A. SUS ORÍGENES

Reflexionemos detenidamente sobre estas palabras de Botturi.

"Creemos legítimo considerar atea a cualquier concepción de la razón humana que no vea en ella el lugar de manifestación de una verdad y de un bien que siguen en sí mismos excediendo a esa misma razón; sino que, por el contrario, hagan de la razón humana el lugar que constituye sin residuos la verdad y el bien.

"Pero ya aquí se encuentra el germen del nihilismo, que inmediatamente se expresa en la arbitraria «disponibilidad» de lo verdadero y lo bueno por parte de la razón.

"Como ha mostrado Heidegger, sin reconocer en las cosas una excedencia ontológica, un plus inaferrable e indispensable (la «diferencia ontológica» del ser), el hombre, de «pastor del ser» pasa a convertirse en déspota, hoy tecnológico, de la realidad. La somete a sí como si pudiera disponer íntegramente de ella; y, por tanto, como si las cosas no fueran o como si nada fueran"[57].

La mente humana como «lugar» sin residuos de la constitución de la verdad y el bien… Recusación de la excedencia del ente sobre nuestro entendimiento… Despotismo tecnológico… Son cuestiones ya conocidas: en nuestra época, el imperialismo de la razón humana lo inaugura paradigmáticamente el cogito de Descartes. ¿Por qué? Porque no se contenta con la patencia del ens, sino que arbitrariamente se configura como pretensión de certeza absoluta sobre un conjunto de ideas claras y distintas, que en nada pueden exceder el alcance del pensamiento humano… so pena de ser repudiadas.

Ese cogito es virtualmente ateo. La historia lo muestra y la razón lo demuestra[58]. Y es virtualmente nihilista, como enseguida comprobaremos. En efecto, su ateísmo no es más que la pars destruens ineludible para la afirmación sin reservas del hombre como Absoluto. Por eso, en el proceso histórico de los últimos siglos, el hombre se equipara en primer término a Dios (Spinoza, Hegel), para eliminar luego sin tapujos al Absoluto (Nietzsche, Feuerbach, Marx…). Ahora bien, como muestra históricamente el existencialismo, la mayor parte de los estructuralistas y post-estructuralistas y, de forma más neta, los exponentes del pensiero debole y la cultura que los acoge y a la que en parte dan forma, en tal destronamiento se desmoronan conjuntamente Dios y el Hombre. Y, con Dios y el Hombre, se viene abajo «todo»: el conjunto íntegro de los valores. La nada acaba por imponerse.

Repasemos de nuevo este proceso.

Como sugería Botturi, inspirado en Nietzsche, para alcanzar su apogeo por sí mismo, el hombre tiene que empezar por poner la totalidad de lo existente a su disposición; a disposición de su entendimiento y, más radicalmente, de su voluntad. Sólo entonces podrá cimentarse ex novo la integridad del cosmos desde la fuerza (auto)ponente del sujeto. Por eso el supuesto del cogito cartesiano es negativo: consiste en la supresión inicial de cualquier existente mediante la duda metódica corrosiva, capaz de dejar el universo entero, y a la propia humanidad, a disposición del poder racional. Únicamente con semejantes condiciones la universalidad de lo real podrá ser construida en virtud de la potencia creadora del sujeto.

Los que prosiguen la vía moderna se acogieron inicialmente, sin ponerlo siquiera en duda, a ese vigor cuasi absoluto de la razón. Pero por esa especie de «heterogénesis de los fines» de que hablara Del Noce, la situación se fue convirtiendo en su contraria. No es extraño. Una subjetividad de hecho des- fundamentada, sin ser y sin consistencia interna, no puede transformarse en cimiento real de nada (o de nada más que la nada). De ahí que todo el proceso especulativo concluya con la famosa muerte del hombre y su declaración de sinsentido, de ser para la muerte, mono desnudo y otras lindezas del mismo corte, hasta el decreto final de su nada como sujeto, de su «constitución» (¡?) como dividuum.

Evidentemente, la confianza en la razón, incluso en la cartesiana, no es eterna. Los resultados que se van obteniendo lo impiden. Y ése es el punto clave para el surgimiento del nihilismo. En nuestra civilización, el nihilismo se hace presente en cuanto el Hombre que se había considerado capaz de fundamentarlo todo y de alcanzar la felicidad y la plenitud humana con sus solas fuerzas, se advierte por completo incapaz de garantizar semejante programa.

