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La tercera manera de oración se dice mental o espiritual, con que se alza lo más alto de nuestra
ánima más pura y afectuosamente a Dios con las alas del deseo y piadosa afección esforzada por
el amor; el cual, mientras mayor es, tiene menos palabras y más comprehensivas y que hacen
más al caso; porque el amor, si es verdadero, no sabe buscar rodeos de razones compuestas, mas
callando obra grandes cosas, y sabe que, si de las criaturas se aparta y se recoge a Dios, será de él
enteramente recibido, y tanto más enteramente cuanto más recogido fuere y con mayor fervor.
De los que así oran dice el Señor en el Evangelio: Los verdaderos adoradores han de adorar al
Padre en espíritu y verdad, porque espíritu es Dios, y conviene adorarlo en espíritu y verdad, y
tales quiere Él que lo adoren. Cuanta mayor conformidad hubiere entre el que ora y el Señor a
quien ora, tanto será más acepta la oración; así que, pues el Padre es puro espíritu en sí mismo y
que ninguna cosa participa de cuerpo, tanto será nuestra oración a El más agradable cuanto
fuere más apartada de la imaginación y aun de los pensamientos del corazón; porque no pueden
ser tan elevados que no sean harto bajos en comparación del Señor; mas los deseos que abrazan
a Dios desnudo y sin corporal semejanza y el amor que no cura de palabras ora con más pureza
a Dios, y en manera más espiritual y más inmediata, porque no dice el ánima que así ora sino
aquello de los Cánticos (Cant 2,16): Mi amado a mí y yo a mi amado. No pueden ser dichas
palabras más espirituales ni más recogidas, ni más comprehensivas, ni que más declaren el fin de
la oración a los que la sienten.
Lo que más puede hacer Dios con su amigo es darse a él, y lo que más puede hacer el hombre es
darse a Dios; empero, porque lo segundo no podemos perfectamente hacer sin su favor, dijo la
esposa primero: Mi amado a mí que no yo a mi amado. Empero, han de notar que este darse el
hombre a Dios y Dios al hombre es una dádiva tan perfectamente dada que, cuando se da,
parece que Dios está en el hombre todo y enteramente. Quiero decir que si la fe no alumbrase al
hombre que tiene a Dios, casi diría que en sí incluye Dios todo y que fuera de esto no está. Vese
el ánima del justo algunas veces tan llena de Dios, que le parece ponerle término la pequeñez de
sus pechos, como de verdad Él sea interminable. La dádiva con que algunas veces se dan las
personas recogidas a Dios es asimismo tan copiosa, que ninguna cosa guardan para sí; en tal
manera que pierden la elección y la voluntad, y por el mucho acordarse y darse a Dios están de
sí tan olvidados como si no fuesen.
De estas tres maneras de oración dice el Sabio (Prov 22,20): Mira cómo en tres maneras te la he
declarado. Estas tres maneras declara la glosa interlineal diciendo que son en palabra, que es la
oración vocal, y en pensamiento, que es la oración del corazón, y en obra, que es la oración
espiritual del recogimiento; el cual, si es verdadero, tanto excede a las dos maneras primeras
como la obra a la palabra y al pensamiento.
Estas tres maneras de oración son figuradas por las tres ciudades del refugio (Dt 19,2), y por los
tres panes que debemos pedir prestados a nuestros amigos (Lc 11,5), y por los tres días después
de los cuales se halla Jesús en el templo del ánima, y por los tres días después de los cuales
resucita en nuestro corazón, y por las tres veces que oró Cristo en el huerto.
La primera oración es como carta mensajera que enviamos a nuestro amigo. La segunda, como
si le enviásemos a alguna persona que es a nos muy conjunta. La tercera, como si fuésemos en
persona. La primera es beso de los pies. La segunda, beso de las manos. La tercera, beso de la
boca. La primera se reduce a la fe, que se debe confesar por la boca. La segunda se reduce a la
esperanza, que debemos tener en el corazón. La tercera, a la caridad, que debemos mostrar en la
obra. La primera pertenece a la purgación. La segunda, a la iluminación. La tercera, a la
perfección, que son los tres actos jerárquicos. Con la primera se perfecciona la memoria; con la
segunda, el entendimiento; con la tercera, la voluntad; y así como en la ley de gracia, que es
tercera, se dan mayores beneficios y gracias del Señor que no en la primera de naturaleza, ni en
la segunda, que es ley escrita, así en la tercera manera de oración hace Dios mayores mercedes
que en las otras dos primeras.
