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La segunda manera de orar es cuando dentro en nuestro corazón, sin pronunciar por la boca las
palabras vocalmente, sólo nuestro corazón habla con el Señor, y dentro en nosotros le demanda
mos todo lo que hemos menester. Entonces como en escondido, sin que nadie nos oiga,
hablamos con el Señor a solas cuando se suelen hacer mayores las mercedes, lo cual es como
hablar al oído de Dios. De esta manera oraba David, el cual decía a Dios (2 Sam 7,27): Tu siervo
ha hallado su corazón para orar a ti.
Para que esta oración sea más larga que la primera, pues que es muy más excelente, se requiere
que halle el hombre su corazón, esto es, que lo aparte de otros cuidados, cualesquier que sean si
son empecibles y superfluos. De esta manera oraba el santo profeta que sacó el pueblo de
Egipto (Ex 14,15), al cual callando su boca y hablando su corazón, dijo Dios que para qué le
daba voces, mostrando en esto que más suenan delante de El los buenos pensamientos que las
buenas palabras, y aun valen mucho más; porque los buenos pensamientos solos son muy
preciosos, y las buenas palabras sin ellos valen poco; ca primero echa Dios los ojos al corazón
que no a la lengua, la cual recibe la bondad del corazón, y el corazón ninguna recibe de la
lengua, salvo en la confesión de la fe, que es menester pronunciarla con la lengua en ciertos
casos.
A esta manera de oración que el corazón hace a Dios, callando la lengua, se reducen todos los
santos y devotos pensamientos, así de la pasión del Señor como de la Iglesia y del juicio y de
cualquiera cosa otra devota; porque claro está que decimos estar orando los que están
meditando y pensando en la sacra pasión, y aun los que según deben piensan sus pecados, pues
no los piensan sino para demandar misericordia de ellos.
Para esta manera de oración, que consiste en santos pensamientos, es menester que el hombre
encomiende a la memoria las historias devotas y misterios del Señor y muchas cosas buenas de
las que oyere y leyere, las cuales han de ser como leña que sustenta el fuego en el altar del Señor.
Es, empero, de saber que los más fructuosos pensamientos que el hombre puede tener son los
de la sagrada pasión, según se dijo en la B del primer alfabeto, aunque, según las festividades
diversas, sea muchas veces bien mudar el manjar. Aunque esta segunda manera de orar, que es
tener y usar el hombre de santos pensamientos, no parezca convenir a los principiantes ni a los
idiotas, no les es del todo ajena, porque algunas veces son obligados a tener santos
pensamientos, pues son obligados a desear la bienaventuranza y a otras cosas muchas soberanas;
así como amar a Dios sobre todas las cosas, lo cual no pueden hacer sin pensar en Él, porque
condición es del amor pensar algún tiempo en el amado; y son también obligados a la recepción
de los santos sacramentos, que presupone alguna meditación y santos pensamientos, donde el
hombre se apareja para tan grandes cosas.
Y dije el deseo de la felicidad, porque nunca lo tendremos si en ella nunca pensamos; mas,
empero, son obligados a esta manera de oración los religiosos y personas retraídas que han
dejado el mundo para vacar a la contemplación, y tienen o deben tener muy mayor oportunidad
por el lugar santo de la religión, que está dedicado y constituido para más perfectamente orar;
que así como es cosa común a los buenos seglares en el mundo orar vocalmente, así debe ser
común esta segunda manera de oración a los buenos religiosos en su monasterio, que debe ser
casa de oración y no cueva de ladrones; lo cual será si comen las limosnas ajenas no para orar,
sino para murmurar y vaguear, que es contra la voluntad del que las dio; lo cual se reduce a
rapiña o hurto. Donde todo aquel que usa de la cosa ajena no a la voluntad e intención buena
de su dueño, cierto es que usurpa lo que no es suyo y que se pueda decir ladrón; y cosa clara es
que la voluntad de los que nos dan limosna es por que tengamos oportunidad de orar sin
derramamiento al Señor; lo cual si no hacemos vamos contra la primera intención del
bienhechor, al cual quedamos, según veo, deudores; ca puesto que nos da por amor de Dios su
limosna, dánosla con tal condición que mediante ella sirvamos mejor al mismo Señor Dios; y si
así no fuese, no nos la daría sino en caso de extrema necesidad, donde se tiene objeto a
conservar la vida del prójimo.
