DÉCIMO TRATADO

HABLA DE LAS LÁGRIMAS DEL RECOGIMIENTO, Y DICE: LÁGRIMAS SEAN TUS ARMAS POR LA GRACIA PELEANDO


CAPÍTULO I

Como sea cosa muy necesaria al hombre comunicarse con Dios y tener con Él alguna contratación y manera de negociar, menester es que busque tal forma para ello que tenga su pleito seguro.

Esto digo porque, según dice el santo Job (Job 9,2-3), si el hombre se pone a palabras con Dios, no le podremos responder a mil razones una. Si el hombre se quisiese justificar delante de él, nuestra misma boca nos condenaría; si quisiéremos traer testigos, ninguno osará dar testimonio de nuestra bondad; si quisiéremos traer allí nuestras justicias y obras santas, mostrarse han como paños muy manchados, que si de una parte se hallaren blancos, de otra estarán llenos de sangre; si te lavares como agua con aguas de nieve muy claras, y tus manos estuviesen muy esmeradas y limpias, teñírtelas ha Dios con mancillas, en tal manera que tus vestiduras te aborrezcan viéndote tan ajeno de limpieza; si quisieres llevar las cosas por vía de enojo a la ira de Dios, ninguno puede resistir; si pusieres fuerzas, es tan robusto y esforzado y poderoso, que delante de él parecerás hoja seca que lleva el viento; si quisieres llevar las cosas por astucia y arte secreta, es tan mañoso y sagaz, que vendrá a ti y no lo verás, e irse ha y no lo sabrás.

Estas cosas ha dicho el santo Job para mostrar cómo ninguno puede por justicia, ni por maña, ni por fuerza, ni por muchedumbre de palabras, ni por otra semejante manera, tratar con Dios y tener seguro su partido.

Dice que no lo podemos vencer con palabras, para que teman los retóricos y muy hablados varones; y dice que ninguno se podrá justificar delante de Él, para que no tomen vanagloria los que se tienen por santos.

La astucia tampoco vale algo delante del Señor, por que los sabios conozcan que no saben lo que más han menester, que es valerse con Dios; y las fuerzas de los grandes señores y grandes soberbios menos valen que todo lo otro, según viste; de manera que ni hay consejo, ni fortaleza, ni saber, ni maña contra Dios. De todas las cosas está seguro, sino de nuestra letra, que, aunque parece de ninguna hacer mención, todas las incluye, diciendo: Lágrimas sean tus armas por la gracia peleando.

Las cosas que por sí no valen para con Dios, envueltas con las lágrimas, valen mucho; y ellas en sí por una manera de mayor valor, incluyen todo lo demás; porque de la maravillosa retórica y compuesto hablar de las lágrimas dice San Máximo: Las lágrimas no demandan perdón, mas merécenlo. No dicen la causa, empero alcanzan misericordia; porque las palabras algunas veces no manifiestan todo el negocio, empero las lágrimas producen y echan fuera y ponen delante toda la afección.

De la justificación dice San Jerónimo, hablando del lloro, que las lágrimas no solamente justifican, mas que santifican al hombre. Y que las buenas obras con que el hombre se justifica sean muy favorecidas de las lágrimas parece por aquello que dice San Gregorio: Sacrificio seco es la buena obra que no se rocía con lágrimas de oración; y sacrificio muy grueso es la buena obra que, cuando se hace, es favorecida con la grosura de las lágrimas. Y que las lágrimas sean una maravillosa arte y disimulada astucia para con Dios, que le cavan el corazón, muéstrase en los Cánticos, donde se queja el esposo que tiene la cabeza llena de rocío (Cant 5,2); el cual no es otro sino las lágrimas que por su divinidad había llorado la esposa, de las cuales atraído y forzado viene ya rogando el que era rogado.

