CAPÍTULO V. DE CUÁN BUENO HA DE SER EL MAESTRO

Ahora no queda sino que hablemos con el maestro para ver qué tal ha de ser, porque aquí está la llave de lo que hemos dicho, y aun la llave de todas las religiones de la Iglesia universal. Los buenos maestros no hay duda sino que por la mayor parte sacan buenos discípulos, que después, muriéndose los viejos, suceden y pueblan las religiones; y ellos tienen aviso que los otros que después han de ser recibidos sean informados de la manera que ellos mismos lo fueron, para que los sucesores sean tales como los predecesores; así que, pues de los nuevos se vienen a poblar y regir sucesivamente las religiones, y vienen ellos a ser la misma religión, síguese que la cosa en que más deben parar mientes y poner cobro los padres de las religiones ha de ser en proveer cómo los que nuevamente vienen sean informados en lo principal y en el tuétano de la religión, que es cómo han de haber el Espíritu de Dios y su santa obra en sus corazones, y cómo han de orar a Él de puro corazón; pues que esto es la cosa que más debe desear cualquiera de los religiosos del mundo, y a este fin se fundaron todas las religiones, y todos los otros fines sin éste son de muy poca utilidad; porque si el cimiento no es bueno, en ninguna manera puede ser bueno el edificio que sobre él se funda.

Si el espíritu de la devoción es fundamento principal de las religiones, sin duda podemos decir que los enseñadores de él, que son los que tienen cargo de instruir y doctrinar a los que nuevamente vienen, son fundadores de la religión que de contino la fundan, y cuasi principian de nuevo siendo de ella conservadores, y plantándola nuevamente en aquellos que después la han de plantar en otros, no de otra manera sino de la manera que ellos la recibieron.

Esto he dicho para que conozcan los tales en lo que son puestos; y más de verdad porque conozcan los que ponen a los que de su mano son puestos en esto, y tengan muy gran vigilancia en cosa que, según vimos, tanto toca a la religión, pues de ella depende todo el bien de las órdenes; ca, según verdad hallo yo, después de lo haber pensado profundamente, que la cosa que con más examen y lo que con mayor miramiento se debería en las órdenes cometer es el cargo de criar y doctrinar el nuevo corazón de aquellos que de nuevo vienen a las religiones. La cosa en que más se puede errar o acertar es ésta; y la cosa que más importa de mal o de bien, siendo errada o acertada, es ésta. Donde, dado que todos los otros prelados errasen, pues que hay tantos reclamadores y los regidos no siguen así tan presto el yerro, claro está que presto se remedia; mas en este caso apenas se remedia lo que de su principio va menos bueno; ni hay quien diga: mal haces; porque el que lo ha de decir no sabe cuál es lo mejor ni lo peor como los otros reclamadores; y digo aun ir dañado lo que no va bien acertado, ca no basta ir en esto la cosa sin pecado, mas ha de ir con muy perfecta virtud; ca de otra manera las religiones se armarían sobre arena o sobre el cimiento que se arman todos los otros estados que van según deben, cuyo cimiento es una probabilidad moral y apariencia de bien; empero esto aquí es ninguna cosa, pues antes que el que tú crías viniese a la religión se tenía eso.

Así como San Bernardo dice que en la vía de Dios torna atrás el que no va adelante, así digo yo, en el caso presente, que no doctrinar a los nuevos en las cosas del espíritu es dañar el negocio y llevarlo errado como sobre falso; así que, bien mirando lo que se debe mirar, hallo que con mayor examen se debería cometer este cargo que las prelacías, ni predicaciones, ni las confesiones, ni vicarías; y dije las prelacías, porque ya los prelados sacuden aquesto del hombro y cométenlo a otro que lo haga, aunque lo debiera él hacer; empero, por las otras ocupaciones, no se entremeten en ésta los prelados, sino encomiéndanla; en lo cual no está el defecto, sino en ver a quién; porque, si todos los otros oficios de la casa se dan a personas que tengan alguna experiencia y habilidad en ellos, éste que, según dije; es de la religión fundamento, muy más mirado debe ser, pues que el tal maestro o los tales crían personas que después han de ser constituidos en todos los oficios de la orden; y aun crían la misma orden que en aquéllos está niña, y ha de crecer para que se conserve sobre la tierra.

Por tanto, con mucha razón se han de reveer los prelados en buscar con mucha diligencia suficientes personas para esto; y piensen que el padre de su orden les dice aquello que dijo el rey a José cuando le ofreció a sus hermanos y fue (Gen 47,6): Si conociste entre ellos haber algunos varones industriosos, constitúyelos maestros de mi ganado. Oficio es del prelado representar y ofrecer a los súbditos delante del rey, que es el fundador y padre de su religión.

Los fundadores y primeros santos que instituyeron las religiones son reyes, de los cuales reyes se llama rey Cristo. Lo que el prelado es obligado a hacer es ofrecer y representar a los súbditos, que deben ser como hermanos suyos delante del padre de la religión suya, por cuya regla son regidos; y por esto lo llamó rey, según el oficio de regir que puso nombres a los reyes, porque para esto fueron antiguamente elegidos. No hay duda sino que lo primero que a éstos debe ser dicho, según razón, por la boca del rey, es que tengan especial cargo de proveer los corderos, dándoles maestros industriosos para que tengan cargo de ellos, lo cual hizo Cristo cuando encargó mucho a San Pedro que apacentase sus corderos. Donde si los que nuevamente vienen a la fe han de ser con especial aviso apacentados con el pasto de la verdadera doctrina, según mostró Cristo en el gran cuidado que tuvo de los encomendar a San Pedro, no sin gran misterio, conforme a esto decimos que lo que el padre fundador de la religión encomendaría al prelado que está constituido sobre su reino, que es su orden, casi por él y en su lugar, como José sobre el reino de Egipto por la mano del rey de ella.

