B. REAPARICIÓN DE LA VOLUNTAD

Por eso la apelación a la voluntad y al amor en los preliminares de un estudio de metafísica no constituye una especie de cuerpo extraño o una concesión de quien escribe a exigencias más o menos poéticas o, nada más lejos, a una suerte de «moralina».

Insisto: desde una escueta consideración teorética, que tome nota de la naturaleza del amor, ya es fácil vislumbrar el íntimo nexo que lo liga a la metafísica. Pues, en efecto, amar la realidad circundante, corroborarla en el ser, lleva aparejada la aceptación complementaria de que yo no soy principio o fuente de su entidad, sino que cuanto me rodea es con independencia de mí: que posee una autonomía propia y un dinamismo interno, derivado de su propio acto de ser, que yo no sólo debo respetar, sino que —en la misma medida en que se relaciona conmigo— me encuentro llamado a favorecer y auxiliar, hasta que alcance su plenitud.

Por su parte, las consideraciones históricas someramente apuntadas abogan en el mismo sentido. En realidad, fue el estudio reposado de la trayectoria teórico-práctica dominante en los últimos siglos el que apuntaló en mí la siguiente convicción: que una de las claves explicativas de ese desarrollo, acaso la clave por excelencia, consiste en la «teórica» exclusión de la voluntad del ejercicio del quehacer filosófico, concebido entonces como destilado puro de una razón hipostática. Y digo eliminación «teórica» o de mera apariencia porque, según sostiene Nietzsche en conformidad con cuanto vengo apuntando, el núcleo del cogito cartesiano y de los sistemas conceptuales que de él derivan es un volo: la voluntad de voluntad o voluntad de poder (Wille zur Macht).

A este respecto, el gran y decisivo engaño de la entera modernidad consiste en hacer creer que todo era cuestión de simples ensamblajes mentales, cuando en su médula, y más operativa que en ningún otro momento de la historia, se encontraba una definitiva y tremendamente eficaz decisión de la voluntad… reduplicada hacia sí. Por eso, reintroducir el amor en la philo-sophía es labor de la persona toda, y no de una razón subsistente y desgajada; y representa uno de los objetivos más claramente irrenunciables si queremos que este saber recupere su índole arquitectónica y pueda convertirse en el cimiento de una nueva civilización.

No debe extrañar, entonces, que a la antiética tardomoderna del «egoísmo racional», consectaria a la supresión de la filosofía primera, la contemporaneidad enfrente la ética del amor, inteligente y electivo, basada en la percepción metafísica del otro como real, a la que a la par posibilita. Y que semejante trueque lleve consigo una auténtica metanoia, una conversión, una ruptura, un verdadero salto ontológico, del todo impracticable sin una consciente y decidida intervención de la voluntad. Pues, en efecto, el bien-para-mí y el bien-en-sí o del otro-en-cuanto-tal no son sólo distintos, sino antitéticos: no hay manera de pasar gradualmente, a través de un proceso homogéneo, desde el para-sí del animal hasta el en-sí y del-otro propio del ser humano. De ahí que el individuo despersonalizado de nuestra época sólo logrará humanizarse, convertirse en persona más cabal y cumplida, en la medida en que instaure, mantenga y refuerce una deliberada opción por el bien-en-sí, que eche raíces en su voluntad y dirija y dé unidad a todas sus actuaciones (también las del escueto conocimiento teorético).

A su manera, lo recuerda Robert Spaemann cuando afirma: "el paso que conduce de la naturaleza animal a la humana —el paso a la humanidad— no es ya desarrollo. Ese paso no se da de suyo, sino que tiene el carácter de una decisión. Cuando se lleva a término, el ser vivo abandona su centralidad. El paso referido no es, sin embargo, una autocreación, sino solamente la expresa recepción de la posición excéntrica en la que, como hombres, la naturaleza nos coloca"[111].

Ahora bien, y como acabo de sugerir, sin confirmar operativamente semejante situación excéntrica o, en su caso, sin recuperarla, no cabe hablar de plenitud personal, humana. Y, sin ella, la reinstauración de la próte philosophía que vengo preconizando se torna del todo impracticable.

¿Por qué motivos?




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