La oportunidad del tiempo, y la santidad del lugar, y la alteza de la religión, y la buena
compañía, y la provisión alcanzada sin trabajo, y la gran obligación de los votos, y los continuos
ejercicios de virtud y buenos ejemplos, y la mucha y muy santa doctrina, y el concierto del
tiempo, y la disminución de los cuidados, y la frecuentación de los sacramentos del altar, y otras
cosas muchas semejantes a éstas, obligan y provocan a los religiosos a se dar con todo estudio a
la meditación y pensamientos de los santos misterios del Señor, porque de cada una de estas
cosas que he dicho y de las semejantes que no se me ofrecen demandará Dios estrecha cuenta,
sin los dones particulares que a cada uno ha dado ca los ya dichos generales son a todos y a
todas las personas religiosas; darán de ellos cuenta primero (Sof 3,8), y después dice Dios que ha
de escudriñar nuestra conciencia y nuestra ánima con candelas, porque buscará los dones
particulares que nos dio, y no permitirá que se olvide ni se esconda alguno de ellos, por
pequeño que sea, sin demandar cuenta de él, y de lo que pudiéramos con ella aprovechar a nos y
a los otros si lo ejercitáramos y pusiéramos en ejecución.
Si quisiere el religioso saber cuán dañosa sea la oración vocal a los que se quieren dar a la
contemplación, lea el primer tratado del Roseto, que habla de oración, y verá de cuán poca
utilidad y cuán dañosa sea la oración vocal en las personas aprovechadas, por ser en ellas
estorbo de mucha más perfección; empero has de entender esto de las oraciones vocales que no
traen consigo obligación, porque lo que es de obligación en ninguna manera se debe dejar,
aunque venga el hombre a cosas muy grandes. Puedes, empero, aguardar a tiempo que tu
espíritu esté desocupado de cosas entrañables para lo rezar; y cuando lo rezares ten más intento
al gusto de las palabras que no a la pronunciación, porque a Dios hablas, que no a los hombres.
Y apártate de aquellos que, si les confiesas haberte dormido en el oficio, te dan una avemaría en
penitencia; y si les dices que no tuviste entera atención a la letra por tenerla al corazón, se
escandalizan y traen ejemplos y razones para mostrar que estás engañado, diciéndote que yerras
en lo que ellos no saben.
Acaece muchas veces que se muestran muy celosos de las palabras los que nunca alcanzaron el
fin de ellas, que, según San Agustín dice, es la devoción; la cual alcanzada deben las palabras
cesar; empero, si son de obligación, por reverencia del voto se deben decir, por que Dios no
salga perdidoso en las mercedes que nos ha hecho, ni nosotros nos apartemos de la humildad
haciéndonos singulares y pensando que las grandes contemplaciones nos quiten las menores
obligaciones. Puesto que los religiosos que tienen deseo de más aprovechar no deberían de
rezar más del oficio divino y alguna oración de nuestra Señora, porque todos no son de iguales
deseos, ni son de una manera estudiosos ni fervientes; más vale muchas veces rezar con
devoción que contemplar con tibieza, y los que no hacen lo uno débense dar a lo otro; y
faltando la oración del corazón obra su boca para atraer el Espíritu Santo y para desechar la
tibieza y para edificar los oyentes que no ven lo interior, y para que el demonio huya de las
santas palabras y para que la lengua a ratos haga su oficio, que es loar a su Hacedor.
Las cosas espirituales, mientras son más excelentes traen consigo más dificultad, y, por tanto, los
santos pensamientos no se deben luego dejar, aunque el hombre no halle en ellos devoción y la
halle en la oración vocal, porque esto puede ser engaño, y muy grande, que causa el demonio
por nos apartar de cosas mayores; ca debes saber que el primer año apenas se halla devoción en
los santos pensamientos, mas después da nuestro Señor tanta, que apenas se pierde, sino que
dura lo más del día en el corazón, y conócese claramente que vale más un día de aquéllos que
no si un año entero rezases. Por ende has de perseverar en los santos pensamientos, si quieres
venir a tanto que tus pensamientos sean de tanta eficacia que te parezca ver con los ojos lo que
piensas en el corazón, y que al pensamiento interior y secreto del ánima correspondan las
afecciones tan enteramente como tú quisieres; en tal manera que, pensando alguna cosa triste,
luego sean contigo las lágrimas, y si piensas alguna cosa alegre, luego seas lleno de gozo; y si
piensas cosa de espanto y grandeza, seas lleno de una soberana admiración que te haga salir de
ti.
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