CAPÍTULO III. DE COMO LOS ÁNGELES PUEDEN MOVER PENSAMIENTOS EN NUESTRO CORAZÓN

Pueden mover también pensamientos en nuestro corazón los santos ángeles, despertando nuestros deseos y dándonos buenas inspiraciones, y causar en nuestra ánima muchas cosas mediante diversos movimientos que ellos saben disponer para nos atraer a lo que quieren; y podíamos decir que las tres jerarquías obran en nuestra ánima tres maravillosos efectos; de lo cual no te maravilles, ca aunque el ángel no pueda entrar en la esencia del ánima, porque esto a sólo Dios pertenece, al cual ninguno resiste y todos lo desean como a muy provechoso morador, que con sola su presencia repara todos los daños de la casa y la consagra y santifica.

Para lo cual debes notar que así como entre las cosas corporales vemos que un cuerpo no se puede penetrar naturalmente con otro ni infundirse en la esencia de él, así en las cosas espirituales naturalmente no se puede penetrar o infundir la una en la esencia de la otra, dejado a Dios aparte, que como lumbre en cristal o agua muy clara se penetra e infunde en la esencia del ánima, o del ángel, por una manera ha aun el ánima que algo de esto que sentido no sabe el cómo se hace hasta verlo hecho; no, empero, es de negar al ángel alguna especial operación acerca del ánima santa que para la sentir estuviere dispuesta, la cual, si por la permisión de Dios sintiese la cercana presencia del ángel, sería muy provocada a cosas espirituales aunque no lo viese; porque si acá en las cosas naturales, por solamente estar algunas piedras preciosas cerca de alguna cosa, se causan ciertas mudanzas, ¿cuánto más se causarían en el ánima que sintiese cercana la presencia de algún ángel?

Lo que me mueve a pensar esto es una cosa que sienten muchas veces los que se dan al recogimiento, y es un miedo muy terrible, que parece que el ánima se quiere salir del cuerpo de puro miedo, y dura poco espacio, aunque a las veces viene a menudo, y amedrenta y escandaliza tanto el ánima, que la desasosiega y queda atemorizada, no sabiendo qué se haga. Ni bastan palabras, ni esfuerzo, ni devoción para la asosegar, y suélese oír antes de esto, aun con los oídos corporales, una manera de crujimiento, que parece que va hendiendo la viga o madero por do pasa; lo cual, así uno como otro, causa la presencia del demonio que se da a sentir, o lo barrunta el ánima, porque muchas veces suele venir este temor grande sin ningún pensamiento que anteceda, y sin algún roído, y .i las veces estando el ánima en mucha devoción y recogida.

Lo cual no debe ser otra cosa sino el demonio que viene a estorbar, y permitiendo Dios se da a sentir, causando en el ánima aquel súbito y nuevo temor que conmueve toda el ánima, y no parece a los temores que acá solemos haber de noche a escuras, pensando en algunos muertos; ni al que habríamos de una serpiente, sino que, sin sentir movimiento ni temblor corporal, teme en gran manera el ánima, lo cual si, según creo, causa la presencia del demonio que se dio un poco a sentir, bien pienso que, si pudiésemos o consintiese Dios que sintiésemos al ángel que nos guarda, que causaría su presencia mucho bien en nosotros, pues que al ánima es tan favorable y convenible.

Dejada esta manera de causar, la que comúnmente se pone es movimiento en nuestros deseos, trayéndonos a la memoria algunas cosas, o disponiendo algunas causas por tal manera, que se siga lo que ellos quieren por sus muy útiles medios. Según lo cual podríamos decir que cada ángel en su manera, mediata o inmediatamente, obra en este nuestro espíritu más inferior que es nuestra ánima; los serafines la inflaman, los querubines la ilustran, los tronos la hacen estable y firme; y esto según las tres fuerzas de la misma ánima, que son la concupiscible, con que desea y ama; la intelegible, con que entiende y conoce; la ejecutiva, con que obra lo que entiende y quiere.

O esto se puede decir que obran, según dice un doctor, conforme a las tres porciones de la misma ánima, que son la superior e inferior e ínfima sensual, donde aun más apropiadamente la primera jerarquía se dice mover la parte más alta de nuestra ánima, la cual mira los primeros principios, y la segunda jerarquía mueve la parte inferior, que mira las conclusiones generales, y la tercera jerarquía mueve la parte sensual, que se derrama más a las cosas singulares. Y conforme a esto podemos conocer que estas tres jerarquías, con sus tres operaciones, son figuradas en aquel edificio de Salomón, del cual se dice (1 Re 6,36): Edificó Salomón el patio interior con tres órdenes de piedras pulidas.

Esto se dice porque la Iglesia triunfante se distingue en tres jerarquías, que se llaman piedras por la estabilidad, y polidas por la recepción de la divina lumbre, que en lo más polido se recibe mejor, y dícese también esto porque el pacífico Rey y Señor nuestro edifica el patio interior de nuestra ánima con estas tres ordenadas jerarquías, que se llaman piedras porque nos hacen estables, y polidas porque nos hacen muy polidos y claros en el amor y conocimiento de lo que amamos; donde a cada ánima se puede decir aquello de Isaías (Is 6,4): Toda piedra preciosa es tu cobertura.

No es mucho decir que todos mueven nuestra ánima, pues que, según dice San Pablo (Heb 1,14), todos son enviados en favor de los que han de conseguir la heredad de la salud. Así que todos vienen y obran en nuestra ánima mediata o inmediatamente cada uno en su manera, y no solamente en nuestra ánima, mas entre sí mismos purgan y alumbran y perfeccionan los superiores a los inferiores, y de mano en mano desciende aquello a nosotros que tenemos de ello más necesidad.




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