El proceso teorético de tal desintegración lo hemos apuntado. ¿Qué ha sucedido en la práctica? Pues que conforme se desplegaba el intento de conquista de la propia autonomía y de fundamentación de la totalidad, los planteamientos inicialmente especulativos fueron calando en la vida; y quienes se iban viendo influidos por el designio «moderno» ponían todo de su parte para hacer históricamente operativo ese proyecto de autofundamentación. Para lograrlo, a la par que eliminaban a Dios, debieron atribuir las prerrogativas de la «subjetividad» omnipotente a alguna entidad concreta, empírica, como pudiera ser la ciencia o la comunidad de los científicos tecnólatras, el superhombre, el partido, la clase, la imaginación, la información, el arte…

Y aquí es donde acaba por producirse el naufragio. Pues cualquiera de esos sujetos es realmente finito y susceptible, por tanto, de fracaso y de quiebra. Y sucesivamente se van malogrando y se rompen. "Entonces, la evidente desproporción entre la limitación del sujeto histórico y su pretensión de asumir la totalidad del sentido y del valor conduce sin remedio a la revisión de este presupuesto: bien para plantearse de nuevo la pregunta por la Trascendencia, bien para renunciar definitivamente a Ella y, con Ella, al sentido y al valor"[59].

* * *

Sin ninguna duda, el segundo miembro de esta alternativa compone el contexto teórico-práctico que configura en su mayor parte el universo presente. Ciertamente, existen también síntomas de un rebrotar del descubrimiento y atención a la Tascendencia. Pero sigue siendo en la línea de la renuncia al sentido y al valor donde hay que situar, antes que nada, las elucubraciones más influyentes en el nihilismo contemporáneo.

Como acabo de decir, éste tiene su origen primero ya en Descartes, que inicia la andadura filosófica con la fuerza de la negación: la duda disolvente y destructora. Y encuentra un fundamental refuerzo en Hegel, que absolutiza la función de lo negativo. Pero su lugar teóretico explícito son las últimas reflexiones de Nietzsche. Sobre todo la incompleta obra póstuma que los editores han titulado Wille zur Macht; escrito en parte profético que encabeza su primer libro con el rótulo Der europäische Nihilismus y con el subrótulo de "El destino de Occidente".

Para Nietzsche el nihilismo es la consecuencia ineludible de las interpretaciones que con anterioridad se han dado de los valores de la existencia, el término hacia el que conduce ineluctablemente el despliegue de Occidente en los últimos siglos. Según explica Heidegger en Nietzsches Wort «Gott ist tot», "el nihilismo es un movimiento histórico, no cualquier opinión y doctrina sustentada por cualquiera. El nihilismo mueve la historia a la manera de un proceso fundamental, apenas conocido, en el destino de los pueblos occidentales. Por consiguiente, el nihilismo no sólo es un fenómeno histórico entre otros, no es sólo una corriente espiritual que se presenta en la historia de Occidente además del cristianismo, del humanismo y de la ilustración.

"El nihilismo, pensado en su esencia, es más bien el movimiento fundamental de la historia de Occidente. Cala tan hondo que su desenvolvimiento ya sólo puede tener como consecuencia cataclismos mundiales. El nihilismo es el movimiento histórico universal de los pueblos de la tierra lanzados al ámbito de poder de la Edad moderna. Por consiguiente, no es sólo un fenómeno de la edad actual ni siquiera producto del siglo XIX, aunque en éste se despierta una sagaz visión del nihilismo y su nombre empieza a ser usual. Tampoco es sólo producto de algunas naciones cuyos pensadores y escritores hablan propiamente de nihilismo. Quienes erróneamente se figuran que están libres de él, son acaso quienes más a fondo contribuyen a su desenvolvimiento. Propio de la fatalidad de ese huésped funestísimo es que no pueda mencionar su propio origen"[60].

Semejante nihilismo consiste en que "los valores supremos (Dios, el alma, la libertad, la inmortalidad…) quedan desvalorizados (die oberste Werthe sich entwerten)"[61].

