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Muy anejo es a los varones aprovechados, según dice San Gregorio, sentir el
desaprovechamiento de los disolutos y penarse viendo que no andan los otros en la carrera de la
perfección como ellos, y porque de la abundancia y pena del corazón suele hablar muy presto la
boca, síguese fácilmente la murmuración de los males ajenos, callados los bienes, y lo que da
calor a esta murmuración, dorándola y enmelándola para que no parezca mal a los hombres que
la oyen, es un poco de celo que mezcla el demonio en ella, como el pescador que cubre con la
blanda lombriz el duro anzuelo, para prender engañosamente los peces que se andaban seguros
y estaban escondidos en lo profundo del agua.
Dicen éstos, para encubrir el gran vicio de la murmuración con el fingido celo, que no es
aquello murmurar, porque ellos no quieren decir mal de la persona que traen entre los dientes,
sino del vicio que tiene, al cual aborrecen, dejada aparte la persona, y para esto aun añaden,
porque no parezca su habla sin provecho, que lo cuentan aquello para que los oyentes se
guarden de aquel mal, y acaece, como dice Gersón, que contando aquello de otro se comparen y
antepongan a él, como el fariseo al publicano, diciendo que no son ellos como aquél, al cual
acaece haber Dios justificado, porque delante de él ha conocido su mal, y los que murmuran
tornan a caer en el hoyo de do el otro se levantó, haciendo, según dice el Apóstol, lo mismo que
juzgan; ca del pecado que ya no es hacen ellos presente, no para el otro que ya salió de él, sino
para ellos que de nuevo entran, abriendo el pozo que ya el otro cerró con el arrepentimiento
que siempre es de presumir; y si dicen que no es pecado mortal aquello de que hablan, tanto
peor, pues tienen menor causa de murmuración, y no por eso dejan de lo proseguir y ponderar
con más astucia, abominando las cosas del otro como si fuesen de hombre malo, y el menos mal
que dicen de él es que no tiene amor a la virtud, ni la favorece, ni es amigo de la penitencia, ni
de la oración, lo cual no dices sino porque no se conforma contigo en tus novedades, ni cura de
tus consejos ni pareceres, en lo cual no peca, pues no es obligado a ello.
Dicen también los que so capa de devotos murmuran que no dicen ellos aquello sino con deseo
que tienen de aprovechar a los oyentes, dándoles aviso que no traten con aquél, por que no les
sea causa de perder la virtud que tienen, si con él se comunican; como si el otro fuese algún
salteador que anda a robar virtudes ajenas, estuviese tan curtido en el vicio que manase de él
como de fuente mal resabio para todos los otros; aunque según verdad sería mejor que con
halagos espirituales y dulce conversación apartasen algún rencor o mala sospecha que suele
mezclar el demonio entre los siervos de Dios, buscando formas y maneras para que formen
unos de otros malas opiniones sin causa alguna, y haciendo que sospeche el uno que el otro le
tiene mala voluntad, como según verdad lo ame mucho, y que piense ser el otro contrario a lo
que por ventura favorece.
Excúsanse también algunos mostrando que manifiestan aquella culpa ajena para que así venga a
noticia del otro y se enmiende, sabiendo que es murmurado su defecto; aunque los hombres no
se suelen enmendar de esta manera, sino indignar, viendo que no se guarda con ellos lo que
mandó Cristo de la secreta corrección, que se ha de hacer en gran secreto para corregir y no en
público para difamar. Más querría que cualquier siervo de Dios a solas me dijese en mi cara
todos mis vicios, que no uno solo por vía de mensaje que lo sepa todo hombre.
Excúsanse también algunos celosos con más color diciendo que no hablan aquello sino para
provocar a sí mismos y a los presentes a que oren y se compadezcan de aquel pobrecillo, que
tiene tal y tal defecto, del cual se debería enmendar; mas no lo hará si no le ayudamos con
nuestras oraciones, las cuales, si bien se mira, van hechas en pecado, porque, cuando queremos
rogar a otros que oren por la corrección o mejoría de otro, no les debemos señalar la persona,
aunque de verdad sea culpada, pues que de esto ningún bien se sigue, sino mucho daño, ca
forman los otros mala opinión de aquél, y pueden ser testigo de su mala fama y sembrarla más
difusamente, tanto con mayor afirmación cuanto fue más aparente la causa y motivo que el otro
mostró cuando denunciaba su culpa; y así se vuelve la oración en testificación muy dañosa
contra el que deberíamos excusar, considerando la común fragilidad humana.
No sé qué me diga de esta murmuración engerida en celo, sino que querría más, después de
todo bien mirado, verte quebrantar el voto de la castidad que no verte murmurador aun con
esta color que añades; porque del otro pecado luego te enmendarías y conocerías tu culpa, mas
éste nunca lo enmendarás ni conocerás, porque ese que tú llamas celo te ciega para que viendo
no veas ni entendiendo entiendas.
