CAPÍTULO VIII. DE ALGUNOS REMEDIOS CONTRA CIERTAS TENTACIONES

A los que son muy escrupulosos en la confesión debería bastar un solo aviso, el cual dio un santo varón a uno que vino a él con esta demanda, y fue que jamás pensase en las cosas tocantes a la confesión sino el tiempo limitado en que se aparejaba para confesar, el cual tiempo debe ser según el estado de la persona. A los que se confiesan cada día, o casi cada día, bástales tanto tiempo para se aparejar cuanto gastarían en decir un salmo de Miserere me¡, Deus, el cual debemos ser solícitos en se acordar; y si antes o después les ocurrieren a la memoria otros pecados, hanlos de remitir al tiempo del aparejo, y no darles audiencia, sino decirles que se vuelvan a su tiempo; y si de esta manera no lo haces, nunca el demonio dejará de te representar aun lo que has muy bien confesado, y hacer increyente que no es así. Empero, si tú le limitas el tiempo, no te podrá hacer tanto mal.

Los que dudan si van bien confesados y piensan que no se declaran bien, o que no se han confesado, bástales para satisfacer a Dios y a sus conciencias que no dejen a sabiendas cosa por confesar en cuanto en sí fuere, y con sólo esto se deben contentar y creer más a la razón que a sus erróneas conciencias; y estos tales deben ser compelidos de sus confesores a que comulguen, y no les deben consentir repetir la confesión muchas veces, ni que hagan más de lo que buenamente suele hacer cada fiel cristiano.

Si éste es religioso, debe su prelado mirar por él, no con menor astucia que si lo viese inclinado a otro cualquier vicio; pues que de aquí suele nacer la desesperación; y debe mandar al confesor que no lo deje pasar con sus escrúpulos o confesarlo él, y reprehenderlo gravemente de toda demasía.

¿Qué diremos a los que tienen la guerra cruel de la blasfemia y lujuria que espiritualmente los fatigan? Los que quieren ser espirituales han de pensar de ser espiritualmente guerreados; porque así como no entraron los hijos de Israel en la tierra de promisión sin vencer las siete gentes, así nosotros no entraremos a la perfección sin vencer en espíritu los siete vicios. Corporalmente vence el espíritu de la blasfemia el que no dice mal de Dios, mas refrena su lengua en decir mal y alaba al Señor.

Otra manera hay de vencer este vicio más espiritual, porque hay otra peor guerra más secreta; donde comúnmente ninguno suele decir mal a Dios si no le hacen algún enojo o acontece algún desastre, de manera que su guerra y el encuentro que recibe es exterior, y por eso es cosa fácil de vencer, y esta guerra no es con los príncipes de las tinieblas, pues claramente vemos el combate delante de nuestros ojos; empero, cuando acá dentro está el principio del mal y del demonio, trae su negocio por las tinieblas secretas de sus astucias y mueve dentro en nosotros el torbellino de la blasfemia, de lo cual se quejaba David diciendo (Sal 21,8-9): Las deshonras de los que te maldicen cayeron sobre mí. Los demonios son los que siempre maldicen a Dios, y las deshonras de aquéstos son sus pésimas blasfemias y artes lujuriosas, con que dan guerra secreta, y permite el Señor muchas veces, a provecho de los suyos, que el demonio derribe sobre nuestra ánima sus artes, para que cause en nuestra imaginación todas aquellas locuras, turbándola; lo cual le fue defendido cuando hubo de tentar y dar guerra al santo Job, cuya ánima le mandó Dios (Job 2,6) que guardase, no permitiéndole que turbase su imaginación; lo cual si en nosotros permite el Señor, es para que se purguen nuestros pecados y sea nuestra victoria más gloriosa.

Y aunque dije poner el demonio esta guerra en lo interior de nuestra imaginación, acontece también que la acrecienta dando motivos en las cosas exteriores, porque entonces crece más la tormenta dentro cuando de fuera nos es hecho algún sinsabor. Lo que en esta guerra acontece, que consiste en torpes imaginaciones y pensamientos muy desconcertados y muy diversos; lo que en esta guerra da mucha seguridad al que es guerreado, es conocer que no consiente, porque, según dice San Bernardo, nuestro enemigo es flaco y no vence sino al que quiere darse por vencido; según lo cual mientras en esta guerra no nos diéremos por vencidos, no aprovechan al demonio sus sueños y fantásticas cogitaciones. Así que nunca nos hemos de dar por vencidos en este negocio, ni aunque creciese tanto que el demonio nos hiciese pronunciar el mal por la boca, ni por eso debe pensar que ha ganado victoria, si hay en nosotros algún descontento y aborrecimiento de aquello.

