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Muy necesaria cosa es crecer en humildad cuando creces en virtud, porque, si no creces con las
otras virtudes, no aprovechas bien, según dice nuestra letra; y la razón es por pelear las otras
virtudes contra ella si la ven flaca, según lo cual dice Gersón que este combate tiene la humildad
más que otra virtud alguna; pues ninguna virtud se hace contra otra y todas las que se hallan en
el hombre pelean contra la humildad si la ven un poco adormecerse; así que no con menor
estudio debes crecer en humildad que en todas las otras virtudes si quisieres bien aprovechar, y
mira que la humildad suele ser contra sí misma, y el mayor enemigo que tiene es ella misma;
porque si el humilde se tiene por tal ya no lo es, ca no hay mayor soberbia que creer el hombre
que es humilde, porque toma el primer lugar y cree que tiene el postrero; lo cual es muy
peligroso engaño, porque, como dice San Bernardo, el verdadero humilde quiere ser reputado
por vil y no predicado por humilde; y según esto se dice tener la humildad una propriedad, y es
que no conoce a sí misma, y por tanto se podría llamarla virtud oculta que por una manera
secreta la loa Dios en los Cánticos de su esposa (Cant 4,1).
Y digo que la loa Él, porque a Él no es oculta, sino muy manifiesta, ca primero mira El nuestra
humildad para se acordar de nosotros, y ésta miró en nuestra Señora, aunque la tenía muy
secreta.
Sobre ninguna cosa pone Dios tanto sus ojos como sobre la humildad; en tal manera que se
diga haber mirado las cosas humildes en el cielo y en la tierra y en el estiércol; en el cielo cuando
quitó los poderosos y malos ángeles de la silla para ensalzar a los humildes, y no esperó que
estuviesen mucho allí, sino que mientras ellos se querían elevar, presumiendo de sus solas
fuerzas, los derribó. Mira Dios también en la tierra la humildad, porque lo que más motivó a
Dios a remediar los hombres terrenos de parte de ellos fue la humildad que vio en ellos después
del pecado, la cual no se halla en los demonios. Mira Dios esta virtud en el estiércol para sí
mismo, ca se agradó siempre mucho de ella dondequiera y como quiera que la vio, aunque no
fuese perfecta; ca por aquella humildad que mostró el primer hombre en esconderse de Dios le
dio menos pena que a la mujer; y por se humillar cuasi fingidamente el rey Acab delante de
Dios fue preservado en muchos trabajos. Y sanó de muchos males a Faraón y Abimelec por una
poquilla de humildad que mostraron.
La causa por que el Hijo de Dios se paga tanto de la humildad, que lo fue a buscar al establo
cuando nació y al Calvario cuando murió tan humillado en la cruz, fue, según dice San Agustín,
el mucho interés que esta virtud trae al Hijo de Dios, el cual, queriendo subir a mayor honra y
dignidad, no halló manera para ello, porque Él tenía lo más alto de todas las cosas, que es la
dignidad, y para todavía subir buscó la humildad y abrazóse y derribóse con ella apocando a sí
mismo; y por este camino fue ensalzado hasta la diestra de la Majestad en las alturas, y diéronle
nombre sobre todo nombre; así que se pueda decir de él: Las aguas de las pasiones lo criaron, y
la profundidad de esta virtud lo ensalzó.
Aun Cristo quiso guardar la letra presente, cuanto a Él fue posible, para nos provocar a lo
mismo, salvo que la humildad suya es de otra manera que la nuestra; y Él no pudo ignorar su
humildad; y a nosotros es cosa provechosa no conocer esta virtud mientras la tuviéremos, ca
ésta se podría llamar docta ignorancia; porque así como a los pecadores se les cuenta por muy
gran culpa no conocer sus culpas, así a los justos se les cuenta por gran justicia no conocer las
virtudes que tienen, o a lo menos que no conozcan los grados que de ellas han alcanzado;
conforme a lo cual dice San Bernardo: Por que se conserve la humildad suele ordenar la piedad
divina que cuanto más alguno aprovecha tanto menos se juzgue haber aprovechado.
