|
Las dos primeras palabras de aquesta sagrada oración presuponen y señalan los dos
mandamientos del amor, que son amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a
nosotros mismos; porque esta palabra Padre bien nos muestra que hemos de amar a Dios, pues
nos llamamos y hacemos sus hijos.
Es tanto y tan perfecto el amor que denota esta palabra Padre, que apenas puede ser explicado
por lengua humana. Esta palabra nuestro claramente nos induce al amor del prójimo en
altísimo grado; pues en ella lo amamos como a nosotros mismos, haciéndolo nuestro hermano y
deseándole a Dios, que es el mayor de los bienes, lo cual pondera mucho San Cipriano,
diciendo: Antes de todas las cosas el doctor de la paz y el maestro de la unidad no quiso que
singularmente se hiciese oración, para que cuando uno ruega ruegue solamente por sí; ca no
decimos: Padre mío que eres en los cielos, ni dame a mí mi pan, ni cada uno demanda ser
solamente perdonado él; ca pública esa nosotros y común la oración, y cuando oramos, no por
uno, sino por todo el pueblo oramos, porque todo el pueblo somos uno. El Dios de la paz y
maestro de la concordia que enseñó la unidad, así quiso Él que orase uno por todos, como El
en sí mismo, que era uno, los llevó a todos.
Grandísimo es el amor que denotan estas dos palabras: Padre nuestro; empero, por evitar
prolijidad, pasemos a las siguientes, que dicen el Señor estar en los cielos, que son los amadores
de su Majestad, cuya conversación es en los cielos (2 Pe 1,18) por alteza de vida; y que el Señor
esté muy de reposo en estos cielos que cuentan su gloria, allende de lo mostrar El, diciendo que
el cielo es su silla, y el ánima del justo es silla de la sabiduría, parece en otra parte, do la
Escritura dice: El Espíritu del Señor adornó los cielos, y el Espíritu Santo adorna los amadores
con más virtudes que estrellas hay en el cielo. Con solamente morar en ellos, Él los rige como
altísima inteligencia, dándoles vuelta redonda para que vuelvan al mismo Señor que los mueve.
Por que veas cómo las grandes peticiones que contiene esta brevísima oración todas denotan
cómo deben saber que el fiel siervo de Dios todas sus obras y oraciones y plegarias ordena a
más y más crecer en amor; y de esta manera refiere todas las cosas al amor, el cual como fruto
saca de todas ellas. Y según esto demanda esta primera petición que .rea santificado el nombre
de Dios; el cual como tenga muchos nombres, el principal es amor; y digo que el principal
nombre de Dios es amor, porque el mismo Dios es caridad, que quiere decir amor. Demandar
que sea santificado el amor, según esto, será suplicar que sea apurado, porque santificado quiere
decir sin tierra; y repetir cada día esta petición será suplicar que cada día se vaya más y más
apurando el amor suyo en nosotros, porque escrito está que el santo sea aún más santificado,
para que así sea el amor de Dios purgado de la tierra, purgado siete y muchas veces. Así que
suplicar como Padre celestial que santifique en nosotros su nombre es pedirle que haga en
nosotros celestial y más puro su amor, de cada día más, enviando como otro Job a sus hijos
cada vez nueva santificación para que crezcan nuestros gozos.
Porque la pureza del amor de Dios en este mundo apenas se alcanza, suplica el ánima fiel en la
segunda petición que venga a ella el reino de los cielos, porque allí estará muy perfectísimo y
apurado al amor. Y no es de maravillar que el amador de Dios desee morir, porque el amor
importuno replica muchas veces aquella su voz que dice: Deseo ser desatado y ser con Cristo.
No se desea la muerte, sino el reino de los cielos, que sin ella no puede venir por entero; ni
desea ser desatado, sino por ser con Cristo, lo cual hace el sabio amor por martirizar los
amadores; ca el tal desatamiento o muerte, por ser con Cristo, es martirio de amor, que nos
mata por ser con Cristo; así como a Cristo mató por ser con nosotros; ca por no dejarnos
murió.
