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Esta letra es muy semejante a la que de su calidad se puso en el segundo alfabeto, aunque la
glosa será muy diferente, porque la materia subyecta de que aqueste tercero habla, lo requiere.
En la otra letra amonestamos que, cerrando los sentidos corporales y exteriores, abriésemos los
interiores del ánima y los avisásemos con solicito ejercicio (Cant 5,6), para que así como con
estos sentidos exteriores conocemos las cosas corporales, así con los interiores del ánima, siendo
ejercitados, conozcamos las cosas espirituales y altas; empero, como nuestro conocimiento se
haya en las cosas de Dios a manera de lechuza o murciélago, con la claridad del sol, al cual no
pueden conocer ni mirar siquiera sus rayos, por la improporción y poca lumbre que tienen,
siendo sus ojos muy oscuros, menester es que, como aquellas aves de poca vista nos
escondamos diciendo con el salmista (Sal 101,7): Hecho soy así como lechuza en la casilla de
este mundo, porque en el otro nuestra lumbre será con la del Cordero fortificada, para que
podamos ver a Dios mejor que águilas, sin pestañear ni poner intervalo que nos impida ni un
solo punto de ver su cara.
Para mayor declaración de aquesto es de notar que, para ver y conocer las cosas corporales, no
basta la lumbre del sol, pues con ella los ciegos no ven; ni basta la lumbre de nuestros ojos, pues
de noche, a oscuras, aunque tengamos los ojos abiertos, no vemos; mas es menester que
entrambas estas dos luces se mezclen: la luz de fuera y la que está dentro en nuestros ojos se
han de juntar para que en la tal mezcla veamos las cosas visibles.
Así, en lo espiritual, es menester, para que se cause conocimiento, que con la lumbre natural
que está impresa en nuestra ánima se junte la lumbre divina y celestial, para que en esta mezcla
veamos lo que antes no conocíamos y podamos decir con David (Sal 35,10): En tu lumbre,
Señor, veremos lumbre. La fe es lumbre para alumbramiento de las gentes, y se mezcla con la de
nuestra ánima en el consentimiento y piadosa afición con que la recibimos, y en esta mezcla
vemos por fe las cosas celestiales a que nuestra ánima de suyo estaba inclinada, porque siempre
desea las cosas mejores.
Los que con esta mezcla y alumbramiento de la fe se contentan y quieren más perficionar este
tal conocimiento, siguen las amonestaciones de la otra letra que a ésta dijimos ser muy
semejante; así, los que más útilmente piensan dentro de sí las cosas de Dios, se fortalecen más
en la fe por la nueva lumbre de verdades que hallan en la meditación y santos pensamientos, así
de las Escrituras como de las criaturas y artes de los hombres inventadas.
Estos mucho se aprovechan de la lumbre natural y sentidos interiores del ánima, abriendo bien
los ojos del corazón, que son las noticias y conocimientos de las cosas, y escuchando y parando
mientes en las correspondencias de los misterios, y hablando, esto es, argumentando dentro de
sí, deduciendo y sacando unas cosas por otras, y trayendo muy convenibles congruencias y
probaciones para mejor conocer.
Otros hay que no van por este camino, conociendo la poca lumbre que de sí mismos tienen y la
mucha que Dios en sí tiene, y cuán desproporcionada está su lumbre, por ser poca, con la de
Dios, por ser mucha; y porque en la menor proporción de estas lumbres se causa menor
conocimiento, cesar de se aprovechar tanto de su propria lumbre, conociendo que el
escudriñador de la Majestad de Dios es reprimido de la mucha gloria, y la grandeza de los
misterios lo derriban y le quitan las fuerzas, de lo cual se pone ejemplo en el primer capítulo del
Apocalipsis, donde dice San Juan, hablando de Cristo, que le fue mostrado en visión (Ap 1,17):
Su faz relumbra así como el sol en su fuerza; y como lo viese, caí a sus pies así como muerto.
Para conocer la causa por que San Juan cayó como muerto, es de notar que, asegún el Filósofo,
la cosa sensible, cuando es muy excesiva en su género, corrompe el sentido; lo cual parece por
experiencia, ca si un sonido es muy recio, suele hacer sordo al que lo oye, corrompiéndole el
sentido del oír; y si mirásemos muy atentamente el sol en su rueda, nos cegaría corrompiendo el
sentido de la vista, por ser él en sí muy claro; y si tocásemos un hierro ardiendo, corrompernos
había el sentido del tacto; de manera que, cuando alguna cosa sensible es muy excelente,
corrompe el sentido a que pertenece si a él se aplica.
De esta manera, en lo espiritual hay algunas revelaciones y altos conocimientos infundidos de
Dios en las ánimas de los santos que se trabajan, cuanto en sí es, por corromper nuestro
entendimiento; empero, como él sea incorruptible, déjanlo cuasi aturdido y derríbanlo,
haciéndolo por entonces cesar de su operación. Y dice San Juan que, viendo el rostro que como
sol resplandecía, cayó a sus pies como muerto, porque aun para contemplar las cosas pequeñas y
más bajas de Dios, que son figuradas en los pies, no tiene fuerzas nuestra poquedad humana, y
así como viendo el sol se turban nuestros ojos, así queriendo, mientras moramos en este
destierro, contemplar curiosamente las cosas de Dios, se ciegan los ojos del ánima; y le acontece
como al mosquito, que se quema por volar a la lumbre y conocer aquella claridad que de noche
ve resplandecer.
