|
Los que piensan mirar profundamente las cosas podrá ser que digan haber de poner este
capítulo en el primer tratado, porque la humildad debe ser como un abrir los cimientos y hacer
la zanja para el edificio; de manera que sobre ella se debe fundar todo ejercicio, y debe ser raíz
de todo árbol que ha de dar fruto; y si este nombre de raíz pertenece a la caridad, sea la
humildad el estiércol que conserva todo árbol y lo hace llevar fruto; la cual por ser a todo
ejercicio necesaria se figura en la sal (Lc 13,8-9), que a todos los manjares da sabor; y por tanto
era mandada ofrecer en todo sacrificio, ca ninguna cosa debemos ofrecer a Dios sin humildad,
ni podrá llegar a El cosa que de la humildad no fuere favorecida, porque todo lo que se halla
fuera del arca, que es la humildad vacua de la propria reputación, todo perece, y ella sola ensalza
los que entran dentro en su amparo; de manera que la humildad es a todo ejercicio necesaria y
aun cuasi principio de él, según aquello de San Cipriano: Ésta es la primera entrada de la
religión, así como el primer paso de Cristo en el mundo; en manera que cualquiera que quiere
vivir piadosamente sienta de sí humildemente, ni presuma andar sobre sí en maravillas, porque
siempre la humildad fue fundamento de la santidad.
Aunque sea esta virtud a todo necesaria, más lo es al más alto ejercicio; y la persona más
singular en santidad la ha más menester, porque mientras mayor es el árbol y cuanto la casa ha
de ser más alta o fuerte, tanto es más profunda la raíz y cimiento; y de aquí es que, si miras en
ello siempre, los más santos fueron más humildes.
Puse también aquí capítulo de humildad, porque esta virtud se parece mucho al recogimiento;
en tal manera que cuasi por una boca digan aquello de San Juan: A Él conviene crecer, y a mí
ser disminuido. El intento de la humildad es evacuar al hombre de sí mismo, y el recogimiento
no hace otra cosa sino vaciarnos de nosotros mismos, para que Dios se extienda más en el
corazón; y tienen tal propiedad estas virtudes, que dan por una parte lo que quitan por otra,
según parece en San Pablo, que decía no ser de sí suficiente para tener un buen pensamiento. Y
en otro cabo dice que lo puede todo en el que lo conforta; y de esta manera el que se humilla es
ensalzado hasta el corazón alto de Dios, y el que se recoge recibe a Dios muy copioso; en tal
manera que del uno y del otro se pueda decir aquello de San Pedro (1 Pe 3,4): El hombre del
corazón está escondido en la integridad del espíritu quieto y moderado, el cual es rico delante
de Dios.
La quietud se atribuye al recogimiento, y la moderación a la humildad, y entrambas virtudes
convienen al hombre del corazón, que es el hombre espiritual y entrañable, que se esconde para
hallar a Dios, que está dentro en nosotros; y desde que lo hallare cavando y lanzando del
corazón las cosas terrenas, poseerá muy gran riqueza delante de Dios, porque los hombres no
conocen esto.
No sin misterio dijo San Pedro que el hombre del corazón se había escondido en la integridad;
porque, si miras en ello, la verdadera integridad del ánima es la humildad, en la cual se esconden
los varones espirituales, y tan escondidos, que cierran todas las puertas a las mundanas
vanidades y alabanzas y honras para que no los hallen.
Dícese que el corazón del pecador es vaso quebrado y que no puede contener las cosas de Dios;
empero, el corazón del justo es vaso entero, con la integridad de la humildad junto y reparado,
para que ningún pedazo de él ande disperso en maravillas sobre sí. Este vaso del corazón que
ha reintegrado la humildad y lo ha hecho volver a su misma poquedad ha de tener tal forma que
sin quebrarse vaya creciendo y engrandeciéndose ordenadamente para se recibir la gracia de
Dios, lo cual amonesta nuestra letra, diciendo: Humildad crezca contigo para bien aprovechar.
Hay algunos que piensan ser humildad pequeñez de corazón, y la vil o apocada condición de los
hombres que tienen pequeño marco, inclinados a poquedades. Otros piensan que es humildad
la enferma presencia del cuerpo con palabras y gestos y vestido y obras de baja manera. Otros
tienen por humildad la cobardía y el miedo que reina en algunos, no les dejando poner la mano
a cosas mayores. Otros piensan que es humildad carecer hombre de habilidades o no querer
usar de las que tienen, sino encubrirlas. No son aquestas cosas humildad ni tienen que ver con
ella.
Por tanto, para que puedas barruntar la majestad de aquesta virtud, has de saber que la
humildad y la magnanimidad son hermanas y compañeras tan queridas, que no se halla la una
sin la otra; son como dos alas con que la mujer, que es el ánima, vuela a Dios y a la soledumbre
de la contemplación. Así como la pobreza del espíritu no para en el menosprecio de las cosas
terrenas, sino en la riqueza de las cosas celestiales, así la humildad no para en el menosprecio de
las honras, sino en la sublimidad de las cosas espirituales.
