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En el segundo sentido declarando esta letra, querrá decir: Harás maestros tuyos a todos, esto
es, que todos te enseñen en algo y tengas a cada uno por dechado en alguna virtud, y
juntamente con esto apártate de ellos cuanto pudieres; no por enemistad, ca no debes apartar
de ellos la voluntad y amor, sino en cuanto a la familiaridad y contratación, y debes llegarte
a uno que tú sientas ser más idóneo; lo cual quiso sentir el Sabio cuando dijo (Eclo 6,6):
Tendrás paz con muchos; séate consejero de mil uno.
El que tiene simples ojos de paloma, a todos mira en respecto de bien y no maliciosamente;
no mires a nadie con ojos torvos ni con ceño, ni mires en cosas que casi necesariamente son
anejas a los mortales: disimula los males ajenos y no mires en ellos; antes debes hacer como
si no les vieses; ca son flaquezas en que todos caemos, que apenas tienen ser sino en la
imaginación de los que paran mientes en lo que no deberían mirar.
No pienses que los hombres son ángeles, ni que son impasibles; y si vieres lo que no debes,
no te hagas juez de causa ajena, ni mires sino lo que en los hombres te puede aprovechar. En
lo cual, si con atención y con sanos ojos miras, apenas verás hombre en todos los del mundo
que no tenga algo de bien, en que halles algún provecho; porque si aun los malos tienen cosa
de que tú te puedes aprovechar, mucho mejor la tendrán los buenos.
Sabemos sin duda que dice el Señor que los hijos de este siglo son más sabios que los hijos
de la luz; en lo cual sería bien que los imitásemos, siendo en el bien tan solícitos como ellos
en el mal; y en esto aun a los malos debes hacer que sean maestros tuyos e imitarlos en la
solicitud, pues te mandan imitar aun a la hormiga; y en los que conocieres ser malos has de
notar lo que debes castigar en ti mismo, aunque es cosa más segura no echar de ver en los
otros sino lo que fuere virtud.
Así que en todos debes mirar lo bueno, y la virtud que en alguno vieres tener preeminencia
síguela y alábala en él; porque uno tiene la virtud de la mansedumbre que más resplandece
en él, otro resplandece en pobreza, otro en discreción, otro en humildad y menosprecio de sí
mismo, otro en ser diligente y presto al bien, otro en ser muy servicial, otro en ser ayunador
y abstinente, otro en ser bien criado y honesto, otro en ser de tierno y de compasivo corazón,
otro en ser caritativo; y de esta manera verás repartidas en los hombres las virtudes como las
buenas propriedades en las piedras preciosas.
En estas virtudes has de hacer a todos maestros tuyos, quiero decir que los tengas como
espejos y mires en cada uno la virtud que en él tiene preeminencia, para la aprender de él
por santa imitación; y de esta manera tenerlos has a todos por buenos, y aprovecharte has de
ellos; y no mirarás en lo que tú excedes a los otros, sino en lo que los otros te exceden a ti,
en lo cual los debes tener por maestros y darles la ventaja.
Empero, si dejas de mirar en los otros las virtudes que sea, y miras los vicios y defectos que,
gracias a Dios, hay hartos, vendrás a decir aquello que dijo el que por entonces no miraba
bien; mas teniendo con la pasión, por la persecución alterada, ciegos los ojos, dijo a Dios,
aunque con buen celo (1 Re 19,14-18): Muy celoso he sido por amor, cual señor, ca
desampararon tu amistad; los hijos de Israel destruyeron tus altares y mataron tus profetas
con cuchillos, y yo solo soy dejado, y aun buscan mi ánima para me la quitar. A esto le
respondió el Señor, para consolarlo por una parte, en le dar compañeros, y para lo
reprehender por otra, en pensar que él solo era el que acertaba: Déjate para mí siete mil
varones en Israel cuyas rodillas no se abajaron delante el ídolo.
El mucho celo que éste tenía le hacía pensar que sólo él había quedado de los que favorecían
la virtud, y Dios, que ve los corazones, le dijo haber quedado otros siete mil en salvo,
aunque no se mostraban. En lo cual podemos tomar ejemplo y aviso para que no pensemos
que todos han declinado y que los otros no aciertan; mas, según comencé a decir, tengamos a
todos por maestros, y si alguno sigue algún ejercicio que a ti no satisface o que tú no lo
sigues, o que repugna por ventura al que tú sigues en algo y no se compadece con tu
complexión y manera, debes apartarte de él; no, empero, de amarlo, porque, si pones el amor
como caudal en la mercadería del otro, ganarás mucho.
Y avísote que no tengas espíritu de contradicción, ni repruebes lo que tú no sigues; porque
muchas son las puertas de la celestial Jerusalén, según dice San Juan, y muchas las ventanas
a do vuelan las palomas, y muchas las rejas por do aguardan para ver si viene el esposo; y la
Iglesia no se compara en la Escritura por otra cosa a la granada sino porque debajo de una
clausura tiene muchos retraimientos distintos con telas blancas, que son muchos ejercicios
debajo de una claridad, y finalmente muchas se dicen ser las vías del Señor, y todas dice el
profeta (Lam 1,4) que lloran porque no hay quien venga por ellas a la solemnidad de la
gracia del Señor; donde pues todas lloran, todas sería muy bien que se alegrasen siendo
seguidas. Las vías diversas son los diversos ejercicios: vaya cada uno por donde quisiere,
no le estorbes ni pienses que va errado porque no va por tu camino; ca la falta del
aprovechamiento no es por culpa de los caminos sino de los caminantes. Así que, conforme a
las cosas dichas, debes oír al bienaventurado San Bernardo, que te aconseja diciendo:
Apártate, siervo de Dios, no seas visto reprobar los que no quieres imitar.
No quiero que pienses que en ninguna parte resplandece el sol común del día sino en tu
celda, y en ninguna parte haber sereno sino cerca de ti, y que en ninguna parte obra la gracia
de Dios sino en tu conciencia.
En lo que más yerran acerca de esto los que se dicen espirituales es en pararse a debatir y
cotejar el ejercicio de la sacra pasión y del recogimiento, para ver cuál ha de ser antepuesto;
y éstos no yerran menos que los que disputan de los dos San Juanes, que tuvieron figura de
estos dos ejercicios; el menor de los cuales pluguiese a Dios que siguiésemos sin andar en
diferencias, muy aborrecibles a Dios; el cual no quiere que ningún buen ejercicio sea
desamparado, y todos los aprueba dando en ellos muchedumbre de gracia.
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