CAPÍTULO VIII. DEL ÚLTIMO BENEFICIO HECHO A NOSOTROS POR QUE DEBEMOS HACER GRACIAS

El séptimo beneficio por que debemos bendecir al Señor es por nos haber prometido la gloria del cielo. Si los hijos de Israel se jactaban y tenían en mucho la promesa a ellos hecha de la tierra, que por esto llamaban de promisión, y hacían a Dios muchas gracias por se la haber prometido antes aún que se la diese, ¿cuánto más dichoso se debe llamar todo cristiano, al cual no la tierra, sino el cielo se le promete? Esta promesa del reino de los cielos es la cosa que más predicó el Hijo de Dios en la tierra; y puesto que casi a cada paso del Evangelio se ponga, el primer lugar que se me ofrece, en que se promete el reino de los cielos a todo cristiano, es aquel en el cual dice nuestro Redentor a los suyos (Lc 12,31): Buscad primero el reino de Dios y su justicia, que las cosas temporales como añadiduras os serán dadas si tenéis vuestro primer intento a lo otro que os es prometido. Esto que dijo el Señor pareció a los suyos cosa ardua y que excedía las fuerzas de ellos, y que ningún hombre con sus proprias fuerzas y con sólo sus merecimientos, por grandes que fuesen, podría merecer cosa tan grande como es el reino de los cielos. A estos pensamientos respondió el Señor hablando a sus corazones; y díjoles, confirmando lo primero y mostrando ser posible (Lc 12,32): No queráis temer, pequeña grey, ca plugo a nuestro Padre juntamente conmigo y con el Espíritu Santo datos el reino.

En estas pocas palabras confirmó mucho su promesa, y quitó del corazón de los hombres toda duda que de su poquedad podía nacer, mostrando que liberalidad de Dios era lo que hacía las mercedes graciosamente, sin tener principal objeto a los merecimientos; porque, según dice San Juan (Ap 14,13), sus obras seguirán a los justos, los cuales serán antevenidos de la misericordia liberalísima de Dios, y después sus buenas obras los seguirán y acompañarán como condición o circunstancia de la obra, no como sustancia principal y total causa del negocio.

Por esta promesa tan bienaventurada no deberíamos cesar de hacer gracias y bendecir al Señor con aquel que dijo a este propósito y pensando en este misterio (Sal 88,1-3): Para siempre cantaré las misericordias del Señor; de una generación en otra anunciaré tu verdad en mi boca, porque dijiste: Para siempre será edificada la misericordia en los cielos.

Y no te maravilles porque te digo que hagas gracias a Dios, pues que no te ha dado ni cumplido esta promesa suya, ca no queda por él, sino por ti, que no has cumplido tu curso como aquel que decía (2 Tim 4,6-7): Yo ya cerca estoy de ser sacrificado; comienzo a padecer; el tiempo de mi muerte está cerca; buena batalla he peleado; el curso he acabado y la fe he guardado. Este que decía esto muy cercano estaba de recebir lo que le era prometido, y, aunque no lo hubiese recibido, no cesaba de hacer gracias al Señor; el cual quería que le ofreciesen sacrificio or el beneficio ya recibido, y también ordenaba cierta ofrenda (Lev 22,17-19), que se llamaba hostia, en hacimiento de gracias por lo que se esperaba recibir.

Esta manera de hacer gracias, que a este séptimo beneficio toca, y esta promesa de que hemos hablado, es general y pertenece a todo cristiano; allende de la cual tiene Dios una manera de prometer su reino a sus más especiales amigos, que no difiere ni se disforma de la primera sino en dar a gustar lo que se promete. No se añade certidumbre en esta segunda manera, ca se funda en la primera, sobre la cual tiene un solo gusto de la cosa prometida. Yerro sería decir que es más verdaderamente prometido el paraíso a uno que cincuenta años se ha ejercitado en buenas obras que a uno recién bautizado; pues una es la verdad que a entrambos les promete, la cual no recibe grados de más y menos ni puede mentir. Donde esta segunda manera de prometer solamente añade sobre la primera el gusto de la cosa prometida; así como si uno prometiese a otro una tinaja de vino muy bueno y también la prometiese a otro, al cual sobre la promesa diese a gustar el vino; el cual gusto no hay duda sino que obraría algo en el segundo que el primero no tenía esto; no sería nuevo crédito si el prometiente era verdadero en todas sus promesas, mas sería una manera de despertarle el deseo a lo que le había de ser dado.

