CAPÍTULO II. DE COMO DEBEMOS TRAER OCUPADA NUESTRA MEMORIA

Dos cosas se tocan en esta letra muy favorables al recogimiento; de las cuales diremos por orden, según en ella se contiene. Y comenzando de la primera parte de ella, es de notar que nos amonesta tener siempre memoria, esto es, tener la memoria ocupada; y no es maravilla que diga continuamente, porque nuestra memoria es de tal condición, que, aunque la queremos desocupar, ella misma se ocupa en lo que no queríamos. Y no señala esta primera mitad de la letra qué sean las cosas de que debamos tener memoria, porque son muchas, y también por reprehender los olvidadizos y los que no guardan su memoria para algún bien.

Onde hay algunos hombres semejantes a los animales llamados linces, que, según dice San Jerónimo, no se acuerdan sino de lo que tienen delante, y, vueltas las espaldas, olvidan todo lo que no ven; así hay algunos hombres que llamamos bausanes y abobados, que de descuidados traen la boca abierta para las moscas; de los cuales dice Séneca que pierden la vida, pues no piensan en las cosas pasadas.

La vida del siglo es la memoria de los sabios, porque en ella viven las cosas que ya son muertas; y es el lugar donde está el tesoro de los que saben, y arca de la verdad, y libro vivo del hombre, y vientre donde nuestra ánima guarda sus hijos por que no se los mate el olvido, que, según San Gregorio dice, es una manera de muerte que hace que no sea en la memoria lo que antes era; así como la muerte hace que no esté en la vida presente lo que mata; donde, porque en Dios no puede caer olvidado, dice San Pablo (1 Tim 6,16) que sólo El tiene inmortalidad, teniendo siempre su eterna memoria aquella infinita noticia engendrada de su entendimiento, en la cual todas las cosas viven, nunca jamás olvidándose; porque allí mejor que en dechado están las ideas de todas las cosas y las razones seminales de todo lo posible; en tal manera que, aunque la cosa muera en sí mismo, no muere en la memoria de Dios; mas siempre están en ella todas las cosas registradas y muy conocidas según son, para que allí como en perfecto libro de la vida lean los ángeles lo que Dios quiere que sepan. En aquel solo libro se halla ciencia de los individuos, porque allí son inmortales, participando de la inmortalidad que sólo Dios tiene; al cual y por el cual y en el cual todas las cosas viven.

No seas, pues, tú, ¡oh hombre que eres imagen de Dios!, tan olvidadizo que parezcas imagen contrahecha y muy al revés de aquello que representa; porque si en Dios todas las cosas viven y en ti todas las cosas mueren, seréis muy contrarios. No seas como el estómago enfermo, que no retiene manjar; porque, si es así, poca será tu vida espiritual no reteniendo en el estómago de tu memoria el manjar de la buena doctrina. No seas como cuba mal atada, que retiene lo peor.

A los que han dejado el mundo se da por consejo de mucha utilidad que tengan continuo memoria de aquel día que, por obligación a mayor virtud, se apartaron de la vida mundana; y hagan cada día conmemoración del santo que se celebró el día que ellos votaron mayor perfección, para que se acuerden de se conservar tales cuales estaban entonces y resucitar cada día en sí el propósito que entonces tenían, y placerles de haber dejado el mundo para tornar de nuevo a merecer. El que hiciese esta memoria crecería de virtud en virtud y acrecentaría merecimientos delante de Dios y cumpliría el consejo del mismo Señor que dice (Ex 13,3): Acordaos de aqueste día en el cual salistes de Egipto y de la casa de la servidumbre, porque el Señor os sacó de aqueste lugar en mano fuerte, para que no comáis pan con levadura.

Mucha razón hay que tengamos memoria de aquel dichoso día en el cual quiso el Señor sacarnos de la casa de la servidumbre, que es la costumbre y continua ocasión de pecar, donde se sirve el demonio no sin fatiga grande de los que lo sirven; y dejando el Señor en ella a muchos, quiso elegir para sí a nosotros por su sola gracia, y no porque nosotros lo servimos mejor que lo sirvieran los que allá quedaron, si también los sacara.

Dice también que nos sacó en mano fuerte; porque, si bien miramos en ello, entonces teníamos más recia e infatigable la mano derecha, con que obramos las cosas de virtud, la cual por nuestra culpa pierde su fortaleza de cada día; empero remediarlo hemos si de ello nos acordamos.

