CARTA QUINTA B

Es grande mi alegría a causa de vosotros, hijos queridísimos, amados del Señor, verdaderos hijos de Israel, santos según vuestra naturaleza espiritual.

Lo primero que importa al hombre dotado de razón es conocerse a sí mismo; después conocer cuanto viene de Dios y todas las gracias que de El recibe incesantemente. Que sepa también que cuanto es pecado y merece reproche queda fuera de su naturaleza espiritual.

Nuestro Creador se dio cuenta de que cuanto estaba así fuera de nuestra naturaleza procedía del libre albedrío, y que también la muerte procede de él. Sus entrañas se conmovieron por nosotros

En su bondad, quiso conducirnos de nuevo a nuestro estado original, que jamás debió desaparecer. No se perdonó a sí mismo sino que visitó a sus criaturas para salvarlas a todas. Porque se entregó por nuestros pecados. "El ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. El soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus cardenales hemos sido curados" (Is. 53,5). Por su Verbo omnipotente nos ha reunido de todas las regiones, de un extremo al otro del universo, enseñándonos que éramos miembros unos de otros. Por esto, si el hombre dotado de razón quiere ser absuelto cuando venga el Señor, le es preciso examinarse y preguntarse qué podría devolver a Dios por todos los bienes que de El ha recibido.

También yo, el más miserable de todos, que estoy escribiendo esta carta despierto de mi sueño de muerte, he pasado la mayor parte de los días que me fueron concedidos en la tierra preguntándome, con lágrimas y gemidos, qué podría devolver al Señor por todo lo que me ha dado. Verdaderamente no hemos carecido de nada en cuanto El ha emprendido en favor de nuestra miseria. Nos ha dado ángeles como servidores; ha ordenado a sus propios profetas que nos instruyan con sus oráculos; ha mandado a sus apóstoles evangelizarnos. Más aún: ha pedido a su Hijo Unico que tome la condición de esclavo por nuestra causa.

Muy queridos míos en el Señor, a vosotros, coherederos de los santos, os suplico despertéis en vuestros corazones el temor de Dios. Os es preciso saber claramente que Juan, el Precursor, bautizó para remisión de los pecados por causa nuestra a fin de que después seamos santificados por el Espíritu en el bautismo de Cristo. Preparémonos, pues santamente y purifiquemos nuestro espíritu para estar puros y dispuestos a recibir el bautismo de Jesús y a ofrecernos como víctimas agradables a Dios. El Espíritu Consolador recibido en el bautismo nos conduce de nuevo a nuestro estado original. Nos hace entrar en nuestra heredad y aplicar de nuevo el oído a su enseñanza. Porque cuantos han sido bautizados en Cristo han sido revestidos de Cristo. Ya no hay hombre o mujer, esclavo o libre (Gl. 3,27). En el mismo momento en que, recibiendo su santa herencia, acogen la enseñanza del Espíritu Santo, les fallan sus recursos corporales: fallan la voz y la lengua y adoran al Padre como es debido, en espíritu y en verdad (Jn. 4,23).

Sabed también esto, queridos hermanos: no hay que esperar el juicio futuro cuando venga Jesús. Porque su primer Adviento ya ha traído el juicio para todos. Y sabed también que los justos y los santos, revestidos del Espíritu, oran sin cesar por nosotros para que sepamos someternos humildemente a Dios, a fin de recuperar nuestra gloria primera y tomar de nuevo el vestido que habíamos rechazado, el que corresponde a nuestra naturaleza espiritual.

Con frecuencia también, a quienes han sido revestidos del Espíritu se dirige una voz procedente del Padre y les dice: "Consolad, consolad a mi pueblo, dice el Señor; sacerdotes, hablad al corazón de Jerusalén" (Is. 40,1-2). Porque Dios viene siempre a visitar a sus criaturas y a dar prueba de su bondad para con ellas.

En verdad os digo, queridos hijos: está lejos de agotarse esta palabra de salvación y libertad por la que hemos sido librados (Gl. 5,1). Está escrito: "Da consejos al sabio y se hará más sabio" (Prov. 9,9).

Que el Dios de la paz os conceda la gracia y el espíritu de discernimiento para permitiros comprender bien cuanto os he escrito: son mandamientos del Señor. Y que el Dios de toda gracia os guarde en el camino de la santidad en el Señor hasta vuestro último suspiro. Ruego por la salvación de todos vosotros, queridos hijos en el Señor.

Que la gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con todos vosotros (II Cor. 13,13). Amén.




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