Tu misma virtud, si alguna tienes, oscureces, aunque piensas que la favoreces, cuando quiera
que por una vía o por otra dices mal de tus hermanos; aunque eso que digas en ellos no sea
pecado, eslo en ti, pues que lo dices para menoscabo del otro; y tu imaginación hace caso en ti,
fingiendo para ti peligro donde no hay peligro para el otro.
Aunque carezcas de vicios carnales y pienses que eres hombre espiritual, créeme que no careces
de grandes vicios espirituales y sotiles si sueltas tu lengua a menospreciar o a menoscabar la
fama ajena, y abres tus orejas y las enderezas como caballo que se arrufa y despierta, queriendo
oír de voluntad y dar crédito al que dice mal de otro, como más de verdad deberíamos tener por
malo al murmurador que no al murmurado, pues que el pecado de éste nos es notorio y no el
del otro.
Pregunta David al Señor que quién morará en su casa y holgará en su santo monte de la
contemplación; y respóndele el Señor, diciendo (Sal 14,3): El que habla la verdad en su corazón,
y no trató engaño en su lengua, ni hizo mal a su prójimo, y no recibió contra sus prójimos
denuesto; en su presencia es traído a nada el maligno.
Aquel por la mayor parte habla verdad en su corazón que tiene concebida en él buena opinión
de su hermano; y este tal no trata engaño en su lengua, porque no murmura de él, ni le hace mal
infamándolo; y lo que más es, que no recibe denuesto contra sus prójimos, porque no da crédito
a los que de ellos murmuran; sino que, según se sigue, el maligno murmurador es tornado a
nada; porque le deshace todos sus dichos y razones o con la tristeza de la cara, que, según dice
el Sabio (Prov 25,23), basta para corregir el ánimo malvado del murmurador, o con buenas y
saludables razones que dan a conocer cómo ninguno debe juzgar el siervo ajeno, porque a su
señor vive o muere, según, y porque en la boca que desea gustar a Dios y bebe cada día su
sangre en el altar parece muy mal que también se trague la sangre ajena, mayormente como
mande nuestro Señor que no digamos mal al sordo (Lev 19,14), porque ningún bien, sino
mucho daño, se sigue cuando el prójimo, por estar ausente, no oye lo que de él se dice; ca si lo
oyese, no osarías tú hablar por celoso que fueses. El temor del hombre podría enfrenar tu boca,
aunque el de Dios no la puede concertar.
No sea, pues, hermano, tu celo como el de los fariseos, que ponían toda su santidad en
murmurar de los pecadores; y por esto los llamó aquel beatísimo San Juan Bautista (Mt 3,7)
generaciones de víboras, que aun a San Pablo mordieron en la mano, que es henchir de veneno
aun la obra de cualquier santo varón a vueltas de los pecadores. Ninguno de los otros vicios
debe tanto temer el varón espiritual como aqueste de la murmuración, por que los otros no lo
acometen tan continuamente como éste, que a los más perfectos se atreve mejor; ca escrito es
(Eclo 28,21) que la plaga de la lengua, que es la murmuración, muele los huesos, que son los
varones fuertes en la virtud y escondidos en lo interior de Cristo, que es la divina
contemplación.
La conclusión de aqueste punto está en dos cosas que te conviene hacer para que, no
ofendiendo en la lengua, seas perfecto varón: La primera, que no hieras en secreto a tu prójimo
murmurando de él en su ausencia, ca de otra manera serás maldito de Dios (Dt 27,24), sino que,
a ejemplo del santo Job (Job 6,30), no se halle en tu lengua maldad ajena ninguna; basta que
pronuncies las tuyas para que seas absuelto de ellas, y no las ajenas, para que, si estabas suelto, te
ligues con lazos ajenos.
Lo segundo que te conviene es que, como dice el Sabio (Eclo 19,10), si oíste alguna palabra
contra tu prójimo, muera en ti; entiérrala y escóndela profundamente en tus entrañas, que no te
las rasgará; cubra tu caridad los pecados ajenos, por que la de Dios cubra los tuyos; alaba y
ensalza cualquier bien que vieres y supieres que tiene tu hermano, y di tú aquel bien cuando
otros dijeren tus males; los cuales tú debes olvidar como si nunca los hubieras sabido,
haciéndote de nuevas cuando los tornares a oír, y gimiendo en tu corazón porque aún no estás
justificado, aunque no tengas aquello, ni sabes cuándo merecerás ser dejado de Dios para que
caigas en cosas peores. Bienaventurado es el que lee aquesto y lo guarda con todo estudio.
Amén.
No te quiero decir cuán aborrecido tenga Dios aqueste vicio, y cómo, según dice Gersón,
apenas y con mucha dificultad lo perdona, porque nosotros nunca podemos hacer de él entera
satisfacción, ni saber cuánto mal hayamos hecho en la fama del otro, ni en los oidores, que
después multiplican el mal que tú sembraste; de lo cual tú eres causa, que descubriendo,
imponiendo, añadiendo, concediendo, aprobando, o por otras cualesquier vías, comenzaste a
difamar tu prójimo (Job 4,2-8).
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