TERCIODÉCIMO TRATADO

NOS ENSEÑA COMO NOS DEBAMOS HABER EN EL SUEÑO, DICIENDO: ORACIÓN ANTES DEL SUEÑO TEN, Y DESPUÉS TORNA PRESTO


CAPÍTULO I

Hablando de la oración en manera a todos inteligible y que todos puedan haber parte y usar la presente letra, es de notar que tres maneras hay de oración, según los tres estados de los que la siguen, que son principiantes y mediados, y los terceros son los que en ella se han mucho ejercitado.

No es, empero, cosa fácil de juzgar cuál es de los principiantes, o cuál de los mediados, o cuál de los terceros, porque en el tal juicio más es de pensar la piedad del corazón que no el tiempo ni la persona ni el ingenio. Y si alguno con humildad se quisiese juzgar por principiante, debe, como dice San Gregorio, guardarse que la humildad no lo traiga a mentira, porque de esta manera, huyendo la vanagloria, toparía con la falsedad. Empero, si bien se mira, apenas hay hombre que según diversos respetos no se pueda decir que es de cualquiera de estos estados, y aun más seguramente del primero que no del tercero porque como el hombre de sí nunca permanezca en un estado, muchas veces pensando subir abaja, y a las veces el Señor, siendo elevados, los derriba, por que conozcan que más de verdad eran subidos que subían; lo cual por nuestra culpa mejor se conoce al caer que no al subir.

La primera forma o manera de oración es vocal; y según ésta decimos que oran los que rezan el oficio divino y los que dicen otras cualesquier oraciones, pronunciándolas por la boca en alabanza del Señor. Entre las cuales la beatísima oración del Pater noster tiene primado, lo uno por la excelencia del autor que la hizo, que era todo sabio y también todo poderoso para conceder más perdones a quien dijese su oración, que no concedió San Gregorio a quien dijese sus versos; onde nunca sale sin perdón el que dice esta oración devotamente, ca, según San Agustín, por ella nos perdona el Señor los pecados veniales. El que esta oración dice devotamente, pide al Padre en el nombre del Hijo, que la compuso, y por tanto es de Él oída más prestamente; y tanto más presto que las otras, cuanto al Padre Eterno era más amado el autor de ésta que de todas las otras cosas parejas.

Mandónos el Señor que cuando orásemos no hablásemos mucho, sino que multiplicásemos más la afección y amor que no las palabras; lo cual guardó el mismo Señor en esta oración haciéndola breve y comenzándola con estas palabras: Padre nuestro; despertando en la primera el amor de Dios, pues lo llamamos Padre, y en la segunda el amor del prójimo, pues que en esta palabra nuestro lo hacemos nuestro hermano e hijo de Dios por gracia; y oramos también por él en ella como por nosotros en llamar al Señor Padre universal de todos.

Al fin de todas las otras oraciones añade la Iglesia: Esto sea hecho por nuestro Señor Jesucristo. Esto no es menester añadirse en la oración del Señor, porque en el estilo, según dice San Cipriano, conoce el Padre las palabras de su Hijo, y también porque el mismo Señor las solía muchas veces decir cuando vocalmente oraba en persona suya y de todos sus fieles; los cuales supieron primero esta oración que otra ninguna (Hch 4,31), porque ésta les predicaban los apóstoles; y no se lee que alguno de ellos hiciese oración común para enseñar a otros que rezasen sino ésta.

Lo que más debe tener la oración, que pidamos no dudando, mas con gran confianza de ser oídos; la cual tiene muy aneja esta bendita oración, pues con ella rogamos al que la hizo; y con tan breves palabras que, según dice la glosa, en las pocas palabras se muestra la mucha voluntad que el Señor tiene de conceder lo que en ella le demandamos, porque en breve quiere conceder lo que brevemente mandó que le rogásemos; ca si no tuviera intención de nos oír presto, claro está que a lo menos en palabras nos detuviera; empero, porque el muy buen Padre nuestro tiene más cuidado de sus buenos hijos que ellos mismos, quiso abreviar la petición por alargar presto la mano.

Lo que más nos da confianza en la oración es pensar que pedimos lo que al Señor agrada que pidamos; ca sabemos ser inciertas nuestras providencias, mayormente en el pedir; pues no sabemos lo que nos cumple, y por tanto puede ser que las oraciones de los otros santos menos convengan, porque a diversos diversas cosas son necesarias; empero, como esta oración haya hecho el que sin errar sabe lo que nos cumple, clara está la seguridad en ser justa la petición, pues el notario fue el justo juez que ha de ser demandado; y más que unas veces pedimos más de lo que nos es necesario, lo cual es gran vicio en el que pide; y otras veces no lo pedimos todo, y esto es también falta de discreción; la cual quiso el Señor suplir en esta breve oración, que ninguna cosa a nosotros buena deja por declarar, y de ninguna cosa superflua hace mención, para que así ninguna cosa nos sea negada y de todo seamos proveídos.

Son tantas las excelencias de aquesta cristianísima oración, que así como hallamos escrito cántico de cánticos, fiestas de fiestas, cosas santas de cosas santas, así debemos llamar a ésta oración de oraciones; y esto porque, según dice San Agustín, todas las oraciones, a lo menos en parte, deben conformar con ésta; y la que más pide de lo que ésta contiene no es buena oración, y tanto es alguna oración mejor cuanto más con ésta se conforma.