Cuando el amor no puede alcanzar esto añade la tercera petición, diciendo: Sea hecha, Señor, tu
voluntad así en la tierra como en el cielo. Éste es el fíat de la Virgen, en que consiste la suma
perfección del amor, cuyo fin es conformarnos por entero en todas las cosas adversas y
prósperas al amado con entero corazón; no solamente sufriendo en paciencia cualquier cosa que
se ofreciere con entera conformidad, sino rogar nosotros que sea hecho lo que antes no
queríamos; de manera que el amor no menos se deleita en lo que Dios hace, al revés de lo que
Él demanda, que se deleitará si se cumpliera lo que primero quería; y esto es lo que se concluye
en esta petición tercera, que demanda entera conformidad y alegría de la sensualidad, que es la
tierra, con la razón, que es el cielo, porque en los justos no solamente la razón, que es el cielo,
ha de hacer la voluntad de Dios, gozándose porque se hace lo que él quiere, mas la carne no ha
de murmurar, aunque a ella venga perjuicio, lo cual acaba el amor de Dios purísimo, conforme
a lo cual dice San Ambrosio: Entonces se enfortalece el hombre con consolación cuando la
carne y el ánima no desean cosas diversas; mas desean una cosa, y una cosa buscan, y por tanto
tienen atención a lo que dice: Yo y el Padre una cosa somos; y estos ojos, que son el deseo del
ánima y el de la carne, se confiesan ser una cosa, porque usan de un mismo deseo y oficio.
Pídese también conformidad así en la tribulación, que es tierra, como en la consolación, que es
cielo.
Nota que en las tres peticiones susodichas se da a entender el amor de los principiantes y el de
los aprovechados y el de los perfectos, porque a todos los que comienzan a amar a Dios
conviene desear tener puro su amor de la manera ya dicha, y crecer en él; y si esto no tienen, no
han comenzado a amar a Dios.
A los aprovechados pertenece desear ser desatados y que venga el reino de los cielos, que es la
segunda petición; y esto para ver al Rey celestial en su hermosura, donde se harte el amor.
Para ver si este deseo procede de amor verdadero, que suelen tener los aprovechantes, hallarse
han que es tan firme en el ánima, que ninguna razón humana ni rodeo ni industria ni temor ni
cosa del mundo basta para lo quitar; porque después que hayamos dicho mil razones al que
tiene este amor para le probar que no es bien desear morir, responde su corazón, no por
palabra, sino por verdadera obra interior, diciendo a Dios: Señor mío, llévame a ti.
Si le decimos que muchas veces desea el navío llegar al puerto por escapar las ondas
tempestuosas del mar, y acaece que no toma bien el puerto, mas dando al traste se hace pedazos;
y que de esta manera piensan algunos, escapando los trabajos de esta vida, tomar seguramente el
puerto del cielo, y a las veces dan en las rocas de las peñas, a esto responderá el que tuviere
tanto amor de Dios, que por El desee la muerte: Imposible es salvarse el hombre por sus
proprias fuerzas, mas Dios todo lo suple.
Si le replicamos que por esto ser verdad no deja hombre de ser tenido en las penas de
purgatorio, que en algo son a las veces mayores que las del infierno, a esto dice en una palabra
que todo se ha de sufrir por ir a Dios, y que florido se debe llamar el camino que lleva a tanto
bien, aunque esté lleno de grandes trabajos.
Este amor, ni alguno de aquestos tres, no se puede alcanzar sin especial don de Dios y gran
ejercicio y uso de desarraigar el amor de toda cosa que Dios no sea. Dígolo porque, si tienes
verdadero deseo de morir para ir a Dios, no pienses que es de tuyo, ca yo pienso ser no posible
alcanzarse por industria humana; porque junto con él está una seguridad en el corazón, que no
puede el ánima creer otra cosa sino que el Señor mostrará con ella su misericordia.