Podan las vides quitándoles la abundancia de sus sarmientos, no para las empobrecer, sino para
que sea mejor el fruto que llevaren; y de esta suerte los que son enteramente pobres de espíritu,
desaprópianse de todas las cosas mundanas para más propriamente abundar en cosas mejores, lo
cual conoció aquel que dijo (Gen 41,52): Crecerme hizo Dios en la tierra de mi pobreza. Esta
misma forma tiene la humildad, que, según San Agustín, es verdadera pobreza de espíritu;
aunque decrece en las cosas del mundo, crece en las de Dios.
Si el humilde menosprecia a sí mismo, es por ser precioso delante el Señor, que levanta del
estiércol de la humildad al pobre de espíritu; si no se quiere regir por su proprio seso, es por
acertar mejor; ca do hay humildad hay esta manera de sabiduría, que se sirve el humilde del
saber ajeno sin perder el suyo; si el humilde no se entremete en los negocios seglares, hácelo por
ocuparse en los espirituales, que requieren todo el hombre disminuido y desocupado de todo
otro acto; si no se cura de atavíos ni cumplimientos, ni muestras, ni familiaridades de grandes,
ni ambiciones, todo lo desampara por entremeterse y lanzarse totalmente en cosas mayores,
según lo cual dice la glosa sobre aquello de Job (Job 5,11), el cual pone las humildades en
sublime y levanta los llorosos fuera de peligro. Los humildes con alta ánima trascienden todas
las cosas temporales, y afligidos están levantados fuera de peligro.
Levanta, pues, hermano, los ojos para ver esta gran virtud; mira este grano de mostaza para lo
sembrar en el huerto de tu conciencia, que, aunque es muy pequeña en los ojos de los hombres
y se llame en la Escritura virtud pequeña al parecer humano, delante de Dios crece sobre toda la
otra hortaliza, y sobre todo otro ejercicio; en tal manera que en sus ramos, que son sus grados,
puedas holgar, porque no sé si podrás subir a la copa postrera suya, que es muy alta, a la cual
entre las puras criaturas sola subió aquella que, después de se haber llamado sierva por
humildad, no le faltó la magnanimidad para demandar por hijo natural al Hijo eterno de Dios;
de lo cual espantado San Bernardo exclama diciendo: ¿Qué humildad es aquesta tan sublime
que no supo dar la ventaja a las honras, ni sabe desacostumbrarse de la gloria?
De lo ya dicho puedes ver qué tal sea el crecimiento de la humildad; la cual aunque por una
parte quiera decir disminución, por otra quiere decir gran sublimidad si es verdadera. Porque,
como dice San Agustín, la medida de su alteza es el tamaño de su bajeza; ca cuanto es baja tanto
es alta, y por tanto debe contino crecer contigo para bien aprovechar. El crecer contigo la
humildad muestra disminución tuya; el aprovechar muestra crecimiento; y no te maravilles que
aprovechando te diga que decrezcas, porque la humildad es una lumbrera que se disminuye en
su consumación, de manera que cuanto fueres más perfecto y acabado te disminuyas más en la
presunción, porque, según dice el profeta (Ez 42,5), las arcas del tesoro, mientras estaban
puestas en más alto lugar, habían de ser más bajas; dando a entender que los varones santos, que
son arcas del tesoro de Dios, tanto deben ser más humildes cuanto Dios los pusiere en más alto
estado.
No aprovechan bien los que no permanecen en humildad ni van creciendo en ella como fueron
judas y Saúl, que a sus principios subieron, empero no bien, pues que subieron para caer. Si
subieron, fue por la escalera de la humildad, porque a Saúl se dijo que cuando era humilde en
sus ojos lo había Dios elegido por cabeza del pueblo. Empero, si después cayó, fue porque él,
siendo verdugo de sí mismo, se quitó la escalera de la humildad. Olvidóse de la bajeza, viéndose
encaramado en la dignidad; habíase de disminuir más para subir, según lo aconseja el Sabio, y
no lo hizo; de lo cual se le siguió tan peligroso golpe, que le valiera más no haber aprovechado,
pues no creció con él la humildad, que debe ser como túnica sin costura de propria estimación,
de la cual se pueda decir (Ez 42,5): Hacíale su madre una túnica pequeña, la cual le traía los días
estatuidos subiendo con su varón.
Tu madre es tu voluntad, que te engendra a Dios con su varón, que es el divino favor; ésta se
dice que te hacía esta túnica, y nunca la acaba de hacer, porque esta túnica debe crecer contigo,
como se dice que lo hacía la túnica de Cristo, el cual aun si nunca creció en la humildad de
dentro, crecía en lo de fuera. Pequeña es esta túnica tuya, porque tú eres pequeño en virtud, y
por eso lo eres en humildad; empero subirá tu voluntad a mayores cosas, si placerá a Dios que
en los días de tu aprovechamiento goces de aquesta túnica para te abrigar y honrar con ella en la
casa de Dios, donde el más humilde es el más alto, porque es más semejable al Hijo del
Altísimo, que se hizo mínimo en la casa de su Padre por quitar la ambición a los soberbios y
dar gloria a los humildes.
|
|