CAPÍTULO II. DE COMO EL SEÑOR CONFORMA LA TENTACIÓN CON EL TENTADO

De los muchos bienes que brevemente hemos dicho carece el que no es tentado; por tanto, debes decir con David: No temerá mi corazón si se levantase contra mí batalla: en esto esperaré; yo una cosa pedí al Señor: ésta buscaré en la batalla no temida.

Dice que ha de esperar lo que pidió al Señor; esta esperanza, según dice San Agustín, es de victoria de galardón eterno, lo cual había de ganar peleando como buen caballero de Cristo; así que mientras más peleamos en la resistencia siendo tentados, se acrecienta más nuestra eterna gloria. En figura de lo cual se dice (Ex 1,12) que cuanto más eran afligidos los hijos de Israel, tanto más eran multiplicados y crecían. Los fieles hijos del luchador Cristo, siendo tentados, son en gracias multiplicados y crecen en gloria, y afírmanse más en ellos las buenas costumbres; porque, según dice Séneca, mucho crece la virtud ejercitada.

Bien se sigue de lo ya dicho de las tentaciones son mensajeros de gracia, según dice la letra presente; y mientras son mayores, la anuncian mayor. Ca debes saber que así como en el infierno los más poderosos serán más poderosamente atormentados, así en este mundo, que es como infierno de los buenos, los que son más poderosos en gracias y virtudes suelen sufrir mayores tentaciones, y tanto mayores cuanto mayor fuere su santidad. Lo cual da San Pablo a entender diciendo que no nos permitirá Dios tentar más de lo que podemos sufrir, conformando el golpe con el que lo recibe. Y por esto se dice que San Juan Bautista fue tentado de la misma tentación de Lucifer, cuando enviaron embajadores a saber si él era Cristo. Así que como fue dicho a Tobías (Tob 2,12), necesario es que te pruebe la tentación, pues que eres aceptado a Dios; y mientras más acepto fueres será mayor la tentación que te ha de probar, mas tú por eso no temas, sino oye al Sabio, que te dice (Eclo 2,2-6): Reprime tu corazón y sufre, y inclina tu oreja y recibe las palabras del entendimiento, y no te apresures hasta ver el cabo; sufre las sustentaciones de Dios; júntate mucho a Dios, y sostén para que crezca en lo postrero tu vida; recibe todo lo que te fuere aplicado y súfrelo con dolor y ten paciencia en la humillación tuya, porque en el fuego se prueba el oro y la plata, mas los hombres receptibles en el horno de la humillación; cree a Dios y recuperarte ha; endereza tu camino y espera en Él.

Mucho debes notar estas palabras si eres tentado, y mira que te amonestan juntarte a Dios y sufrir, ca si no hubiese más que hacer de juntarnos a Él, todos lo querríamos hacer. Empero, lo que se ha de sufrir es lo que duele; porque en apartándote de la vida derramada para te juntar a Dios, has de ser muy más tentado que antes para ver si perseveras. Donde sabemos que Faraón hizo mayores agravios a los israelitas en siendo visitados de Dios (Ex 5,1-10). y el demonio, cuando salió del hombre, tomó otros siete peores para tornar a él, como quien hace gente contra quien se le alzó y lo va de nuevo a sujetar. Y Labán, viendo que Jacob se apartaba de él (Gen 31,22-23), siguiólo con gente y con encendido furor. Aun Cristo, en comenzando obra de mayor perfección en el desierto, fue más tentado. Y los cinco reyes comarcanos que reinaban en la tierra de promisión, viendo que los gabaonitas se habían llegado a Josué (Jos 10,1-5), vinieron luego a cercarles la ciudad y darles combate, en figura que aun nuestros cinco sentidos nos dan más guerra con sus imaginaciones cuando determinamos de quitar la afección del mundo y ponerla en Dios; y acaece que cuando cerramos la puerta de dentro sentimos más el ruido de los que entran y salen que si la dejáramos abierta; de manera que cuando cerramos más lo de dentro sentimos lo que antes no nos daba tanto enojo por que no lo resistamos.

Hay algunos que, sintiéndose menos guerreados en la poca perfección y en los ejercicios de poca utilidad, dicen que es bien estarse allí donde no son tan molestados, y dicen que más les vale su poca perfección que holgadamente poseen, que no ponerse a continuo trabajo de guardar con aviso el corazón, porque acaece que por no admitir hombre un pensamiento indiferente se le ofrecen enojosamente muchos que dan pena y son malos. Esta respuesta es de cobardes, y pues fueron reprehendidos los que por huir el trabajo se excusaban de subir a la tierra de promisión (Dt 1,20-36), claro está que no debe ser admitida.

Si todo lugar que pisare tu pie será tuyo y tanto tendrás más alta silla cuanto más alto fuere el ángel malo que vencieres, la esperanza de la gran corona debe disminuir el trabajo, conociendo que, si tienes osadía para resistir, el Señor te dará gracia para vencer. Si las pequeñas virtudes careciesen de tentaciones, aún habría alguna más razón de contemplarse hombre con pocas cosas por estar más seguro; empero aun en el ayuno se mezcla la vanagloria, que es un tan grande mal que de ella diga San Cipriano: Ninguna cosa más engañosamente lisonjea el ejercicio de la religión que la vanagloria; a ninguna cosa halaga tanto el favor como el ayuno a los sudores de los ayunos; la importuna alabanza se ofrece, y penetrando el ánima con sutilísimos aguijones, cuando ensalza emblandece, y punge cuando unge. La virtud torna en hipocresía, y absolutamente destruye las cosas comenzadas; así como polilla roe lo que estaba entero; arranca el fundamento de la santidad y disípalo; subtilísimo mal que con proprio cuchillo degüella al hipócrita y con las proprias armas impugna la santidad; el castigo de la carne hincha el espíritu, y la flaqueza del cuerpo empringa al presuntuoso y magro arrogante; el menosprecio caza veneración, y la hambre y fatiga se harta de alabanzas; el ánima llena de este veneno se deleita en miserias, y ocupada en esta caspa se gloría en llagas; la religión se torna falsa apariencia y sucede la ambición adornada; muerto el espíritu en el cuerpo hambriento de cuatro días, solamente quedan los despojos de la virtud, apariencia de cosa sin alma y fingimiento de santidad; tanta es la locura de los hipócritas que usen de los hedores por olores y tengan por preciosas las cosas viles y por suaves las cosas ásperas, y el sabor de los favores sobrepuje toda esta salsa, y toda destemplada sensualidad se deleite en sus contrarios; y, por tanto, la soledumbre, que carece de jueces, y el yermo, que carece de miradores, quiso Cristo elegir para su ayuno.




[ Capitulo Anterior ]
[ Retorna al Indice ]
[ Capitulo Seguiente ]