CAPÍTULO II. CÓMO TE DEBES HABER CON TU ÁNIMA CUANDO ESTÁ DISTRAÍDA

Tornando al ejemplo que pusimos del ave puesta en la jaula, claro está que mejor podrá ser amansada y hecha doméstica por amor que no por rigor, y mejor la podrán aplacar con palabras blandas que no ásperas voces que la espanten; más vale para la hacer segura traerle blandamente la mano por la pluma con Halago que no herirla ni amedrentarla; y así, cuando tú sintieras que tu ánima se desmanda en diversos y desconcertados pensamientos, no la escandalices más ni le des más aflicción, sino corrígela amorosamente con algunas breves palabras de amor, como si le dijeses después que sientes la distracción de los pensamientos: ¿Dónde has ido volando, oh ánima mía? ¿Qué traes de allá do fuiste, sino tibieza? ¿No sabes que el Señor visita a los que están consigo mismos, y se aparta de los que se apartan de su corazón? No seas callejera; mas si quieres ser esposa del muy alto, has de ser muy encerrada, para que de aquí se presuma tu honestidad.

Con palabras semejantes que el hombre diga a su ánima le será suave según lo debe ser el hombre enseñado (Eclo 37,20); y con una disimulación de las pasadas distracciones debe poner remedio en lo que se podrá seguir, quitando toda cosa que le es causa de se derramar, y esto con el mayor amor que pudiere, ca no hay cosa que más provoque a la cosa que buscamos que el amor que le tenemos.

Este ejercicio no se alcanza por fuerza, sino por maña; no hay cosa más mañosa que el amor, el cual debe ser como azote que hiere al trompo para que torne a avivar y no muera, sino que siempre ande. Trompo es nuestra ánima, de sí misma inclinada a caer; mas el azote del amor la puede hacer tomar nuevas fuerzas, si la corregimos siempre con él, según dice nuestra letra; pues que siempre es defectuosa y se cansa presto de obrar en lo interior y secreto de su corazón, donde no debe dormitar ni dormir el que guarda a Israel.

En lo que nuestra letra dice que corrijas siempre tu ánima, debes notar que la condición más necesaria a todo espiritual ejercicio es la continuación de él; y la razón por que aprovechamos poco en los ejercicios espirituales es porque los usamos poco, ca no hay alguno, por bajo que sea, que si lo usásemos continuamente no nos aprovechase mucho en gran manera. Y según esto, aquel ejercicio tengo yo por mejor a mí que más uso, y aquel será mejor a ti que más usares; de manera que, si miras en ello, hallarás estar, por la mayor parte, la mejoría de los ejercicios en el uso de ellos. Y porque a todos conviene usarse, puse en la letra primera de cada Alfabeto esta palabra siempre, o otra que casi valiere tanto; porque en el primero hallarás esta palabra mucho, y en el segundo esta palabra entre todas las potencias, y en el tercero esta palabra siempre, en las cuales se toca la continuación que a cada ejercicio es necesaria.

Las obras que el hombre hace exteriormente fuera de sí permanecen en sí mismas; y muchas veces sería defecto obrar siempre en ellas, porque pasaría hombre los términos que a ellas les conviene; mas las obras de dentro de nos referidas a Dios, si son de amor, cuanto más continuamente obramos en ellas son mejores; y aunque cesando quede engendrado hábito, no por eso la continuada operación deja de ser mejor, porque no merecemos por los hábitos, sino por los actos, ca sería posible tener uno hábito de virtud y obrar el vicio contrario a la virtud que tenía, y entonces, aunque no perdiese el hábito y buena costumbre de obrar virtuosamente, en no haber obrado según ella no le vale nada por entonces para con Dios. Así que, pues por los actos merecemos y no por los hábitos, para más merecer y aprovechar es menester más usar la cosa de virtud, porque no basta haber hecho bien, sino hacerlo; y así no basta que un tiempo te des a la oración si otro cesas; ca cesando pierdes la costumbre que ganaste orando; y por tanto nos amonesta mucho la Escritura orar siempre, y esto nos amonesta muchas veces, por que de la repetición de la palabra conozcamos la necesidad de la obra que nos es amonestada.




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