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Antonio a sus queridos hijos. Sois hijos de Israel por nacimiento,
y en vosotros saludo esta naturaleza espiritual. ¿Por qué nombraros
con vuestros nombres terrestres y efímeros si sois hijos de Israel?
Hijos: mi amor hacia vosotros no es de la tierra; es amor
espiritual, según Dios.
No me canso de orar a mi Dios día y noche por vosotros: que os sea
dado el tomar plena conciencia de la gracia que os ha hecho. No es la
primera vez que Dios visita a sus criaturas; las conduce desde los
orígenes del mundo y mantiene en vela a todas las generaciones mediante
los acontecimientos de su gracia.
Hijos, no nos cansemos de gritar a Dios día y noche. Haced
violencia a la ternura de Dios. Desde el cielo os enviara Aquel cuya
enseñanza os dará a conocer lo que os es bueno.
Hijos, habitamos en la muerte. Nuestra morada es la celda de un
prisionero. Los lazos de la muerte nos tienen encadenados.
No deis sueño a vuestros ojos ni reposo a vuestros párpados
(Ps. 131,4). Ofreceos a Dios como víctimas puras y fijad en
El vuestra mirada pues, según dice el apóstol, nadie puede
contemplar a Dios si no es puro (Hb. 12,14).
Sí, hijos muy queridos en el Señor, que esto os quede muy claro:
no olvidéis la práctica del bien. Esto es tranquilidad para los
santos, fuente de alegría para los ángeles en el servicio que llevan
a cabo con vosotros, alegría para el mismo Jesús cuando
venga. Pues hasta ese día no han estado tranquilos respecto a
nosotros. Y también para mí, hombre débil, que aún estoy en esta
morada de barro, seréis la alegría de mi alma.
Hijos, es seguro que nuestra enfermedad y humillación causan dolor a
los santos y les son motivo de llantos y gemidos que ofrecen por
nosotros ante el Creador del universo. Por eso la cólera de Dios va
contra nuestras obras malas. Pero nuestro progreso en la santidad
provoca la alegría en la asamblea de los santos y los mueve a orar
mucho ante nuestro Creador en el colmo de la dicha y el gozo. El
también obtiene gran alegría por nuestras obras y por el testimonio
que los santos le dan de ellas, y nos concede dones aún más
importantes.
Pero sabedlo: Dios ama para siempre a sus criaturas que, inmortales
por esencia, no desaparecen con el cuerpo. Esta naturaleza
espiritual es la que El ha visto precipitarse en el abismo y allí
encontrar la muerte perfecta y total. La Ley de la Alianza perdió
su fuerza pero Dios, en su bondad, visitó a su criatura por
Moisés. Moisés, que puso los cimientos de la Casa de verdad,
quiso curar esta profunda herida y conducirnos a la comunión original.
No lo logró, y se fue. Tras él vino la asamblea de los Profetas:
se pusieron a construir sobre estos cimientos sin llegar a curar la
profunda herida de los miembros de la familia humana; y reconocieron su
impotencia. A su vez, la asamblea de los santos se reunió y su
oración se elevó hacia el Creador: "¿No hay bálsamo en Galaad?
¿No hay médico? ¿por qué no suben a curar a la hija de mi
pueblo?"(Jer. 8,22). "Nosotros hemos cuidado a Babilonia y
no ha curado ¡Dejémosla y vayámonos de aquí!"
(Jer. 28. 9). Esta súplica que dirigían los santos a la bondad
del Padre acerca de su Hijo Unico -pues ninguna criatura es capaz de
curar la profunda herida del hombre; sólo El podía hacerlo viniendo
a nosotros-, impresionó al Padre y dijo: "Hijo del hombre,
prepárate lo necesario para una cautividad" (Ez. 12,3) y acepta
tomar esta misión sobre ti. El Padre no ha perdonado a su Hijo
Unico para lograr la salvación de todos nosotros, lo ha entregado por
nuestros pecados (Rom. 8,32). "El ha sido herido por nuestras
rebeldías, molido por nuestras culpas. El soportó el castigo que
nos trae la paz, y con sus cardenales hemos sido curados" (Is.
53,5). Nos ha reunido de un extremo al otro del universo, ha
resucitado nuestro espíritu de la tierra y nos ha enseñado que somos
miembros unos de otros.
Cuidad, hijos, que no se cumpla en nosotros la palabra de Pablo:
que tengamos "solamente la apariencia exterior de la obra de Dios,
negando su poder" (Tito 1,16). ¡Que cada uno desgarre su
corazón! (Joel 2,13). Que corran las lágrimas ante Dios y
que todos digan: "¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha
hecho?" (Ps. 115,12). Hijos, temo también que se nos
aplique esta palabra: "¿Qué se gana con mi muerte si un día he de
convertirme en podredumbre?" (Ps. 29,10).
Creedme, me dirijo a vosotros como a hombres sensatos (I
Cor. 10,15). Comprended lo que os digo y declaro: si cada uno
de vosotros no llega a odiar cuanto pertenece al orden de los bienes
terrestres y a renunciar a ello de todo corazón, lo mismo que a
cuantas actividades dependen de ellos, si después no llega a elevar
las manos de su corazón al cielo, hacia el Padre de todos, no hay
salvación para él. Pero si hacéis lo que acabo de decir, Dios
tendrá piedad de vosotros por el trabajo que os tomáis. Os enviar un
fuego invisible que consumir vuestras impurezas y devolverá a vuestro
espíritu su pureza original. El Espíritu Santo habitaren
nosotros. Jesús estar junto a nosotros y podremos adorar a
Dios como es debido. Mientras queramos vivir en paz con las cosas del
mundo seremos enemigos de Dios, de sus ángeles y de sus santos.
Os conjuro desde ahora, queridos míos, en nombre de nuestro Señor
Jesucristo, para que no descuidéis vuestra salvación, y que esta
vida tan corta no os sea causa de desdicha para la vida eterna; que el
cuidado concedido a un cuerpo perecedero no oculte el Reino de la
inefable luz; que el país donde sufrís vuestro destierro no os haga
perder, en el día del juicio, el trono angélico que os está
destinado. Sí, hijos, mi corazón se sorprende y mi alma se
espanta: nos hundimos en el agua, estamos metidos en el placer
como gentes ebrias de vino nuevo porque nos dejamos distraer por
nuestros deseos, dejamos reinar en nosotros la voluntad propia y
rechazamos dirigir nuestra mirada al cielo para buscar la gloria celeste
y la obra de los santos y marchar en adelante tras sus huellas.
Ahora, comprendámoslo: santos del cielo, ángeles, arcángeles,
tronos, dominaciones, querubines, serafines, sol, luna,
estrellas, patriarcas, profetas, apóstoles, el mismo diablo o
Satán, los espíritus del mal o el soberano de los aires, en suma,
todos, y los hombres y mujeres, pertenecen desde el día de su
creación a un solo y mismo universo, en el cual, sólo deja de estar
contenida la perfecta, bienaventurada Trinidad del Padre, del Hijo
y del Espíritu Santo.
La mala conducta de algunas de sus criaturas ha obligado a Dios a
darles el nombre en relación con sus obras. Pero dar una mayor gloria
a las que más hayan progresado.
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