre cesar y aflojar, contentándose con sólo el simple y sencillo recogimiento; y para remedio de esta fatiga no use de alguna potencia del ánima ni del sentido alguno, ni ponga atención a cosa que sea, sino permanezca algún tanto como en una calma quieta que esté el corazón como adormido; y de esta manera luego se remedia el dolor de cabeza que en la oración se causa.

¿Qué diremos de la gracia que en este doblado ejercicio se suele sentir, y en él se inflama la voluntad en tal manera que dentro en el pecho se siente un fuego tan apacible que decir no se puede? Fuego harto semejable a lo de acá, salvo que no da pena alguna, mas antes aplace tanto que desean siempre encender en él las entrañas y el corazón.

El entendimiento está con esto tan ilustrado y esclarecido como si tuviese la llave del saber consigo; empero este saber que tiene parece estar incluido y abreviado en una sola razón o palabra muy sentenciosa, ca este saber no es difuso, ni derrama el corazón, ni va por vía de revelación, ni visiones locas, sino que la inteligencia está de tal suerte esclarecida, que si entonces aquéstos hablan de Dios o piensan en él o escriben de él, hablan de presto grandes verdades sin dificultad.

La memoria está serena sin se mover a cosas diversas, y junto con esto parece que le sería fácil acordarse de cualquier cosa si quisiese parar mientes en ella. En los pechos y a las veces en todo el hombre se siente cómo el mismo espíritu vital y las fuerzas del hombre se retraen a lo de dentro; y lo que más es, siéntese un henchimiento admirable con que el ánimo se ensancha como guante cuando soplan dentro; y especialmente los pechos han sentido algunos tan llenos, que los ven crecer más de lo que son para dar lugar a la gracia; y siendo ampliados no dan pena, antes mientras más se ensalzan más deleitan, porque la unción que reciben las hace dar de sí suavemente.

A estas cosas no vienen los hombres ligeramente, ni las da tan presto el Señor; ca primero han de pasar muchos años de oración mental. Sobre la cual se ha de usar el documento presente, que es tornar mucho sobre sí. Y para que veas lo que añade esto sobre el recogimiento, mira que una viña a las veces se guarda por el miedo del viñadero, ca se cree que está él en ella; y por eso no van allá los que hurtan, y si van, él dende lejos lo ve, y viene corriendo a los lanzar; empero otras veces está presente guardando su viña, y antes que lleguen los ladrones les dice que se detengan. La viña, según dice San Bernardo, es nuestra ánima; el viñadero que la guarda es el cuidado del recogimiento, que por uso es temido del tropel de los ladrones, que son los pensamientos, que por haber sido muchas veces desechados no tornan tan a menudo, y el cuidado no se fatiga tanto, porque ellos no son tan importunos; así que el cuidado está quieto con un sosiego pacífico que tiene el ánima recogida; empero acaece que vienen los pensamientos y entran, porque el viñadero, que es el cuidado, no estaba allí o estaba dormido sin parar mientes; entran secretamente, comienzan a hurtar la fruta del ánima; entonces acude presto el viñadero diciendo: no más, no más.

De otra manera pusiera guarda si estuviera sobre aviso, como atalaya con despierto miramiento para evitar el estrago, como los santos animales que se dicen estar cercados y llenos de ojos para mirar por sí, como lo hacía el que dice (Is 21,8): Yo estoy sobre el atalaya del Señor en pie contino por todo el día, y estoy sobre mi guarda en pie todas las noches. Sobre esto dice la glosa: Puesto en contemplación días y noches, estaba aparejado para oír y hablar lo que le mandasen.

Para declarar algo más este dicho del profeta es de notar que el atalaya del Señor es recogimiento, porque los devotos no se recogen a otro fin sino para mejor atalayar y contemplar a Dios. Estar sobre esta atalaya es tornar mucho sobre sí, como tengo declarado.

Dice que estaba en pie por el silencio divino, que alza al hombre y lo hace más propicio a oír las cosas de Dios, como una fuente, que, si le ponen cerradura en sus caños, crece; y así el ánima, cerrados los sentidos con el silencio, sube más y está en pie levantada a Dios. Estar de esta manera días y noches se puede entender a la letra, porque este cuidado nunca lo deberían adrede perder los devotos; y nuestra letra apunta esto en aquella palabra «mucho», que no sólo nos induce a tornar mucho sobre nos con intento atentísimo y vivez grande de corazón, mas también quiere decir que usemos esto mucho tiempo, teniendo a solo Dios viva y penetrativamente en la memoria, según aquello del abad Isaac: En Dios debe estar siempre afligida la intención, para que el monje respire a Él, al cual había de ser muy dañosa caída y presente muerte pequeño apartamiento de aquel sumo bien. Y cuando el ánima se fundare en aquesta tranquilidad suelta y desenlazada de todas las pasiones carnales y se juntare la firmísima intención del corazón a aquel uno y sumo bien, entonces cumplirá aquello del Apóstol: Orad sin interponimiento y en todo lugar, alzando las puras manos sin ira ni rencilla. Con esta pureza si puede ser dicho absorto el sentido del ánima y reformado el terreno resabio a la espiritual y angélica semejanza, cualquier cosa que en sí recibiere el hombre y tratare, y cualquier cosa que hiciere, será purísima y simplísima oración.

