|
Antonio os saluda, queridos hermanos en el Señor: el gozo sea con
vosotros.
No me cansaré de recordaros, miembros de la Iglesia católica.
Sabedlo: el amor que os tengo no es puramente natural, sino
espiritual y según Dios. Porque en nosotros el amor simplemente
natural es débil, inconstante, incesantemente abatido por vientos
mudables.
Los que temen al Señor y guardan sus mandamientos son sus
servidores. Tal servicio aún no es la perfección, pero es la
justicia que, poco a poco, nos conduce al Espíritu de
filiación. He aquí por qué los profetas, los
apóstoles, las asambleas de los santos, los escogidos por Dios y a
quienes se confió la predicación apostólica, todos por la bondad de
Dios Padre, estaban unidos en Jesucristo. El apóstol Pablo
dice, efectivamente: "Pablo, prisionero de Jesucristo, elegido
para ser apóstol" (Rom. 1,1; Ef. 3,1).Que la Ley escrita
os sea, pues, una ayuda en vuestro santo servicio hasta el día en que
os sea dado dominar las pasiones y adquirir la perfección en el santo
ejercicio de la virtud, gracias al don que también recibieron los
apóstoles.
Cuando estemos a punto de recibir esta gracia nos dirá Jesús: "ya
no os llamaré siervos sino amigos y hermanos porque os he dado a
conocer cuanto me ha enseñado el Padre" (Jn. 15,1). En
efecto, quienes se han acercado a la gracia han recibido de ella la
enseñanza del Espíritu Santo, y han conocido su naturaleza
espiritual. Ahora bien, este conocimiento de ellos mismos les hace
gritar y decir: "No hemos recibido un espíritu de servidumbre para
vivir en el temor, sino el espíritu de adopción filial, que hace
gritar ¡Abba!: ¡Padre!" (Rom. 8,15) para que reconozcan
el don de Dios. Porque somos herederos de Dios y coherederos de los
santos (Rom. 8,17).
Hermanos queridos, llamados a compartir la herencia de los santos,
ahora estáis cerca de todas las virtudes. Todas os pertenecen,
si no os cayereis en la vida carnal sino que permaneciereis
trasparentes ante Dios.
Ahora bien, el Espíritu de Dios no entra en relación con un alma
entregada al mal, no establecer su morada en un cuerpo herido por el
pecado. Es un poder santo, que sortea las asechanzas del
mal (Sab. 1,4-5).
Queridos hijos, escribo a personas capaces de comprenderme, capaces
de conocerse a sí mismas. Ahora bien, quien se conoce, conoce a
Dios; y quien lo conoce debe adorarlo como merece.
Sí, queridos hijos en el Señor, conoceos a vosotros mismos porque
quienes se conocen, conocen el tiempo en que viven
y, conociéndolo, pueden mantenerse, sin dejarse impresionar por las
doctrinas que corren.
Respecto a Arrio, aparecido en Alejandría para decir cosas
contrarias a nuestra fe acerca del Hijo Unico de Dios,
atribuyendo tiempo a Aquel que está fuera del tiempo,
límite a quien, al contrario de las criaturas, no tiene
límite y movimiento a un Ser inmutable, sólo diré esto:
si el hombre ofende al hombre, los hombres rogar n a Dios por él;
pero si ofende a Dios ¿quienes rogará por él? (I Sam. 2,25).
Este hombre ha querido hacer demasiado por sus
propias fuerzas y el mal que así ha contraído no tiene remedio. Si
hubiera tenido el conocimiento propio de que hablo, su lengua no
hubiera dicho lo que ignora. Tras lo que ha ocurrido, está claro que
no se conocía a sí mismo.
|
|