Dificultoso parece que mientras más creces te juzgues por menor; empero, si aprovechares en la
oración, tú verás a la clara esto cuando te aconteciere como al que va camino y ve una cuesta
delante de sí, a cuya traspuesta piensa que está el lugar; empero, cuando la ha subido, ve otro
muy gran llano y ve la gente que iba delante que antes veía, por lo cual juzga que tiene muy
poco andado para lo que le queda y otros muchos han aguijado más que él.
¡Oh cuántos se tienen por perfectos y por delanteros a otros, que si perseveran verán que
delante de aquel cerro hay otro y otros innúmeros, y que aquel su término está en la primera
jornada, y que, si ahora se anteponen a algunos, es porque aún no conocen el quilate de la
virtud que el otro tiene, lo cual verán desde que hayan llegado allá y serán constreñidos a decir,
cuasi reprehendiéndose, aquello que dijo el varón según el corazón de Dios, y fue (2 Sam
6,21-22): jugaré y seré hecho más vil de lo que soy, y seré humilde en mis ojos! Gran sentencia es
aquésta, y dicha a tiempo que David estaba saltando con gran fervor de espíritu, olvidado del
reino temporal por honra del Rey eterno.
Dice que ha de jugar, porque la humildad sabe muy bien jugar a la ganapierde, que no haciendo
posteta alguna lo gana todo; y adelantándose a jugar, echa siempre carta que pueda perder,
poniéndose tacha de menor valor, y responde al caballo con sota, reputándose menor que todos
los buenos, y de esta manera gana, según aquello de San Gregorio: Las grandes cosas que
hacemos tenemos por muy pequeñas cuando pensamos los ejemplos de los más fuertes; mas
entonces crecen por mérito acerca de Dios cuando acerca de nos decrecen por humildad.
A la ganapierde, cuando hombre tiene mal juego y todos puntos menores, fácilmente gana; mas
teniendo figuras, que valen por número perfecto, gana con dificultad; y de esta manera dicen
algunos que aquel será más presto humilde que tiene menos virtudes; empero el que las tiene
tales, que son figuras o traslados perfectos de las que tuvieron los santos, con dificultad se
podrá humillar sin hacer alguna posteta anteponiéndose a otros.
Esta razón va muy fuera de humildad, y no es de este juego, sino del torillo de la soberbia, ca el
humilde nunca se mira sino desnudo como nació, sin virtud, sin mérito, sin cosa buena,
ignorando si es digno de odio o de amor; y si ve en sí algo, pues la humildad lo da todo a cuyo
es, mira como ropa prestada lo que posee; y de allí se humilla más, pensando en la usura que le
fuera demandada del áspero señor que coge aun donde no sembró; y temiendo el menoscabo
que ve en sí, clama en su corazón diciendo: ¿Qué perdición ha sido esta de gracias que vos,
Señor, me diste tan de balde; pues las pudieras vender a otro que mejor te las pagara, o darlas a
los pobres que ahora carecen dellas?
Puédese también decir que la humildad juega a manera de gran señor, que con quien ama se
hace perdido adrede; por que perdiendo los dineros gane más el corazón de la persona con
quien juega; y así la humildad, jugando con Dios, pierde aun el ánima por su amor,
despojándose de todo y tórnalo a la fuente, que es Dios, a ejemplo de nuestra Señora, que,
siendo alabada, magnificó al Señor, que reparte sus dones.
Dice también David que se ha de hacer más vil, dando en esto a entender que la humildad
siempre debe crecer en nosotros, lo cual acaecerá si creciéremos en el conocimiento y amor de
Dios; ca no hay quien nos desengañe, sino el que como amigo nos dice la verdad cuando se llega
a nosotros, y nos hace conocer que no somos nada; y acontécenos con él como al enano con el
gigante, que mientras más a él se junta conoce más su pequeñez; y según esto, los que se han
unido más a Dios, hallamos en la Escritura que fueron más humildes.