Esta segunda manera de prometer, que consiste en añadir sobre la promesa el gusto de lo prometido, tiene el Señor con muchos especiales amigos suyos, que por se apartar totalmente de las consolaciones transitorias de la vida presente, reciben el gusto de la vida eterna, cuya figura pasó en los hijos de Israel, que no recibieron el maná celestial hasta que se les acabó la harina de Egipto (Ex 12,39; 16,3-4); porque si el hombre quiere, aun viviendo en el desierto presente de esta vida, comenzar a tener algún pequeño gusto del pan de los ángeles, ha de apurar en sí o desechar de sí aun el pequeño polvo de la harina de que se hace el pan de los pecadores, que, según dice el Sabio (Prov 20,17), es pan de mentira, pues para recibir siquiera un pequeño gusto de las cosas del cielo hemos de desechar aun hasta las muy pequeñas consolaciones de la tierra, que son figuradas en el menudo polvo de la harina que nos ha de faltar.

De esta segunda manera de promesa que hemos hablado dice David hablando con los que la primera han recibido (Sal 33,9-11): Gustad y ved qué suave es el Señor; bendito es el varón que espera en Él. Temed a Dios todos sus santos, porque no tienen pobreza los que lo temen; los ricos tuvieron necesidad y hubieron hambre; mas los que buscan a Dios no serán menguados de todo bien. Profundas son estas palabras y muy al propósito, las cuales no quiero glosar, porque en otra parte se podrán declarar más, pues que, según en ellas dice David, es bendito el varón que así espera en el Señor, después de lo haber gustado.

Solamente quiero traer una figura do se muestran las bendiciones y gracias que los tales deben hacer al Señor. Dice el profeta Daniel (Dan 3,21ss) que, estando tres varones en medio del fuego que había mandado encender el rey Nabucodonosor, descendió un ángel que apartó la llama del fuego e hizo que en el medio del horno estuviese como un airecico de rocío muy templado, que soplaba para deleitar los tres varones que habían sido echados en el fuego, el cual no los tocó ni en un cabello, ni les dio fatiga alguna ni les causó enojo. Entonces estos tres, como de una boca, loaban y glorificaban y bendecían a Dios en medio del horno; donde, inspirados por el Espíritu Santo, compusieron un cántico en hacimiento de gracias que comienza: Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres, y loable y glorioso y sobreensalzado para siempre. Bendito es el santo nombre de tu gloria y loable y sobreensalzado en todos los siglos. Bendito eres en el templo santo de tu gloria y sobreensalzado y sobreglorioso para siempre. Bendito eres en el trono de tu reino y sobreloable y sobreensalzable en todos los siglos. Bendito eres que miras las profundidades y estás sentado sobre los querubines; loable eres, Señor, y sobreensalzable para siempre. Bendito eres en el firmamento del cielo y loable y glorioso para siempre.

Lo que más se sigue de este cántico ofrece cada día la Iglesia a Dios en las alabanzas suyas que se cantan después de maitines, haciendo de lo más de este cántico un muy devoto salmo para bendecir al Señor en todas las cosas y provocar todas las criaturas

a que lo bendigamos según sus fuerzas, y esto que aquí he puesto canta la Iglesia en muchas fiestas del año; lo cual hace mucho a esta segunda promesa que hablamos, porque los tres varones, puestos en medio del horno que mandó encender el rey soberbio, tienen figura de las tres potencias de nuestra ánima, puestas en el maligno fuego de nuestra mala codicia sensual, que el demonio, rey de los soberbios, hace encender en el cuerpo y carne nuestra. Este fuego de la mala codicia, según el Sabio (Prov 30,16), nunca dice basta. De este fuego está escrito: Produciré fuego de en medio de ti, el cual te coma (Ez 28,18). Están puestas nuestras tres potencias en este fuego de la mala codicia, porque están sujetas a las pasiones corporales y moran en tierra de enemigos. Y que estos tres varones significan las tres potencias de nuestra ánima parece por la declaración de sus nombres, que son: Sidrac, Misac y Abdenago, siervos de Dios. El primer nombre quiere decir campo delicado, y es la voluntad limpia, que tiene en asco y abominación el pecado. En este campo delicado de nuestra voluntad solamente se ha de sembrar Dios para nacer en nuestra ánima.

