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La cosa que más espanta a los mortales es seguir a Jesucristo, porque corre como gigante
esforzado y muy ligero, y no hay quien lo pueda alcanzar. Va tan delante en la vida de la
perfección, que lo pierden de vista, y allende de ser ligero, echa por un camino desierto no
seguido, infestado y cercado de bestias fieras, tan sin deleite y seco, que no hay quien pueda ir
por él. Por esto muchos echan por otros caminos y siguen sus cognaciones y pareceres y apetito;
buscan otras vías, y aun sin buscarlas hallan tantas que van al infierno; las cuales son tan
apacibles y deleitosas, que hacen olvidar el mal recibimiento que les han de hacer allá: solamente
miran al placer y gozo del fresco y acompañado camino, y cómo por cualquiera que vayan
hallan compañía.
Son éstos como el ladrón que va muy acompañado por el fresco camino de las huertas a la
horca. A cada uno de éstos dice nuestro Señor Dios (Ex 23,1): No sigas la compañía para hacer
mal, ni el juicio de muchos consientas a la sentencia de ellos. Los vicios y los viciosos y los
caminos y costumbres de ellos se ayuntan para hacer mal; y unos a otros se defienden y
favorecen para su mal propósito, y creo que piensan que ha de ser Dios, nuestro Señor, como
Pilato, que concedió a los malos lo que querían por los ver todos ayuntados y de un propósito.
No ha de ser de esta manera, mas mientras más juntos estuvieren, harán de ellos haces para
echar en el infierno, donde pagarán la frescura del camino que anduvieron mientras vivían.
A la sentencia y parecer de éstos no es de consentir ni seguirlos, porque mientras más son van
más errados: sólo Cristo es el que acierta, y todos los que no lo siguen yerran; ni te debes
maravillar porque uno solo acierta, y muchos yerran; pues para acertar en el blanco no hay más
de una manera, que es enviar la vira por el camino derecho, y para errar hallarás inmensos
modos y maneras.
Para acertar en el blanco de la bienaventuranza ve por la vía recta y derecha, que es la que lleva
Cristo nuestro Redentor; y si quieres errar e ir a parar al infierno, ve por do quisieres, que
seguro va tu yerro; empero, si quieres acertar, siga tu cuerpo a Jesús y su divinidad tu ánima. Si
eres oveja, sigue a tu pastor, para que no vayas a parar a la boca del lobo, y podrás decir con el
profeta (Jer 17,16): Yo no soy turbado siguiéndote a ti, pastor de mi alma.
El que sigue a otro, si teme que el otro ha de errar el camino, casi siempre va turbado hasta que
llega al término donde va; empero, si está cierto que sabe bien el camino, va seguramente con él.
Seguro va el que sigue a Cristo, pues que Él sólo descendió del cielo no para más de nos
enseñar el camino y llevarnos tras sí.
Es, empero, de doler que hasta un perro sigue a su señor, como el de Tobías (Tob 5,16), que no
dejó a su amo por todos los caminos que anduvo, y un hombre, que es de más conocimiento, no
sigue a Cristo, Señor y Redentor suyo, sino, como San Pedro, hasta la cena o el huerto; y desde
que lo ve preso, echa a huir y deja al Señor, que había prometido de seguir hasta ser con él
preso si menester fuese.
Seguimos en la prosperidad a Cristo, y en la adversidad huimos de Él. No lo seguimos en el
menosprecio ni en la aspereza y penitencia y pasión, sino en las cosas que no tienen dificultad,
así como ir a las bodas y cena del cordero pascual. Seguimos a Cristo en las consolaciones y
convidémoslo como la esposa para ir al campo florido y deleitoso del gozo interior; mas si lo
vemos en algún trabajo que nos sea enojoso, dejémoslo ir solo, semejantes en esto, no a los
buenos, sino a los malos canes de caza, que por el llano siguen la presa; mas desde que la ven
entrar en algún bosque y espinas déjanla ir, como allí la pudieran tomar más presto, aunque con
trabajo. No hay en parte que más utilidad nos traiga el seguir a Cristo nuestro Redentor como
seguirlo entre las espinas de las pasiones y menosprecio y pobreza, porque allí, aunque con
trabajo, se halla más presto.
Los malos soldados siguen al capitán al tiempo de la paga y del buen comer; mas desde que se
aplaza la batalla buscan manera y excúsanse por no entrar en ella. Así hicieron aquellos que
salieron armados de Egipto (Ex 13,21), cuyo capitán era Dios, para los animar y enseñar el
camino de día en una columna de nubes, de noche en una de fuego, para que fuese guía del
camino en el un tiempo y en el otro.
Muchos hay que son como éstos, saliendo de la tiniebla del pecado, en el cual estaban poseídos
de faraón, que es el demonio, y salen armados de firme propósito; a los que no les falta Cristo,
que tiene nube de humanidad para los amparar en el día de la prosperidad, mostrándoles los
trabajos que Él padeció, procurando que el sol claro, que es el próspero favor del mundo, no les
dañe; y en la noche de la adversidad es columna de fuego por la divinidad que tiene en sí, con
que alumbra nuestras ánimas para que nos acordemos de los bienes eternos. Aunque esto sea
así, todavía desfallecen en la pelea y no llegan a la tierra de promisión, que es la perfecta virtud;
espántanse de los gigantes que la guardan, que son los demonios; y por esto merecen morir en el
desierto, sin alcanzar el fin que primero desearon.
Si queremos, hermanos, verdaderamente seguir a Cristo, seamos como los apóstoles, dejando las
redes de los cuidados mundanos con que el demonio nos enreda; dejemos las cargas de los
parientes, no tengamos ya dellos cuidado temporal; no curemos de las riquezas del mundo, ni
de las amistades del siglo; dejemos nuestras malas voluntades y vicios; dejemos nuestros
pareceres y opiniones, para que sin embarazo alguno podamos seguir al que va delante de nos,
que es Cristo, al cual hemos de seguir en lo exterior. Y de esto dice la mitad de nuestra letra:
Siga tu cuerpo a Jesús; y hémoslo de seguir en lo interior, y desto dice la otra mitad, y su
divinidad tu ánima; de manera que lo hemos de seguir en lo de fuera y en lo de dentro, porque
así conviene de su parte y de la nuestra.
De su parte, porque contiene en sí divinidad y humanidad: la una parece de fuera, y la otra parte
se cree de dentro, y según estas dos cosas ha de ser seguido de dos maneras. De parte de
nosotros ha de ser seguido también de dentro y de fuera, porque nosotros en lo de fuera somos
corporales, y en lo de dentro somos espirituales; y según estas dos cosas debemos obrar que
obre el cuerpo y obre el ánima: el cuerpo en lo de fuera siga a Jesús, y el ánima en lo de dentro
siga espiritualmente su divinidad, para que así se cumpla lo que dice el Sabio de los siervos de
Cristo, diciendo (Prov 31,21): Todos los de su casa son vestidos de dobladas vestiduras. No es
razón que en el cuerpo, en su manera, carezcamos de vestidura de virtud, pues en él también
esperamos gloria, ni menos es razón que el ánima esté desabrigada, mas que entrambas cosas se
atavíen para aquel y en aquel que dice (Jn 7,23): A todo hombre hice sano en el sábado; esto es,
en la ley de gracia.
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