Aunque estas tres maneras de oración podíamos decir que pertenecen a los tres estados del
mundo, que son casados y clérigos y religiosos, empero, como en cada estado hay principiantes,
mediados y más perfectos, decimos que todas tres maneras convienen a cada estado según la
calidad de las personas que hay en él; y no se debe alguno jactar de la perfección del estado que
tiene si le falta la perfección personal, porque más vale guardar bien los mandamientos que mal
los consejos, y más agradable es al Señor el siervo que es fiel en lo poco, que no el que es
negligente en lo mucho.
No solamente a los estados y personas de ellos conviene estas tres formas de oración, mas en
cada persona particular se hallan muchas veces las cosas dichas, según diversos tiempos y según
las diversas disposiciones de ella; porque unas veces está el hombre más pronto para una
manera de oración que para otra; y a las veces de presto es más ayudado que pensaba, y otras
veces cae tan abajo que es menester tornar el principio. A todos los que usan estas tres maneras
de oración dice nuestra letra: Oración antes del sueño ten, y después torna presto.
Según decía una persona digna de memoria, no se debería el hombre devoto aparejar menos
para dormir que el indevoto para morir; porque así como en el estado que la muerte nos tomare
hemos de ser juzgados, así en el estado que el sueño nos tomare hemos de ser juzgados si nos
arrebata la muerte durmiendo; como a uno que yo vi acostarse bueno y murió sin levantarse de
allí ni decir aquí me duele.
De muchos también se lee que juntaron el sueño de sanidad con la muerte no esperada; los
cuales si tuvieran oración antes del sueño, pudiera ser que no murieran así, o si murieran y si el
sueño era necesario por entonces, se les pudiera contar por oración; mayormente si, según
nuestra letra dice, tuvieran intención de volver a orar en despertando; porque común cosa es
tener los extremos sabor de los medios, y los medios sabor de los extremos, y referirse los unos
a los otros. Onde, según esto, es cosa muy loable rezar algunas devotas oraciones antes que se
duerman; y en levantándose rezar otras veces, haciendo luego gracias a Dios porque lo guardó
mientras dormía y no permitió que le ahogase el demonio, como ahogó los maridos de Sara
(Tob 3,8).
Los que siguen la segunda manera de oración y se dan a los santos pensamientos no menos
deben orar antes del sueño; ca cosa común es soñar el hombre lo que pensó antes que se
acostase, y si fueron buenos pensamientos, bueno será el sueño que tuviere, como parece en una
mujer pobrecilla, que, teniendo por muchos días grandísima hambre y deseo de comulgar,
durmiendo una noche soñó que comulgaba, y despertó con tanta dulcedumbre, que conoció
haber Dios cumplido espiritualmente su deseo, y quedó desde allí muy alegre, porque el sueño
no suele menos alegrar a los justos cuando es bueno que entristecerlos siendo malo; y no se
alegran porque es sueño, sino porque es bueno. Quiero decir, que representa buenas cosas y que
mueven a bien siendo reducidas a la memoria. Así que estos devotos religiosos, cuando se
acuestan, comienzan a decir en su pensamiento los salmos que comienzan en las letras del
nombre de Jesús, que son: In Domino confido; Eructavit cor meum; Saepe expugnaverunt;
Verba mea; Salvum me fac, Domine. Y si éstos no te agradan, puedes por la misma forma
buscar otros; y si entre estos pensamientos no te durmieres, puedes decir otros que comienzan
en las letras del nombre de nuestra Señora; mas los que no supieren decir salmos pueden decir
otras oraciones, pensar, entretanto que viene el sueño, en la pasión del Señor, lo cual será cosa
de más fruto, o pensar en otras cosas devotas y santas que más le agradaren.
