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Antonio fue egipcio de nacimiento. Como niño vivió con sus padres,
no conociendo sino su familia y su casa; cuando creció y se hizo
muchacho y avanzó en edad, no quiso ir a la escuela, deseando evitar
la compañía de otros niños, su único deseo era, como dice la
Escritura acerca de Jacob (Gn 25,27), llevar una simple vida
de hogar. Por su puesto iba a la iglesia con sus padres, y ahí no
mostraba el desinterés de un niño ni el desprecio de los jóvenes por
tales cosas. Al contrario, obedeciendo a sus padres, ponía
atención a las lecturas y guardaba cuidadosamente en su corazón el
provecho que extraía de ellas. Además, sin abusar de las fáciles
condiciones en que vivía como niño, nunca importunó a sus padres
pidiendo una comida rica o caprichosa, ni tenía placer alguno en cosas
semejantes. Estaba satisfecho con lo que se le ponía delante y no
pedía más.
Después de la muerte de sus padres quedó solo con una única
hermana, mucho mas joven. Tenía entonces unos dieciocho o veinte
años, y tomó cuidado de la casa y de su hermana. Menos de seis
meses después de la muerte de sus padres, iba, como de costumbre, de
camino hacia la iglesia. Mientras caminaba, iba meditando y
reflexionaba como los apóstoles lo dejaron todo y siguieron al
Salvador (Mt 4,20; 19,27); cómo, según se refiere en
los Hechos (4,35-37), la gente vendía lo que tenía y lo
ponía a los pies de los apóstoles para su distribución entre los
necesitados; y que grande es la esperanza prometida en los cielos a los
que obran así (Ef 1,18; Col 1,5). Pensando estas cosas,
entró a la iglesia. Sucedió que en ese momento se estaba leyendo el
pasaje, y se escuchó el pasaje en el que el Señor dice al joven
rico: Si quieres ser perfecto, vende lo que tienes y dáselo a los
pobres; luego ven, sígueme, y tendrás un tesoro en el cielo (Mt
19,21). Como si Dios le hubiese puesto el recuerdo de los
santos y como si la lectura hubiera sido dirigida especialmente a él,
Antonio salió inmediatamente de la iglesia y dio la propiedad que
tenía de sus antepasados: 80 hectáreas, tierra muy fértil y muy
hermosa. No quiso que ni él ni su hermana tuvieran ya nada que ver
con ella. Vendió todo lo demás, los bienes muebles que poseía, y
entregó a los pobres la considerable suma recibida, dejando sólo un
poco para su hermana.
Pero de nuevo, entró en la iglesia, escuchó aquella palabra del
Señor en el Evangelio: No se preocupen por el mañana (Mt
6,34). No pudo soportar mayor espera, sino que fue y distribuyó
a los pobres también esto último. Colocó a su hermana donde
vírgenes conocidas y de confianza, entregándosela para que fuese
educada. Entonces él mismo dedico todo su tiempo a la vida
ascética, atento a sí mismo, cerca de su propia casa. No existían
aún tantas celdas monacales en Egipto, y ningún monje conocía
siquiera el lejano desierto. Todo el que quería enfrentarse consigo
mismo sirviendo a Cristo, practicaba la vida ascética solo, no lejos
de su aldea. Por aquel tiempo había en la aldea vecina un anciano que
desde su juventud llevaba la vida ascética en la soledad. Cuando
Antonio lo vio, "tuvo celo por el bien" (Gl 4,18), y se
estableció inmediatamente en la vecindad de la ciudad. Desde
entonces, cuando oía que en alguna parte había un alma que se
esforzaba, se iba, como sabia abeja, a buscarla y no volvía sin
haberla visto; sólo después de haberla recibido, por decirlo así,
provisiones para su jornada de virtud, regresaba.
Ahí, pues, pasó el tiempo de su iniciación y afirmó su
determinación de no volver mas a la casa de sus padres ni de pensar en
sus parientes, sino de dedicar todas sus inclinaciones y energías a la
práctica continua de la vida ascética. Hacía trabajo manual, pues
había oído que "el que no quiera trabajar, que tampoco tiene derecho
a comer" (2 Ts 3,10). De sus entradas guardaba algo para su
mantención y el resto lo daba a los pobres. Oraba constantemente,
habiendo aprendido que debemos orar en privado (Mt 6,6) sin cesar
(Lc 18,1; 21,36; 1 Ts 5,17). Además estaba tan
atento a la lectura de la Escritura, que nada se le escapaba:
retenía todo, y así su memoria le servía en lugar de libros.
Así vivía Antonio y era amado por todos. El, a su vez, se
sometía con toda sinceridad a los hombres piadosos que visitaba, y se
esforzaba en aprender aquello en que cada uno lo aventajaba en celo y
práctica ascética. Observaba la bondad de uno, la seriedad de otro
en la oración; estudiaba la apacible quietud de uno y la afabilidad de
otro; fijaba su atención en las vigilias observadas por uno y en los
estudios de otros; admiraba a uno por su paciencia, y a otro por
ayunar y dormir en el suelo; miraba la humildad de uno y la abstinencia
paciente de otro; y en unos y otros notaba especialmente la devoción a
Cristo y el amor que se tenían mutuamente.
Habiéndose así saciado, volvía a su propio lugar de vida
ascética. Entonces hacía suyo lo obtenido de cada uno y dedicaba
todas sus energías a realizar en sí mismo las virtudes de todos. No
tenía disputas con nadie de su edad, pero tampoco quería ser inferior
a ellos en lo mejor; y aún esto lo hacía de tal modo que nadie se
sentía ofendido, sino que todos se alegraban por él. Y así todos
los aldeanos y los monjes con quienes estaba unido, vieron que clase de
hombre era y lo llamaban "el amigo de Dios" amándolo como hijo o
hermano.
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