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Es grande mi alegría a causa de vosotros, hijos queridísimos,
amados del Señor, verdaderos hijos de Israel, santos
según vuestra naturaleza espiritual.
Lo primero que importa al hombre dotado de razón es conocerse a sí
mismo; después conocer cuanto viene de Dios y todas las gracias que
de El recibe incesantemente. Que sepa también que cuanto es pecado y
merece reproche queda fuera de su naturaleza espiritual.
Nuestro Creador se dio cuenta de que cuanto estaba así fuera de
nuestra naturaleza procedía del libre albedrío, y que también la
muerte procede de él. Sus entrañas se conmovieron por nosotros
En su bondad, quiso conducirnos de nuevo a nuestro estado original,
que jamás debió desaparecer. No se perdonó a sí mismo sino que
visitó a sus criaturas para salvarlas a todas. Porque se entregó por
nuestros pecados. "El ha sido herido por nuestras rebeldías, molido
por nuestras culpas. El soportó el castigo que nos trae la paz, y
con sus cardenales hemos sido curados" (Is. 53,5). Por su
Verbo omnipotente nos ha reunido de todas las regiones, de un extremo
al otro del universo, enseñándonos que éramos miembros unos de
otros. Por esto, si el hombre dotado de razón quiere ser absuelto
cuando venga el Señor, le es preciso examinarse y preguntarse qué
podría devolver a Dios por todos los bienes que de El ha recibido.
También yo, el más miserable de todos, que estoy escribiendo esta
carta despierto de mi sueño de muerte, he pasado la mayor parte de los
días que me fueron concedidos en la tierra preguntándome, con lágrimas
y gemidos, qué podría devolver al Señor por todo lo que me
ha dado. Verdaderamente no hemos carecido de nada en cuanto El ha
emprendido en favor de nuestra miseria. Nos ha dado ángeles como
servidores; ha ordenado a sus propios profetas que nos instruyan con
sus oráculos; ha mandado a sus apóstoles evangelizarnos. Más
aún: ha pedido a su Hijo Unico que tome la condición de esclavo por
nuestra causa.
Muy queridos míos en el Señor, a vosotros, coherederos de los
santos, os suplico despertéis en vuestros corazones el temor
de Dios. Os es preciso saber claramente que Juan, el Precursor,
bautizó para remisión de los pecados por causa nuestra a fin de que
después seamos santificados por el Espíritu en el bautismo
de Cristo. Preparémonos, pues santamente y purifiquemos nuestro
espíritu para estar puros y dispuestos a recibir el bautismo
de Jesús y a ofrecernos como víctimas agradables a Dios. El
Espíritu Consolador recibido en el bautismo nos
conduce de nuevo a nuestro estado original. Nos hace entrar en nuestra
heredad y aplicar de nuevo el oído a su enseñanza. Porque
cuantos han sido bautizados en Cristo han sido revestidos de Cristo.
Ya no hay hombre o mujer, esclavo o libre (Gl. 3,27). En el mismo momento en que, recibiendo su santa
herencia, acogen la enseñanza del Espíritu Santo, les fallan sus
recursos corporales: fallan la voz y la lengua y adoran al Padre como
es debido, en espíritu y en verdad (Jn. 4,23).
Sabed también esto, queridos hermanos: no hay que esperar el juicio
futuro cuando venga Jesús. Porque su primer Adviento ya ha traído
el juicio para todos. Y sabed también que los justos y los
santos, revestidos del Espíritu, oran sin cesar por nosotros para
que sepamos someternos humildemente a Dios, a fin de
recuperar nuestra gloria primera y tomar de nuevo el vestido que
habíamos rechazado, el que corresponde a nuestra naturaleza
espiritual.
Con frecuencia también, a quienes han sido revestidos del
Espíritu se dirige una voz procedente del Padre y les
dice: "Consolad, consolad a mi pueblo, dice el Señor;
sacerdotes, hablad al corazón de Jerusalén" (Is. 40,1-2).
Porque Dios viene siempre a visitar a sus criaturas y a dar prueba de
su bondad para con ellas.
En verdad os digo, queridos hijos: está lejos de agotarse esta
palabra de salvación y libertad por la que hemos sido librados (Gl. 5,1).
Está escrito: "Da consejos al sabio y se hará más
sabio" (Prov. 9,9).
Que el Dios de la paz os conceda la gracia y el espíritu de
discernimiento para permitiros comprender bien cuanto os he escrito:
son mandamientos del Señor. Y que el Dios de toda gracia os guarde
en el camino de la santidad en el Señor hasta vuestro último
suspiro. Ruego por la salvación de todos vosotros,
queridos hijos en el Señor.
Que la gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con todos vosotros
(II Cor. 13,13). Amén.
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