CAPÍTULO III. CÓMO SOMOS INDUCIDOS A ORAR SIEMPRE

Por que veas que muchas veces somos inducidos y provocados a orar siempre, mira que el Sabio dice (Eclo 18,22): No seas impedido de orar siempre y no hayas vergüenza de ser justificado hasta que mueras; y el santo varón Tobías dice a su hijo (Tob 4,5) que tenga siempre a Dios en su memoria; y David representaba a Dios siempre delante de sí. El Sabio también dice en otra parte (Eclo 35,1): El que guarda la ley, multiplica la oración. Y el Señor dice (Lc 18,1): Conviene siempre orar y nunca desfallecer. El Apóstol escribe a los de Tesalónica, diciendo (1 Tes 5,16-18): Gozaos siempre; orad sin entretenimiento; haced gracias en todas las cosas. Y en la segunda epístola dice (2 Tes 1,11): Oramos siempre por vosotros, para que el Señor tenga por bien de os llamar. Y a Timoteo escribe (1 Tim 2,8): Quiero que los varones oren en todo lugar, alzando a Dios las manos puras. El Señor dice a los apóstoles, y en ellos a todos (Lc 21,36): Velad orando en todo tiempo para que podáis huir todos los males advenideros y podáis estar delante del Hijo de la Virgen. Y el Apóstol escribe a los colosenses, diciendo (Col. 1,3-4): Gracias hacemos a Dios orando siempre por vosotros. Y el Señor, por darnos ejemplo, se apartaba de la compañía y pasaba las noches en oración (Lc 6,12).

Dícese también de los apóstoles (Hch 1,14) que después de la ascensión del Señor perseveraban, juntamente con nuestra Señora, en oración. Y por San Pedro cuando estaba preso se dice que oraba la Iglesia sin entreponimiento (Hch 12,5). A los romanos escribe San Pablo (Rom 12,12) que sean instantes, esto es, perseverantes en oración. Y a los filipenses dice (Flp 4,6): No seáis solícitos, mas en toda oración y ruego con hacimiento de gracias vuestras peticiones se manifiesten a Dios. Y el mismo Apóstol dice (1 Tim 5,5) que las viudas oren de día y de noche. Y a los casados dice San Pedro (1 Pe 3,7) que se traten bien y se caten honra, por que no sean impedidas sus oraciones. Y Santiago dice: Mucho vale la oración del justo continua (Sant 5,16). Y San Pablo dice a los de Éfeso: Orad en todo tiempo con toda oración en espíritu (Ef 6,18); y del varón justo se dice (Eclo 3,4): El que ama a Dios acabará de rogar por sus pecados, y apartarse ha de ellos, y en oración de días será oído.

En estas y en otras innúmeras partes que al presente no me ocurren nos amonesta la Sagrada Escritura que oremos siempre y perseveremos orando al Señor; el cual muchas veces dilata las mercedes por que nosotros multipliquemos las oraciones, y así merezcamos más delante de su Majestad.

Algunos hay que con pequeña glosa presumen de huir todas estas amonestaciones que nos hace la Escritura, para que siempre oremos, y dicen que, según San Agustín, no cesa de orar el que no cesa de bien hacer. No negamos este dicho de San Agustín; mas decimos que no se aplica bien al propósito, ni lo entienden los que piensan satisfacer con solo él a las autoridades, porque solamente iguala San Agustín en este dicho al que obra y al que ora; y por tanto dice que el no cesar de obrar es no cesar de orar, queriendo consolar al que, estando ocupado en buenas obras, no se cura de orar; al cual dice que se consuele, porque, si no cesa de bien obrar, no cesa de orar, y con lo uno casi recompensa lo otro. Así que no dice San Agustín esto en favor de los que oran, sino de los que obran, casi diciéndoles que, si quieren ser iguales a los otros, no deben cesar de bien hacer; lo cual parece ser así, porque si cuando el Señor dijo a Marta que María había escogido la muy buena parte, le dijera Marta que no cesaba de orar el que no cesaba de bien obrar, como ella, pudiérale replicar y responder el Señor que verdad era; empero que con más atención oraba el que no se ocupaba sino en un solo Dios que no el que se turbaba acerca de muchas cosas, como ella. Y así, aunque el siempre obrar bien fuese siempre orar, no era, empero, tan perfecto como si se ocupase el hombre solamente en un sumo bien, que es a todos necesario, pues de todos es fin, lo cual hacía su hermana María, que, asentada con gran reposo junto a los pies del Señor, oía su palabra con el oído del ánima.

De esta manera digo yo que, si el que continuamente obra bien ora siempre, no ora tan puramente como el que solamente está ocupado en las cosas altas de Dios; porque el sentido que tiene atención a muchas cosas se disminuye en respeto de cada una de ellas, y así el que se da juntamente a la vida activa y contemplativa, ha de quitar de la una lo que da a la otra.

La otra razón que algunos traen para probar que no puede el hombre siempre orar es decir que, como las necesidades de la vida presente sean tantas y tan inevitables, y la obligación que tenemos de socorrer a otros nos impida, cosa manifiesta es que algún tiempo nos hemos de dar a la vida activa, y que entonces ha de cesar la contemplativa.

Bien conocemos todos cuántas sean las necesidades humanas, pues a todos guerrean.