Heidegger, en la obra que dedica a Nietzsche, comenta y puntualiza las etapas del nihilismo, tal como parece entenderlo éste. No estoy de acuerdo con semejante interpretación si se pretende válida para el entero desarrollo de la civilización de Occidente tomada en su conjunto. Pero se aproxima bastante a los hechos cuando con ella intenta iluminarse la andadura de lo que venimos calificando como modernidad. Y es así, «recortado», como le concedo fuerza de diagnóstico[62].

Inicialmente, vendría a afirmar Nietzsche comentado por Heidegger, el nihilismo es la respuesta fallida a la búsqueda de significado de la existencia. Y, en cuanto sentimiento (Gefühl) de la ausencia de valor de todo, se manifiesta en particular como el reino de lo absurdo, como falta de sentido (Sinnlosigkeit) del entero universo que deviene y, como consecuencia, del hombre: éste "ya no es el colaborador, y menos todavía el centro, del devenir"[63]. (La causa última, como sugeríamos, es el repudio egotista del ens-bonum, que todo lo torna chato y desleído. No extraña entonces que el hombre se proponga conferir significado a ese universo desde sí mismo. Es el inicio de la modernidad.)

En segundo lugar, el nihilismo se acentúa al hundirse cualquier "proyecto de unificación de una totalidad, de una sistematización, de una organización" del devenir considerado como un todo: "en el fondo, el hombre ha perdido la fe en su propio valor, una vez que ha advertido que a través de él no actúa totalidad alguna de valía infinita: lo que equivale a decir que era para poder creer en su propio valor para lo que el hombre había concebido semejante totalidad"[64]. (Sigue siendo la substancia de la trayectoria moderna).

Pero "el nihilismo en cuanto estado psicológico tiene todavía una tercera y última forma. Una vez adquiridas estas dos comprehensiones —a saber, que el devenir no desemboca en nada, que no debe esperarse que lleve a ningún lugar, y que junto a este devenir no existe ninguna magna unidad en la que el individuo pudiera sumergirse como en un elemento de supremo valor—, no queda otra escapatoria que condenar en su conjunto el mundo del devenir como ilusorio, e inventar otro mundo, más allá de éste, que sería el mundo verdadero. Pero en cuanto el hombre cae en la cuenta de que este otro mundo sólo está construido por necesidades psicológicas y que nada absolutamente autoriza semejante construcción, se produce la última forma de nihilismo, que incluye el escepticismo respecto a un mundo metafísico y, por ende, prohibe la creencia en un mundo verdadero. Como consecuencia, se concede a la realidad del devenir la categoría de única realidad y se veta cualquier camino que nos desvíe hacia «mundos más allá» y hacia falsas divinidades. Pero no se soporta en absoluto este mundo de aquí, que, sin embargo, no se querría negar de ningún modo…"[65]. (Son, bien resumidos en su fondo, e incluso anticipados, los últimos meandros en que está desembocando hoy día el cogito).

La consecuencia del proceso, cuyos momentos no deben ser interpretados de manera rigurosamente diacrónica, es que términos como fin (Ziel), unidad (Einheit), ser (Sein) ya no trascienden el universo sensible: su verdad es sólo la de aparecer y desaparecer. La médula «psicológica» (¿teorético- existencial?) del nihilismo es la ausencia de todo fin: la falta de cualquier respuesta a la pregunta por el porqué. O, afinando todavía un poco, el nihilismo es "la persuasión de que resulta absolutamente insostenible la existencia de los valores superiores, a lo que se añade la intuición (Einsicht) de que no tenemos el derecho de admitir un más allá (Jenseits) o un en sí de las cosas"[66].

"Nihilismo —resume Fabro— indica la caída y la pérdida de los valores supremos metafísicos, morales y religiosos, sobre todo tal como los ha anunciado y defendido el cristianismo"[67]. ¿No era justamente esto lo que de manera repetida preconizaba Nietzsche en los inicios de Menschliches, allzumenschiches? Por ejemplo, en el Prefacio del primer tomo dejó escrito: "¿No se pueden subvertir todos los valores? Y el bien, ¿no es acaso el mal? Y Dios, ¿no es una refinada invención del diablo? En el fondo, quizá, ¿no es todo falso? Y si nosotros somos engañados, ¿no somos quizá, precisamente por esto, también engañadores? ¿No debemos ser también engañadores?"[68].




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