CAPÍTULO III. DE CÓMO HAS DE SER SORDO Y MUDO

La siguiente palabra de esta letra te aconseja que seas espiritualmente sordo, ca porque oyó el primer hombre, según dice el Señor, la voz de su mujer, le vinieron muchos daños. Nuestra mujer es nuestra sensualidad, a la cual en ninguna manera debe oírla ni entender la razón; y no contradice a esto ser mandado a Abrahán que oiga la voz de Sara; porque aquello fue después que cesaron en ella, según dice la Escritura, las cosas de mujeres (Gen 21,7); que entonces cesan en nuestra sensualidad cuando está bien sujeta a la razón; y lo que dice cuando está puesta en razón, es que echemos fuera la esclava y su hijo, desechando la imaginación y el distraimiento que de ello nace, para que así nos quedemos solos sin ruido de voces que atruenan nuestra ánima, como molino que nunca cesa de hacer estruendo dañoso al que mora en él; lo cual debe faltar en la casa de Dios cuando se edifica, donde no se ha de oír martillo, ni sierra, ni cosa de hierro, porque todos estos sonidos son roncos y no aplacen al ánima, antes le hacen mucho sinsabor (1 Re 6,7).

La tercera palabra dice que también seamos mudos en lo interior, no hablando palabra alguna, ni aun muy sutil, según lo aconseja la madre de Samuel (1 Sam 2,3); pues que el Señor es Dios de las ciencias, y quiere más que oren a Él callando y en espíritu y verdad que no con palabras mientras con mayor silencio le ruegan, más oye y mejor concede lo que le demandan, como parece en Moisés, al cual, aunque callaba, porque oraba en silencio, respondió como hombre importunado, diciendo (Ex 14,15): ¿Para qué me estás dando voces? Y que el Señor conceda presto a los que callan delante de Él lo que ellos desean, parece también en Zacarías, que estando mudo engendró a San Juan, que quiere decir gracia, y no habló hasta que nació, y después habló muy mejor que antes, pues quedó hecho tan glorioso profeta (Lc 1,64).

Si queremos engendrar en nuestras ánimas la gracia del Señor mediante su favor, y saber gloriosamente hablar de las cosas celestiales, primero, como dice Gersón, hemos de ser mudos, aun en lo interior del corazón, según aquello de Jeremías (Lam 3,25): Bueno es el Señor a los que esperan en el ánima que lo busca. Y para nos enseñar cómo lo hemos de buscar, dice luego: Buena cosa es esperar con silencio la salud de Dios. Y para denotar cuán continuos deben ser en esto, añade: Buena cosa es al varón cuando trajere el yugo desde su juventud; asentarse ha solitario, y callará y alzarse ha sobre sí mismo.

Todas estas palabras nos amonestan a que callemos en el corazón y guardemos en él perpetuo silencio si queremos subir en alta contemplación; por lo cual dice la glosa sobre aquella palabra: Esperar con silencio. Tanto aprovechó este profeta, que excluyendo y apartando todas las cosas que son del mundo, pasa allende de la dignidad angélica para poder hallar a quien ama; lo cual confiesa ser de esperar como sumo bien, y por que siempre se junte y allegue a Él, dice que es bueno al varón traer el yugo desde su juventud, y el yugo es ser solitario y asentarse y callar. Esto dice la glosa.

Es también de saber que el mudo naturalmente es sordo, en lo cual podemos en este caso entender que el que es mudo en lo interior, no formando en sí cogitación alguna, también debe ser sordo, no admitiendo las que, según dice el Sabio (Sab 6,19), causa la terrena habitación que abaja y reprime el sentido con sus muchas cogitaciones; y por eso con aviso se juntaron en nuestra letra estas dos palabras, mudo y sordo, para que en la una se nos defienda el pensamiento que nosotros causamos y pensamos adrede, y en la otra el que se ofrece por los muchos negocios y vanidades en que estamos ocupados.

Según estas dos cosas y conforme a ellas, dice San Buenaventura en su Mística teología, declarando a San Dionisio: Porque esta aprehensión es de arriba y no de las cosas bajas, es mandado destirpar el sentido exterior, lo cual no solamente se ha de entender del oficio de los sentidos de fuera, mas también de los sentidos de dentro. Lo de suso es de San Buenaventura, y la obra o noticia xperimental de ello viene de la mano de Dios, pues que Él dice que ha dado al ánima recogida zarcillos en las orejas para que sea sorda a las sanas cogitaciones, y también zarcillos sobre su boca (Ez 29,4) para que ella en sí no las forme ni cause.

Puédense también estas tres palabras, ciego y sordo y mudo, aplicar a las tres potencias de nuestra ánima: que el entendimiento sea ciego de la manera que tenemos dicho, no usando de conocimiento que lo pueda distraer de la suspensión, y la voluntad sea sorda al amor de las criaturas que la convidan, las cuales dos cosas toca San Buenaventura diciendo: Primero conviene dejar la consideración y amor de las cosas sensibles y la contemplación de todas las cosas inteligibles y que la pura afición se levante.

La memoria sea muda, no tratando ni revolviendo cosa que hablarse pueda, para que así entre Jesús, aunque no según la carne, sino según el espíritu al ánima, estando estas tres puertas cerradas, como entraba a los discípulos después de la resurrección cerradas las puertas del cenáculo, que tiene figura del ánima, do entra Dios a cenar si le abren solamente la puerta del consentimiento. Por estas cosas no quiero decir que primero se perfecciona con la gracia la esencia del ánima que sus potencias, pues que, según el mejor parecer, la esencia se perfecciona por las potencias, y las potencias por sus actos y operaciones medias, aunque lo primero no carezca de probabilidad; mas quiero decir que entonces viene Dios mejor al ánima cuando ella está cerrada a todo lo demás y no a Él; al cual se convierte toda entera con un ferviente deseo guiado por una noticia que no se refiere a criatura alguna, ca es sobre todas ellas.




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