Lo segundo que más presto nos dará victoria del muy soberbio Lucifer es menospreciarlo, no haciendo caso de aquello que pensamos por su industria; lo cual tanto más ligeramente desecharemos cuanto más lo tuviéremos en nada; porque de verdad ello no es cosa que daña, sino que purga las ánimas, y según esto debemos hacer como el que va por alguna calle, y el aire trae contra él muchedumbre de polvo para que no pase, de lo cual él no se debe curar, sino cerrar los ojos y pasar adelante; así en estotro el cerrar los ojos, menospreciarlo y pasar adelante es perseverar en oración y buenas obras; porque aquello presto se caerá como polvo, que, cesando el aire, se cae; y así, en cesando el aire de la industria del demonio que lo trae, luego cesa en nosotros; ca no nace en nos, sino él lo siembra para que nazca, lo cual nunca permitirá el Señor si confiamos en Él.

Porque en la diez [letra] entiendo de hablar más por extenso de las tentaciones y sus remedios, a la letra de que hablamos te ruego que pares mientes, si quieres ser recogido siguiendo aqueste santo ejercicio, en la cual te amonesto que para desechar los diversos pensamientos que te ocurren uses de un muy breve medio, y es que le digas de no cuando vinieren al tiempo de la oración, el cual es tiempo que tú gastas en negociar con Dios; y por eso sea el portero la providencia, y diga a todos que no pueden por entonces librar; que no se admite nadie, que no son menester, que no los llaman, que no aprovechan, mas antes dañan por entonces. Con que no los quieren, que se vayan. Esta breve palabrilla no es la que lo niega todo, y con ella puedes despedir a todos.

Y avísote que no alargues en lo interior más pláticas, porque ofenderás mucho al recogimiento, y examinar por entonces las cosas será mucho estorbo; por eso tú con no cierra la puerta. Bien sabes que ha de venir el Señor y ha de entrar a tu ánima estando las puertas cerradas, que son tus sentidos; por tanto di a no que sea el portero que las apriete y atranque bien, diciendo a todos los que vinieren que no. Empero, dirás qué será mal decir a Dios de no, pues él solo es esperado. A esto se responde que Dios por otra parte ha de venir, la cual tú no sabes, pues que el espíritu que inspira donde quiere, no sabemos de dónde viene, ni por dónde viene, ni dónde va, ni por dónde (Jn 3,8).

Hay un no en el entendimiento que es error, y otro que es infidelidad, y en la voluntad hay también no de pecado, y todos éstos desechan a Dios y traen las cosas mundanas; empero, este no del recogimiento desecha todo lo criado que entra por las puertas de los sentidos y abre el corazón a Dios, que por esta vía no se desecha, antes a todos desechamos por solo él: así, si quieres vencer esta guerra de los pensamientos, pon en la honda de tu industria este no, y derribarás al que te viene a estorbar, como David derribó a Goliat.

Aunque tengas cerrada la puerta de los sentidos, todavía has menester a no, para con que hagas que aun se aparten los que pensaban venir. Has de pensar que aprovecha mucho este no, para que con él te defiendas del demonio, que viene mientras tú estás recogido a quebrantar tu clausura, y con no le quebrarás la cabeza, como se figura en el libro de los jueces, donde se dice (Jue 9,53): Allegándose Abimelec cerca de la torre, peleaba fuertemente, y juntándose a la puerta, trabajaba de poner fuego; y viérades una mujer que lanzó de encima un pedazo de una piedra grande, y diole en la cabeza, y quebróle el cerebro. Abimelec quiere decir dador de consejo, y es el demonio, que entonces nos viene a dar buenos consejos, sin que se los demandemos, cuando estamos recogidos y encastillados en la torre del recogimiento; mediante el cual se sube el hombre a la parte más alta de su ánima para alcanzar algo de las cosas eternas. Lo cual por evitar el demonio llégase por voluntad y pelea fuertemente, haciendo todo lo que puede; y como inmediatamente no tenga que ver con la porción y más alta parte del ánima, ni la pueda perturbar, llégase a la puerta, que es la sensualidad ínfima que está en esta nuestra carne situada, a la cual se trabaja de poner fuego de malos deseos y de nocivos pensamientos.

Empero, la mujer sabia, que tiene sus lomos ceñidos con fortaleza, estándose en lo alto, láncele a la cabeza, que es el principio de su amonestación, esta palabra no, y valdrá tanto como un buen guijarro pulido, como lo era el de David; y de esta manera cumplirá el consejo de David, que nos amonesta dar con los pensamientos en la piedra, según declara San Jerónimo. Y con gran misterio dice la Escritura que le quebrantó el cerebro; porque en él se aposenta el sentido común y la imaginación y fantasía y la estimativa y la memoria corporal, lo cual debe cesar en el recogimiento, porque a él antes daña que aprovecha cualquiera de estas cinco cosas; así que con este no hemos de quebrar el cerebro al demonio; lo cual liaremos si vedamos que se aparte del nuestro, y no lo mueva mediata o inmediatamente, cuando nos retraemos a lo alto del recogimiento. El corazón, según conocen los que entran en él, todo es puertas y ha menester muchos porteros, y todos que despidan con este no; cuyo valor más conocen los que más se recogen, porque en este caso del recogimiento afirma más que niega.




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