CAPÍTULO V. DE LAS MERCEDES SECRETAS QUE RECIBIMOS

Porque sé que ninguno puede dar bendiciones y gracias al Señor por los beneficios ajenos si primero no las da por los suyos, te amonesto que pienses de cuántos lazos te ha librado el Señor y cómo otros muchos te había el demonio armado, de los cuales también te libró sin tú saberlo; porque, según dice Job, su lazo tiene el demonio escondido en la tierra; del cual muchas veces escondidamente libra Dios a los suyos aun sin ellos saberlo. Fuiste a la batalla, pasaste el mar, atravesaste un camino donde muchos por manos de ladrones o de bestias fieras fueron muertos, y haste visto en peligros semejantes donde muchos peligraron; y no teniendo tú menor ocasión para morir y perecer que ellos, escapaste sano y sin lesión.

Si cristiano eres, debes hacer cuenta que Dios te resucitó, librándote de las manos de la muerte donde tú te habías puesto; y lo mismo has de conocer en los pecados, cuya oportunidad y voluntad y ocasión te quitó y apartó de ti el Señor sabiendo tu flaqueza. ¡Oh cuán santas mercedes nos hace el piadoso Dios y Señor nuestro, Jesucristo, aun estando nosotros durmiendo y no pensando en El!; y aun muchas veces le estamos ofendiendo, y Él piensa cómo nos ha de librar de la ofensa y culpa; lo cual hace por vías tan secretas, que ninguno de los mortales lo pueda conocer; mas puédelo todo cristiano creer, y por las mercedes secretas hacerle públicas gracias.

No conocemos las mercedes que la tierra hace a los árboles enviando dende las raíces fruta en lo más alto de él; ni sabemos cómo el mar provee a los ríos de agua; ni alcanzamos por entero la manera como fuimos en el vientre formados, ni cómo pueda ser que el niño está tan encogido y tan secreto nueve meses sin peligro, el cual en saliendo tiene muchos impedimentos: si le cierran un poco la boca para que no pueda resollar, luego morirá, y si no le da algún aire en poco espacio, perece el que estando muy encogido y encerrado vivió en las entrañas de su madre en grande angostura. No debemos dudar sino que los beneficios que allí dentro recibía son muchos y a nosotros muy escondidos.

Lo cual, pues vemos en las cosas naturales, razón demanda que creamos ser hechos a nuestras ánimas muy grandes y muy secretos beneficios, sin los cuales ni podrían fructificar ni tener gracia alguna, ni vivir al Señor que las crió, lo cual por nos dar a entender nuestro Señor dice (Eclo 24,41-45): Yo así como caño de agua secreto salí del paraíso y penetraré todas las inferiores partes de la tierra, y miraré todos los que duermen, y alumbraré a todos los que esperan en el Señor.

Aunque esto, según el sentido alegórico, se diga de Cristo, el cual salió del vientre virginal que se dice paraíso verdadero, porque en él vio Cristo en cuanto hombre a Dios claramente, y nunca Dios se vio perfectamente de hombre en la tierra sino en aquel santo paraíso del cual salió nuestro Redentor, cuyo cuerpo era como caño secreto, por el cual se comunicaron las divinas gracias por secreta manera al mundo, y en él se quiso Dios encarnar para venir al mundo escondidamente. Mas cuando se quebró el caño por muchas partes, que fue siendo muy llagado en la cruz, entonces se manifestó lo que estaba dentro, de lo cual se maravilló el centurión, y dijo a voces: Verdaderamente, éste Hijo de Dios era. Quebrado el caño, penetró el agua de la divina gracia las inferiores partes de la tierra, descendiendo a los infiernos, y miró a todos los que por muerte dormían, y solamente alumbró a los que esperaban en el Señor que estaban en el limbo.

Apropiado este dicho del Sabio a Cristo, quiere decir lo que oíste; mas si lo entendemos del Espíritu Santo querrá decir que por vías secretas y ocultas, como so tierra, nos hace grandes mercedes, y mira con ojos de piedad aun a los que duermen en pecado, para que se conviertan, y alumbra a todos los que esperan en el Señor, no mirando en ello ni teniendo la vigilancia que deben.