Es, empero, de notar que como en esta petición que hacemos a Dios de las cosas que nos convienen se incluyan todas, y algunas veces esté más inclinada nuestra afección a una que a otra, y tengamos más presente y especial necesidad de una que no de otra, debemos detener el corazón en pedir con más instancia aquella cosa que al presente nos falta y que más nos es menester, haciendo algún hincapié en la petición que demanda aquello. Y, según esto, los que se confiesan deben repetir aquella palabra: perdónanos nuestras deudas, y los justos que tienen deseo de ser desatados y ser con Cristo, deben repetir aquélla: venga, Señor, el tu reino; y los que aman la pura honra de Dios deben repetir aquélla: sea tu nombre santificado; y los que tienen la sensualidad inclinada a vicios deben repetir aquella petición: sea hecha tu voluntad en la tierra de mi carne, así como es hecha en el cielo de mi razón; los que tienen gran deseo y necesidad de la consolación divinal, y los que quieren comulgar, han de repetir aquélla: danos hoy nuestro pan de cada día; los que se ven en algunos peligros han de repetir la postrera petición, que dice: líbranos, Señor, del mal.

Está compuesta por tal orden esta dichosa oración, que no solamente incluye en sí las peticiones que todos los estados deben hacer a Dios, mas también cada uno de los justos particularmente tiene necesidad de las siete cosas que en ella se demandan; y aun cada uno de los muy grandes pecadores no la deben dejar, porque para defenderse de todos los vicios han menester demandar a Dios las siete cosas que están en ella.

Los soberbios que quieren dilatar sus nombres y señoríos en el mundo, deben decir: sea, Señor, santificado tu nombre: da gloria a tu nombre y no a nuestra jactancia y presunción, que con mucha razón debe ser humillada.

Los avarientos que son de las cosas terrenas inducidos a codicia de los ojos, deben mirar al cielo y decir la segunda petición, que es: venga, Señor, el tu reino, prometido a los pobres de buen corazón, para que, siendo en fe y esperanza satisfecha con Él nuestra codicia, no busquemos las cosas del reino de la tierra con dañosa solicitud.

Los envidiosos y que les pesa del bien ajeno presto se defenderán si dicen al Señor que sea hecha su voluntad aun en la tierra seca, que son los hombres sin merecimiento, así como es hecha en el cielo, que es el ánima del justo en que mora Dios: sea hecha, Señor, tu voluntad así en mi enemigo, que es tierra, como en mi amigo, que es cielo, pues que tú quieres llover sobre todos y a todos hacer mercedes; sea hecha tu voluntad así en lo uno como en lo otro, y así como la voluntad tuya de dar dones sé hace en mi prójimo, que es el cielo, se haga en mí, que soy tierra, pues quieres llover sobre los justos e injustos.

El que es combatido de la lujuria y vano deleite débese acordar de los deleites espirituales del Señor, los cuales da Él a los que por su amor se apartan de los carnales, y diga: danos hoy nuestro pan de cada día, que es la gracia de tu consuelo en mi ánima; por que el pan suyo verdadero muestre que este pan de vano deleite es pan de mentira que no satisface mi ánima.

Los que son presos de la ira deben suplicar al Señor que les perdone sus deudas, para que puedan ellos mejor perdonar a aquellos contra quien toman ira; lo cual si hacen según su poder, a lo menos pasada la pasión de la ira, darles ha el Señor la mansedumbre y humildad de corazón, que no sabe encender sino contra el propio hombre.

Los que son dados a la gula han de repetir: no nos traigas en tentación, permitiendo que caigamos en el pecado de la gula, del cual Adán y nuestro Señor Cristo fueron tentados; y se llama tentación, porque mediante la gula disimuladamente como con cosa pequeña hace el demonio al hombre venir en muchas otras tentaciones, lo cual hemos de rogar al Señor que no permita.

Los que padecen el vicio de la pereza espiritual, que es un desabrimiento y un descontento en las cosas de Dios, hanle de suplicar que los libre del mal en que se ven; y llámase mal este vicio, porque trae muchos males consigo y aparta al hombre de todos los bienes de Dios que mediante el fervor de la devoción había de tener.

Por las cosas ya dichas puedes conocer cómo, aunque nos sea necesario decir toda esta oración, unas veces nos hemos de detener más en una petición que no en otra, porque somos de alguna fatiga más combatidos o sentimos especialmente alguna falta; y según esto sería bien, después de dicha toda la oración, sacar de entre las otras aquella que hace más a nuestro caso presente y decirla sola al Señor con las palabras primeras, que no incluyen en sí petición alguna, y con todas las peticiones se puede juntar, así como decir, cuando el hombre siente su ánima hambrienta de espiritual consolación: Padre nuestro, que estás en los cielos, danos hoy el nuestro pan de cada día y no permitas que el ánima de tu menor siervo pase hoy sin alguna consolación tuya, pues me es tan necesaria. Y cuando tu ánima deseare estar con Jesucristo, dirás: Padre nuestro, que eres en los cielos, venga el tu reino a mí, pues yo no puedo ir a él, o venga yo, Señor, a tu reino, pues tú me lo haces desear. De esta manera puedes hacer en todas las cosas que más necesidad tuvieres.




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