El tercero amor de los perfectos suele aplacar este deseo, y hace que se sufra la vida en
paciencia, y diga el hombre con la tercera petición al Señor: Sea hecha en mí tu voluntad
estando en la tierra así como fuera hecha estando en el cielo; porque ahora muera, ahora viva,
de ti soy. Si muriera, no fuera sino para ir a ti; pues vivo, viva para ti. Estos tales no tienen
voluntad propria, sino enjerida en la de Dios. Viven ellos, no ya ellos, mas vive en ellos Cristo; y
dicen con el mismo Apóstol (Rom 8,35): Quién nos ha de apartar de la caridad de Cristo? En
más alto y perfecto estado, según dice Orígenes, se hallaba cuando decía: Que ni la muerte, ni la
vida, ni otra alguna criatura lo apartaba de Jesucristo, que no cuando deseaba ser desatado para
ser con Cristo. Porque si hubiese dos caballeros, el primero que desease entrar a la presencia del
rey para estarse siempre allí con él, y el otro estuviese tan aparejado para estar con el rey como
para ir a pelear en el campo donde era el rey servido, bien parece ser más perfecto el segundo
que el primero.
Por que no piense alguno de los poco virtuosos que ya tiene este tercer amor que conviene a los
perfectos, hágole saber que no lo alcanzará verdaderamente si primero no ha gustado algo de
los otros; porque las cosas que son de Dios son ordenadas; más incluye este amor que decir:
Aparejado estoy para morir y aparejado estoy para vivir; porque allende de esto está El tan vivo
en el corazón, que totalmente desapropia al hombre de sí mismo, y ordena todas las obras de las
criaturas al servicio vivo del Señor; y, por tanto, con gran confianza demanda de comer a quien
sirve en la cuarta petición, sabiendo que es digno el obrero de su manjar, y dice: Danos hoy
nuestro pan de cada día.
Con osadía demanda el hombre lo suyo; y el que está en este perfecto amor que hemos dicho
tiene por suyo todo lo que es de Dios, sabiendo que el desapropiado de sí mismo se apropia y
arraiga en todo lo que es de Dios, lo cual hace el grande amor; y por eso llama pan suyo lo que
conoce que no tendrá si no le es dado de nuevo cada día, según dice su petición.
El pan que aquí demanda el perfecto amador no es de siervos, mas de hijos, y es el gusto de la
alta contemplación que se da a los hambrientos con que se harten de bienes; del cual se dice
(Eclo 15,3): Mantenerlo ha el Señor con pan de vida y de entendimiento.
El gusto de la contemplación se llama pan de vida, porque en él comienza nuestra voluntad a
sentir cosas de la vida eterna; y llámase de entendimiento, porque enseña al hombre con
suficiente doctrina todo lo que debe hacer para se salvar; y como sea lo principal amar a los
prójimos, perdonándoles las injurias, esto propone el amor delante el mismo Señor para ser
perdonado, diciendo en la quinta petición: Perdónanos nuestras deudas, corno nos perdonamos
a nuestros deudores.
Aquí el amador ruega por los enemigos para más aplacer a su Padre celestial y ser hijo suyo, el
cual hace bien a buenos y a malos; y así el verdadero amador de Dios hace bien a los que lo
aborrecen, demostrando delante de Dios que son perdonados de su parte, para que también
perdone la justicia de Dios; y de esta manera alcanza para sí misericordia, pues la pide también
para los otros, y merece que sea perdonado aun lo que no hizo, preservándolo que no caiga en
ello, lo cual también demanda en la siguiente petición, que dice: No nos traigan en tentación.
Ni pide no ser tentado, porque en las varias tentaciones se hace el hombre perfecto y entero;
mas pide no caer en el lazo ni ser vencido, lo cual ha de venir de la mano victoriosa de Dios,
que reprime las fuerzas del tentador y favorece las del tentado.
Porque las adversidades de esta vida son muchas, y muchos los males de ella, comprehéndelo
todo en la séptima petición, que dice: Líbranos del mal. Amén. Líbranos, Padre, del mal del
cuerpo, y del mal del ánima, y del mal de la culpa, y del mal de la pena, y del mal de este siglo y
del otro, y del mal presente, pasado y por venir; ca si tú, Padre, no nos libras de todo mal, no
podremos ser libres ni de uno ni de muchos males, ni de pequeños ni de mayores. Así que,
Padre, morador del cielo, que todo lo puedes, hóyanos del mal. Amén.
Aquí se acaban las peticiones del amor, porque, como dice San Cipriano, cuando decimos:
hóyanos del mal, ninguna cosa queda más que deba ser demandada.
|
|