Hablando con los que siguen la tercera manera de oración por la vía del recogimiento, han de
saber serles necesario que tengan oración, dándose al recogimiento antes de dormir, y el aparejo
que han de hacer antes del sueño no ha de ser otro sino recoger el corazón y quietarlo, según
aquello del Sabio (Prov 3,24): Holgarás y será suave tu sueño.
Primero dice que has de holgar en la oración del recogimiento; después que se ha de seguir la
suavidad, sueño que viene sobre la oración, y en despertando, a cualquier hora que sea, has de
tornar presto al mismo recogimiento; no te olvides de tornar a la guarda del corazón antes que
se derrame por cosas diversas.
La oración que antes del sueño debes tener ha de ser tan de hecho, que jamás te acuestes a
dormir, en cualquier tiempo que sea, sin tener un cuarto de hora en la oración antes que te
acuestes, y esto en secreto, que no te vea sino solo Dios; y cuando te acostares, no ceses de
guardar con todo estudio el corazón, en tal manera que pienses acostarte más para orar que
para dormir; y en despertando has de tornar al mismo negocio con tanta afección como el niño
que se acuesta en el hornazo que le ha hecho su madre, y en despertando lo busca si se le ha
caído en la cama, y durmiendo lo tiene abrazado consigo.
Los que usan orar antes del dormir vienen a tenerlo tanto en costumbre, que no pueden dormir
si primero no han orado; y el ánima que está acostumbrada a se recoger no puede pasar al sueño
sin primero ir por el recogimiento, porque aquella quietud que la naturaleza ordena para
dormir ordena el ánima devota para orar.
Necesaria cosa es para dormir recoger el corazón y procurar el hombre algún sosiego en lo de
fuera y en lo de dentro, en tal manera que los sentidos interiores y exteriores estén inmovibles,
lo cual es aparejo para dormir; mas en la mano del hombre está ordenar este aparejo primero
para orar que para dormir, porque así duerma de sueño espiritual y santo primero el ánima que
no el cuerpo.
Es, empero, de notar que el sueño corporal y espiritual difieren entre sí en algunas cosas;
porque el primero es una pasión suave que conforta y repara la naturaleza, revocando y
atrayendo el calor natural de las cosas de fuera a las de dentro, cierra los caminos y vías de todos
los sentidos con el humo grueso que sube del estómago indigesto, en el cual obra el calor
natural que allí se retrujo, y entonces las virtudes animales del hombre huelgan cesando de
obrar, y las virtudes naturales están más intensas y más radicadas en su operación que en el
sueño es más fuerte.
Necesaria cosa es al cuerpo el sueño para sustentar la vida corporal, y al ánima del varón
perfecto es también necesario el sueño espiritual para conservar la vida amorosa, que de Dios
recibe con una suavidad quietativa que retrae el amor del corazón, para que vele y duerman los
sentidos a toda criatura; y el humo causado de este calor, subiendo arriba por santo deseo y
hacimiento de gracias, no cierra las vías, sino ensánchalas para que obren las virtudes del ánima
y cesen las naturales. Y cuanto más cesan las unas y huelgan, tanto las otras obran más deleitable
y verdaderamente por todo el hombre de dentro, que se conforta y repara soberanamente en
tanto grado, que acaece pasarse algunas veces sin el sueño corporal, porque el espiritual lo
suplió todo; o a lo menos, si había de dormir cuatro horas, satisfácese con una, y en despertando
torna presto a la oración; lo cual no podrá hacer quien primero que durmiese no tuvo alguna. Y
es cosa cierta y muy experimentada entre los que se dan al recogimiento, que cuanto más
oración tuvieron antes del sueño tanto más presto tornan a ella cuando despiertan. Y aun
acontece una cosa que apenas será creída, y es que antes del despertar torna el ánima a la
oración, y esto es por una manera maravillosa, pues despierta el hombre por de dentro primero
que por de fuera, y antes que del todo esté despierto se torna a la oración; y algunas veces acaece
que está en su mano acabar de despertar o no, y esto porque el comenzar a despertar por de
dentro es muy distinto del despertar en lo de fuera, y entonces está el ánima dentro en sí como
el agua viva que está debajo del yelo muerto, o como el pollo que vive dentro en el huevo sin lo
haber horadado, o como Jonás, profeta, que estaba en el vientre de la ballena y desde allí pudo
orar al Señor.
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