CAPÍTULO IV. EN QUE SE DICE POR QUÉ NOS ES DADO EL GUSTO INTERIOR

Una razón quiero traer para probar que el gusto de las cosas celestiales no se da por premio temporal con despedimiento de los bienes eternos, y es que el tal premio temporal con privación del premio eterno solamente se acostumbra en la Escritura dar a los malos que dicen aquello (1 Re 12,16): ¿Qué parte tenemos en la casa de David, o qué heredad en el hijo de Isay? En menospreciar éstos la parte de la casa de David menosprecian los bienes eternos, y en menospreciar la heredad del hijo de Isay menosprecian los favores de Cristo, mediante el cual se alcanzan, y a este tal dice la Santísima Trinidad aquello de Isaías (Is 26,10): Hayamos misericordia del malo, y no aprenderá a obrar justicia; en la tierra de los santos hizo cosas malas, y no verá la gloria de Dios.

Dios ha misericordia del malo cuando le da algún premio, aunque sea temporal, el cual él aún no merecía; y porque los premios terrenos atraen al hombre a la tierra de que fueron tomados, dice Dios que el tal no aprenderá a hacer justicia; ca, como él sea malo, las cosas que aún de sí son buenas convierte en mal; y porque en la tierra de los santos, que es la Iglesia del Señor, obró maldades, no verá la gloria de Dios ni con el corazón sucio a este fin, que con ella le paguen sus pocos y malos servicios; la cual ve en los justos por el gusto sabroso de la contemplación, teniendo el corazón limpio de los terrenos cuidados.

Si Dios quisiese pagar a alguno con solamente darle a gustar las cosas celestiales, y darle el espíritu y don de la devoción, de verdad que la tal paga sería ocasión que el mismo Señor daba, para que el así pagado trabase pleito y se entremetiese en haber los bienes eternos; porque, de tal gusto convidado, buscaría manera para lo haber, y dejando todas las otras cosas, daría medio para ello, el cual como no sea otro sino guardar los mandamientos de Dios, luego era con ellos y diría al Señor con David: Incliné mi corazón a obrar tus justificaciones por la retribución. Así que de esta manera, como el reino de Dios sea vendible, según dice, ya éste lo tendrá comprado.

Confieso y creo verdaderamente que mediante el deseo de la divina dulcedumbre se convierten muchos pecadores a Dios, y cuán bueno sea este deseo, y cuánto de los santos amonestado, decirlo hemos habida oportunidad; y creo también que Dios nunca lo da a este fin que con él haga pago a los que han de ir al infierno, porque a éstos paga con los deleites carnales y riquezas terrenas y honras mundanas. No, empero, niego Dios poderlo hacer, pues que ninguna cosa es imposible a su Majestad; y también creo que están muchos en el infierno que algún tiempo fueron amigos de Dios, mientras tuvieron su caridad y gracia; y estos tales recibieron muchos y grandes gustos de Dios; empero no dados a fin que con ellos se despidiese; lo cual no digo creer sin Escritura sagrada que lo afirme, mas aún pensarlo o dudarlo no es bien dudado; y si tiene su Majestad determinado de me enviar al infierno, pues lo merece la muchedumbre de mis pecados sin número, suplico a su Majestad, si con alguno usó la tal manera de paga, la use también conmigo, para que mediante ella goce siquiera algún tiempo de su santo amor, al cual ella mucho convida al humano corazón y devoto.

Decir también que el gusto de la contemplación puede tener uno que está en pecado mortal, es decir nonada; pues que esto conviene a todos los otros dones, sacada la caridad que, según dice San Pablo (1 Cor 13,1-3), sola salva, y sin ella todo lo demás es habido por nada; así que esta razón no cause temor en el contemplativo más que en otro cualquier fiel cristiano, antes debe responder el tal que la cosa con que menos se compadece el pecado mortal, después de la caridad, es el gusto espiritual del Señor, muy dulce y suave a los que lo temen.

Tornando a lo primero de la segunda palabra de aquesta letra, el que recibe del Señor el espíritu doblado que demandaba Eliseo sin trabajo alguno (2 Re 2,9), conoce la gracia que recibe, porque con la gracia que recibe en la voluntad le da lumbre en el entendimiento para conocer la misma gracia, que es como espíritu doblado; mas si tú no recibes sino el espíritu sencillo, que es la sola gracia, haste de hacer con mañosa industria experimentado en ella, tomando aviso de la una para la otra por razonables conjeturas y avisos; los cuales deben ser diversos, según las diversas gracias que el Señor Jesucristo te diere; y no te maravilles por haber dicho gracias diversas, porque yo conocía hombre que por un año recibió de Dios cada día nueva manera de gracia; el cual aunque no recibiera el conocimiento de la misma gracia, sino que se la dieran cerrada como melón, y se la pusiera Dios muy secreta en el seno de su corazón, y se la metiera Dios en la boca de su ánima sin le dar a sentir sino solamente el gusto. Cosa clara está que, si él fuera avisado y mirara en ello, saliera naturalmente sin nuevo don con mucha experiencia de cosas espirituales; la cual es de grandísimo provecho y utilidad, no tan solamente al que la tiene, mas a toda la Iglesia, porque mediante ella remedia y consuela a muchas ánimas que tienen espirituales tentaciones y dudas y fatigas interiores causadas del demonio.

