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El hombre dotado de razón que se prepara a la liberación que le
traerla Venida del Señor, debe conocer lo que es, según su
naturaleza espiritual. Porque si se conoce, conoce igualmente la
Economía de la salvación llevada a cabo por el Creador y cuanto Él
hace por sus criaturas.
Queridos hijos en el Señor, que sois como mis propios miembros y
coherederos de los santos, os suplico por el Nombre de Jesucristo que
obréis de tal modo que Dios os dé el espíritu de ciencia para
discernir y comprender que el gran amor que os tengo no es caridad
natural, sino espiritual, según Dios. ¿Tendré necesidad de
escribir vuestros nombres terrestres, que son efímeros? El que sabe
su verdadero nombre también conocer su sentido. He aquí
por qué Jacob, en su combate nocturno con el ángel, no cambió de
nombre en toda la noche. Pero al llegar el día, recibió el de
Israel, que significa: "Espíritu-que-ve-a-Dios"
(Gen. 32,24-28).
Creo que jamás habéis dudado que los enemigos de la santidad piensa
sin cesar en alguna mala jugada contra la verdad. Por eso Dios no ha
venido una sola vez a visitar a sus criaturas. Desde el comienzo, la
Ley de la Alianza puso a muchos en camino hacia el
Creador. Les enseñó a adorar a Dios como es debido. Pero la
amplitud del mal, el peso del cuerpo, las malas pasiones, hicieron
impotente la Ley de la Alianza e imperfectos los sentidos
interiores. Imposible recobrar el estado de la primera creación. El
alma, aunque inmortal y no sometida a la corrupción como el cuerpo,
no llegó a liberarse por su propia justicia. He aquí por
qué Dios, en su bondad, le hizo conocer, mediante la Ley escrita,
el modo de adorar al Padre.
No olvidéis esto: Dios es uno. Igualmente toda naturaleza
espiritual está fundada en la unidad. Donde no reina la unidad y la
armonía, se prepara la guerra.
Constató el Creador que la llaga se estaba envenenando y que era
preciso recurrir a un médico: Jesús, que ya había creado a los
hombres, vino a curarlo. Sin embargo, envió precursores delante de
El. No vacilamos en afirmar que Moisés, por quien se dio la Ley,
fue uno de esos profetas, y que el Espíritu que caminaba con él fue
también el apoyo de toda la asamblea de los santos. Pero todos, en
su oración, llamaban al Hijo Unico de Dios.
Juan es también de esos profetas. Por eso está escrito: "La Ley
y los profetas llegan hasta Juan" (Lc. 16,16), y "El Reino
de los cielos padece violencia y sólo los violentos lo arrebatan"
(Mt. 11,12). Quienes habían sido revestidos del
Espíritu comprendieron que nadie entre las criaturas podía
curar esta profunda herida, sino la bondad del Padre: el Hijo
Unico enviado para salvar al mundo. El es el gran médico
que puede curarnos de esta profunda herida. Así pues, rogaron a
Dios y a su bondad.
El Padre no perdonó a su Hijo Unico para salvarnos a todos; lo
entregó por todos nosotros (Rom. 8,32). "El ha sido herido
por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. El soportó el
castigo que nos trae la paz, y con sus cardenales hemos sido curados"
(Is. 53,5). Por su Verbo omnipotente nos reunió de todos los
países, de un extremo a otro de la tierra. Ha resucitado nuestro
corazón de la tierra para enseñarnos que somos miembros unos
de otros.
Os pido, queridos hijos en el Señor, que consideréis este escrito
como un mandamiento del Señor. Es muy importante, en
efecto, comprender bien el estado que Jesús abrazó por nosotros:
"Se hizo semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado"
(Hb. 4,15). A nosotros toca ahora trabajar por
nuestra liberación, gracias a su Venida. Que su locura sea nuestra
sabiduría, su pobreza nuestra riqueza, su debilidad nuestra fuerza.
Que obre en nosotros su resurrección y derrote al que detentaba las
llaves de la muerte. Entonces dejaremos de invocar a Jesús de forma
demasiado exterior y material. Pues la Venida de Jesús nos invita a
un servicio más alto en el día en que quedar n destruidas nuestras
iniquidades. Entonces no dirá : "Ya no os llamo siervos, sino
hermanos" (Jn 15,1). Una vez, pues, que ha sido dado el
espíritu de filiación adoptiva a los apóstoles, el Espíritu Santo
les enseña cómo adorar al Padre en verdad.
En cuanto a mí, pobre y maldito de Cristo, la edad a que he llegado
me ha traído gozo y gemido de lágrimas. Porque muchos de nuestra
generación han vestido el hábito de la obra de Dios sin conocer su
poder (II Tim. 3,5). Me alegran quienes se han dispuesto y
están preparados a su liberación, gracias a la Venida de Jesús.
Pero otros, que pretenden llevar su existencia en el Nombre de
Jesús y, de hecho, siguen su propia voluntad tanto en sus
sentimientos como en sus actos, me hacen llorar. Aquellos a quienes
el tiempo les parece siempre largo, que se han dejado desanimar, que
han rechazado el hábito de la obra de Dios para colocarse a nivel de
los animales, me hacen derramar muchas lágrimas. Es, pues, preciso
que sepáis que estos ser n severamente condenados cuando venga
Jesús. Pero vosotros, queridos hijos en el Señor, comprended
bien lo que sois para aprovechar vuestro tiempo, y preparaos a
ofreceros como víctima agradable a Dios.
Sí, es verdad, queridos hijos en el Señor, os escribo esto como a
quienes pueden comprender (I Cor. 10,15) porque sois capaces de
tener incluso un conocimiento justo de vuestro estado. Y ya
sabéis que quien se conoce a sí mismo conoce a Dios y la
Economía de la salvación que prepara para sus criaturas.
Y sabed también que no es un amor puramente natural el que os tengo,
sino un amor espiritual, según Dios, ese Dios que encuentra su
gloria en la asamblea de los santos (Ps. 78,8). Preparaos,
pues, porque aún tenemos intercesores que rueguen a Dios para que
ponga en nuestro corazón ese fuego derramado en la tierra por Jesús
(Lc. 12,49). Así ejercitaréis vuestro corazón y vuestros
sentidos para discernir el bien del mal, la derecha de la izquierda,
lo sólido de cuanto no lo es.
Sabía Jesús que la materia de que está hecho este mundo está en
manos del diablo. Llamando a sus discípulos les dijo "No
acumuléis tesoros sobre la tierra, no os inquietéis por el mañana,
cada día tiene su afán" (Mt. 6,19 y 34).
Sí, queridos hijos, cuando los vientos se calman el piloto se
distrae; pero si se alza un viento violento y contrario, muestra su
competencia. A vosotros toca reconocer el tiempo al que
hemos llegado.
Estas palabras de salvación requerirían una explicación más
detallada, pero basta dar un poco al sabio para que se haga más sabio
(Prov. 9,9).
Queridos hijos, os saludo a todos, del menor al mayor
(Hc. 8,10). Amén.
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