CAPÍTULO III. DE LA COMÚN MANERA DE HACER GRACIAS

Cuanto a la manera de hacer gracias que es más común, has de notar bien esta letra; porque si la ejercitas podrás merecer la primera manera de que hemos hablado, la cual más es premio que mérito. Nunca pase día sin que pienses los beneficios que Dios te ha hecho, y por ellos alaba y loa su largueza, mayormente a respecto tuyo comparada a ti, que ninguna cosa mereces sino ser privado de lo ya recibido. No pienses que hay en ti causa de merecimiento, porque si alguna hallas, también es don de Dios; tú no eres sino materia desnuda de todo bien, y si algo tienes, toda es ropa prestada que Dios te quiere dar.

Haz diligente memoria de los dones recibidos, así de naturaleza, como de fortuna, como de gracia, como de gloria prometida, la cual tienes tan cierta como lo demás si por tu culpa no la pierdes. Piensa sutilmente las gracias especiales y generales que el Señor te dio, y confiesa fielmente haberlas recibido de su mano; guárdalas con estudio en la mayor pureza que tú pudieres; ámalas mucho y mucho más al que te las dio; apártate y guárdate de ofender a la gracia o al Señor de ella.

Este hacimiento de gracias puede ser en tres maneras: o por obra, según dice San Jerónimo, y es cuando correspondes a Dios según todo tu poder en el beneficio recibido, lo cual mejor hicieron los mártires que todos los otros santos cuando con sangre correspondieron a Cristo, que por ellos había derramado la suya. Y también se podría decir que hacer gracias a Dios por obra es trabajar en su servicio con el mismo talento que nos dio; de manera que emplear bien y ejercitar la misma gracia que el Señor te ha dado es excelente manera de gratitud.

La segunda manera es en el corazón, cuando por menudo y afectuosamente piensas las mercedes recibidas y las prometidas y las por tu culpa perdidas, de las cuales no debes ser menos grato que de las que no perdiste. Donde conforme a esto dice San Crisóstomo que la meditación y memoria de los beneficios es muy buena guarda de ellos mismos, y esto en el que los recibió, porque, según dice este santo, el que da el beneficio se debe luego olvidar haberlo dado, y el que lo recibe se debe siempre acordar en su corazón de lo que es en cargo; y pues Dios guarda también la condición que a él toca, que es olvidarse de las mercedes que hizo, guarda tú la que es de tu parte, que es acordarse de ellas; y que Dios guarde lo primero, muy bien lo podrás conocer si paras mientes a las nuevas mercedes que cada día te hace, las cuales, si bien las cuentas, son tantas, que parece haberse olvidado de las pasadas.

La tercera manera de hacer gracias es por palabra, pronunciando con gozo los mismos beneficios; porque en decir a alguno: esto me distes, o en decir de él: esto me dio fulano, parece que le hacemos gracias. Según esta manera, conocí yo dos personas que, estando fuera de su casa, acertaron a dormir una noche en tal posada, que no tuvieron oportunidad para se levantar a la media noche, según tenían de costumbre, a hacer gracias a Dios; y como fuesen de un corazón y parecer y voluntad amándose en Jesucristo, dijo la una persona a la otra: Ya es venida la hora de las alabanzas de Dios; no es razón de la dormir, pues es suya; si os parece, diga y cuente cada uno de nosotros los beneficios que de Dios ha recibido.

Agradando esta razón, comenzó el uno a decir todos los bienes que dende niño había hecho, no contándolos por bienes propios, sino por beneficios dados de la mano de Dios. Diciendo que a él, siendo niño, le dio el Señor tal gracia, que las blancas que su madre le daba para que comprase fruta que almorzase para ir a leer con los otros niños a la escuela, él las daba a los pobres, y también el pan, y se quedaba sin almuerzo por dar de almorzar al pobre, y que el Señor le daba gracia que hiciese esto casi cada día que estuvo en la escuela. Donde prosiguiendo de esta manera por las otras cosas que se le acordaba ser de alguna virtud y gracia, el que lo escuchaba comenzó tan fuertemente a llorar, que con gran espanto cesó él de decir y rogóle que le dijese la causa de su lloro, y respondióle: No hallo en mí cosa que pueda decir que buena sea; desde que vos acabéis de decir, yo no sé qué diga, sabe Dios que ningún bien tengo de mío que pueda contar delante de Su Majestad. No se me ofrece a la memoria sino mis grandes pecados, con los cuales contradije muchas veces a los beneficios que Dios me quería hacer, de los cuales carece mi ánima, por no ver Dios en ella disposición para los recebir.

En este ejemplo puedes ver cuánto aprovecha hablar de los beneficios de Dios, y pues el pensar que carece el hombre de ellos mueve el corazón a tantas lágrimas, el conocer que los tiene lo moverá a gozo no menor. El uno de aquéstos contaba muy fielmente los beneficios a él hechos de Dios, y digo fielmente, porque, según verdad, toda buena obra que hacemos aún es beneficio de Dios, pues nos da gracia para la hacer. El otro pensaba en los beneficios de Dios que había perdido, y por el pesar que de ello recibió mereció después cobrar otros mayores para con ellos servir al muy alto. Donde conforme a esto dice un doctor: ¡Ay de aquellos que callan y no hablan de ti, Señor, que eres dador de todos los bienes!, porque los tales, aunque mucho hablen, son mudos. Bienaventurada es la lengua que te hace gracias, pues ejercita aquello para que principalmente fue criada. Desde ahora comienza el oficio en que ha de permanecer haciendo gracias a su Hacedor.

Este tercero modo de hacimiento de gracias, que es pronunciarlas por la boca, ejercitaba San Agustín cuando decía sobre aquella palabra de David: Sea llena mi boca de alabanza: Loarte debo, Dios mío, en las cosas prósperas, porque me consolaste; en las contrarias, porque me castigaste; débote loar antes que fuese, porque me hiciste; y después que soy debo loar, porque me diste salud; y cuando pequé te debo loar, porque me perdonaste; y cuando estaba en las fatigas te debía loar, porque me ayudaste; y en la perseverancia te debo loar, porque me coronaste. A ejemplo de este santo debemos hacer gracias al Señor en las adversidades y prosperidades, siendo semejantes al ruiseñor, ave que canta de día y de noche.

Muchos hay que cantan en el día de la alegre prosperidad, y con prosperidad y con gozo hacen gracias a Dios, de los cuales dice David (Sal 48,19): Confesarán tu santo nombre cuando les hicieres bien; mas desde que viene la noche de la adversidad, pocos hay que canten y hagan gracias a Dios, teniendo en esto muy mejor propriedad aquel pequeño pajarito que no los hombres. Y del cisne también se dice que al tiempo de su muerte canta mejor que en la vida.

Hagamos, hermanos, gracias al Señor y bendigámoslo en todas nuestras obras, según dice nuestra letra, porque si, en las adversidades y azotes, lo bendecimos, cesa de nos herir, y si lo bendecimos cuando nos da bienes, persevera en más hacer mercedes.




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