Y por que veas cuánto aprovecha esta experiencia, yo conocí una persona que, hablando con un endemoniado, para lo consolar, cuando no tenía el demonio, le dijo, sin haber él mismo sido endemoniado, todas las cosas que el demonio hacía con él, y las cosas que le inspiraba, y cómo se había con su ánima, afirmando el endemoniado ser todo verdad; y esto no lo dijo por alguna revelación de Dios ni del demonio, sino acordándose de las cosas espirituales que obraba en él la gracia que muchas veces había sentido; y comparando y refiriendo y diferenciando unas cosas de otras, por mera conjetura dijo los males que el otro recibía del demonio.

La industria que yo te puedo dar para esto, por ser las cosas muy diversas, no es otra sino decirte que pares mientes en las cosas y que examines con fidelidad las causas de ellas, mirando lo que pasó y lo que después se sigue, y notando lo uno y lo otro.

Algunas veces temerás lo que es bueno, como Herodes temía a San Juan, que quiere decir gracia; porque sin razón temerás alguna gracia que deberías amar, y esto por falta de experiencia. Otras veces tendrás en más lo que es menos y en menos lo que es más. Otras veces harás caso de lo que no es nada; empero no temas, ca en esto no hay pecado ninguno, si tu intención no estuviere dañada; y como dijo una muy santa persona si el demonio te hiciese creer que alguna cosa es buena no lo siendo, muy presto será deshecho el engaño, porque Dios, que, según dice San Pablo (1 Cor 10,13), en esto es muy fiel, no consentirá que sea durable el error, ni tampoco será de cosa que se aventure mucho, porque el ánima luego poco más o menos barrunta las cosas, y tu buen consejero te aprovechará mucho, según te diré.

Has, empero, de notar un aviso, y es que, cuando sintieres alguna gracia en tu ánima, por entonces no seas curioso en saber qué cosa es, ni por entonces estés escudriñándola; mas abre el corazón al don del Señor, alimpiándolo todo lo más que pudieras del polvo de la vagueación, y consiente a la gracia interior con toda su afección y entrañas, como quien, si menester fuere en ella, se echa a morir, sin temor de perder en ella la vida corporal; lo cual será muchas veces menester, según nuestra poquedad y el gran poder de Dios, mas no dudes de entrar en el profundo; aunque temas, no des lugar al temor, y si para pasar a la gracia hubieres de pasar por fuego, tampoco temas; ni temas aunque te parezca que es menester deshacerte del todo; cuanto más te murieres y perecieres es mejor, porque entonces te hallarás mejorado en el ánima, aunque desmayado en el cuerpo, y ponte a todo lo que te viniere en la oración interior, creyendo que no vendrá sino de la mano de Dios y por entonces, como dije, no cures de saber qué cosas son aquellas que pasan por ti o que se obran en ti, sino confía; porque si esto no haces y quieres mirar y remirar, perderás la gracia que entonces obra, no queriendo, según se dice en los Cánticos (Cant 6,5), que pongas en ella tus ojos para conocerla, sino tus manos para la abrazar, y tu corazón para la amar, y tus oídos para obedecer, y tu boca para la gustar, y tu cuerpo y tu ánima para la recibir.

Ninguna de estas gracias que algo son viene al ánima sin dejar muy grandes rastros de quién es, que permanecen en el ánima a lo menos un día; y aquellas reliquias del hombre pacífico obran en el ánima cosas diversas: unas veces causan un gran descanso y amor de soledad; otras alumbran el ingenio a entender y decir cosas grandes; otras veces causan tan gran alegría de corazón, que nunca cesa en el corazón la risa del Señor; otras veces abren para llorar las fuentes de los ojos que están proveídos de las fuentes del Salvador; otras veces despiertan el ánima al hacimiento de las gracias; otras veces quitan la gana del comer e imprimen en el corazón la memoria de Dios y el menosprecio de las cosas perecederas; otras veces las reliquias de la gracia despiertan verdadero amor de los prójimos en el ánima, que tan verdaderamente se goza el hombre de sus bienes como si proprios fuesen, y se duele tanto de los males ajenos como si él los sufriese. ¿Para qué te diré más? Solamente sé decir que las virtudes que la diversa gracia causa en el ánima cuando cesa de obrar tan abundosamente son tan verdaderas, que, comparadas a las que en el otro tiempo sienten los hombres, parecen estas otras fingidas o muertas o pintadas en traza de carbón.




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