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26. Como he recordado antes, si la Eucaristía edifica la Iglesia
y la Iglesia hace la Eucaristía, se deduce que hay una relación
sumamente estrecha entre una y otra. Tan verdad es esto, que nos
permite aplicar al Misterio eucarístico lo que decimos de la Iglesia
cuando, en el Símbolo niceno-constantinopolitano, la confesamos «
una, santa, católica y apostólica ». También la Eucaristía es
una y católica. Es también santa, más aún, es el Santísimo
Sacramento. Pero ahora queremos dirigir nuestra atención
principalmente a su apostolicidad.
27. El Catecismo de la Iglesia Católica, al explicar cómo la
Iglesia es apostólica, o sea, basada en los Apóstoles, se refiere
a un triple sentido de la expresión. Por una parte, « fue y
permanece edificada sobre “el fundamento de los apóstoles” (Ef 2,
20), testigos escogidos y enviados en misión por el propio Cristo
».[51] También los Apóstoles están en el fundamento de la
Eucaristía, no porque el Sacramento no se remonte a Cristo mismo,
sino porque ha sido confiado a los Apóstoles por Jesús y transmitido
por ellos y sus sucesores hasta nosotros. La Iglesia celebra la
Eucaristía a lo largo de los siglos precisamente en continuidad con la
acción de los Apóstoles, obedientes al mandato del Señor.
El segundo sentido de la apostolicidad de la Iglesia indicado por el
Catecismo es que « guarda y transmite, con la ayuda del Espíritu
Santo que habita en ella, la enseñanza, el buen depósito, las
sanas palabras oídas a los apóstoles ».[52] También en este
segundo sentido la Eucaristía es apostólica, porque se celebra en
conformidad con la fe de los Apóstoles. En la historia bimilenaria
del Pueblo de la nueva Alianza, el Magisterio eclesiástico ha
precisado en muchas ocasiones la doctrina eucarística, incluso en lo
que atañe a la exacta terminología, precisamente para salvaguardar la
fe apostólica en este Misterio excelso. Esta fe permanece inalterada
y es esencial para la Iglesia que perdure así.
28. En fin, la Iglesia es apostólica en el sentido de que «
sigue siendo enseñada, santificada y dirigida por los Apóstoles
hasta la vuelta de Cristo gracias a aquellos que les suceden en su
ministerio pastoral: el colegio de los Obispos, a los que asisten los
presbíteros, juntamente con el sucesor de Pedro y Sumo Pastor de la
Iglesia ».[53] La sucesión de los Apóstoles en la misión
pastoral conlleva necesariamente el sacramento del Orden, es decir,
la serie ininterrumpida que se remonta hasta los orígenes, de
ordenaciones episcopales válidas.[54] Esta sucesión es esencial para
que haya Iglesia en sentido propio y pleno.
La Eucaristía expresa también este sentido de la apostolicidad. En
efecto, como enseña el Concilio Vaticano II, los fieles «
participan en la celebración de la Eucaristía en virtud de su
sacerdocio real »,[55] pero es el sacerdote ordenado quien « realiza
como representante de Cristo el sacrificio eucarístico y lo ofrece a
Dios en nombre de todo el pueblo ».[56] Por eso se prescribe en el
Misal Romano que es únicamente el sacerdote quien pronuncia la
plegaria eucarística, mientras el pueblo de Dios se asocia a ella con
fe y en silencio.[57]
29. La expresión, usada repetidamente por el Concilio Vaticano
II, según la cual el sacerdote ordenado « realiza como
representante de Cristo el Sacrificio eucarístico »,[58] estaba ya
bien arraigada en la enseñanza pontificia.[59] Como he tenido
ocasión de aclarar en otra ocasión, in persona Christi « quiere
decir más que “en nombre”, o también, “en vez” de Cristo. In
“persona”: es decir, en la identificación específica, sacramental
con el “sumo y eterno Sacerdote”, que es el autor y el sujeto
principal de su propio sacrificio, en el que, en verdad, no puede ser
sustituido por nadie ».[60] El ministerio de los sacerdotes, en
virtud dal sacramento del Orden, en la economía de salvación querida
por Cristo, manifiesta que la Eucaristía celebrada por ellos es un
don que supera radicalmente la potestad de la asamblea y es
insustituible en cualquier caso para unir válidamente la consagración
eucarística al sacrificio de la Cruz y a la Última Cena.
