CAPÍTULO IV. EN QUE SE MUESTRA POR QUÉ VÍAS SE PUEDE DESEAR LA CONSOLACIÓN ESPIRITUAL

Por tres maneras principalmente se puede desear la consolación espiritual. Lo primero deseándola con aborrecimiento de Dios; y de esta manera la desean los que están en el infierno, y de esta manera también solemos nosotros desear bienes de nuestros enemigos. La segunda manera es deseándola por sí misma, sin la ordenar a otra cosa alguna, sino que absolutamente la desea gustar, como deseamos comer uvas tempranas o alguna fruta nueva por hacerse hombre nuevo de ella, según dicen. La tercera razón por que se desea es porque así se despierte nuestro amor, y con más entrañas lo amemos y sigamos toda virtud, habiendo sido combatidos por el fruto de ella que gustamos.

Sin estas tres maneras, hay otras de que no hablo por ser muchas; ca en el albedrío de cada uno está desear la consolación al fin que quisiere, como los que comían el maná, que lo ordenaban al sabor que querían, cada uno según le parecía. Ni te espantes porque la consolación espiritual pueda ser deseada a mal fin, porque, según los que saben, ninguna cosa hay de que no podamos mal usar. Tanta es nuestra mala libertad, que aun de las virtudes teologales podemos mal usar, y de los dones de Dios, como Simón Mago.

Y así el amor proprio que estos que dicen tienes en la consolación, también pueden sospechar que lo tienes en otra cualquier virtud que sea, y aun en padecer martirio. Empero, dejando aparte todo fingimiento con que el demonio por sí y por otros suele estorbar todo bien, veamos de las dos maneras con que se puede desear la consolación: Lo primero, deseándola sin la ordenar a otra cosa. Lo segundo, por que más y mejor sirvamos a Dios con ella. Probado cómo estas dos maneras son buenas, queda seguro el campo.

No creo que hay hombre cuerdo que desee la consolación espiritual por sólo ver a qué sabe, sin la ordenar a Dios; empero, si se admitiese que lo haya por dar lugar a la parte contraria, yo no veo qué mal se pueda seguir de tal deseo, y están a la mano muchos bienes que pueden tras este deseo venir.

Si deseando comer un fruto del árbol llamado cedro, y procurándolo por medios lícitos, no peca hombre mortal ni venialmente, menos pecará deseando gustar las cosas espirituales, que son más deseables; antes la fruta del cedro puede ser procurada por medios no lícitos, y la consolación espiritual no, sino por devoción y virtud, según aquello de San Bernardo: Por tus mandamientos, dice David, entendí, para que sepas en ninguna manera ser debido el gusto de la contemplación sino a la obediencia de los mandamientos de Dios.

Si alguno con la intención sobredicha gustase la consolación, con el tal gusto crecería el deseo de más gustar, y así sería el hombre constreñido a ser más limpio y lavarse más con lágrimas, para que mereciese el ánima ser llevada, como otra Ester, a la cámara real; y gustando, no hay duda sino que amaría, porque San Bernardo dice: Bienaventurados son los que lloran, porque ellos serán consolados. Y ¿qué otra cosa es aquesta consolación sino una grande devoción que procede de la esperanza del perdón y una suavísima delectación del bien, y un gusto de la sabiduría, aunque pequeño, con las cuales cosas el benigno Señor refrigera entretanto el ánima afligida? Mas aquel gusto no es otra cosa sino un desafío del deseo y provocación del amor, ca escrito es: Los que me comen habrán hambre. Lo de suso es de San Bernardo.

Pluguiese a Dios que todos los pecadores, mudado el acuerdo, buscasen para su mayor provecho la consolación espiritual, dejando la mundana, ca de esta manera pocos perecerían, porque el mismo gusto suave, si lo alcanzasen, los acabaría de convertir a Dios. Y puesto que algunos devotos no lleven tan apurada la intención cuando se llegan a Dios, sino que lo quieran gustar por su proprio interés, no por eso deben dejar el tal gusto, aunque vaya envuelto con amor proprio; conforme a lo que concluye Gersón, diciendo: Así que mejor es hacer para sí a Dios delectación, por ventura menos casta que sea honesta, que no allegarse a las delectaciones del mundo y del demonio y de la carne. Esto a la letra es de Gersón, en que satisface a las calumnias de los otros; y nos dice que nos lleguemos a Dios como quiera que sea.

Ca, pues no podemos estar sin delectación, mejor es buscarla en Dios que en el mundo, aunque la intención no vaya tan apurada como debería; y decimos no ir tan apurada, cuando el gusto se busca por sí solo; el cual es digno de ser buscado con toda instancia aun por solo él; ca, si bien miras, hallarás en él todas juntas las causas que te convidan a buscar otra cualquiera cosa que buena sea, porque es muy honesto y deleitable. De su honestidad se dice: En su amistad hay buena delectación, y en las obras de sus manos honestidad sin falta. Sobre esto dice la glosa: Cuanto más se ama se halla más suave; y es de notar que las manos de esta delectación espiritual no están ociosas, ni tienen, según viste, una sola mano, sino muchas, y muy hacendosas, que hacen tantas y tales obras dentro y fuera, que se digan tener honestidad sin desfallecimiento.

No creo que bastará lengua humana para decir las utilidades que de este santo gusto se nos pueden seguir; ca de esta espiritual consolación se dice: La piedad a todas las cosas es útil (1 Tim 4,8). Piedad, según dice una glosa sobre Ezequiel (Ez 7), es una reverencia o acatamiento que se hace a Dios, y no de otro más que de aquel que lo gusta, porque conoce por experiencia cómo debe ser honrado, pues que esta suavidad a todo es útil. Con mucha razón dice San Agustín: Mientras estamos en el cuerpo peregrino de Dios, gustemos a lo menos cuán suave es el Señor que nos dio la prenda del espíritu en que sintamos su dulcedumbre.

Aunque se haya dicho que loablemente se puede buscar la consolación del espíritu por sola ella, no piense nadie que paran allí los devotos; porque el celoso esposo de nuestras ánimas, Cristo, luego en dando la tal consolación enseña que han de pasar adelante a la tercera manera de desear que arriba comenzamos a decir, y es desear la tal consolación por servir y amar más y mejor al Señor. Y que el Señor enseñe luego esto al ánima parece figurado en el Evangelio (Jn 6,26-27), donde reprehendió a los que lo buscaban porque habían comido el dulce manjar que les había dado, y les mostró cómo lo habían de buscar por sí solo, que es más digno que toda dulcedumbre y da mejor mantenimiento al ánima que lo busca con principal intento que no al que pusiese primero los ojos en el gusto que no en Dios; porque mejor goza del agua el que va a la fuente que no el que la coge del arroyo procedente de ella; y así, mientras el hombre busca más puramente a Dios tiene más gustos espirituales, que da el mismo Señor, conforme a lo cual dice San Gregorio: La vida contemplativa es mayor que no la, vida activa, porque ésta trabaja en el uso de la obra presente, mas la otra gusta la holganza que está por venir con un sabor íntimo.

Busquemos, pues, al Señor junto con su consolación como lo buscan los justos, y no lo dividamos de su dulcedumbre, aunque el demonio nos lo amoneste; sino que así como lo creemos Dios y hombre, así lo busquemos Dios y dulce juntamente; porque así como la humanidad es vía para ir a Dios, así la dulcedumbre suya es un incitamiento y espuelas para que corramos a él, según dice San Bernardo: Si el Hijo de Dios, por ser dulce, se llama en la Escritura panal, no sé por qué no lo hemos de buscar con su miel.




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