Lo que primero a éste sería encomendado, si la razón hablase, sería que tuviese cargo especial de buscar maestros para que curasen los corderos y reses del Señor, que son los que nuevamente vienen a las religiones, que han de ser con gran diligencia proveídos de idóneos maestros que los apacienten, mediante su industria, en el prado de la devoción interior, que les han de procurar con todas sus fuerzas y poder, según la conciencia amonesta haber de ser hecho. Digo la conciencia, esto es, de aquellos que la tienen buena y la oyen en lo que deben.

Muchas cosas se tocan en aquella breve razón que se endereza a los prelados para que sean vigilantes acerca del negocio presente. Cuanto a lo primero, es de notar que aquella razón no es dirigida a los prelados menores, sino a los mayores; porque a los menores, si no son mudables, no pertenece elegir muchos maestros, sino uno; empero a los prelados mayores, que han de proveer muchas cosas, conviene elegir muchos, a los cuales se endereza aquella razón; no por otra cosa principalmente, sino porque, siendo los tales maestros elegidos entre muchos, sean mejores; ca, según dijo el Sabio, entre mil se había de elegir uno. Onde elegirlo entre veinte o treinta es de verdad muy poca cosa; y no digo ser poca cosa porque entre veinte o treinta no habrá uno bueno (ca esto sería error aun pensarlo), mas dígolo porque la gracia del enseñar las cosas espirituales es un don especial por sí, no a todos los justos concedido; mas el Señor, que divide los dones según le place, lo da a quien Él tiene por bien.

Muchos son en sí justos, y no saben industriar a otros en la justicia espiritual y secreta oración; y por esto me agradó mucho una sentencia que una vez oí a un santo varón muy experimentado en las cosas de Dios, y fue que, si en alguna parte se hallase alguno que tuviese gracia en enseñar estas cosas, lo habían de traer por toda la provincia y hacerle que anduviese por todas las casas a enseñar a sus hermanos las cosas espirituales de la oración según toda su posibilidad. Y yo sé una provincia donde se hacía esto; y los que no lo alababan conocieron después cuán buena cosa era, y alabaron mucho al Señor.

Puede alguno decir que no se podría de ligero conocer esta gracia en aquel que la tiene, y por eso no se podría buenamente esto hacer. A esto dice el cristianísimo Gersón que es obligado el religioso a responder enteramente la verdad a su prelado cuando le pregunta de las cosas interiores que Dios le ha comunicado, y a declararle por extenso, según su voluntad, lo que acerca de esto le pregunta, para que el prelado disponga de aquellos bienes de la orden según viere convenir a su república y común utilidad de sus frailes; y yo creo que el prelado, pues en lo espiritual ha de ser solicito, es obligado a saber e inquirir esto, para que la orden se sirva y aproveche de aquellos bienes, pues son suyos y dados más para su provecho y utilidad que no para el particular provecho del religioso, según muy espiritual y profundamente se saca de la doctrina del bienaventurado San Pablo, que habla del servicio y provecho que los miembros se hacen unos a otros; donde se concluye y se tiene por cosa averiguada que, así como los pies no andan para sí mismos, sino para todo el cuerpo, y así como los ojos no ven para sí solos, sino para todo el hombre, así los religiosos que reciben de Dios algunos especiales dones no los deben esconder ni pensar que son suyos proprios, sino de la orden a la cual deben servir con ellos.

De estos bienes habían de inquirir secretamente los prelados más que de las rentas, y tanto con más diligencia y primero, cuanto son éstos de más utilidad que los otros, pues se enderezan a las ánimas y los otros a los cuerpos. Y porque este espiritual examen no ha de ser apresurado, ni ha de proceder como en las otras cosas, sino por una manera de familiaridad y por unos rodeos secretos de tiempo antiguo tenidos, se dijo en la principal autoridad a José: Si conociste; no si conoces ahora, sino si en los tiempos pasados conociste.

Este examen de aquestos maestros no ha de ser de manos a boca, en breve, sino por una larga familiaridad, en la cual vaya conociendo el prelado diligentemente el vulto interior del ganado, porque en esto y en todo otro cargo, que haya de ser dado alguno, se debe el prelado acordar de aquello que San Pablo escribió a Timoteo, diciendo (1 Tim 5,22): A ninguno pongas de presto las manos.

En esto de que hemos hablado yerran los prelados que no son familiares a los devotos religiosos, antes a los más devotos comunican menos y parece que huyen de ellos, y se dan familiares a los serviciales y que en las cosas acá exteriores tienen alguna habilidad, y de los que singularmente son recogidos no tienen cuidado, viendo que aquéllos no les dan pena alguna ni los importunan; ca todo su intento tienen puesto en importunar a Dios buscando y demandando y llamando a la puerta de su misericordia. Si los prelados dejan estar a estos tales y no se comunican con ellos por no desasosegar los ni darles quietud, bien hecho es; empero, si lo hacen por no se ver confundidos delante de ellos, como se ve la frisa delante del carmesí, muy malo es; porque con aquellos tales habían ellos de confesarse y tomar consejo, y amarlos con muy especial amor, y amonestarles favor en todo bien, y no consentir que el mosquito de aquéllos sonase más que el camello de los otros.




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