Si conociesen los indevotos que pueden obrar y orarjuntamente si quisiesen, cesarían de traer excusaciones en los consejos de Dios, y aunque en algunas obras, por ser trabajosas, no pueda el hombre orar con entera atención, puede a lo menos en alguna manera orar; y si los religiosos fuesen los que deben, todas las cosas que hacen deberían ordenar a la oración y no darse más a cosa que fuese de cuanto pudiese aprovechar para la oración, porque, según dice el padre nuestro San Francisco, a ella deben servir todas las cosas temporales, y los varones recogidos se deberían apartar de las que a ella no sirven, lo cual amonesta el mismo santo a sus frailes diciéndoles que trabajen fiel y devotamente; en tal manera que, lanzada la ociosidad, no maten el espíritu de la santa oración y devoción.

En estas palabras amonesta el santo a sus verdaderos hijos que obren y oren juntamente, conforme a lo cual dice Jeremías (Lam 3,41): Levantemos nuestros corazones con las manos al Señor de los cielos. La oración no es sino un levantamiento del corazón a Dios, y esto dice el profeta que ha de ser con las manos, levantando juntamente las manos, que, según dice la glosa, son las obras. Así que aquel levanta el corazón y las manos que ora en lo de dentro y obra en lo de fuera, donde San Isidoro dice: El corazón levanta con las manos el que ayuda la oración con la obra.

Acontece sin duda que ora el hombre mejor estando ocupado en alguna obra piadosa que no sin ella; y por esto hay algunas obras que no impiden, antes favorecen la oración, a las cuales se debería dar el hombre devoto. Para confirmación de lo ya dicho dice la glosa sobre aquella palabra de los Cánticos (Cant 4,11): El olor de tus vestiduras es como de incienso, porque en todas sus obras ora cuando obra bien con intención de venir a Dios; donde escrito está (1 Tes 5,17): Orad sin entreponimiento.

No era menester probar que podemos orar mientras obramos; porque, siendo el hombre compuesto de ánimo y cuerpo, tiene obligación de tener en sus obras dos respectos: uno corporal y terreno, pues él mismo es de tierra, y otro espiritual y divino, pues él mismo es espíritu celestial y a la imagen de Dios criado de sólo El.

La cosa que entre las otras no culpables nos aparta más de Dios es el sueño, en el cual no obrando la razón no podemos orar; empero, según comencé a decir en la letra pasada, algunos hay que durmiendo sienten algunas veces más devoción que velando. La gracia del Señor se recibe a las veces mejor en el sueño que no en la vigilia, por estar los sentidos del hombre entonces más recogidos, según dice un santo; aunque bien creo que no entenderá ni probará esto sino el que por verdadera experiencia pudiera decir con la esposa (Cant 5,2): Yo duermo y mi corazón vela.

La razón de lo ya dicho, según Ricardo, es porque el mucho cuidado que puso hombre mientras velaba mereció que le diesen la devoción mientras dormía; lo cual tiene tanta verdad que con razón se puede llamar incrédulo el que no lo admite; ca si el demonio es tan malo que te trae durmiendo lo que mal pensaste y amaste velando, ¿por qué no creerás ser Dios tan bueno que te dé durmiendo lo que deseaste velando? Y si dices que entonces no será oración, porque el sueño quita la libertad, conoce que, si la ocasión que yo di mientras velaba al marque padezco durmiendo me hace pecador, también la buena ocasión que di a la gracia me dirá orador aunque duerma.

Lo que también aparta de la oración es la enfermedad corporal; empero, a los que tienen muy sana el ánima no los aparta del todo, antes hay algunos que pueden decir con San Pablo (2 Cor 12,10): Cuando enfermo, estoy más fuerte. Yo conozco persona que oraba perfectamente teniendo grandísima calentura, que por otra parte le daba mucha fatiga, y un viejo que no hablaba sino de lo que tenía muy experimentado y conocido, dijo ser cosa posible padecer siempre y orar siempre.

Contra lo que hemos dicho parece clamar la voz común que dice: La oración breve penetra los cielos. Aunque este dicho no tuviese otra cosa sino contradecir a lo que arriba pusimos, bastaba para que no curásemos de él; empero, si bien se entiende, es muy verdadero, y como una verdad no contradiga a otra, juntamente con las otras podrá pasar.

Si la oración breve penetra los cielos, no hay duda ninguna sino que la permaneciente y durable tendrá más fuerza, según el ejemplo que puso el Señor de la viuda (Lc 18,2-5), que por ser importuna alcanzó del juez lo que quiso; y así la oración breve penetra los cielos, y la durable penetra los nueve coros de los ángeles y llega hasta el trono de la Majestad, y no se torna hasta que le es concedido todo lo que demanda, ca persevera llamando; según el Señor lo aconseja, y según hizo la cananea, ejemplo de todos los oradores, y aun el Señor, por nos dar ejemplo, quiso en el huerto orar tres veces, y la postrera más prolijamente.

Puédese también decir breve la oración porque hablemos en ella brevemente, según el Señor lo aconseja; de manera que esta brevedad se entienda del medio con que oramos y no del tiempo en que oramos. Porque siendo la oración subimiento del ánima a Dios, unos suben por escala de meditación, otros con alas de afección y deseo; mas aquel será mejor librado que con menor y más breve medio sube a Dios, porque más fácilmente podrá andar este camino y permanecer más en el fin deseado, que es unir el anima con Dios; la cual tanto está mejor unida cuanto más inmediatamente se llega a él; y tanto más presto lo alcanza cuanto su oración es más pura y sin rodeo alguno de cosa criada que de nuestra parte hayamos de poner.




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