La asamblea que se reúne para celebrar la Eucaristía necesita
absolutamente, para que sea realmente asamblea eucarística, un
sacerdote ordenado que la presida. Por otra parte, la comunidad no
está capacitada para darse por sí sola el ministro ordenado. Éste es
un don que recibe a través de la sucesión episcopal que se remonta a
los Apóstoles. Es el Obispo quien establece un nuevo presbítero,
mediante el sacramento del Orden, otorgándole el poder de consagrar
la Eucaristía. Pues « el Misterio eucarístico no puede ser
celebrado en ninguna comunidad si no es por un sacerdote ordenado, como
ha enseñado expresamente el Concilio Lateranense IV.[61]
30. Tanto esta doctrina de la Iglesia católica sobre el ministerio
sacerdotal en relación con la Eucaristía, como la referente al
Sacrificio eucarístico, han sido objeto en las últimas décadas de
un provechoso diálogo en el ámbito de la actividad ecuménica. Hemos
de dar gracias a la Santísima Trinidad porque, a este respecto, se
han obtenido significativos progresos y acercamientos, que nos hacen
esperar en un futuro en que se comparta plenamente la fe. Aún sigue
siendo del todo válida la observación del Concilio sobre las
Comunidades eclesiales surgidas en Occidente desde el siglo XVI en
adelante y separadas de la Iglesia católica: « Las Comunidades
eclesiales separadas, aunque les falte la unidad plena con nosotros que
dimana del bautismo, y aunque creamos que, sobre todo por defecto del
sacramento del Orden, no han conservado la sustancia genuina e
íntegra del Misterio eucarístico, sin embargo, al conmemorar en la
santa Cena la muerte y resurrección del Señor, profesan que en la
comunión de Cristo se significa la vida, y esperan su venida gloriosa
».[62]
Los fieles católicos, por tanto, aun respetando las convicciones
religiosas de estos hermanos separados, deben abstenerse de participar
en la comunión distribuida en sus celebraciones, para no avalar una
ambigüedad sobre la naturaleza de la Eucaristía y, por
consiguiente, faltar al deber de dar un testimonio claro de la verdad.
Eso retardaría el camino hacia la plena unidad visible. De manera
parecida, no se puede pensar en reemplazar la santa Misa dominical con
celebraciones ecuménicas de la Palabra o con encuentros de oración en
común con cristianos miembros de dichas Comunidades eclesiales, o
bien con la participación en su servicio litúrgico. Estas
celebraciones y encuentros, en sí mismos loables en circunstancias
oportunas, preparan a la deseada comunión total, incluso
eucarística, pero no pueden reemplazarla.
El hecho de que el poder de consagrar la Eucaristía haya sido
confiado sólo a los Obispos y a los presbíteros no significa
menoscabo alguno para el resto del Pueblo de Dios, puesto que la
comunión del único cuerpo de Cristo que es la Iglesia es un don que
redunda en beneficio de todos.
