CAPÍTULO II. DE COMO HEMOS DE APROVECHAR A LOS OTROS

Puesto que, según hemos visto, debamos en este negocio hacer maestros a todos y notificar el recogimiento a todo fiel cristiano que lo quiere seguir, porque, según dice Gersón, a ninguno puede dañar y a muchos puede aprovechar, hay, empero, algunos que dicen no ser bien manifestar el hombre el don que ha recibido, ca escrito está (Tob 12,7) ser cosa buena esconder el sacramento del rey. Los primeros decían que no se debería esto manifestar a seglares; éstos dicen que si alguno ha recibido del Señor gracia acerca del recogimiento, que la esconda y calle, y que si alguno quisiere saber algo, que busque libros o suplique al Señor, que da a todos en abundancia; mas que él no le dirá palabra ni descubrirá el secreto que Dios le ha manifestado, ni quiere industriar a nadie en este ejercicio, pues que hay otros que bastan. Este postrer yerro es peor que el primero, pues tiene menos con que defenderse; y por no haber visto menos personas engañadas en éste que en el otro, quiero poner aquí algunas razones en contrario.

Cosa clara es y manifiesta que, si alguno nos hace alguna merced v nos manda que la tengamos secreta, la debemos encubrir; empero, si viniese caso que al otro se le siguiese perjuicio el callar sus bienes, entonces no hay duda sino que seríamos ingratos y traidores si encubriésemos lo que teníamos secreto; antes lo deberíamos manifestar, aunque a nosotros se nos siguiese daño, por no caer en el vicio de la ingratitud, que es muy aborrecible.

Esta razón que viste, a todo buen ingenio cuadra, y aplicándolo al negocio presente, bien confesará el que algún bien ha recibido tenerlo de la mano de Dios, y también concedemos que Dios manda en muchas partes de la Escritura a los que reciben que escondan sus dones, y Él se los da en secreto y muy de callada, dando en esto a entender que los debemos encubrir y ponerlos, si menester fuere, debajo de siete sellos, que ninguno los pueda abrir.

Empero, si viniese caso que de la manifestación de los tales deseos se podía hacer servicio a Dios, sería ingratitud grande no mostrarlos, y si hallares que la Escritura dice que los calles, entiéndese que los has de callar cuando de los manifestar no se sigue a Dios honra, lo cual quiso sentir el ángel cuando dijo (Tob 12,7): Buena cosa cierto es esconder el sacramento del rey, mas revelar las obras de Dios y confesar su alabanza cosa es de honra.

Bien a la clara ha dicho este santo ángel lo que debamos hacer, y es no manifestar los dones del Señor hasta que Él los manifieste; empero, si a Él se le sigue honra y alabanza, débense revelar, y no de otra manera; y entonces conocerás si es honra de Dios cuando vieres que se sigue provecho a sus siervos, porque Dios en sí no puede recibir de nosotros honra, como no tenga necesidad de nuestros bienes; mas en recibir los suyos de nos algún provecho lo tiene Él por honra, y tanto mayor cuanto con más caridad nosotros comunicamos sus dones a los suyos.

Cortedad es muy grande y defecto no pequeño en los varones espirituales pensar que vino Dios para solamente morar con ellos, como de verdad no sea sino un pasar por ellos a otra parte, lo cual quiso Él hacer porque lo tuvo por bien; mas el que así recibe el don, debe pensar que va Dios muy adelante, y le queda aún gran camino de andar; por eso no lo detenga escondiendo su gracia, si de la manifestación de ella se le recrece provecho al prójimo, porque allí va Dios; ca si la esconde, vendrá sobre él aquella maldición de que el Sabio dice (Prov 11,26): Maldito será en el pueblo el que esconde el trigo; mas bendición vendrá sobre la cabeza de los que venden; el ánima que bendice será engrosada, y la que inebria será inebriada.

Los dones celestiales se llaman trigo, porque descienden a nos por los méritos de aquel Señor que en el Evangelio se llama grano de trigo, que no deja de nacer en la buena tierra, que es el corazón del justo, y multiplicarse para otros. Este trigo, que es la gracia a ti comunicada, no la debes dar sino por el precio de la imitación y fruto que sientes hacer en el otro; y entonces vendrá sobre tu cabeza, que es tu buena intención, la bendición del Señor, con que crezcas y seas multiplicado en la misma gracia; porque, según dice el Sabio (Eclo 20,32), ¿qué utilidad puede haber en la sabiduría escondida y en el tesoro secreto?