Lo último que dice es que nos sacó para que no comiésemos pan con levadura, que es la obra del mal deleite; ca toda obra que hacemos es pan nuestro y de nuestra cosecha; empero no ha de llevar levadura, porque entonces corromperse ha la masa de nuestra operación y tornarse han nuestras costumbres a la levadura vieja, que son las malas costumbres que dejamos; y así no seremos diferentes de lo que éramos primero, antes tanto peores cuanto peor parece el paño muy vil junto con el hermoso carmesí.

Onde, por evitar esto, debes tener continuo en la memoria aquel día en que te vestiste el hombre nuevo, para que así te conserves mejor en el buen deseo que entonces tenías. Piensa que de aquel día en que dejaste el mundo te es dicho aquel refrán: El buen día mételo en tu casa. Si te contemplas cual entonces estabas, hallarás que nunca mejor estuviste; y por tanto debes meter aquel día en la casa de tu conciencia, por continua memoria de él, para en esto te gozar y alabar al Señor, que hizo aquel día bueno para ti, y de esta forma merecerás, cada vez que de él te acordares, tanto cuanto entonces mereciste.

Los que son devotos de la sagrada pasión del Señor débenla tener continuo en la memoria, porque en esto se parecerá la devoción de ellos, y no en hablar de la tal devoción, porque no hay duda sino que el más devoto de ella la tiene más en la memoria, como cosa más amada; conforme a lo cual dice el bienaventurado San Bernardo: Cualquiera que tiene el sentido de Cristo sabe cuánto aprovecha a la cristiana piedad y cuánto convenga al siervo de Dios y le sea útil, a lo menos alguna hora del día, recolegir más atentamente los beneficios de su pasión y redención para gozar de ello suavemente en su conciencia, y fielmente en su memoria guardarlo, lo cual es en espíritu comer el cuerpo de Cristo y beber su sangre en su memoria, según Él lo mandó (Lc 22,19).

Esto dice San Bernardo escribiendo a los monjes del Monte de Dios, los cuales eran tan perfectos que el santo los compara a los santos padres antiguos del yermo, y dice haber en ellos resucitado los otros. Por tanto, a tan perfectos varones como allí estaban, poca perfección es pensar cada día una hora en la pasión del Señor, como diga el mismo santo, que en sus principios siempre la traía entre sus pechos; y ahora en nuestros tiempos, donde toda la perfección espiritual va de caída, aun es cosa común en muchas partes tener los religiosos dos horas de oración.

Empero es de notar que no da San Bernardo este consejo para que sea como ejercicio total y principal a los monjes que escribía, porque en más tenía él la memoria de Dios que a los recogidos conviene, que no alguna de las memorias ya dichas aunque sean buenas. Empero, la memoria de Dios, como cosa principal, no señala tiempo para sí, queriéndolo ocupar todo, lo cual debemos tener más continua que otra ninguna, como cosa muy mejor y más convenible a los que siguen este santo ejercicio del recogimiento. Lo cual quiso sentir el mismo San Bernardo, gran seguidor de este negocio, cuando a los mismos monjes dice antes de lo ya dicho (1 Tim 4,8-10): La piedad que a todas las cosas vale es la continua memoria de Dios; y la continuada obra de la intención a la inteligencia de ella una no cansable afección en el amor de él, para que jamás ningún día ni hora halle al siervo de Dios sino en el trabajo del ejercicio y en el estudio de aprovechar, o en la dulcedumbre de la experiencia o en el placer del gozar.

En estas breves palabras ha declarado bien este santo qué cosa sea la memoria de Dios y cuán provechosa y cuán continua deba ser, y digo que lo ha declarado a los que la han usado, a los que tienen de ella alguna noticia, a los que se trabajan por tener memoria de Dios siempre, como nuestra letra lo amonesta.

Para si pudiéramos declarar qué sea este ejercicio de acordarse el hombre de Dios, has de notar que, según dice San Ambrosio, en la ausencia del bien pasado y esperanza del por venir sola la memoria da remedio; y pone ejemplo en nuestros padres, los cuales después del destierro, para templar sus fatigas, tenían por remedio y solaz acordarse de las aguas de Sión y de las armonías que hacía el aire en las arboledas del paraíso terrenal, y del árbol de la vida, y de las lindezas que el sol mostraba reverberando en los cuatro ríos, y de la inocencia y justicia original, y de la obediencia que les cantaban todas las criaturas inferiores; y así hacían los hijos de Israel, que daban por bien el trabajo pasado acordándose de la tierra prometida y de su deleite.