Dice más David que será humilde en sus ojos, no se curando de los ojos ajenos que solamente
ven lo de fuera; y dio en esto a sentir que había quitado de sí la voluntad de querer ser tenido
por humilde, lo cual no haces tú; ca dices de ti alguna virtud y ruegas que lo callen, no porque
tú lo deseas, sino por que piensen que con aquélla también tienes la humildad; queriendo
parecer humilde en los ojos ajenos, no lo eres en los tuyos, a cuya causa dices muchas veces de ti
lo que no crees, a ejemplo de una emparedada que solía responder, según dice Gersón, palabras
de confusión suya a los que le hablaban por su redecilla; y un día viniendo una dueña a la
visitar, acaeció que estaba junta a la red una niña que tenía consigo, a la cual preguntó la dueña
qué tal estaba su señora, y ella respondió aquello que muchas veces había oído a la misma
emparedada, diciendo: Mi señora es una perdida, un pedazo de sueño, indevota, que no merece
lo que come. A esto saltó presto la vieja con reprehensión: ¿Qué es eso, di, que dices? En buena
fe, señora, que miente, ca bien madrugo y hago lo que puedo.
De esta manera hay muchos que falsamente se humillan y no quieren que digan de ellos lo que
ellos mismos dicen de sí; en lo cual se muestra carecer de humildad y también de verdad, pues
no quieren que nadie confirme su dicho, y si alguno lo confirma, ellos mismos lo contradicen o
muestran que lo decían burlando.
El que es humilde en sus ojos sufre que le digan en la barba sus defectos y ama oírlos, y aun que
se los señalen con el dedo; ca huelgan de verlos para los emendar, y ellos mismos ruegan que les
muestren lo que deben corregir, porque están prestos para lo hacer. El que de verdad quiere ser
humilde en sus ojos, lo más que mire en sí sea sus defectos, y esto ruegue a los otros que miren
y se los muestren; y suplique a Dios que le abra los ojos para que los vea solos y no quiere
conocer en sí lo demás, por decir con David (Sal 72,26-28): Inflamado está mi corazón, y mis
renes se trocaron; yo soy tornado a nada y no supe; como bestia soy hecha acerca de ti, y yo
siempre seré contigo.
De un extremo a otro ha pasado David en estas palabras, porque la inflamación del amor, según
San Dionisio, se atribuye a los serafines, de la cual dice que está lleno su corazón; y junto con
esto se llama bestia, como quien se derriba de lo más alto a lo más bajo; lo cual suele hacer la
soberana humildad, que la caridad inflama, y la razón de ésta es porque no sabe el humilde
detenerse en ver sus cosas preciosas, y nunca quita los ojos de sus faltas, habiéndose con Dios a
manera de pobre que pide limosna a la puerta de la iglesia, el cual encubre los miembros sanos y
muestra los llagados, diciendo de sí lástimas con gran deseo de ser de todos creído y que se
duelan de él.
A la puerta de la misericordia se asienta el humilde con gran confianza, y no osa entrar dentro
con los presuntuosos, porque aún no se juzga digno de ser oído; empero muestra a Dios y a sus
santos, con voz de oración, todos sus defectos, que son llagas del ánima, y encubre lo bueno casi
como si no lo tuviese, demandando siempre más; ca el Sabio dice (Eclo 13,9): Humíllate a Dios
y espera sus manos. Sabe la humildad que las manos adyutrices de Dios siempre están
extendidas a los humildes; y por tanto no cesa de se humillar a Él solamente, no curando de los
hombres, a los cuales por solo Dios se sujeta, contemplando en ellos a Dios.
No lo hacen así los soberbios, que como abaceras muestran la mejor verdura encima y ponen la
peor debajo; y así ellos esconden sus faltas y publican eso bueno que parecen tener; y por tanto
se dice de ellos (Sal 72,9): Pusieron su boca en el cielo, y la lengua de ellos pasó por la tierra.
Aquel pone su boca en el cielo que se jacta de las cosas espirituales, y su lengua pasa presto por
la tierra encubriendo o abreviando sus terrenas flaquezas o cubriéndolas con afeitadas palabras,
como se cubre la tiña con la cofia labrada; y por esto los tales no recibirán limosna de Dios, que
torna a mirar al pobre y vuelve los ojos del soberbio, como parece en el publicano y fariseo, que
el uno manifestó eso bueno que tenía, y por eso no le dieron nada, y el otro ningún bien
manifestó de sí, sino males, y por eso aun descendió con más humildad justificado a su casa, y el
otro se quedó en la altivez do se había subido.
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