El que al tiempo de la necesidad que su hermano tiene de ser favorecido y enseñado esconde la gracia que de Dios ha recibido, él mismo da a sentir que no la merece tener, porque, según dice San Agustín, toda cosa que cuando se da no desfallece, cuando el hombre la recibe y no la da, no crea que la posee de la manera que se ha de tener. Según lo cual dice San Gregorio: En todo cuanto vosotros creáis haber aprovechado o crecido en merecimiento, os debéis esforzar por traer a otros al servicio de Dios asidos de vuestra compañía; y desead tener compañeros en la carrera de sus mandamientos; y si deseáis llegar al trono de su Majestad, tened cuidado que no parezcáis delante de Él solos, ca por esto es escrito en el Apocalipsis (Ap 22,17): El que oye, diga: Ven. Como quien dice: El que oye o recibe en su corazón la voz del soberano amor, tenga cuidado de llamar a sus hermanos con voz corporal de santo amonestamiento. Y San Crisóstomo dice: Todas las cosas traigamos para el provecho de nuestros hermanos, ca los marcos recibidos ninguna otra cosa son sino la virtud que ha recibido cada uno, así en la preeminencia de la dignidad y en las riquezas, como en la doctrina y en otro cualquier negocio; y ninguno diga: Porque no he recibido más de un marco, no puedo hacer bien; ca cierta cosa es que por sólo uno puede ganar de ser aprovechado en el cielo.

Acuérdate que no eres más pobre que aquella viuda que alaba en el Evangelio; ni eres más rústico e ignorante que fueron San Pedro y San Juan, que sin duda fueron menos letrados que tú antes que fuesen alumbrados; mas porque mostraron tener buen deseo, e hicieron todas las cosas para provecho común de todos, recibieron y tomaron por galardón los cielos; porque ninguna cosa es así a Dios amable como vivir según el provecho común; ca por esto nos dio el Señor la gracia del hablar y la desenvoltura de las manos y de los pies, y la virtud y fuerza del cuerpo, y el sentido y claridad del entendimiento, para que usásemos de todos estos dones para nuestra salud y para provecho de nuestros hermanos.

No habemos menester aquí hacer proceso ni larga rueda de palabras, ca el bienaventurado San Pablo nos ataja e importuna trayendo más breve razón y dice (Flp 1,23-24): Ser yo desatado de este cuerpo mortal y estar con Jesucristo, mejor cosa es; mas permanecer en la carne, cosa es a mí más necesaria por amor de vosotros. Así que tanta fue su caridad, que más quiso, por la edificación y provecho de la Iglesia, vivir en las persecuciones del mundo, que reinar careciendo del trabajo de todas ellas en la gloria celestial con Jesucristo. Esto es por cierto el verdadero y soberano estar con Jesucristo, hacer su voluntad; y su voluntad en ningunas cosas se determina tanto como en lo que conviene al bien y a la salvación de las criaturas racionales; porque si en los negocios seglares ninguno vive para sí mismo, mas el oficial y el caballero y el labrador y el negociador todos viven para lo que cumple al bien de la comunidad, y todos hacen sus oficios por fin de aprovechar los unos a los otros según la vida común, mucho mayor necesidad tenemos de hacer esto en las cosas espirituales, y esto es vivir vida soberana y más principal; ca el que para sí solo vive y menosprecia a todos, hombre superfluo es; y aun digo que no es hombre, ni tiene que hacer con nuestro linaje.

Esto dice aqueste santo para nos declarar cuánto seamos obligados a la salud de los prójimos y a les comunicar la gracia que hemos recibido según toda nuestra posibilidad, industriándolos en las cosas espirituales, para lo cual si fuere menester que digas a alguno la gracia que tú en aquella vía has recibido, no se te debe hacer de mal; pues que a él se le sigue de ello mucho bien, ca no hay duda sino que mueven más los ejemplos vivos que no los que hallamos escritos; donde, aunque creemos los escritos, perdemos la esperanza de los seguir ni alcanzar, pensando que los pasados fueron más hombres que nosotros; empero, si somos certificados que, a un hombre común que nosotros conocemos, ha alcanzado alguna cosa espiritual, tomamos fuerzas para procurarla también y haberla como él la hubo; y así los santos animales se dan unos a otros con las alas, despertándose y provocándose al vuelo de la contemplación, de lo cual dice el Sabio (Prov 18,19): El hermano que es ayudado de su hermano, es así como una ciudad firme.