Misac quiere decir cosa que detiene las aguas que no se derramen, y es nuestra memoria cuando detiene las fantasías e imaginaciones diversas aplicándose a Dios y queriéndose solamente acordar de él.

Abdenago quiere decir siervo de claridad, y es nuestro entendimiento cuando está de Dios alumbrado; estando de esta manera los tres poderíos de nuestra ánima, aunque sean echados, contra su voluntad, en aquel mal fuego, no se quemarán ni serán de él contristados; antes allí les será enviado el ángel del gran consejo, Cristo, para les dar a gustar el rocío suave de la gracia celestial, causando en ellos refrigerio, y con el flato del Espíritu Santo se mata en el medio del horno, que es el corazón del hombre, el fuego de la mala codicia, para que en ninguna manera pueda empecer a los que gustan el rocío y maná celestial. Entonces, pues, los tres poderíos de nuestra ánima, siendo así favorecidos, se juntan, y como de una boca, y de un propósito y de un corazón, no divirtiéndose ninguno a otra parte, sino juntamente, cantan las alabanzas y hacimientos de gracias y bendiciones del Señor según los sobredichos tres varones.

Y es de notar que en el primer verso se contiene la promesa general hecha a todo cristiano en los apóstoles, y por eso comienza su cántico alabando al Dios de nuestros padres, que son los apóstoles, que por nosotros recibieron la promesa; y en todos los otros versos siguientes, si quieres mirar en ello, hacen gracias y bendicen al Señor juntamente por la gloria del cielo que les ha dado a gustar, y en conclusión has de notar que la letra presente nos amonesta que bendigamos a Dios en todas las cosas que hiciéremos y nos acaecieren, y esto con fervor, atribuyéndolas a Él lo más amorosamente que pudiésemos.

Y no solamente en nuestras obras lo debemos bendecir, mas en todas las ajenas, para lo cual tendrás aviso que cada vez que te dieren alguna cosa, bendigas a Dios en ella. Dícente que le va bien a fulano, a lo cual debes responder que bendito sea el Señor que se acuerda de él. Dícente que en tal parte hay grandes guerras, a lo cual debes responder que bendito sea el Señor que libra de ellas nuestra tierra. Oyes que fulano está enfermo, y has de decir que bendito sea el Señor, que le da en qué pueda merecer si tiene paciencia. Si dice que está ya bueno, has de responder que bendito sea el Señor que le da salud con que lo sirva. Si oyes decir cualesquier fatigas de algunas personas, debes responder que bendito sea el Señor, ya que por aquel medio quiere traerles más a la memoria las cosas celestiales, que son puramente buenas sin mezcla de angustia. Dícente que fulano es muy buen predicador, y tú dirás que bendito sea el Señor Jesucristo, que reparte sus gracias como le place. Dícente que alguno ha hecho un gran pecado, y tú has de responder que bendita sea la misericordia de Dios que nos tiene de su mano para que nosotros no hagamos cosa semejante. Dícente que fulano pone tacha en tus cosas, y tú has decir que sea bendito el Señor, cuyo juicio es diferente del de los hombres.

No hallo yo cosa del mundo, mala ni buena, a la cual, si miras en ello, no puedas responder bendiciendo a Dios, que es oficio de ángeles, porque ellos en todas las cosas lo glorifican y bendicen como principio, atribuyéndolas a su misericordia o a su justicia, por las cuales es loable infinitamente.

Bastaría para que tú amases este ejercicio pensar cuánto es Dios servido si en todo lo bendicen, y que su reiterada memoria traerá mucha ganancia a tu ánima, y que la tal respuesta edifica los que la oyen, y a ti, guardándote de palabras ociosas, te provee de muy útiles, santas y provechosas, y de gran verdad y más celestiales que terrenales; en ninguna manera carecerá de gran premio.




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