De estas cosas que son visibles fácil cosa era acordarse, porque las habían visto y las tenían casi impresas en la memoria; mas como Dios sea invisible y nunca lo haya hombre visto y no sea imaginable, cosa es dificultosa acordarse la persona mucho de Él; empero, como sean sus excelencias muchas y sus divinas propriedades, mediante ellas podríamos tener de él memoria; la cual, según un santo doctor dice, valdría mucho para despertar nuestro dormido amor, porque las cosas que son de la divinidad según a sí mismas mueven mucho el amor y la devoción nuestra acerca del Señor. Y por esta vía podríamos tener casi en todas las cosas memoria de Dios, si atribuyésemos a Él más que a las mismas cosas las operaciones que ellas hacen, y pensásemos sernos hechas del mismo Dios, pues que según su verdad lo son, para cuya breve declaración has de notar que sin leña tú no te podrías calentar haciendo frío, aunque de verdad la leña no te cause el calor, sino el fuego que se emprende en ella, el cual más verdaderamente causa el calor que no la leña.

Por aquí puedes investigar más espiritualmente que, aunque te dé refrigerio el agua, más te lo da Dios que no ella; porque sin Él no te podría dar refrigerio, así como la leña no te podría calentar sin fuego. De esta manera has de entender o contemplar que más te abriga Dios que no la ropa que traes vestida; pues que ella no te abrigaría si el Señor no obrase con ella; y más te alegra Dios y deleita tu oler que no la hermosura y suave olor de las flores, y más te mantiene Dios que las viandas, y Él da firmeza a la tierra para que te sustente y juntamente con ella te sustenta; ca menos te sustentaría ella sin Dios que te calentaría la leña sin fuego que la encendiese.

Ni por eso has de pensar que Dios es forma de las cosas, aunque según verdad sea más necesaria su cooperación a las cosas para que obren que no la forma a la materia para que tenga ser. Si en todas las cosas particulares pensases lo ya dicho, podrías tener memoria de Dios continua; pues continuamente usas de las cosas y en todas ellas obra Dios; así que con el pan más te mantiene Dios que el pan, y con el vino te da Dios más fuerza que no él, y con la miel te da Dios más dulcedumbre que no ella, porque la miel sin Dios no sería dulce, y Dios sin ella lo es.

Onde, pues tienes memoria continua de las cosas que has de comer y vestir y de otras cosas que has menester, más la debes tener de Dios, que con todas estas cosas obra todo lo que tú de ello has menester; y tú no miras en ello aunque casi cada vez que bebes el buen vino de tu tinaja te acuerdas de la viña o majuelo que lo lleva, sin el cual aquel mismo vino no tuviera ser; y no tienes memoria de Dios, sin el cual no solamente el vino no tuviera ser, mas aun no tiene ser ni sabor ni color ni olor sin Dios, que cada momento le da ser y lo conserva y le da las operaciones consiguientes y que le pertenece. Y conócese esto claramente, porque, si Dios apartase de él su operación, tornarse había en nada.

Según esto, bien parece que aun hasta ahora viene Dios a servir a los mortales (Mt 20,28), como lo dijo en el Evangelio, pues que juntamente con las cosas que nos sirven nos sirve, obrando con ellas lo que obran ellas mejor que ellas mismas. Ten, pues, continua memoria de Dios, pues continuamente te sirve y sustenta los pies de los bancos de tu cama mientras duermes; y cuando hablas te administra aire con que formes las palabras, y El con el aire obra y contigo mismo, sin el cual menos podrías que sin la vida. Empero, has de notar que, aunque te sirve Dios según viste, si usas mal de esta manera de servicio, Él calla y toma piedras, y como usares de su servicio en este mundo, usará El de ti en el otro.

Cierto está que tú no podrías matar un hombre si Dios no te ayudase a alzar el brazo para lo herir; pero avísote, ca aunque ahora disimula y te ayuda por no te quitar la libertad que te dio, después será otra cosa, vengándose de ti; y pagarle has en su tierra las injurias que en esta tu mala tierra del mundo le hiciste; y serte ha forzado mirar después y tener memoria de sus estrechas justicias; pues ahora no quieres parar mientes ni tener memoria de sus benignísimos servicios, si servicios se deban llamar.




[ Capitulo Anterior ]
[ Retorna al Indice ]
[ Capitulo Seguiente ]