CAPÍTULO VII. DE OTRAS MANERAS DE GRACIA

Has también de notar que, allende de la gracia ya dicha, hay otras muchas gracias que se llaman graciosamente dadas de Dios, con las cuales El no se da, sino con la que primero hablamos; empero ordénense todas en cuanto en sí es para la primera, que es la suprema y más excelente de todas; y no las debemos menospreciar aunque con ellas no se dé Dios, porque harto es que nos las dé Él y que nos las dé para que mejor lo busquemos y para utilidad de la Iglesia y para otros muchos bienes que de ellas se siguen; de las cuales por ser muchas no entiendo hablar, sino decirte que la gracia que hace al hombre grato a Dios se da principalmente para utilidad de la misma persona, y la gratis dada se dirige por la mayor parte para utilidad de otros.

Y puesto caso que en la Escritura se halle muchas veces la segunda gracia sin la primera, que es mejor, empero las más veces se halla junta con ella; porque, aunque Dios da graciosamente a todos, más da a los que lo aman que no a los que son enemigos suyos. Por eso procura la primera y podrás tener muchas de las otras.

Y entre la primera y las otras hay esta diferencia: que la primera se esconde en el ánima y los que la tienen no la conocen, y las otras se manifiestan y luego se dan a conocer; y quiso el Señor dejar la primera en celada, muy escondida, por dos cosas: la una, por que no recibiésemos vana gloria viéndonos con ella tan medrosos y prósperos; ca debes saber que más vale la primera gracia que todas las otras juntas, y para nosotros vale más que todo lo criado. Onde más rico está el que la tiene que si tuviese todas las gracias gratis datas, y junto con esto le fuese dado todo poder en el cielo y en la tierra y en el infierno; sola ella pesa más que todo esto junto; porque, según dice el Sabio (Prov 3,12-20), todas las cosas que se desean no se pueden comparar con la primera gracia; ca mediante ella y con ella se da el Señor de todas las cosas, al cual comparados los ángeles son arenillas del mar, y los cielos comparados a Él son pelotas de viento, y los hombres son polvo menudo de la tierra.

La segunda razón por que la primera gracia nos es escondida y secreta es por que no cesemos de trabajar ni cesemos de la demandar al Señor con lágrimas, para que así nos sea cada día acrecentada, y no sabiéndolo seamos de cada día más ricos. Y debes notar que, pues la primera gracia de que hablamos te es tan necesaria y no sabes si la tienes, lo que has de anteponer y primero demandar a Dios en todas tus peticiones ha de ser ella; porque de otra manera sería buscar enforro no teniendo paño para el sayo, y sería sembrar sobre polvo muy seco y fundar sobre arena floja. Por tanto, acuérdate que todas tus lágrimas y oraciones y sacrificios y todo el bien que hicieres sea principalmente por que el Señor tenga por bien de te enviar su santa gracia, para que seas agradable a su Majestad, y sobre esto demanda lo que más hubieres menester para mejor le servir.

Según esto, síguese que los predicadores, cuando piden en las salutaciones la gracia del Espíritu Santo, aunque ahí parezca demandar la gracia de las lenguas y del bien predicar, que son gratis datas, empero han de tener aviso en sus corazones para que sea su intención demandar primero la gracia que los hace gratos a Dios, y junto con ésta demandar la que los hace gratos a los hombres, que es la gracia del bien predicar, para tornar a referir a Dios, como el que recibe la pelota la torna a referir al que primero la echó. Si de esta manera lo hacen, acertarán, y si de otra, pervertirán la orden de las cosas.

Los que se dan del todo a este santo ejercicio del recogimiento reciben del Señor muchas maneras de gracia, cada uno en su manera y según su capacidad o merecimiento y según los aparejos que hacen para la recibir; y no tan solamente se reciben en él innúmeras gracias, mas también acrecentamiento de ellas; y comiénzase también a recibir en este ejercicio la gloria que se llama gracia consumada, según aquello del Sabio (Prov 4,9): Dará a tu cabeza aumento de gracias y cubrirte ha con corona ínclita.

Nuestra cabeza espiritual, según dice la glosa, es lo principal de nuestra ánima y lo más alto, donde se suben los que verdaderamente se recogen para recibir allí aumentos de gracia. Dice aumentos, porque el subir allí es gracia que Dios nos hace dándonos la mano, y después da muchos aumentos para subir al Señor, del cual en grande confianza se recibe la corona como título del reino que nos está prometido.

Según esto de la corona, conocí yo dos santos varones muy dados al recogimiento, sobre cuyas cabezas aun en la vida presente se vieron las coronas que ahora tienen en el cielo, y fue de esta manera: que, saliendo el uno en una procesión, llevaba una alta cruz, encima de la cual se vio un ángel que tenía en la mano una corona; y siendo en espíritu preguntado para quién era tan preciosa joya, respondió que era para aquel que llevaba la cruz, dando también en esto a entender que todos los que llevan la espiritual cruz del Señor, que es el recogimiento, donde como con tres clavos se afijan nuestras tres potencias con Dios, recibirán la corona por los méritos de aquel que en la cruz está de espinas coronado.

El otro santo, estando a la muerte, quejábase que no podía recoger su corazón, doliéndole más aquello que la enfermedad; y el día que murió fue vista, antes que muriese, sobre su cabeza una muy hermosa corona, que maravillosamente adornó su venerable cabeza e hinchó su cara de hermosura, y el que la vio díjolo para honra de Dios y de su siervo, que ya era defunto; y dijo que la vio con los ojos del ánima, no usando por entonces de los corporales, aunque muchas veces los había lavado con lágrimas, y tales que bastaron para esclarecer los ojos de su ánima, con que vio la gracia del otro.




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