31. Si la Eucaristía es centro y cumbre de la vida de la
Iglesia, también lo es del ministerio sacerdotal. Por eso, con
ánimo agradecido a Jesucristo, nuestro Señor, reitero que la
Eucaristía « es la principal y central razón de ser del sacramento
del sacerdocio, nacido efectivamente en el momento de la institución
de la Eucaristía y a la vez que ella ».[63]
Las actividades pastorales del presbítero son múltiples. Si se
piensa además en las condiciones sociales y culturales del mundo
actual, es fácil entender lo sometido que está al peligro de la
dispersión por el gran número de tareas diferentes. El Concilio
Vaticano II ha identificado en la caridad pastoral el vínculo que da
unidad a su vida y a sus actividades. Ésta –añade el Concilio– «
brota, sobre todo, del sacrificio eucarístico que, por eso, es el
centro y raíz de toda la vida del presbítero ».[64] Se entiende,
pues, lo importante que es para la vida espiritual del sacerdote, como
para el bien de la Iglesia y del mundo, que ponga en práctica la
recomendación conciliar de celebrar cotidianamente la Eucaristía, «
la cual, aunque no puedan estar presentes los fieles, es ciertamente
una acción de Cristo y de la Iglesia ».[65] De este modo, el
sacerdote será capaz de sobreponerse cada día a toda tensión
dispersiva, encontrando en el Sacrificio eucarístico, verdadero
centro de su vida y de su ministerio, la energía espiritual necesaria
para afrontar los diversos quehaceres pastorales. Cada jornada será
así verdaderamente eucarística.
Del carácter central de la Eucaristía en la vida y en el ministerio
de los sacerdotes se deriva también su puesto central en la pastoral de
las vocaciones sacerdotales. Ante todo, porque la plegaria por las
vocaciones encuentra en ella la máxima unión con la oración de
Cristo sumo y eterno Sacerdote; pero también porque la diligencia y
esmero de los sacerdotes en el ministerio eucarístico, unido a la
promoción de la participación consciente, activa y fructuosa de los
fieles en la Eucaristía, es un ejemplo eficaz y un incentivo a la
respuesta generosa de los jóvenes a la llamada de Dios. Él se sirve
a menudo del ejemplo de la caridad pastoral ferviente de un sacerdote
para sembrar y desarrollar en el corazón del joven el germen de la
llamada al sacerdocio.
32. Toda esto demuestra lo doloroso y fuera de lo normal que resulta
la situación de una comunidad cristiana que, aún pudiendo ser, por
número y variedad de fieles, una parroquia, carece sin embargo de un
sacerdote que la guíe. En efecto, la parroquia es una comunidad de
bautizados que expresan y confirman su identidad principalmente por la
celebración del Sacrificio eucarístico. Pero esto requiere la
presencia de un presbítero, el único a quien compete ofrecer la
Eucaristía in persona Christi. Cuando la comunidad no tiene
sacerdote, ciertamente se ha de paliar de alguna manera, con el fin de
que continúen las celebraciones dominicales y, así, los religiosos y
los laicos que animan la oración de sus hermanos y hermanas ejercen de
modo loable el sacerdocio común de todos los fieles, basado en la
gracia del Bautismo. Pero dichas soluciones han de ser consideradas
únicamente provisionales, mientras la comunidad está a la espera de
un sacerdote.
El hecho de que estas celebraciones sean incompletas desde el punto de
vista sacramental ha de impulsar ante todo a toda la comunidad a pedir
con mayor fervor que el Señor « envíe obreros a su mies » (Mt
9, 38); y debe estimularla también a llevar a cabo una adecuada
pastoral vocacional, sin ceder a la tentación de buscar soluciones que
comporten una reducción de las cualidades morales y formativas
requeridas para los candidatos al sacerdocio.
33. Cuando, por escasez de sacerdotes, se confía a fieles no
ordenados una participación en el cuidado pastoral de una parroquia,
éstos han de tener presente que, como enseña el Concilio Vaticano
II, « no se construye ninguna comunidad cristiana si ésta no tiene
como raíz y centro la celebración de la sagrada Eucaristía ».[66]
Por tanto, considerarán como cometido suyo el mantener viva en la
comunidad una verdadera « hambre » de la Eucaristía, que lleve a no
perder ocasión alguna de tener la celebración de la Misa, incluso
aprovechando la presencia ocasional de un sacerdote que no esté
impedido por el derecho de la Iglesia para celebrarla.
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