Estas mismas gracias y mercedes que el Señor nos hace, sin nosotros saberlo, quiso el Espíritu Santo declarar cuando dijo a la esposa en los Cánticos (Cant 4,1): ¡Cuán hermosa eres, amiga mía; cuán hermosa eres! Tus ojos son de paloma, sin lo que de dentro está escondido. Los ojos de la paloma son llorosos, y porque las ánimas devotas tienen costumbre de llorar, se dice tener ojos de palomas, lo cual es de gracia y virtud, mayormente si las lágrimas se derraman por estar el Señor ausente, deseando su presencia, para lo cual da el Señor una secreta gracia, que aun el mismo que la tiene no la conoce, y ésta dice el Espíritu Santo que está escondida, como se esconden los granos de la granada debajo de la corteza y de las telicas delgadas que están dentro (Cant 6,7).

Este hacer mercedes secretas Dios al hombre se figura en Moisés (Ex 4,6-7), cuya mano era maravillosamente sana de la lepra poniéndola dentro en el seno escondida; porque escondidamente y en nuestro seno nos hace Dios secretas mercedes, o juzgando nuestras obras, que como con lepra están inficionadas con mil defectos, o dándonos secretamente facultad para bien obrar y hacer tales obras, que puedan parecer dignas delante de Su Majestad.

Estas mercedes secretas que Dios hace al hombre se pueden ejemplificar y mostrar claramente en San Francisco, del cual se lee que, como estuviese en oración en el monte de Alvernia, le apareció Cristo y pidióle limosna, diciendo: Dame, Francisco, alguna cosa si tienes en limosna. El santo varón respondió: ¿Qué es, Señor, lo que tengo de dar? Ninguna cosa poseo; las cosas del mundo, por tu amor las dejé; el cuerpo y el ánima a ti lo di; yo mismo aun no me poseo, ni soy mío, sino tuyo; ¿qué me demandas, Señor? El Señor le dijo: Mete la mano en tu seno y mira si tienes algo que me des; y el santo, al mandamiento del Señor, metió la mano en su seno, y halló una pieza de oro muy maravillosa, y diósela al Señor con gran gozo, por se haber hallado cosa con que le pudiese servir. Y el Señor extendió la mano y tomóla con mucha voluntad; y luego comenzando como de primero a le tornar a demandar limosna, el santo padre excusábase, mostrando ser muy pobre y necesitado, y que para sí no tenía; por esto, que no podía darle cosa alguna. Entonces mandó el Señor que tornase a meter la mano en su seno y lo que hallase le diese, y halló otra pieza de oro mayor que la primera. Tornó la tercera vez por el semejante a le importunar que le diese limosna, y él, excusándose como de primero, hubo de meter la mano en su seno, y halló otra pieza mejor que las otras, que dio al Señor.

Tres piezas de oro halla el santo en el seno que pensó no tener ninguna: halló en él lo que él no había puesto ni había visto poner; porque allende de las mercedes públicas que Dios le había hecho, tenia otras dadas del mismo Señor por tan secreta manera, que él mismo, que las había recibido, no se diera fe de ellas. Y lo mismo es en cada uno de los siervos de Dios, entre los cuales apenas hay quien no haya recibido esta manera de mercedes. He querido ser algo prolijo en este punto, porque hacen pocos mención de él y porque pertenece a personas espirituales pensar las cosas de esta manera, y mirar profundamente lo que reciben, o a lo menos barruntarlo por esta vía de la meditación; y digo barruntarlo, porque estas mercedes secretas son tantas que no las podemos alcanzar a conocer.

Estas mercedes secretas nos deben mover a que bendigamos al Señor con mayor fervor, porque, allende de ser muchas, muéstranos Dios en ellas el grande amor que nos tiene, pues que sin se lo suplicar tiene de nosotros tanto cuidado. El que demanda, en alguna manera compra, pues le cuesta la vergüenza que pidiendo padece; el que desea, padece dentro de sí fatiga en la duda que tiene, si se cumplirá su deseo, y en la dilación que muchas veces hay en ser cumplido. De estas dos cosas, que son algo penosas, carecen los que estas mercedes secretas reciben, las cuales el Señor da sin ser pedidas ni deseadas, a lo menos las más veces, y por esto mayores gracias se le deben y mayores bendiciones por ellas que por las otras.




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