Ya no queda sino ver cómo las lágrimas son una manera de fuerza con que la de Dios se vence; lo cual hemos de probar por las palabras del mismo Señor, para que así seamos muy aficionados a ellas. Dice el Señor (Mt 11,12) que el reino de los cielos padece fuerza y que los esforzados lo arrebatan; y en otra parte dice que, si no nos tornamos como niños pequeños, no entraremos en el reino de los cielos (Lc 18,17); y no hay duda sino que la segunda sentencia no contradice a la primera; mas muestra que aquella fuerza que el reino de los cielos padece también la pueden hacer los niños; y es alcanzar a fuerza de lágrimas lo que de otra manera no pueden haber; lo cual vemos cada día que hacen; porque, cuando sus padres o madres no les quieren dar lo que demandan, permaneciendo en lloro los vencen; y así las lágrimas pueden más que las fuerzas, y con paz alcanzan lo que quieren, y juntamente inclinan a sus padres a los consolar con halagos y palabras dulces y a les enjugar las lágrimas de los ojos y a los abrazar dulcemente y apretar en sus pechos por los acallar. Conforme a lo cual dice Dios (Is 66,10-14): Gozaos con Jerusalén y alegraos en ella todos los que la amáis; gozaos con ella en gozo cuantos lloráis sobre ella, para que sacando el jugo, seáis llenos de los pechos de su consolación, y ordeñéis y abundéis en deleites de toda su gloria; a los pechos seréis traídos y sobre las rodillas os halagarán; así como si la madre hiciese juguetes al niño, así os consolaré yo, y en Jerusalén seréis consolados y veréis, y consolarse ha vuestro corazón, y vuestros huesos así como yerba retoñecerán, y será conocida la mano del Señor en sus siervos.

Bien hase conformado el Señor en estas palabras a la comparación del niño que llora delante de su madre; y por eso las endereza a los que lloran sobre Jerusalén la de arriba, que es madre nuestra; donde has de notar que este lloro no se endereza ni se dice a los santos que en ella están, ca éstos no tienen causa de lloro ni pueden llorar; mas dícese a los varones justos que desean ir allá y tienen en el corazón vivo este deseo con que desean ser desatados y estar con Cristo; estos tales lloran sobre Jerusalén, porque allá es su conversación, aunque están en la tierra, y no hay cosa que más los fatigue que la memoria del paraíso de Dios, según aquello del salmo (Sal 136,1): Asentámonos sobre los ríos de Babilonia, y allí lloramos cuando nos acordábamos de ti, Sión.

Ríos de Babilonia son todas las penas que manan del pecado, las cuales corren hasta el infierno; y los malos corren con ellas, porque no les bastarán, según son sus maldades, las penas presentes, sino que también han de ir a parar al infierno; mas los buenos están sentados sobre estos ríos, porque solamente han de sufrir los males presentes que pasan de ellos, quedándose ellos sentados y no pasando con el mundo, sino del mundo al Padre Eterno que los espera.

Y no dice David que lloraban por tener tan mal asiento como era estar sobre los ríos, que son las fatigas, sino por el deseo de Sión, que es el cielo donde se ve el Dios de los dioses. Onde, según éstos, más atormenta a los justos la dilación de la gloria a ellos prometida que todas las otras fatigas del mundo sobre las cuales están sentados sufriéndolas; empero, más sienten la ausencia de la santa Sión, y por ella lloran unas lágrimas muy de otra manera que las del Segundo Abecedario; las cuales de ligero remedia el Señor con su gracia, dando a gustar aquí algo de lo que acullá esperamos; y porque esto, según viste, mejor se alcanza por lágrimas que de otra manera, dice nuestra letra que sean lágrimas tus armas para alcanzar la gracia. De dos cosas hablaremos en esta letra: de las lágrimas tocantes al recogimiento y de la gracia que en él se recibe. Comenzaremos a decir algo.




[ Capitulo Anterior ]
[ Retorna al Indice ]
[ Capitulo Seguiente ]