Saben las cosas dichas los que con diligencia y solicitud se dan a contemplar las cosas de Dios, y
sienten en sí la cabeza como atónita y vana sin fuerza ninguna, y les parece que Si un poco más
trabajasen se tornarían locos, y algunos reciben de ello gran detrimento; lo cual por evitar,
nuestra letra, y también por dar más fácil modo para se llegar los hombres a Dios, dice: Ciego y
sordo y mudo debes ser, y manso siempre. El que, como hemos comenzado a decir, se quisiere
hacer ciego, como Moisés, que, para mejor hablar con Dios después de subido al monte se
metió en medio de las tinieblas que encima del monte estaban (Ex 20,19-21), donde, aunque no
vio a Dios, tuvo gran comunicación con él; conforme a lo cual dice Dios nuestro Señor a la
ánima devota en los Cánticos (Cant 6,5): Aparta de mí tus ojos, porque ellos me hicieron ir tan
presto.
Así acaece muchas veces, ca da Dios al hombre alguna gracia, y por quererla el ánimo conocer y
mirar y parar mucho mientes a clla y saber qué cosa sea, por esto la pierde y se la quita Dios, el
cual quiere que con los brazos y alas de nuestro corazón abracemos a El y a sus cosas, y
pongamos tanta afición a poseerlo con deleite, que no queramos conocer con curiosidad; y por
esto dice nuestra letra que seamos ciegos, porque el ciego aprieta mucho lo que toma entre
manos sin lo conocer, y más tiene puesta su afición en el sentido que no en la especulación de la
cosa. La una glosa dice que quiso el Señor decir al devoto contemplativo: Aparta de mi
majestad la enferma contemplación de tu ánima, ca no me podrás conocer. Otra glosa pone que
quiso decir al ánima no dejes el deseo de conocerme, sino la presunción de poderme conocer.
Esta declaración se conforma mucho con nuestra letra, la cual no dice que debemos ser ciegos
por no conocer, sino por mejor y más conocer. Algunos se ponen antojos, no porque no ven,
sino por ver mejor; así dice nuestra letra que te hagas ciego, no porque no veas, mas por que
veas mejor. Más cosas profetizó Isaac de su hijo Jacob (Gen 27,1-29) quando estaba ciego que
profetizara si tuviera buena vista; de manera que la ceguedad le fue causa que conociese
mayores misterios porque, cuando se espantó de lo que había hecho por estar ciego, le fue
revelado ser aquélla la voluntad de Dios, aunque no había sido la suya; y por eso se quedó
hecho el agravio.
Dichoso sería el que careciese de ojos, pero que Dios le fuese ojos; y el que no tuviese pies, si
Dios hubiese de ser andas suyas, según aquello que se dice en el libro del santo Job: Yo fui ojos
al ciego y pies al cojo. A los que se hacen ciegos por ver a Dios, el mismo Dios es ojos, y Él es
el que los adiestra para que no yerren; antes por esto aciertan mejor, ca los lleva Dios por do
ellos no supieran ir aunque tuvieran ojos; por lo cual dice el Señor por Isaías (Is 42,16). Sacaré
los ciegos por el camino que no saben, y hacerlos he andar en las sendas que ignoraron; pondré
las tinieblas delante de ellos en luz.
La vía más ajena y apartada del conocimiento de los mortales es la vía negativa que en este
tercero alfabeto se trata; y en ella hay otras sendas y apartamientos, secretos ejercicios que no
menos se ignoran que lo principal; y esos principios que de ella se hallan escritos, son muy
oscuros a los principiantes; mas si ellos se hacen ciegos creyendo al que los guía (con hacer el
ciego), serán del Señor guiados, pues en la sobredicha profecía lo promete.
Desta manera llevó el Señor a San Pablo, al cual estando ciego subió hasta el tercer cielo, esto
es, hasta la tercera jerarquía del cielo, según San Agustín, para que, como ella, o como los
ángeles de ella, contemplase a Dios. Y digo que entonces estaba San Pablo ciego corporalmente,
porque según el mismo doctor (Hch 9,8-9), cuando San Pablo no veía cosa alguna, por estar
ciego, veía a Dios; y no solamente estaba ciego de ceguedad corporal, que no hace al caso
presente, mas también estaba ciego de la ceguedad espiritual de que hablamos por la otra
figurada, lo cual parece, pues que él dice que no sabía si entonces estaba en el cuerpo o fuera del
cuerpo.
Y también digo que su ánima estaba entonces ciega, porque en tal manera fue suspensa, que las
potencias inferiores, esto es, los sentidos exteriores e interiores, y asimismo la razón no
pudieron salir en sus operaciones; mas cesaron por entonces de sus actos y obras, siendo las
operaciones de estas potencias del todo quitadas entretanto que duró aquel su arrebatamiento;
en tal manera que entonces su ánima no tuvo alguna operación de las que solía tener, tú de las
que suele tener un ánima que está ayuntada al cuerpo, por que así no viese a Dios hombre vivo
que ejercitaba operaciones vitales, según la glosa de San Agustín sobre aquella palabra: No me
verá hombre y vivirá.
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