Esto dice el santo abad Isaac para nos provocar a la imitación de los pastores, que estaban en la misma región do el Salvador nació velando y guardando las vigilias de la noche sobre su grey (Lc 2,8): No sólo velaban, sino velaban y guardaban; el que está recogido vela de noche sobre la grey de sus sentidos, para lanzar de allí los malos pensamientos que vinieron a lo inquietar; empero ha de tornar sobre esto, mirando lo que hace; pare mientes que vela; no ande como mortecino, que es poco si no se ha de recoger, lo cual es velar; y torne sobre su recogimiento para que sea más vivo y solicito con aviso y miramiento; y porque así vela y guardará nota que del primer recogimiento suele resultar lo segundo por nueva gracia que sobreviene para que el ánima torne sobre sí, la cual debe con solicitud conservar y favorecer esto.

Para más declarar este tercero punto, mira que se funda sobre el perfecto recogimiento; y lo segundo que concurre es una atención viva sobre el mismo recogimiento; y lo tercero, la memoria sencilla de solo Dios, que presencialmente nos acordemos de Él sin otra circunstancia; y esto se conserve lo más que pudieres, porque si lo usas causará en ti cosas muy buenas; y mostrarte ha Dios por experiencia cosas grandes, según aquello del Sabio (Eclo 17,7-8): Puso el ojo de ellos sobre sus corazones para les mostrar las grandezas de sus obras y para que alaben el nombre de la santificación.

Esto dice el Sabio de nuestros padres primeros, trayéndonos a la memoria la perfección en que nuestro Señor los puso y el ejercicio espiritual grande que les dio; ca el Sabio no habla de los ojos corporales, pues pone número singular, sino de aquel que dice el Señor: Si tu ojo fuere simple, todo tu cuerpo será resplandeciente. Este ojo, que es una atención o intención atentísima, se ha de poner sobre nuestros corazones, si queremos imitar en algo a los del estado de la inocencia; y no es mucho que trabajemos de los imitar, pues por una parte nos da Dios más gracia que a ellos, aunque por otra carezcamos del favor de la justicia original que ellos tenían; así que pongamos nuestro intento sobre nuestros corazones, como dicho es, si queremos ver las grandezas que Dios obra en ellos y loar el nombre de la santificación que causará en nuestras ánimas. No dice aquí que hemos de loar la santificación, sino el nombre de ella, porque muy poco es lo que de esto se puede hablar en comparación de lo que es.

Acontece a los que usan este ejercicio que, si ellos se descuidan, Él mismo los despierta y aviva, mayormente cuando pone atención en otra cualquier cosa, porque de allí se torna el ánima a esto, no dejando de mirar ni entender lo otro; ca este ejercicio no impide, mas perfecciona todas las otras cosas. Y porque de las otras atenciones se vuelve el ánima ejercitada a ésta, decimos que al usado no es cosa dificultosa orar mucho tiempo, pues que todo se les convierte y obra en bien; todo lo obran juntamente a bien, porque junta con las otras atenciones los sale a recibir esta de que hemos hablado, entendiendo en ello y obrándolo el Espíritu Santo, que anda en estos negocios solicitando los corazones a que amen.

Lo que éstos deben mucho mirar sin falta es aquello que San Pablo dice (Heb 12,14-15): Seguid la paz con todas las cosas y la santidad, sin la cual ninguno verá a Dios, contemplando que ninguno falte a la gracia de Dios. La paz del recogimiento y la santidad de este ejercicio hemos de seguir en todo lo que hiciéremos según nuestra posibilidad; que si miramos en ello bien nos podremos dar a manos con la gracia del Espíritu Santo, que favorece sobremanera, y más en las cosas espirituales que en las corporales.

Dice también el Apóstol que contemplemos cómo ninguno falte a la gracia de Dios. ¡Oh qué gran dicho! ¡Oh qué admirable aviso para todos los varones espirituales, que había de ser escrito en sus corazones! ¡Oh sentencia propísimamente hablada! Que miren solícitamente que ninguno falte a la gracia de Dios. Solemos decir nosotros, míseros, que nos falta la gracia viendo que no la sentimos. Dice el Apóstol que paremos mientes cómo nosotros no faltemos a ella, en lo cual muestra que siempre nosotros faltamos primero que la gracia de Dios, porque de ella dice en otra parte el Sabio (Sab 6,14-16): Que si alguno madrugare a ella, no trabajará en buscarla, porque a sus puertas la hallará sentada, esperando que siquiera con el deseo salgamos a la buscar, pues ella nos busca y se nos viene a casa. No faltara el esposo a las vírgenes locas ni les diera con las puertas en la cara, diciendo que no las conocía (Mt 25,10-12), si ellas primero no faltaran a él yéndose a comprar el óleo de los pecadores que deberían huir.




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