Este dicho se puede verificar y mostrar cumplido en Santo Tomás, al cual manifestaron muy por extenso los otros apóstoles cómo habían visto al Señor y recibido de él al Espíritu Santo en el flato o soplo maravilloso de su boca, con lo cual se despertaba el corazón del mudable apóstol y se disponía para ver al Señor.

Hallamos también que, en habiendo Nuestra Señora concebido al Señor, fue a visitar a Santa Isabel; y una de las causas que allá la llevaron, según dice San Ambrosio, fue por darle parte de las mercedes que había recibido, lo cual hizo muy cumplidamente.

Sepa, pues, cada uno que del Señor ha recibido algunos especiales dones que, según dice San Pablo, no se los han dado para su proprio provecho solamente, sino para utilidad de los otros; porque la Iglesia, que es hecha a semejanza del celestial tabernáculo del monte de la gloria, tiene por artículo de fe creer la común unión de los santos; la cual es en alguna manera aquí como acullá, donde hay purgación e iluminación y perfección de los superiores en los inferiores ángeles, la cual también los justos ejercitan aquí en los más bajos que se les humillan, y si no lo hacen van contra el artículo que creen.

Has visto cómo has de hacer maestros a todos, según te amonesta nuestra letra, en la cual se ha de suplir esta palabra: Los que lo quisieren ser y tuvieren habilidad para ello, has de hacer maestros por tu ejemplo y doctrina a todos los que con ansia procuran de lo ser. Viste también cómo no debes esconder la gracia recibida cuando de la manifestar se sigue al Señor honra. No queda en este primer sentido sino amonestarte que notes también la segunda parte de esta letra, que te dice que ames a los que enseñas, orando especialmente por ellos; ca si Dios no obra de dentro cosas correspondientes a las palabras que tú de fuera dices, ninguna cosa aprovecha tu trabajo para enseñar a los otros tu ejercicio; empero, si tú los amas con entrañable caridad y oras al Señor, suplicándole que ponga tuétano y meollo a tus palabras, no dudes, sino ten firme crédito que aprovecharás, mayormente si huyes a uno, que es la postrera palabra de esta letra, la cual debes entender que te amonesta no darte así al aprovechamiento de los otros que dañen a ti mismo; mas huye a tu corazón, y si vieres que en él se disminuye la gracia y el recogimiento que sentías, en tal manera debes templar el negocio, que tu ánima no padezca detrimento; porque, si de esta manera derramas por un cabo lo que coges por otro, más será el daño que el provecho. ¡Oh cuántos hay en esta vida del recogimiento que por enseñar a otros se quedaron ellos sin lo que tenían, no ordenando bien la caridad, que en las cosas espirituales debe comenzar de sí mismo!

Muchos hay sin duda que son como vasos de noria, que vacían de sí el agua que para su provisión habían menester; y después son constreñidos a llorar como Job, diciendo (Job 29,1-6): ¡Oh quién me concediese estar como en los meses antiguos, según aquellos días en que Dios me guardaba, cuando resplandecía su candela sobre mi cabeza, y a la lumbre de él andaba en tinieblas; así como fui en los días de mi juventud, cuando Dios secretamente estaba en mi tienda; cuando el Todopoderoso estaba conmigo, y al derredor de mí mis niños; cuando lavaba mis pies con manteca y la piedra me derramaba arroyos de aceite!

Muchas veces acontece en este ejercicio hallarse el hombre mejor en los primeros días o meses que lo usa, que aquí llama el santo Job juventud; empero, pasado aquel fervor y fuerzas que algunos suelen poner en los principios, viene una tibieza que parece cansancio de pesada vejez, en la cual echa hombre menos las cosas que ha dicho el santo Job, las cuales pasan en espíritu dentro en el hombre.




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